Ricardo Sebastián
Piana
Juan Bautista Alberdi nació en Tucumán el 29 de
agosto de 1810, muy pocos días después de la revolución de Mayo, cuyo
Bicentenario estamos conmemorando. Su vida atravesó los períodos más
importantes de la formación de
Su pensamiento es complejo, ya que tenemos por un
lado un Alberdi romántico y socialista y por otro un Alberdi francamente
positivista y liberal a ultranza; uno defensor de los intereses nacionales y
otro por momentos indefinido; un iluminista y un historicista; un teórico y un
pragmático[1]. Pero
su obra es, dentro del pensamiento político latinoamericano, la
primera que, luego de la acción revolucionaria, intenta establecer un
pensamiento americano que permita consolidar la gesta independentista.
Una muestra de esa complejidad es la visión que tuvo
respecto a España y lo que ella representaba. Esta visión es relevante pues es
parte del proceso de autognosis que recorre toda la obra de Alberdi. Sin saber
de dónde venimos, quiénes somos y para qué hemos hecho
La generación de 1837 advirtió el error de los
hombres de la Revolución y de los unitarios. Si bien se consideraba sucesora de
los ideales de Mayo, repudiaba los medios puestos en práctica por el unitarismo
para hacer triunfar sus concepciones; veía a esa tradición política
esterilizada por su ciega adhesión a los principios y su incapacidad para
adaptarlos a las necesidades reales, lo que la hacía inservible para afrontar
la transformación de la realidad social argentina. Todos los hechos señalaban
el fracaso de los unitarios y de su democracia doctrinaria. Para Alberdi, su
error estuvo en no comprender el sentimiento religioso del pueblo, en proclamar el dogma de la voluntad pura del
pueblo, sin restricción ni límite.
Tan
arraigado como el sentimiento localista y los hábitos rurales estaban estas
formas fanáticas de religiosidad que el pensamiento liberal había ignorado. Ni
la generación de Mayo ni el unitarismo habían descubierto los problemas
económicos y sociales del país. Pese a haber luchado por los derechos del
pueblo, este había levantado contra los unitarios sus propias e irreductibles
reivindicaciones y había preferido con categórica decisión al hombre que
consideraba genuino intérprete de su propia concepción de la vida: Rosas. El
partido federal significaba, a los ojos de la juventud ilustrada, no sólo la
concreción del localismo, sino también la perduración de las formas coloniales
de vida.
Era
necesario, a sus ojos, sustituir a Rosas, pero no era menos urgente eliminar
toda posibilidad de que volviera a resurgir un despotismo semejante; este
peligro subsistiría de mantenerse el principio de soberanía total del pueblo,
porque la mayoría, dada la situación social y espiritual del país, se hallaba
incapacitada para el ejercicio reflexivo de la democracia representativa. Esta
concepción de los hechos inclinó a cierto desdén aristocrático por el pueblo, a
una especie de despotismo ilustrado, traducido en la opinión de que era
necesario reducir en el futuro la influencia que éste ejercía sobre la vida
política.
No
era difícil descubrir la senda por donde encauzar a
Sus Bases no son sino el resultado un
esfuerzo titánico para hallar las fórmulas jurídicas de esa conciliación. Y en
mérito a esa convicción buscó, con elementos de
unidad y elementos de
federación, la salida para la antinomia que había devorado
Pero
no era la propuesta de Alberdi una construcción teórica sino la consagración
legal de una situación de hecho, porque el Estado rosista había realizado ya,
como lo reconocían sus propios enemigos, esa fusión de principios; sólo era
necesario substituir a la despótica voluntad el imperio de
Pero
la institucionalización política de un orden suponía la existencia de un
elemento social que abrazara dicha causa. Y dada esta lógica, la realidad
social argentina mostraba tan sólo una vaga imagen de la necesidad de este
cambio. Además poseía poca consciencia de su naturaleza como nación. Pareció
entonces imprescindible e impostergable para Alberdi trabajar en el
fortalecimiento de la conciencia nacional, único medio de dar vida y vigor a
los pueblos sudamericanos.
El cambio podía hacerse por caminos diversos. En forma
radical, abrupta, rompiendo con hábitos
y tradiciones criollas, o con ritmo evolutivo, gradual, prestando respetuosa
atención a las costumbres heredadas del pasado. Alberdi optó por el segundo
camino. Esta aproximación gradualista a la realidad surgía de un genuino temor
al caos y a la guerra civil.
Las bases de Alberdi para la organización del país se
encontraban en hallar una fórmula para construir lo que llamó “la república
posible”, sin caer en los abismos de
Así, la república posible era la herramienta provisoria
para contener las embestidas del caos político hasta que las libertades civiles
se asentaran en hábitos y costumbres que
permitieran el pasaje a la “república
verdadera”. La solución ofrecida por Alberdi y recogida por la Constitución de
1853, era la institución de un Poder Ejecutivo fuerte, de un Presidente
republicano (en cuanto limitado por una ley superior), que tuviera algunos de los rasgos del viejo
monarca. Era un camino intermedio entre la experiencia estadounidense y la
chilena.
En
este contexto, Alberdi sentó bases concretas, dentro del marco de una nueva
legitimidad estatal –la república posible–, que posibilitaría la realización
del ideal bolivariano y sanmartiniano de la unión americana. Es por ello que entendemos
que esa tarea de autognosis realizada por Alberdi es esencial para comprender
el proceso de nuestra Revolución y los caminos que tomó.
Hijo de Salvador de Alberdi y de Josefa de Araoz, Juan
Bautista Alberdi nace en Tucumán el 29 de agosto de 1810. Era Alberdi un hombre
físicamente endeble y sensible a las artes de la música y
El régimen de disciplina y de estudios practicado en el
colegio de la Universidad no se ajustó a su temperamento y pronto abandona las
aulas para dedicarse al comercio. En
1827 reingresa al Colegio de Ciencias Morales y concluye sus estudios en 1831.
El Colegio congregaba entonces a buena parte de la futura intelectualidad
política: allí conoce a Vicente F. López, José A. Wilde, Facundo Corvalán,
Andrés Somellera, Gervasio A. de Posadas, Francisco Javier Villanueva, Ángel
Navarro, Domingo French, Jerónimo Costa y Juan Ramón Quiroga, entre otros.
Durante esta etapa se dedica a la música, las tertulias,
los salones sociales, el estar al día en la moda, las aventuras y el
romanticismo. Sus relaciones sentimentales se dividieron entre la frivolidad de
sus tres primeras décadas de vida y su ascetismo posterior, manteniendo siempre
su soltería.
En
1832 se inscribe en los cursos de derecho de la Universidad, que abandona en
1838 sin graduarse, pues se niega a jurar con la fórmula impuesta por Rosas.
Pero por entonces, Alberdi mantiene una estrecha relación con los caudillos
provinciales federales Alejandro Heredia y Facundo Quiroga.
En
1837 participa del Salón Literario junto a Juan María Gutiérrez, Esteban
Echeverría y José Mármol. En 1838 edita La
Moda, gacetilla semanaria de música, de poesía, de literatura, de
costumbres y de modas, dedicada al bello mundo federal. Logra popularidad, bajo
el seudónimo de Figarillo, con agudos e irónicos comentarios al mejor estilo de
Larra. Ya entonces había aparecido su obra de juventud más ambiciosa: el Fragmento preliminar al estudio del Derecho.
Cuando cierra sus puertas el Salón Literario, Echeverría
funda la Joven Argentina; sus miembros, iniciados en la oposición rosista,
deben emigrar luego a Montevideo.
La
vida de Alberdi se dará en un marco de una emigración constante. Su naturaleza
de emigrado provocó un sentimiento de desarraigo, pero le permitió, con su
aguda capacidad de observación y
análisis de la realidad, la independencia necesaria para su actividad crítica.
Señala en su Autobiografía que su vida ha estado marcada por cuatro estancias
diferenciales: Argentina (veintiocho años), Banda Oriental (cuatro años), Chile
(diez años) y Europa (veinte años).
En
Montevideo se convierte en el asesor ideológico del general Juan Lavalle, jefe
militar de los levantamientos contra Rosas, y actúa en el seno de la emigración
política opositora, realizando una intensa labor periodística (El Nacional, Revista del Plata, El
Porvenir) y apoya el bloqueo económico-militar impuesto por Francia al
régimen argentino a través del puerto de Buenos Aires. Pero la falta de éxitos
político-militares de significación termina por decepcionarlo y así decide
emigrar a Europa, previa obtención del título de abogado en la Universidad de
Montevideo.
Ese
viaje a Europa durará tres meses, pero influirá en su obra posterior. A su
regreso se instala en Valparaíso, donde ejercerá como abogado, a la vez que se
desempeñará como funcionario en calidad de secretario de la Intendencia de la
ciudad sureña de Concepción.
En
1847 lanza a la difusión pública el periódico El Comercio de Valparaíso que transmite las bases de sus ideas
económicas, institucionales, de organización política, migratorias, transporte,
etc. Sin embargo destaca su labor constitucional, dado que es allí donde
proyecta sus “bases” para la organización constitucional de su país en obras
que darán una sólida estructura a su pensamiento político, económico,
constitucional y americanista. Con
ello Alberdi se convierte en el principal ideólogo de la organización política,
constitucional y económica de la República Argentina.
Después del triunfo de Caseros, es designado encargado de
negocios para obtener el reconocimiento de las convalidaciones externas de la
Confederación Argentina ante las Cortes de Londres, París y Madrid.
En abril de 1855 se embarca en Chile, pasa por Estados
Unidos y llega a Liverpool a
principios de junio; así se inicia la última etapa de su vida caracterizada por
la acción diplomática, su lucha contra los hombres de Buenos Aires como
desvirtuadores de los principios liberales
y su militancia en la causa de la paz. Este período es vivido casi
íntegramente en una Europa dominada por las guerras (Crimea, franco-prusiana,
guerras carlistas en España), por las revoluciones (Comuna de París), por las
luchas por la unidad nacional (Italia, Alemania) y por la continuidad de la expansión colonial. El clima político
en América Latina no variaba demasiado: hay pugnas por la organización de las
naciones en diferentes unidades territoriales, conflictos regionales como la
guerra del Pacífico y distintos
proyectos de inserción en el mercado mundial.
Al
llegar a Europa, Alberdi se instala en París desde donde viaja a España e Inglaterra y despliega una intensa acción
diplomática. Visita las cortes de Napoleón III, a la reina María Cristina en
Madrid y a la reina Victoria en
Londres. Su interés se concentra en lograr el reconocimiento de la
independencia argentina y en ofrecer
la gestión de un proyecto de construcción de una línea ferroviaria que cruzara
el norte argentino.
Pero
los acontecimientos de 1860 lo llevaron a renunciar a sus empleos diplomáticos. A partir de entonces, su trabajo intelectual se orienta a la crítica de la nueva dirección política que surge en la Argentina encabezada por el
general Mitre, a la vez que en su actividad
demuestra su sentido de autonomía con respecto a esas directivas y la necesidad de superar los
enfrentamientos pasados para lograr la consolidación nacional
Cuando
en 1865 hasta 1870 se produce la guerra del Paraguay frente a la alianza
constituida por Argentina, Brasil y
Uruguay, Alberdi se constituyó en una de las pocas voces que denunciaron el
crimen implícito que significaba dicha guerra.
Vuelve
a Buenos Aires en 1879 para hacerse cargo de una banca en el Congreso Nacional,
después de cuarenta años de ausencia. Allí presencia las nuevas luchas contra
la élite porteña que se opone a la federalización de la ciudad de Buenos Aires y a la nacionalización de la Aduana de
Buenos Aires. La victoria de los ideales del interior representados por el general
Roca constituyó para Alberdi una victoria personal. Sin embargo, su posición le
costó un nuevo y último alejamiento de su país.
Enfermo,
agobiado por la práctica política concreta, rechaza ofrecimientos para ocupar
altas magistraturas y retorna a Europa en 1881. Lejos de sus amigos y con
dificultades económicas, muere en París el 19 de junio de 1884.
¿Cómo pretender salvar los
fines de Mayo, diría Alberdi, sin realizar una tarea de autognosis? Al
presentar en su Discurso del Salón literario el programa de estudios que debía
asumir la juventud, Alberdi había señalado como la tarea primera de la
inteligencia argentina la investigación sobre los factores nacionales de
nuestra civilización, nuestras circunstancias de formación, evolución, lugar y
tiempo. Ésta era la tarea de autognosis a que convoca, con una impronta
historicista, el prefacio del Fragmento
preliminar al estudio del Derecho.
La reflexión debía
comenzar, consiguientemente, por nuestro pasado colonial, o más atrás todavía,
por nuestro pasado español propiamente dicho. La “historia de España en
América” lo ocupó muchas veces a lo largo de sus escritos. ¿Pero por qué
estudiar a España, si es que la Revolución americana había cortado con ella sus
lazos? Porque, en España, estaban las raíces de nuestra lengua y de nuestra
administración, la clave de nuestra índole y carácter. Su acción y poder
pasados se hallaban radicados hasta en las formas de nuestros cráneos y en la
sangre de nuestras venas. Sólo con este reconocimiento, podríamos entender los
problemas de América.
Subyace en el pensamiento
alberdiano la tesis de que las guerras de independencia fueron guerras civiles
dado que aún no existía una consciencia de nacionalidad. Es que la
independencia no había hecho más que separar en dos familias una sociedad única,
con un tipo de civilización, creencias, molde de carácter, forma de sus
ciudades, conducta y régimen de vida.
España nos ha traído lo
mejor que había en Europa en el siglo XV, la última expresión de
Piensa
que España conquistó a América para la gloria de su corona y el ensanche de la
fe católica, librándola de infieles y paganos. No la conquistó para la
industria, ni el comercio, ni el bienestar de su propio pueblo. Ya en el Fragmento había inventariado sin
concesiones los aspectos negativos de ese país, cuya influencia retrógrada era
necesario anular por todos los medios posibles. Había dicho que España carecía
de un desarrollo inteligente sin el cual toda libertad era imposible. Ella
había tenido siempre horror por el pensamiento y por eso lo había perseguido de
todas las maneras posibles. Es que el pensamiento se identificaba con causas
por las que sentía antipatía profunda, se llamasen islamismo o luteranismo. Por
once siglos ese país se había consagrado a luchar contra las creencias que
amenazaban su fe católica. Pero no había sido cristiana sino fanática.
“
España
había dado a sus colonias su propia condición económica. Los intereses
económicos eran los intereses sociales más difíciles de cambiar porque se
refieren a la condición civil de las personas, a la familia, a la propiedad, al
trabajo, a la producción, a la distribución y consumo, al orden social y
político en el más alto grado. América heredó de su madre patria la condición
guerrera, católica y antieconómica. Aquélla no trajo agricultores, comerciantes
o industriales, sino aventureros, monjas y funcionarios. Los que vinieron
buscaban la fortuna, pero con propósito no de producirla sino de recogerla.
El medio más eficaz de
mantener a un país en dependencia de otro es mantenerlo pobre. La pobreza es la
dependencia, como la riqueza es el poder y el poder la libertad. El medio más
eficaz de mantenerlo pobre era mantenerlo ignorante y ajeno a la inteligencia y
uso del trabajo, porque el trabajo es la causa de la riqueza, es decir, del
poder. Esta primera educación de la
América del Sur hizo que la ociosidad, el lujo, la ignorancia de las artes
productivas se convirtieran en costumbres seculares.
El espíritu español, decía, no se ocupa de lo
racional; no abstrae, no generaliza, no idealiza, no reflexiona, no explica y
por ello vive sin filosofía y donde no hay filosofía es imposible la historia,
porque la historia no es sino la filosofía social. Esa incapacidad de
generalizar la condenaba al individualismo, al egoísmo, a la ausencia de todo
espíritu público.
No
había en sus palabras el resentimiento que podíamos encontrar durante los
discursos de tiempos de la independencia, sino que eran las crudas palabras de
nuestra realidad. A España, tan mal tratada por nosotros, diría Alberdi, a
causa de la pugna por la independencia, le debemos lo que somos.
“Quejarse en plena paz de sus padres, por la figura, color y condición
que se ha recibido de ellos al nacer, es monstruosidad moral que más bien daría
a los padres el derecho de horrorizarse de haber producido tales hijos.”[3]
“España, sean cuales fueren tus faltas hacia nosotros, eres nuestra
madre. Quiero lavar mi alma en este instante, de toda reliquia de antigua
enemistad, y saludar las cimas de tus montañas con los mismos ojos con que mis
padres las hubiesen saludado. Cuando ellos han cerrado sus ojos en los lejanos
climas de nuestro continente, rodeados de felicidad doméstica, tú has sido su
último pensamiento de amor y perdida esperanza.”[4]
Para
nuestra “emancipación inteligente” el primer paso necesario era una ruptura
categórica con las tradiciones estacionarias del espíritu español que impedían
nuestra verdadera libertad.
“He citado las condiciones de
Luego
de señalar las dificultades para
“Quebrantadas las barreras por la mano de la
revolución, debió esperarse que este suelo quedase expedito al libre curso de
los pueblos de Europa; pero, bajo los emblemas de la libertad, conservaron
nuestros pueblos la complexión repulsiva que España había sabido darles, por un
error que hoy hace pesar sobre ella misma sus consecuencias.”[6]
En Ideas para presidir la confección de un curso de filosofía contemporánea,
y el Fragmento preliminar al estudio
del Derecho, dos obras de su juventud, Alberdi acomete la colosal tarea de
buscar las bases filosóficas de la revolución americana y a la vez, establecer
los caminos a seguir. Así Alberdi, una vez deslindada la historia de España y
de América, se ocupará de buscar los elementos que nos permitirán cumplir con
la ley del desarrollo de la civilización.
Pronto
reconocerá que aún no sabíamos por qué
y para qué habíamos entrado en el
movimiento de nuestra revolución. Dado que el por qué y el para qué
eran las preguntas eternas de la filosofía, concluye que la revolución todavía
no tenía una filosofía. Así fijará el programa de los trabajos futuros de la
inteligencia argentina que sin lugar a dudas lo coloca en un lugar
privilegiado: haber sido el primer autor que haya reclamado la necesidad de una
filosofía americana.
Teniendo
en cuenta los autores que influyeron en su juventud, puede entenderse su
convicción de que la filosofía de cada época y país había sido comúnmente “la
razón, el principio, el sentimiento más dominante y más general que ha gobernado
los actos de su vida y de su conducta, y esa razón ha emanado de las
necesidades más superiores de cada período y de cada país”.
Si bien Alberdi reconoce que no hay más que una
filosofía, ésta se nacionaliza por su aplicación especial a las necesidades
propias de cada país y de cada momento. Una filosofía nacional es la que provee
a una sociedad la razón general de su civilización y desarrollo, siendo la
civilización no otra cosa que el desarrollo de su naturaleza, el cumplimiento
de su fin. Debía existir una filosofía americana que resolviese los problemas
del ahora americano.
“Nuestra filosofía, pues, ha de salir
de nuestras necesidades. Ésta es la clave de todo su sistema doctrinario. Y los
problemas de nuestra América que determinaban esas necesidades eran los de “la
libertad, los derechos y goces sociales de que el hombre puede disfrutar en el
más alto grado en el orden social y político, los de la organización pública
más adecuada a las exigencias de la naturaleza perfectible del hombre, en el
suelo americano.”[7]
Alberdi,
convoca a la filosofía americana desde su cosmovisión europea, sin sufrir por
ello contradicción alguna con su planteo ni conflicto de identidad cultural.
Temporariamente, deberíamos aceptar la tutoría intelectual de Europa hasta
obtener los criterios teóricos necesarios para realizar la tarea de autognosis,
imprescindible para crear una sólida identidad nacional.
¿Pero
cuál era la necesidad del ahora americano? Alberdi sostiene que el objeto
específico de la filosofía del siglo XIX es averiguar cuál será la forma y la
base de la asociación humana. La tarea entonces era la de dar las bases para una nueva vida en el continente. Alberdi había tenido la originalidad
de sostener que habían pasado los tiempos de la filosofía en sí, que ésta sólo
se justificaba por su función social y humana.
La división alberdiana de
la historia de América en dos períodos, el de la Independencia y el de la
Organización Nacional, favoreció la tarea de identificación de líneas de acción
que respondieran a proyectos políticos históricamente relativos.
“Dos períodos esencialmente diferentes comprende la
historia constitucional de nuestra América del Sud: uno que principia en 1810 y
concluye con la guerra de la independencia contra España, y otro que data de
esta época y acaba en nuestros días. Todas las constituciones del último
período son reminiscencia, tradición, reforma muchas veces textual de las
constituciones dadas en el período anterior.”[8]
En las Bases Alberdi nos dice que la América de revolucionaria sólo había
mirado la libertad y la independencia y que para ellas escribió sus
constituciones. Hizo bien, nos dice Alberdi, era su misión de entonces. Este
período nos había legado un tipo de libertad personificada en un hombre.
“¿Cuál es la índole y condición de la libertad
latina? Es la libertad de todos refundida y consolidada en una sola libertad
colectiva y solidaria, de cuyo ejercicio exclusivo está encargado un libre
Emperador o un Zar libertador. Es la libertad del país personificada en su
gobierno, y su gobierno, todo entero, personificado en un hombre. Es la
libertad autoritaria; y el
hombre-autoridad en quien se personifica, al estilo romano o latino,
pueden con razón decir: la libertad soy yo, como aquel patriota rey, que dijo:
la patria o el Estado soy yo. De libertades de esta especie está poblada
Era el momento de echar la
dominación europea fuera de este suelo, no era el de atraer los habitantes de
esta Europa temida. Los nombres de inmigración y colonización despertaban
recuerdos dolorosos y sentimientos de temor. La gloria militar era el objeto
supremo de ambición.
“Todas las constituciones dadas en Sud América durante la
guerra de
Sin embargo, la necesidad de gloria durante la Independencia
–destaca– es seguida ahora por la necesidad de provecho y de comodidad. El heroísmo
guerrero no es ya la fuente moral para la satisfacción de las necesidades
prosaicas del comercio y de la industria, que posee la vida actual en estos
países.
“¿No es ya tiempo de que la historia de Sud América deje de consistir en
la historia de sus guerras y de sus guerreros, como ha sucedido hasta aquí? La
historia de su comercio, de su industria, de sus riquezas, de sus mejoramientos
materiales, es más útil y necesaria que la de sus guerras, que apenas han
producido otra cosa que libertades escritas, glorias vanas. La revolución digna
de historiarse es la del cambio, por el cual, países que hace dos tercios de
siglo eran colonias pobres, oscuras y aisladas del mundo, han venido a ser
vastos mercados, frecuentados por todas las naciones de la tierra.”[11]
Así, agotado un proceso
histórico, cumplidos los objetivos planteados oportunamente, la mirada debía
posarse sobre la realidad presente, para continuar en un camino que era inédito
porque así lo eran las necesidades que planteaba, imponiendo a las nuevas
generaciones la organización de un nuevo arquetipo histórico.
“Antes de 1825 la causa americana estaba representada por el
principio de su independencia territorial, conquistado éste, hoy se representa
por los intereses de su comercio y prosperidad material. La actual causa de
América es la causa de su población, de su riqueza, de su civilización y
provisión de rutas, de su marina, de su industria y comercio. Ya
Esta nueva perspectiva no implicaba que la América olvide
la libertad y la independencia como los grandes fines de su revolución sino
que, más práctica que teórica, más reflexiva que entusiasta, por resultado de
la madurez y de la experiencia, se preocupa de los hechos más que de los
hombres y no tanto se fija en los fines como en los medios prácticos de llegar
a la verdad de esos fines.
Por ello los objetivos deben propender a organizar y
contribuir a los grandes medios prácticos para sacar a la América del estado
subalterno en que se encontraba.
“Este problema está por resolverse. Ninguna república
de América lo ha resuelto todavía. Todas han acertado a sacudir la dominación
militar y política de España; pero ninguna ha sabido escapar de la soledad, del
atraso, de la pobreza, del despotismo, más radicado en los usos que en los
gobiernos. Esos son los verdaderos enemigos de América; y por cierto que no los
venceremos como vencimos a la metrópoli española, echando a Europa de este
suelo, sino trayéndola para llevar a cabo, en nombre de América, la población
empezada hace tres siglos por España.”[13]
“¿De quién estábamos aislados bajo el antiguo régimen colonial? No era
de
Dentro de esta tarea de autognosis, y como paso previo a
la propuesta de la inmigración europea como elemento superador del espíritu
español, Alberdi deberá demostrar que la civilización es sólo la europea y que
la América indígena ya estaba vencida. Esta tarea resulta fundamental porque la
unidad espiritual de la nación debía preceder a la unidad política.
“La unidad no es el punto de partida, es el punto final de los
gobiernos; la historia lo dice y la razón los demuestra.”[15]
Con
este fin, en 1845 Alberdi publica en Valparaíso Acción de
La
pregunta subyacente en esta y otras tantas obras es: ¿quién es,
antropológicamente, culturalmente, y políticamente el sujeto de la historia en
Sudamérica? Alberdi no duda en responder que es el pueblo formado por los
europeos nacidos en América. Entendida rectamente así nuestra sociedad
americana, queda patente para él la falacia de quienes apelaban a un
americanismo indígena como patrimonio antropológico y cultural que defender del
avance de la civilización europea y la confusión de los que dudaban de la
identidad sociológica nacional.
La civilización de nuestro suelo es europea. El descubrimiento, la
población que la posee, su nombre, su toponimia, sus monumentos, su idioma, su
cultura, su religión, sus leyes, su administración, sus vestidos, sus
costumbres, son europeos.
Veía la condición del pobre en Sudamérica
como peculiar. No había hambre, un cielo azul, con lluvias siempre oportunas,
un clima benigno, una tierra feraz, multiplicaban los animales y las plantas de
un modo casi espontáneo. El pobre vivía harto de carne y era propietario de
terrenos muchas veces. Si mendigaba, lo hacía a caballo, como un señor.
Por otra parte, advierte que el
gaucho es el trabajador insustituible e insuperable para la economía de
Desechada
la posibilidad del cambio del espíritu español por la vía del indígena, la
mutación consecuentemente debería provenir de las inmigraciones del norte de
Europa, penetrando por ríos, caminos y vías férreas en el interior hasta entonces
sellado. Esa era la respuesta más lógica, si reconocíamos nuestra ascendencia
europea. Y este llamado a nuestras raíces, de ninguna manera afectaba los fines
de la Revolución americana ya que el concepto de patria, tal como lo había
enseñado en el Dogma, nos dice que la patria no es el suelo. La patria es la
libertad, el orden, la riqueza, la civilización en el suelo nativo, organizada
bajo la enseña y en nombre del mismo suelo.
Europa,
pues, representaba para Alberdi la única fuente verdadera para que la patria no
sea tan sólo un concepto declamado.
“Nuestra
religión cristiana ha sido traída a América por los extranjeros. A no ser por
Europa, hoy América estaría adorando al sol, a los árboles, a las bestias,
quemando hombres en sacrificio, y no conocería el matrimonio. La mano de Europa
plantó la cruz de Jesucristo en
Si la América había podido
superar el salvajismo indígena gracias al aporte de una cultura relativamente
más desarrollada como la española, en el presente se debía recurrir al mismo
principio transformador, con una única salvedad: el agente que operaría el
cambio provendría de los hombres que marchaban a la cabeza del mundo moderno,
el pueblo inglés.
“Desde el siglo XVI hasta
hoy no ha cesado Europa un solo día de ser el manantial y origen de la
civilización de este continente. Bajo el antiguo régimen, Europa desempeñó ese
papel por conducto de España. Esa nación nos trajo la última expresión de
“Con la revolución
americana acabó la acción de
Así, el gusto por lo nacional, la valorización de las
culturas autóctonas y criollas que defendieron las generaciones de la
Independencia y que no hacían más que perpetuar aquel espíritu español, debían
ser reemplazadas por las exigencias que planteaban las nuevas realidades
transformadoras.
Es que el futuro de la
América antes española, librado a su propio desarrollo, no podía ofrecer
perspectivas halagüeñas; era necesario, por lo tanto, iniciar un proceso de
transculturación a través del asentamiento de contingentes inmigratorios. La
tarea no consistía en una transformación del ciudadano, sino más bien en una
transformación material de las cosas. Pero antes y sobre todo habría que
reconocer el fuerte lazo que existía entre América y Europa.
“Cada América ha sido y será lo
que es
El bienestar de ambos mundos se conciliaría casualmente y mediante un
sistema de política y de instituciones adecuadas: los Estados del otro
continente deberían propender a enviarnos, por inmigraciones pacíficas, las
poblaciones que los nuestros deben atraer por una política e instituciones
análogas. Ésta era para Alberdi la ley capital y sumaria del desarrollo de la
civilización cristiana y moderna de este continente; lo había sido desde su
principio, y sería la que complete el trabajo que dejó embrionario
Otro de los puntos
centrales de las ideas de Alberdi se encuentra en el rechazo a la política
imperial del Brasil, de los Estados Unidos de América y la denuncia de
El principal punto de
animadversión contra el Brasil se debía a factores de equilibrio continental y
por ello muchas veces aconsejó que la política de los países de Sudamérica
debía propiciar la división del Imperio. Lo denunció por ser punto de apoyo de
la expedición española. Ante ese peligro reclama que la Argentina,
“Ocupado el Plata por su influjo, el Brasil tiene tomado a las
repúblicas del Pacífico el camino de sus recursos militares y comerciales, para
el ataque y para la defensa, es decir, el camino de
La monarquía brasileña
no era para Alberdi siquiera de tipo europeo; de corte africano y basada en la
esclavitud, amenazaba convertir a los países de Sudamérica “en anexos de una ex
colonia de Portugal”. Se infiltraba por olas sucesivas, enviaba sus
establecimientos industriales y comerciales vanguardias encargadas de tomar
posición indirecta de sus vecinos, y luego sus inmigrantes, que significaban un
serio perjuicio, “porque en vez de poblarse con una raza inferior y ambiciosa
de expansión, podrían poblarse con las inmigraciones blancas, cultas y
desinteresadas de la Europa”.
No deseaba una política
agresiva contra el Brasil, al que
deseaba las mayores venturas mientras se mantuviera dentro de sus fronteras,
sino intentaba poner en guardia a sus adversarios contra un Imperio que,
impelido por la tradición colonialista y anacrónica del Portugal y por el
contorno geográfico, se movía inexorablemente en la misma dirección desde hacía
siglos.
“A la buena causa argentina
convendrá siempre una política amigable para con el Brasil. Nada más atrasado y
falso que el pretendido antagonismo de sistema político entre el Brasil y las
Repúblicas sudamericanas. Éste sólo existe para una política superficial y
frívola, que se detiene en la corteza de los hechos. A esta clase pertenece la
diferencia de forma de gobierno. En el fondo, ese país está más internado que
nosotros en el sendero de
La solidaridad
americana que reclamaba no exigía que se cercenaran los lazos con la Europa, que
tanto podía contribuir al adelanto de América con sus recursos y sus
inmigrantes, y menos la adhesión a la
doctrina de Monroe, que Alberdi denunció como substancialmente egoísta.
“Sólo por una credulidad imbécil
puede
“La doctrina y la política de Monroe
pareció un signo de querer entrar en esta vía de generosa participación en la
gestión de los destinos del mundo. Esa doctrina es, en cierto modo, el abandono
del aislamiento tradicional, pues haciendo suyos los ataques que
Evidentemente,
Estados Unidos era otro de los peligros para las Repúblicas de América del Sur.
“¿Qué interés real os vale la
simpatía de los Estados Unidos? Alianza militar, protección militar, no
esperéis de ellos en ningún conflicto. No nos dieron la más pequeña en la
guerra de
“La cooperación que Sud América no
recibió de Estados Unidos para conquistar su independencia de España, la
recibió de
“¿Si mis escritos hubieran obtenido todo lo que buscaban,
qué hubiese sucedido? Que hoy vivirían treinta mil argentinos enterrados en esa
guerra que nunca debió tener lugar; hoy contendría el Tesoro cincuenta millones
aplicables a las mil útiles empresas de mejoramiento material. El país no
conocería el cólera ni el vómito negro; vivirían las víctimas que han hecho
esas dos epidemias traídas por la guerra; el Paraguay sería paraguayo, en vez
de ser brasileño;
Alberdi
fue un fiel representante de la joven generación del ‘37 y como integrante de
ella tuvo el mérito de haber descubierto el camino de salvación frente a la
guerra entre las dos concepciones de vida que representaban los federales y los
unitarios.
Gracias
a su actitud inicial de dirigir su mirada hacia la realidad y la experiencia,
encontraría los datos para una interpretación más justa y desapasionada del
problema argentino, y de ella recogería las inspiraciones para postular una
política renovadora y vivificante.
Cuando,
en 1837, afirmaba en el Fragmento que
Rosas era “un representante que descansa sobre la buena fe, sobre el corazón
del pueblo”, no hacía sino expresar un hecho de la realidad que los unitarios
habían desconocido. La realidad del pueblo. Es que a la luz de las doctrinas
sociológicas que por entonces se difundían desde Francia, los hombres de
pensamiento descubrieron la existencia de un enigma previo a todo planteo
político: el enigma de la realidad social. Así, el problema no radicaba, para
Alberdi, en la persona de Rosas.
El
conocimiento de esta realidad, su tarea de autognosis, lo llevaría a postular,
conociendo qué fuerzas se movían en lo profundo para provocar esa adhesión
voluntaria a la tiranía, una política de largo alcance contra el tirano, contra
la tiranía y contra las circunstancias que hacían posible su existencia. La
preocupación de Alberdi y de su generación fue conocer a ciencia cierta cuáles
eran los caracteres sociológicos de esa mayoría, para adaptarlos a una forma
institucional que teniendo en cuenta su naturaleza, impidiese una nueva
tiranía.
Esta
generación propuso una política constructiva para el futuro, y si esa política fue
eficaz –recalquémoslo nuevamente– se debió sobre todo a que su interpretación
de la realidad tomó en cuenta elementos que la generación anterior había
desdeñado.
Varios
autores han sostenido que la discriminación entre lo político y lo social fue
el mérito mayor de esta generación al advertir que las soluciones políticas
carecían de fundamento si no se analizaba a fondo la realidad social. Y Alberdi
cumplió fielmente ese postulado.
Hija
de Mayo, esa juventud volvía a esos ideales para rastrear la huella del
espíritu revolucionario, olvidada en la
práctica, pero firme y profunda. Se preparó para la lucha en la proscripción y
cumplió su deber poniendo su inteligencia al servicio de lo que llamó la
“regeneración” del país. Regenerar al país era, ante todo, no volver a caer en
los viejos errores. Su punto de partida era claro: ni mera restauración de
viejos idearios fracasados, ni exageradas concesiones a la realidad espontánea;
la tarea debía lograr el triunfo de los ideales de progreso, sobre la base de
la transformación previa de la realidad.
La forma política no
podía encontrarse en ninguna de las formas sociales que existían por entonces y
que constituían dos concepciones de vida que habían enfrentado al país: la unitaria
y la federal. Dos tradiciones parecían hallarse en lucha en todo el proceso
histórico desarrollado desde la revolución: la hispanocriolla, heredada y
conservada con vigor por las masas rurales y los grupos conservadores, y la
europea (francesa especialmente) adoptada con ciega adhesión por las minorías
ilustradas.
Esta
nueva interpretación de la realidad y esta nueva política postulada para el
futuro triunfaron al fin: estaban arraigadas en los hombres que abatieron a
Rosas en 1852 y cristalizaron en
Juan
Bautista Alberdi fue el autor de esta fórmula prescriptiva que gozó de
perdurabilidad hasta alcanzar su cenit en el régimen político de la generación
del ’80. Por ello, no debe asombrarnos que fuera Roca quien, en los años
finales de la vida de Alberdi, intentase, aunque sin éxito, que el Congreso le
otorgase una pensión. Este gesto evidencia el reconocimiento de una generación
a la otra.
Fue
la fórmula alberdiana la que sirvió de guía a esta nueva generación para la
consagración exitosa de
[1]
Ciapuscio divide la obra de Alberdi podría dividirse en tres períodos según los
temas centrales que preocupan al autor: Filosófico (entre 1830 y 1840),
Doctrinario (desde 1840 y hasta 1860) y
Sociológico (Conf. CIAPUSCIO,
Héctor. El pensamiento
filosófico-político de Alberdi. Buenos Aires, Ediciones Culturales
Argentinas, 1985). Según Alejandro Korn (1983), el pensamiento
alberdiano habría constituido la ideología tácita de nuestra sociedad a lo
largo de tres generaciones, legando un mensaje de libertad, de paz y de
civilización (KORN, Alejandro.
“Filosofía Argentina”, en Influencias
filosóficas en la evolución nacional. Buenos Aires, Ed. Solar, 1983).
[2] Obras Completas. T. I. Fragmento preliminar al estudio del Derecho.
Buenos Aires,
[3] Obras Completas. T. I. Fragmento…
[4] Obras Completas. T. II. Veinte días en Génova.
[5] Obras Completas. T. I. Fragmento…
[6] Obras
Completas. T. III. Bases y puntos de
partida para la organización política de
[7] Escritos Póstumos. T. XV. Ideas, para presidir a la confección del curso de filosofía en el Colegio de Humanidades de Montevideo.
[8] Obras Completas. T. III. Bases y puntos de partida …
[9] Obras Completas. T. VII. Peregrinación de Luz del Día.
[10] Obras Completas. T III. Bases y puntos de partida …
[11]
Obras Completas. T. VIII.
[12] Obras Completas. T. II. Memorias sobre la conveniencia de un Congreso Americano.
[13] Obras Completas. T.III. Bases y puntos de partida …
[14] Obras Selectas. T.
XIII. Buenos Aires, Librería
[15] Obras Completas. T. III. Bases y puntos de partida …
[16] Obras Completas. T. VII, pág. 164
[17] Obras Completas. T. III. Bases y puntos de partida…
[18] Obras Completas. T. III. Bases y puntos de partida…
[19] Obras Completas. T. III. Bases y puntos de partida…
[20] Obras Completas. T. VII. Peregrinación…
[21]
Obras Completas. T. VI. Intereses,
peligros y garantías de los Estados del Pacífico en las regiones orientales de
[22] Obras Completas. T. VI. Intereses, peligros y garantías…
[23] Escritos Póstumos. T.
VII. América. Buenos Aires,
Universidad Nacional de Quilmes, 2002.
[24] Obras Selectas. T. XIII.
[25] Escritos Póstumos. T. IV. Del Gobierno de Sud América.
[26] Escritos Póstumos. T. I. Estudios Económicos.
[27] Escritos Póstumos. T.X. Ensayos sobre la sociedad, los hombres y las cosas de Sud América.