Evolución de los estratos medios urbanos en el área metropolitana de Buenos Aires. Una trayectoria de cuatro décadas[*]

 

Lic. Horacio Chitarroni[†]

 

 

Resumen

Este trabajo indaga los cambios ocurridos en los estratos medios urbanos del área metropolitana de Buenos Aires entre mediados de los años setenta y la actualidad, en términos de su peso en el interior del conjunto de la estructura social, su segmentación interna, su potencial de movilidad ascendente, su exposición a la movilidad descendente y su participación en el ingreso. Se examina la estratificación social en varios momentos diferentes: el correspondiente a la madurez de la industrialización sustitutiva de importaciones (1974), el que ya acusa los impactos de las políticas del Gobierno militar (1980), dos momentos que corresponden al inicio y a la culminación del primer Gobierno democrático luego de la dictadura (1985 y 1989), dos que coinciden con la finalización de la etapa exitosa de la convertibilidad y su declinación (1995 y 1998), el posterior a la crisis de la convertibilidad  (2002) y los que recogen los resultados de la recuperación económica posterior (2006 y 2010). La información examinada proviene de procesamientos propios de la Encuesta Permanente de Hogares (INDEC), para el aglomerado Gran Buenos Aires. La metodología empleada es la diseñada por OCDE (2011), según la cual los estratos medios están formados por aquellos hogares con ingresos per cápita comprendidos entre el 50% y el 150% del ingreso mediano.

Palabras clave: Argentina; Estratificación social; Movilidad social; Estratos medios.

 

 

Abstract

This paperwork analyzes the changes occurring in the urban middle layers of metropolitan Buenos Aires between the mid-seventies to the present, in terms of their weight within the whole social structure, its internal segmentation, potential for upward mobility, exposure to downward mobility and its participation in the income. The social stratification is analyzed in several moments: the one corresponding to the maturity of the import substitution industrialization (1974), which already accuses the policy impacts of the military government (1980), two points corresponding to the initiation and the culmination of the first democratic government after the dictatorship (1985 and 1989), two that match with the successful completion of the stage of the currency and its decline (1995 and 1998), after the convertibility crisis (2002) and that shows the results of economic recovery later (2006 and 2010). The information reviewed comes from their own processing of the Permanent Household Survey (INDEC) nearby “Gran Buenos Aires” conglomerate. The methodology is designed by OCDE (2011), under which the strata are composed of households with per capita incomes between 50% and 150% of median income.

Keywords: Argentina; Social stratification; Social mobility; Middle strata

 

 


Introducción

 

            Este trabajo indaga los cambios ocurridos en los estratos medios urbanos del área metropolitana de Buenos Aires entre mediados de los años setenta y la actualidad, en términos de su peso en el interior del conjunto de la estructura social, su segmentación interna, su potencial de movilidad ascendente, su exposición a la movilidad descendente y su participación en el ingreso. Forma parte de un estudio más vasto acerca de la evolución de la estructura social y económica de la Argentina desde el último cuarto del siglo XX hasta la actualidad, línea de trabajo desarrollada por el autor en los últimos años.

            En el dilatado período considerado, la estructura social urbana experimentó significativas transformaciones, en estrecha vinculación con las diferentes etapas por las que atravesó el país, tanto en términos políticos como económicos. Se asume aquí la existencia de una relación de determinación directa –por lo demás repetidamente señalada (Torrado, 1992; Dalle, 2011) – entre el modelo de desarrollo vigente en cada momento, las políticas productivas, macroeconómicas y de ingresos adoptadas, y la conformación de la estratificación social.

            Desde el momento inicial de este estudio –mediados de los años setenta–,  comienza un largo ciclo de declinación de los estratos medios urbanos –tal como aquí se los define en términos operacionales– que tiene su punto de inflexión en la crisis de 2001. Luego, en los años más recientes, se advierte una recomposición de su peso sin llegar a equiparar la situación de origen.

            El punto de partida del estudio se ubica en el momento de mayor madurez del modelo de desarrollo basado en la industrialización sustitutiva de importaciones (ISI), iniciado en los años treinta y vigorosamente impulsado por el primer Gobierno peronista en la segunda posguerra.  En la primera fase de ese ciclo de desarrollo, el mayor crecimiento fue protagonizado por los trabajadores manuales urbanos integrantes de los sectores populares –en particular los obreros industriales–, que mejoraron sus condiciones de vida y aumentaron su peso en el conjunto de la estructura social (Torrado, 1992; Palomino, 1988). Pero en la segunda etapa del desarrollo de ese modelo –especialmente con el Gobierno desarrollista de Frondizi, en los años sesenta– tuvo lugar un sostenido proceso de expansión de los sectores medios: trabajadores asalariados no manuales de calificación técnica y profesional (Torrado, 1992; Dalle, 2010).

            Hacia mediados de los años setenta, la política económica implementada por la última dictadura militar se propuso en forma no disimulada el quiebre de ese paradigma, con el propósito de propiciar la plena inserción de la Argentina en el mercado mundial y de quebrar la “alianza desarrollista” entre los sectores de la burguesía industrial vinculada al mercado interno y la clase obrera fuertemente sindicalizada (Canitrot, 1981; Schvarzer, 1983).

            Pero la Argentina no encontró un nuevo modelo de desarrollo. En lugar de ello, la apertura económica, combinada con la apreciación cambiaria propiciada por el Gobierno militar, favoreció la destrucción de industrias y la valorización financiera, a la vez que el crecimiento del endeudamiento externo (Beccaria et al., 2002).

            Las consecuencias adversas de estas políticas introdujeron fuertes tensiones que se manifestaron, en los años ochenta, a la manera de restricciones al crecimiento y epilogaron en el episodio hiperinflacionario que puso fin al Gobierno radical de Alfonsín, que asumió con el retorno a la democracia. La evolución seguida por la estructura del empleo y la distribución del ingreso se mostró continuamente regresiva a lo largo de toda esa etapa.

            Estas tendencias operaron particularmente sobre los sectores populares, deteriorando sus condiciones de vida y disminuyendo su homogeneidad interna. Pero los estratos medios no dejaron de acusar el impacto temprano de estos cambios en términos de su tamaño y cohesión.

            En los años noventa, durante el Gobierno justicialista de Menem, la precariedad salarial se extendió fuertemente de la mano de las políticas de desregulación laboral consonantes con las recomendaciones del consenso de Washington. El régimen de convertibilidad provocó muy severas consecuencias sobre el tejido social a través del deterioro del mercado de trabajo. La expansión de la informalidad y la precariedad, junto con el desempleo, fueron sus manifestaciones más ostensibles (Beccaria, 2002; Beccaria, Esquivel & Mauricio, 2007).

            En la inauguración del nuevo milenio, las tensiones acumuladas se combinaron con una larga recesión y desembocaron en el colapso del régimen de convertibilidad y en la peor crisis de la Argentina moderna en términos económicos y sociales. Las consecuencias sobre el mercado de trabajo fueron inéditas y se manifestaron en un incremento sin precedentes del desempleo y la precariedad, fenómenos ya considerablemente extendidos y, en consecuencia, con una profunda desmejora en la distribución de los ingresos, con la consiguiente alteración de las posiciones sociales.

            Durante los noventa, y con mayor profundidad al estallar la crisis de la convertibilidad, los sectores medios redujeron su peso en el conjunto al tiempo que incrementaron su heterogeneidad interna, tanto por el empobrecimiento sostenido de una parte de ellos como por la segmentación hacia arriba de su estrato superior, que lo separó del resto. La forma de la pirámide de estratificación social cambió, estrechándose en su zona central y ensanchándose en sus extremos.

            A partir de mediados de 2002, se inició una recuperación económica primero incipiente y luego cada vez más vigorosa, que tuvo una interrupción al estallar la crisis internacional de 2008, pero que recobró su ritmo en poco tiempo. La economía creció a tasas muy elevadas y con un fuerte impacto en el mercado laboral –especialmente entre 2003 y 2007– con predominio de la creación de empleo asalariado registrado en la seguridad social.

            Este proceso dio lugar a una incipiente recuperación en la parte media de la pirámide social, que tendió a ensancharse por el desplazamiento hacia arriba de una parte de los estratos populares, que pudieron recomponer sus ingresos al recobrar mejores posiciones en el mercado de trabajo. Dicho proceso mantiene su tendencia hasta el momento actual.

 

La metodología empleada

            Con la finalidad de describir y dimensionar estos cambios, se examina la estratificación social en varios momentos diferentes: el correspondiente a la madurez de la ISI (1974), dos momentos en que se acusan ya los impactos de las políticas del Gobierno militar (1980 y 1982), otros dos que corresponden al inicio y a la culminación del primer Gobierno democrático luego de la dictadura (1985 y 1989) y dos que corresponden, respectivamente, a la finalización de la etapa exitosa de la convertibilidad y a su declinación (1995 y 1998); luego siguen el que sucede inmediatamente a la crisis de la convertibilidad (2002) y los que recogen los resultados de la recuperación económica posterior (2006 y 2010).

            La información que se presenta proviene de procesamientos propios de la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC, para el aglomerado Gran Buenos Aires (el único que se relevaba en la fecha inicial y que habilita, por lo tanto, el análisis longitudinal para un período dilatado). Las fechas extremas del período bajo análisis están determinadas por la disponibilidad de información, pues la encuesta comenzó a relevarse en 1974 y la última onda accesible al momento de redactar este trabajo correspondía a 2010.

            La metodología aquí empleada es la que utiliza la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Según ella, la definición de los estratos medios se basa en la mediana de los ingresos per cápita de los hogares: “Los estratos medios están compuestos por los hogares con rentas comprendidas entre el 50% y el 150% del ingreso mediano de los hogares. Los hogares cuyos ingresos per cápita sean inferiores al umbral del 50% se identificarán como ‘desfavorecidos’; aquellos con ingresos superiores al techo del 150% se considerarán ‘acomodados’” (OCDE, 2011).

            Cabe aclarar que la mediana es aquel valor (en este caso, del ingreso per cápita familiar) que deja por encima y por debajo igual número de casos. Vale decir, el que divide en dos mitades iguales la distribución. La mitad de los hogares posee un ingreso per cápita superior a la mediana, en tanto que la otra mitad se sitúa por debajo de ella. Es decir que el límite inferior de los estratos medios sería, según esta metodología, un ingreso per cápita igual a la mitad de la mediana. En tanto que el límite superior está fijado por un ingreso equivalente a una vez y media el valor de la mediana. En el interior de los estratos medios, es posible, asimismo, establecer otra distinción: estrato medio-bajo, cuyo ingreso per cápita se sitúa entre la mitad de la mediana y el valor mediano, y estrato medio alto, con ingreso per cápita ubicado entre la mediana y 1,5 veces dicho valor.

            Asimismo, la OCDE calcula indicadores de potencial de movilidad social intrageneracional, cuyos valores permiten estimar las probabilidades de desplazamientos o recorridos de larga o corta distancia (Dalle, 2010)[1],  ya sea ascendentes o descendentes.

            El  “índice de potencial de movilidad de la población desfavorecida” (PMD) es el cociente entre el ingreso promedio de que efectivamente disponen los hogares integrantes de los sectores bajos y el que necesitarían para ascender al estrato medio-bajo, es decir, equivalente a la mitad de la mediana. Así, es una suerte de “brecha al revés”, de manera que, cuando el indicador se aproxima a la unidad, la diferencia se estrecha: en el límite, si asume el valor de uno, todos los hogares abandonan el estrato “desfavorecido” y ascienden al estrato medio-bajo. Así como el valor desciende y se acerca a cero, en cambio, la distancia que los separa de esa frontera es más amplia: el límite teórico de cero se corresponde con la ausencia total de ingresos, al igual que sucede con la unidad en las brechas clásicas de pobreza.

            El “índice de resistencia de los estratos medios” (RES) evalúa, en cambio, la distancia media que separa los ingresos efectivos de los hogares de los estratos medios que ganan entre menos del ingreso mediano y el 50% de dicha mediana, frontera inferior del estrato. Es, pues, el cociente entre esa brecha y la mitad de la mediana. Valores altos y tendientes a la unidad en el RES indican mayor resistencia a la caída, es decir, a la movilidad descendente. En tanto que valores bajos y tendientes a cero indican que hay “poca brecha” y el riesgo de salir hacia abajo de los estratos medios es elevado. “El RES es el reflejo inverso del PMD, ya que calcula el revés económico que sería necesario para arrastrar a los estratos medio-bajos al rango de ‘desfavorecidos’” (OCDE, 2011).

            Con similar metodología es posible elaborar un índice que refleje la facilidad con la que los sectores medio-altos (hogares de los estratos medios con ingresos superiores a la mediana) pueden desplazarse hacia arriba incorporándose  al conjunto de los sectores “acomodados”. Se trata del  “índice de potencial de movilidad de los estratos medios” (PMEM).  En este caso, el índice mide la brecha en que superan la mediana los hogares del estrato medio-alto en relación con la brecha requerida para acceder al sector acomodado.  Cuanto más se aproxime a la unidad el valor de PMEM, más estrecha será la distancia que separe su ingreso promedio del límite inferior de los “acomodados” y, por lo tanto, mayor será el potencial de los estratos medio-altos para incorporarse a aquéllos.

            Además, se ha analizado la evolución de los ingresos de los estratos así definidos y su participación en el total de los ingresos disponibles. Para ello, se diseñó un Índice de Participación Relativa en el Ingreso (IPRI) que independiza dicha participación del tamaño cambiante que adquieren los estratos a lo largo del período analizado. Las unidades de análisis son siempre los hogares, por ser en ellos donde se define la capacidad de reproducción y acceso al bienestar por parte de  de sus miembros (Torrado, 1992). Y el atributo tenido en cuenta es el ingreso per cápita familiar (IPCF), que se considera definitorio de dichas posibilidades.

            El procedimiento de delimitación de los estratos aquí empleado responde más a la concepción estricta y literal de estratos medios –los que están en el medio– que a las definiciones que podrían identificarlos en relación con el acceso a ciertos parámetros de bienestar o con los atributos relacionados con la ocupación o el nivel educativo, que han solido emplearse frecuentemente para definir a las clases medias. Atributos que, en alguna medida, han perdido vigencia, dadas la expansión de la educación (especialmente la de nivel medio) y la fluidez que caracteriza las situaciones laborales (Pérez, 2011).

            Esta metodología tiene fortalezas y debilidades que deben tenerse en cuenta. La principal ventaja  que ofrece es la de ser sensible a las posiciones relativas. Es decir, a la movilidad social ascendente y descendente que efectivamente tiene lugar –según el tamaño relativo de los sectores medios– así como al potencial de movilidad hacia arriba y hacia abajo, según las brechas que separan a unos sectores de otros sean más o menos anchas.

            Pero tiene, asimismo, el perjuicio de ser insensible al desplazamiento del nivel de vida en términos absolutos: si toda la sociedad se empobrece –o se enriquece– de manera uniforme, estos indicadores no captan ese tipo de movimientos. Esto es especialmente problemático cuando se trata de establecer comparaciones internacionales: en diferentes países los sectores medios pueden asumir parecidas dimensiones –e inclusive pueden ser similares las brechas que los separan de los sectores bajos o de los altos– sin que ello nos diga mucho acerca de su acceso al bienestar. Esto último es más bien una función de las líneas de pobreza establecidas a través de parámetros monetarios.

            Al respecto, cabe también señalar que, si la pobreza medida de esta última manera se expande, bien puede quedar incluido en ella el estrato medio-bajo o buena parte de él. De modo que la pertenencia a los estratos medios, tal como aquí se los define, no es incompatible con la pobreza. Y en cuanto a la desigualdad misma, si ésta se produce en los extremos de la distribución –por ejemplo una transferencia de ingresos desde el decil más bajo al más alto (que incrementa la desigualdad) o, al revés, una transferencia del decil superior al inferior (que reduce la desigualdad)– tampoco es acusada por este método.

            Pero en cambio, se trata de una metodología sensible al angostamiento de la zona central de la pirámide social por el desplazamiento de sus miembros hacia los extremos: hacia arriba y hacia abajo. Precisamente, un proceso como el que tuvo lugar en la Argentina desde mediados de los años setenta hasta después de la crisis de 2001. En ello radica la pertinencia de su empleo en este trabajo, sin ignorar sus limitaciones.

            Para completar el análisis, se examinarán en forma adicional otras medidas usuales de la desigualdad, tales como la brecha de ingresos entre los deciles extremos y el coeficiente de Gini.

 


La estratificación social en perspectiva histórica

            Una mirada rápida nos informa acerca de las principales tendencias observables a lo largo de más de 35 años. Como lo muestra el cuadro 1, el estrato “desfavorecido” comenzó a crecer persistentemente desde 1974 hasta duplicar su peso en la estructura social en 2002. Recién en los últimos cuatro años comenzó a retroceder.

            El incremento se mostró gradual entre 1974 y 1982, años en los que pasó de representar menos de 13% a 17% del total de hogares. Se aprecia una leve inversión de esta tendencia coincidente con el período inicial de la recuperación de la democracia, para luego acusar los efectos del episodio hiperinflacionario que marcó el final del Gobierno radical de Raúl Alfonsín. Hacia fines de 1989, el sector “desfavorecido” representaba el 19% de los hogares: casi una quinta parte de ellos.

            Ya durante el Gobierno justicialista de Menem, ese peso no varió durante la primera etapa de la convertibilidad (hasta 1995), pero de allí en más, tras la crisis mexicana, se advierte un nuevo empinamiento del peso de los hogares “desfavorecidos”, que luego se acentúa con el golpe inflacionario vinculado con la salida del régimen de convertibilidad. En ese momento, poco menos de la cuarta parte de los hogares integraba este estrato inferior. De ahí en adelante, se advierte una inversión en la tendencia, incipiente hasta 2006 y más firme entre ese año y 2010, cuando el estrato bajo pasa a representar menos del 19% del total, nivel muy semejante al registrado en 1989.

            Podría decirse que las ganancias y pérdidas del estrato inferior ocurren por entero a expensas del estrato medio-bajo, que pasa de 35% a 27% entre 1974 y 2002: es el empobrecimiento de los sectores medios, repetidamente señalado en la literatura (Minujín, 1993; Minujín y Kessler, 1995), que también comienza a revertirse entre 2006 y 2010.

            De representar establemente el 35% de los hogares entre 1974 y 1980, este segmento medio-bajo sufre su primera reducción en 1982, año de la guerra de Malvinas y de fuerte colapso económico del régimen militar gobernante. Se estabiliza en alrededor de un tercio del total entre esa fecha y 1985, para luego sufrir el empobrecimiento de muchos de sus miembros y ver mermado su peso al impacto de la hiperinflación, en 1989, cuando representa menos de 30%.

            Ya no recupera su volumen, que permanece cercano al 30% hasta 1995. Y es, sin duda, ese sector el que experimenta movilidad descendente tras la crisis mexicana, que marca el quiebre de la etapa exitosa de la convertibilidad. Se contrae fuertemente hasta alcanzar menos de 27% en 2002, tras el colapso del régimen de paridad cambiaria. Una incipiente recuperación apenas se vislumbra en 2006 y se afirma entre ese año y 2010, cuando el estrato comienza a nutrirse del ascenso de los hogares situados en el estamento inferior.

            El estrato medio-alto, por su parte, también pierde peso: pasa de 28% a 18% entre los extremos, aunque también él revierte esa pérdida entre 2006 y 2010. En este caso, presuntamente, la reducción se debió a una movilidad ascendente, hacia el estrato “acomodado”, relacionada con la mayor concentración del ingreso en la parte superior de la distribución. En efecto, el estrato “acomodado” crece hasta 2002 –por ascenso de los sectores medio-altos– y recién retrocede en los últimos cuatro años.

            Veamos más pormenorizadamente esa evolución, que exhibe el cuadro 1. Entre 1974 y 1980, es muy claro el “despegue” hacia arriba: el estrato medio-alto pierde casi seis puntos que son simétricamente ganados por el estrato “acomodado”. Se mantiene relativamente estable –representando aproximadamente un quinto de los hogares totales– hasta 1985. Y con la hiperinflación vuelve a reducirse, alrededor de dos puntos porcentuales.

            Sin embargo, la ganancia experimentada por el estrato “acomodado” es mayor a esa reducción. Tal parecería que una parte de la pérdida del estrato medio-alto se compensara con un ascenso desde el inmediato inferior. Efectivamente, se constata que el sector medio-bajo sufre una reducción de cuatro puntos porcentuales: tres de ellos corresponderían a hogares que descienden al inmediato inferior y uno, a hogares que ascienden al inmediato superior. Todos ellos, recorridos de corta distancia (Dalle, 2010).

            Este segmento superior de los estratos medios se recupera algo con el primer tramo de la convertibilidad, a expensas del sector acomodado. Probablemente, ello ocurre cuando la estabilidad permite recomponer los ingresos de los hogares y eleva el ingreso mediano, haciendo menos franqueable el límite de 1,5 veces ese valor. Pero en 1998, ha tornado a achicarse y a “transferir” hogares al estrato superior. Esta tendencia continúa hasta 2002 y, al igual que en los casos anteriores, experimenta un quiebre a partir de esa fecha: en los dos períodos siguientes, ambos de cuatro años de duración (2002/2006 y 2006/2010), el estrato superior pierde dos puntos en cada oportunidad que van a acrecentar el peso del estrato medio-alto. Ello ocurriría en consonancia con una menor concentración del ingreso, advertible en la evolución de los indicadores convencionales tales como el Gini y la brecha entre los deciles extremos.

            De resultas de esta trayectoria declinante que ha sido descripta, el conjunto de los estratos medios reduce su peso en el total a lo largo del período analizado, de alrededor de dos tercios en 1974 a menos de 43% en 2002. La recuperación posterior les permite alcanzar, en 2010, a cobijar a la mitad de los hogares. No en vano se ha hablado tan insistentemente de una declinación de la clase media (Minujín, 1993;  Minujín y Kessler, 1995) en el largo lapso que arranca con la dictadura militar y llega al colapso de la convertibilidad: el de vigencia del llamado modelo neoliberal o también “aperturista” (Torrado, 1992). Ver Cuadro 1.

            El análisis de estos cambios puede completarse con la información más convencional sobre la desigualdad, que se aprecia en el Cuadro 2. El coeficiente de Gini, muestra un persistente crecimiento hasta 1989, cuando la desigualdad en aumento da un salto en coincidencia con la hiperinflación. Después, bajo el influjo de la convertibilidad en su primera etapa –la etapa “exitosa” en la que logra controlar la inflación sin que todavía se manifieste un deterioro demasiado pronunciado del empleo– el Gini se reduce hacia 1995.

            Pero tres años después ha vuelto a crecer: en este caso no se trata de la licuación de los ingresos por la inflación sino del creciente deterioro del mercado de trabajo, que no se expresaba todavía abiertamente en la tasa de desempleo (el desempleo bajó de 17% en 1995, momento de la crisis mexicana, a 14% en 1998). Pero en cambio, en el interior de los ocupados se incrementó la segmentación. Los ocupados a tiempo parcial en forma involuntaria pasaron de 12% en la primera fecha a 14% en la segunda. Y el porcentaje de asalariados sin aportes a la seguridad social –el principal indicador de la precarización del empleo– aumentó de 33,6% en 1995 a 37,3% en 1998. Este último no era un aspecto estrictamente novedoso, porque ya había cobrado su precio aun en el primer quinquenio de los noventa[2]: mientras que en 1989 los trabajadores “en negro” eran 28% del total de asalariados, en 1995 ya habían sobrepasado el tercio.

            La brecha de ingresos es otro indicador de desigualdad, aunque estrictamente no tiene que ver con la suerte corrida por los estratos medios, porque se calcula entre los deciles extremos. Pero también así medida, la desigualdad crece de un modo monótono hasta 1985 y, luego, experimenta un abrupto salto en 1989, por efecto de la hiperinflación: el tamaño de la brecha se duplica en esa última fecha.

            Nuevamente, la convertibilidad, en sus primeros años de vigencia permite un reacomodamiento –mientras el empleo aumenta– que reduce levemente esta brecha. Pero esa leve inflexión no invierte sino muy brevemente la tendencia, ya que vuelve a crecer la desigualdad entre 1995 y 1998, para hacerlo más fuertemente con la crisis de 2002, que lleva la brecha a su máximo histórico. En esa fecha, se ha multiplicado por cuatro en comparación con el punto inicial de esta medición. Luego, la recuperación experimentada por los estratos más bajos es espectacular: hacia 2006, la brecha se ha reducido a poco más de la mitad y, hacia 2010, equivale a solo 40% de la magnitud alcanzada en 2002.

            Pocas dudas deja la evidencia empírica (cuadros 1 y 2) sobre el persistente deterioro que significaron el quiebre del modelo vigente hasta mediados de los setenta y el lapso que media hasta comienzos de los años dos mil, como también acerca del fuerte proceso de redistribución que tuvo lugar en el país en la última etapa, luego de superada la crisis de 2002.

            Los estratos medios perdieron peso global y se segmentaron internamente entre mediados de los setenta y los primeros años del nuevo siglo (Minujín y Help, 2011). Una parte de ellos descendió y pasó a integrar el sector “desfavorecido”. Mientras que la parte superior también se despegó, pero hacia arriba, al mejorar su posición relativa e ingresar en un sector “acomodado” que se ensanchó.

            La pirámide, pues, se estrechó en su parte media y se ensanchó en los extremos. Pero además de afectar a la clase media, ya hemos visto que el aumento de la desigualdad alteró de un modo dramático la relación entre la base y la cumbre de la pirámide.

            El sector “acomodado”, por su parte, que se mostraba muy concentrado en el inicio de la serie, fue aumentando su permeabilidad a flujos provenientes del sector medio-alto (Dalle, 2010). Y creció sostenidamente hasta la crisis –en la medida en que la desigualdad aumentaba y los ingresos se concentraban– para luego retrotraerse en forma moderada.

            Si –tal como se ha afirmado repetidamente (Klisberg, 2005; Hopenhayn, 2010; Dubet, 2011)– la desigualdad es mala en sí misma, es preciso admitir que los cambios que el largo ciclo neoliberal (por denominarlo de algún modo), iniciado en 1976 y culminado en 2002, acarreó a la sociedad argentina fueron decididamente negativos.

 


Los potenciales de movilidad social y sus cambios

            Los desplazamientos hacia arriba y hacia abajo están favorecidos u obstaculizados por las brechas relativas entre los ingresos de cada estrato y los límites que los separan del estrato inferior y superior. La magnitud de los primeros puede evaluarse como resistencia a la caída. En tanto que los segundos son el potencial de movilidad ascendente.

 

4.1. El PMD (índice de movilidad potencial de la población desfavorecida)

            El índice de movilidad potencial de la población desfavorecida (cuadro 3) refleja el “potencial de ascenso” del estrato “desfavorecido” al estrato inferior de los sectores medios. Se calcula como el porcentaje que representa el promedio de ingreso de los primeros sobre el ingreso necesario para ascender. Vale igual a la unidad si “todos entran”. Ver Cuadro 3.

            Ese potencial parece haber sido comparativamente débil en el inicio para un sector bajo pequeño pero concentrado. Efectivamente, no llegaba al 13% del total de los hogares del área en 1974 y se caracterizaba por estar “muy separado”. Podría pensarse que coincidía parcialmente con la pobreza estructural.

            Al respecto, hay que señalar, sin embargo, que, en 1980, al ser medida por primera vez con datos censales, la pobreza extrema, es decir el porcentaje de hogares con necesidades básicas insatisfechas (NBI), alcanzaba el 22% en los partidos del Gran Buenos Aires y no es presumible que fuese menor seis años atrás. Esto sugiere que la metodología “relativa” del uso de la mediana como parámetro puede subestimar situaciones de carencia extrema, ya que los hogares “desfavorecidos” así medidos quedaban muy por debajo de los hogares pobres por NBI. Ambos indicadores tienden a converger, sin embargo, una década más tarde: en 1991 los hogares del área con NBI eran el 14,7%, mientras que el estrato “desfavorecido” alcanzaba a 19% en 1989, luego de la hiperinflación. Allí, aparecía ya el empobrecimiento, puesto que el segundo subconjunto excedía al primero: había sectores declinantes sin características de pobreza estructural. Por el contrario, años antes, en una sociedad menos desigual en lo que atañe a los ingresos, la situación “desfavorecida” subestimaba la carencia y era excedida por la pobreza estructural.

            A lo largo de los ochenta, así como el tamaño de los sectores bajos crecía (hasta superar el 16% al promediar esa década), también aumentaba el “potencial de movilidad ascendente”. Es una paradoja: la expansión de los “desfavorecidos” hacía que pasaran a formar parte de este estrato hogares con ingresos algo mayores y más cercanos a la mitad de la mediana. Es un correlato de lo que la literatura de años posteriores mencionará como “la nueva pobreza” para aludir a la declinación de los sectores medios (Minujín y Kessler, 1995).

            Ello se ve confirmado si se observa que todo el aumento del estrato desfavorecido ocurre enteramente a expensas del sector medio bajo. Si tuviéramos un estrato “desfavorecido” de tamaño estable, la mejora del índice PMD podría tomarse como un indicador de mejora de la movilidad potencial, pero en el contexto en que se produjo revela un fenómeno bien diferente.

            Más tarde, ya con la crisis de la hiperinflación y, luego, en los noventa, se asiste al peor de los escenarios: el tamaño relativo de los sectores bajos crece persistentemente, hasta alcanzar su máxima dimensión luego de la crisis de la convertibilidad (2002), al tiempo que su capacidad de movilidad ascendente retrocede. Pero, a partir de la crisis de 2002, hay un notorio cambio de tendencia: el índice de movilidad potencial crece desde 2006, mientras que el estrato bajo declina su peso relativo, primero tenuemente y luego con más vigor. Esta tendencia resulta corroborada por el comportamiento del resto de los indicadores de desigualdad: ya vimos que en ese lapso retrocede el coeficiente de Gini y se reduce de un modo muy importante la brecha entre los deciles extremos.

            Había, pues, en esa última etapa, menos hogares por debajo de la mitad de la mediana y su capacidad para alcanzar ese límite resultaba mayor. En correspondencia con ello, a partir de esa fecha, serán los sectores medios los que empezarán a recomponerse por su parte baja.

 

4.2. El RES (índice de resistencia de los estratos medios)

            El índice de resistencia de los estratos medio-bajos (cuadro 4) evalúa la capacidad de éstos para mantenerse. Relaciona la distancia de sus ingresos con la mitad de la mediana y resulta una expresión de la magnitud del revés económico que sería necesario para arrastrarlos a la caída. Valores altos y tendientes a la unidad, indican mayor resistencia a la caída. En tanto que valores bajos y tendientes a cero indican que hay “poca brecha” y el riesgo de salir de los estratos medios es alto. Ver Cuadro 4.

            Debe tenerse en cuenta que este estrato se fue achicando gradualmente –por deslizamiento hacia abajo– hasta 2002 y recién revierte esa tendencia hacia 2006 (en forma tenue) y 2010 (más vigorosamente).

            Entre los hogares que permanecen en el estrato no cambia muy perceptiblemente su “riesgo”: se reduce levemente al principio –cuando se ha producido el “descremado al revés”[3] por movilidad descendente. Pero luego no experimentan grandes cambios hasta la crisis de 2002, cuando un nuevo descenso del tamaño del estrato –lo abandonan los más vulnerables de sus integrantes– permite que mejore en promedio la “resistencia a la caída” de los que permanecen en él. Sin embargo, después, esta brecha de resistencia al descenso se acorta hasta la actualidad, así como se reincorporan al estrato hogares provenientes del piso inferior, con ingresos más próximos a la mitad de la mediana. Obviamente, los recién ascendidos tienen más vulnerabilidad a la caída que los que han permanecido establemente en este segmento social.

 

4.3. El PMEM (índice potencial de movilidad de los estratos medios)

            Por fin, el índice potencial de movilidad de los estratos medios (cuadro 5) explora la capacidad potencial de los sectores medio-altos para escalar posiciones, experimentando movilidad ascendente hacia el sector “acomodado”. Esa potencialidad parece comportarse de una manera extrañamente contracíclica: se incrementa cuando las condiciones desmejoran para los demás.  Ver Cuadro 5.

            ¿Qué explicación hipotética admite este comportamiento? Se trataría de la imagen invertida de lo que hemos visto en el apartado anterior: un fenómeno opuesto al que sucede en los sectores medio-bajos. Cuando el estrato medio se ensancha a través de la movilidad ascendente –se supone que la movilidad de recorrido corto, desde el estrato medio-bajo–, entonces son los recién ascendidos los que están más cerca del límite inferior. Y es improbable que puedan exceder el límite superior y pasar a integrar el sector acomodado (lo que representaría una migración ascendente de recorrido largo en un lapso relativamente breve). En cambio, cuando el estrato se estrecha porque los hogares menos ricos de entre sus integrantes pasan a ser medio-bajos, los que quedan son los que tienen, en promedio, mayor potencialidad para subir.


 

Los diferenciales de ingresos

 

            Aunque los estratos están definidos en función de la relación de los ingresos de los hogares con la mediana, es posible computar el ingreso per cápita medio de los hogares ubicados en cada uno y establecer relaciones o brechas entre ellos.

            Si un estrato se reduce porque algunos de sus miembros (los mejor situados) experimentan movilidad ascendente, entonces los que permanecen en él tienen un ingreso medio más bajo. Pero, en cambio, si un estrato se reduce porque descienden los hogares más pobres, entonces, los que quedan tienen, en promedio, un ingreso más alto.

            A la inversa, si un estrato crece por el aporte del estrato inferior –algunos de cuyos miembros experimentan movilidad ascendente–, estos nuevos integrantes presionan a la baja el ingreso medio del estrato receptor. Pero si crece, en cambio, de resultas de la movilidad descendente del estrato superior, es probable que los recién arribados generen un aumento del ingreso per cápita medio, porque sus ingresos estarán situados más próximos al límite superior. 

            Con esta lógica podemos observar la relación entre los ingresos per cápita medios de cada estrato y su evolución en el tiempo (cuadro 6).

 

            Se ha tomado siempre como base = 100 el ingreso medio del estrato superior o “acomodado”. Al comienzo de la serie, cuando el estrato “desfavorecido” era muy reducido en sus dimensiones, la distancia entre los extremos era la mayor de la historia: su ingreso medio era menos de 5% del que percibían los hogares “acomodados”. Esa relación varió poco hasta la hiperinflación de 1989.

            Entre 1974 y 1985, los hogares del estrato medio-bajo percibían entre 30% y una cuarta parte –aproximadamente– del ingreso de los acomodados. En tanto que los del estrato medio-alto alcanzaba a alrededor de la mitad. Aunque con una tendencia a la desmejora de esa relación en ambos casos.

            La hiperinflación de finales de los años ochenta ensanchó la brecha entre los extremos a su máximo histórico. Siempre tomando como parámetro el ingreso de la franja superior, los hogares “desfavorecidos” pasaron a ganar menos del 3% del ingreso de los mejor situados, los del estrato medio-bajo también empeoraron a menos de un quinto y los del medio-alto se redujeron por debajo de un tercio.

            Durante la convertibilidad, los que más mejoraron fueron los hogares del estrato inferior. Aunque, entre 1995 y 1998, esto fue en buena medida el resultado de la recepción de “nuevos pobres” desde el estrato inmediato superior.

            La suerte de los estratos medios varía poco –en cuanto a la relación de su ingreso per cápita con respecto al de los “acomodados”– aun con la crisis de 2002, donde los que experimentan el mayor deterioro son, nuevamente, los “desfavorecidos”, nunca mejor denominados.

Hacia 2006, ya se advierte una clara mejora en la situación del estrato inferior y una recuperación de menor intensidad en ambos estratos medios. La tendencia se fortalece en 2010. Si se comparan ambos extremos, el estrato inferior ha mejorado su situación muy claramente, en tanto que ambos segmentos medios han experimentado un leve deterioro y se encuentran en una situación similar a la de 1980.

 

La participación en el ingreso total

            Importa, asimismo, apreciar la evolución de la participación de cada estrato en el ingreso total disponible. Sin embargo, el total del ingreso familiar disponible del que se apropia cada estrato está estrechamente relacionado con el tamaño que asume cada uno de ellos en cada fecha, por lo que este solo indicador puede resultar equívoco.

            Es por ello que se ha diseñado un índice de participación relativa (IPRI), calculado como un cociente entre la participación del estrato en el ingreso disponible y su peso demográfico en términos de los hogares totales. Cuando el índice alcanza la unidad, esta participación es “neutra”: por ejemplo, si un estrato que representa el 30% del total se apropia del 30% del ingreso. Si el IPRI se sitúa por debajo de la unidad, el estrato obtiene menos ingresos de los que le corresponderían en virtud de su peso demográfico. Y si –a la inversa– el IPRI supera la unidad, el estrato se beneficia de una sobreparticipación relativa en los ingresos.

 

6.1. Participación relativa

            El Cuadro 7 presenta la evolución de los índices de participación relativa en el ingreso (IPRI) de los estratos entre los extremos del período bajo análisis.

            Es fácil apreciar, ahora, la suerte corrida por cada uno de los estratos, independizada de su tamaño.

            El estrato “desfavorecido” mantuvo relativamente constante su participación relativa hasta fines de los ochenta. La crisis de la hiperinflación la redujo fuertemente, en tanto que la estabilidad –durante el período de vigencia de la convertibilidad– le permitió una moderada recuperación que tornó a colapsar en 2001. A partir de allí mejora su suerte, que alcanza en 2010 a superar la situación inicial. No obstante, el IPRI muestra al estrato siempre en situación deficitaria en la relación ingreso/peso demográfico.

            El estrato medio-bajo es, también, un estrato con un IPRI siempre menor a la unidad. Que parte de 1974 con su mejor situación para descender persistentemente a su peor desempeño en 1989. Luego, también para este segmento hay una recuperación parcial y una situación de estabilidad durante la convertibilidad, no alterada en este caso por la crisis de 2002. Desde entonces y hasta 2010, se aprecia una persistente mejoría, que lo ubica en condiciones similares a las del punto inicial.

            En el caso del estrato medio-alto, el valor del IPRI oscila en torno a la unidad, aunque con fuertes descensos bajo el impacto de las crisis con alto componente inflacionario (0,79 en 1989; 0,74 en 2002), al igual que los anteriores. También, en este caso, el período de recuperación reciente de la economía produce una mejora, hasta que el estrato se ubica nuevamente en situación de “equilibrio” similar a la del inicio de la serie.

            Por fin, es el estrato “acomodado” el que muestra un perfil y un desempeño bien diferenciados del resto. Mantiene a lo largo de todo el período analizado un valor de índice que supera al de “equilibrio”. Pero parte de un piso relativamente bajo, reflejo de un menor grado de concentración del ingreso al promediar los setenta, para mejorar su situación gradualmente y alcanzar su mejor desempeño en la crisis hiperinflacionaria de 1989. Luego, produce una regresión hacia la media durante la convertibilidad, para volver a mejorar su participación tras la crisis de 2001. En el último período –acorde con la mejora distributiva que todos los indicadores traducen– su participación desciende para retornar a un valor muy similar al inicial.

 

 El IPRI y la diferenciación de los estratos

            La evolución del IPRI permite una diferenciación clara de los estratos entre sí. Si nos atenemos al criterio de “perfecta igualdad” teórica en la que –por ejemplo– el coeficiente de Gini arrojaría valor cero, cada estrato debiera apropiarse de una porción de ingresos equivalente a su peso demográfico[4]. Es decir que la aproximación del valor del IPRI a la unidad podría identificarse como una medida de equidad distributiva.

            El estrato “desfavorecido”, de hecho lo está en forma permanente, con un valor del IPRI que nunca llega a 0,50: reciben menos de la mitad del ingreso que les correspondería según su peso demográfico. El estrato medio-bajo presenta un valor de IPRI que varía entre 0,50 y 0,70 en los mejores momentos. El estrato medio-alto, por su parte, generalmente está próximo al “punto de equidad”, por debajo del cual desciende en las crisis. Y lo excede levemente en ambos extremos de la serie.

            Por fin, el estrato “acomodado” se ve permanentemente beneficiado con una participación que excede holgadamente su peso demográfico. Y es en las crisis, cuando esto sucede más acentuadamente –casi lo duplica–, a expensas del resto de los estratos, pero principalmente en desmedro de los dos más bajos.

 

Conclusiones

            Antes de abordar las conclusiones específicamente referidas al tema de este artículo, cabe enfatizar una vez más un señalamiento que atañe a la metodología empleada. Tal como los define esta metodología la pertenencia a los estratos medios no es incompatible con la pobreza por ingresos en momentos en que ella se expande mucho. Como  tampoco lo es –y esto parece más grave– con ciertas condiciones que (aun en ausencia de un déficit en los ingresos corrientes) significan una privación en relación con los parámetros normativos vigentes: tal como vimos, en el inicio del período aquí analizado, el tamaño del “sector desfavorecido” era menor al de la población con necesidades básicas insatisfechas. Por lo que podría incluirse dentro de los estratos medios a hogares afectados por pobreza estructural, lo que parece al menos cuestionable.

            Más allá de esto, la evidencia empírica muestra que el tamaño de los sectores medios, así como su participación en el ingreso, siguió un curso declinante desde mediados de los años setenta, con un piso a fines de los ochenta (la hiperinflación), una leve recuperación en los años noventa y una nueva caída al iniciarse la década siguiente (en coincidencia con la crisis de la convertibilidad). Y solo dejan ver signos de fortalecimiento sostenido después de iniciado el período de recuperación económica posterior a la convertibilidad, tendencia que se mantiene hasta el final del lapso aquí abarcado.

            También se ha mostrado la evolución de los indicadores de potencialidad de movilidad social entre estratos contiguos. Ellos se relacionan bastante estrechamente con un aspecto importante que discute Dubet (2011) al contraponer las políticas que propician acercar las posiciones con las que procuran nivelar las oportunidades: “El mejor argumento a favor de la igualdad de posiciones es que cuanto más se reducen las desigualdades entre posiciones, más se eleva la igualdad de oportunidades [...] es más sencillo desplazarse en la escala social cuando las distancias entre las diferentes  posiciones  son relativamente estrechas” (Dubet, 2011, p. 99).

            En la medida en que los estratos medios crecen y su potencial de ascenso aumenta, estamos frente a una aproximación de las posiciones. Y otro tanto sucede cuando el estrato “desfavorecido” incrementa su probabilidad de aproximarse a los estratos medios. En ambas situaciones, las posiciones se hacen menos desiguales, lo que conduce, a su vez, a igualar las oportunidades. Lo inverso sucede cuando la situación de los sectores medios incrementa su vulnerabilidad y éstos corren el riesgo de deslizarse hacia abajo: es decir, el riesgo de empobrecimiento.

            La evidencia empírica aquí examinada sugiere que, desde mediados de los años setenta hasta la crisis producida a comienzos de la primera década del nuevo siglo, las posiciones sociales se hicieron cada vez más distantes y las oportunidades de movilidad ascendente intrageneracional se tornaron –por ello– más esquivas. Al revés, en lo que va desde el repunte posterior a la crisis hasta la actualidad, el proceso fue el inverso: tuvo lugar un acercamiento de posiciones y un incremento de las oportunidades de ascenso social. Pero estas conclusiones conciernen específicamente al estrato “desfavorecido” y al estrato medio-bajo: no así al estrato medio-alto, cuya capacidad de movilidad ascendente se fortaleció en las crisis –al disminuir su tamaño relativo– y no se ha mostrado en aumento en la etapa de recuperación.

Tal como lo afirman Minujín & Help (2011):

El avance en la distribución del ingreso implica no sólo que la situación de los sectores pobres ha mejorado, sino también la de los sectores medios, en particular la de aquellos que conformaron en los ’90 la llamada “nueva pobreza” y que al presente pareciera que han salido de esta situación. De esta manera, se está revirtiendo el aumento de la concentración del ingreso y de la inequidad, resultado de las políticas neoliberales [...].

            Las probabilidades de continuidad de esta tendencia son de difícil predicción, en un escenario inestable de resultas de la crisis internacional. Pero en caso de persistir, sería imaginable que los sectores medios recobraran parcialmente la mayor homogeneidad que parecieron tener en el pasado, a la vez que un creciente peso en el conjunto de la estructura social. Que así ocurra dependerá en buena medida, no tanto de mecanismos espontáneos, sino del curso que sigan las políticas públicas y de la solidez y permanencia con que logre implantarse un modelo de desarrollo capaz de privilegiar la equidad distributiva, favoreciendo el acceso al empleo y una mayor equidad en la distribución de los ingresos: una vez más la aproximación de las posiciones.

 


Cuadros

Cuadro 1. Evolución de la estructura social urbana (1974 – 2010): indicadores seleccionados. Gran Buenos Aires

Evolución de la estructura social

1974*

1980*

1982*

1985*

1989*

1995**

1998**

2002**

2006**

2010**

estrato desfavorecido

12,7

14,7

17

16,4

18,9

18,6

21,1

23,4

29,8

18,6

estrato medio-bajo

35,4

35,2

33

33,5

29,5

30,2

28,6

26,6

28,8

31,2

estrato medio-alto

28,2

20,8

21.2

19,3

17,7

19,6

17,2

16,1

16,7

19,2

estrato acomodado

23,7

29,2

28.8

30,8

33,9

31,6

33

34

24,8

30,9

Total

100

100

100

100

100

100

100

100

100

100

Estratos medios

63,6

56

54,2

52,8

47,2

49,8

45,8

42,6

45,5

50,4

*Dato con coeficiente de variación inferior a 5%

**Dato con coeficiente de variación inferior a 10%

Fuentes: procesamientos propios en base a EPH/INDEC

1974 a 2002: ondas de octubre

2006 y 2010: 4° trimestre

 

Cuadro 2. Evolución de la desigualdad urbana (1974 – 2010): indicadores seleccionados. Gran Buenos Aires

Evolución de la desigualdad

1974*

1980*

1982*

1985*

1989*

1995**

1998**

2002**

2006**

2010**

Coeficiente de Gini ***

0,346

0,389

0,414

0,405

0,508

0,483

0,496

0,532

0,446

0,398

Brecha de ingresos****

10,3

12,4

15,3

14,9

29,3

26,4

30,5

41,3

22,3

16,6

*Dato con coeficiente de variación inferior a 5%

**Dato con coeficiente de variación inferior a 10%

***Coeficiente de Gini del IPCF (deciles del GBA)

****Brecha de IPCF medio entre los deciles 10 y 1 del GBA

Fuentes: procesamientos propios en base a EPH/INDEC

1974 a 2002: ondas de octubre

2006 y 2010: 4° trimestre

 

Cuadro 3. Evolución del Índice de movilidad social de la población desfavorecida (1974 – 2010).

Gran Buenos Aires

PMD

1974*

1980*

1982*

1985*

1989*

1995**

1998**

2002**

2006**

2010**

0,653

0,699

0,674

0,673

0,611

0,592

0,575

0,530

0,584

0,594

*Dato con coeficiente de variación inferior a 5%

**Dato con coeficiente de variación inferior a 10%

Fuentes: procesamientos propios en base a EPH/INDEC

1974 a 2002: ondas de octubre

2006 y 2010: 4° trimestre

 

Cuadro 4. Evolución del Índice de resistencia de los estratos medios (1974 – 2010)

Gran Buenos Aires

RES

1974*

1980*

1982*

1985*

1989*

1995**

1998**

2002**

2006**

2010**

0,420

0,503

0,474

0,482

0,435

0,439

0,442

0,487

0,424

0,437

*Dato con coeficiente de variación inferior a 5%

**Dato con coeficiente de variación inferior a 10%

Fuentes: procesamientos propios en base a EPH/INDEC

1974 a 2002: ondas de octubre

2006 y 2010: 4° trimestre

 

Cuadro 5. Evolución del Índice potencial de de movilidad de los estratos medios (1974 – 2010)

Gran Buenos Aires

PMEM

1974*

1980*

1982*

1985*

1989*

1995**

1998**

2002**

2006**

2010**

0,398

0,475

0,434

0,413

0,471

0,417

0,472

0,454

0,406

0,431

*Dato con coeficiente de variación inferior a 5%

**Dato con coeficiente de variación inferior a 10%

Fuentes: procesamientos propios en base a EPH/INDEC

1974 a 2002: ondas de octubre

2006 y 2010: 4° trimestre


Cuadro 6. Evolución del ingreso per cápita familiar medio por estratos (1974 – 2010). Base estrato alto = 100.

Gran Buenos Aires

 

1974*

1980*

1982*

1985*

1989*

1995**

1998**

2002**

2006**

2010**

Estrato bajo

4,5

4,4

4,5

4,8

2,9

5,3

5,9

4

9

11

Estrato medio- bajo

29,3

28,3

25,5

27,6

19,3

21,2

21,1

21

23

26

Estrato medio- alto

49,6

46,1

41,9

44,0

32,0

35,6

36,0

34

37

44

Estrato alto

100

100

100

100

100

100

100

100

100

100

Alto/bajo

22,2

22,5

22,0

21,0

34,1

18,8

17,1

23,0

11,0

9,0

*Dato con coeficiente de variación inferior a 5%

**Dato con coeficiente de variación inferior a 10%

Fuentes: procesamientos propios, en base a en base a EPH/INDEC

1974 a 2002: ondas de octubre

2006 y 2010: 4° trimestre

 

Cuadro 7. Evolución del IPRI por estratos (1974 – 2010)

 

1974*

1980

*

1982

*

1985

*

1989

*

1995

**

1998

**

2002

**

2006

**

2010

**

estrato desfavorecido

0,37

0,36

0,36

0,36

0,26

0,31

0,31

0,27

0,33

0,39

estrato medio bajo

0,70

0,61

0,64

0,60

0,48

0,58

0,57

0,59

0,63

0,68

estrato medio alto

1,05

0,97

0,92

0,99

0,79

0,84

0,86

0,74

0,92

1,04

estrato acomodado

1,72

1,82

1,85

1,78

1,98

1,91

1,88

1,94

1,83

1,68

*Dato con coeficiente de variación inferior a 5%

**Dato con coeficiente de variación inferior a 10%

Fuentes: procesamientos propios, en base a en base a EPH/INDEC

1974 a 2002: ondas de octubre

2006 y 2010: 4° trimestre


Referencias

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Notas



[*] El presente artículo es una versión extendida y revisada de la ponencia presentada por el autor en las IX Jornadas de Investigación del IDICSO. Buenos Aires, setiembre de 2011.

[†] Sociólogo. Profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la USAL y de la Maestría en Ciencias Sociales del Trabajo/UBA, investigador del IDICSO/USAL, consultor de SIEMPRO (Sistema de Información  Monitoreo y Evaluación de Programas Sociales).

Artículo recibido: 15-05-2011  Aceptado: 24-07-2011

MIRÍADA. Año 4,  No.7  (2011)

© Universidad del Salvador. Facultad de Ciencias Sociales. Instituto de Investigación en Ciencias Sociales (IDICSO), ISSN: 1851-9431

 



[1]Para este autor los de corta distancia –los más frecuentes– serían entre estratos contiguos en tanto que los de larga distancia implicarían saltear un estrato.

 

[3] El “descremado al revés” alude a que abandonan el estrato para descender, primeramente, los hogares con ingresos más bajos.

[4] Aunque en rigor, en el cómputo habitual del Gini se suele acumular población y no hogares, cuyos tamaños difieren de un estrato a otro.