Evolución
de los estratos medios urbanos en el área metropolitana de Buenos Aires. Una
trayectoria de cuatro décadas[*]
Lic. Horacio Chitarroni[†]
Resumen
Este trabajo indaga los cambios ocurridos
en los estratos medios urbanos del área metropolitana de Buenos Aires entre
mediados de los años setenta y la actualidad, en términos de su peso en el
interior del conjunto de la estructura social, su segmentación interna, su
potencial de movilidad ascendente, su exposición a la movilidad descendente y
su participación en el ingreso. Se examina la estratificación social en varios
momentos diferentes: el correspondiente a la madurez de la industrialización
sustitutiva de importaciones (1974), el que ya acusa los impactos de las
políticas del Gobierno militar (1980), dos momentos que corresponden al inicio
y a la culminación del primer Gobierno democrático luego de la dictadura (1985
y 1989), dos que coinciden con la finalización de la etapa exitosa de la
convertibilidad y su declinación (1995 y 1998), el posterior a la crisis de la
convertibilidad (2002) y los que recogen
los resultados de la recuperación económica posterior (2006 y 2010). La
información examinada proviene de procesamientos propios de
Palabras
clave: Argentina; Estratificación
social; Movilidad social; Estratos medios.
Abstract
This paperwork
analyzes the changes occurring in the urban middle layers of metropolitan
Keywords:
Introducción
Este
trabajo indaga los cambios ocurridos en los estratos medios urbanos del área metropolitana
de Buenos Aires entre mediados de los años setenta y la actualidad, en términos
de su peso en el interior del conjunto de la estructura social, su segmentación
interna, su potencial de movilidad ascendente, su exposición a la movilidad
descendente y su participación en el ingreso. Forma parte de un estudio más
vasto acerca de la evolución de la estructura social y económica de
En el
dilatado período considerado, la estructura social urbana experimentó significativas
transformaciones, en estrecha vinculación con las diferentes etapas por las que
atravesó el país, tanto en términos políticos como económicos. Se asume aquí la
existencia de una relación de determinación directa –por lo demás repetidamente
señalada (Torrado, 1992; Dalle, 2011) – entre el modelo de desarrollo vigente
en cada momento, las políticas productivas, macroeconómicas y de ingresos
adoptadas, y la conformación de la estratificación social.
Desde el
momento inicial de este estudio –mediados de los años setenta–, comienza un largo ciclo de declinación de los
estratos medios urbanos –tal como aquí se los define en términos operacionales–
que tiene su punto de inflexión en la crisis de 2001. Luego, en los años más
recientes, se advierte una recomposición de su peso sin llegar a equiparar la
situación de origen.
El punto de
partida del estudio se ubica en el momento de mayor madurez del modelo de
desarrollo basado en la industrialización sustitutiva de importaciones (ISI),
iniciado en los años treinta y vigorosamente impulsado por el primer Gobierno
peronista en la segunda posguerra. En la
primera fase de ese ciclo de desarrollo, el mayor crecimiento fue protagonizado
por los trabajadores manuales urbanos integrantes de los sectores populares –en
particular los obreros industriales–, que mejoraron sus condiciones de vida y
aumentaron su peso en el conjunto de la estructura social (Torrado, 1992;
Palomino, 1988). Pero en la segunda etapa del desarrollo de ese modelo
–especialmente con el Gobierno desarrollista de Frondizi, en los años sesenta–
tuvo lugar un sostenido proceso de expansión de los sectores medios: trabajadores
asalariados no manuales de calificación técnica y profesional (Torrado, 1992;
Dalle, 2010).
Hacia
mediados de los años setenta, la política económica implementada por la última
dictadura militar se propuso en forma no disimulada el quiebre de ese
paradigma, con el propósito de propiciar la plena inserción de
Pero
Las
consecuencias adversas de estas políticas introdujeron fuertes tensiones que se
manifestaron, en los años ochenta, a la manera de restricciones al crecimiento
y epilogaron en el episodio hiperinflacionario que puso fin al Gobierno radical
de Alfonsín, que asumió con el retorno a la democracia. La evolución seguida
por la estructura del empleo y la distribución del ingreso se mostró
continuamente regresiva a lo largo de toda esa etapa.
Estas
tendencias operaron particularmente sobre los sectores populares, deteriorando
sus condiciones de vida y disminuyendo su homogeneidad interna. Pero los
estratos medios no dejaron de acusar el impacto temprano de estos cambios en
términos de su tamaño y cohesión.
En los años
noventa, durante el Gobierno justicialista de Menem, la precariedad salarial se
extendió fuertemente de la mano de las políticas de desregulación laboral consonantes
con las recomendaciones del consenso de Washington. El régimen de
convertibilidad provocó muy severas consecuencias sobre el tejido social a
través del deterioro del mercado de trabajo. La expansión de la informalidad y
la precariedad, junto con el desempleo, fueron sus manifestaciones más
ostensibles (Beccaria, 2002; Beccaria, Esquivel & Mauricio, 2007).
En la
inauguración del nuevo milenio, las tensiones acumuladas se combinaron con una
larga recesión y desembocaron en el colapso del régimen de convertibilidad y en
la peor crisis de
Durante los
noventa, y con mayor profundidad al estallar la crisis de la convertibilidad,
los sectores medios redujeron su peso en el conjunto al tiempo que
incrementaron su heterogeneidad interna, tanto por el empobrecimiento sostenido
de una parte de ellos como por la segmentación hacia arriba de su estrato
superior, que lo separó del resto. La forma de la pirámide de estratificación
social cambió, estrechándose en su zona central y ensanchándose en sus extremos.
A partir de
mediados de 2002, se inició una recuperación económica primero incipiente y luego
cada vez más vigorosa, que tuvo una interrupción al estallar la crisis
internacional de 2008, pero que recobró su ritmo en poco tiempo. La economía creció
a tasas muy elevadas y con un fuerte impacto en el mercado laboral
–especialmente entre 2003 y 2007– con predominio de la creación de empleo
asalariado registrado en la seguridad social.
Este
proceso dio lugar a una incipiente recuperación en la parte media de la pirámide
social, que tendió a ensancharse por el desplazamiento hacia arriba de una
parte de los estratos populares, que pudieron recomponer sus ingresos al
recobrar mejores posiciones en el mercado de trabajo. Dicho proceso mantiene su
tendencia hasta el momento actual.
La metodología empleada
Con la finalidad de describir y
dimensionar estos cambios, se examina la estratificación social en varios
momentos diferentes: el correspondiente a la madurez de
La información que se presenta
proviene de procesamientos propios de
La metodología aquí empleada es la
que utiliza
Cabe
aclarar que la mediana es aquel valor (en este caso, del ingreso per
cápita familiar) que deja por encima y por debajo igual número de casos. Vale
decir, el que divide en dos mitades iguales la distribución. La mitad de los
hogares posee un ingreso per cápita superior a la mediana, en tanto que la otra
mitad se sitúa por debajo de ella. Es decir que el límite inferior de los
estratos medios sería, según esta metodología, un ingreso per cápita igual a la
mitad de la mediana. En tanto que el límite superior está fijado por un ingreso
equivalente a una vez y media el valor de la mediana. En el interior de los
estratos medios, es posible, asimismo, establecer otra distinción: estrato medio-bajo,
cuyo ingreso per cápita se sitúa entre la mitad de la mediana y el valor
mediano, y estrato medio alto, con ingreso per cápita ubicado entre la mediana
y 1,5 veces dicho valor.
Asimismo,
El “índice de potencial de movilidad de la
población desfavorecida” (PMD) es el cociente entre el ingreso promedio de que
efectivamente disponen los hogares integrantes de los sectores bajos y el que
necesitarían para ascender al estrato medio-bajo, es decir, equivalente a la
mitad de la mediana. Así, es una suerte de “brecha al revés”, de manera que,
cuando el indicador se aproxima a la unidad, la diferencia se estrecha: en el
límite, si asume el valor de uno, todos los hogares abandonan el estrato
“desfavorecido” y ascienden al estrato medio-bajo. Así como el valor desciende
y se acerca a cero, en cambio, la distancia que los separa de esa frontera es
más amplia: el límite teórico de cero se corresponde con la ausencia total de
ingresos, al igual que sucede con la unidad en las brechas clásicas de pobreza.
El “índice de resistencia
de los estratos medios” (RES) evalúa, en cambio, la distancia media que separa
los ingresos efectivos de los hogares de los estratos medios que ganan entre
menos del ingreso mediano y el 50% de dicha mediana, frontera inferior del
estrato. Es, pues, el cociente entre esa brecha y la mitad de la mediana.
Valores altos y tendientes a la unidad en el RES indican mayor resistencia a la
caída, es decir, a la movilidad descendente. En tanto que valores bajos y
tendientes a cero indican que hay “poca brecha” y el riesgo de salir hacia abajo
de los estratos medios es elevado. “El RES es el reflejo inverso del PMD, ya
que calcula el revés económico que sería necesario para arrastrar a los
estratos medio-bajos al rango de ‘desfavorecidos’” (OCDE, 2011).
Con similar metodología es
posible elaborar un índice que refleje la facilidad con la que los sectores
medio-altos (hogares de los estratos medios con ingresos superiores a la mediana)
pueden desplazarse hacia arriba incorporándose
al conjunto de los sectores “acomodados”. Se trata del “índice de potencial de movilidad de los estratos
medios” (PMEM). En este caso, el índice
mide la brecha en que superan la mediana los hogares del estrato medio-alto en
relación con la brecha requerida para acceder al sector acomodado. Cuanto más se aproxime a la unidad el valor
de PMEM, más estrecha será la distancia que separe su ingreso promedio del
límite inferior de los “acomodados” y, por lo tanto, mayor será el potencial de
los estratos medio-altos para incorporarse a aquéllos.
Además, se ha analizado la
evolución de los ingresos de los estratos así definidos y su participación en
el total de los ingresos disponibles. Para ello, se diseñó un Índice de Participación
Relativa en el Ingreso (IPRI) que independiza dicha participación del tamaño
cambiante que adquieren los estratos a lo largo del período analizado. Las
unidades de análisis son siempre los hogares, por ser en ellos donde se define
la capacidad de reproducción y acceso al bienestar por parte de de sus miembros (Torrado, 1992). Y el
atributo tenido en cuenta es el ingreso per cápita familiar (IPCF), que se
considera definitorio de dichas posibilidades.
El procedimiento de delimitación de
los estratos aquí empleado responde más a la concepción estricta y literal de estratos medios –los que están en el medio– que a las definiciones que
podrían identificarlos en relación con el acceso a ciertos parámetros de
bienestar o con los atributos relacionados con la ocupación o el nivel
educativo, que han solido emplearse frecuentemente para definir a las clases
medias. Atributos que, en alguna medida, han perdido
vigencia, dadas la expansión de la educación (especialmente la de nivel medio)
y la fluidez que caracteriza las situaciones laborales (Pérez, 2011).
Esta metodología tiene fortalezas y
debilidades que deben tenerse en cuenta. La principal ventaja que ofrece es la de ser sensible a las
posiciones relativas. Es decir, a la movilidad social ascendente y descendente
que efectivamente tiene lugar –según el tamaño relativo de los sectores medios–
así como al potencial de movilidad hacia arriba y hacia abajo, según las
brechas que separan a unos sectores de otros sean más o menos anchas.
Pero tiene, asimismo, el perjuicio
de ser insensible al desplazamiento del nivel de vida en términos absolutos: si
toda la sociedad se empobrece –o se enriquece– de manera uniforme, estos
indicadores no captan ese tipo de movimientos. Esto es especialmente
problemático cuando se trata de establecer comparaciones internacionales: en
diferentes países los sectores medios pueden asumir parecidas dimensiones –e
inclusive pueden ser similares las brechas que los separan de los sectores bajos
o de los altos– sin que ello nos diga mucho acerca de su acceso al bienestar.
Esto último es más bien una función de las líneas de pobreza establecidas a
través de parámetros monetarios.
Al respecto, cabe también señalar
que, si la pobreza medida de esta última manera se expande, bien puede quedar
incluido en ella el estrato medio-bajo o buena parte de él. De modo que la
pertenencia a los estratos medios, tal como aquí se los define, no es
incompatible con la pobreza. Y en cuanto a la desigualdad misma, si ésta se
produce en los extremos de la distribución –por ejemplo una transferencia de
ingresos desde el decil más bajo al más alto (que incrementa la desigualdad) o,
al revés, una transferencia del decil superior al inferior (que reduce la desigualdad)–
tampoco es acusada por este método.
Pero en cambio, se trata de una
metodología sensible al angostamiento de la zona central de la pirámide social
por el desplazamiento de sus miembros hacia los extremos: hacia arriba y hacia
abajo. Precisamente, un proceso como el que tuvo lugar en
Para completar el análisis, se examinarán
en forma adicional otras medidas usuales de la desigualdad, tales como la
brecha de ingresos entre los deciles extremos y el coeficiente de Gini.
La estratificación social en
perspectiva histórica
Una mirada
rápida nos informa acerca de las principales tendencias observables a lo largo
de más de 35 años. Como lo muestra el cuadro 1, el estrato “desfavorecido”
comenzó a crecer persistentemente desde 1974 hasta duplicar su peso en la
estructura social en 2002. Recién en los últimos cuatro años comenzó a
retroceder.
El
incremento se mostró gradual entre 1974 y 1982, años en los que pasó de representar
menos de 13% a 17% del total de hogares. Se aprecia una leve inversión de esta
tendencia coincidente con el período inicial de la recuperación de la
democracia, para luego acusar los efectos del episodio hiperinflacionario que
marcó el final del Gobierno radical de Raúl Alfonsín. Hacia fines de 1989, el
sector “desfavorecido” representaba el 19% de los hogares: casi una quinta
parte de ellos.
Ya durante
el Gobierno justicialista de Menem, ese peso no varió durante la primera etapa
de la convertibilidad (hasta 1995), pero de allí en más, tras la crisis mexicana,
se advierte un nuevo empinamiento del peso de los hogares “desfavorecidos”, que
luego se acentúa con el golpe inflacionario vinculado con la salida del régimen
de convertibilidad. En ese momento, poco menos de la cuarta parte de los
hogares integraba este estrato inferior. De ahí en adelante, se advierte una
inversión en la tendencia, incipiente hasta 2006 y más firme entre ese año y
2010, cuando el estrato bajo pasa a representar menos del 19% del total, nivel
muy semejante al registrado en 1989.
Podría
decirse que las ganancias y pérdidas del estrato inferior ocurren por entero a
expensas del estrato medio-bajo, que pasa de 35% a 27% entre 1974 y 2002: es el
empobrecimiento de los sectores medios, repetidamente señalado en la literatura
(Minujín, 1993; Minujín y Kessler, 1995), que también comienza a revertirse entre
2006 y 2010.
De
representar establemente el 35% de los hogares entre 1974 y 1980, este segmento
medio-bajo sufre su primera reducción en 1982, año de la guerra de Malvinas y
de fuerte colapso económico del régimen militar gobernante. Se estabiliza en
alrededor de un tercio del total entre esa fecha y 1985, para luego sufrir el
empobrecimiento de muchos de sus miembros y ver mermado su peso al impacto de
la hiperinflación, en 1989, cuando representa menos de 30%.
Ya no
recupera su volumen, que permanece cercano al 30% hasta 1995. Y es, sin duda,
ese sector el que experimenta movilidad descendente tras la crisis mexicana,
que marca el quiebre de la etapa exitosa de la convertibilidad. Se contrae fuertemente
hasta alcanzar menos de 27% en 2002, tras el colapso del régimen de paridad
cambiaria. Una incipiente recuperación apenas se vislumbra en 2006 y se afirma
entre ese año y 2010, cuando el estrato comienza a nutrirse del ascenso de los
hogares situados en el estamento inferior.
El estrato
medio-alto, por su parte, también pierde peso: pasa de 28% a 18% entre los
extremos, aunque también él revierte esa pérdida entre 2006 y 2010. En este
caso, presuntamente, la reducción se debió a una movilidad ascendente, hacia el
estrato “acomodado”, relacionada con la mayor concentración del ingreso en la
parte superior de la distribución. En efecto, el estrato “acomodado” crece
hasta 2002 –por ascenso de los sectores medio-altos– y recién retrocede en los
últimos cuatro años.
Veamos más
pormenorizadamente esa evolución, que exhibe el cuadro 1. Entre 1974 y 1980, es
muy claro el “despegue” hacia arriba: el estrato medio-alto pierde casi seis
puntos que son simétricamente ganados por el estrato “acomodado”. Se mantiene
relativamente estable –representando aproximadamente un quinto de los hogares
totales– hasta 1985. Y con la hiperinflación vuelve a reducirse, alrededor de
dos puntos porcentuales.
Sin
embargo, la ganancia experimentada por el estrato “acomodado” es mayor a esa
reducción. Tal parecería que una parte de la pérdida del estrato medio-alto se
compensara con un ascenso desde el inmediato inferior. Efectivamente, se
constata que el sector medio-bajo sufre una reducción de cuatro puntos
porcentuales: tres de ellos corresponderían a hogares que descienden al
inmediato inferior y uno, a hogares que ascienden al inmediato superior. Todos
ellos, recorridos de corta distancia (Dalle,
2010).
Este
segmento superior de los estratos medios se recupera algo con el primer tramo
de la convertibilidad, a expensas del sector acomodado. Probablemente, ello
ocurre cuando la estabilidad permite recomponer los ingresos de los hogares y
eleva el ingreso mediano, haciendo menos franqueable el límite de 1,5 veces ese
valor. Pero en
De
resultas de esta trayectoria declinante que ha sido descripta, el conjunto de
los estratos medios reduce su peso en el total a lo largo del período
analizado, de alrededor de dos tercios en
El análisis
de estos cambios puede completarse con la información más convencional sobre la
desigualdad, que se aprecia en el Cuadro 2. El coeficiente de Gini, muestra un
persistente crecimiento hasta 1989, cuando la desigualdad en aumento da un
salto en coincidencia con la hiperinflación. Después, bajo el influjo de la
convertibilidad en su primera etapa –la etapa “exitosa” en la que logra
controlar la inflación sin que todavía se manifieste un deterioro demasiado
pronunciado del empleo– el Gini se reduce hacia 1995.
Pero tres
años después ha vuelto a crecer: en este caso no se trata de la licuación de
los ingresos por la inflación sino del creciente deterioro del mercado de
trabajo, que no se expresaba todavía abiertamente en la tasa de desempleo (el
desempleo bajó de 17% en 1995, momento de la crisis mexicana, a 14% en 1998).
Pero en cambio, en el interior de los ocupados se incrementó la segmentación.
Los ocupados a tiempo parcial en forma involuntaria pasaron de 12% en la
primera fecha a 14% en la segunda. Y el porcentaje de asalariados sin aportes a
la seguridad social –el principal indicador de la precarización del empleo– aumentó
de 33,6% en
La brecha
de ingresos es otro indicador de desigualdad, aunque estrictamente no tiene que
ver con la suerte corrida por los estratos medios, porque se calcula entre los
deciles extremos. Pero también así medida, la desigualdad crece de un modo
monótono hasta 1985 y, luego, experimenta un abrupto salto en 1989, por efecto
de la hiperinflación: el tamaño de la brecha se duplica en esa última fecha.
Nuevamente,
la convertibilidad, en sus primeros años de vigencia permite un reacomodamiento
–mientras el empleo aumenta– que reduce levemente esta brecha. Pero esa leve
inflexión no invierte sino muy brevemente la tendencia, ya que vuelve a crecer
la desigualdad entre 1995 y 1998, para hacerlo más fuertemente con la crisis de
2002, que lleva la brecha a su máximo histórico. En esa fecha, se ha
multiplicado por cuatro en comparación con el punto inicial de esta medición.
Luego, la recuperación experimentada por los estratos más bajos es
espectacular: hacia 2006, la brecha se ha reducido a poco más de la mitad y,
hacia 2010, equivale a solo 40% de la magnitud alcanzada en 2002.
Pocas dudas
deja la evidencia empírica (cuadros 1 y 2) sobre el persistente deterioro que
significaron el quiebre del modelo vigente hasta mediados de los setenta y el
lapso que media hasta comienzos de los años dos mil, como también acerca del fuerte
proceso de redistribución que tuvo lugar en el país en la última etapa, luego
de superada la crisis de 2002.
Los
estratos medios perdieron peso global y se segmentaron internamente entre mediados
de los setenta y los primeros años del nuevo siglo (Minujín y Help, 2011). Una
parte de ellos descendió y pasó a integrar el sector “desfavorecido”. Mientras
que la parte superior también se despegó, pero hacia arriba, al mejorar su
posición relativa e ingresar en un sector “acomodado” que se ensanchó.
La
pirámide, pues, se estrechó en su parte media y se ensanchó en los extremos.
Pero además de afectar a la clase media, ya hemos visto que el aumento de la
desigualdad alteró de un modo dramático la relación entre la base y la cumbre
de la pirámide.
El sector
“acomodado”, por su parte, que se mostraba muy concentrado en el inicio de la serie,
fue aumentando su permeabilidad a flujos provenientes del sector medio-alto
(Dalle, 2010). Y creció sostenidamente hasta la crisis –en la medida en que la
desigualdad aumentaba y los ingresos se concentraban– para luego retrotraerse
en forma moderada.
Si –tal
como se ha afirmado repetidamente (Klisberg, 2005; Hopenhayn, 2010; Dubet,
2011)– la desigualdad es mala en sí misma, es preciso admitir que los cambios
que el largo ciclo neoliberal (por denominarlo de algún modo), iniciado en 1976
y culminado en 2002, acarreó a la sociedad argentina fueron decididamente
negativos.
Los
potenciales de movilidad social y sus cambios
Los
desplazamientos hacia arriba y hacia abajo están favorecidos u obstaculizados
por las brechas relativas entre los ingresos de cada estrato y los límites que
los separan del estrato inferior y superior. La magnitud de los primeros puede
evaluarse como resistencia a la caída. En tanto que los segundos son el
potencial de movilidad ascendente.
4.1. El PMD (índice de
movilidad potencial de la población desfavorecida)
El índice de movilidad potencial de la
población desfavorecida (cuadro 3) refleja el “potencial de ascenso” del
estrato “desfavorecido” al estrato inferior de los sectores medios. Se calcula
como el porcentaje que representa el promedio de ingreso de los primeros sobre
el ingreso necesario para ascender. Vale igual a la unidad si “todos entran”.
Ver Cuadro 3.
Ese
potencial parece haber sido comparativamente débil en el inicio para un sector
bajo pequeño pero concentrado. Efectivamente, no llegaba al 13% del total de
los hogares del área en 1974 y se caracterizaba por estar “muy separado”.
Podría pensarse que coincidía parcialmente con la pobreza estructural.
Al
respecto, hay que señalar, sin embargo, que, en 1980, al ser medida por primera
vez con datos censales, la pobreza extrema, es decir el porcentaje de hogares
con necesidades básicas insatisfechas (NBI), alcanzaba el 22% en los partidos
del Gran Buenos Aires y no es presumible que fuese menor seis años atrás. Esto
sugiere que la metodología “relativa” del uso de la mediana como parámetro
puede subestimar situaciones de carencia extrema, ya que los hogares
“desfavorecidos” así medidos quedaban muy por debajo de los hogares pobres por
NBI. Ambos indicadores tienden a converger, sin embargo, una década más tarde:
en 1991 los hogares del área con NBI eran el 14,7%, mientras que el estrato “desfavorecido”
alcanzaba a 19% en 1989, luego de la hiperinflación. Allí, aparecía ya el empobrecimiento, puesto que el segundo
subconjunto excedía al primero: había sectores declinantes sin características
de pobreza estructural. Por el contrario, años antes, en una sociedad menos
desigual en lo que atañe a los ingresos, la situación “desfavorecida”
subestimaba la carencia y era excedida por la pobreza estructural.
A lo largo
de los ochenta, así como el tamaño de los sectores bajos crecía (hasta superar
el 16% al promediar esa década), también aumentaba el “potencial de movilidad
ascendente”. Es una paradoja: la expansión de los “desfavorecidos” hacía que
pasaran a formar parte de este estrato hogares con ingresos algo mayores y más
cercanos a la mitad de la mediana. Es un correlato de lo que la literatura de
años posteriores mencionará como “la nueva pobreza” para aludir a la declinación
de los sectores medios (Minujín y Kessler, 1995).
Ello se ve
confirmado si se observa que todo el aumento del estrato desfavorecido ocurre enteramente
a expensas del sector medio bajo. Si tuviéramos un estrato “desfavorecido” de tamaño
estable, la mejora del índice PMD podría tomarse como un indicador de mejora de
la movilidad potencial, pero en el contexto en que se produjo revela un
fenómeno bien diferente.
Más tarde,
ya con la crisis de la hiperinflación y, luego, en los noventa, se asiste al
peor de los escenarios: el tamaño relativo de los sectores bajos crece
persistentemente, hasta alcanzar su máxima dimensión luego de la crisis de la
convertibilidad (2002), al tiempo que su capacidad de movilidad ascendente
retrocede. Pero, a partir de la crisis de 2002, hay un notorio cambio de
tendencia: el índice de movilidad potencial crece desde 2006, mientras que el
estrato bajo declina su peso relativo, primero tenuemente y luego con más
vigor. Esta tendencia resulta corroborada por el comportamiento del resto de
los indicadores de desigualdad: ya vimos que en ese lapso retrocede el
coeficiente de Gini y se reduce de un modo muy importante la brecha entre los
deciles extremos.
Había,
pues, en esa última etapa, menos hogares por debajo de la mitad de la mediana y
su capacidad para alcanzar ese límite resultaba mayor. En correspondencia con
ello, a partir de esa fecha, serán los sectores medios los que empezarán a
recomponerse por su parte baja.
4.2.
El RES (índice de resistencia de los estratos medios)
El índice
de resistencia de los estratos medio-bajos (cuadro 4) evalúa la capacidad de
éstos para mantenerse. Relaciona la distancia de sus ingresos con la mitad de
la mediana y resulta una expresión de la magnitud del revés económico que sería
necesario para arrastrarlos a la caída. Valores altos y tendientes a la unidad,
indican mayor resistencia a la caída. En tanto que valores bajos y tendientes a
cero indican que hay “poca brecha” y el riesgo de salir de los estratos medios
es alto. Ver Cuadro 4.
Debe
tenerse en cuenta que este estrato se fue achicando gradualmente –por deslizamiento
hacia abajo– hasta 2002 y recién revierte esa tendencia hacia 2006 (en forma tenue)
y 2010 (más vigorosamente).
Entre los
hogares que permanecen en el estrato no cambia muy perceptiblemente su
“riesgo”: se reduce levemente al principio –cuando se ha producido el
“descremado al revés”[3] por movilidad descendente.
Pero luego no experimentan grandes cambios hasta la crisis de 2002, cuando un
nuevo descenso del tamaño del estrato –lo abandonan los más vulnerables de sus
integrantes– permite que mejore en promedio la “resistencia a la caída” de los
que permanecen en él. Sin embargo, después, esta brecha de resistencia al
descenso se acorta hasta la actualidad, así como se reincorporan al estrato
hogares provenientes del piso inferior, con ingresos más próximos a la mitad de
la mediana. Obviamente, los recién ascendidos tienen más vulnerabilidad a la
caída que los que han permanecido establemente en este segmento social.
4.3. El PMEM
(índice potencial de movilidad de los estratos medios)
Por fin, el índice potencial de
movilidad de los estratos medios (cuadro 5) explora la capacidad potencial de
los sectores medio-altos para escalar posiciones, experimentando movilidad
ascendente hacia el sector “acomodado”. Esa potencialidad parece comportarse de
una manera extrañamente contracíclica: se incrementa cuando las condiciones
desmejoran para los demás. Ver Cuadro 5.
¿Qué explicación hipotética admite
este comportamiento? Se trataría de la imagen invertida de lo que hemos visto
en el apartado anterior: un fenómeno opuesto al que sucede en los sectores
medio-bajos. Cuando el estrato medio se ensancha a través de la movilidad ascendente
–se supone que la movilidad de recorrido
corto, desde el estrato medio-bajo–, entonces son los recién ascendidos los
que están más cerca del límite inferior. Y es improbable que puedan exceder el
límite superior y pasar a integrar el sector acomodado (lo que representaría
una migración ascendente de recorrido
largo en un lapso relativamente breve). En cambio, cuando el estrato se
estrecha porque los hogares menos ricos de entre sus integrantes pasan a ser
medio-bajos, los que quedan son los que tienen, en promedio, mayor potencialidad
para subir.
Los diferenciales de ingresos
Aunque los estratos están definidos
en función de la relación de los ingresos de los hogares con la mediana, es
posible computar el ingreso per cápita medio de los hogares ubicados en cada uno
y establecer relaciones o brechas entre ellos.
Si un estrato se reduce porque
algunos de sus miembros (los mejor situados) experimentan movilidad ascendente,
entonces los que permanecen en él tienen un ingreso medio más bajo. Pero, en
cambio, si un estrato se reduce porque descienden los hogares más pobres, entonces,
los que quedan tienen, en promedio, un ingreso más alto.
A la inversa, si un estrato crece
por el aporte del estrato inferior –algunos de cuyos miembros experimentan
movilidad ascendente–, estos nuevos integrantes presionan a la baja el ingreso
medio del estrato receptor. Pero si crece, en cambio, de resultas de la
movilidad descendente del estrato superior, es probable que los recién arribados
generen un aumento del ingreso per cápita medio, porque sus ingresos estarán
situados más próximos al límite superior.
Con esta lógica podemos observar la
relación entre los ingresos per cápita medios de cada estrato y su evolución en
el tiempo (cuadro 6).
Se ha tomado siempre como base = 100
el ingreso medio del estrato superior o “acomodado”. Al comienzo de la serie,
cuando el estrato “desfavorecido” era muy reducido en sus dimensiones, la
distancia entre los extremos era la mayor de la historia: su ingreso medio era
menos de 5% del que percibían los hogares “acomodados”. Esa relación varió poco
hasta la hiperinflación de 1989.
Entre 1974 y 1985, los hogares del
estrato medio-bajo percibían entre 30% y una cuarta parte –aproximadamente– del
ingreso de los acomodados. En tanto que los del estrato medio-alto alcanzaba a
alrededor de la mitad. Aunque con una tendencia a la desmejora de esa relación en
ambos casos.
La hiperinflación de finales de los
años ochenta ensanchó la brecha entre los extremos a su máximo histórico.
Siempre tomando como parámetro el ingreso de la franja superior, los hogares “desfavorecidos”
pasaron a ganar menos del 3% del ingreso de los mejor situados, los del estrato
medio-bajo también empeoraron a menos de un quinto y los del medio-alto se redujeron
por debajo de un tercio.
Durante la convertibilidad, los que
más mejoraron fueron los hogares del estrato inferior. Aunque, entre 1995 y
1998, esto fue en buena medida el resultado de la recepción de “nuevos pobres”
desde el estrato inmediato superior.
La suerte de los estratos medios
varía poco –en cuanto a la relación de su ingreso per cápita con respecto al de
los “acomodados”– aun con la crisis de 2002, donde los que experimentan el
mayor deterioro son, nuevamente, los “desfavorecidos”, nunca mejor denominados.
Hacia 2006, ya se
advierte una clara mejora en la situación del estrato inferior y una recuperación
de menor intensidad en ambos estratos medios. La tendencia se fortalece en
2010. Si se comparan ambos extremos, el estrato inferior ha mejorado su
situación muy claramente, en tanto que ambos segmentos medios han experimentado
un leve deterioro y se encuentran en una situación similar a la de 1980.
La
participación en el ingreso total
Importa, asimismo, apreciar la
evolución de la participación de cada estrato en el ingreso total disponible. Sin
embargo, el total del ingreso familiar disponible del que se apropia cada
estrato está estrechamente relacionado con el tamaño que asume cada uno de
ellos en cada fecha, por lo que este solo indicador puede resultar equívoco.
Es por ello que se ha diseñado un
índice de participación relativa (IPRI), calculado como un cociente entre la
participación del estrato en el ingreso disponible y su peso demográfico en
términos de los hogares totales. Cuando el índice alcanza la unidad, esta
participación es “neutra”: por ejemplo, si un estrato que representa el 30% del
total se apropia del 30% del ingreso. Si el IPRI se sitúa por debajo de la
unidad, el estrato obtiene menos ingresos de los que le corresponderían en
virtud de su peso demográfico. Y si –a la inversa– el IPRI supera la unidad, el
estrato se beneficia de una sobreparticipación relativa en los ingresos.
6.1. Participación relativa
El Cuadro 7 presenta la evolución de los índices de
participación relativa en el ingreso (IPRI) de los estratos entre los extremos del
período bajo análisis.
Es fácil apreciar, ahora, la suerte corrida por cada uno
de los estratos, independizada de su tamaño.
El estrato “desfavorecido” mantuvo relativamente
constante su participación relativa hasta fines de los ochenta. La crisis de la
hiperinflación la redujo fuertemente, en tanto que la estabilidad –durante el
período de vigencia de la convertibilidad– le permitió una moderada recuperación
que tornó a colapsar en
El estrato medio-bajo es, también,
un estrato con un IPRI siempre menor a la unidad. Que parte de 1974 con su
mejor situación para descender persistentemente a su peor desempeño en 1989.
Luego, también para este segmento hay una recuperación parcial y una situación
de estabilidad durante la convertibilidad, no alterada en este caso por la
crisis de 2002. Desde entonces y hasta 2010, se aprecia una persistente
mejoría, que lo ubica en condiciones similares a las del punto inicial.
En el caso del estrato medio-alto,
el valor del IPRI oscila en torno a la unidad, aunque con fuertes descensos
bajo el impacto de las crisis con alto componente inflacionario (0,79 en 1989;
0,74 en 2002), al igual que los anteriores. También, en este caso, el período
de recuperación reciente de la economía produce una mejora, hasta que el
estrato se ubica nuevamente en situación de “equilibrio” similar a la del
inicio de la serie.
Por fin, es el estrato “acomodado”
el que muestra un perfil y un desempeño bien diferenciados del resto. Mantiene
a lo largo de todo el período analizado un valor de índice que supera al de
“equilibrio”. Pero parte de un piso relativamente bajo, reflejo de un menor
grado de concentración del ingreso al promediar los setenta, para mejorar su
situación gradualmente y alcanzar su mejor desempeño en la crisis
hiperinflacionaria de 1989. Luego, produce una regresión hacia la media durante
la convertibilidad, para volver a mejorar su participación tras la crisis de
2001. En el último período –acorde con la mejora distributiva que todos los indicadores
traducen– su participación desciende para retornar a un valor muy similar al
inicial.
El IPRI y la diferenciación de los estratos
La evolución del IPRI permite una
diferenciación clara de los estratos entre sí. Si nos atenemos al criterio de
“perfecta igualdad” teórica en la que –por ejemplo– el coeficiente de Gini
arrojaría valor cero, cada estrato debiera apropiarse de una porción de
ingresos equivalente a su peso demográfico[4]. Es decir que la aproximación
del valor del IPRI a la unidad podría identificarse como una medida de equidad
distributiva.
El estrato “desfavorecido”, de hecho
lo está en forma permanente, con un valor del IPRI que nunca llega a 0,50:
reciben menos de la mitad del ingreso que les correspondería según su peso
demográfico. El estrato medio-bajo presenta un valor de IPRI que varía entre
0,50 y 0,70 en los mejores momentos. El estrato medio-alto, por su parte,
generalmente está próximo al “punto de equidad”, por debajo del cual desciende
en las crisis. Y lo excede levemente en ambos extremos de la serie.
Por fin, el estrato “acomodado” se
ve permanentemente beneficiado con una participación que excede holgadamente su
peso demográfico. Y es en las crisis, cuando esto sucede más acentuadamente
–casi lo duplica–, a expensas del resto de los estratos, pero principalmente en
desmedro de los dos más bajos.
Conclusiones
Antes de abordar las conclusiones específicamente
referidas al tema de este artículo, cabe enfatizar una vez más un señalamiento
que atañe a la metodología empleada. Tal como los define esta metodología la
pertenencia a los estratos medios no es incompatible con la pobreza por ingresos
en momentos en que ella se expande mucho. Como
tampoco lo es –y esto parece más grave– con ciertas condiciones que (aun
en ausencia de un déficit en los ingresos corrientes) significan una privación
en relación con los parámetros normativos vigentes: tal como vimos, en el
inicio del período aquí analizado, el tamaño del “sector desfavorecido” era menor
al de la población con necesidades básicas insatisfechas. Por lo que podría
incluirse dentro de los estratos medios a hogares afectados por pobreza
estructural, lo que parece al menos cuestionable.
Más allá de esto, la evidencia
empírica muestra que el tamaño de los sectores medios, así como su
participación en el ingreso, siguió un curso declinante desde mediados de los
años setenta, con un piso a fines de los ochenta (la hiperinflación), una leve
recuperación en los años noventa y una nueva caída al iniciarse la década
siguiente (en coincidencia con la crisis de la convertibilidad). Y solo dejan
ver signos de fortalecimiento sostenido después de iniciado el período de
recuperación económica posterior a la convertibilidad, tendencia que se
mantiene hasta el final del lapso aquí abarcado.
También se ha mostrado la evolución
de los indicadores de potencialidad de movilidad social entre estratos
contiguos. Ellos se relacionan bastante estrechamente con un aspecto importante
que discute Dubet (2011) al contraponer las políticas que propician acercar las
posiciones con las que procuran nivelar las oportunidades: “El mejor argumento
a favor de la igualdad de posiciones es que cuanto más se reducen las
desigualdades entre posiciones, más se eleva la igualdad de oportunidades [...]
es más sencillo desplazarse en la escala social cuando las distancias entre las
diferentes posiciones son relativamente estrechas” (Dubet, 2011, p.
99).
En la medida en que los estratos
medios crecen y su potencial de ascenso aumenta, estamos frente a una
aproximación de las posiciones. Y otro tanto sucede cuando el estrato “desfavorecido”
incrementa su probabilidad de aproximarse a los estratos medios. En ambas
situaciones, las posiciones se hacen menos desiguales, lo que conduce, a su vez,
a igualar las oportunidades. Lo inverso sucede cuando la situación de los
sectores medios incrementa su vulnerabilidad y éstos corren el riesgo de
deslizarse hacia abajo: es decir, el riesgo de empobrecimiento.
La evidencia empírica aquí examinada sugiere que, desde
mediados de los años setenta hasta la crisis producida a comienzos de la
primera década del nuevo siglo, las posiciones sociales se hicieron cada vez más
distantes y las oportunidades de movilidad ascendente intrageneracional se
tornaron –por ello– más esquivas. Al revés, en lo que va desde el repunte
posterior a la crisis hasta la actualidad, el proceso fue el inverso: tuvo
lugar un acercamiento de posiciones y un incremento de las oportunidades de
ascenso social. Pero estas conclusiones conciernen específicamente al estrato
“desfavorecido” y al estrato medio-bajo: no así al estrato medio-alto, cuya
capacidad de movilidad ascendente se fortaleció en las crisis –al disminuir su
tamaño relativo– y no se ha mostrado en aumento en la etapa de recuperación.
Tal como lo
afirman Minujín & Help (2011):
El avance en la distribución del ingreso implica no sólo que
la situación de los sectores pobres ha mejorado, sino también la de los
sectores medios, en particular la de aquellos que conformaron en los ’90 la
llamada “nueva pobreza” y que al presente pareciera que han salido de esta
situación. De esta manera, se está revirtiendo el aumento de la concentración
del ingreso y de la inequidad, resultado de las políticas neoliberales [...].
Las probabilidades
de continuidad de esta tendencia son de difícil predicción, en un escenario
inestable de resultas de la crisis internacional. Pero en caso de persistir,
sería imaginable que los sectores medios recobraran parcialmente la mayor
homogeneidad que parecieron tener en el pasado, a la vez que un creciente peso
en el conjunto de la estructura social. Que así ocurra dependerá en buena
medida, no tanto de mecanismos espontáneos, sino del curso que sigan las
políticas públicas y de la solidez y permanencia con que logre implantarse un
modelo de desarrollo capaz de privilegiar la equidad distributiva, favoreciendo
el acceso al empleo y una mayor equidad en la distribución de los ingresos: una
vez más la aproximación de las posiciones.
Cuadros
Cuadro 1. Evolución de la estructura social urbana (1974 –
2010): indicadores seleccionados. Gran Buenos Aires
Evolución de la estructura social |
1974* |
1980* |
1982* |
1985* |
1989* |
1995** |
1998** |
2002** |
2006** |
2010** |
estrato desfavorecido |
12,7 |
14,7 |
17 |
16,4 |
18,9 |
18,6 |
21,1 |
23,4 |
29,8 |
18,6 |
estrato medio-bajo |
35,4 |
35,2 |
33 |
33,5 |
29,5 |
30,2 |
28,6 |
26,6 |
28,8 |
31,2 |
estrato medio-alto |
28,2 |
20,8 |
21.2 |
19,3 |
17,7 |
19,6 |
17,2 |
16,1 |
16,7 |
19,2 |
estrato acomodado |
23,7 |
29,2 |
28.8 |
30,8 |
33,9 |
31,6 |
33 |
34 |
24,8 |
30,9 |
Total |
100 |
100 |
100 |
100 |
100 |
100 |
100 |
100 |
100 |
100 |
Estratos medios |
63,6 |
56 |
54,2 |
52,8 |
47,2 |
49,8 |
45,8 |
42,6 |
45,5 |
50,4 |
*Dato con coeficiente de variación inferior a 5%
**Dato con coeficiente de variación inferior a 10%
Fuentes: procesamientos propios en base a EPH/INDEC
2006 y 2010: 4° trimestre
Cuadro 2. Evolución de la desigualdad urbana (1974 – 2010):
indicadores seleccionados. Gran Buenos Aires
Evolución de la desigualdad |
1974* |
1980* |
1982* |
1985* |
1989* |
1995** |
1998** |
2002** |
2006** |
2010** |
Coeficiente de Gini *** |
0,346 |
0,389 |
0,414 |
0,405 |
0,508 |
0,483 |
0,496 |
0,532 |
0,446 |
0,398 |
Brecha de ingresos**** |
10,3 |
12,4 |
15,3 |
14,9 |
29,3 |
26,4 |
30,5 |
41,3 |
22,3 |
16,6 |
*Dato con coeficiente de variación inferior a 5%
**Dato con coeficiente de variación inferior a 10%
***Coeficiente de Gini del IPCF (deciles del GBA)
****Brecha de IPCF medio entre los deciles 10 y 1 del GBA
Fuentes: procesamientos propios en base a EPH/INDEC
2006 y 2010: 4° trimestre
Cuadro 3.
Evolución del Índice de movilidad social de la población desfavorecida (1974 –
2010).
Gran Buenos Aires
PMD |
|||||||||
1974* |
1980* |
1982* |
1985* |
1989* |
1995** |
1998** |
2002** |
2006** |
2010** |
0,653 |
0,699 |
0,674 |
0,673 |
0,611 |
0,592 |
0,575 |
0,530 |
0,584 |
0,594 |
*Dato con
coeficiente de variación inferior a 5%
**Dato con
coeficiente de variación inferior a 10%
Fuentes:
procesamientos propios en base a EPH/INDEC
2006 y 2010:
4° trimestre
Cuadro 4.
Evolución del Índice de resistencia de los estratos medios (1974 – 2010)
Gran Buenos
Aires
RES |
|||||||||
1974* |
1980* |
1982* |
1985* |
1989* |
1995** |
1998** |
2002** |
2006** |
2010** |
0,420 |
0,503 |
0,474 |
0,482 |
0,435 |
0,439 |
0,442 |
0,487 |
0,424 |
0,437 |
*Dato con coeficiente
de variación inferior a 5%
**Dato con
coeficiente de variación inferior a 10%
Fuentes:
procesamientos propios en base a EPH/INDEC
2006 y 2010:
4° trimestre
Cuadro 5.
Evolución del Índice potencial de de movilidad de los estratos medios (1974 –
2010)
Gran Buenos
Aires
PMEM |
|||||||||
1974* |
1980* |
1982* |
1985* |
1989* |
1995** |
1998** |
2002** |
2006** |
2010** |
0,398 |
0,475 |
0,434 |
0,413 |
0,471 |
0,417 |
0,472 |
0,454 |
0,406 |
0,431 |
*Dato con
coeficiente de variación inferior a 5%
**Dato con
coeficiente de variación inferior a 10%
Fuentes:
procesamientos propios en base a EPH/INDEC
2006 y 2010:
4° trimestre
Cuadro 6.
Evolución del ingreso per cápita familiar medio por estratos (1974 – 2010).
Base estrato alto = 100.
Gran Buenos
Aires
|
1974* |
1980* |
1982* |
1985* |
1989* |
1995** |
1998** |
2002** |
2006** |
2010** |
Estrato bajo |
4,5 |
4,4 |
4,5 |
4,8 |
2,9 |
5,3 |
5,9 |
4 |
9 |
11 |
Estrato medio- bajo |
29,3 |
28,3 |
25,5 |
27,6 |
19,3 |
21,2 |
21,1 |
21 |
23 |
26 |
Estrato medio- alto |
49,6 |
46,1 |
41,9 |
44,0 |
32,0 |
35,6 |
36,0 |
34 |
37 |
44 |
Estrato alto |
100 |
100 |
100 |
100 |
100 |
100 |
100 |
100 |
100 |
100 |
Alto/bajo |
22,2 |
22,5 |
22,0 |
21,0 |
34,1 |
18,8 |
17,1 |
23,0 |
11,0 |
9,0 |
*Dato con
coeficiente de variación inferior a 5%
**Dato con
coeficiente de variación inferior a 10%
Fuentes:
procesamientos propios, en base a en base a EPH/INDEC
2006 y 2010:
4° trimestre
Cuadro 7. Evolución del
IPRI por estratos (1974 – 2010)
|
1974* |
1980 * |
1982 * |
1985 * |
1989 * |
1995 ** |
1998 ** |
2002 ** |
2006 ** |
2010 ** |
estrato desfavorecido |
0,37 |
0,36 |
0,36 |
0,36 |
0,26 |
0,31 |
0,31 |
0,27 |
0,33 |
0,39 |
estrato medio bajo |
0,70 |
0,61 |
0,64 |
0,60 |
0,48 |
0,58 |
0,57 |
0,59 |
0,63 |
0,68 |
estrato medio alto |
1,05 |
0,97 |
0,92 |
0,99 |
0,79 |
0,84 |
0,86 |
0,74 |
0,92 |
1,04 |
estrato acomodado |
1,72 |
1,82 |
1,85 |
1,78 |
1,98 |
1,91 |
1,88 |
1,94 |
1,83 |
1,68 |
*Dato con
coeficiente de variación inferior a 5%
**Dato con
coeficiente de variación inferior a 10%
Fuentes:
procesamientos propios, en base a en base a EPH/INDEC
2006 y 2010:
4° trimestre
Referencias
Beccaria, L. et al (2002). Empleo,
remuneraciones y diferenciación social en el último cuarto del siglo XX. En
Beccaria et al, Sociedad y Sociabilidad
en
Beccaria, L., Esquivel, V. & Maurizio, R. (2007, abril).
Crisis y recuperación. Efectos sobre el mercado de trabajo y la distribución
del ingreso. Trabajo presentado en el V Congreso
Latinoamericano de Sociología del Trabajo (ALAST). Montevideo, Uruguay.
Canitrot, A.
(1981). Teoría y práctica del liberalismo. Política antiinflacionaria y apertura
económica en
Dalle, P. (2010). Estratificación social y movilidad en
Argentina (1870-2010). Huellas de su conformación sociohistórica y significados de los años
recientes. Revista de Trabajo, 6(8),
59-82. Recuperado de: http://www.trabajo.gov.ar/left/estadisticas/descargas/revistaDeTrabajo/2010n08_revistaDeTrabajo/20010n08_a04_pDalle.pdf
Dalle, P. (2011). Movilidad
social intergeneracional desde y al interior de la clase trabajadora en una
época de transformación estructural (AMBA: 1960 – 2005). Revista Labvoratorio, 12(24), 62-91. Recuperado de: http://www.catedras.fsoc.uba.ar/salvia/lavbo/textos/Lavbo24_4.pdf
Dubet . M. (2011).
Repensar la justicia social. Buenos
Aires: Siglo Veintiuno.
Hopenhayn, M.
(2010). Entrevista. Revista de Trabajo, 6(8),
313-320. Recuperado de: http://www.trabajo.gov.ar/downloads/biblioteca_revista/revista8.pdf
Klisberg, B. (2005) La
agenda ética pendiente de América Latina. Buenos Aires: Fondo de Cultura
Económica.
Minujín, A (1993). Cuesta
abajo: los nuevos pobres. Efectos de la crisis en la sociedad argentina.
Buenos Aires: Losada.
Minujín, A. & Help, C. (2011, Julio 7). Clase media, una chica fácil para
los galanes de clase alta. Miradas al Sur. Recuperado de: http://sur.infonews.com/notas/clase-media-una-chica-facil-para-los-galanes-de-la-clase-alta
Minujín, A. & Kessler, G. (1995). La nueva pobreza en
Novick, M. (2006).
¿Emerge un nuevo modelo económico y social? El caso argentino 2003-
OCDE (2011). Perspectivas económicas de América Latina
2011. En qué medida es clase media América Latina. Centro de Desarrollo de
Palomino, H.
(1988). Cambios ocupacionales y sociales en Argentina. 1947 – 1985.
Buenos Aires: CISEA.
Pérez,
P. (2011). Jóvenes, estratificación social y oportunidades laborales. Revista Labvoratorio, 12(24), 134-153. Recuperado de: http://www.lavboratorio.fsoc.uba.ar/textos/Lavbo24_8.pdf
Schvarzer, J. (1983). Martínez de Hoz: la lógica política de la política económica. Buenos Aires: CISEA.
Torrado, S.
(1992). Estructura social de
Notas
[*] El presente artículo es una
versión extendida y revisada de la ponencia presentada por el autor en las IX
Jornadas de Investigación del IDICSO. Buenos Aires, setiembre de
2011.
[†] Sociólogo. Profesor de
Artículo recibido: 15-05-2011
Aceptado: 24-07-2011
MIRÍADA. Año 4, No.7
(2011)
© Universidad del Salvador. Facultad de Ciencias Sociales. Instituto de Investigación en Ciencias Sociales (IDICSO), ISSN: 1851-9431
[1]Para este autor los de corta
distancia –los más frecuentes– serían entre estratos contiguos en tanto que los
de larga distancia implicarían saltear un estrato.
[3] El “descremado al revés” alude a que abandonan el estrato para descender, primeramente, los hogares con ingresos más bajos.
[4] Aunque en rigor, en el
cómputo habitual del Gini se suele acumular población y no hogares, cuyos
tamaños difieren de un estrato a otro.