¿Quiénes están en los márgenes? La probabilidad de ser marginal en el mercado de trabajo argentino

 

Naomi Wermus[*]

 

Resumen

El presente artículo tiene como objetivo principal cuantificar la marginalidad en el mercado de trabajo argentino antes, durante y después de la crisis de la convertibilidad 2001/2002. En él, se realiza un diagnóstico del mercado de trabajo y una caracterización de la población marginal. Adicionalmente, se pretende identificar, por medio de un ejercicio de simulación, a la población que continuaría en situación de marginalidad laboral ante una situación ideal de empleo. Este escenario determinará los diferentes niveles de marginalidad laboral.

Palabras clave: Marginalidad;  Pobreza; Mercado de Trabajo; Regresión logística.

 

Abstract

 The main objective of the paper is to quantify “marginality” in the Argentinian labour market before, during and after the convertibility crisis of 2001/2002. Firstly, we make a diagnosis of the labour market and define the characteristics of the marginal population. Secondly, we aim to identify, through a simulation exercise, the people who would continue to be in a labour marginality situation, even in an ideal context of full employment. By doing this, it is possible to estimate the levels of labour marginality.

Keywords: Marginality; Poverty; Labor market; Logistic regression


Introducción

La marginalidad ha sido presentada por la literatura sociológica como un concepto ambiguo, difuso, con un carácter multidimensional. Desde sus diversas connotaciones, se ha etiquetado de “marginales” a aquellos sectores que fueron diferenciados y/o estigmatizados por la ideología dominante. Sólo, luego de “un amplio proceso de extensión y dispersión semántica, (el concepto) llegará a tener las connotaciones con las que actualmente se lo emplea” (Campoy Lozar, 2005, p.67).

Desde mediados del siglo XX, el estudio de la marginalidad fue incorporado por la teoría de la modernización con el fin de explicar la transición de las sociedades tradicionales a la modernidad, haciendo alusión particularmente al caso latinoamericano. Por lo cual, se era marginal respecto de aquellas sociedades desarrolladas y modernas, tal como fue formulado por Germani y otros.

Este paradigma fue impugnado por la teoría de la dependencia que sostenía que la realidad latinoamericana no debía ser interpretada simplemente como un proceso natural y lineal, según los modelos de desarrollo europeo, sino a partir de una realidad internacional marcada por la existencia de un centro, países que concentraban una gran riqueza y dominaban los centros financieros y los mercados de precios, y de una periferia, países de escaso desarrollo, productores de materias primas, dependientes de los precios fijados en el exterior y del financiamiento externo. Así, la díada centro-márgenes fue presentada como una realidad de oposiciones, conflictos y tensiones complementarias.

Los noventa fueron el nuevo escenario de debate en el estudio de la marginalidad. Los rasgos de la nueva era del capitalismo global ponían en evidencia una reestructuración de las relaciones de producción. La precarización y el desempleo cuestionaban la estructura misma de la relación salarial (Castel, 1999), en otras palabras, “está en curso una tendencia del capital a marginalizar a los trabajadores respecto de las relaciones salariales, en medida creciente” (Quijano, 1998: 2).

Si los márgenes se hacen más grandes y el centro comienza a convertirse en un difuso punto, entonces: ¿quiénes son los marginales? ¿Es posible salir del margen o la marginalidad está destinada, al menos en parte, a tornarse estructural y permanente? Y si así fuera, ¿quiénes son los más vulnerables a la no absorción o los más expuestos a la marginalización?

El presente trabajo retoma aquellos interrogantes —que no han dejado de tener vigencia unas décadas después— con el fin de elaborar un diagnóstico del mercado de trabajo urbano de la Argentina entre 1995 y 2006, y analizar la evolución de la población marginal de acuerdo con la operacionalización que se propone, teniendo en cuenta aquellos empleos considerados como residuales junto a los desocupados más vulnerables. Por otro lado, pretende identificar a la población que continuaría en situación de marginalidad laboral, aun en un escenario hipotético, tal como el que supondría alcanzar una situación ideal en el mercado de trabajo, considerando los compromisos asumidos por el país en las Metas del Milenio.

Así, la fuerza de trabajo más extremadamente marginal será identificada mediante un ejercicio de simulación y quedará determinada de resultas de su baja potencialidad de obtener un empleo. En consecuencia, en el interior de este grupo, al que podríamos denominar desocupados remanentes, será posible cuantificar la población en situación de marginalidad laboral extrema, según las características sociolaborales que presentan.

La Argentina residual

A fin de cuantificar el fenómeno de la marginalidad en el mercado de trabajo argentino utilizaremos las nociones de polo marginal, de Aníbal Quijano, y masa marginal, de José Nun, para identificar aquellas actividades u ocupaciones que giran en torno al uso de recursos residuales de producción. Este contingente —junto a los desocupados, más vulnerables en términos de empleo— conformará el objeto de análisis del siguiente apartado.

Operacionalización de la noción población marginal (PM)

La fuerza de trabajo que denominaremos población marginal estará compuesta por dos segmentos convergentes. Por un lado, los ocupados cuyas actividades se caracterizan, principalmente, por la ausencia de algún tipo de acumulación, la baja calidad y la inestabilidad del puesto de trabajo, haciendo alusión al término polo marginal. Retomemos la definición de Quijano: “La categoría ‘polo marginal’ deslinda sobre todo las actividades productivas y/o comerciales de trabajadores sin empleo ni ingresos salariales estables, en las que se usan recursos residuales o de baja calidad o precio; que tienen muy baja productividad; ninguna o elemental división del trabajo; en las que se intercambia trabajo y/o fuerza, principal pero no exclusivamente, entre miembros de una misma familia y de manera privada; y cuya rentabilidad es tan baja que no permite sino ingresos para la supervivencia familiar y/o la reproducción de la misma actividad económica, sin ningún margen de acumulación o de capitalización” (Quijano, 1998: 12).

En el segundo segmento, consideraremos a los desocupados que formarían parte de lo que Nun denominó masa marginal: aquellos trabajadores que quedaron al margen, que no son demandados ni requeridos independientemente de las estrategias de supervivencia que realicen. Si bien Nun enfatizaba que la masa marginal no estaba compuesta únicamente por desocupados: “la mano de obra sobrante en relación con este último (sector monopólico) no necesariamente carece de empleo ya que puede estar ocupada en otro sector” (Nun, 2003: 89). Estas actividades que eventualmente realizaban formaban parte del continente de empleos, generalmente denominados, de subsistencia (tal como señalaba Quijano). En muchos casos, este tipo de empleos residuales suele alternarse con situaciones de desempleo, en el corto o mediano plazo.

Teniendo en cuenta ambas conceptualizaciones, en la Tabla 1 se a operacionalizó la noción de población marginal con las categorías que resultan aplicables a la Encuesta Permanente de Hogares (EPH). Ver Tabla 1.

Por lo tanto, tanto los ocupados como los desocupados que forman parte del universo seleccionado constituyen el subconjunto de lo que podríamos llamar “oferta laboral insatisfecha”. Esta fuerza de trabajo marginal se caracteriza por transitar por períodos intermitentes entre el empleo y el desempleo, y por competir para aprovechar las nuevas oportunidades ocupacionales que se van generando. Pero, cuando buscan actividades diferentes de sus actividades de subsistencia, se ubicarán, como dirían Piore y Doeringer, “al final de la cola”. 

 

Evolución y caracterización del mercado de trabajo argentino

Los niveles de marginalidad laboral entre 1995 y 2006

A partir de la crisis del tequila comenzaba a evidenciarse el abandono de la etapa expansiva de la convertibilidad y se advertían los efectos adversos en el mercado laboral argentino. Ya desde entonces, los niveles de fuerza de trabajo, asimilables a la marginalidad laboral, alcanzaban valores considerables: más de un cuarto de la PEA era considerada población marginal (PM).

Superados los efectos de la crisis mexicana, esta situación experimentó una mejoría transitoria, para luego volver a agravarse. Desde 1997, y, particularmente luego de la crisis del sudeste asiático y la crisis rusa, se observaba una tendencia creciente de este conjunto poblacional que culminó después de la crisis de la convertibilidad, cuando alcanzó el punto histórico más alto (37,8% durante el segundo semestre de 2003[1]).

A partir de entonces, los niveles de polaridad marginal mostraban un cambio de tendencia, aunque sin lograr alcanzar todavía —y en el mejor de los casos situarse por debajo de— los valores anteriores a la última crisis.  Ver Gráfico 1.

Lo destacable del período poscrisis (2001-2002) ha sido que, aun con niveles altos y sostenidos de actividad y de empleo, junto a una tasa de desempleo que logró bajar a un dígito, continuaba persistiendo una alta proporción de fuerza de trabajo clasificable como marginal.

En un primer momento, en plena gestación de la crisis de principio del milenio, las variaciones negativas del PBI acompañaron el descenso del desempleo e, inversamente, el crecimiento de la población marginal, es decir, los bajos niveles de desempleo ocultaban la otra cara de este período: la gente continuaba, y en mayor medida, refugiándose en ocupaciones marginales.

A partir de 2003, comenzó el inicio del período de reactivación económica. El cambio de tendencia del PBI —que se mantuvo con signos positivos hasta la actualidad— comenzó a evidenciarse en las nuevas y mejores oportunidades laborales que se tradujeron en las sucesivas reducciones del desempleo. Acompañó a esta tendencia la población  marginal que logró descender, en los últimos tres años, alrededor de siete puntos porcentuales. No obstante, estos niveles casi se asemejaban a los niveles de PM de 2001 (30,5%) en plena crisis de la convertibilidad.  Ver Gráfico 2.

En la actualidad, la población considerada como marginal representa el 30,3% de la población económicamente activa (PEA). Una mirada al interior de las categorías que componen esta masa, permite señalar que quienes poseen la mayor participación relativa han sido los trabajadores del servicio doméstico. En segundo lugar, se ubican los asalariados precarios del primer quintil de ingresos laborales y, luego, los trabajadores cuenta propia no profesionales pertenecientes a ese mismo estrato. Ver Tabla 2.

Cabe aclarar que estos tres grupos han mantenido prácticamente constante su nivel de participación en el interior de la PEA. En los últimos años se evidencia un leve incremento. Salvo en plena crisis de la convertibilidad, que repercutió salvajemente en la tasa de desempleo, que llevó a estos grupos a alcanzar su máximo nivel. La destrucción de miles de puestos de trabajo no fue ajena a estos sectores, dado que los asalariados son precarios y, particularmente, los pertenecientes al primer quintil de ingresos laborales, el grupo que resultó más perjudicado. Otro grupo que alcanzó su máximo protagonismo fue el de los trabajadores con planes de empleo, dada la apertura del PJHD, como consecuencia del estallido de la crisis.

La participación que obtenían los desocupados que componen la fuerza de trabajo marginal se ubicaba en torno al 80% del total de los desocupados, es decir, cuatro de cada cinco desocupados pertenecía a la población marginal. Estos valores se han mantenido casi constantes en los últimos años debido a la débil vinculación que presentaba este grupo respecto del mercado de trabajo.

Características socio-demográficas

Históricamente, la población masculina representó una proporción mayoritaria en el mercado de trabajo. Sin embargo, en los últimos años, las mujeres han venido ganando posiciones. Al observar el cuadro que presentaremos a continuación podremos apreciar cómo fue este tipo de inserción: si bien la participación de la mujer en la PEA creció en la última década, ese crecimiento se dio, en mayor medida, como fuerza de trabajo considerada marginal. En este proceso, resultaron determinantes la inserción femenina en el servicio doméstico, así como, el predominio femenino entre los beneficiarios de planes de empleo y, en particular, entre los beneficiarios del PJHD[2].

Por otro lado, la participación que presentaban los jefes de hogar en esta población era relativamente menor respecto a la que alcanzaban en el resto de la fuerza de trabajo: la población no marginal (PNM). En este último grupo, algo más de dos de cada cuatro trabajadores eran jefes de hogar.

Por el contrario, entre la PM se encontraba sobrerrepresentada tanto la participación de los hijos, que alcanzaba a más de un tercio, como también, y en menor medida, la de los cónyuges. Es decir, alrededor de dos tercios de la población marginal estaba integrada por trabajadores secundarios. Ver Tabla 3.

Al observar la estructura etárea, se identificaba en los extremos de los rangos —la población más joven y los adultos mayores— una mayor proporción (34%) de población marginal respecto del otro grupo de comparación (16,5%). En consecuencia, este conjunto poblacional marginal se caracterizaba por una permanencia más prolongada en el mercado de trabajo: no sólo porque se ingresa antes al mundo del trabajo sino también porque, en muchos casos, el retiro de la vida laboral se encuentra más postergado como consecuencia de la precariedad del tipo de trayectorias laborales que han mantenido. La muy elevada proporción de jóvenes sugiere —asimismo— que en una significativa proporción de casos, los empleos residuales o el desempleo de larga duración obrarían como puerta de ingreso al mundo laboral.

Cuando consideramos las credenciales educativas de la población inserta en el mercado de trabajo, notamos que el perfil educativo resultaba relativamente bajo respecto del resto de la población no marginal: más de dos tercios de la PM no terminó el nivel medio de educación formal.

Estas carencias educativas se profundizaban aún más en la población de edades centrales: en este caso, más de seis de cada diez no finalizaron el secundario, mientras que, en la población no marginal, esa proporción resultaba menor a un tercio. Ver Tabla 4.

Características de los hogares[3]

¿Cómo están compuestos los hogares que presentan una fuerza de trabajo residual? Algo menos de la mitad de la población vive en hogares con algún integrante rotulado como fuerza de trabajo marginal. Ello implica que casi el 40% de los hogares incluía, al menos, un trabajador perteneciente a empleos residuales o al desempleo marginal.

En el interior de este grupo también se combinan diversos grados de vulnerabilidad en términos de empleo. Por un lado, encontramos hogares que disponen de integrantes marginales combinados con fuerza de trabajo no marginal, a los que denominaremos hogares mixtos. Por definición, estos hogares son menos vulnerables, porque cuentan con al menos dos integrantes activos en el mercado de trabajo y, al mismo tiempo, la condición de que al menos un miembro sea PNM permitiría, eventualmente, brindar cobertura al hogar en términos de seguridad social[4]. Por otro lado, los hogares más vulnerables serán los que tengan a todos sus integrantes activos en el mercado de trabajo en situaciones de marginalidad.

A lo largo del período considerado, los hogares mixtos fueron mayoritarios. En la actualidad, se observa una leve pérdida del peso relativo en el total de hogares con solo PM, luego de la brusca caída que se evidenció entre 2003 y 2004. Ver Gráfico 3.

Particularmente, luego de la crisis de la convertibilidad, los hogares mixtos registraron un leve aumento en su participación respecto del período anterior, aunque no se logró compensar el crecimiento de los hogares con todos sus integrantes activos considerados como marginales. Entre 2004 y 2006, se mantuvo casi constante dicha proporción, en torno al 40%.

En términos generales, los hogares con PM se destacaban por ser más numerosos y con una asidua presencia de menores (63% los contaban entre sus miembros, respecto del 55% de los hogares PNM). Una mirada al interior de estos hogares, según el grado de vulnerabilidad, nos permite dar cuenta de una peculiaridad: los hogares mixtos —los menos vulnerables— son aún más grandes (casi 5 personas por hogar, en promedio) y casi el 70% de estos hogares tenían algún menor de dieciocho años entre sus integrantes. En consecuencia, se observaba una fuerte presencia del núcleo conyugal (casi el 87%, considerando hogares nucleares más extendidos).

En los hogares más vulnerables —solo población activa marginal—, en cambio, la participación de los menores, en términos relativos, es menor (53% de estos hogares los incluían). Esto se encontraba explicado por la fuerte presencia de los hogares unipersonales (casi 19%) respecto del resto (hogares mixtos y con PNM). Pero en el interior de los hogares con menores, éstos son aún más numerosos: más del 21% incluye cuatro o más menores de dieciocho años (respecto del 16% de los hogares mixtos y del 8,3% de los hogares con PNM).

Asimismo, entre este último tipo de hogares, se observaba una amplia participación —cerca de una cuarta parte— de hogares monoparentales, respecto de los mixtos o con PNM (11,4 % y 10,5% respectivamente). El nivel de vulnerabilidad es aún mayor, ya que estos hogares contaban, generalmente, con un solo integrante activo en el mercado de trabajo. Esto se traduce en un alto condicionamiento a aceptar cualquier tipo de empleo, dada la carga de dependencia del hogar.  Ver Tabla 5.

La cantidad de perceptores de ingresos variaba en el interior de los hogares según la condición de que algún integrante formase parte o no de la fuerza de trabajo marginal. En términos generales, la cantidad de perceptores por hogar se incrementó a lo largo de los últimos diez años. Este aumento en la participación de un tercer o cuarto perceptor se dio en mayor medida en los hogares mixtos, tanto en términos absolutos como en términos relativos.

En estos tipos de hogares, durante el segundo semestre de 2006, se destacaba que más de un tercio de ellos poseía tres o más perceptores de ingresos, mientras que, en los hogares solo con PM, esa proporción no llegaba a superar el 12% y, en los hogares con PNM, se elevaba al 13%. Por el contrario, más de la mitad de los hogares marginales poseía un solo perceptor de ingresos. La proporción de hogares con perceptor único era algo menor entre los hogares con PNM (43%).

 

Características ocupacionales

La proporción de trabajadores en empleos considerados marginales se mantuvo prácticamente constante entre 1995 y 2001: entre el 20% y el 22%. Luego de la crisis de la convertibilidad estos niveles se acrecentaron y alcanzaron a casi el 30% de la población ocupada. A partir de 2004, con el inicio de la recomposición de la economía, junto al incremento de empleos formales, se observó sólo un leve descenso de los niveles PM, aunque sin que se alcanzaran los valores anteriores a la crisis. En consecuencia, según los datos del último semestre de 2006, más de un cuarto de los ocupados continuaban desempeñándose en empleos residuales.

Respecto de los trabajadores marginales, solo se observó una significativa caída entre los ocupados con planes de empleo, entre 2003 y 2006. Esto obedeció a cuatro cuestiones principales: la primera se relacionaba con el cierre del cupo del PJHD, lo cual lógicamente imposibilitaba su crecimiento. La segunda, con el traspaso de aquellos beneficiarios en situación de vulnerabilidad a programas de mejora de ingresos y de desarrollo humano, como el Programa Familias; para mayo de 2007, alrededor de 230 mil familias ya habían sido traspasadas[5]. En tercer lugar, se destacaba la pérdida de requisitos para permanecer en el plan, tales como la edad de los hijos —recordemos que una de las condiciones era tener hijos menores de 18 años—, lo que produjo la baja del beneficio. Por último, la obtención de un empleo registrado[6], el cual resultaba incompatible con el desempeño de la contraprestación. Entre enero de 2004 y octubre de 2005 se redujo casi un 30% la cantidad de beneficiarios PJHD, según el Ministerio de Trabajo.

Cabe destacar el comportamiento procíclico del empleo en el servicio doméstico, pues en períodos de crisis estos puestos de trabajo son altamente vulnerables dado que los sectores medios tienden a prescindir del personal doméstico, en tanto que vuelven a contratarlo cuando sus ingresos y su situación laboral mejoran. Por ello, es esperable que este componente de la población marginal continúe creciendo en términos absolutos y relativos durante esta fase de repunte económico. En el segundo semestre de 2006, el servicio doméstico alcanzó el 8% del empleo total.

En el resto de las categorías ocupacionales de la PM no se registraron variaciones significativas durante el período posterior a la crisis de la convertibilidad. Por el contrario, a pesar de los signos positivos que presentaron las variables micro y macroeconómicas, dichas categorías, con excepción de una leve baja del patrón informal y de trabajadores sin salario, incrementaron levemente su participación en el empleo total.  Ver Gráfico 4.

Por lo tanto, en términos de empleo, la caída de la población marginal entre 2003 y 2006 estaba explicada sólo por la reducción de los planes. Mientras que, respecto de la PEA, la caída es aún mayor (más de siete puntos porcentuales) como consecuencia de la reducción de los desocupados y, en particular, de los desocupados de larga duración (casi cuatro puntos porcentuales).

Por definición, la población marginal se caracterizaba por la inestabilidad y fragilidad que presentaban sus puestos de trabajo. Al observar el siguiente cuadro podremos contrastar las características laborales que presentan los ocupados marginales respecto de los trabajadores no marginales. Ver Tabla 6

De la misma forma, se destacaba que, casi exclusivamente, estos trabajadores se desempeñaban en tareas operativas o no calificadas (37% y 56,6%, respectivamente). Este hecho se relacionaba con las ramas de actividad en las que se desarrollaban los trabajadores marginales. Tres cuartas partes de esta población se desempeñaba en actividades tales como el servicio doméstico, el comercio (estas dos ramas explicaban el 56% de los puestos en empleos marginales), la manufactura y la construcción.

Teniendo en cuenta la intensidad de la jornada de trabajo, observamos un comportamiento invertido según el tipo de empleo, sea éste marginal o no. Si bien la proporción de ocupados plenos no presentaba diferencias significativas, los marginales se ubicaban, en mayor medida, como subocupados (32,5%), a la vez que, entre los ocupados no considerados marginales esta proporción se reducía a menos del 6%, durante el último semestre de 2006. Por el contrario, casi la mitad de la PNM se encontraba sobreocupada.

Entre los asalariados, la creciente vulnerabilidad —en materia de descuentos jubilatorios— no dejó de representar a una considerable proporción. Según el último registro de 2006, más de cuatro de cada diez asalariados poseían empleos no registrados en la seguridad social.

Si consideramos el período analizado, se destacaba que los niveles de precariedad[7] no habían logrado descender a los valores anteriores a las últimas crisis. A pesar de la creación de puestos de trabajo formales, en el último período de la recuperación económica, en términos relativos, no se visualizaban mejoras sustanciales.

Los asalariados precarios del primer quintil de ingresos laborales representaban, en la segunda mitad de 2006, casi el 10% del empleo asalariado total. Este nivel se ha mantenido prácticamente constante durante los últimos tres años considerados. En consecuencia, los niveles salariales resultaban considerablemente más bajos que el resto de los empleos no marginales. Ver Gráfico 5.

Las Metas del Milenio y el Trabajo Decente

En el marco del Programa de Trabajo Decente y los compromisos definidos en la Declaración del Milenio (2000), cada país asumió el desafío de preservar y trasformar su potencial en mejores niveles de bienestar. En particular, el objetivo de “promover el trabajo decente” —incorporado más tarde en la propuesta original de las Metas del Milenio u Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM)— tuvo como finalidad crear un desafío para la reconstrucción de una sociedad integrada: superar la pobreza mediante el trabajo.

En consecuencia, nuestro país se comprometió a alcanzar las siguientes metas, con respecto al objetivo 3: “promover el trabajo decente” (Presidencia de la Nación – Naciones Unidas: 23):

o       Reducir para el año 2015 el desempleo a una tasa inferior al 10%.

o       Incrementar la cobertura de protección social a dos terceras partes de la población para el año 2015.

o        Erradicar el trabajo infantil.

Los indicadores que se establecieron para dar cuenta del cumplimiento de estas metas de asociación global fueron los siguientes: 

o       Tasa de desocupación.

o       Tasa de actividad.

o       Proporción de trabajadores con cobertura del sistema de protección social.

o       Tasa de cobertura del seguro de desempleo.

o       Tasa de actividad de menores de 14 años.

Las Metas del Milenio y la Argentina hoy

En el último semestre de 2006, nuestro país lograba alcanzar la primera meta propuesta: una tasa de desempleo inferior a dos dígitos. Sin embargo, al considerar la presencia de los planes de empleo como empleo no genuino y bajo el supuesto de que estos trabajadores estarían desocupados si el plan no existiera, la tasa de desempleo ascendía al 11,5%. De esta manera, a pesar de que quedaría cuestionado el cumplimiento o no de la meta, los niveles de desempleo mostraron una notable mejoría. Igualmente, la proporción de trabajadores precarios continuaba siendo muy elevada —superaba el 43% de los asalariados— en relación con la segunda de las metas planteadas.

Teniendo en cuenta esta última meta como escenario optimista de mejora del empleo registrado, bajo el próximo título, realizaremos un ejercicio de simulación con el fin de suponer, aquí y ahora, una situación ideal. Al llegar a este nuevo punto de referencia estaremos en condiciones de identificar quiénes componen la fuerza de trabajo más vulnerable en términos de empleo, a saber, aquella población cuya fuerza de trabajo no resultaría demandada aun en condiciones de un comportamiento altamente positivo del empleo.

 

El futuro del empleo argentino

Hacia una situación ideal

El objetivo final de este ejercicio será alcanzar, a partir del uso de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), una proporción del empleo asalariado registrado en torno al 66%. Nuestro punto de partida será el segundo semestre de 2006, el Tiempo0, a partir del cual aplicaremos la simulación hacia el Tiempo1.

Para el ejercicio propuesto utilizaremos, como instrumento estadístico de predicción y de análisis, la regresión logística binaria. El resultado final de esta simulación nos permitirá proceder a asignar los puestos de trabajo necesarios para llegar a la meta pactada. Una vez alcanzado este estadio ideal en el mercado de trabajo argentino, procederemos a caracterizar a aquella fuerza de trabajo que —de resultas de su baja potencialidad de obtener un empleo— consideraremos marginal o no potencialmente incorporable al mercado de trabajo. 

El desarrollo de este ejercicio constará de tres momentos, en los que se aplicará igual número de modelos predictivos, teniendo en cuenta los objetivos de la Tabla 7.

A los efectos de esta simulación, se considerará constante la tasa de actividad, al tiempo que se proyectará un crecimiento de la tasa de empleo de un punto porcentual y medio con respecto al último registro, correspondiente al segundo semestre de 2006. La asunción de tales supuestos se fundamenta en el comportamiento observado de ambas tasas en los dos últimos años. En efecto, en ese lapso, la tasa de participación económica permaneció prácticamente inalterada —como si hubiera alcanzado un techo—, en tanto que la tasa de empleo aumentó una magnitud apenas menor a la aquí proyectada[8].

Simultáneamente a estos valores de empleo, la tasa de desocupación supondrá niveles similares a los de mediados de la década del ochenta —en torno al 6%— y se incrementará necesariamente la tasa de asalarización.

Así, los “nuevos empleos registrados” —cuya asignación posibilita alcanzar la meta de 66% de asalariados registrados— resultarán tanto de la proyección del crecimiento de un punto porcentual y medio de la tasa de empleo como del “blanqueo” de la proporción necesaria de los puestos no registrados preexistentes. Pues bien, en este escenario, la totalidad del nuevo empleo será asalariado registrado en la seguridad social, lo mismo sucederá con una parte del empleo no registrado. Estos supuestos —necesarios para la simulación del cumplimiento de la meta, lo que no implica un vaticinio acerca de su verificación en un tiempo previsible— hallan respaldo en el desempeño más reciente del mercado de trabajo. Se observa que el empleo registrado crece persistentemente por encima del promedio (MTESS, 2007). A partir del primer semestre de 2005, el crecimiento del empleo se ha dado fundamentalmente por el dinamismo del empleo registrado, después de muchos años de estancamiento. Análogamente, los datos recientes de flujo del empleo muestran una disminución neta del trabajo “en negro”, que ha sido sustituido por empleos registrados: “se contrae el número de trabajadores no registrados, verificándose el inicio de un fenómeno de sustitución de ocupaciones precarias por trabajo registrado” (MTESS, 2007: 5).

Al mismo tiempo, se supondrá una reducción rápida del cuentapropismo, en tanto que una parte de quienes se desempeñan como trabajadores autónomos con bajos ingresos serán incluidos en el segundo y tercer momento de la simulación para reasignarles un empleo asalariado.

 

Impacto de las metas cumplidas

A partir del 1° trimestre de 2005, el crecimiento económico fue impulsado por el dinamismo del empelo registrado. La tasa de desempleo descendió al 6% de la población económicamente activa. Esto permite ubicar cómodamente a nuestro país respecto de la primera meta de los ODM.

La tasa de asalarización superó los niveles de la década del ochenta, y se redujo moderadamente la participación de los trabajadores por cuenta propia en el empleo total. Pasaron del 19% al 15%, entre el tiempo0 y el tiempo1, respectivamente.

Reducción de la pobreza

Para poder apreciar el impacto de esta situación ideal en los ingresos de los trabajadores que resultaron beneficiarios, se asignaron los ingresos laborales correspondientes a estos nuevos puestos de trabajo, teniendo en cuenta el tipo de empleo —sea éste registrado o precario— y determinadas características individuales que operan diferencialmente en términos de salariales, tales como, el sexo, la edad y el nivel educativo alcanzado. En pos de ello, se consideraron los ingresos medios de los trabajadores efectivamente registrados y no registrados en el tiempo0, teniendo en cuenta las variables de corte antes mencionadas.

Los resultados de estas imputaciones de ingresos generaron un aumento salarial del 40% en promedio, entre ambos momentos, y casi del 97% respecto del ingreso laboral mediano de la población total beneficiaria. En términos generales, la incidencia de la pobreza en la población total logró descender más de dos puntos porcentuales y, en menor medida, lo hizo la indigencia. La pobreza pasó de 26,9% a 24,5% y la indigencia de 8,7% a 7,5% (-1,2 pp). De igual modo, se observaron leves mejoras en la intensidad de la pobreza.

Viviendo en los márgenes[9]

Una vez finalizado el ejercicio de simulación, estamos en condiciones de caracterizar a la población que compone la fuerza de trabajo más marginal o potencialmente no demandada por las particularidades del mercado de trabajo, acorde con los niveles de empleo planteados por los Objetivos del Milenio

La población marginal, en esta situación ideal de empleo, representaría el 6% de la población económicamente activa. Si bien no se observan diferencias significativas generales por sexo, podemos apreciar perfiles disímiles.

Por un lado, advertimos que esta población se caracteriza por ser mayoritariamente joven[10]: el 64% es menor de 34 años. Son las mujeres menores de 24 años quienes se encuentran más representadas que los varones de ese mismo tramo etáreo. Este mismo comportamiento se acentúa en la población de edad más central —de 35 a 44 años—, donde ellas superan en más de cinco puntos porcentuales a los hombres. En cambio, a partir de los 45 años, se invierte esta relación y los varones cobran el mayor protagonismo. Esto sucede, principalmente, entre los 55 y 64 años.

El 45% de los integrantes marginales son hijos, lo que se corresponde con una fuerte concentración de estos trabajadores en las edades jóvenes. Por otra parte, los jefes de hogar son el segundo grupo de mayor proporción entre los varones marginales —casi el 40%—, mientras que, en el caso de las mujeres, estos valores alcanzan menos del 16%, pero con presumibles responsabilidades de sostén de familia, lo que agrava su situación.

Asimismo, desde el punto de vista geográfico, se destaca que la marginalidad laboral femenina presenta un mayor grado de concentración en el GBA[11] que la masculina. Esta última está más dispersa en el resto de las regiones, con excepción del área Pampeana donde no existen diferencias significativas entre la población marginal según sexo.

La vulnerabilidad en materia de empleo que presenta esta población se traduce a que casi el 43% de esta población marginada viva en la pobreza y una quinta parte sea indigente. Tanto la pobreza como la indigencia inciden en mayor medida en los componentes varones de la población marginal. Esto obedece a que una proporción apreciable de ellos son jefes de hogar, que extienden a sus familias las consecuencias de su vulnerabilidad y presentan escasas posibilidades de procurarse ingresos sustentables. En cambio, en el caso de las mujeres, su más usual carácter de cónyuges hace que, muchas veces, no dependan exclusivamente de sus propios recursos sino de los que aporta otro miembro del hogar, que puede no formar parte de la población marginal. Ver Tabla 8.

Como es de esperar, esta población posee un perfil educativo relativamente bajo, tres cuartas partes no logró finalizar el secundario. Son más alarmantes estas carencias educativas entre los varones: más del 32% no terminó el ciclo primario. En cambio, la población marginal femenina se destaca por una mayor formación educativa, pues, casi el 30% inició sus estudios terciarios o universitarios y casi el 7% los finalizó.  Ver Tabla 9.

Entre los desocupados marginales, se observa que más del 30% se encuentra en esta situación desde hace más de un año; son las mujeres las más perjudicadas (el 39%). Conjuntamente, los tiempos de búsqueda se van intensificando al incrementarse la edad de la población: más de la mitad de la población mayor de 45 años lleva más de seis meses buscando trabajo.

En fin, a la característica diferencial que presenta el desempleo de larga duración, que perjudica mayoritariamente a las mujeres, debe sumarse la creciente participación que tienen los jóvenes y las personas adultas. Teniendo en cuenta a este último grupo, podemos afirmar que “las personas mayores están más afectadas por el desempleo de larga duración frente a las personas jóvenes, que —por razones obvias de carácter subjetivo— sufren un tipo de desempleo más repetitivo” (Angulo Bárcena, 2004: 2). Esta diferencia suele estar asociada, por un lado, a la falta de experiencia laboral que presentan inevitablemente los jóvenes —factor que reduce o dilata la obtención de un empleo— y, por el otro, al hecho de que la mayoría de los jóvenes al no encabezar el sostén económico de una familia no presentan las mismas presiones ni responsabilidades por encontrar un trabajo que un jefe de hogar. Ver Tabla 10.

Por consiguiente, el 19% del total de desocupados marginales manifiesta nunca haber trabajado antes y, de ellos, más del 80% es menor de 25 años. Se mantienen en similares proporciones los tiempos de búsqueda.

Si consideramos la población con experiencia laboral, encontramos que menos de dos tercios se desempeñó como asalariado y que a casi el 90% de estos últimos no le realizaban los descuentos jubilatorios correspondientes, factor que enfatiza la precariedad e inestabilidad de su inserción laboral. Ver Tabla 11.

Una mirada al interior del total de hogares con, al menos, un integrante económicamente activo, nos muestra que, en alrededor de un 10% de ellos, habita, como mínimo, un miembro que forma parte de la fuerza de trabajo marginal. Estos hogares se caracterizan por la baja potencialidad de obtener un empleo, es decir: en los hogares que tienen por lo menos un miembro marginal, tampoco los demás miembros resultaron asignados con un empleo luego del ejercicio de simulación. Entre el tiempo0 y el tiempo1, más del 86% de los hogares marginales no lograron ningún tipo de mejora en términos de empleo. Es así que, casi un cuarto de estos hogares no posee ningún perceptor laboral de ingresos y, entre ellos, más del 11% tiene entre dos o más desocupados en la familia.

La vulnerabilidad de los hogares marginales se intensifica en los casos en que ningún integrante del hogar posea atributos, al menos potenciales, que le permitan obtener un empleo registrado que cotice en la seguridad social. La obtención de este tipo de empleos asegura, además de una mayor estabilidad laboral, que los beneficios sociales se trasladen a todo el hogar. Este grado de vulnerabilidad alcanza al 58% de los hogares con algún integrante marginal.

De esta manera, podemos establecer dos grados de marginalidad en términos de empleo: marginalidad moderada y marginalidad extrema, haciendo alusión a los derechos de las personas que están asociados, en la Argentina desde el siglo XX, a los derechos del trabajador. Por lo cual, la situación de marginalidad en el mercado de trabajo implica, en este caso, la ausencia de estos derechos.

El primer grado consiste en un tipo de marginalidad más leve, dado que el desocupado pertenece a un hogar, por un lado, protegido por la seguridad social y, por el otro, con posibles redes en empleos registrados. Mientras que el segundo grado de marginalidad, considerada extrema, caracteriza a aquellos desocupados que pertenecen a un hogar con carencia total de vinculaciones con el mercado laboral[12] (44%) o combinado con situaciones de precariedad laboral (56%).

En el conjunto de aglomerados de nuestro país, más de la mitad de la población desocupada, que persistió como tal luego de la simulación, estaría en condiciones de marginalidad extrema, aun en un contexto sumamente dinámico y favorable de comportamiento del empleo. Esto representaría alrededor del 3,5% de la población económicamente activa. Ver Tabla 12.

 

Conclusiones

La marginalidad en el mercado de trabajo no es un fenómeno de la era del capital global sino que ha sido, desde el origen del capitalismo, una de las manifestaciones de las desigualdades sociales. “En ningún caso es la arbitrariedad del destino, sino el producto de las relaciones sociales, aquello que posibilita formar parte del contingente marginal” (Bogani, 2005:52).

A lo largo de este trabajo, hemos intentado identificar y caracterizar a la población marginal —tal como fue operacionalizada— describiendo su evolución durante el agotamiento del modelo de convertibilidad, su crisis y su posterior abandono, hasta culminar en la actual etapa de expansión de la economía argentina, con su consiguiente impacto sobre el mercado de trabajo. Ahora bien, tal como lo hemos señalado, la marginalidad no es solo absoluta sino que opera como un concepto relativo, es decir, no se es marginal sin más, sino frente a una cierta situación de demanda de empleo.

En el período bajo análisis, pudimos identificar un cambio de tendencia en los niveles de marginalidad, cuyo punto de inflexión fue el momento posterior a la crisis de la convertibilidad: entre 1995 y 2003, la marginalidad tuvo una fase ascendente hasta  que alcanzó su punto más alto (37,8%). A partir de ese momento, comenzó su retroceso en concordancia con la fase expansiva de la economía. No obstante, la proporción de población marginal en el mercado de trabajo continuó resultando elevada, a pesar de la mejora de otros indicadores macrosociales.

Podemos concluir que, después de cada crisis, el conjunto de empleos residuales y de desocupados vulnerables en ningún momento volvió a los guarismos anteriores a esas crisis (1995; 1997; 2001-2002). Eso se debe a que la fase de recuperación de la economía se basó en una mayor intensidad laboral, una reducción del costo laboral y, en un primer momento, en la proliferación de trabajos residuales de baja productividad. En los dos últimos años, se invirtió esta última tendencia gracias al crecimiento del empleo registrado. Sin embargo los niveles de marginalidad laboral, durante el segundo semestre de 2006, se ubican en torno al 30,3% de la PEA.

Esta fuerza de trabajo marginal se caracteriza por ser en su mayoría femenina, con perfiles educativos bajos y, principalmente, se destaca por permanecer prolongadamente en el mercado de trabajo, es decir: la población marginal ingresa de manera precoz en la vida laboral y su retiro de ella se encuentra casi postergado como consecuencia de la precariedad del tipo de trayectorias laborales que han mantenido, que en muchos casos se combina con desempleo de larga duración.

También, se destaca la fragilidad que presentan los hogares unipersonales y los hogares monoparentales encabezados primordialmente por mujeres. La incidencia de la marginalidad resulta más alarmante, en éste último caso, por la alta carga de dependencia que poseen.

No debemos descuidar la central atención que merece la fuerza de trabajo más joven, pues esta población sucederá a las actuales generaciones adultas. Por lo demás, aun cuando los cambios operados en el comportamiento reproductivo de la población conllevan a una reducción de la PEA en términos generales y de este grupo en particular debido a la paulatina prolongación y extensión del ciclo educativo, la demanda de trabajadores jóvenes resulta insuficiente para absorberlos. En consecuencia, los más jóvenes resultan ser el grupo más perjudicado, que ingresa habitualmente al mundo laboral por la puerta de posiciones marginales.

Así, las simulaciones realizadas demostraron que, en un contexto de desempeño exitoso del mercado de trabajo que permitiera el cumplimiento pleno de los compromisos asumidos en las Metas del Milenio (menos del 10% de desempleo, 66% de empleo registrado), persistiría un grupo de trabajadores marginales como resultado de su baja potencialidad de obtener un empleo asalariado. En palabras de Piore y Doeringer (Campos Ríos, 2002), a través de este ejercicio pudimos identificar quiénes se ubicarían al “final de la cola”.

Esto nos permitió advertir que la pertenencia a una situación de marginalidad laboral está compuesta por dos segmentos: por un lado, un estrato transitorio destinado a reducirse con una mejoría de la situación de empleo; y por el otro, un estrato más marginal, más duro, que tendería a ser más resistente, y hasta podría tornarse permanente, incluso ante una situación casi óptima del mercado laboral.

Considerando este último segmento, este trabajo sugiere que alrededor del 6% de la población económicamente activa formaría parte del contingente de desocupados remanentes, a los que Nun (2003) podría llamar masa marginal. Aunque más que marginal sería una masa marginada, incluso, por una composición del mercado de trabajo acorde con los niveles de empleo planteados por lo Objetivos del Milenio.

Por otro lado, intentamos cuantificar la intensidad de la marginalidad laboral teniendo en cuenta el tipo de inserción laboral de otros integrantes del hogar al que pertenece esta fuerza de trabajo. Por lo que distinguimos dos niveles de marginalidad: la marginalidad moderada y la marginalidad extrema. Esta última representaría alrededor del 3,5% de la población económicamente activa, según el ejercicio de simulación que hemos realizado. Lo destacable de este tipo de marginalidad es que se encuentra concentrada sobre sí misma, lo que la vuelve una condición estructural y presumiblemente reproducible a través de las generaciones. Esto se debe a que la vinculación con el mercado laboral se da en términos de empleos residuales o combinada con situaciones de desempleo, el cual tiende a volverse crónico o intermitente con empleos inestables.

Este trabajo sugiere que existen sectores de población cuyas posibilidades de salir de la marginalidad quedarían relegadas, aun en un contexto muy favorable de empleo. De esta manera, se verían frustradas sus oportunidades de movilidad social ascendente. El funcionamiento del mercado de trabajo no parece, pues, un mecanismo suficiente para posibilitarles a estos grupos la integración social. A esta imposibilidad o limitada capacidad de obtener recursos materiales suficientes para garantizar la calidad de vida, debe sumarse la desprotección en materia de seguridad social, que incide tanto en el bienestar de la población actual como en el futuro. Las políticas sociales parecen tener, en este punto, un papel ineludible que tornaría a perpetuarse si no se generan cambios sustanciales en la dinámica social.

 


Tablas

Tabla 1

P O B L A C I Ó N    M A R G I N A L

OCUPADOS

DESOCUPADOS**

-Patrones con menos de 5 empleados que pertenecen al primer quintil de ingresos laborales.

 -Desocupados de larga duración
   (más de un año).                                                                                                                                                                                                                                                             

-Cuenta propia no profesionales que pertenecen al primer quintil de ingresos laborales.

-Desocupados de corta duración (menor a un año) con ocupación anterior de:

       a) Cuenta propia no profesional.
        b) Asalariado no registrado.
        c) Trabajador sin salario.
        d) Servicio doméstico.

-Asalariados no registrados que pertenecen al primer quintil de ingresos laborales.

-Trabajadores por programa de empleo.

-Trabajadores del servicio doméstico.

-Trabajadores sin salario.*

 

(*) La inclusión de la totalidad de los trabajadores familiares sin remuneración en la población marginal puede resultar arbitraria. Una proporción incierta de ellos podría desempeñarse en una empresa o negocio familiar relativamente próspero e incluso perteneciente al sector formal, sin percibir una remuneración pero realizando tareas de cierta calificación: en este caso sería muy discutible su inclusión. Sin embargo, la encuesta no provee la información necesaria como para discriminar tales situaciones: se ha considerado aquí que se trata de un obstáculo menor, dado el exiguo peso de este sector en la PEA.

(**) Con relación a los desocupados, incluimos dos tipos de situaciones teniendo en cuenta el tiempo que llevaban desocupados. En el caso de los desempleados de corta duración, nos basamos en el tipo de trayectoria laboral, ocupaciones anteriores consideradas como residuales. Mientras que, en el caso del desempleo de larga duración, tuvimos en cuenta la relación entre el tiempo en que se transita en el desempleo (que en el extremo de los casos conduce a pasar a la inactividad) y la probabilidad de obtener un empleo fuera del polo marginal. Dado que, la posibilidad de obtener un empleo no residual tiende a volverse inversamente proporcional a la duración del desempleo, incluimos a todos los desocupados que buscan trabajo hace más de un año.

 

 

 

 

 

 

 

Tabla 2

Ranking de las categorías que componen la fuerza de trabajo marginal

Total aglomerados urbanos – 2° semestre de 2006. En porcentaje de la PEA

 

Tabla 3:

Características seleccionadas. Total aglomerados urbanos –2° semestre de 2006

 

 

 

 

Tabla 4

 

Nivel educativo alcanzado

Total aglomerados urbanos –2° semestre de 2006. En porcentaje de cada población

 

Tabla 5

Indicadores seleccionados del hogar. Total aglomerados urbanos –2° semestre de 2006

En porcentaje y personas

 

 

Tabla 6:

Indicadores laborales seleccionados

Total aglomerados urbanos –2° semestre de 2006. En porcentaje del total de ocupados

 

Tabla 7

Etapas

Objetivos específicos

1era etapa

Primera regresión logística

Determinar la probabilidad que tienen los asalariados precarios de obtener un empleo registrado.

2da etapa

Segunda regresión logística

Determinar la probabilidad que tienen los desocupados, los asalariados precarios —no seleccionados en la primera regresión—, los trabajadores por cuenta propia del primer quintil de ingresos laborales y los trabajadores sin salario de obtener un empleo registrado.

3era etapa

Tercera regresión logística

Determinar la probabilidad que tienen los desocupados y los trabajadores por cuenta propia del primer quintil de ingresos laborales —no seleccionados en la segunda regresión— de obtener un empleo precario.

 

 

 

Tabla 8:

 

Características seleccionadas según sexo

En porcentaje de cada población

 

Tabla 9

 

Nivel educativo alcanzado según sexo

En porcentaje de cada población

Tabla 10:

Tiempo de búsqueda de trabajo según tramos de edad y sexo

En porcentaje de cada población

 

Tabla 11:

Trayectorias laborales

En porcentaje de cada población

 

Tabla 12

Tipo de Marginalidad según su intensidad

En porcentaje de la PEA


Gráficos

Grafico 1: Evolución de la población marginal

Total aglomerados urbanos. Octubre 1995 – 2° semestre de 2006. En porcentaje de la PEA

 

 

Nota: Al considerar el período bajo análisis, debe tenerse en cuenta el cambio de metodología en la EPH a partir de 2003. Se advierte que no existe una estricta comparabilidad de los datos entre la EPH puntual y la EPH continua

Fuente: Elaboración propia según EPH-INDEC

 

Grafico 2: Evolución de la población marginal, la tasa del desempleo y el PBI

Total aglomerados urbanos. Octubre 1995 – 2° semestre de 2006

En porcentaje de la PEA y Variación (%) respecto al año anterior

Nota : Al considerar el período bajo análisis, debe tenerse en cuenta el cambio de metodología en la EPH a partir de 2003. Se advierte que no existe una estricta comparabilidad de los datos entre la EPH puntual y la EPH continua

Fuente: Elaboración propia según EPH-INDEC

 

Gráfico 3:

Evolución de los hogares marginales según grados de vulnerabilidad

Total aglomerados urbanos. Octubre 1995 – 2° semestre de 2006. En porcentaje del total de hogares PM

 

Nota : Al considerar el período bajo análisis, debe tenerse en cuenta el cambio de metodología en la EPH a partir de 2003. Se advierte que no existe una estricta comparabilidad de los datos entre la EPH puntual y la EPH continua

Fuente: Elaboración propia según EPH-INDEC

 

Gráfico 4:

Evolución de la población marginal

Total aglomerados urbanos. Octubre 1995 – 2° semestre de 2006. En porcentaje del total de ocupados

 

Nota : Al considerar el período bajo análisis, debe tenerse en cuenta el cambio de metodología en la EPH a partir de 2003. Se advierte que no existe una estricta comparabilidad de los datos entre la EPH puntual y la EPH continua.

Fuente: Elaboración propia según EPH-INDEC


Gráfico 5:

Evolución de la población asalariada precaria

Total aglomerados urbanos. Octubre 1995 – 2° semestre de 2006. En porcentaje del total de asalariados

Nota : Al considerar el período bajo análisis, debe tenerse en cuenta el cambio de metodología en la EPH a partir de 2003. Se advierte que no existe una estricta comparabilidad de los datos entre la EPH puntual y la EPH continua.

Fuente: Elaboración propia según EPH-INDEC


Referencias

  Bogani, E.  (2005). De marginales y desocupados: apuntes para una nueva discusión sobre las poblaciones «excedentarias» a partir de los conceptos de masa marginal y empleabilidad.  Nueva Sociedad, 197(Mayo-Junio), 41-53. Recuperado de: http://www.nuso.org/upload/articulos/3258_1.pdf

Campos Ríos, G. (2002). Un modelo de empleabilidad basado en resistencias: El caso del mercado de trabajo en Puebla. México: Universidad Autónoma Metropolitana.

Campoy Lozar, M (2005). Marginación y pobreza. Revista del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, 35, 67-82.

Castel, R. (1999). Vulnerabilidad social, exclusión y degradación de las condiciones salariales. En: Carpio J. & Novacovsky, I. (Eds.), De igual a igual: el desafío del Estado ante los nuevos problemas sociales pp. 25-29. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica; FLACSO; SIEMPRO.

Ministerio de Trabajo (2006). El Trabajo registrado es hoy el motor de la inclusión social .Comunicado de Prensa. Buenos Aires: 2006, diciembre 20.

Ministerio de Trabajo. Dirección General de Estudios y Estadísticas Laborales. Subsecretaría de Programación Técnica y estudios Laborales.  (2007). Resultados de la Encuesta Permanente de Hogares del primer trimestre de 2007.

Nun, J. (2003). Marginalidad y exclusión social. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

Quijano, A. (1998). Marginalidad e Informalidad en debate. Manuscrito no publicado.

 


Notas



[*] Lic. en Sociología (UBA), Magíster en Generación y Análisis de Información Estadística (UNTREF). Docente de Estadística aplicada a las Ciencias Sociales en USAL, coordinadora de la Maestría en Generación y Análisis de Información Estadística (UNTREF).

Artículo recibido: 15-05-2011  Aceptado: 24-07-2011

MIRÍADA. Año 4,  No.7  (2011)

© Universidad del Salvador. Facultad de Ciencias Sociales. Instituto de Investigación en Ciencias Sociales (IDICSO), ISSN: 1851-9431



[1] En este mismo año se aplica la nueva encuesta de la EPH. Esta renovada encuesta se caracterizaba por indagar más exhaustivamente en la dinámica del empleo. Los cambios introducidos en el formulario se tradujeron, principalmente, en una mejor captación de la condición de actividad de la población y se reflejó en niveles mayores de tasas de actividad, empleo y desempleo, como en otras variables laborales, tal como fue desarrollado en el apartado anterior. Cabe volver a mencionar que, en las series históricas, que contengan ambas encuestas, la estricta comparabilidad de los datos se ha perdido por las razones  mencionadas anteriormente.

[2] El servicio doméstico representaba, durante el segundo semestre de 2006, alrededor del 8% del empleo total, pero ascendía a casi una quinta parte entre las mujeres. En tanto que, casi tres cuartas partes de los trabajadores que realizaban la contraprestación de un plan de empleo eran mujeres.

Para un análisis de los perfiles de la población beneficiaria del PJHD, se sugiere consultar las publicaciones sobre la evaluación de dicho plan a cargo de la Secretaría de Empleo del MTEySS.

[3] El presente análisis contempla todos los hogares que poseen al menos un integrante en la población económicamente activa (PEA).

[4] Ya se vio que más de la mitad de los trabajadores que no formaban parte de la fuerza de trabajo marginal eran jefes de hogar.

[5] Véase www.desarrollosocial.gov.ar

[6] Esto se produce en el marco de la Ley 25.877 y los decretos 817/04 y 2013/04 que establecen las reducciones de las contribuciones patronales y un conjunto de políticas activas dirigidas a promover la inserción laboral de beneficiarios (MTEySS – Programa Jefes de Hogar).

[7] “Se advierte que la tasa de empleo no registrado, que surge de la información relevada por la nueva encuesta, es 0,7 puntos porcentuales superior a la estimada por la encuesta anterior. Si bien no se pueden realizar afirmaciones concluyentes, es posible que la diferencia en el período de relevamiento de las dos modalidades de encuesta de hogares —mayo para la EPH puntual y segundo trimestre para la EPH continua— explique la existencia de la brecha mencionada. Ayudaría a advertir que una parte del incremento es propio del cambio de cuestionario” MTEySS (2006:149).

[8] La aplicación de un modelo de regresión logarítmica, suponiendo un crecimiento del PBI del orden del 5% en los próximos dos períodos, permite predecir una tasa de empleo en torno al 43,8%, conjuntamente con una tasa de actividad prácticamente constante.

[9] Los resultados obtenidos en el presente apartado presentan un coeficiente de variación mayor al 10%, por lo cual estaremos haciendo referencia a tendencias y no a valores específicos.

[10] El elevado nivel de desempleo que presentan los más jóvenes ha sido uno de los aspectos más sobresalientes del mercado de trabajo de las últimas décadas. Particularmente, porque se ha reducido la participación de este grupo en la población total, es decir, hay una menor proporción de jóvenes como resultado de los cambios operados en el comportamiento reproductivo de la población, principalmente en los países que se encontraban en un estadio avanzado de la transición demográfica.

[11] Este comportamiento es presumiblemente atribuible a la participación del servicio doméstico en esta región.

[12] El 8% de los hogares con carencia total de vinculaciones en el mercado de trabajo incluye miembros que son beneficiarios de la seguridad social por medio de la percepción de la jubilación y pensión. Esto indica que se trata de hogares donde hubo vínculos, en el pasado, con el trabajo registrado.