MIRÍADA. Año 4, No.7
(2011)
© Universidad del Salvador.
Facultad de Ciencias Sociales.
Instituto de Investigación en
Ciencias Sociales (IDICSO), ISSN: 1851-9431
La estabilidad en las
democracias capitalistas. ¿Crisis hegemónica o auge chantajista?[*]
Ariel Colombo, IDICSO - Conicet[†]
Resumen
El
presente ensayo analiza la problemática de la estabilidad en las
democracias capitalistas. El autor revisa y cuestiona las teorizaciones
existentes sobre las denominadas crisis hegemónicas. Plantea una lectura
original de las mismas que denomina como “extorsión” y que alcanza su auge en
América del Sur con posterioridad a partir de las transiciones democrática.
Palabras
clave: Democracia; Crisis hegemónica; Capitalismo.
Abstract
This essay analyzes the
problematic issue of stability in capitalist democracies. The author revises
and questions existing theorizations about the so called hegemonic crisis. He
proposes an original vision about such crises calling them “extorsive” and
signalling that they rich its momentum in
Keywords:
Democracy; Hegemonic crisis; Capitalism.
1.
Una
de las ideas más generalizadas en la izquierda es la de un lento pero
irreversible declive de la hegemonía norteamericana, y, seguramente, el alto
endeudamiento externo junto a la descalificación de su deuda, deben haber
reforzado esta opinión que también fue compartida por Giovanni Arrighi. Que
propuso una de las interpretaciones de los ciclos del capitalismo de mayor
alcance histórico.
Basándose en Braudel, estudió los desplazamientos del
poder mundial en los últimos 500 años, y, en paralelo a la idea de “producción
del espacio” de Harvey, propuso que las crisis fueron resueltas ampliando
territorialmente la escala de acumulación.
Cada ciclo sistémico atraviesa por dos fases, la de acumulación material
y la de acumulación financiera, y mientras se completa la segunda, se inicia la
primera en otra ubicación con una influencia geográfica aún mayor. Los
excedentes acumulados en Venecia y Génova
emigraron a Amsterdam, de Holanda a Inglaterra, y de Inglaterra a
Estados Unidos.
El surgimiento de una nueva hegemonía, capaz de
restaurar el orden global, tuvo como punto de partida un capital
sobreacumulado que se apodera de nuevos activos, incluido el trabajo a bajo
costo, y que los lleva a un uso rentable, profundiza la división del trabajo, y
reinicia la expansión productiva, hasta que por la presión de la competencia, los monopolios de
punta son socavados y nuevamente la masa de beneficios hace caer la tasa de
ganancia. Se acumula más capital del que
se puede reinvertir ventajosamente y empieza
la etapa especulativa; que precipita
el caos y la pelea por los mercados, con la colaboración de los Estados, si es necesario
en el campo de batalla (Arrighi, 1999; 2001; 2005: 2007; 2008).
En
el período de entreguerras, la movilización popular llevó al New Deal, y, a
imagen y semejanza de este compromiso, Roosevelt imaginó la relación hegemónica
con el mundo, que así funcionó en parte entre 1945 y 1970, el período de mayor
expansión del capitalismo. En la crisis de la década de 1970, la crisis
de la primera etapa del ciclo norteamericano, los trabajadores estaban mejor
preparados para resistir una nueva destrucción de bienes de capital, y el
monetarismo se dirigió precisamente a debilitar este poder. Pero, al redistribuir la renta en favor de la
especulación financiera, originó burbujas, que explotan regularmente, y que
indican, según Arrighi, la crisis terminal del ciclo y de la hegemonía
norteamericana, que tendrá un desemboque más o menos desordenado, dependiendo
de que EEUU acepte y gestione su decadencia. En tal sentido, Obama se equivoca
al igual que Busch, si pretende revertirla.
China, en ascenso al
recibir parte del capital sobrante, contribuye a reducir las desigualdades
entre países, que en consecuencia
podrían insertarse más independientemente en el orden internacional. Pero, como
a la vez crece la desigualdad dentro de ese país, que posee una tradición
milenaria e incomparable de rebeliones campesinas y obreras, parece que tendrá
demasiados problemas en casa como para ocuparse del mundo, como hizo EE.UU
después de 1945 respaldando el
resurgimiento de sus potenciales competidores.
Habría, por eso, una bifurcación entre el poder bélico y el poder
económico, una anomalía que muestra un bloqueo de los mecanismos que llevaron a
soluciones territoriales. El viejo
cuartel general del capitalismo será incapaz de impedir que Asia oriental ocupe
los puestos de mando de la acumulación, pero la nueva guardia carece del poder
para organizar la guerra.
Smith,
y también Braudel, pensaron que el capitalismo no sobreviviría a esta
disociación entre el Estado y el capital. Si la fusión que permitió la
reproducción ampliada del estrato superior antimercado, y que desata toda la
dinámica depredadora, estuviera disolviéndose,
la anomalía del ciclo no desembocará en un imperio poscapitalista, sino
que se gestaría una sociedad mundial en la que los países se vincularán a
través del mercado. Un nuevo Tercer
mundo podría estar surgiendo, y lo empleará como instrumento de igualación de
las relaciones norte-sur. La cuestión no es si el Sur seguirá usando el dólar
sino si dejará el superávit de sus balanzas de pagos a disposición de las
agencias controladas por EE.UU.
2.
No voy a profundizar
esta interpretación, que es conocida y
muy extendida con matices y polémicas, puede esbozarse un planteo diferente. Primero, el término
hegemonía tendría que ser aplicado solamente al último ciclo, una vez que la
democracia capitalista alcanzó la madurez para un compromiso de clases a nivel
global; segundo, la crisis de los 70`no inició una interminable declinación que
ya llevaría 40 años, sino que fue resuelta con otra forma de dominio, la
extorsión, políticamente inferior a la
hegemonía pero que asegura la estabilidad capitalista cuando no pueden
reproducirse las bases materiales del consenso de las clases subalternas;
tercero, ambas formas de dominio, la hegemonía y la extorsión sostuvieron al
último ciclo sistémico mediante un intercambio intertemporal, y no ampliando la
escala espacial de la acumulación como en ciclos anteriores; cuarto, no hay
ningún mecanismo de mano invisible, el mercado o cualquier otro, que pueda
llevar a una sociedad global más justa.
Si
bien hubo cuatro grandes oleadas insurreccionales después de
Si la hegemonía se
sustenta en la promesa de que los sacrificios actuales de los trabajadores se
convertirán en un porvenir de más empleo, más salarios y mas impuestos, en
función de una tasa de transformación de ganancia en inversiones que permanece
indeterminada, la extorsión se apoya en la amenaza de que si no se aceptan los
sacrificios actuales estos pueden llegar a ser aún mayores como en algún
momento anterior. Hay un trueque entre presente y futuro en el primer caso, y
entre presente y pasado en el segundo, que, en realidad, es seudotemporal,
porque no está sujeto a ningún plazo.
Las teorías de las
crisis no ha contemplado esta salida chantajista, que no promete nada sino que ofrece
protección contra la posibilidad de estar peor.
Gramsci estableció que cuando
la burguesía no logra inducir a la cooperación de la sociedad, los grupos
subalternos abandonan sus instituciones, activándose los mecanismos represivos subyacentes. La
hegemonía está protegida por la coerción. Przeworski (1985:155-195), que
estilizó este planteo, dice que si este compromiso de clases no se concreta
puede suceder que a) los trabajadores socializan los medios de producción; b)
los capitalistas imponen una dictadura; c) se impone una crisis catastrófica
prolongada de huelgas y represión; y d) los trabajadores hagan imposible los
beneficios pero siendo incapaces de derrotar a la burguesía provoquen el
fascismo.
Ninguna
de estas alternativas se materializó. Ni el socialismo ni la dictadura ni el
caos ni el fascismo. La hegemonía fue sustituida por la extorsión, que se
mantiene dentro del constitucionalismo liberal agitando los miedos respecto a
un pasado que podría volver, con rasgos mafiosos pero sin asumir valores
premodernos. Esta alternativa se presenta cuando la burguesía no cumple la
función de representar el futuro porque
maximiza ganancias de corto plazo, y el pueblo, habiéndose desactivado
políticamente, acepta los niveles
salariales existentes ante la posibilidad de enfrentarse al desempleo.
Si
la hegemonía genera expectativas para la legitimación pero que luego enfría o
posterga para abrir un cauce a la acumulación productiva, la extorsión explota
el temor para estabilizar con un mínimo de legitimidad la acumulación
financiera. En este caso, es el propio sistema el que crea la demanda del
producto que tiene para ofrecer: protección contra los problemas que ha
generado en un momento anterior, y adaptación a una lógica cortoplacista.
La
hegemonía como promesa de un futuro común que siempre puede ser
pospuesto, y la extorsión como amenaza de un pasado disolvente que siempre
puede retornar, representan una fuga
hacia adelante cada vez más acelerada porque nunca se cumplen o son
incumplibles ya que la acumulación de capital no tiene fin. El mandato es que
la mercancía circule cada vez a mayor velocidad, hacer más de lo mismo cada vez
rápidamente, con la decepción consecutiva y la creación incesantes deseos que
tampoco podrán ser satisfechos por la propia naturaleza de los bienes
posicionales. Por eso es que el sistema, en ambos casos, buscará desarticular, no ya algún contenido
particular de la memoria y del imaginario, sino bloquear las funciones mismas
de recordar y de imaginar, ajustar a los individuos a un proceso repetitivo
3.
La extorsión como forma política que se estabilizó
a principios de los 80, puede
corroborarse incluso con algunas
evidencias. La expansión de
1945-1960 se detuvo, en efecto, ante una crisis de rentabilidad forzada por la
competencia entre países cuyos gobiernos enfrentaban demandas y sublevaciones
que desbordaban los compromisos neocorporativos.
Las
insurrecciones populares en todo el mundo, se combinaban con a) los reclamos
tercemundistas de
Consecuentemente,
las promesas de crecimiento con estabilidad además de inviables ya eran
insuficientes ante un movimiento que no peleaba por esos objetivos. Aterrorizadas, las clases dominantes pasaron a la
acumulación financiera. Pero antes permitieron que los salarios aumentaran
entre 1968 y 1973, ya que el precio de
disciplinar a los trabajadores a un patrón monetario fijo suponía el riesgo de
radicalización. Una política contractiva hubiera implicado el choque frontal,
mientras que la política expansionista
debilitó a los trabajadores, la inflación los puso a la defensiva, y, en
adelante tuvieron que limitarse a esperar que los gobiernos protegieran los
niveles de vida alcanzados previamente.
(Se esperó el repliegue popular, para apoyar la restauración de la
rentabilidad contra los propios trabajadores estadounidenses y sobre los
competidores extranjeros).
La
liquidación del patrón oro permitió la emisión provocando una escalada
inflacionaria mundial que disciplinó a
clases y países subalternos, y con las devaluaciones del dólar se obligó a
Europa y Japón a compartir la caída en la tasa de ganancia, un 40% entre
mediados de los 60 y mediados de los 70.
Pero, como la inflación debilitó al dólar, EE.UU
empezó a reorientar la fase de acumulación financiera en su propio
beneficio. Subió drásticamente las tasas de interés en 1979 y pasó de ofrecer
fondos líquidos a demandarlos para equilibrar sus cuentas.
Cuando
las tasas de interés sobrepasaron las de crecimiento productivo, disolvieron la
proyección colectiva del futuro y se hizo posible un régimen extorsivo que, a
través del capital ficticio, maximiza ingresos sin contrapartida en
inversiones. Esta operación, fue administrada por una burguesía asalariada que
disoció a sus ingresos de la suerte de la economía, y que obligó a sus empresas
a satisfacer las pulsiones inmediatas de ahorristas y accionistas. Cuando la
acumulación ya no se dirigió a su reproducción ampliada, la especulación se
apoderó de todos los mercados, y el nivel de los activos financieros se
transformó en la inversa del empobrecimiento y la desigualdad: hoy se trabaja
más horas que a principios del siglo 20, con
3000 millones de trabajadores que viven como a principios del siglo 19.
En
lugar de aumentar los salarios, EE.UU redujo los impuestos a los ricos y se
endeudó hasta lograr lo que no había
conseguido la guerra fría, doblegar al Sur y a
Reagan obligó a Japón a
limitar sus exportaciones y a usar sus excedentes para financiar el déficit
fiscal y comercial norteamericano; e inició una escalada, que continuaron sus
sucesores, para controlar los suministros de petróleo a los competidores, y
colocar una cuña contra un eventual bloque euroasiático. EE.UU destruirá,
además, lo que la humanidad había
conquistado por primera vez en la historia, por nominal que fuera: que solo
Pero,
en lugar de la decadencia pronosticada, la producción, la productividad, y las exportaciones, entre 1980 y mediados de
la década del 2000 fueron mucho más altas que la de todos los demás países del
G-7, y los beneficios de sus corporaciones, en operaciones domésticas e internacionales,
las más altas desde 1945. Desde 1971 el
dólar perdió dos tercios de su valor respecto al marco/euro y tres cuartos
frente al yen, pero nadie reclama una
soberanía monetaria supranacional alternativa. Los chinos rechazaron la idea de
sustituir dólares por derechos especiales de giro. La acumulación de reservas financieras en Asia
oriental no indica que esta región tenga el poder para determinar cómo deben
utilizarse y mientras tanto financian el doble déficit
estadounidense. Finalmente, los
principales países exportadores
continúan acumulando dólares por temor a que si dejan de hacerlo
provocarían una devaluación contra sus
reservas.
Es
decir, los costos y beneficios de la mundialización están demasiado
interconectados como para que los países centrales desafíen al poder norteamericano.
Lo que EE.UU exporta no es tanto una supuesta crisis sino la debilidad de sus
propios trabajadores, a la que no puede prometer un futuro porque lo ha
confiscado el endeudamiento. No hay crisis: que el sistema se encuentre
siempre al borde de la quiebra financiera es su forma estable de funcionar. Si EE.UU quebrara arrastraría a una
implosión contractiva y si pagara con
emisión llevaría a la explosión inflacionaria.
Esta
es la forma de recrear la desconfianza, que es la base política de la extorsión,
de una forma de dominio que Brzezinski definió al reseñar que “los tres grandes
imperativos de la estrategia geopolítica son: evitar la confabulación de los
vasallos y mantener su dependencia en cuestiones de seguridad; conseguir que
los subordinados sigan siendo influenciables y maleables, y evitar que los
bárbaros se coaliguen”.
4.
En América del sur el auge chantajista se impuso luego de las
dictaduras con una legalidad que era la réplica de la estadounidense, y
garantizó a los capitales extranjeros los mismos privilegios que a los
capitales locales: el centro pudo apropiarse así de los activos y de las
ganancias generadas en los circuitos de valorización financiera. Al quedar amenazados por la fuga de capitales,
los gobiernos fueron obligados a tasas de interés elevadas y al remate del
patrimonio público, con el consentimiento electoral de la ciudadanía.
Cuando
el miedo se perdió, porque los males públicos presentes que aparejaba el
desempleo no podían ser ya peores a los del pasado inflacionario, la
movilización popular instaló gobiernos
reformistas en Venezuela, Argentina, Brasil, Bolivia y Ecuador, iniciándose una doble transición: el paso del
chantaje a la hegemonía, pero con una
fuerza que puede llegar a trascender la relación hegemónica. Hacer esto, es
decir, prometer un futuro y a la vez
contar con el activismo popular capaz de hacerlo efectivo y de ir más allá, en
un marco internacional que sigue siendo extorsivo, representa un desafío de
proporciones. Las órdenes del centro no
se han modificado. Las que dió
Kissinger contra Allende son las mismas que las que uno de los últimos
ex secretarios de Estado ya extendió contra Chávez: desinvertir hasta que los
índices económicos empeoren en toda la línea.
Los
cambios en esta parte del mundo, sin embargo, se llevan a cabo sin déficit
fiscal y sin déficit externo, con una tasa de inversión sobre producto entre el
20 y el 25%, sin distribucionismo fácil
ni proteccionismo irrestricto, dentro de las reglas del constitucionalismo
liberal, y en algunos casos con un desendeudamiento excepcional y mandando los
genocidas a la cárcel, como en
La
repolitización tiende a convertirse en el eslabón entre las promesas inherentes a la hegemonía,
que siempre generan ansiedad en tanto se realizan a medias o se postergan, y
las fuerzas sociales que pueden hacerlas cumplir. Podría decirse que las
iniciativas se encauzan dentro de la democracia moderadora de Madison, con
algunas prácticas de la democracia revolucionaria de Rousseau, a la que
concibió como transformación moral en base a
dos principios de justicia procesal, los derechos humanos y la soberanía
popular, que no se limitan sino que se posibilitan mutuamente. Que los derechos
humanos y la soberanía popular no se opongan, es lo que separa a la democracia
del liberalismo y también del socialismo. La propia lógica
antiesencialista de estos principios cuando se combinan lleva a una profunda incertidumbre y a las tensiones
obvias, sobre todo en torno a la institución presidencial, que envuelta en una
ofensiva popular sale del decorado institucional para convertirse en un
instrumento de la democracia directa.
América
del sur muestra, por último, que el avance hacia una sociedad mundial más justa
entre países no será el resultado de ningún mecanismo de mano invisible, como
parece ser la posición de Arrighi con las categorías de Smith y de Marx, o la
de otros como Malcom Bull, que
utiliza las categorías de Hegel. Mediante una apropiación antidialéctica de
Gramsci, Bull (2006) propone que los mecanismos de mano invisible remediarán el
impasse de las agencias políticas tradicionales, y que la entropía del Estado
global podría estar liberando estructuras disipativas que invertirían la
fórmula de Hegel: subsumiendo la coerción estatal en una sociedad civil
mundial. Sin embargo, creo que quienes han abrazado esta idea cosmopolita no
pueden esperarla de la voluntad general transformada en intelecto general. La
idea de que la interdependencia de intereses individuales puede llevar
inintencionadamente a resultados colectivos juzgados de antemano como
positivos, da por descontado la continuidad temporal entre el plano individual
y colectivo, cuando la discontinuidad es, precisamente, el problema de la
acción. Como este problema no se lo ha podido resolver, se tiende el puente
necesario y espontáneo de una inteligencia de enjambre o de hormiguero, que
siempre presupone algún tipo de remisión al infinito. El mismo horizonte con
que cuentan la hegemonía y la extorsión
para aplazar indefinidamente sus promesas y amenazas en ausencia de la
acción colectiva intencional y autónoma.
Bibliografía
Arrighi, G. (1999) El
largo siglo XXI. Madrid, Akal.
Arrighi, G. y Silver, B.
(comps.) (1999) Caos y orden en el sistema-mundo moderno. Madrid, Akal.
Arrighi, G. (2007)
Madrid, Akal.
Bull, M. (2006) Estados
del fracaso. Madrid, New Left Review, 40.
Przeworski, A. (1985)
Capitalismo y socialdemocracia. Madrid, Alianza.
Screpanti, E. (1985)
Ciclos económicos largos e insurrecciones proletarias recurrentes. Madrid, Zona
Abierta, 34-35.