Invariablemente móvil. Una revisión sobre estratificación y movilidad social

Gonzalo Seid*

* CONICET, Universidad de Buenos Aires. Correo electrónico:gonzaloseid@gmail.com

Artículo recibido: 14/05/2020       Artículo aprobado: 10/09/2020

MIRÍADA. Año 13, N.º 17 (2021), pp. 297-321

© Universidad del Salvador. Facultad de Ciencias Sociales. Instituto de Investigación en Ciencias Sociales (IDICSO). ISSN: 1851-9431

Resumen

En este artículo se reconstruyen discusiones y contribuciones en la sociología de la estratificación y movilidad social. Se parte de Marx y Weber, quienes, si bien no se enfocaron en la movilidad social, sus conceptualizaciones sobre las clases han sido las bases sobre las cuales se asentaron buena parte de los estudios posteriores. Luego se reseñan antecedentes y enfoques clásicos en el campo de la movilidad social, así como algunos hallazgos relevantes en América Latina y Argentina. Posteriormente se sintetizan las críticas a la corriente principal en estratificación y movilidad social, la cual, pese a su amplitud y diversidad interna, ha exhibido denominadores comunes que permiten tomarla como un conjunto. Dichas críticas provinieron fundamentalmente desde dos lugares: la aproximación teórico-metodológica de Daniel Bertaux y las corrientes feministas.

Palabras clave: estratificación social,movilidad social,clase social, América Latina,desigualdades.

Abstract

This article reconstructs discussions and contributions in sociology of stratification and social mobility. Marx and Weber did not focus on social mobility, but their conceptualizations about classes have been the grounds on which most of subsequent studies were based. Then we outline classical antecedents and approaches in the field of social mobility, as well as some relevant findings in Latin America and Argentina. Subsequently, we synthesize the criticisms to the mainstream in the field of stratification and social mobility, which despite its breadth and internal diversity, has exhibited common denominators that allow us to take it as a whole. The criticisms came fundamentally from two places: the theoretical-methodological approach of Daniel Bertaux and the feminist currents.

Keywords: social stratification,social mobility,social class, Latin America,inequalities.

En este artículo[1], se hará una revisión sobre el campo de estudios en estratificación y movilidad social. Por la vastedad de este campo, la revisión no puede ser exhaustiva. El punto de partida son las teorías sobre las clases sociales de Marx, Weber y Durkheim. A continuación, siguiendo un orden cronológico, se sintetizan los enfoques y estudios clásicos en la temática de movilidad social y, luego, algunos antecedentes seleccionados de América Latina y Argentina. En los dos últimos apartados, se avanza sobre las críticas que ha recibido el “paradigma” de la movilidad social y los caminos alternativos que se propusieron desde dos perspectivas: por un lado, el abordaje cualitativo de la movilidad social de Daniel Bertaux; y, por otro, las corrientes feministas, que han defendido la necesidad de articular en el análisis clase, género y etnia.

Las clases en los clásicos

El concepto de clases sociales es uno de los centrales del pensamiento sociológico. En un sentido amplio, sobre todo en la tradición marxista, la división de clases se remonta a las sociedades antiguas en las que se desarrolló la división del trabajo, que permitió que la producción de medios de vida generase un excedente por encima de lo necesario para el consumo de las comunidades. El excedente productivo dio lugar a su apropiación privada por parte de grupos que devinieron en dominantes. Los avances en el dominio de la naturaleza, como la invención de la agricultura y la domesticación de los animales, fueron paralelos a una dinámica de acentuación de desigualdades de poder y riqueza que implicó que algunos se convirtieran en propietarios de tierras y bienes, mientras que otros quedaron desposeídos. La conformación de los polos dominante y dominado en la organización social, cuyo origen histórico podría situarse en los procesos de la llamada revolución neolítica, hizo posible la explotación como mecanismo de reproducción e intensificación de desigualdades entre clases (Engels, 1884/2017; Marx, 1858/1989).

En un sentido más preciso, el concepto de clases refiere específicamente a las sociedades modernas capitalistas, en las que las desigualdades sociales se organizan en torno a la posesión de capital. En el pensamiento sociológico, las sociedades modernas son clasistas porque en ellas la estratificación y las desigualdades económicas no se consideran naturales y no dependen de la pertenencia a una categoría de nacimiento. A diferencia de otras formas de estratificación social, la pertenencia a una clase de un individuo o familia puede variar a lo largo del tiempo, puesto que dicha adscripción no está definida por la ley o la costumbre, sino simplemente de hecho según las posibilidades económicas y condiciones de vida. La distinción conceptual entre estatus y clase constituye una de las antítesis de ideas elementales de la tradición sociológica (Nisbet, 2003) que alude a la novedad de las sociedades modernas respecto a las formas de organización social precedentes.

Frente a las divisiones estamentales de sociedades premodernas, como patricios, plebeyos y esclavos en la Antigua Roma, o nobleza, clero y siervos en el feudalismo; las clasificaciones y los criterios de demarcación de clases puramente de hecho de las sociedades modernas tienden a ser más problemáticos. Para Marx puede considerarse que las tres grandes clases de las sociedades modernas son asalariados, capitalistas y terratenientes, por provenir sus fuentes de ingreso respectivamente de salario, ganancia y renta de la tierra. Sin embargo, cuando se examina un contexto histórico concreto se distinguen complejidades, como fracciones de clase y clases de posiciones intermedias. “La infinita fragmentación de los intereses y posiciones en que la división del trabajo social desdobla a los obreros como a los capitalistas y terratenientes”, así como los “grados intermedios y de transición que encubren por doquier las líneas de demarcación” (Marx, 1867/2006, cap. 52) son relevantes y pertinentes según el nivel al que se sitúe el análisis, pero no modifican para Marx el antagonismo principal entre capital y trabajo, que hace que en el máximo nivel de abstracción y simplificación, el de los modos de producción, las dos clases básicas en el capitalismo sean burguesía y proletariado, propietarios y no propietarios de los medios de producción.

La dificultad para identificar clases y la complejidad de los criterios de demarcación también aparecen desde la conceptualización de Weber, en la que las clases son grupos de individuos que se encuentran en igual posición en el mercado. La situación de clase consiste en

el conjunto de probabilidades típicas de 1. Provisión de bienes, 2. Posición externa, 3. Destino personal, que derivan, dentro de un determinado orden económico, de la magnitud y la naturaleza de poder de disposición (o de la carencia de él) sobre bienes y servicios y de las maneras de su aplicabilidad para la obtención de rentas o ingresos (Weber, 1922/1964, p. 242).

Este poder de disposición incluye la propiedad de los medios de producción señalada por Marx, pero encierra más complejidades, como la posibilidad de controlarlos, la relevancia de la magnitud de los bienes, las diferentes particularidades según los tipos de bienes y servicios, y sus posibilidades de funcionar como capital o de proveer una renta.

Una clase es entonces para Weber un conjunto de actores sociales con similares condiciones económicas de vida. Esta situación similar se deriva de que ocupan una misma posición en el intercambio competitivo del mercado, es decir, tienen similar poder de disposición sobre bienes, servicios, medios de producción, patrimonio, etc. Weber distinguía dos fuentes principales de ingreso: la posesión de propiedades y las oportunidades de lucro. Aquellos que obtienen ingresos principalmente por las propiedades que poseen constituyen la clase propietaria, mientras que quienes lo hacen principalmente mediante la valorización de bienes y servicios forman la clase lucrativa. La mayoría de los trabajadores se encuentran desfavorecidos en ambas dimensiones, por carecer de propiedades y de fuentes de ganancia. Sin embargo, pueden pertenecer a la clase lucrativa algunos profesionales y trabajadores calificados, cuando monopolizan credenciales educativas (títulos, certificados, entre otras) o capacidades laborales con las que puedan obtener un lucro al ofrecerlas en el mercado. Según cómo se posicionan los individuos respecto a estas dos dimensiones, la propiedad y las oportunidades de ganancia, aquellos que estén en situaciones similares compartirán determinadas probabilidades de vida. Cuanto más se aproximen, es probable que sus estilos de vida, los consumos a su alcance y sus destinos vitales se asemejen más. El análisis sociológico permite identificar clases sociales al considerar que un conjunto de situaciones de clase son lo suficientemente cercanas como para agruparlas conceptualmente. Para Weber, las principales clases sociales son la burguesía empresarial y terrateniente, el proletariado, la pequeña burguesía y los trabajadores de cuello blanco, técnicos y profesionales (Giddens, 1994).

Aunque la estructura de clases para Marx y Weber pueda ser similar, cada autor pensó el concepto de clase de manera diferente. Para Marx las clases son un punto de partida como fuerzas sociales que actúan en la historia, mientras que para Weber son un resultante de las situaciones de mercado de los actores sociales. Para Weber la clase no es necesariamente la principal fuente de diferenciación de las sociedades complejas, las relaciones de explotación son una posibilidad entre otras (Wright, 1992) y la lucha de clases no tiene lugar necesariamente.

En lo que respecta a la movilidad social, los clásicos no han profundizado en su estudio, si bien advirtieron el fenómeno. En la concepción de Weber, se asume la posibilidad de movilidad inter- o intrageneracional entre situaciones de clase. Particularmente le interesaba el grado de correspondencia o desfasaje entre la movilidad económica en términos de clase social y los cambios de pertenencia estamental. Los cambios de posición económica y de prestigio estamental podían tener lugar independientemente, pero, de una generación a las siguientes, clase y estatus tenderían a corresponderse.

En el caso de Marx, la polarización de clases que preveía implicaba que buena parte de la pequeña burguesía, los artesanos independientes y el campesinado que trabajaba sus pequeñas parcelas se verían arrastrados en un proceso de proletarización, mientras que solo una minoría lograría mantener su posición o ascender a la burguesía. En este sentido, la movilidad social sería un fenómeno que tiene lugar principalmente en las clases de transición, es decir, las que se están formando y aquellas que existen como resabio de modos de producción o formas de propiedad anteriores y que tenderían a disolverse con el desarrollo capitalista. Las condiciones históricas de los distintos países pueden hacer que existan distintos grados de estabilidad de las clases. En su tiempo, Marx advertía clases más plasmadas en Europa que en Estados Unidos, donde “cambian constantemente y se ceden unas a otras sus partes integrantes” (Marx, 1852/2003, p. 24). En sociedades con un capitalismo consolidado, los ascensos sociales serían excepciones individuales que en nada afectan el movimiento colectivo de las clases. Pero el descenso social producto de la degradación de las condiciones de vida sí tendría un carácter colectivo, por la proletarización de la pequeña burguesía y de las posiciones intermedias, y por el crecimiento de la población obrera excedente, puesto que el desarrollo de las fuerzas productivas y los imperativos de la acumulación de capital incrementan la proporción de desempleados crónicos.

Por último, respecto a Durkheim, puede indicarse que tenía una concepción organicista de las clases, a las que entendía como los múltiples órganos que cumplen funciones específicas en la división social del trabajo. La complementariedad de las contribuciones de cada actividad especializada en las sociedades modernas tiende, a su juicio, a generar solidaridad orgánica. De lo contrario, se está ante formas anormales de la división del trabajo (Durkheim, 1893/2008), como la anómica —insuficientes regulaciones para la coordinación entre funciones— o la coactiva —cuando la división del trabajo no es espontánea y no responde a la distribución de talentos naturales, percibiéndose como injusta—. De manera opuesta a Marx, Durkheim (2008) consideraba que la lucha de clases no es inherente al capitalismo, sino un efecto del desarrollo insuficiente de la división del trabajo, que aún no devino en fuente de solidaridad porque no llegaron a estabilizarse las reglas que definen derechos y deberes recíprocos.

Antecedentes y enfoques clásicos en la temática de movilidad social

En 1927 Pitirim Sorokin publica la obra pionera Social Mobility (1927/1953),donde efectúa la clásica distinción entre movilidad horizontal —entre posiciones diferentes, pero en un mismo plano respecto a las jerarquías de clase o estatus— y movilidad vertical —ascenso o descenso social en alguna dimensión de desigualdad—. Siguiendo de algún modo a Weber, la movilidad social puede ser de tipo económica, política u ocupacional, dimensiones que están correlacionadas grosso modo, aunque la posición de los individuos en las respectivas estratificaciones no tiene por qué ser coincidente. Sorokin (1953) propone una mirada amplia de los procesos de movilidad social, prefigurando temas de indagación en el área: la magnitud de la movilidad en distintas épocas históricas; los desplazamientos individuales o de categorías colectivas enteras; los factores de los que depende la movilidad, que la favorecen o inhiben, sus consecuencias en los actores y en la organización social; los mecanismos de selección individual; la relación con factores demográficos y con rasgos físicos y psicológicos; los canales de circulación y mecanismos de reproducción, como la familia, la escuela, el mercado laboral y las principales organizaciones de cada sociedad —Ejército, Iglesia, partidos—.

En la década de 1950, bajo el consenso ortodoxo funcionalista en sociología, se establecen algunas definiciones del concepto de movilidad que acotan el campo de investigación empírica que se desarrollará desde entonces. Mientras que, antes de la Segunda Guerra Mundial, “los estudios de la movilidad social se limitaban por lo común a investigaciones de los orígenes sociales de distintos grupos ocupacionales, de los empleados de determinadas fábricas o de los habitantes de algunas comunidades aisladas” (Lipset y Bendix, 1963, p. 29), a partir de entonces el desarrollo de las encuestas permite estudios comparativos de las pautas de movilidad social en distintos países. Desde el funcionalismo, se asumía un sistema de recompensas desiguales asociadas a las posiciones que pueden ocupar los individuos. La movilidad social se atribuía a la industrialización.

Lipset y Zetterberg (1959) observaron una pauta de movilidad social similar entre sociedades industriales de distintos países occidentales e interpretaron que la movilidad se mantenía alta una vez superado cierto umbral de industrialización. Estos investigadores postularon la invarianza o convergencia entre países en las pautas de movilidad ascendente, debida a que el desarrollo industrial produce la diferenciación de la estructura ocupacional y la expansión de las oportunidades educativas, lo que promueve sociedades más meritocráticas. Posteriormente, tuvieron lugar controversias acerca de si se corroboraba esta tesis y sobre cómo interpretar las diferencias entre países (Featherman, Jones y Hauser, 1975; Grusky y Hauser, 1984). Featherman, Jones y Hauser (1975) hallaron que las tasas de movilidad absoluta diferían entre países, pero no así la denominada movilidad de circulación. En los países con economías de mercado y predominio de familias nucleares, las oportunidades de movilidad tienden a ser invariantes una vez descontada la movilidad estructural.

Desde esta línea de investigación se trabajó con las tablas de movilidad, que pasaron a ser, más que un mero recurso para el análisis de la información, todo un enfoque y concepción acerca de la naturaleza del objeto de estudio. La tabla o matriz de movilidad resulta de cruzar el origen y el destino social, típicamente expresado en categorías ocupacionales de padre e hijo, de modo tal que los casos se distribuyan en una tabla cuadrada con el mismo número de categorías en filas y columnas. La diagonal, al ser la intersección de la misma categoría ocupacional en padre e hijo, expresa la reproducción, herencia o inmovilidad social. A un lado y otro de la diagonal, quedan definidos los espacios de atributos donde hay ascenso y descenso social. Los marginales de la tabla son las distribuciones univariadas de padres e hijos, por lo tanto, habitualmente se dice que expresan las estructuras ocupacionales de dos momentos distintos. En realidad, la distribución de los padres se ve afectada por las diferencias de fecundidad entre clases y no refleja la estructura de clases en un único momento, por las distintas diferencias de edad entre padres e hijos (Blau y Duncan, 1967).

La movilidad estructural se medía con el porcentaje de casos que necesariamente debieron moverse dado el cambio en los marginales entre origen y destino. El resto se consideraba movilidad circulatoria. Mientras que los porcentajes calculados sobre el total permiten sumar los porcentajes de movilidad ascendente, descendente e inmovilidad; los porcentajes calculados sobre subtotales de filas y columnas permiten analizar los inflows y outflows, es decir, de qué orígenes sociales han sido reclutados quienes están en una misma categoría de destino y cómo se distribuyeron los destinos entre quienes compartieron un mismo origen.

Además del enfoque de la tabla de movilidad, la investigación funcionalista en movilidad social tuvo otro pilar en la aproximación del logro de estatus. A fines de la década de 1960, Peter Blau y Otis Duncan (1967) estudiaron los modelos de logro de estatus ocupacional de los individuos a través del peso de distintos factores. En la concepción de la estratificación social de estos investigadores, resulta central la distinción entre lo adscripto y lo adquirido. Por un lado, las ocupaciones, el nivel educativo y el ingreso de la familia de origen —sobre todo del padre del encuestado— se correlacionan fuertemente con la posición ocupacional que llegan a ocupar las personas en su adultez. Por otro, el primer empleo de los individuos y el nivel educativo que alcancen son también importantes predictores de su posición en la jerarquía ocupacional y de su nivel de ingreso: se trata de factores adquiridos, pero pueden considerarse vías indirectas de incidencia del origen social. Estas variables fundamentales pueden ser puestas en relación para determinar cuánto explican la posición ocupacional, al combinarse entre sí y con otras variables como las aspiraciones, las habilidades cognitivas y el papel de los otros significantes. Asimismo, el número de hijos y de hermanos del encuestado (y la posición y relaciones entre estos) también son variables relevantes, bajo el supuesto de que las familias pueden poner distintos énfasis en la educación de cada uno de los hijos (Blau y Duncan, 1967; Sewell y Hauser, 1980, 1986).

Mediante el uso de matrices de correlaciones y path analysis, Blau y Duncan (1967) también examinaron el papel de variables de control, tales como la condición étnica y la región de nacimiento, con el fin de estimar cuánto de la desigualdad de oportunidades para las minorías discriminadas persiste al quitar el efecto del menor nivel educativo y del contexto (background) desfavorable. Para los datos que analizaron de Estados Unidos en 1962, los factores adquiridos como la educación y el primer empleo predominaron en la explicación del logro ocupacional de la población blanca de origen anglosajón, quienes se beneficiaban de la apertura de la estructura social a través de la educación. Para los afroamericanos, en cambio, prevalecía la incidencia de la ocupación del padre y, por lo tanto, el peso de lo adscripto en sus posiciones ocupacionales.

Entre los estudios cuantitativos de movilidad social posteriores, se destacan los trabajos de Goldthorpe y colaboradores, con un enfoque conceptual neoweberiano que combinó las tablas de movilidad con análisis históricos. Goldthorpe, Llewellyn y Payne (1987) sostuvieron las hipótesis del cierre social en el acceso a las posiciones más elevadas y de una zona de amortiguamiento en la base de las ocupaciones no manuales que morigera las oportunidades de ascenso social desde las ocupaciones manuales. Otro trabajo destacado ha sido el de Wright y Western (1994), quienes desde una perspectiva neomarxista —algo no habitual en la temática— estudiaronla permeabilidad de las fronteras de clase en lo que respecta a propiedad y control del capital, medida a partir de las oportunidades de movilidad intergeneracional. Encontraron que las fronteras respecto a la posesión de capital eran más permeables en algunos países con mayor desarrollo del Estado de bienestar.

En The Constant Flux, Erikson y Goldthorpe (1992) hallaron que, a pesar de las diferencias en la movilidad absoluta u observada, hay un flujo constante de movilidad, patrones subyacentes de movilidad relativa que varían poco entre países industrializados y a través del tiempo. Tampoco entre cohortes se observan grandes variaciones. El concepto de fluidez social supone la independencia estadística entre origen y destino, que expresaría una sociedad abierta de movilidad perfecta. Esquemáticamente este modelo debería ajustar mejor a medida que se industrializan los países si se verificase la perspectiva liberal de creciente igualación de oportunidades como consecuencia de la modernización. En el polo opuesto, la hipótesis marxista de la proletarización creciente supondría el predominio de la inmovilidad y de la movilidad descendente. Erikson y Goldthorpe, en cambio, encontraron una creciente movilidad ascendente por la expansión de la clase de servicios, pero una desigualdad persistente en las oportunidades relativas.

La medida de fluidez habitualmente usada en este tipo de estudios es la razón de momios (odds ratio), calculada como el cociente entre las probabilidades de ocupar una posición en vez de otra, entre casos provenientes de distintos orígenes sociales. Se examina así la movilidad relativa sin importar la movilidad absoluta observada en los marginales de una tabla. El análisis de la movilidad relativa requiere la evaluación de distintos modelos log-lineales para hallar el que mejor ajuste a los datos. Típicamente se examinan el modelo de independencia (movilidad perfecta), el modelo “saturado” (inmovilidad perfecta), el de movilidad cuasiperfecta (movilidad perfecta fuera de la diagonal), el de movilidad de esquinas (extiende la cancelación de casillas de la diagonal a las casillas adyacentes a los extremos) y los modelos topológicos (que agrupan casillas con valores similares en sus razones de momios). Entre estos últimos, el propuesto por Hauser (1978) asume la hipótesis de que en las posiciones más bajas existe mayor inmovilidad y en las más altas mayor fluidez social.

La profusa investigación en el área de movilidad social ha dado lugar a una serie de generalizaciones con cierto grado de consenso respecto a su apoyo empírico. Entre las sistematizadas por Hout y DiPrete (2004), resaltamos las siguientes: las ocupaciones tienden a ordenarse en una jerarquía de prestigio relativamente similar entre países y épocas, lo que apoya su validez como indicadores de clase; la movilidad social presenta un patrón común aunque varía su intensidad entre países y momentos históricos; la educación es el factor principal de la movilidad ascendente y de la reproducción intergeneracional de clase; la clase de origen afecta las transiciones educativas de distinto modo, acumulando sus efectos en cada etapa; la segregación ocupacional por género es universal aunque varían los patrones específicos; en las últimas décadas las mujeres empezaron a superar a los varones en el nivel educativo que alcanzan; las políticas que facilitan la combinación de trabajo y maternidad hacen que las carreras de las mujeres sean más continuas; los trastornos familiares hacen más probable la movilidad descendente.

Antecedentes sobre movilidad social en América Latina y en Argentina

Desde mediados del siglo xx, los primeros estudios de movilidad social en la región tuvieron lugar con la institucionalización de la sociología científica, contemporánea de la fase histórica de la denominada industrialización por sustitución de importaciones. La teoría de la modernización y la teoría de la dependencia han tenido gravitación en los estudios clásicos en estructura y movilidad social en América Latina.

Algunos estudios clásicos, como los de Gino Germani, utilizaban un método “narrativo-histórico” (Sautu, 2011) que combinaba la narración e interpretación sociológica de procesos históricos, incluyendo entre la evidencia empírica tablas de movilidad que sustentaban hipótesis de mayor alcance. Se analizaban los cambios a través de las décadas en el tamaño y composición de las clases a partir de la estructura ocupacional y en relación con grandes transformaciones sociales, como la modernización, el desarrollo industrial, los flujos migratorios, la expansión educativa, la disminución de la fecundidad, la incorporación de las masas a la participación política, etc. (Germani, 1955). Las corrientes migratorias internas de las décadas de 1930 y 1940 habían implicado desde el punto de vista de la estructura social una movilidad estructural a gran escala, por ejemplo, con el ascenso social de peones rurales a obreros industriales urbanos. Al mismo tiempo que tenían lugar procesos de modernización e industrialización, se producían transformaciones como la consolidación de una población obrera sobrante en las periferias de las grandes ciudades. Las conceptualizaciones de la década de 1960 sobre la marginalidad procuraban caracterizar esta especificidad de las estructuras sociales de los países de la región. También en este tema se expresaron las discrepancias entre la teoría de la modernización y la teoría de la dependencia, que postulaban respectivamente la transitoriedad o el carácter estructural del fenómeno de la marginalidad.

Además de los trabajos de Germani para Buenos Aires, pueden señalarse los de Labbens y Solari (1961) para Montevideo, Raczynski (1972) para Santiago de Chile, Muñoz y Oliveira (1973) para México, y Pastore (1981) en Brasil. En los distintos países, predominaba la movilidad absoluta ascendente debida a los cambios estructurales, pero existían diferencias entre países en la movilidad circulatoria. En Argentina y Uruguay, además de la elevada movilidad estructural, había niveles más altos de movilidad circulatoria que en otros países como Brasil. Esto indicaba fronteras de clase más permeables y menor peso en el destino social de los factores adscriptos o del origen social heredado. Al menos comparativamente, la estructura social argentina se caracterizó por tener sectores medios amplios, que se expandieron mediante la movilidad ascendente desde los sectores populares durante toda la etapa de industrialización sustitutiva de importaciones (Germani, 1963; Torrado, 1992).

Los estudios de fines de la década de 1970, como el de Filgueira y Geneletti (1981), tendieron a alejarse de la teoría de la modernización y a desarrollar una perspectiva estructuralista y crítica. Señalaron las restricciones para la movilidad social asociadas a los límites del modelo de industrialización sustitutiva. El agotamiento de este modelo implicaba que se tornaran visibles los límites a la ampliación de los sectores medios y a la posibilidad de integración de la población marginal.

Un antecedente diferente en la temática es el trabajo de Balan, Browning y Jelín (1977), quienes realizaron un estudio de caso en Monterrey, combinaron datos cualitativos y cuantitativos, y consideraron varios momentos intermedios —no solo origen y destino— en las trayectorias laborales de los individuos.

Luego de la etapa fundacional de los estudios de movilidad en América Latina, a partir de la década de 1980 el enfoque de la pobreza atrajo más atención que el de desigualdades de clase. De todos modos, hubo trabajos sobre movilidad social, como los de Jorrat (1987, 1997, 2000) en Argentina y Scalon (1999) en Brasil. Durante la década de 1990 en Argentina, el tema de los nuevos pobres, es decir, de las franjas de sectores medios que exhibieron un descenso social en el último cuarto del siglo xx, concentró la atención de algunos investigadores (Minujin, 1992; Minujin y Kessler, 1995), lo que se complementó con la descripción de franjas ascendentes de sectores medios que salieron beneficiadas de las transformaciones (Svampa, 2005).

A partir de comienzos del siglo xxi, resurgió el interés por la temática de la movilidad social en América Latina. Se retomaron orientaciones teóricas e interrogantes de la etapa previa y se investigaron a partir de datos más recientes: “Una característica novedosa fue el interés por indagar sobre la movilidad que ocurre más allá de los cambios en la estructura ocupacional” (Solís y Boado, 2016, p. 14). Los trabajos recientes en movilidad social son diversos, en general por país, y muchas veces concentrados en dimensiones temáticas específicas, como informalidad, educación o género.

Los estudios encontraron tendencias de movilidad social divergentes entre países de América Latina para las últimas décadas del siglo xx. La tendencia prevaleciente parece haber sido la disminución de la movilidad relativa, pero con variaciones entre países. En Brasil la tendencia de las últimas décadas del siglo xx ha sido un incremento de la fluidez. En Chile, a pesar de la disminución de la fluidez y de la desigualdad distributiva, la fluidez se mantuvo elevada entre clase obrera e intermedia, pero con barreras para el acceso a las posiciones más elevadas, por lo que ha sido caracterizado como un país “desigual pero fluido” (Torche, 2005).

La cuestión de la heterogeneidad estructural de América Latina y sus consecuencias en la estructura ocupacional, como la brecha entre el sector formal y el informal, fue un eje central de las hipótesis de varios trabajos (Chávez Molina y Pla, 2013; Salvia y Quartulli, 2011; Vera y Salvia, 2011). Las consecuencias de los procesos de reformas estructurales orientadas al mercado de la década de 1990 y las crisis económicas también fueron analizadas: por ejemplo, las dificultades para la creación de empleos no manuales de calidad que generen oportunidades de ascenso social, o las tendencias al descenso social en algunas franjas de sectores medios. La comparación de los patrones de fluidez social en distintas épocas, el grado de expansión o restricción de las oportunidades de movilidad asociado al cambio estructural, ha sido un eje de interés en común de una gran cantidad de trabajos.

Kessler y Espinoza (2007) plantearon una serie de hipótesis a partir del análisis de datos de una encuesta en Buenos Aires del año 2000, vinculando las tendencias de movilidad social con el pasaje de una sociedad industrial a otra con mayor preeminencia del sector servicios. Mientras la disminución de puestos obreros estaba en la base de la movilidad estructural descendente que acrecentaba el sector marginal, los nuevos puestos profesionales y técnicos conformaban una tendencia a la movilidad estructural ascendente. Algo novedoso en la interpretación de estos autores, que sería luego retomado por otros investigadores, fue el señalamiento de la dificultad de clasificar los cambios ocupacionales como movimientos ascendentes o descendentes, cuando las trayectorias parecían exhibir cierta indeterminación e inestabilidad. Algunos ascensos ocupacionales se relativizaban al mirar el fenómeno según otros criterios. Por ejemplo, los trabajadores técnicos y calificados del sector servicios vieron reducido su ingreso en las últimas décadas del siglo xx, quedando a veces por debajo de los trabajadores industriales no calificados. En este sentido, se planteó la hipótesis de la movilidad espuria: un desfase entre la movilidad objetiva y la percepción subjetiva, es decir, inconsistencias entre un nuevo estatus presuntamente más elevado y las recompensas que de él se esperan.

Con respecto a los factores que inciden en la movilidad de los individuos, algunos trabajos desde principios de siglo (Barozet, 2006; Espinoza y Canteros, 2001) señalaron que, además de la herencia familiar y de la educación, debería estudiarse cómo operan otros aspectos menos explorados, tales como el capital social. A partir de estudios en la sociedad chilena, Espinoza (2006) sostuvo que los trabajadores más calificados que accedieron a ocupaciones de mayor estatus utilizaron sus vinculaciones sociales para el ascenso social. Los trabajadores menos calificados, en cambio, si bien han utilizado también contactos laborales en el acceso a sus puestos de trabajo actuales, se diferencian en cuanto a la calidad de las relaciones: sus contactos no son los que posibilitan acceder a mejores posiciones.

Entre los antecedentes locales de la última década, puede mencionarse la investigación de Pablo Dalle (2011), que analizó la movilidad desde la clase trabajadora argentina en el AMBA entre 1960 y 2005 y, en coincidencia con Jorrat (2000), reportó una disminución de la apertura para el ascenso de larga distancia. Los canales de movilidad cambiaron: disminuyeron las oportunidades de ascenso a través de la propiedad de capital y se estancó la movilidad ascendente vía títulos universitarios para los hijos de obreros. Se detectó una menor herencia en la clase trabajadora calificada y un contexto de precarización en los empleos accesibles, especialmente para los más jóvenes. Para principios del siglo xxi, Dalle observaba una recomposición parcial de la clase trabajadora mediante la expansión del empleo registrado, estable, calificado y mejor remunerado. Aunque no se contrajeron demasiado las posiciones más precarias, una parte del estrato precario y no calificado pudo ascender a la clase obrera calificada de la manufactura y los servicios.

En la última década, se produjeron en Argentina numerosas investigaciones que exploraron distintas aristas de la estratificación y movilidad social, tanto desde abordajes cuantitativos como cualitativos (Seid, 2017). Por ejemplo, Donaire (2012) se ocupó de la proletarización de los docentes, mostrando cómo las condiciones laborales, contractuales y sindicales apuntan tendencias en ese sentido. Elbert (2015) ha estudiado la relación entre el proletariado informal y el proletariado formal, advirtiendo la fluidez de los límites entre estas fracciones obreras, cuyos vínculos estructurales, culturales y organizativos tienden a formar un interés común de clase. Krause (2016) estudió la reproducción de clase en las prácticas de la vida cotidiana, especialmente las relativas a la educación de los hijos y al cuidado de la salud. Pla (2017) puso en relación la movilidad con la cuestión social examinando la movilidad según los riesgos contemporáneos, el papel de las políticas estatales y las percepciones subjetivas respecto a la posición que se ocupa. Un trabajo propio reciente (Seid, 2021) aborda las trayectorias de desclasamiento de una fracción de pequeños comerciantes de Buenos Aires.

Las críticas al paradigma cuantitativo de la movilidad social

Bertaux y Thompson (2007) han realizado una serie de críticas a los estudios convencionales de movilidad social, a la vez que han desarrollado una propuesta alternativa de indagación. Estos autores sostienen que la movilidad social debe entenderse en un sentido más amplio, como un proceso continuo de competencia social generalizada a través del que individuos, familias y grupos sociales luchan por el poder y distintos tipos de recursos. En este sentido amplio, pueden comprenderse muchas de las principales preocupaciones de los padres fundadores y los clásicos de la sociología.

Bertaux y Thompson (2007) recuerdan que los primeros sociólogos que pensaron la estratificación social habían tomado a la familia como unidad básica, puesto que el estatus es un atributo familiar. Esta mirada teórica clásica ha sido relegada en la corriente principal de los estudios en movilidad social, por la simple conveniencia técnica de que sean los individuos las unidades básicas en el muestreo estadístico. La riqueza sociológica de los clásicos contrasta con la estrechez de intereses en el campo de estudios en movilidad social. Aunque la descripción cuantitativa permita conocer importantes aspectos de la movilidad, resulta problemático que se convierta en el único abordaje científico de la temática y que los requerimientos técnicos del método de encuesta tiendan a prevalecer sobre las decisiones sustantivas y a restringir los fenómenos a observar.

Bertaux y Thompson (2007) han señalado que los estudios cuantitativos presentan serias limitaciones: omiten las descripciones e interpretaciones de experiencias y acciones de los sujetos estudiados, descontextualizan las trayectorias de las estructuras de oportunidades locales, y pierden de vista la multiplicidad de procesos en juego en el logro de estatus. Una de las principales críticas es que los estudios cuantitativos convencionales tienden a basarse en un modelo de “caja negra” en que el input es la ocupación del padre y el output la ocupación del hijo, quedando velados los mecanismos de las trayectorias y la complejidad de los patrones de movilidad social. La necesidad de aplicar un mismo cuestionario a todos los encuestados no deja lugar a hallazgos emergentes y lleva a desconocer que distintas ocupaciones modelan las posibilidades de vida y las carreras laborales con distintas lógicas. Aunque las regularidades estadísticas de la relación entre ocupación del padre y del hijo sean las mismas en distintos países, esto no implica que sean los mismos los procesos subyacentes a las cifras.

Puesto que la investigación cuantitativa ha tratado a las familias como cajas negras,Bertaux y Thompson proponen poner el foco de análisis en ellas, donde tienen lugar muchos de los mecanismos que requieren ser explicados. Los procesos de transmisión de recursos, las condiciones de transmisibilidad y la multiplicidad de apropiaciones son algunos de los aspectos que un abordaje cualitativo centrado en lo que ocurre en el interior de las familias permite aprehender. Las relaciones de género, los contextos geográficos, los vínculos de sociabilidad y los mundos culturales específicos dejan de ser variables independientes o de control de un modelo estadístico para recuperar su sentido histórico. Así, reconquistar la imaginación sociológica —que Charles Wright Mills (1961) entendía como recapitulaciones lúcidas sobre el sentido de una época, puestas en relación con la estructura social y con los destinos individuales— permitiría renovar los estudios sobre trayectorias de movilidad social.

En la actualidad, si bien se mantiene la tradición hegemónica del estudio de la movilidad social exclusivamente mediante recursos cuantitativos y sofisticados modelos estadísticos, algunos de los trabajos anteriormente citados de las últimas décadas han dado lugar a inquietudes teóricas y abordajes metodológicos más próximos a la propuesta de Bertaux, a menudo combinando el abordaje tradicional y la aproximación cualitativa. No obstante, el camino por recorrer es extenso: los modelos estadísticos tomados como un fin en sí mismos siguen presentes en el campo temático de la movilidad social —una tara opuesta y análoga a la que ocurre en otras tradiciones que fetichizan los métodos cualitativos—.

Movilidad social, género y etnia

Entre las críticas a la corriente principal en movilidad social, pueden recuperarse algunos señalamientos sobre el vínculo entre clase y género, así como entre estos dos ejes y la etnia. La relevancia del género en su imbricación con la estructura de clases ha sido planteada principalmente desde perspectivas feministas enfocadas en

la crítica de la naturaleza fundamentalmente «generizada» de la sociedad moderna, que se refleja no sólo en la separación entre las esferas de actividad «pública» (masculina) y «privada» (femenina), sino también dentro de la esfera pública, como se demuestra, por ejemplo, en el grado de segregación por sexo en el mundo del empleo (Crompton, 1994, p. 189).

La “ceguera de género” ha prevalecido en buena parte de los estudios convencionales en movilidad social.La clase social ha sido tradicionalmente operacionalizada a partir de la ocupación del jefe de hogar, cabeza de familia o principal sostén económico, que, durante el siglo xx —cuando se desarrolló este campo de investigación—, era por lo general un varón. En la mayoría de los estudios tradicionales, se asumía que la movilidad ocupacional masculina equivalía a la movilidad social de toda la sociedad, mientras que el estudio de la movilidad femenina era reducido no pocas veces al análisis de la movilidad matrimonial (Riveiro, 2011; Salido Cortés, 2001).

La movilidad matrimonial representa una dimensión del proceso de movilidad social intergeneracional que afrontan los individuos de notable importancia. Pero la asociación de una dimensión de la movilidad social, la matrimonial, a los individuos del sexo femenino y de la dimensión ocupacional a los del sexo masculino, no sólo no está justificada, sino que introduce importantes sesgos en el conocimiento disponible de las pautas de la movilidad social de mujeres y, por supuesto, de los hombres (Salido Cortés, 2001, p. 86).

El enfoque tradicional ha sido criticado por hacer invisible la clase de las mujeres, desconociendo la heterogeneidad de clase que puede existir en el interior del hogar y que el papel del género atraviesa las relaciones de clase (Acker, 1973; Delphy, 1992; Gómez Rojas, 2010; Sorensen, 1994). Además de concentrarse en los principales proveedores económicos de las familias, los enfoques convencionales han tenido otros sesgos de género, como reducir las distintas pautas de movilidad de varones y mujeres a la segregación ocupacional, soslayando la centralidad de la organización doméstica en las oportunidades de desarrollo de carreras laborales y para la transmisión de expectativas en la crianza de los hijos. Asimismo, con la extensión de nuevas configuraciones familiares que han tenido lugar desde fines del siglo xx, el enfoque convencional resulta cada vez más insatisfactorio.

Pese a las críticas, e incluso cuando se constataron diferencias según género en la movilidad absoluta o en la continuidad en las historias laborales, el análisis de clase tendió a permanecer como un campo de estudios aparte, con sus propias problemáticas y discusiones teóricas, resistiendo la idea de que la estructura de clases esté atravesada por el género y que esto tenga consecuencias en los modos de investigar y representarse la estructura de clases.

Una explicación convincente de las desigualdades de género que parece ser una característica común de las sociedades industriales modernas deberá ser desarrollada en su mayor parte fuera del alcance del análisis de clase y, por la misma razón, la introducción de consideraciones de género en el estudio de las inequidades de clase probará ser mucho menos revelador de lo que se ha puesto de moda suponer (Erikson y Goldthorpe, 1992, p. 277, citado en Riveiro, 2016, p. 121).

Tal vez lo que ocurra sea que la dimensión género obliga a reformular un objeto de estudio preconstruido. La incorporación de las mujeres en los análisis de movilidad social lleva a enfrentar dificultades que también tienen lugar al analizar a los varones, pero suelen pasar desapercibidas o relegarse como problemas menores (Payne y Abbott, 1990). De acuerdo con la perspectiva que se adopte, entrelazar movilidad social y género puede ser visto como algo que excede las fronteras del tema, o bien como algo que amplía un campo demasiado estrecho.

Entre los desafíos que plantea una mirada de género en movilidad social, pueden señalarse los siguientes. El origen de clase puede ser indicado por la posición del padre, de la madre o de alguna síntesis de la posición de ambos: se torna imprescindible justificar las decisiones. A las personas que no son trabajadores activos remunerados, como las amas de casa, también podría asignárseles una posición de clase, lo que hace necesario buscar criterios más allá de la ocupación. La segregación ocupacional por género puede tomarse como un tema aparte o bien considerarse un aspecto pertinente para una descripción adecuada de la movilidad, puesto que “una misma clase de origen no proporciona las mismas oportunidades de acceso a las mismas posiciones de la estructura social de ambos sexos” (Salido Cortés, 2001, p. 252). Por último, sin pretensión de exhaustividad, como el género no se reduce al par varón-mujer, otro desafío es evitar tomar estas categorías como esencias soslayando su problematización (Riveiro, 2016).

La mirada de género, especialmente a partir de la difusión del concepto de interseccionalidad, se ha emparentado con la mirada sobre las desigualdades “raciales” o étnico-nacionales. Por lo tanto, argumentos análogos a los que sostienen la necesidad de incorporar el género en el análisis de clase pueden señalarse respecto a lo étnico. Además, existen tradiciones teóricas en América Latina que pensaron la cuestión étnica (Díaz-Polanco, 1981; Fernandes, 1965; Stavenhagen, 1992) como un eje de poder que tensiona las conceptualizaciones clásicas sobre las clases sociales, “incluso reduciendo las clases sociales solamente a las relaciones de explotación/dominación en torno del trabajo” (Quijano, 2000, p. 360). Desde la mirada de la colonialidad del poder, las teorías marxistas y weberianas que conceptualizan “clases” y “razas” como realidades separadas han sido tildadas de eurocéntricas, reduccionistas y ahistóricas.

No obstante, el origen étnico-nacional resultó menos problemático que el género para ser incorporado como variable independiente o de control en numerosos análisis de movilidad social que usan categorías de clase habituales (v. gr., el esquema de Goldthorpe [1983]). En Brasil, Costa Ribeiro (2007) analizó la movilidad según color de piel. Mientras que los blancos están sobrerrepresentados en las clases más altas, pardos y negros lo están en las clases inferiores. Mediante modelos estadísticos que permiten controlar esta desproporción, el autor concluyó que para los varones provenientes de clases inferiores no hay desigualdad racial en sus oportunidades relativas de movilidad ascendente (comparten la desventaja). En cambio, en las posiciones superiores, pardos y negros tienen mayores chances de movilidad descendente que los blancos, y menores chances de acceder a la cúspide de la jerarquía de clases.

En México, Campos-Vazquez y Medina-Cortina (2019) analizaron la movilidad social según el color de piel —clasificado según la escala cromáticaPERLA (Proyecto sobre Etnicidad y Raza en América Latina)—. Las personas de tez más clara evidenciaron mayor movilidad ascendente, independientemente de su origen económico. Las personas de tez más oscura tienden a posiciones económicas inferiores que los de tez más clara —comparando siempre entre quienes comparten la misma posición de origen— y son más propensos a la movilidad descendente. La estratificación por color de piel, aunque se morigeró respecto a décadas previas, persiste incluso controlando por habilidades cognitivas del sujeto y educación de sus padres.

En el Cono Sur también se constataron desigualdades étnicas en la movilidad social, pero quizá de menor intensidad. En Chile, en una región como La Araucanía, que exhibe alta proporción de movilidad ascendente,Cantero y Williamson (2009) reportaron menor movilidad ascendente en los descendientes mapuches, entre quienes prevalece la movilidad de corta distancia, fenómeno que los autores consideran que puede deberse a la discriminación en la educación superior. En Argentina, para el Área Metropolitana de Buenos Aires, Dalle (2016) ha estudiado la estructura y movilidad social según el origen étnico-nacional familiar. En las clases medias, prevalece la ascendencia europea, mientras que en los sectores populares es mayor la proporción de población de origen criollo, mestizo y migrantes limítrofes. Además, para un mismo origen ocupacional y logro educativo, los migrantes limítrofes tienen menores chances de ascenso ocupacional intergeneracional.  

Conclusiones

La estructura social y, en particular, su conformación por clases sociales han sido objeto de la sociología desde los clásicos fundadores de la disciplina. También las controversias en torno a en qué consisten dichas clases: si son fuerzas colectivas, conjuntos de agentes individuales u órganos de un cuerpo social; si su existencia conlleva necesariamente el conflicto social, si lo hace probable bajo ciertas condiciones o si este es transitorio; si se relacionan las clases entre sí mediante explotación, dominación, competencia, cooperación.En el siglo xx, en el período de entreguerras, surge la sociología de la movilidad social. Pitirim Sorokin, que puede considerarse el precursor en la temática, fue testigo de la Revolución Rusa, vivió en la Unión Soviética y luego debió exilarse en Estados Unidos, donde desarrolló su carrera. La Guerra Fría entre esas dos potencias tras la Segunda Guerra Mundial será precisamente el contexto histórico en que se desarrolla la sociología de la movilidad social, el clima de época que permite comprender las preocupaciones occidentales sobre la legitimidad de las desigualdades de clase, sobre la meritocracia, o sobre la fluidez relativa de las estructuras de los distintos países.

En Argentina, los procesos de modernización, industrialización y urbanización, junto a la institucionalización de la sociología, también constituyeron una poderosa fuente de inquietudes acerca del significado y las implicancias de semejantes transformaciones en la estructura social. Las oportunidades masivas para la movilidad ascendente, la presunción de clases medias amplias y la exacerbación de las pasiones políticas en torno al peronismo configuraban los elementos que actualizaban el interés por la movilidad en el plano local. Tras el cierre de aquella etapa en la última dictadura, con las crisis económicas recurrentes, la desindustrialización y las tendencias regresivas en el empleo y en los niveles de vida, a partir de la década de 1980 el interés sociológico en torno a las clases priorizó temas como la pobreza y la exclusión social. A principios del nuevo siglo, el renovado interés por la movilidad social podría vincularse a lo que significó la crisis de 2001 y la recuperación posterior respecto a la estructura y las relaciones de fuerza entre las clases.

Los estudios en estructura y movilidad social afrontan el desafío de abordar las transformaciones en el mundo del trabajo y en las familias. La complejidad abarca desde los procedimientos metodológicos para la medición de fenómenos que ya dejaron de tener una estructura uniforme o predominante —como la familia nuclear con un solo proveedor, respectivamente unidad de análisis y de recolección— hasta desafíos de orden conceptual: pensar configuraciones de relaciones sociales en las que la clase se intersecta con el género y la etnia, entre otros ejes. Las trayectorias entre posiciones en el espacio social no se reducen a la movilidad social, que es una entre otras. Pero la movilidad social requiere ser pensada interseccionalmente porque los desplazamientos ocupacionales y económicos están generizados y etnizados, transcurren en el curso de vida, en ámbitos de actividad con lógicas específicas, en contextos históricos determinados.

Por último, cabe plantear algunas cuestiones que podrían ser abordadas a futuro en los estudios de estratificación y movilidad social. El carácter altamente especializado y técnico de este campo es a la vez su potencia y su limitación. Al haberse concentrado durante décadas en problemáticas específicas, se conocen regularidades empíricas de manera muy precisa. Sin embargo, parece necesaria una apertura al campo más amplio de la sociología de las desigualdades, considerando la multidimensionalidad y la imbricación en la realidad de desigualdades de distinto tipo. Pueden ser especialmente reveladoras las tendencias discordantes, como la movilidad de ingresos con inmovilidad ocupacional (Scalon y Salata, 2012), o la movilidad ocupacional sin las “recompensas” esperadas (Kessler y Espinoza, 2007). También temas de integración y exclusión social, como los encuentros y rechazos entre clases, la segmentación entre mundos socioculturales desiguales, la “integración excluyente” (Bayón, 2015); o la relación entre la movilidad social y las redes de relaciones sociales, el capital social y las sociabilidades (Seid, 2012). Además, la dimensión estructural sería mejor comprendida en relación con los procesos subjetivos de justificación y legitimación de la desigualdad (Kessler, 2019). Los avances en el reconocimiento, por ejemplo, de la diversidad sexual, no han sido explorados en profundidad en relación con las desigualdades de clase y movilidad social.

En el camino por recorrer, la sociología de la movilidad social no solo debería entrar en diálogo con otras áreas de la sociología, sino también establecer diálogos interdisciplinarios: con la economía (por ejemplo, ¿cómo podrían estudiarse las desigualdades y la movilidad social poniendo el foco en los “superricos”? ¿Cómo ponderar la factibilidad económica y los efectos en la estructura social del ingreso mínimo garantizado?), con la ciencia política (¿qué relaciones hay entre las pautas de movilidad social y la emergencia de nuevas derechas en América Latina?), con la filosofía (clases sociales y justicia distributiva), con el Derecho (desigualdad de clases y exigibilidad jurídica de los derechos sociales), con la demografía (pautas de movilidad social y revolución de la eficiencia reproductiva), con la historia y la antropología (¿cómo contemplar las diferencias, a veces abismales, entre lo que significa ser obrero, comerciante o profesional en un país u otro? ¿Cómo construir clasificaciones de clases que permitan la comparabilidad internacional, sin caer en esquemas ahistóricos y eurocéntricos?).

        


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[1]Agradezco a los evaluadores anónimos por sus recomendaciones para mejorarlo.