PROCESOS DE CONSTRUCCIÓN DE LAS REPRESENTACIONES SOCIALES EN LA ARGENTINA. 

Aproximaciones a una utopía social justicialista

 

                                                                                    Fabián Lavallén Ranea

 

 

Introducción

Durante el período del Peronismo Clásico (1946-1955), se formularon algunas de las expectativas colectivas, creencias, ideas y asociaciones simbólicas, más asimiladas por nuestra nación. Por intermedio de la prensa oficial y la propaganda (entre otros mecanismos), se difundieron e impregnaron en la comunidad de aquellos años muchas de las ideas que sobre el porvenir, sobre el pasado, y en general sobre la relación del individuo con el poder, que más se han impregnado en la clase trabajadora. Enfatizando algunos de estos elementos del Imaginario Social que se evidencian en la enunciación discursiva, en la difusión ideológica, o en la construcción de pautas comunes, podremos entonces direccionar ese caudal de elementos simbólicos y doctrinarios, en miras de esquematizar algunos de los aspectos más relevantes de la influencia que el peronismo proyectó sobre nuestro país. En dicha proyección, el gobierno pudo ir conformando toda una escenografía socio-política sobre la cual descansaría su visión de futuro, o lo que podemos ver como una suerte de “utopía social” que el régimen diagramó para los años venideros. Dicha utopía, no en el sentido despectivo e “irrealizable” del término, no fue esbozada integralmente en un solo trabajo, en un solo discurso, en una obra específica, sino que está desarrollada de manera  “dosificada”, por goteo si se quiere, a lo largo de miles de publicaciones, afiches, frases, revistas, trabajos, panfletos y libros de texto, que “inundaron” al pueblo, y fueron germen de nuevas expectativas.

 

Representaciones Sociales, Universos Simbólicos  y Utopismo Social

El concepto de “representaciones sociales” (RS), muy utilizado en las ciencias sociales, encierra en su significado la idea de una serie de construcciones simbólicas, vinculadas especialmente al campo colectivo. Como bien han analizado diversos autores, estas construcciones son a las que los sujetos “apelan” o crean para “interpretar el mundo”, para reflexionar sobre su propia situación y la de los demás, e incluso para “determinar el alcance y la posibilidad de su acción histórica".[1] Moscovici observaba que las mismas son "sistemas cognitivos que poseen una lógica y un lenguaje particulares”, que permiten descubrir la realidad y también ordenarla, en percepciones que son compartidas en una comunidad.  Por el contrario, para Durkheim, las representaciones colectivas son “formas de conciencia” que la sociedad de alguna manera impone externamente a los individuos, es decir, que es “compartida” esa imagen o representación, por un grupo de  individuos. A diferencia de estas, las representaciones sociales de Moscovici son elaboradas  por los propios sujetos sociales, es una producción y elaboración de neto carácter social. En el abordaje de Durkheim, el grupo “impone” la cosmovisión al individuo; en cambio, podemos decir que en la percepción de Moscovici el individuo “aporta” elementos de percepción propios, y no se opera sobre él un instrumento coercitivo como en la visión de Durkheim. Para Moscovici una RS se define por la elaboración de un objeto social por parte de toda una comunidad, por eso son parte de un proceso social,  y por eso también, sólo son posibles en sociedades en las cuales existe un discurso social, una comunicación que puede ser coincidente o divergente. La opinión pública, por ejemplo, propia de las sociedades modernas, incluye la idea de oposiciones y divergencias, y es en ellas donde se construyen las representaciones sociales. También las RS tienen una relación directa con la identidad social, la cual se solidifica cuando un grupo es conciente de su pertenencia,  de los reservorios de conocimiento y de “sentidos comunes”.[2]  Denise Jodelet sostiene que RS  se desarrollan de diversas maneras: a partir de imágenes (que aglutinan un conjunto de significados), o “sistemas de referencia” (a partir de los cuales podemos “interpretar” lo que se desenvuelve en nuestro contexto socio-mental). Son entonces una forma de conocimiento “socialmente elaborado y compartido”, orientado “hacia la práctica”, que concurre a la construcción de una realidad común a un conjunto social,  referidas a “algo y de alguien”, por eso es el vínculo, la acción por la cual un sujeto establece una relación con un objeto. Son producto de toda una construcción mental, en la que interactúa desde la historia particular de la persona en cuestión hasta sus propias producciones psicológicas, cognitivas y afectivas. Las RS son entonces el resultado de la condensación que una persona realiza de toda esa información intelectual y afectiva que se consolida en su propia percepción. Es una manera de ordenar y jerarquizar el conocimiento, el cual permite a la sociedad situarse en un “espacio discursivo común”, pero siempre en referencia, o en frente de una “realidad externa”, ante algo objetivo (exterior) al grupo mismo. Ello no necesita del común acuerdo de la totalidad colectiva, como dijimos, ya que puede haber disensos. Pero lo que sí es necesario -para comprobar esa “representación social”-  es la exposición “pública” de la misma, es decir, que debe ser enunciada y recibida por el conjunto.[3] A partir de lo dicho, queda claro que existen numerosas y trascendentes funcionalidades colectivas que las RS poseen, como la solidificación identitaria de un grupo, la conformación de patrones comunes (de conductas, valores, etc), la comprensión de la realidad y su explicación,  la incorporación de nuevos conocimientos, la facilidad del intercambio y la transmisión de opiniones, etc.  

Relacionado con este concepto, tenemos también el de Imaginario Social (IS), el cual se constituye  -como nos dice la investigadora Esther Díaz-  a partir de los discursos (aspecto simbólico), las prácticas sociales y los valores (aspecto concreto) que circulan en una sociedad.   El "imaginario"  actúa como regulador de conductas  (por adhesión o rechazo), y se trata de un  dispositivo móvil, cambiante, impreciso y contundente a la vez. Apunta la especialista citada que el IS “produce materialidad”, es decir, que “produce efectos concretos sobre los sujetos y su vida de relación, así como sobre las realizaciones humanas en general”.[4] El imaginario social no sólo se construye  a partir de las coincidencias valorativas singulares, sino que también, incluso a partir de las “resistencias”; por eso su proceso de conformación es sumamente complejo, a lo que debemos sumarle -siguiendo con Díaz- que una vez liberado de las individualidades, el imaginario social cobra  “forma propia”, instalándose  en las distintas instituciones que componen la sociedad en su conjunto. Sin duda, uno de los trabajos más importantes sobre imaginarios sociales lo constituye el de Cornelius Castoriadis, quien lo elabora en el clásico La Institución Imaginaria de la Sociedad. En dicha obra diferencia muy bien el imaginario de las sociedades míticas o simplemente religiosas, de las sociedades modernas donde existe una ideología, o “elaboración racionalizada y sistematizada de la parte manifiesta, explícita, de las significaciones imaginarias sociales”. Para Castoriadis la ideología sólo puede construirse a partir del desarrollo del Capitalismo, ya que la misma es el modo de organización de cierta parte del imaginario.[5] Es importante también en este caso citar el estudio desarrollado por Bronislaw Baczko, quien considera que para la construcción del mismo es indispensable la elaboración de un conjunto de esperanzas colectivas (la visión del futuro, el lugar que ocupará la nación en los años venideros, etc), como así también la identificación con una memoria común (la visión del pasado, las creencias sobre los ancestros y los orígenes, etc).

Es decir, que los imaginarios sociales serían una combinación del pasado y el futuro en las percepciones colectivas, teniendo este último, una consideración más importante desde una mirada política, ya que podría actuar como “escenario proyectivo” del presente. Por ello es que, por ejemplo, el pensamiento utópico, como idealización sobre lo que le depara el futuro a una comunidad, es sin dudas un aspecto clave de dichos imaginarios. En el trabajo de Andrés Huyssen, abocado a indagar sobre la “cultura de la memoria y el futuro”, el autor nos dice que al igual que el arte, el pensamiento utópico siempre “ha sobrevivido a los entierros prematuros, y en determinadas épocas ha protagonizado incluso resurrecciones bastantes espectaculares”.[6] Pues bien, la utopía justicialista (utopía no como “imagen ficticia” o proyecto irrealizable, como veremos, sino como “visión proyectiva” a corto plazo), ha generado una idea de “paraíso perdido” en los sectores desfavorecidos -y en el mundo del trabajo en general- el cual puede identificarse como imagen recurrente de “aquellos años”, que se afianzó durante el derrumbamiento (o desmantelamiento) del proyecto industrial justicialista. Podemos ver como a lo largo de los golpes militares, dictaduras, proscripciones, procesos des-peronizadores, etc, las referencias a “aquel pasado”, y a todo “aquello” que se había  proyectado durante el gobierno de Perón, es como una suerte de “evitar el presente” e inundar “lo epocal” con nostalgia, una referencia contra-fáctica, una sistemática reflexión sobre el “que hubiese pasado si…”, por parte de quienes se sintieron beneficiados con el régimen justicialista. Un que hubiese pasado si continuaba el “proyecto”, si continuaba Perón en el poder, si se materializaba integralmente la utopía social, que ya se acercaba, que ya comenzaba. La utopía de niños felices, obreros dignificados, mujeres realizadas cívicamente, ancianos eternizados en su reposo, con una Argentina como potencia, autoabastecida, integrada regionalmente. En definitiva, si se cristalizaba la promesa que quedó trunca, cuando casi parecía materializarse. Aunque el justicialismo ha moldeado una imagen de cómo pensar el porvenir de nuestro país, y aunque Perón estaba más habituado e interesado en elaborar toda una nueva forma de percibir e imaginar el futuro, tuvo que involucrarse también en las grandes discusiones sobre el pasado, lo que gravitará en los rasgos identitarios nacionales, y lo que comparten en el general muchos gobiernos occidentales de fin de siglo. Ana María Fernández  apunta que el conjunto de significaciones por las cuales un colectivo (grupo, institución, sociedad) se instituye como tal, es creando al mismo tiempo los modos de sus relaciones sociales y/o materiales, y también “sus universos de sentido”.[7] Considera que los imaginarios sociales efectivos o instituidos  forman parte de “la construcción de sus identidades”, componen  una figuración totalizante de sí misma, “marcan su territorio, delimitan sus amigos y enemigos, rivales y aliados”. Además, considera que muchas prácticas sociales como ceremonias, banderas, rituales, cánticos, himnos, etc (elementos clásicos de las formulaciones identitarias justicialistas) tienen en cada sociedad su sentido de relación con la legitimación o no de un poder, sólo si despliegan su solemnidad en los "cercos de sentido" que producen sus universos de significaciones imaginarias.  Estas ceremonias o rituales políticos permiten generar un rasgo identitario ante la percepción social de “pertenecer” a un todo inmediato, que se reúne, canta, enarbola, defiende, etc. Como ya lo analizaran Berger y Luckmann en su clásico trabajo sobre la construcción social de la realidad, el orden social se constituye como un producto humano de tipo constante, en una continua externalización. Para ello es indispensable la habituación. Todo acto “que se repite con frecuencia”, consolidando una pauta que luego puede reproducirse con economía de esfuerzos, es valido tanto para la actividad social como para la individual, ya que hasta el individuo solitario “en la proverbial isla desierta introduce hábitos en su actividad”.[8]  Esta continua externalización bien puede aplicarse a la ritualística política (analizada por Plotkin), lo que permite la habituación de la que hablamos. Este proceso (habituación) es anterior a la institucionalización, proceso último por el que los “productos externalizados” de la actividad humana alcanzan el carácter de objetividad. Berger y Luckmann  plantean que la conciencia retiene solamente una pequeña parte de la totalidad de las experiencias humanas, la cual se sedimenta como experiencias estereotipadas que perviven en la memoria, la cual incluso, se retiene “inter-subjetivamente” cuando varios individuos comparten una “biografía común”, incorporándose a un depósito colectivo de conocimiento.

Estos elementos nos permiten entender la conformación de un universo simbólico, el cual se concibe como “la matriz de todos los significados objetivados socialmente y subjetivamente reales”, compuesto por toda la sociedad histórica y la biografía de un individuo, los cuales se ven como hechos que ocurren dentro de ese universo. Pero, aunque este universo simbólico se construye mediante objetivaciones estrictamente sociales, su capacidad para “atribuir significados” supera el dominio de la vida colectiva; por eso es que una persona individualmente puede “ubicarse” dentro de esta matriz, aunque sea por intermedio de experiencias propias no sociales. El régimen justicialista no sólo logró otorgarle esta dignidad a los sectores sociales marginados, sino que permitió también consolidar una identidad propia, trascendente y promisoria, que pudo ver en la “promesa” de la “Nueva Argentina” un proyecto colectivo del cual serían los responsables, los artífices y los principales beneficiarios. Y como decíamos anteriormente, la dosificación de esa utopía fue por intermedio de un impresionante aparato de publicaciones oficiales, las cuales moldearan a modo de sedimentos las representaciones sociales de muchos argentinos.

 

Literatura popular en la Argentina

El peronismo ha logrado aprovechar la consolidación del “nuevo público lector”, como lo ha llamado Roger Chartier de Anales. En nuestro país la conformación de este “nuevo público” y su consecuente consolidación en el mercado editorial va a ser tardía, pudiéndose constatar toda una producción de obras de acceso para la mujer, el obrero y el niño, recién desde fines del siglo XIX o hacia comienzos del siglo XX.  En el desarrollo de las primeras décadas del siglo pasado (sobre todo desde los ´30), aparecen producciones dirigidas a todos los estamentos de los nuevos lectores, incluso se resquebraja el dominio que mantenían los matutinos históricos (La Nación y La Prensa), con la aparición del famoso vespertino Crítica de Botana desde 1931, y La Razón desde 1935.[9] Emergen publicaciones sobre muchas temáticas, desde espectáculos (Antena, Sintonía, La Canción Moderna, etc), hasta deportes (El Gráfico, Alumni, y Mundo Deportivo más tarde). Como así también aparecen otras  que contienen un poco de cada aspecto, como información, noticias, y actualidad de deportes, espectáculos, difusión literaria, sátira política, y hasta entretenimientos para niños (como Billiken, que desde 1919 es la primera  publicación de nuestro país que combina instrucción y entretenimiento). Con ejemplos como las populares ediciones de PBT, Caras y Caretas, Don Quijote, etc, el mercado de publicaciones periódicas se va ampliando notablemente hasta los años ´40, donde se pueden ver las publicaciones claramente dirigidas a la eventual clase media, como Tit Bits y Mundo Argentino, con la intermitente salida de los medios más clásicos y conservadores.[10] Más allá de un impasse durante la Segunda Guerra Mundial  -cuando desde 1939 hasta 1945 se vio dificultado el acceso al papel, y por ello muchas publicaciones  disminuyeron cantidad de páginas y tiradas-[11] luego del conflicto se recupera la producción que venía en asenso. Pues bien, como podremos observar, durante el Peronismo la producción gráfica masiva va a estar dirigida a todos los sectores del “nuevo público lector”, que se fue conformando en las décadas anteriores.

Toda la política cultural del gobierno buscará incorporar como “consumidores” habituales a aquellos que antes estaban marginados de las políticas culturales, al menos en estas escalas tan grandes. Incluso el régimen tendrá todo un desarrollo de bibliotecas populares, para lo cual crea una Comisión dependiente de la Subsecretaría de Cultura, la cual va a tener un extraordinario trabajo y dinamismo. Este fortalecimiento de políticas culturales abocadas a las bibliotecas no académicas puede cotejarse con el incremento del presupuesto de dicha Comisión, el cual aumenta en más del doble en pocos años.  Paralelamente, se desarrollaban programas de difusión cultural y de clara índole popular en el teatro, la radio, la música y la literatura, siempre prestando atención en el niño y el obrero.[12]

Dentro de esta búsqueda de “incorporación” cultural, como decíamos, el obrero será uno de los focos de dirección del gran aparato propagandístico, en el cual se fijaban normativas respecto de los mensajes que “deseaban transmitirse”, así como de la selección “de temas y figuras”, los circuitos de distribución de los materiales, y la formación misma de los equipos profesionales abocados a la creación de las piezas gráficas. Como nos dice Marcela Gené, de esta manera la producción de cientos de afiches y folletos, “centrados en la figura del trabajador como protagonista casi excluyente”, presentaba una serie de alternativas iconográficas. Podía ser el obrero  descamisado”, el  evocador de la epopeya del 17 de octubre, el trabajador industrial o rural, el obrero referente de la modernización industrial, o el obrero hombre de familia, en las piezas que hacían referencia a la justicia social, este último ícono peronista por antonomasia, “portavoz del nuevo orden que el naciente movimiento venía a encarnar”.[13] El mismo régimen que comenzó teniendo prácticamente todos los medios en su contra (como repetía el líder), irá consolidando una enorme red de publicaciones diarias, semanales y mensuales. Los ámbitos serán extensos, desde información política y general, hasta de entretenimientos y deportes, etc, a partir de la cual se ensamblarán las “diversas partes” de un rompecabezas gigante del imaginario social.

Mientras que la prensa no oficialista se constituye en el portavoz de la oposición, Perón decide contrarrestar este frente con varias políticas muy polémicas y de largo alcance. Entre las primeras decisiones adoptadas, podemos ver la sanción de  leyes, decretos y ordenanzas (hacia directores de diarios, e incluso periodistas), pero posteriormente, a través de la compra y expropiación de medios desde 1947,[14] se consolida lo que será  la famosa empresa estatal ALEA S.A., la cual irá creciendo paulatinamente con  el correr de los años.

No debemos olvidarnos que el aparato de propaganda de enormes tentáculos creado por el régimen llegará incluso a los ámbitos más impredecibles e inimaginables, como es el caso del sistema penitenciario, en el cual se asume que el recluso y el espacio carcelario eran también un auditorio  “ante el cual pregonar los logros de la Nueva Argentina”, y para lo que se había creado un periódico específico, el Mañana, el “difusor más consistente de la buena nueva de la Argentina de la justicia social”, con una evidente politización en función del imaginario incentivado por el gobierno.[15]

Uno de los escasos medios gráficos opositores que van a mantenerse durante el ciclo justicialista es el Diario La Nación, el cual desde el inicio del gobierno de Perón va a expresar cierto “carácter neutro”, pero paulatinamente, irá consolidando sus críticas como lo ha analizado Ricardo Sidicaro,[16] sobre todo a partir de  la segunda mitad de 1946, cuando el justicialismo inicie juicio político a miembros de la Corte Suprema de Justicia. Incluso hay una clara  bisagra en la relación Gobierno-Diario La Nación, a partir de 1948, cuando comienzan a discutirse eventuales proyectos de reforma constitucional, y por sobre todo, ya a partir de 1949, cuando la famosa constitución se materializa. A partir de estos años La Nación no esconde sus duras críticas en diversos ámbitos del gobierno, preferentemente en lo que hace a su política social e industrial, el estatismo característico del primer peronismo, y la “ideologización” de la Educación.[17]  La labor más importante de propaganda del régimen estará a cargo de la Subsecretaría de Informaciones y la Secretaría de Prensa y Difusión, las cuales editarán millones de ejemplares de carácter panfletario y laudatorio, y en donde Raúl Apold cumplirá un rol estratégico desde la Dirección General de Difusión. Como nos dice Horacio González, a la luz de “su propia visión” el régimen peronista fue “un conjunto de videncias en torno a la historia, entre angélica y reparadora”, postulándose su carácter “iluminado, maravilloso, ejemplar”.[18]  En cuanto a la producción literaria en sí, Ana María Risco  apunta que hacia fines de la década del cuarenta y principios del cincuenta, se instaura “en el interior del campo cultural”, la clásica antinomia que ocupará  un lugar central en nuestra cultura: “lo popular” frente a “lo culto” (o “lo ilustrado”), identificando a los sectores trabajadores con los primeros, y a los intelectuales liberales con el segundo grupo. [19] Desde el punto de vista estético, Risco observa que lo que podemos llamar “generación del cuarenta”, presentaba entre otras características a escritores con rasgos propios del neorromanticismo (con tono elegíaco y nostálgico), que toma temáticas referidas a la ausencia del amor, la infancia, la tierra natal, y una “actitud de revalorización de lo nacional”.[20] Estos escritores tendrán una enorme difusión  -incluso informal-  en el interior de nuestro país, a los cuales se pliegan poetas, artistas, pensadores y escritores autodidactas, que tomarán al Peronismo y la transformación social acaecida con él, como un rasgo propio de su producción o como eje específico de su arte.[21]  A pesar de ello, no podemos ver homogeneidad en dicho campo intelectual. Como apunta la especialista, un grupo de escritores se acerca claramente a las propuestas del gobierno justicialista, sobre todo a esa búsqueda de una Universidad que no sólo reproduzca elementos culturales exógenos, sino que también, en palabras de Perón, sea “creadora de cultura”. [22] Estos intelectuales comparten “muchos de los postulados oficiales”, e incluso algunos se adhieren públicamente al régimen. Entre ellos, Risco cita a los conocidos Leopoldo Marechal, Horacio Rega Molina, José María Castiñeira de Dios, Oscar Ponferrada, y la notable escritora María Granata, de quien tomaremos el  interesante trabajo Pueblo y Peronismo. 

En la imagen que comienza a formarse sobre los intelectuales durante el Peronismo, se agiganta esa brecha entre cierto “elitismo liberal” expresado a través de los medios hegemónicos representativos de la “alta cultura” (La Nación, La Prensa, Revista Sur, etc), y los oficialistas que critican  la sesgada expresión cultural de estos. Lo que más les critican a estos “ilustrados” es su impronta aristocrática, lo que también criticarán a un importante sector universitario, donde el régimen tuvo claras complicaciones para influirlo con su propaganda, y consolidar una imagen legítima. Como nos dice Silvia Sigal, la penetración y sobre todo “la eficacia de la propaganda del régimen fue infinitamente menor en la Universidad que en la enseñanza primaria y secundaria”. [23] Podríamos decir que lo reconocido como  “mundo intelectual” le da la espalda al régimen, y como dice Flavio Fiorucci, estos describieron al peronismo como “un régimen inhóspito para la vida cultural e intelectual”. [24]

Las transformaciones sociales y políticas que se operan a lo largo del siglo XIX van condensando en el público lector ciertas proyecciones y especulaciones sobre el desenvolvimiento del mundo, tanto en el futuro lejano, como también en el futuro más inmediato. Por eso, el “recurso” acerca de los futurismos, que buscan explicar cómo se daría el desarrollo político en los tiempos venideros “si ocurriese” tal cosa, “si se implementara” un proyecto socialista, “si triunfaran” los movimientos anarquistas, etc; esto genera toda una corriente al interior de la literatura, donde más allá del valor estético o literario, lo que se pone en evidencia es la pugna ideológica que comienza a estar en juego en el campo intelectual. Esto puede observarse claramente en el socialismo utópico, que tan impactante será para el imaginario social contemporáneo y que tanto dista de las configuraciones utópicas más antiguas.

 

El utopismo y las esperanzas colectivas

La utopía clásica es la leyenda  o relato sobre una isla perdida, en la que una “sociedad perfecta” es ignorada por el resto de la humanidad. Estos rasgos  se deben en enorme medida a la herencia de Tomás Moro, aunque es importante tener en cuenta los antecedentes griegos (La República de Platón), y  Medievales (El Edén, Cucaña, etc). Pasando por el estado utópico de Platón, basado en la razón y estructurado jerárquicamente, de vida sabia y austera, a  las Utopías Religiosas  (San Agustín) y las Utopías Populares  (El país de las Manzanas,  El Mundo de los niños, El paraíso de los pobres, La montaña de azúcar, etc) de la Edad Media, es durante el Renacimiento cuando ante  la desaparición del Feudalismo, la formación de las ciudades y el “Descubrimiento de América”, se justifica una nueva elaboración de utopías.[25] Aunque sin ser estrictamente Utopías, se enmarcan en el terreno utópico también obras literarias del siglo XVIII como Robinsón Crusoe, Los Viajes de Gulliver, y Emilio, las cuales poseen una enorme carga ideológica y política, elementos profundamente analizados en el clásico trabajo de Arnold Hauser.[26] Hasta ese momento puede observarse una notable diferencia  entre las utopías  de la Edad Media y las Modernas del siglo XVIII. En la Edad Media, la utopia era un  paraíso maravilloso e imposible, en cambio en el siglo XVIII,  la utopía es menos celestial, e intenta  ser puesta en práctica (de las que son un ejemplo las utopías pedagógicas), rasgo analizado  en su momento por Lewis Mumford,  lo  que lo  lleva a sostener que dicha diferencia tiene su eje principal  en que las primeras son “castillos imposibles”, y las segundas, proyectos de maestros de obras, arquitectos, que nos ayudan  a construir una casa “que colme nuestras necesidades esenciales”.[27] Durante el proceso de cambio del siglo XVIII hacia el siglo XIX, aparecen las utopías de Thomas Spence (Descripción de Spensonia), y de Francois Noel Babeuf (Manifiesto de los iguales), las cuales  corren paralelas a las tres grandes revoluciones: La Revolución Francesa, La Revolución Industrial,  y la Independencia de los Estados Unidos. Ahora, luego de tan profundos cambios, las utopías (principalmente en Francia) contienen toda una carga política dirigida  hacia las masas trabajadoras (tanto campesinas como ciudadanas), lo que las diferencia notablemente de todas las elaboraciones anteriores. Toda esta nueva corriente va a conocerse como Socialismo Utópico, y aunque está orientada  a la clase obrera, no puede decirse que estaba aún bien definida.[28]

La  segunda  mitad del siglo XIX se caracteriza por una serie de nuevos intentos  de utopías,[29] pero fundamentalmente hacia fines del siglo, y como parte de una serie de especulaciones sobre las sociedades futuras  -para algunos llamadas “utopías cientificistas”-[30] entre las cuales destacaríamos las de Sir Bulwer Lytton  (La Raza Futura), [31] la de Samuel Butler (Erewhon), y  la obra de  Edward Bellamy  (El año 2000. Una visión retrospectiva). Este último será una bisagra notable, ya que según Eric Fromm, leer este libro es importante no sólo porque nos da una visión imaginativa “de cómo podría organizarse una sociedad racional, sino también porque nos muestra todos los problemas con los que nos enfrentamos hoy día”.[32]  El año 2000 tendrá un éxito de ventas atípico, incluso en nuestro país,  éxito que no sólo se debe  al mérito literario  -como dice Teodoro Reinach en una introducción de 1890-  sino que también  por las ideas “que pone en movimiento”.[33] Bellamy tendrá un impacto trascendental, y llegará a nuestro país de manera intermitente con notable influencia.  El  año 2000,  puede tomarse como ejemplo del cambio de perspectiva, lo cual es importantísimo para el imaginario social argentino,  al  situar  ahora  la utopía en el futuro, y no en lugares exóticos. Ya  con esta serie de obras podemos hablar  de un  “imaginario social”, que recurrentemente  especula sobre la evolución de la  sociedad ante las nuevas tecnologías. Como nos dice  Bronislav Baczko, “los sueños de una sociedad distinta ya no están ubicados en islas imaginarias, sino que es en el futuro  donde la esperanza los proyecta como si estuvieran al alcance de la mano.”[34]

Ahora no sólo tenemos una serie de escritos de intelectuales que siguen un único proyecto, sino que  el lector  reclama estas consideraciones sociales, e impone  una reelaboración de esta suerte de “futurismo social”. Y el futuro mismo, nos dice Margarita Gutman, “en cualquiera de sus formas, integra siempre, con mayor o menor  peso, la vida y el imaginario de toda sociedad”.[35]

Según Félix Weinberg,  existe en la Argentina una “tradición utopista”. Para el  investigador existe por lo menos desde la generación de 1837, enclave en el cual tuvo marcada influencia  el conde Saint Simón.  El período finisecular del SXIX estuvo caracterizado en nuestro país por una frondosa especulación  sobre los escenarios futuros y eventuales posibilidades que se le abrían a la Buenos Aires del 900, especulaciones que según Gutman,  “califican a la sociedad” que las construye,  y hablan más  de una forma de conocimiento, de un diagnóstico y de una crítica a la sociedad en la que emergen, de sus ilusiones y de sus miedos, que del  futuro estricto que proyectan. En los postreros instantes del siglo XIX  existía un interesante abanico de obras que pensaban la Buenos Aires futura, no sólo de autores argentinos.[36] Félix Weinberg  en  Dos Utopías Argentinas de  comienzos de siglo,  analiza  la “utopía socialista” de Julio Dittrich  (Buenos Aires  en 1950, bajo el régimen socialista), y la “utopía anarquista” de Pierre Quiroule (La ciudad anarquista americana).  En esta última, según Diego Armus, hay  rastros bien marcados de Rousseau y de William Morris. Para Weinberg, la influencia de varios de los autores que hemos mencionado es incuestionable, fundamentalmente la de Edward Bellamy,  H. G. Wells,  y como ya mencionáramos, la de Morris (News from Nowhere). Estas dos utopías,  anticipan “imaginariamente” cambios sociales de proximidad inmediata en determinados países, a cuya  implementación podría llegarse, si se aplicaran mecanismos previsibles.  [37]

Es de destacar varios puntos en referencia a esto último mencionado por Weinberg. Primero que se enmarca en esa serie de obras que “especulan” con la implementación de medidas tendientes a modificar la realidad, y segundo, en que el público lector obrero es el principal foco de tales especulaciones. Este futurismo va de la mano con las transformaciones que se están operando en la fisonomía  de las ciudades. Transformaciones que no tienen antecedentes en la operatoria urbana de Buenos Aires, y que son de  una envergadura  nunca antes vista por esta parte del mundo: la inauguración del subterráneo, el comienzo de la construcción del puerto, y la apertura de las dos diagonales desde la Plaza de Mayo. Sin duda, que si de “programas utópicos” hablamos,  hay quienes  hasta especularon en cómo solucionar -de cara al futuro-  las recurrentes epidemias que asolaban a Buenos Aires. El problema de la higiene, como lo analiza Diego Armus,[38] está presente en la literatura de “anticipación” urbanística en  la  Argentina.  Entre todas estas, la que más  se destaca es la  de Aquiles Sioen (Buenos Aires en el año 2080. Historia Verosímil). Este autor imagina una Buenos Aires con un monumento conmemorando “la derrota de la tuberculosis”,  y  al igual que la utopía socialista de Dittrich,  hace referencia a la enfermedad como un dato del pasado.[39]  En 1919, Emilio Coni publica La ciudad argentina ideal o del Porvenir. En ella expresa la vocación por el orden y reforma de las condiciones ambientales de la urbe porteña.  Su ciudad modelo era  el resultado de “una visión que apuntaba a contener y acomodar los embates de una cuestión social decididamente inocultable”, como la de armonizar los problemas urbanos generados en el marco de la expansión económica agroexportadora, y la asistencia  de los sectores populares urbanos, que las oleadas de inmigración había hecho crecer.

Ahora bien, ante el resquebrajamiento del  modelo liberal a partir de la década del `30,  y las transformaciones que opera Stalin en la Unión Soviética en el período de entreguerras, el ideario utópico parece desencontrarse con ciertas propuestas clásicas, y ese público lector que, gracias a la labor de editoriales socialistas, ha despertado su interés en las proyecciones futuras y está deseoso de “escuchar propuestas”. A partir de la decadencia del imaginario liberal, el peronismo logra construir una nueva alternativa utópica, esta vez, en asociación con el Orden Cristiano y Humanista.

Como bien sabemos, el primer gobierno de Perón fue “profundamente cristiano” (como a él le gustaba definirlo) y católico, tanto en lo ideológico como en lo político, lo que puede corroborarse en los estudios de Lila Caimari. El estado benefactor que comienza a constituirse a partir de la década del 30 es un estado que busca ofrecer las garantías sociales de vivienda, educación, salud y trabajo, que se asocia con los valores humanistas y cristianos, para ofrecer una “nueva clase” de utopía social, con una comunidad organizada, regulada y armónica, donde se amplifique la idea de democracia y ciudadanía, incluyéndose a los sectores no comprendidos en el viejo orden de la democracia “restringida”.  Aquí la prédica del utopismo estará muy vigente. Incluso, la influencia del socialismo utópico se puede observar en muchos proyectos de infraestructura destinada a la “Justicia Social”,  donde son emblemáticos, por ejemplo, los casos de  Ciudad Evita (especie de “Ciudad jardín” peronista), o la “República de los Niños”. El peronismo, recordemos,  hasta tuvo su propio justiciero social de ficción, el arquetípico José Julián, el cual era una suerte de personaje ambiguo, “entre el detective y el superhéroe”,  sin superpoderes ni “transformaciones”, excepto “una increíble capacidad de sobreponerse a golpes y torturas espantosas, gracias a una lealtad inquebrantable y la guía de su líder que no le permite desvíos”.[40]  Julián perseguía a los “traidores a la patria” por cuenta propia, como un descamisado consagrado a resguardar al movimiento y las buenas causas del peronismo. Para Gené, la situación social y política en aquellos años “no podía ser más propicia” para lanzar las aventuras de un trabajador peronista, con elementos casi pedagógicos, apuntando a un público tan especial.[41] El Peronismo, por intermedio del complejo sistema de publicaciones oficiales del que hemos hablado, pero también desde discursos, construcciones materiales, imágenes, promesas, y hasta por qué no, de políticas inmediatas, supo construir su propia utopía, pero en el sentido del socialismo utópico decimonónico, es decir, en el sentido de un “proyecto realizable”, el cual cautivó las expectativas colectivas de los sectores beneficiarios de las principales políticas del régimen, generando toda una “mutación cultural” en la historia argentina,[42] y sedimentando imágenes, íconos, proyectos en el imaginario colectivo. Al caer el régimen a manos de la Revolución autoproclamada “libertadora”, la utopía quedo trunca en lo inmediato, pero permaneció como promesa, como el no lugar que “ellos” no permitieron construir. Los “otros” conspiraron, desmantelaron la Argentina que debía ser. Esta Utopía Peronista, al no fracasar como determinadas experiencias políticas contemporáneas, por ejemplo por implosiones internas, se solidificó como una “eterna promesa” de regreso, dándole muchos años más de pervivencia al proyecto político.

 

La construcción del pasado y el futuro: de una “memoria colectiva” a la utopía social justicialista

Inicialmente, desde el golpe de 1943, entre los objetivos más importantes planteados por el GOU estaba la unión espiritual de los cuadros de la propia institución. Consideraban que las circunstancias que vivían era un momento de gravedad excepcional “como no ha habido otra”, según puede verse del reconocido trabajo de Potasch.[43] Luego de un inicial comportamiento autoritario por parte del  régimen (prohibición de partidos políticos, estado de sitio, censura y persecución ideológica), desde 1944 comienzan grandes replanteos y transformaciones en el gobierno, donde va a tener protagonismo el Coronel Juan Domingo Perón. Con su triple cargo de  Secretario de Trabajo y Previsión, Ministro de Guerra y Vicepresidente, Perón será el nervio más activo de dicha transformación, consolidándose como el resguardo del “nuevo estado de cosas”. Como enfatizaba Perón por intermedio del enorme sistema de propaganda que se irá consolidando a partir de 1946, las reivindicaciones logradas por los trabajadores ya son una “norma instalada” en el Estado, y nada ni nadie podrá “volver atrás”.  Perón ya desde el período 1943-1946 irá conformando toda una difusión, y una búsqueda clara de explicar lo alcanzado y lo proyectado.  Estas tareas la comenzará desde la inicial Secretaría de Trabajo y Previsión, y la Jefatura de Difusión y Propaganda.[44]

La dirigencia obrera, que se mostraba inicialmente escéptica, asume que la figura de Perón posibilitaba  el asenso social y las mejoras en las condiciones generales de la clase. La fuerte movilización social que se operará en nuestro país [45] a partir de la “revolución peronista” (como le gustaba autorreferenciarla al propio régimen)[46]  transformará para siempre las estructuras sociales argentinas, acelerándose el deterioro de los vínculos tradicionales, lo cual se materializa también en gran medida por las condiciones externas del capitalismo. Ante la crisis del sistema global y su impacto en el modelo de crecimiento hacia fuera del Estado argentino, el Populismo se convertirá en una de las vías de “reacción política” regional. [47] El inicial proceso sustitutivo, la implementación de políticas industriales, la urbanización acelerada, y la consecuente transformación en las áreas del transporte y  comunicación, alimentarán el notable proceso de embrionamiento de una “nueva sociedad” argentina. [48] El resultado de todo esto será la emergencia de un estado argentino con grandes obligaciones y una fuerte participación en la vida social, donde las expectativas y las esperanzas de la clase trabajadora, referidas a la misión del gobierno para con ellos, germinarán sueños y deseos proyectados hacia el futuro. La histórica postergación de las demandas de los sectores marginados por parte de la oligarquía había hecho proyectar los sueños de los sectores populares hacia un “futuro lejano”. En cambio ahora, con un gobierno que materializa las grandes transformaciones demandadas en el corto plazo, y reproduce por intermedio de discursos, imágenes y sonidos el perpetuo reclamo de los postergados, se acerca esa lejana “era dorada” hacia un futuro más inmediato, hacia una escala temporal mensurable y más real.  Es por eso que el peronismo se presentará ante la crisis institucional como una fuerza contraria al orden de cosas existentes, y como régimen fundante de un nuevo orden, que unifica en un solo agente transformador (el Líder) las atomizadas demandas de diversos sectores. Este nacionalismo de masas  repite predicas que ya existían desde mucho antes de la emergencia del Justicialismo, pero con la clara “ventaja” –en palabras de Daniel James- de ser un discurso articulado desde “una posición de poder estatal”.[49]

Este “nuevo orden” que emerge con el Peronismo pretende dejar atrás el pasado inmediato (oligárquico, restrictivo, elitista, etc), pero sí considerarse como “continuador y heredero” de un proyecto nacional más antiguo, el iniciado en Mayo, más allá que, como veremos, en la construcción de las Representaciones Sociales referidas a su proyecto político, a Perón le interesaban más las referencias acerca del Futuro promisorio, que del  complejo Pasado. La vía reformista intermedia que proponía Perón, con fuerte presencia del estado en la regulación social, económica y política, lo hacía atractivo tanto para aquellos que desconfiaban del capitalismo, como para aquellos que temían una Revolución Socialista en nuestras tierras, ya que no amenazaba el principio de propiedad privada. El mismo Perón desde iniciado su gobierno, hasta incluso el proceso final de su poder, deja permanentemente en claro que el ciclo por él protagonizado es una auténtica Revolución,[50] como puede verse en la edición de la Doctrina Revolucionaria en 1946, donde enfatiza la necesidad imperiosa de contar con una doctrina clara, identificable en cada uno de sus puntos,  y con “un solo intérprete”, su fundador.[51] Perón, por intermedio de estos documentos, expresaba ser un "custodio" de aquellas visiones y representaciones del pasado (además de las del presente y del futuro), que iban en consonancia con las nuevas pautas, y que deben ser “restauradas”, recuperadas, ante el camino perdido y desviado de las últimas décadas. Para esto también, como ya fuera analizado en destacados trabajos, el régimen  consiguió hasta una "apropiación simbólica" del espacio urbano y del pasado nacional, de indudables dimensiones.[52] Como nos dice Ana María Fernández, controlar el pasado "es gobernar el futuro", y en la proyección de la utopía peronista, era indispensable “atar” y complementar el porvenir con el proyecto de Mayo. Mariano Plotkin, analizando la celebración del 17 de Octubre, observa que esa fecha se diferencia del simbólico 1° de mayo, fundamentalmente en que es estrictamente peronista, sin connotaciones que la preceden.[53] Este autor ha demostrado cómo la conmemoración del “día de la lealtad” fue transformándose a lo largo de las diversas evocaciones, en un proceso muy complejo donde el régimen “redefine” sus significados. Incluso, expresa que la citada fecha va perdiendo paulatinamente su carácter conmemorativo, hasta convertirse en un ritual en el cual se recrea la “comunión simbólica entre el líder y el pueblo peronista”, solidificándose como parte esencial del imaginario político, y cumpliendo una doble función: por un lado, crear una unidad simbólica entre los participantes (“que se reconocen a sí mismos” como miembros de una determinada comunidad política), y por otra parte, como ocurre en determinados regímenes, los rituales cumplen una “función de exclusión”, privando de legitimidad como contendientes políticos  “a quienes no participan de los mismos”. 

Por esto último, es que el gobierno puede hablar de un “ellos”, o un “otro”, el anti-pueblo, lo que invariablemente, se direcciona en un caudal  de  respaldo simbólico a quien emite dicho mensaje.[54] Todo este proceso, incluso, va a redundar en una suerte de “monopolio del espacio simbólico público” (la propia Plaza de Mayo, por ejemplo), donde los íconos  nacionales son intrincadamente relacionados con los símbolos del justicialismo,  para permanecer inseparables. [55] Paralelamente a esta construcción por parte de la propaganda del régimen, los medios gráficos opuestos al gobierno por aquellos años (La Nación y La Prensa fundamentalmente) expresan cierta sorna, ironía, o crítica encubierta sobre tales prácticas. Minimizando determinados acontecimientos (como el propio 17 de Octubre), o directamente omitiéndolos, estos medios  (y sobre todo La Prensa) van a evidenciar su fastidio o directa oposición a las representaciones que el régimen trata de moldear.  Apoyado en un caudal de lealtades nunca vistas en la historia política argentina, el gobierno transformará los esquemas mentales de la época hasta llegar a un punto de no retorno,  consolidando este cambio con la definitiva incorporación de las masas a la esfera pública, y la consecuente recomposición de los símbolos nacionales.  Es por eso que también el andamiaje iconográfico del Peronismo (como puede verse en los trabajos de Santoro) es clave para observar estas resignificaciones, así como los  mensajes  tendientes a  expandir su caudal  comunicativo  (radiales, gráficos, etc). 

Como un intento de aproximarnos a la ideología peronista en el proceso de construcción del Imaginario Social, sería crucial observar el discurso político, no sólo por ser una dimensión fundamental para el estudio de la ideología en sí, sino que también porque  evidencia como forma de expresión y reproducción la interacción social  que la ideología contiene. Sin  pretender “reducir” la  ideología al estudio del discurso, pretendemos con este acercamiento a la enunciación, al uso del lenguaje y la comunicación en general, esbozar el proceso de reproducción de los componentes mentales en una serie de prácticas  sociales específicas, sin menospreciar otras.  Muchos  analistas críticos del discurso toman como punto de partida para sus investigaciones  la idea de que el lenguaje es un medio de dominación,  por lo tanto, es  entre otras cosas una “fuerza social”. Habermas al igual que Foucault consideraba que el lenguaje sirve a los fines de legitimar las relaciones de poder organizado.  Van Dijk  sostiene que  las ideologías caracterizan “los principios sociales esenciales y sus fundamentos,” como por ejemplo las normas y valores subyacentes a las estructuras y la formación de actitudes; es decir, que “constituyen la representación del corpus mental de los objetivos e intereses fundamentales de un grupo, bien sean sociales, económicos y/o culturales.”[56]  Pues bien, uno de los aspectos más evidentes de  la comunicación que el líder justicialista elaboró durante toda su vida política es  la claridad que su mensaje ha tenido para cada uno de sus auditorios.  Perón ha sabido “adaptarse” al ámbito de sus escuchas. Alberto Ciria, en uno de los trabajos más reconocidos sobre el Peronismo,[57] al analizar el lenguaje de Perón, consideraba que el líder practicó un estilo de comunicación verbal “sumamente apropiado”, sobre todo, para establecer  una serie de lazos directos entre su función o cargo, y las masas “no del todo homogéneas de partidarios”. Ciria  destaca la evidente  “habilidad expresiva” de Perón (la cual era destacada desde hacía varias décadas), lo que le permitía  emitir una suerte de mensajes personalizados. Del pormenorizado análisis de Ciria, podemos extraer un grupo de   características definitorias  del discurso peronista, donde destacamos: el englobamiento de los opositores en el mote de “Ellos”; el posicionamiento en el mismo ambiente y plano de su auditorio (habilidad de adaptación); la utilización permanente de refranes, metáforas, dichos populares, anécdotas, y hasta cierto paternalismo evidenciado en ponderación de “consejos”; una  “relativa innovación” de vocabulario que modificó en cierto sentido el léxico político nacional; la popularización de términos “rescatados” del léxico argentino, más ciertos neologismos con larga trayectoria  en América Latina; referencias permanentes a la modificación del estilo de vida, fundamentado en una suerte de bisagra producida por el 17 de Octubre; cierto “mimetismo expresivo” que permitió la formación de un lenguaje común para los distintos auditorios como “eco de sus propias voces”.

Eliseo Verón considera que uno de los tantos elementos que se repiten en la enunciación peronista es la construcción de su posición de enunciador como la de “alguien que llega”.  Verón toma ejemplos de textos de la década del 40, del 50 y del 70, donde el líder experimenta un posicionamiento de alguien que arriba a una realidad totalmente nueva, proviniendo de un ámbito distinto al nuestro.  Perón viene de "afuera", de una exterioridad difusa. Esa “llegada” está dada por un servicio que el líder “debe” como soldado a su pueblo. Este punto no sólo es interesante por la aparición del universo metafórico militar, sino porque también porque ya empieza a esbozar una  estructura retórica sumamente profunda, que podemos extenderla al ámbito de la visión universal,  como veremos en el último apartado. Recordemos que  toda  estructura retórica  (también llamadas “figuras de estilo”) sirven  para manejar la atención de los receptores, y que por lo general son metáforas, ironías, comparaciones, etc, ya sea para dar o quitar énfasis a algún elemento del discurso. Eso, según Van Dijk, es parte de la “comunicación persuasiva”, la cual desempeña un papel sumamente importante en la manipulación ideológica.[58]  

El cambio de un nivel al otro  -sostienen Sigal y Verón-  es una auténtica “ruptura”, por lo cual la puesta en marcha de  todo el gran proyecto peronista es “una especie de vaciamiento de la historicidad concreta propia a la sociedad anterior del proyecto”. Es una redención operada por el líder, héroe del cambio, actor esencial de la ruptura, motor de la transformación hacia la nueva era.  Esto hace que el régimen exprese desde diversas temáticas las evidencias de semejante cambio abruto. Es por eso también que no han quedado prácticamente espacios sociales donde el Peronismo no haya generado un cambio fundamental en lo que hace a la comunicación. Incluso, como lo analiza  Mario Lattuada, en el espacio del campo Perón diagramó una importante re-significación de su discurso.[59]  

Su  “llegada” es desde todo punto de vista un momento especial de la historia, es la “hora clave” del pasado del país, es el comienzo del momento patriótico, y  "el final" del momento político. Esto implica una desvalorización de la política, la cual es “superada” por la instancia justicialista. Como hemos visto a partir de nuestro análisis, tanto en el orden doméstico como también internacional, el régimen expresaba que existía anteriormente una situación de “injusticia”, o de desorden y caos que el peronismo ha venido a mitigar, a ordenar. La etapa anterior a su llegada no sólo es “política” y desvalorada, es también el momento de desunión, de una lucha permanente de argentinos contra argentinos, y como apunta Perón,  su  llegada está asociada a la idea de  unidad definitiva. La unidad pasa a ser el primer objetivo, el primordial de la misión impuesta al “humilde soldado” (como puede verse también en la base orgánica del G.O.U. según los trabajos de Potasch). Al colocar su objetivo en una instancia de superación, y por ende también a su doctrina, toda disputa estrictamente “política” que se le oponga no está a la altura de una causa casi trascendente, y que se encuentra “por afuera” del ámbito político. La misión del régimen, y por ende de la Tercera Posición que es complementaria a esta, tiene un objetivo tan trascendente que está más allá de las valoraciones mundanas e inmediatas. Es en este contexto que debemos entender el significado superador de la Tercera Posición.

 

Cultura popular, educación y propaganda

En el ciclo histórico iniciado en el 43 y consolidado en el período 1946 – 1955, se pueden distinguir según Julián Landi, dos formas diversas de la cultura popular. La primera se observa en la convivencia ciudadana: donde aparecen nuevas “pautas de asociación colectiva” (en la esfera laboral y política), en las diversiones mismas (bailes de carnaval, competencias deportivas, etc), como así también en el turismo social argentino, una construcción material y psicológica de enorme impacto en las representaciones del trabajador.  Una segunda forma de cultura popular que se inicia en aquellos años proviene de la “selección y especial lectura de los mensajes recibidos  a través de los medios de comunicación masivos: diarios y revistas, libros de kiosco, radio, cine, teatro, salas de espectáculo”. [60] El "imaginario", que como dijimos actúa como regulador de conductas  (por adhesión o rechazo), es un  dispositivo móvil, cambiante, impreciso y contundente a la vez, que “produce materialidad”, es decir, que “produce efectos concretos sobre los sujetos y su vida de relación”, lo que implica que dicha regulación simbólica ejerce un poder real sobre el comportamiento colectivo.[61] En el caso del Peronismo, el caudal de elementos simbólicos emanados por el régimen, absorbido por las instituciones formales e informales, va a permanecer en estas (y a continuar viviendo) aún posteriormente a la caída del régimen, adquiriendo procesos de cambio propios y autónomos, y alcanzando lo que podríamos denominar una "mitificación"  arraigada en  la memoria popular. El "dominio general"  de la imaginación social (como lo han intentado muchos regímenes políticos), el Peronismo lo ha alcanzado de una manera inaudita en nuestro país, deslegitimando por intermedio de las nuevas formas de cultura popular toda actividad o formulación ideológica que no garantice la perdurabilidad del  régimen. Incluso, muchos llegan a asumir que si algo es “popular”, irremediablemente debe ser peronista. Es por eso que el peronismo, como queda representado en las “verdades fundamentales”,[62] no es simplemente una formulación política o social, es toda una filosofía de la vida; por ende, atentar contra ella es denunciar las nuevas formas que ya ha adquirido  -y aceptado-  la sociedad misma. Como el propio Perón decía, el Peronismo es  una “nueva orientación del pensamiento”, no una organización partidaria. [63]

Como apuntábamos del trabajo de Berger y Luckmann, los órdenes institucionales se ven ante la necesidad permanente de “poner una valla al caos”. Sabiendo que todas las sociedades construyen sus universos simbólicos con el temor que sus sistemas se desplomen, de que existe una amenaza recurrente a su propio modo de vida y valores, es que en muchas oportunidades los regímenes buscar afirmar su imagen como “garantes” del mundo que han organizado,[64] es por eso que puede decirse que la realidad “se define socialmente”, pero tales definiciones “siempre se encarnan”.  El régimen peronista apeló en su discurso permanentemente a hechos fundacionales de la Historia Argentina, expresando el “cambio fundamental” que se operaba con el advenimiento del Justicialismo. Este discurso político pudo incluso hasta  resignificar en cierta medida  -como demuestra el estudio de Cucchetti-  elementos propios del  Cristianismo. La identidad política construida por el peronismo, también  mediante las conmemoraciones, el escudo, la marcha, etc., tendrá una respuesta  exitosa por parte del público receptor, ya que como lo ha analizado inicialmente Ciria, las metodologías de transmisión de mensajes será sumamente  “diversificada y compleja”, no limitándose solamente a la práctica política estricta,  extendiéndose  hacia la estética, el arte, la arquitectura,  la educación, etc. En esa misma Educación, por ejemplo, como fuera analizado por Adriana Puiggrós y Jorge Bernetti, el régimen comienza desde 1943 siendo “sumamente explícito” respecto de su posición adversa con un orden liberal, demostrando cierta preferencia por el autoritarismo militar. Ya a partir del primer gobierno de Perón, los conceptos fundamentales del discurso pedagógico giraban en torno a la idea de que se estaba gestando una “Nueva Argentina”, expresado por la prensa oficial de manera intermitente.

Esta nueva patria debía “ordenar” las relaciones sociales, para lo cual era necesaria toda una nueva armonía cultural, como instrumento organicista de la realidad nueva, también coordinada y dirigida por el propio líder. Perón, en gran medida, ocupa el espacio de “fundador” de esta instancia, como ya dijimos. Merecería todo un capítulo aparte la “peronización” de la educación, pero no podemos dejar de mencionar que se implementan, en complemento con la nueva búsqueda de armonía cultural, las reformas educativas del primer gobierno de Perón, reformas ya analizadas entre otros por  Adriana Puiggrós.[65]  

Finalmente, para entender la aceptación del imaginario social justicialista es necesario tener en cuenta la aparición de nuevas ideas, expectativas y utopías que empiezan a construirse en la sociedad argentina de aquel tiempo, ante la crisis social y política del liberalismo. Como lo investigaron  Fortunato Mallimaci y Roberto Distéfano, la crisis del consenso liberal  comenzó a resquebrajar los “sueños y sentidos” que tanto las elites dominantes como así también bastos sectores sociales habían construido anteriormente. La búsqueda de alternativas a las utopías liberales burguesas, generan un cuestionamiento del orden simbólico en general. Es por ello que se produce una revitalización de utopías desde distintas miradas ideológicas,[66] y donde encuentra una coyuntura propicia la conformación de la utopia justicialista, como hemos querido  caracterizarla. Recordemos que la sociedad de comienzos y mediados de siglo XX era muy permeable a esta “búsqueda” de utopías y proyecciones sociales, a partir de la frondosa literatura que desde el siglo XIX recorría a la intelectualidad, e incluso, al “nuevo público lector” consolidado (el obrero, la mujer y el niño), al que el Peronismo va a dirigir su enorme  aparato de propaganda, y donde la construcción de la “nueva” Utopía tendrá mayor significado y trascendencia.

 

La visión del pasado

Para Perón era más importante relacionarse con el heroico pasado  “más difundido y establecido”, como lo constituía la Nueva Escuela Histórica, que acercarse a las visiones conflictivas de la heterodoxia.[67] Numerosas investigaciones dan cuenta de ello, incluso que la filiación del peronismo con el revisionismo de manera integral es posterior a la caída del líder, cuando la proscripción y el mote de “segunda tiranía” por parte de la dictadura de la Revolución Libertadora, asimile ya de manera  mucho más firme al peronismo como reedición del rosismo.[68]    Como lo han analizado Bernetti y Puiggrós,  para entender los conceptos esenciales del discurso pedagógico peronista, es necesario observar que existía un modelo orgánico de estado-sociedad que Perón consideraba primordial llevar adelante. Según los autores referenciados, los “diferentes registros discursivos” que Perón consideraba necesarios para poner en marcha el nuevo proyecto de país están sintetizados en el discurso del 14 de noviembre de 1947, el cual dio en ocasión de su nombramiento como Doctor Honoris Causa de la universidad nacional.[69] Durante el primer peronismo las referencias al pasado en los discursos políticos tanto del gobierno como de la oposición alcanzan una “suerte de apoteosis” como modalidad discursiva, según las palabras de Quattrocchi–Woisson.[70] Según la especialista, la oposición hace una clara identificación del Peronismo como la “segunda tiranía”. Dicha categorización, puede observarse sistemáticamente desde las publicaciones de La Vanguardia, ya de manera muy temprana.[71] Incluso el  famoso Libro Negro de la segunda Tirania,[72] (realizado por el régimen de la Revolución Libertadora) explora esa asociación entre “dictadores”. Como nos dice Woisson, la identificación entre Rosas y Perón por parte de la oposición es llevada a su paroxismo en oportunidad de cumplirse un siglo de la batalla de Caseros (3 de febrero de 1952). Esta última se pregunta qué reformulación de la nacionalidad aportaba el peronismo, y encuentra como respuesta que ante todo “la nacionalidad” se vuelve “en sí” una prioridad: vivir como argentino, sentirse argentino, producir y consumir lo argentino.

El parlamento, como decíamos, se transforma en un recinto de atípicos debates historiográficos, a partir de los cuales se irá popularizando el revisionismo en las filas oficialistas muy de a poco. Tengamos en cuenta que la mayoría de los diputados del régimen son hombres sin experiencia política o académica, ya que muchos de ellos provenían del sindicalismo, razón por la cual se adentran en un debate sobre el pasado argentino que era “exclusivo” de los intelectuales y académicos. Esto permite entender cómo los enormes avances del revisionismo se dan en el campo de la divulgación, pero llamativamente alcanzan un avance institucional “a medias”, en lo que hace a las universidades. El revisionismo será respaldado por el régimen,  lo que le va a permitir desarrollar un importante trabajo en el sistema de prensa y servicios de informaciones oficiales, de los que podemos mencionar a los diarios Tribuna, El Líder, Democracia, la Revista Hechos e Ideas ya comentada, y el expropiado diario La Prensa desde 1951.  Es por eso que en el trabajo de Woisson  se enfatice tanto el hecho que los progresos del revisionismo durante el gobierno de Perón son más considerables en el terreno de la “memoria histórica”, y a pesar de que ganan muchas batallas simbólicas e institucionales, no logran volverse por ello la nueva historia oficial.

Son incontables los documentos que desde el oficialismo hacen referencia a la situación fundacional que implica el Peronismo con respecto a nuestro pasado. Desde el enorme aparato de propaganda se consolida toda una imagen  refundadora del proyecto emancipador originario, para lo cual es necesario autorreferenciar el proyecto político en curso, como hilvanado a lo planteado por los padres fundadores. Por esto, la figura del General José de San Martín es sin dudas la más importante, lo que  queda patentado desde el año de 1950, cuando se cumple un siglo del paso a la inmortalidad del Libertador. Las referencias a San Martín son permanentes, sobre todo en momentos en que era necesario enfatizar las directrices esenciales del nuevo proyecto, y cuando es necesaria la selección de esta figura como tipo ideal de argentino, como modelo,  “arquetipo”  según palabras de Perón, como ocurre en un famoso “Mensaje a la juventud” difundido por todo el país, donde queda en claro que San Martín no sólo es una vida para admirar desde el bronce, sino un modelo de imitación.

El régimen difundió toda una forma de interpretar el pasado en cientos de publicaciones oficiales,[73] donde era permanente la sistemática reiteración del “cambio que implicaba” el Peronismo para el desarrollo de nuestra política, nuestra cultura, nuestras ciencias, nuestro arte, hasta incluso el deporte. Un conjunto de estas publicaciones, en una serie de ediciones de destacada calidad material y gráfica, hace una suerte de raconto de la política, la diplomacia, las letras y las ciencias. En cuanto a la Historia, resalta la coyuntura que implica el justicialismo como alcance de la “independencia económica”, paso que se complementa con el proyecto de mayo.[74]

Como lo ha estudiado Aversa recientemente, el gobierno se consagró en “una relectura del pasado próximo (principalmente los años 30)”, con el fin de señalar el “final definitivo” de una etapa de “humillación y segregación” de los sectores populares operada por la oligarquía. [75] La misma idea de transformación integral se imprime desde las publicaciones oficiales referidas, en lo relativo a las letras  y la cultura de nuestro país. Por primera vez hay una valorización completa de las “manifestaciones autóctonas” de nuestro arte, estimulándolo en su desarrollo, y consolidando un espíritu de unidad desde estas expresiones. [76]

 

El porvenir: la utopía social

Las consideraciones ideológicas de Oscar Ivanisevich acerca del futuro de nuestro país muestran una fuerte convicción en un destino promisorio donde la Argentina “colmada de bienes naturales”, gracias a la providencia, “desenvolvería sus diversas industrias para bastarse a sí misma”[77]. Esta mirada de pujanza, como la llamaba Altamirano, se acrecentaron en el ciclo que va de 1946 a 1949, donde las “proclamas, medidas y actos gubernamentales alegóricos” alcanzaron “el rango de emblemas” de la Nueva Argentina, [78] La “utopía peronista” se construye durante la primera presidencia de Juan Domingo Perón, puntualmente desde 1946 hasta 1950. Período durante el cual Perón reforzará el sector industrial de la economía “a costa del sector agrícola” según varios autores, otorgándole al  estado un papel central y decisivo en la reglamentación de la economía, y redistribuyendo el producto bruto nacional a favor de la clase trabajadora.  Este cambio tuvo que ser regulado también por intermedio de la propaganda, la cual comenzó a “explicarle” al trabajador que no se había alterado el rumbo económico, y la forma de entender el desarrollo de la Nación. El indicador más elocuente de todo esto fue el cambio de actitud hacia los Estados Unidos a partir de 1953.  Algunos autores consideran que  es  a partir de ese momento en que  comenzó a restringirse la “revolución social del peronismo”, lo que deberá ser disimulado en el discurso oficial.

Paralelamente a las transformaciones económico-sociales, las imágenes emanadas desde el régimen buscaban explicar permanentemente al obrero el alcance de las realizaciones, y captar a este “trabajador”, consolidando  una suerte de  figuras ideales  del  “descamisado” argentino que “apoya” el proceso de cambio. Podemos ver, a partir del trabajo de Marcela Gené ya comentado, cómo el peronismo mediante su discurso hegemónico elaboró una “estrategia visual” de autorrepresentación, formulando toda una  selección de tradiciones de representación disponibles, e incluso re-significando o adecuando algunas de ellas.  La autora, especialista en la estética y la propaganda justicialista, en una entrevista reciente destaca que la propaganda peronista “rompe con el mensaje laborista”  que tenía el socialismo hasta esos años, al instalar al obrero “en un presente feliz”, es decir, en un momento de realización de lo prometido, e incluso, un presente venturoso del que “se dan garantías de perpetuidad.” Cuando a la investigadora le preguntan si toda esa utopía justicialista no es siempre “exclusivamente propaganda,” ella es enfática al considerar que no debería considerarse a la propaganda como un “mero lavado de cerebros”, ya que también “actúa sobre los deseos”, los cuales, ahora, con las realizaciones del régimen, son expresados como deseos inmediatos, no del futuro. [79]

Si se quiere, el peronismo construyó  una  tríada de oficios sacramentados, tal como el orden feudal tipificó al labrador, al monje y al guerrero.[80] En nuestro caso, el modelo tipo es el “obrero”, hombre ideal justicialista, enarbolando tres órdenes especiales de esos oficios que representan cabalmente el estereotipo del  trabajador argentino: el obrero industrial, el peón rural, y la enfermera,  imágenes “condensadas” según las palabras de Gené, en esa totalidad social que es la familia, elemento indispensable de la representación  social  justicialista.  Incluso se elabora una “estrategia visual” de autorrepresentación, formulando toda una selección de tradiciones de representación disponibles, adecuando algunas de ellas.  Juan Carlos Torre también profundiza esta idea, considerando que  hasta  incluso  el “proceso de democratización del bienestar” al que asistió la Argentina en aquellos años puede ser “condensado” en la imagen de la familia típica, que se irradia permanentemente en la propaganda oficial y los libros de lectura. Esa familia modelo es la que se tomará como ícono de todas las próximas familias argentinas la organización nuclear estereotipada hacia la cual fluyen las clases emergentes, con un Padre con trabajo, pero con tiempo de ocio, con una madre dignificada pero preocupada por los quehaceres domésticos, y con los hijos, escolarizados y en plena etapa de aprendizaje. En esa proyección de la Argentina hacia el futuro armónico que el discurso oficial expresa  -de la cual hay realidades inmediatas que comienzan a materializar la utopía-  se ve como puntales emblemáticos la  famosa “dignificación” de la mujer, como decíamos (por ejemplo a través del voto femenino), y la “protección de la infancia”, donde el famoso lema del “privilegio único de los niños” constituirá toda una bandera.

Como puede en una de las producciones gráficas más difundidas del gobierno sobre el tema, titulada “Infancia Privilegiada”, Perón  advierte sobre “la importancia de la niñez en la vida futura del hombre”, detallándose el proyecto del gobierno de “universalizar las conquistas sociales”, tomando como paso inicial el ideal de alcanzar en el mediano plazo una “República de Niños Felices”. En el futuro próximo, según Perón, ya “no nacerá el niño argentino en la cama colectiva o sobre el piso de un rancho”, para lo cual se dispone de los monumentales proyectos hospitalarios,[81] que como bien dice el reconocido trabajo de Sidicaro, en contraste con lo que se había realizado durante el intervencionismo conservador, “los políticos peronistas institucionalizaron un sistema público de mejora de la equidad social”, dirigido a satisfacer las expectativas de los sectores sociales que les daban el apoyo político y electoral.  Difunde incluso Perón, en varias publicaciones, la formación de toda una generación de líderes que, “leales, decididos y disciplinados”, [82] custodiarán el buen ejercicio de los derechos alcanzados para la mujer y el niño.[83]

Como hemos dicho, esta nueva patria se consolidaba con un claro  “re-ordenamiento” de las relaciones sociales, para lo cual era necesaria toda una nueva armonía cultural, y donde sobreviene toda una “peronización” de la educación.  En complemento con esto, como ha quedado evidenciado en las páginas anteriores, con la crisis del “consenso liberal” comenzaron a resquebrajarse los sueños y sentidos que las elites dominantes habían construido, lo que dio paso a cierta búsqueda de alternativas a las utopías liberales burguesas, generándose todo un cuestionamiento del orden simbólico,  al que el Peronismo va a dirigir su enorme aparato de propaganda.

Como han analizado Lila Caimari, Adriana Puiggros, Piñeiro Iñiguez y otros autores, Perón tiene una predica  cristiana  en su discurso y en su formación intelectual desde que se desempeña como docente en la Escuela Superior de Guerra, pero ahora, a partir de su ascenso como figura política dominante, comienza a asociar los valores cristianos a su proyecto de una “Nueva Argentina” de manera mucho más evidente. La idea de orden social y orden cristiano se transforman en conceptos fundamentales del discurso político peronista. Recordemos también  el importante dato que enfatizan Mallimaci y Distefano, referido a que el laborismo proclama la candidatura  Perón – Quijano en el santuario de la Virgen de Luján:  es  ahora la Virgen de Luján quien protege y apoya al candidato laborista (…) un nuevo universo simbólico se está gestando donde lo religioso católico adquiere un lugar central como legitimador, dador de identidad y factor de unidad espiritual”. [84]

Esta nueva simbología le va permitir a Perón incorporar a católicos antiliberales y anticomunistas, que se identifican con la composición social y la cultura popular del insipiente movimiento, entre los cuales se destaca el emblemático sacerdote jesuita Hernán Benítez. Según el trabajo de Humberto Cucchetti, Benitez es uno de los máximos responsables en la construcción de esa suerte de utopía católica que consolidaba el Peronismo. Gracias a Benitez se profundiza la idea de que el Peronismo incorpora una alternativa nueva, donde el “obrerismo cristiano” pone a resguardo a la Argentina  del “comunismo de izquierda”.

Según Cucchetti, Perón se permite  insinuar  a partir de 1950 en sus discursos que cierto sector de la Iglesia se “ha desviado de su recorrido”, y el movimiento  permite reubicar o direccionar a la propia Iglesia. Las resignificaciones de todo este simbolismo nacional y del propio movimiento peronista comienzan a construir el Mito de la Nación Peronista organizada, donde la Justicia, la Libertad y la Soberanía reemplacen como lema cualquier fraseología anterior. La  “Nueva Argentina”, compuesta por esa “masa trabajadora” ahora incluida como “ciudadanos”, con plenos derechos constitucionales, proyectaba un progresivo desarrollo de beneficios a los actores sociales ascendentes. Movilidad social que podía observarse fácilmente, por ejemplo,  en  la  nueva participación política, inusitada, que ahora tenían las clases bajas. En la utopía proyectada, la ampliación de beneficios; la extensión de los derechos sociales, del ordenamiento social en general, del crecimiento del poder del estado argentino; la universalización de los principios que permitieron  distribuir la riqueza, “humanizar el capital”, y privilegiar a la infancia, conformarían los bastiones para los proyectos políticos venideros. Pero para eso, era imprescindible que los integrantes del movimiento debieran ser plenamente conscientes de las transformaciones operadas en la Nueva Argentina, y de las diferencias “que existen con el pasado”, pero asimismo, que pudieran explicar y difundir esa nueva realidad, como está bien detallado en las Jornadas Doctrinarias de los últimos años del gobierno, donde el tema central de disertación era justamente sobre el conocimiento “de la Nueva Argentina”, destacándose  “lo realizado”,  y las “diferencias existentes con el pasado”.[85]  “Antes” el gobierno sólo atendía las necesidades de un grupo, y el resto de la comunidad, sobre todo los jóvenes, estaba “adormecida” en su interés por explorar las posibilidades de desarrollo que permitiría el estado argentino.[86]

 

En este esquema de la justicia social, también están presentes permanentemente los elementos cristianos y humanistas de esa nueva sociedad en construcción, como bien lo difunden varios folletos del régimen, donde se toma como piedra angular a la Fundación Eva Perón.[87] Incluso, donde se establece que “los derechos de la ancianidad contienen todos los elementos de una nueva y elevadísimo doctrina, en la que se han conjugado armónicamente los principios rigurosos de la justicia social con los evangélicos conceptos de la emoción cristiana”.[88] Los alcances de los nuevos beneficios sociales (de los cuales Eva Perón era la imagen preponderante del régimen, como responsable y promotora de los mismos por intermedio de la famosa fundación que llevara su nombre), luego de la muerte del artífice, seguirán estando “custodiados” desde la trascendencia, como queda expresado en otro folleto.[89]

Como destaca Daniel Santoro, las imágenes referidas a la transformación social del peronismo siempre tienen cierta “meticulosa ingenuidad”, en colores rosa apastelados, salvo cuando se  hace referencia  al “pasado oprobioso”, donde aparecen los grises y las sombras.[90]  Según palabras de Horacio González, Santero ha logrado captar el  “ideal utopístico de la afichería peronista, tomado del realismo socialista”. [91]

La Argentina, que marcha a “la universalización de las conquistas sociales”, con estas leyes de protección ya existentes, asegura un cuidado especial también a la futura madre “obrera o empleada”, a lo que se debe agregar “una serie casi infinita de otras conquistas surgidas de la simple estabilización de un verdadero orden social,”[92] el cual, recordemos, hasta tiene su propio custodio urbano, a modo de justiciero.

La mujer, como venimos viendo,  junto con el obrero y el niño, son los pilares de la imagen de la utopía social y la dignificación del futuro inmediato. Como puede leerse en el difundido Hogar de la Empleada, si en la mujer descansa uno de los apuntalamientos “donde la humanidad forja su familia y descendencia,” el documento se pregunta, “¿las muchedumbres de jóvenes muchachas que trabajan, ¿no son justamente el potencial mas fecundo de la humanidad? Alguien debía pensar en todo esto. Debía surgir la hora del hogar y la alegría para las mujeres que trabajan. Alguien debía cuidar con amor el rostro fecundo del futuro. Luego establece que si un hogar es una familia, “y una familia es, antes de nada, madre, cariño y ayuda”, entonces un hogar es síntesis de “fuerza y ternura”, todo lo que representa la mujer argentina y peronista. Sólo en esos pilares puede reposar la utopía social, en un hogar resguardado por esa mujer tierna y segura. Un hogar es el “impulso poderoso hacia el porvenir”.[93]  Destaca el trabajo, que Perón y su Doctrina han llevado adelante, sobre todo la tarea de liberar el Pueblo de su quietismo, de su pasividad frente a los más impostergables problemas nacionales, poniéndolo en movimiento “como una fuerza armónica y singularmente dotada de afirmativos valores”.  Es esa “vieja siesta” de la que ya hemos hablado, en la cual la burguesía ha eternizado la dominación clasista. Ahora, con el “despertar justicialista”, es solo dentro de esta nueva dinámica, por intermedio de la cual ha despertado el “espíritu de solidaridad y patriotismo”, superando día a día incluso las funciones que le son propias, y  la significación moral de su “posición ante el mundo.” Es una doctrina de movimiento, un devenir de mejora y reposicionamiento permanente, de elevación progresiva.

Esta mejora, esta “evolución” y “elevación progresiva” que permite el ejercicio de la doctrina dinámica justicialista, conjuntamente con la búsqueda de una libre determinación del Pueblo que busca el movimiento político,  permite que el Pueblo sea “el creador de su propio destino”, ya que incluso el líder, en la visión de Granaba, simplemente es un intérprete de la voluntad colectiva, intérprete que nunca debe olvidar que el pueblo crea a la par suyo. La condición mas valiosa del conductor es, para la escritora, su capacidad de interpretar la voluntad popular en “todo lo que ella significa, en su relación con el presente y en su proyección hacia el futro”, en su necesidad presente  y en su esperanza sobre el destino.   

 

Conclusiones

Todos aquellos escenarios que proyectaban los constructores de mundos imaginarios en el futuro, en la estética justicialista se materializa con un panorama visual que combina las “realizaciones alcanzadas” por el régimen, con todo “lo prometido” para el corto plazo. Los planes quinquenales, a través de los monumentales manuales gráficos de difusión, son la apoteosis de esta mixtura entre lo realizado y lo realizable. “Utopía” y “proyecto” se naturalizan, se ensamblan, a partir de imágenes que, justamente, buscan proyectar la utopía.

Si observamos por ejemplo las imágenes que adornan los boletines de difusión de Las realizaciones argentinas en el orden económico, del Servicio Internacional Publicaciones Argentinas (SIPA), podemos ver cómo se yuxtaponen bocetos de la argentina futura o (la Nueva Argentina) con dibujos y fotografías de la Argentina “real” de la época.[94] En este texto se esbozan las realizaciones del gobierno en materia de producción agropecuaria, colonización, producción industrial, producción minera, obras hidráulicas, transportes y comunicaciones, donde se combinan sistemáticamente fotografías reales y bocetos futuristas, acercando, como decíamos, lo realizado y lo realizable.  Incluso para darle mayor valor utópico, o mejor podríamos decir edénico, el mismo texto enfatiza que la voluntad tesonera de los trabajadores argentinos, conjuntamente con el gobierno y las potencialidades del país, transforman a la Argentina en horas en que en el mundo se debaten “en la pugna fría de los imperialismos”, su ejemplo venturoso “de oasis de paz y de trabajo”.

Estas imágenes permiten, como vimos, que en la sedimentación que condensa el universo simbólico, se absorba para los resquicios de nuestra memoria una doble imagen y funcionalidad de la utopía, de esa extraordinaria “era dorada” donde se alcanza la realización integral del proyecto justicialista. Es un doble mensaje incorporado a las representaciones sociales del mundo trabajador. Por un lado, es la “promesa” del futuro de la república proyectada, donde los beneficios sociales ya alcanzarán irremediablemente a todos, y donde los custodios de ese orden de justicia social serán los propios trabajadores, empapados de la Doctrina y el catecismo político, sin necesidad de que el líder y fundador del movimiento se eternice como guardián de todo el sistema. Pero por otra parte, las generaciones futuras que sobrevienen al ciclo peronista asumen esas imágenes no como lo proyectado, que al corto plazo se realizaba, sino que por el contrario, como parte de lo que “había sido” la epopeya justicialista, de todo lo que había sido nuestro pasado hasta que “ellos” interrumpieron el buen curso de la república libre, justa y soberana.

Esas imágenes, esas fotos, gráficos, descripciones, constituyen un elemento más que esencial de las representaciones sociales del justicialismo, ya que se incorpora entonces, como la era dorada proyectada (utopia) y también como la era dorada perdida, donde además de hombres felices, niños privilegiados, mujeres dignificadas, y ancianos en descanso activo, existía una Argentina tercerista, ofrecida al mundo para su recuperación y desarrollo.

 

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[1] Vasilachis de Gialdino Irene (1997), La construcción de representaciones sociales: el discurso político y la prensa escrita, Barcelona. Gedisa.

[2] Moscovici, Serge (1979), El psicoanálisis, su imagen y su público, Buenos Aires. Huemul. Para el autor apuntado, las RS son entonces "un sistema de valores, de nociones y de prácticas relativas a objetos, aspectos o dimensiones del medio social, que permite, no solamente la estabilización del marco de vida individuos y los grupos, sino que constituye también un instrumento de orientación de la percepción de situaciones y de la elaboración de respuestas".

[3] En toda RS existe una idea de pertenencia, en donde son cruciales  los valores del grupo, los cuales solidifican las ideologías, las normas y las conductas aceptadas en el seno de la comunidad.  En este punto hay muchas variantes para considerar a las RS. Para algunos analistas puede ser considerada la expresión de “una sociedad determinada”, de un grupo que comparte experiencias, percepciones, condiciones, deseos, carencias, sueños, anhelos. Para otros las RS pueden ser consideradas una “forma de discurso”, una situación comunicacional que expresa la pertenencia social de los sujetos que componen al grupo. Para las visiones más sociológicas, como está expresada por Pierre Bordieu, las RS pueden ser actividades donde se reproduzcan los esquemas de pensamiento “socialmente establecidos”, visiones esquematizadas por las ideologías dominantes. Por ello la importancia, como ya citáramos, del discurso y la comunicación. 

[4]  Díaz, Esther (1998); La ciencia y el imaginario social. Ed.Biblos. Buenos Aires.

[5]  Castoriadis, Cornelius (1975): La institución imaginario de la Sociedad. SXXI. Barcelona.

[6] Huyssen, Andres (2001); En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de globalización. Ed. Fondo de Cultura Económica. Bs. As.

[7] Fernández, Ana María (2007): Las lógicas colectivas. Imaginarios, cuerpos, multiplicidades. Ediciones  Sin Fronteras. Bs As. p.30.

[8] Berger, Meter y Luckmann, Thomas (1995); La construcción social de la realidad. Amorrortu Editores. Bs. As.

 

[9] Uno de los grandes impactos populares lo consigue El Mundo, que contrasta con la solemnidad y seriedad de La Prensa, La Razón y La Nación desde 1928, diario de formato chico, y más económico. Ver para este tema el extenso trabajo de Ulanovsky, Carlos (2005); Paren las rotativas. Diarios, revistas y periodistas. Historia de los medios de comunicación en la Argentina. Emecé. Buenos Aires.

[10] Ulanovsky, Carlos (2005); Paren las rotativas. Diarios, revistas y periodistas. Historia de los medios de comunicación en la Argentina. Emecé. Buenos Aires.

[11] Ulanovsky cita la particularidad sobre la costumbre que aparece ante la disminución del papel prensa por aquellos años, de “prestarse” el diario de mano en mano.

[12]  Fiorucci, Flavia (2007); La administración cultural del peronismo políticas, intelectuales y estado. Latin American Studies Center. University of Maryland, College Park. Working Paper No. 20. (http://www.lasc.umd.edu/Publications/WorkingPapers).

[13]  Gené, Marcela (2008), José Julián, el heroico descamisado. En: Nuevo Mundo, Mundos Nuevos, Debates. 2008.  (http://nuevomundo.revues.org/index30547.html).

[14] Algunos de esos medios que se incorporan a la reproducción del discurso oficial son  Democracia, Noticias Gráficas, Crítica, Mundo Argentino, Selecta, El Hogar, Mundo Deportivo, Mundo Agrario, Mundo Atómico, Mundo Infantil, Mundo Radial, Caras y Caretas, P.B.T, y el diario La Prensa desde 1951.

[15] Caimari, Lila (2004): Apenas un delincuente. Crimen, castigo y cultura en la. Argentina, 1880-1955, Siglo XXI. Los reclusos por supuesto también leían La razón de mi vida de Eva Perón.

[16] Sidicaro, Ricardo (1993); La política mirada desde arriba. Sudamericana. Bs As. p.200.

[17] Sidicaro, Ricardo (1993); op. cit. p. 206

[18] Gonzáles, Horacio (2007): Perón, reflejos de una vida. Colihue. Bs As.

[19] Risco, Ana María (2008); Escenarios conflictivos en la conformación de una página literaria. En: Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid.  (http://www.ucm.es/info/especulo/numero39/esceconf.html).

[20] Los escritores que se apartan de esta primera vertiente, se identifican al poco tiempo con el  invencionismo y surrealismo.

[21] Ranea, Eduardo (1951): La Palabra Nueva: justicialismo. (Obra de teatro). Inédita. San Vicente. 

[22] Perón, Juan Domingo (1948); Problemas Políticos, Sociales y Económicos de la República Argentina. En: Revista Hechos e Ideas. Año VIII. T.XIII. Junio de 1948.

[23] Sigal, Silvia (2002); Intelectuales y Peronismo. En. Nueva Historia Argentina. Tomo VIII: Los Años Peronistas. Sudamericana. p.507-510.

[24] Fiorucci, Flavia (2007); La administración cultural del peronismo políticas, intelectuales y estado. Latin American Studies Center. University of Maryland, College Park. Working Paper No. 20. (http://www.lasc.umd.edu/Publications/WorkingPapers).

[25] Posteriormente habría que citar como referentes de este “modelo” a Bacon (La Nueva Atlántida),  Samuel Hartib (Macaria), Campanella (La Ciudad del Sol),  Andreae (Cristianópolis), Harrington (Oceana), y Henri  Neville (La Isla de los Pinos). Entre las más destacadas del siglo XVII, tenemos en Francia a Cyrano de Bergerac (El otro mundo), y la pedagógica obra de Fenelón (Las Aventuras de Telémaco).

[26]  Hauser, Arnold (1999); Historia Social de la Literatura y el Arte. Debate. Barcelona.

[27]  Mumford, Lewis (1965); La Historia de las Utopías. Buenos Aires.

[28] Dentro de esta corriente puede encontrarse al Conde Henri de  Saint Simón  (Carta de un habitante de  Ginebra a sus contemporáneos,  y la famosa  De la organización europea), quien tendrá una importantísima fidelidad  de seguidores en nuestro país, incluso desde  época temprana. Escritos como los de Saint Simón, y en general los de los Socialistas Utópicos, sitúan ahora sus  utopías en el futuro, y no en lugares exóticos o inhóspitos. Sin dudas uno de los  socialistas utópicos más importantes fue Charles Fourier (1771-1837),  quien elaboró una fuerte crítica  a la sociedad burguesa  (El nuevo mundo industrial, Teoría de los cuatro movimientos, etc.).  Criticó duramente  el parasitismo de los comerciantes, los abusos de la competencia liberal, el poder de los monopolios, los errores de la agricultura, y la proletarización de las masas. Fourier le ha dedicado un importante espacio a las “consideraciones sobre la alienación” derivada de la monotonía en las fábricas, la esclavitud de las mujeres, y la corrupción política y moral,  doctrinas muchas de las cuales fueron  continuadas por el discípulo Victor Considérant (El Destino Social del hombre), que ha tenido un notable impacto en los Estados Unidos, hasta inaugurarse toda una corriente conocida como fourierismo, entre los cuales se destacan el filósofo Emerson, y el incasillable Henri Thoreau (Walden), quien propuso  el establecimiento de colonias para “probar la razón del socialismo utópico”.

[29] Luego del impacto de las obras de Marx y Engels -quienes mantuvieron frecuentes relaciones con varios socialistas utópicos-  la crítica marxista  no se hace esperar. Engels puntualmente (El Desarrollo del socialismo, de la utopías  a la ciencia)  los acusa de  que sólo proponían ideales de sociedad  en abstracto, olvidando que el comunismo  “verdadero” consiste  en la realización  de objetivos históricos y concretos.

[30] “La utopía cientificista tuvo numerosos cultores en la literatura rioplatense del siglo XIX, sobre todo a partir de la publicación de Looking backward or The year 2000 (1888) de Edward Bellamy, texto modélico del género. Entre los principales ejemplos destacan Buenos Aires en el año 2080 (1882) de A. Sioen, El socialismo triunfante o Lo que será mi país dentro de 200 años (1898) de Francisco Piria (fundador, dicho sea de paso, de la ciudad uruguaya de Piriápolis), y Buenos Aires en el siglo XXX (1891) de Eduardo de Ezcurra, obra que centrará nuestro análisis.” Abraham, Carlos Enrique; El Género Utópico en la Argentina (2004); Revista  Axxon, Ciencia Ficción en bits. Bs As.

[31]  Munford, Lewis; La Historia de las Utopías. Viking Press. Nueva York, 1968.

[32] Fromm,  Eric; Prólogo a la Edición Inglesa de 1960.  Edward Bellamy (2000);  El año 2000. Una visión retrospectiva.  Oceano/Abrazas. Colección Utopías-Distopías. Madrid. p.31.

[33]  Reinach, Teodoro (1909); Cien años después.  El año 2000.  Biblioteca  La Nación. Buenos Aires, 1909.

[34] Baczko, Bronislaw (1999); Los Imaginarios Sociales. Memorias y esperanzas colectivas. Nueva Visión. Buenos Aires. p.7-10.

[35] Gutman, Margarita (1995); Espejos en el tiempo; imágenes  del futuro. En: AA.VV;  Buenos Aires 1910. El imaginario de una  Gran Capital. Eudeba. Buenos Aires. p.31.

[36]  Pueden verse los casos famosos de numerosos viajeros que describían el futuro del país, con una inusitada confianza en el afianzamiento de Buenos Aires como una urbe líder a nivel mundial. Son notorios los casos de Emilio Olson (The Argentine: Ge land of the future) de 1903, y la de Manuel Menacho (Un viaje a la Argentina. Impresiones de un viaje a Buenos Aires) de 1911.

[37]  Weinberg, Félix (1976); Dos Utopías Argentinas de comienzos de siglo. Hachette. Colección El pasado argentino. Buenos Aires. p.10-11.

[38]  Armus, Diego (1999); La Ciudad Higiénica: tuberculosis y utopías en Buenos Aires. En: Buenos Aires 1910: El imaginario para la gran capital. EUDEBA. Buenos Aires. p.98.

[39] Hay varios ensayos sobre la higiene de la Buenos  Aires futura en el Diario Crítica, en artículos dispersos.

[40]  Gené, Marcela (2008); op.cit.

[41] “Tanto el superhéroe de la capa como el detective de anguloso perfil eran ya bien conocidos desde fines de los años 30 por el público porteño, fanatizado por las historietas. A comienzos de la década del 40, la publicación de comics norteamericanos traducidos, muy populares desde los 20, se fue replegando en la medida que aumentaban las tiras de autores argentinos. Batman y Superman, difundidas en Pif Paf, convivían con Cirilo el audaz, un gaucho, héroe autóctono, con la que Enrique Rapela desde El Tony, responde a la proliferación de superhéroes extranjeros, al tiempo que Alberto Breccia dibuja El Vengador que, aunque parecía inspirarse en el hombre-murciélago, era anterior a éste según su creador. Ya en 1947, Breccia realiza el personaje de Vito Nervio, un rudo detective, para el popular semanario Patoruzito.”  Gené, Marcela (2008); op.cit.

[42]  Sigal, Silvia (2002); op.cit. p.516.

[43] Potash, Robert (1984); Perón y el GOU. Los Documentos de una Logia Secreta. Sudamericana. Buenos Aires. P.11.

[44] Perón, Juan Domingo (1945); Las reivindicaciones logradas por los trabajadores no podrán ser destruidas.  Secretaría de Trabajo y Previsión. Jefatura de Difusión y Propaganda. Bs. As.

[45] Baily, Samuel L (1984): Movimiento Obrero, Nacionalismo y Política en la Argentina”, Buenos Aires, Editorial Hyspamérica.

[46] Uno de los autores vitales de las difusión de la imagen de la Nueva Argentina lo será Alberto Franco. En uno de los trabajos más difundidos dirá: La Revolución Peronista es una revolución restauradora realidad en justicia. No es un golpe de Estado a espaldas del pueblo…” Franco, Alberto (1953): Sentido y Forma de la lealtad. Presidencia de la Nación. Subsecretaría de Informaciones. Bs. As.

[47] Ianni, Octavio (1975); La formación del Estado populista en América Latina. Era. México. 

[48] Amorosino, Mauro (2007); La Tercera Posición como elemento organicista del peronismo. IDICSO – USAL. Buenos Aires.

[49] Citado por Carlos Altamirano (2002) en; Ideologías políticas y debate cívico. Nueva Historia Argentina: Los años Peronistas. Sudamericana Tomo VIII. p.223-224. /Ver: Amorosino, Mauro. op.cit.

[50] Las referencias a esto son múltiples, pero puede verse por ejemplo en los postreros mensajes de Eva, como por ejemplo: Escribe Eva Perón. Presidencia de la Nación. Subsecretaría de Informaciones. Bs. As., 1951.

[51]  Altamirano (2002), op.cit.

[52] Plotkin, Mariano (1994); Mañana es San Perón. Propaganda, rituales políticos y educación en el régimen peronista (1946-1955). Ariel. Bs As.

[53] Plotkin, Mariano: Rituales políticos, imágenes y carisma: la celebración del 17 de Octubre y el imaginario peronista (1945-1951). En: Torre, Juan Carlos (comp.); El 17 de Octubre de 1945.  Ariel. Bs As, 1995. P.171.

[54] Para Plotkin el período de 1948-1950  fue fundamental para el desarrollo del imaginario político peronista, y sobre todo para la significación de sus rituales políticos. Para inicios de ese ciclo, el notable Oscar Ivanissevich, que iba a ejercer “gran influencia en la formación simbólica del régimen”, fue nombrado Secretario de Educación, cartera desde la cual intentará  ligar al peronismo a “ciertos valores trascendentes”.

[55] Martín, Ana Laura (2008); Hogares, hospitales y enfermeras. El “ayer y hoy” de las políticas sociales según prensa oficial del peronismo. Papeles de trabajo. Revista electrónica del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de General San Martín. ISSN: 1851-2577. Año 2, nº 3, Buenos Aires.

 

[56] “…Los discursos políticos, los debates parlamentarios, los informes políticos de las agencias de prensa y los comentarios, tratados internacionales y conferencias, la propaganda y los programas de los partidos configuran la manifestación “textual” del sistema político.” Van Dijk, 2003ª, Pág.68.

[57] Ciria, Alberto (1983): Política y Cultura Popular: la argentina peronista. 1946-1955. Ediciones de la Flor. Bs. As. p.307.

[58] Van Dijk; op.cit. p.263.

[59] Lattuada, Mario (2002): El peronismo y los sectores sociales agrarios. La resignificación del discurso como articulador de los cambios en las relaciones de dominación y la permanencia de las relaciones de producción. Mundo Agr. v.3 n.5 La Plata jul./dic. 2002.

 

[60]  Landi, Julián; Patria, Pueblo y Perón: la contracultura peronista. Peronismo y su incidencia dentro de la cultura popular, la formación de una cultura hegemónica alternativa. I.S.P. Joaquín V. González.

[61]  Díaz, Esther (1998); La ciencia y el imaginario social. Ed.Biblos. Buenos Aires.

[62]  El análisis más profundo que se hizo en aquellos años sobre las 20 Verdades, fue el trabajo de Carlos Berraz Montyn (1951); Ensayo sobre las Verdades Fundamentales del Justicialismo, Santa Fe.

[63]  Perón, Juan Domingo (2005); Filosofía Peronista.  CS Ediciones. P.14.

[64]El temor que acompaña la muerte de un rey, especialmente si acaece con violencia repentina, expresa este terror. Por encima y más allá de las emociones de pesar o de las preocupaciones políticas pragmáticas, la muerte de un rey en tales circunstancias trae el terror del caos a una cercanía consciente. La reacción popular ante el asesinato del presidente Kennedy es un ejemplo poderoso. Puede comprenderse fácilmente por qué a los acontecimientos de esa índole tienen que sucederles inmediatamente las más solemnes reafirmaciones sobre la realidad continuada de los símbolos protectores.” Berger y Luckmann (1995); op.cit.

 

[65] Puiggrós, Adriana (2006); Que pasó en la Educación Argentina. Breve Historia de la Conquista hasta el presente. Galerna. Bs As.

[66] Mallimaci, Fortunato y Di Stéfano R. (comp.) (2001); Religión e Imaginario Social. Manantial, Buenos Aires.

[67]  Romero, Luis Alberto (2004); La Argentina en la Escuela. La Idea de Nación en los textos escolares. SXXI. Bs As.

[68]  Ver: Donghi, Tulio Halperin (1970); El revisionismo histórico argentino. SXXI. Buenos Aires./ Jauretche, Arturo (1973); Política Nacional y Revisionismo Histórico. Lillo. Buenos Aires.

[69] Puiggrós, Adriana (Dir.) (2006); Peronismo: cultura política y educación (1945-1955). Galerna. Bs As.

[70] Quatrocchi-Woisson, Diana (1998): Los males de la memoria. Historia y Política en la Argentina, EMECE. Buenos Aires.

[71] Nos referimos, por ejemplo, a la iconográfica Radiografías de una Dictadura, de “Argentino Cantinflas” (Juan Pérez, Hijo). Ed. La Vanguardia. Buenos Aires, Edición de 1946.

[72] Libro Negro de la Segunda Tirania. Decreto Ley nº 14.988/56. Buenos Aires, 1958.

[73] Recordemos también la “interpretación justicialista de la historia” que se emite con la Historia del Peronismo en 1951.

[74] Síntesis Histórica. Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto: Subseceretaría de Relaciones Exteriores. Dirección General de Relaciones Culturales y Difusión. Buenos Aires. Sin fecha.

[75] Aversa, Maria Marta (2008); La asistencia social a la infancia popular en las publicaciones oficiales peronistas (1946-1955).  Papeles de trabajo. Revista electrónica del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de General San Martín. ISSN: 1851-2577. Año 2, nº 3, Buenos Aires.

[76] Síntesis de las Letras Argentinas. Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto: Subsecretaría de Relaciones Exteriores. Dirección General de Relaciones Culturales y Difusión. Buenos Aires. Sin fecha.

[77] Puiggrós, Adriana (2006).  op.cit.

[78] Altamirano, Carlos (2001); op.cit.

[79] Entrevista de Matilde Sánchez a Marcela Gené. Diario Clarín, Revista Ñ. 1 de Octubre de 2005.

[80]  Ver el trabajo de Anales desarrollado por George Duby (1980), donde se exploran las representaciones sociales de la Edad Media; Los tres órdenes o lo imaginario del feudalismo. Petrel.

 

[81] Infancia Privilegiada. Servicio Internacional de Publicaciones Argentinas. Bs As. Cap. V.

[82] Lealtad y Disciplina. Directivas Complementarias del Consejo Superior. Parido Peronista. Buenos Aires, 1952.

[83] Perón, Juan Domingo (1954): Discurso de Inauguración de la Escuela de Líderes de la Fundación Eva Perón. Presidencia de la Nación. Secretaría de Prensa y Difusión. Buenos Aires.

[84]  Mallimaci - Di Stéfano (2003): op.cit.

[85]  Jornadas Doctrinarias. Partido Peronista. Buenos Aires, 1955.

[86] El trabajador en la función pública. S.I.P.A. Servicio Internacional Publicaciones Argentinas. Buenos Aires (sin fecha).

[87] Proveedurías Eva Perón.  SIPA. Servicio Internacional de Publicaciones Argentinas. Bs As (sin fecha).

[88] Villaverde, Juan (1953); La organización social y los Derechos de la Ancianidad. Presidencia de la Nación. Subsecretaría de Informaciones. Buenos Aires.

[89] Franco, Alberto (1953): La Mística Social de Eva Perón. Presidencia de la Nación. Subsecretaría de Informaciones. Buenos Aires.

[90] Santoro, Daniel (2006): La construcción imaginaria de un mundo. En: Indij, Guido:  Perón Mediante.  Gtráfica Peronista del período clásico. La Marca. Bs As.

[91] Gonzáles, Horacio (2007): Perón, reflejos de una vida. Colihue. Bs As.

[92]  Infancia Privilegiada. Op.cit.

[93] El hogar de la Empleada “General San Martín”. Fundación Eva Perón. S.I.P.A. Servicio Internacional Publicaciones Argentinas. Bs As. Sin fecha.

[94] Las realizaciones argentinas en el orden económico. Servicio internacional publicaciones argentinas (SIPA). Buenos Aires. Sin fecha.