Emergencia de la economía solidaria: el tejido de las arpilleras chilenas en tiempos de dictadura.
(A partir de la serie de arpilleras que llegó a Países Bajos entre 1979 y 1982)[1]
Karin Berlien Araos*
* Doctora en Ciencias Económicas por la Universidad de Grenoble Francia, académica de la Universidad de Valparaíso. Correo electrónico: karin.berlien@uv.cl.
Artículo recibido: 29/06/2018 Artículo aprobado: 20/11/2018
MIRÍADA. Año 11, N.º 15 (2019), pp. X-X
© Universidad del Salvador. Facultad de Ciencias Sociales. Instituto de Investigación en Ciencias Sociales. (IDICSO). ISSN: 1851-9431
Resumen
Esta contribución describe la emergencia del concepto “economía solidaria” a partir del caso de las redes formadas por los talleres de arpilleras en Chile y las organizaciones vinculadas con ellos desde el exilio. Tras presentar una revisión del contexto histórico e institucional, se abarcan transversalmente los siguientes temas: (i) la representación de las arpilleras como objetos textuales de información y de denuncia; (ii) la emergencia de la economía solidaria desde las organizaciones de la economía popular, y cómo la red económica que crean las arpilleras representa cabalmente este caso; y (iii) la importancia del rol de las mujeres en la articulación de estas prácticas. El estudio se basa en los registros fotográficos de una serie de arpilleras que se enviaron de forma clandestina a Holanda durante la dictadura, entre 1979 y 1982. Se analiza la información sobre su comercialización en el exilio, las cartas que documentan los colectivos vinculados, archivos audiovisuales, artículos de revistas de la época, tesis, así como entrevistas a actores/as individuales y grupos de discusión que analizan colectivamente los contenidos temáticos de estas obras. Esta investigación dialoga teóricamente con la economía feminista (Carrasco, 2006), con la economía solidaria (Razeto, 1994; Razeto, Klenner, Ramirez, Urmeneta, 1990) y con los estudios de la Memoria Colectiva chilena (Agosín, 1985; Bacic, 2008).
Palabras clave: Economía solidaria; Economía feminista; Exilio; Memoria.
Abstract
This contribution describes the emergence of the concept of “solidarity economy” from the case of the networks formed by the arpilleras workshops in Chile and the organizations linked from the exile. After presenting a review of the historical and institutional context, the following topics are transversally covered: (i) the representations of the arpilleras as textual objects of information and denunciation; (ii) the emergence of the solidarity economy from the organizations of the popular economy, and how the economic network created by the arpilleras represents this case; (iii) the importance of women’s role in the articulation of these practices. The study is based on the photographic records of a series of arpilleras that were sent clandestinely to Holland during the dictatorship period, between 1979 and 1982, the information about its commercialization in exile, the letters that document the linked collectives, audiovisual files, magazine articles from that time, thesis, interviews to individual participants and discussion groups that collectively analyze the thematic contents of the arpilleras. This research dialogues theoretically with feminist economics (Carrasco, 2006), solidarity economy (Razeto, 1994; Razeto, Klenner, Ramirez, Urmeneta, 1990) and studies from the Chilean Collective Memory (Agosín, 1985; Bacic, 2008).
Keywords: Social economics; Feminist economics; Exile; Memory.
Introducción
Este artículo describe, en primera instancia, las metodologías utilizadas para abordar la hipótesis respecto de la emergencia de la economía solidaria a partir de las arpilleras. Aborda desde el sistema económico qué organizan los actores para su producción y su distribución hasta el análisis temático de sus representaciones.
Para este ejercicio, se presenta el contexto institucional en que aparecen las arpilleras como artefactos de información, los tipos de materiales y técnicas utilizados y la manera en que fueron generando espacios de trabajo. Se profundiza también en el caso de los mercados solidarios de los Países Bajos y cuáles fueron los elementos clave en la articulación de redes para instrumentar la solidaridad con el Chile en dictadura. Por último, se presenta la forma en que estas arpilleras fueron artefactos donde se significaron las dinámicas de la emergente economía solidaria
Luego se presentará el análisis de las arpilleras de la serie registrada durante el exilio (1979-1982) en los Países Bajos por Augusto y María Inés Michaud, trabajo que fue realizado de forma colectiva en grupos de discusión. A partir de estos, se incorporó la reflexión que realizaron las mujeres en los talleres de arpilleras y su representación en las telas, pues este ha sido un vehículo de expresión y crítica.
Esto es especialmente singular, ya que, en muchos casos, tenían pocos años de educación formal; sin embargo, eran poseedoras de un conocimiento importante en técnicas de costura transferido intergeneracionalmente entre las mismas mujeres. Las arpilleras fueron los manifiestos bordados por las pobladoras y, de alguna manera, dialogan con la obra de autores como Razeto (1994), que inauguró el uso del concepto “economía solidaria”.
Metodología
Para abordar el tema, presentamos dos ejercicios metodológicos. El primero, o la primera parte, consiste en identificar cómo la economía solidaria, en tanto sector o propuesta económica, se puede pensar como un actor emergente desde las redes que se generaron en torno a las arpilleras. La segunda parte considera a las arpilleras como artefactos que trasmiten información. Para esto, se identifican los elementos que se pueden “leer” hoy desde el análisis multimodal, así como desde el análisis de discusiones colectivas. El objetivo es presentar e intentar reconstruir, desde estas lecturas interpretativas, el contexto y los elementos característicos de la economía solidaria.
Para la primera parte:
Para el segundo análisis:
1. Análisis de las imágenes representadas: describe qué componentes de los conceptos “pobreza”, “represión” y “organizaciones de la economía popular” se perfilan en la imagen y qué conceptualización representa el conjunto de las imágenes de una misma idea. El análisis constituye una aplicación multimodal del marco teórico de la semántica de marcos (Fillmore, 1976) y de la semántica cognitiva (Talmy, 2000).
2. Grupos de discusión: se realizaron cuatro grupos de discusión a los que se les presentó la serie completa. Los grupos fueron los siguientes: 1) ex-presas políticas, 2) participantes de organizaciones de la economía popular (OEP) y académicos/as vinculados con la economía solidaria, 3) mujeres participantes de talleres comunitarios y 4) estudiantes universitarios de la carrera de Sociología. En este contexto, se invitó a los/as presentes a comentar y debatir respecto de lo observado en las imágenes en un ejercicio de significación colectiva, donde las diapositivas fueron “leídas” como un diario de la época.
Para este ejercicio, se utilizó como referencia la llamada “investigación basada en el arte”. Este tipo de propuesta surgió en la década de 1980 a partir de la desconfianza que se había instalado en las ciencias sociales, las ciencias políticas, los estudios cognitivos y la lingüística respecto del lenguaje en relación con su objetividad y neutralidad. Entonces,
surge, a raíz del llamado giro narrativo en investigación en ciencias sociales, el ArtBased Research o “Investigación Basada en las Artes” (IBA), que propone, fundamentalmente desde el entorno de las ciencias sociales, la posibilidad de utilizar métodos y/o procesos creativos y artísticos para acercarse al conocimiento, donde el investigador y/o participantes de la investigación no son solo observadores o sujetos externos, sino también son “hacedores” y donde sus propias vivencias, creatividad y mirada personal pudieran aportar nuevos insights y asistir a la creación de conocimientos, así como crear espacios nuevos de investigación (Piccini, 2012, p. 3).
En este caso, el método considera la vinculación de las creadoras con los artefactos producidos por ellas, u otras, para la discusión e interpretación. También se dialoga con los estudios de crítica cultural de esa década y la siguiente, y con la inclusión de la perspectiva de las mujeres (Richard, 1989) desde un arte performativo aero-postal-testimonial y transtemporal, como podrían considerarse las arpilleras y sus arpilleristas en el momento de encuentro y de lectura colectiva, y también quienes asistieron a los hechos representados desde las organizaciones de la economía popular.
En este artículo, se incluyen citas de los relatos que aparecieron en los grupos de discusión y se espera enriquecer estos análisis, que luego serán contrastados completando las series y con el método de saturación de información descrito por Demazière y Dubar (1997).
Del contexto:
Arpillera: tejido de tela muy barata, que sirve para cubrir cosas o confeccionar sacos. […] esa tela basta del diccionario se ha transformado en manos de Doña Rosa y las muchas que han seguido… la arpillera se ha elevado y hoy es sinónimo de obra de arte y Doña Rosa no lo sabe. Porque Doña Rosa necesita comer y sus hijos también. Para ella la arpillera significa una entrada de dinero (Revista Mensaje, 1976, p. 117).
Las arpilleras, como periódicos de tela[2], nacieron durante el primer año de dictadura, en un momento inicial, bajo el alero del Comité de Cooperación para la Paz, Comité ProPaz, que existió hasta 1975, cuando se creó la Vicaría de la Solidaridad. Las arpilleras eran realizadas en talleres de mujeres cesantes, y, posteriormente, se incluyeron familiares de presos políticos y de detenidos desaparecidos, así como también se desplegaron en talleres laborales. Estos fueron parte de las llamadas “organizaciones de economía popular”[3], pero excedieron el espacio de ejecución económica para la sobrevivencia porque posibilitaron una zona de representación y de difusión para la solidaridad que formó una red de colaboración entre el Chile en dictadura y el Chile en el exilio.
La representación de aspectos de la vida a través de las arpilleras tiene como origen, entre otros, el trabajo de Violeta Parra. Se trataba de telas de gran tamaño bordadas con lanas. Luego, en la localidad de Isla Negra, se organizó un grupo de mujeres que recogió el legado de Violeta Parra y comenzó a bordar escenas de la vida cotidiana sobre las arpilleras en un formato de tapiz más pequeño. La técnica utilizada en los primeros talleres, en tiempos de dictadura, buscaba replicar la de las bordadoras de Isla Negra. Sin embargo, por el costo de la lana, se comenzaron a utilizar retazos de tela reciclada: “Los bordados de Isla Negra eran una idea base, explica la artista. Cuando vieron la imposibilidad de usar lana en cantidades importantes, buscaron otras formas. Así llegaron al género. Sólo usamos sobras” (Revista Mensaje, 1976, p. 118).
Estas “sobras” de tela provenían de las donaciones que hacía la “gente rica” a la “gente pobre” a través de la Iglesia Católica. Las mujeres de los talleres descubrieron que podían utilizar pedazos de estas ropas para confeccionar las arpilleras (entrevista a Winnie Lira, 2017).
En las arpilleras, se representaba lo que estaba sucediendo en Chile, siempre vinculado con las experiencias personales de las artífices. Los grupos elegían temas semanalmente con participación de las arpilleristas y las encargadas de la Vicaría. El poder de expresión de la temática escogida era un criterio de calidad para el grupo. Para asegurar que la representación en la arpillera respondiera a este criterio, crearon, dentro de los talleres, subgrupos de revisoras de la calidad (Adams, 2012; Revista Mensaje, 1976).
Cada taller agrupaba veinte arpilleristas por grupo, y cada una de estas mujeres asumía la responsabilidad de crear una tela a la semana. Si alguna de ellas tenía una necesidad económica mayor, podía hacer más de una, previo acuerdo con el grupo. En la generación de las arpilleras, llegaron a trabajar entre mil y dos mil mujeres con un doble objetivo: generar ingresos y ser un artefacto de denuncia de la situación social y política que se vivía en el país (Adams, 2012). De acuerdo con el testimonio de una arpillerista: “Una arpillera va transformándose en muchas cosas. Alimentos, matrículas escolares, atención médica, medicinas y también dividendos por las mínimas cosas que tienen […], también la arpillera me sacó del mundo en que vivía… estaba casi trastornada” (Revista Mensaje, 1976, p. 119).
La venta, recaudación y distribución de los pagos se realizaba a través de los grupos. En algunos casos, se pagaba por arpillera; en otros, se juntaba lo recaudado y se distribuía entre todas; incluso, en algunas ocasiones, se utilizaba el dinero para la compra de comida de forma colectiva, que luego se distribuía entre las arpilleristas (entrevista a arpillerista, 2018). Los talleres y espacios de venta fueron gestionados por la Vicaría de la Solidaridad, y se llevaron a cabo tanto en Chile como en los países donde existían chilenos/as organizados en el exilio. Además de las arpilleras, se comercializaban los trabajos que hacían presos/as políticos/as en las cárceles y en campos de detención (Tres Álamos —hombres y mujeres—, Ritoque y Puchuncaví) (entrevistas a Winnie Lira y a exiliado, 2017).
De la red de comercialización en el exilio. El caso de los Países Bajos
Desde el inicio, la idea de la red de comercialización buscó dar una solución a la precariedad económica de las familias que sufrían la represión. Asimismo, quiso entregar información de la realidad que acontecía en Chile, a partir de la búsqueda de adhesión a la causa en el extranjero, ya fuera desde la historia contadarepresentada por las arpilleras como en los motivos tallados por los detenidos, que se complementaban con los relatos de los/as exiliadas/os en las actividades de solidaridad para Chile. Las arpilleras fueron un medio para generar este canal de información al mismo tiempo que posibilitaban la emergencia de una identidad para quienes estaban en el exilio y sus familias, sin desconocer que se constituyeron en objetos de intercambio para recaudar dinero para la “causa” chilena, lo que generó un “mercado solidario” (entrevista a Winnie Lira, 2017).
En el exilio, la solidaridad se expresó de diferentes modos. En Holanda, por ejemplo, gran parte del trabajo solidario se estructuró en torno de los partidos políticos fuera del país y de los comités de solidaridad con Chile. Estos últimos estaban integrados por chilenos y neerlandeses. Un caso especial fue la red que creó el matrimonio de Augusto Michaud Chacón y María Inés Maturana Alvear. Él trabajó en la Vicaría desde su inició hasta julio de 1977, momento en que tuvo que salir de Chile junto a su familia. En el exilio, en los Países Bajos, la relación con la Vicaría continuó, y el matrimonio coordinó la compra de arpilleras de Chile y su venta en eventos solidarios. Estas llegaban en maletas supuestamente olvidadas por turistas holandeses/as en Chile. Posteriormente, también llegaron en paquetes (entrevista a D. Michaud, 2018).
Como se señaló al comienzo, la red se organizó clandestinamente tanto en Chile como en el exilio, aunque luego logró ser formalizada en los Países Bajos. En Chile, sin embargo, continuó de manera informal, en los talleres, solo amparada desde la Vicaría de la Solidaridad como articuladora:
En un momento, Impuestos Internos de Holanda preguntó qué mercadería era. Tras aceptar la explicación, se creó la asociación Stichting Vicariaat van de Solidariteit, una fundación sin fines de lucro que hacía posible seguir recibiendo estos trabajos y enviar el dinero a Chile sin tener que pagar impuestos en Holanda. Además de arpilleras, llegaban trabajos de las cárceles, tales como palomas de hueso y de lana, marcapáginas, muñequitos de lana del negro José, etc. (entrevista a D. Michaud, 2018).
A este testimonio, se suma el de otro articulador, que actualmente vive en los Países Bajos, y su esposa. Ellos comentan: “la primera cantidad de arpilleras que obtuvimos fue a través de un cura obrero casado, Bernardo Velin, que había llegado de Chile. Trabajaba con la Vicaría, era de un grupo de curas progresistas” (entrevista a Juan y Patricia Soto en Holanda, 2018). Este intercambio fue posible gracias a la Vicaría de la Solidaridad, desde los sacerdotes y monjas que se identificaban con la Teoría de la Liberación, también conocidos como “curas obreros”, hasta el cardenal Raúl Silva Henríquez, identificado como el “cura del pueblo”:
Él nos mostró las arpilleras que tenía, se las enviaban sus hermanos de religión… En el bolsito que traía la arpillera, en la niña bordada, venía un papelito que decía: “Mi padre está preso y tenemos hambre” […]. Me tiró para abajo, al suelo, quedé tomando caldo de cabeza (entrevista a Juan y Patricia Soto en Holanda, 2018).
Las arpilleras, además de tener un mensaje simbólico en las imágenes, también llevaban pequeños textos; algunos explicaban su contenido y contaban alguna denuncia detallada, o bien se trataba de denuncias generales: “Y le pregunté dónde hacían estas cositas. Él me dijo que esto lo hacían en la población Santa Adriana, en Santiago […], en la población La Legua, en la Santa Adriana y también en otras” (entrevista a Juan y Patricia Soto en Holanda, 2018). Los talleres estaban dispersos en Santiago, en las diferentes poblaciones, y se identificaban como zona norte, sur, oriente y poniente, vinculados con las parroquias ubicadas en los diferentes sectores.
La articulación en el exilio estuvo asociada con el compromiso de la lucha contra la dictadura, y también esta fue alimentada por las noticias que llegaban a través de los diferentes canales de denuncia: “Fue a partir de la consecuencia del curita y de la cartita que yo me di cuenta de que teníamos que hacer algo global de solidaridad, porque tú puedes reunir gente, hacer manifestaciones, pero no había nada más visible” (entrevista a Juan y Patricia Soto en Holanda, 2018). La organización en el exilio se comenzó a articular de forma orgánica, inicialmente sin una estructura centralizada, pues dependía mucho del trabajo voluntario de sus gestores y era un mecanismo para continuar la lucha contra la dictadura:
Entonces nosotros íbamos a hablar a iglesias, juntas de vecinos, escuelas, partidos políticos a exponer sobre Chile y a la vez querían dar plata. Nos preguntaban cuánto cobrábamos y nosotros, nada… Entonces una señora nos dijo una vez: “Como no quieres recibir plata, porque naturalmente es corrupción, entonces pueden poner un ‘potje’[4] en la mesa donde está la información para la solidaridad con Chile”. Pero a mí me pareció muy “car’e palo” (entrevista a Juan y Patricia Soto en Holanda, 2018).
Fue a partir del conocimiento de las necesidades de las familiares de presos políticos y de la voluntad de quienes querían apoyar a Chile en el extranjero, que se comenzó a tejer esta red:
Entonces le comenté del Ben Velin, que tenía acceso a material que hacían los presos políticos en Chile, junto con las monjas holandesas que trabajaban en la Vicaría. Fui de nuevo a hablar con él y me dio una bolsa con cosas que le llegaban de Chile para venderlas: ahí había arpilleras y otras cosas también (entrevista a Juan y Patricia Soto en Holanda, 2018).
Las actividades donde se presentaban eran múltiples: conmemoración de alguna fecha, peñas de solidaridad, misas, presentaciones en escuelas, juntas de vecinos y donde fuese posible generar la difusión y recaudación. Los mecanismos de articulación para la venta y el envío del dinero a Chile eran, por lo menos, dos: uno, instaurado como retribución directa por la venta de arpilleras a través de los contactos de la Vicaría en Holanda, y el segundo era a través del sistema de “adopciones”. La organización en el exilio replicaba un tipo de estructura que incluía a las llamadas “células”, imitando el concepto que se aplicaba en los partidos políticos de izquierda, y esta orgánica se encargaba de recaudar y enviar el dinero a Chile:
La plata se enviaba en algunos casos con giros de correo y, en otros casos, se mandaba en base a adopciones. Por ejemplo, aquí, en Eindhoven, se creó una enorme cantidad de células, de personas solidarias con Chile, que no se llamaban células, por supuesto, pues era un concepto político y peligroso en tanto el extremismo quedaba a la vista: se crearon las células por parte de grupos eclesiásticos (entrevista a Juan y Patricia Soto en Holanda, 2018).
Cada una de las células fue organizada, replicando a lo que se hacía con los talleres de arpilleras en Chile, al alero de la Iglesia.
En Eindhoven había cinco células, una por cada grupo territorial eclesiástico; cada célula se componía de cinco personas más uno que le daba la línea a trabajar la solidaridad en ese momento, y dependiendo de lo que estaba pasando en Chile (entrevista a Juan y Patricia Soto en Holanda, 2018).
A través de las células, se enviaba apoyo para las familias de los presos políticos:
Las células cumplían el objetivo de contactar, [por] cada grupo de cinco personas, cada una a un familiar de un preso político en Chile. Entonces José González era adoptado por José López de la célula, que mandaba una carta con un nombre de un señor holandés (que existía), que compraba cheques en dólares a nombre de José González o a nombre de su señora y a nombre de los otros del grupo. Esa carta se iba con el cheque adentro y las respuestas volvían al señor holandés y luego retornaba a la célula donde se leían las cartas (entrevista a Juan y Patricia Soto en Holanda, 2018).
La red funcionaba con el apoyo de la solidaridad de holandeses/as que colaboraban para la organización de actividades como también para el envío de los cheques. La organización, a través de las células, articuló una red que posibilitó llegar con este apoyo a un grupo importante de familias:
Por cada cinco células había cinco células más… era una red de trabajo gigante, porque debías leer día y noche […]. Todos los materiales de los presos políticos que mandaban de la Vicaría de la Solidaridad, más las donaciones, ahí desde las células se centralizaban (entrevista a Juan y Patricia Soto en Holanda, 2018).
Figura 1. Red organizada para el sistema de “adopciones” en Eindhoven
Fuente: elaboración propia, a partir de entrevista a Juan y Patricia Soto en Holanda, 2018
La articulación de la red demandaba un gran trabajo voluntario. Las personas que colaboraban en esto lo hacían como una manera de continuar vinculados con su trabajo político previo al exilio y, además, como un ejercicio de reciprocidad: “en Chile nosotros recibimos dos cheques, y luego fue hermoso devolver la mano” (entrevista a Juan y Patricia Soto en Holanda, 2018).
En Chile, una de las arpilleristas comentó haber recibido uno de estos cheques: lo devolvió con una carta que indicaba que no era su marido quien estaba detenido, sino su padre; por lo tanto, indicó que podían trabajar y que no necesitaban este aporte. Sin embargo, al tiempo, recibió de vuelta una carta con un cheque con “media beca” por su “honestidad”, lo que, según señaló, le sirvió mucho, ya que su marido “cayó” cesante (a partir de relato de arpillerista, 2018).
Este ejercicio muestra cómo se generó una institucionalidad[5] para la solidaridad en el exilio que posibilitó el funcionamiento de las organizaciones de la economía popular. Dicha institucionalidad estará también presente en las manifestaciones de la economía solidaria. La dinámica se mantuvo, se complejizó y se formalizó lentamente hasta el final de la dictadura: “Seguimos vendiendo arpilleras hasta cuando se acabó el Chile Comité, en 1989” (entrevista D. Michaud, 2018). Luego, la experiencia dio origen a diferentes programas públicos y también a fundaciones que continuaron su trabajo en Chile, pero ya cubiertas de un lenguaje diferente: pasaron de ser experiencias colectivas a colectivos de microempresarias (este tránsito no será abordado en este artículo).
De la emergencia de la economía solidaria
Las organizaciones de economía popular tenían una gran historia previa, que es posible leer en la formación de los campamentos a raíz del fenómeno de migración del campo a la capital, las apariciones de organizaciones comunitarias para las tomas de terreno y luego para proveer los servicios. Todos estos procesos fueron apoyados e institucionalizados[6] por Salvador Allende en el gobierno de la Unidad Popular. Estas organizaciones fueron la base de las que aparecerían luego en el periodo de la dictadura. También contribuyeron las experiencias de pobladoras/es en organizaciones de la economía campesina, el sindicalismo y las diferentes vivencias de participación política.
En Chile, en 1973, ya existía una significativa red de organizaciones que permitieron que Salvador Allende llegara a ser presidente, y esta trama se había densificado con el apoyo del Estado. Todo este movimiento popular y solidario fue interrumpido con violencia en el golpe militar el 11 de septiembre de 1973. Ya no existía apoyo del Estado, y, lo que es peor aún, todas las organizaciones fueron desarticuladas, sus dirigentes detenidos y desaparecidos en muchos casos. En este contexto es que las mujeres que quedaron solas se comenzaron a articular con el apoyo del sector progresista de la Iglesia Católica, como se ha señalado, desde el Comité Pro-Paz.
Simultáneamente, con la aparición de las prácticas descritas en los talleres de arpilleristas y la red de solidaridad con el extranjero, entre otras, también existían espacios de reflexión colectiva. En uno de estos participaban grupos de académicos/as del entonces llamado Programa de Economía del Trabajo (PET), colaboradores/as de la Vicaría y de las agrupaciones de víctimas, y pobladores/as que discutían sobre las dinámicas económicas locales emergentes. En los diálogos poblacionales en los que confluían pobladoras/es y académicos/as, surgió la vinculación entre economía y solidaridad: “Fue en una reunión de pobladores cuando una de ellas se puso de pie y señaló: ‘¡nosotros somos solidarios y económicos!’” (Richards, 2017).
En este contexto, según señala Richards (2017), el investigador Luis Razeto escuchó esta afirmación y comenzó a utilizarla y a desarrollarla. Primero apareció como “economía de la solidaridad”, a principios de la década de 1980; y, desde ahí, comenzó la teorización que prontamente daría origen al concepto de economía solidaria. Luego fue nutrido por otras investigaciones también de Razeto y de sus colegas del PET, como Hardy, Urmeneta, Klenner, Ramírez y Ruiz Tagle.
El texto que aborda este concepto detalladamente es Economía de solidaridad y mercado democrático: Libro primero. La economía de donaciones y el sector solidario (1984), también publicado con el nombre de Las donaciones y la economía de la solidaridad. El autor identifica que las dinámicas económicas no se restringen a las relaciones de intercambio (monetario y no monetario), sino que también existen otros mecanismos para la satisfacción de necesidades, que se realizan a partir de donaciones. Dichas donaciones persiguen el logro de objetivos comunes entre donante y beneficiario, es decir, recompensas subjetivas.
Las dinámicas, flujos, sujetos e interacciones que ocurren a partir de las relaciones que posibilitan las donaciones, señala Razeto (1994), pueden ser identificadas como un sector de la economía al que denomina “sector solidario o de economía de la solidaridad”, que está “integrado [por] sujetos, actividades y flujos económicos, correspondientes a las relaciones de comensalidad, de reciprocidad y de donación” (p. 109). Dentro de este sector, se identifican las economías domésticas, las economías de comunidades, las economías campesinas, las economías de grupos étnicos y la economía popular de subsistencia.
Nuestra hipótesis es que en este marco se incluye el caso de las arpilleras y la red que articularon, un ejemplo paradigmático que permite entender y representar la propuesta de la economía solidaria. Más allá de que fueron generadas como talleres que se pueden considerar como parte de la economía popular, los motivos que bordaron y el sentido que cobró el ejercicio del trabajo marcó una diferencia, pues el objetivo central estaba asociado con la búsqueda de solidaridad y la denuncia de la violación de los derechos humanos, entendiendo que, dentro de estos, también estaba el derecho al trabajo y a una vida digna. Además, la red que posibilitaron en el extranjero da cuenta de que fueron un mecanismo para recaudar donaciones, además de otros intercambios económicos en los que, más allá de que existía un precio, siempre estuvo presente el objetivo de solidaridad.
Este mismo concepto de economía solidaria fue internacionalizado en la década siguiente (Laville, Coraggio y Cattani, 2013) por los investigadores latinoamericanos Luis Coraggio (en la Argentina), Paul Singer y Armando de Melo (en Brasil) y Francisco de Paula Jaramillo (en Colombia). También se extendió hacia Europa, a Francia, donde Jean Louis Laville lo incorporó a los debates de la economía social, reconocida desde Gide en 1847, en adelante, con los aportes del cooperativismo y el mutualismo.
Guerra (2003) presenta la diferencia entre economía social y la economía solidaria:
Ciertamente que la “economía solidaria” tiene además un trasfondo más político que la mera “economía social” o, al decir de Lipietz (en Wautier, 2003, p. 110), mientras la economía social responde a la cuestión de ‘cómo hacer’ (estatutos y reglas de funcionamiento), lo que define a la economía solidaria sería ‘en nombre de qué se hace’ (valores, sentido de la acción, criterios de gestión) (p. 99).
Esta investigación entrega elementos que pueden aportar a la hipótesis de Guerra (2003), en particular a la dimensión política que da origen a la economía solidaria, que muchas veces es invisibilizada en el uso globalizado.
Otro elemento significativo es la economía solidaria como ejercicio práctico de cuestionamiento de los roles de género. Si bien este es un elemento que ha sido señalado en el origen, en la definición de Razeto desde la inclusión de la economía doméstica, no es problematizado por el autor; pues incluso restringirlo a este ámbito podría ser interpretado como un sesgo de género. Es posible leer esta dimensión, sin embargo, en las representaciones que proponen las arpilleras, así como también en la estructura y en los niveles de participación que tuvieron las mujeres en las organizaciones de la economía popular. La temática es un punto relevante, ya que dentro de las mismas redes de economía social y solidaria existe esta esta línea de investigación y ha sido liderada por los trabajos realizados en Canadá (Corbeil, Descarries y Galerand, 2001), en España y Ecuador (Atienza, 2017), y en Francia (Nobre, 2015; Guérin, 2003; Guérin, Hersent y Fraisse, 2011). Las mismas autoras señalan que la vinculación entre la economía social y solidaria y la economía feminista es un asunto reciente (Verschuur, Guérin y Hillenkamp, 2017), pero de alto valor para comprender la propuesta alternativa de la economía solidaria.
El concepto de la solidaridad en el Chile del tiempo de dictadura aparece en las voces de las pobladoras como una acción política, como el “compromiso con el pueblo” (Quintanilla, s/f, pp. 53, 58 y 109) y se vincula con las organizaciones de economía popular. Es a través de estas últimas que las mujeres ingresan al trabajo comunitario y también remunerado. Esto ocurre por diferentes razones propias de la época: la crisis económica que ha dejado a los maridos cesantes o deprimidos; las detenciones y desapariciones de sus parejas, padres, hijos y otros familiares que, hasta entonces, eran los sostenedores económicos. Las mujeres, entonces, pasan de ser solo “dueñas de casa” a convertirse en las únicas sostenedoras económicas de sus hogares, como también en dirigentes sociales que articulan las organizaciones de la economía popular.
En estas organizaciones, las mujeres generaron mecanismos de organización y tipos de gobernanza horizontal, a partir de las que gestionaron y administraron recursos escasos para alimentar y entregar bienestar a sus familias y comunidades. Fueron las articuladoras locales de la economía solidaria:
Nosotras, las mujeres, hemos estado presentes, desde el nacimiento, en la estructuración y el crecimiento de las organizaciones populares, que, por necesidad de sobrevivencia y por nuestra propia dignidad, hemos levantado durante estos años de dictadura. En ellas hemos asumido un importante y activo rol. A pesar de la cultura machista que está en nosotras y contra nosotras (Quintanilla, s/f, p. 33).
Es interesante revisar esta situación original para profundizar sobre los significados del concepto de economía de la solidaridad de los diferentes marcos teóricos, como también sobre las representaciones situadas, que permitirá el análisis de esta serie de arpilleras.
En el trabajo que se presenta a continuación, se discuten los valores, dinámicas colectivas y problemáticas que representan las arpilleristas. A partir de esta serie de obras, intentaremos reconstruir colectivamente el sentido propuesto, el contexto, las organizaciones y los/as actores/as representados que dieron origen a la llamada economía solidaria.
Economía solidaria y su representación en las arpilleras
Revisar el contenido significante de la economía solidaria es un ejercicio pertinente toda vez que nació desde los espacios donde mayoritariamente participaban las mujeres. Ellas también tuvieron formas de representarla, como podemos leer en la serie de arpilleras que presentaremos[7].
Más aun, podemos señalar que el de las arpilleras era un lenguaje genuino de las mujeres. La representación en las telas es una fenómeno temático y simbólico; en algunos casos, la figura también está acompañada de textos explicativos y, en otros, se trataba solo de la imagen. La representación a través de la imagen también tenía niveles ciertos de autocensura: “Durante la creación de las arpilleras, existen también límites a lo que son capaces de representar. Una de las arpilleristas cuenta haberse encontrado con un camión en que había cuerpos humanos, pero haber sido incapaz de representarlo en una arpillera” (Adams, 2012, p. 63. La traducción es propia).
Como se indicó previamente, se realizaron dos tipos de análisis: aplicación multimodal desde los conceptos identificados y análisis colectivo en grupos de discusión sobre la serie. Por lo tanto, se encontrarán desde la descripción hasta las memorias que evocan las imágenes presentadas. Para la exposición de estos análisis, se utiliza la siguiente estructura, rescatada de la sistematización temática de la serie:
Tabla 1 Emergencia de la economía solidaria
I- Contexto | Participación de las mujeres |
Pobreza y acceso a la educación | |
Falta de asistencia médica | |
Carencia de alimentos y agua | |
Mendicidad | |
Trabajo infantil | |
Pensiones | |
Cesantía | |
II- Organizaciones de economía popular | Ollas comunes |
Comedores | |
Campamentos solidarios | |
III- Denuncias de represión y acción política | Detenciones |
Campos de concentración | |
Desaparecidos | |
Falta de justicia | |
IV- Autorrepresentación y redes | Autorrepresentación en talleres de arpilleras |
Presentación de los talleres y la vinculación con el exilio | |
Llamado a organizarse |
Fuente: Elaboración propia
Imagen 1: La participación de las mujeres
Fuente: archivo fotográfico A. Michaud Chacón
Los primeros talleres de arpilleras, como señalamos, fueron creados por mujeres en búsqueda de generar ingresos para subsistir en un periodo en que la detención de las parejas o tradicionales jefes de familia implicaba la pérdida del sustento familiar. Esta situación fue profundizada por la cesantía, producto de la nueva política económica impuesta por la dictadura militar e incluso por la depresión que vivieron muchos hombres ante la pérdida del trabajo o la represión. Esta situación de precariedad económica continuó hasta el fin de la dictadura militar: “En el año 90, el 48 % de la población estaba bajo la línea de la pobreza y el ingreso mínimo a plata de hoy era 18.000 pesos” (relato de participante hombre de OEP, 2018).
Esta situación se visualiza en las arpilleras como un problema comunitario que enfrenta situaciones de carencia de dinero, alimentación, educación, asistencia pública, trabajo y protección social. Frente a esta realidad, las mujeres se organizan en esquemas de la economía popular. Entre otros, podemos observar representados talleres de trabajo, ollas comunes, bolsas de cesantes y comedores. Junto con generar acciones colectivas para asegurar el alimento en las familias, las mujeres se encargan de denunciar la vulneración de derechos que se vivía en Chile. En la imagen 1, se puede observar cómo son citados el artículo xiii y artículo xxv de la Declaración Universal de Derechos Humanos.
En estas organizaciones, además de haber participado pobladoras, llegaron a colaborar mujeres de diferentes orígenes sociales, todas ellas integradas de forma horizontal:
Mi marido era de extrema derecha. Yo me quedaba callada, no contaba nada […]. En la olla común, uno se reía mucho, las mujeres se reían de su pobreza, no era miseria, era pobreza porque era digna… se iban a bañar a Lo Curro, al Mapocho y decían que hasta las nanas nos miraban mal, eran supersolidarias, también contigo, al principio te tomaban a prueba, pero tú eras una más (relato de participante mujer de OEP y economía solidaria, 2018).
Los espacios de colaboración se dieron en las organizaciones económicas populares y a propósito de la lucha contra la dictadura toda vez que las mujeres sufrían la represión, independientemente de su clase social. Una vez integradas en estos espacios, se “daban cuenta de que sus problemas como mujeres no eran tan diferentes” (relato de mujer participante en OEP, 2018).
Imagen 2: Arpilleras sobre pobreza y acceso a la educación (arpilleras a, b, c)
Fuente: archivo fotográfico A. Michaud Chacón
El acceso a la educación fue uno de los cambios inmediatos después del golpe militar. La política de la Unidad Popular dirigida a fomentar el acceso a la educación en todos los niveles no continuó después del 11 de septiembre de 1973. Las tres arpilleras que abarcan este tema representan la educación por medio de un edificio con una puerta y la inaccesibilidad se grafica al ilustrarla bloqueada de tres modos diferentes. La arpillera (a) recuerda la accesibilidad de la educación durante el gobierno de la Unidad Popular al especificar que la educación “ahora no es gratis”. En la arpillera (b), el símbolo monetario bloquea la entrada a la escuela sin mayor especificidad. La arpillera (c) plantea la misma situación, pero, en esta ocasión, especificando el precio de la matrícula y de la mensualidad. Las imágenes revelan asimismo un problema que genera la inaccesibilidad a la educación, a saber, el vagabundeo de los niños/as en la calle. En las tres arpilleras, niños y niñas aparecen representados en la calle, a veces pateando el suelo, a veces con las manos o el puño en alto como acto de protesta.
Imagen 3: La falta de asistencia médica
Fuente: archivo fotográfico A. Michaud Chacón
En esta arpillera (imagen 3), se representan las consecuencias de un aspecto de la pobreza: la falta de asistencia médica. La imagen del suicidio activa la noción de desesperación y falta de perspectiva. La presencia de los testigos representa la fuente del testimonio, y la mujer que mira al espectador de la arpillera acentúa su valor como medio de comunicación, de denuncia.
Esta situación es referida en los grupos de discusión de la siguiente manera:
Dentro de las actividades de salud, estaba el que ellos tuviesen una nutrición lo más adecuada posible, el control del niño sano, la lactancia materna, el hecho de poder controlar la desnutrición infantil, que en el tiempo de Allende estaba casi controlada, producto de las políticas del litro de leche y de los complementos alimenticios, pero que luego con la dictadura había comenzado nuevamente a aumentar. Nosotros estábamos en torno a la Vicaría; como yo tenía un diploma de enfermera de Cruz Roja, tenía que buscar pega […]. Yo quedé en la zona de Estación Central, era un trabajo con los pobladores, con los familiares de detenidos desaparecidos, los hijos, los expresos; o sea, yo seguía como vinculada y teniendo una visión como global. Estaba a cargo el cura Alvear […]. Sin esta ayuda, mucha más gente habría muerto en esta época, en el intento de querer subsistir (relato de ex-presa política, 2018).
Las soluciones para abordar los problemas de la salud pública durante la dictadura no provenían desde el Estado; más bien se denunciaba la fragilidad del sistema público y el riesgo para la vida de la población.
Imagen 4: Carencia de alimentos y de agua (arpilleras a, b, c y d)
Fuente: archivo fotográfico A. Michaud Chacón
La pobreza se manifiesta como carencia en el periodo, que contrasta con la situación durante la Unidad Popular. En la arpillera (a) de la imagen 4, la falta de alimentación en tiempos de dictadura se relaciona con el tema de la educación al visualizar los tiempos de la Unidad Popular, cuando en las escuelas se ofrecía leche gratuita. La arpillerista no deja margen para dudar si antes se estaba mejor o peor, al integrar las fechas y el sol en las imágenes: leche en el parvulario, en el soleado 1973 versus la carencia de leche en un 1974 sin sol. En la arpillera (b), la falta de alimentos se relaciona con la ausencia de vida familiar. Nuevamente, aparece el pasado soleado en que hay vida familiar, alimentos y bolsas de compras llenas. Se opone a la actualidad del momento en que el sol ya no brilla, el verde de los árboles se ha convertido en rojo, la luz de las casas se ha vuelto oscuridad y la abundancia se ha convertido en carencia, que se visualiza en los personajes compartiendo una olla en la calle y personas con las manos vacías:
En la época de Allende no pasábamos hambre, teníamos nuestro almacén popular. Ellas decían: “tengo ganas de comer cazuela”, y compraban pollo o carne (relato de pobladora de la toma La Victoria, Quintanilla, s/f, p. 118).
La solución fue colectiva […], en la Nuevo Amanecer (olla común) lo que hacían las principales organizadoras es que la condición para recibir era trabajar. Entonces se fueron juntando las mujeres y fueron dándose cuenta de que todas tenían el mismo problema […]; los hombres a veces no querían ir, para ellos era mucho más vergonzoso, de hecho, la mayoría de los hombres se fue al alcohol (relato participante mujer de OEP, 2018).
Pero el contraste entre el pasado y la actualidad no radica solo en la alimentación, también la abundancia de agua se asocia con el pasado y su carencia con la actualidad, como se representa en la arpillera (c). El conjunto de arpilleras es una composición de contrastes entre un “antes” y un “ahora”, entre tener medios de subsistencia y carecer de ellos, entre la vida familiar en el hogar y la vida familiar en la calle. La representación de la olla común en la arpillera (d) perfila la integración de la pobreza y de la economía solidaria como respuesta a la realidad que acontecía.
Imagen 5: Mendicidad
Fuente: archivo fotográfico A. Michaud Chacón
En esta arpillera (imagen 5), la pobreza se representa por medio de la mendicidad frustrada por la negación a dar algo. La mendicidad se perfila como actividad de niños y adultos con la negación categórica por parte del solicitado, que se representa con la postura de brazos estirados, como si dijeran “fuera de aquí”. La expresión de indiferencia de la persona que sin dejar de leer se niega antes de que el niño termine su frase activa la noción de indiferencia de la clase pudiente y de desamparo del pobre.
La ciudad se presenta como un espacio hostil para el pobre: “La mendicidad, los niños pidiendo y el hombre agresivo con la mujer […], la pobreza urbana que es más dura que la pobreza del campo” (relato de participante hombre OEP, 2018).
Imagen 6: Trabajo infantil (arpilleras a, b, c)
Fuente: archivo fotográfico A. Michaud Chacón
En estas arpilleras, el trabajo infantil se presenta como actividad en las calles. La arpillera (a) perfila una escena de niños limpiando autos mientras un hombre adulto lee el periódico[8]. Las dos siguientes arpilleras especifican la escena recurriendo a la escritura. La arpillera (b) detalla la actividad con un texto que dice: “Población. Niños limpiando autos”. En la (c), el trabajo infantil no se representa por imágenes, sino por medio de un texto que exhibe el contraste entre dos situaciones: a) la situación que debería ser en el título “Año Internacional del niño”, que activa la noción de cuidado y derechos de los niños; y b) la situación en que se vive: en 1979, los niños en Chile trabajan.
Imagen 7: Pensiones
Fuente: archivo fotográfico A. Michaud Chacón
Esta arpillera representa a un grupo de gente mayor frente a la taquilla del Servicio de Seguridad Social, en donde se anuncia que no hay pago. De este modo, la arpillerista tematiza la pobreza de la tercera edad y el cambio de política en ese sentido: “El año 75, 76 comenzaron a demoler el sistema laboral existente para dejarlo preparado para las AFP” (relato de participante hombre de OEP, 2018).
Imagen 8: Cesantía (arpilleras a, b, c)
Fuente: archivo fotográfico A. Michaud Chacón
El tema de la cesantía aparece en esta secuencia de arpilleras representado con los siguientes motivos: i) la causa de la cesantía en la arpillera (a): los despidos masivos simbolizados por un gran número de personas con los formularios azules que se empleaban para los despidos; ii) la falta de puestos de trabajo al no haber vacantes o solamente un número mínimo (arpilleras b y c); iii) la falta de protección de los trabajadores se exhibe a través de sindicatos clausurados o cerrados (arpilleras a y b); y iv) las respuestas a esta situación por parte de los trabajadores y de las mujeres: el llamado a la organización (arpillera c).
Manifestaciones de organizaciones de la economía popular
A continuación, se presentan los tipos de expresiones de la economía popular que se visualizan en esta colección, junto con el llamado a la organización y la unidad. En las organizaciones de cesantes, talleres, ollas comunes, comedores, trabajos colectivos y campamentos, podemos identificar cómo las protagonistas son las mujeres y que, en los espacios de la organización popular, aparecen los hombres y las mujeres en igualdad de condición.
Imagen 9: Llamado a la organización y a la unidad
Fuente: archivo fotográfico A. Michaud Chacón
Durante el gobierno de la Unidad Popular, las organizaciones de trabajadores vivieron un auge que se manifestó en las tomas de terreno, los campamentos solidarios, las organizaciones de vecinos, repartos de alimentos, una gran actividad sindical, etc. La solidaridad está presente en el tiempo del gobierno popular, por ejemplo, en los trabajos voluntarios de apoyo que familias y miembros de organizaciones hacen en el campo, ayudando en la cosecha. El llamado a organizarse después del golpe de Estado estaba destinado a continuar con el espíritu que reinaba antes del golpe. En la arpillera está nuevamente la imagen de la Iglesia, esta vez unida a esa invocación. Se expresa de este modo el concepto de grupos de base, también esencial en la economía solidaria.
Imagen 10: Ollas comunes (arpilleras a y b)
Fuente: archivo fotográfico A. Michaud Chacón
Estas imágenes representan el concepto de comunidad inherente a la economía popular: en la arpillera (a), desaparece el núcleo familiar y, en la (b), vemos que los hombres cesantes (pequeños) acuden a la olla común en donde una mujer (grande) sirve la comida. En ambos casos, la actividad tiene lugar en un espacio compartido: la calle. Las mujeres serán ahora las que organizan la economía para la subsistencia: “Nuestra olla común nació del compromiso con los cesantes y sus familias… nuestra intención era que tuvieran el tiempo y ánimo para buscar trabajo… Después fueron tantos cesantes que no dimos abasto y la olla se transformó en comedor infantil” (relato de pobladora, 2018).
Imagen 11: Comedores (arpilleras a, b, c)
Fuente: archivo fotográfico A. Michaud Chacón
A diferencia de las ollas comunes, en las representaciones de los comedores las mujeres cocinan y son niños/as quienes están sentados/as a una mesa. En la arpillera (b), se especifica que los comedores son “comedores infantiles”. Se perfila de este modo el desarrollo de la economía solidaria dirigida al cuidado conjunto de los niños. En algunas representaciones, se visualiza cierta profesionalidad al presentar a los adultos vestidos de cocineros (arpillera c). El suministro de los alimentos es también una manifestación de economía solidaria, como se constata en los testimonios de involucrados: “En los comedores llegaba mucha ayuda de fuera, llegaba la leche holandesa… mucha de las actividades que se realizaban se sostenían gracias al aporte de las organizaciones que funcionaban en el exilio” (relato de mujer exparticipante de OEP, 2018).
Imagen 12: Trabajo en equipo
Fuente: archivo fotográfico A. Michaud Chacón
Una de las fuentes de ingresos era el servicio de lavado de ropa. En la arpillera se observa el trabajo coordinado con reparto de tareas que realizaban las mujeres. Estos están asociados con la formación de campamentos, y el lavado de ropa es reconocido por los diferentes grupos de discusión como uno de los oficios de las mujeres que llegaban del campo a la ciudad y generaban ingresos “lavando lo ajeno”.
Imagen 13: Campamento solidario (arpilleras a y b)
Fuente: archivo fotográfico A. Michaud Chacón
Estas arpilleras muestran que la economía solidaria va más allá de las actividades económicas. Se generan comunidades en forma de campamentos, de tal forma que se crean las circunstancias para el desarrollo de acciones solidarias de diferentes tipos. El siguiente testimonio expresa los motivos y los logros:
Cansada de andar de pueblo en pueblo, con una familia a cuestas... Decidimos emprender la lucha por el derecho a la vivienda y nos fuimos a la toma de terreno más grande realizada en dictadura, en 1983, fecha en que vimos renacer la esperanza y sin temor al tirano: no nos asustaba… Brotó la esperanza y florecieron las organizaciones sociales, la Vicaría de la Solidaridad aportó el capital para echar a andar esta silenciosa revolución… Tomamos el legado de la Violeta Parra, primero fue una distracción, luego una terapia y luego un ingreso económico… dábamos de comer dignamente a los nuestros, aún no éramos conscientes de que estábamos siendo historia (testimonio de arpillerista presentado en el Museo de la Memoria, 2018).
Representación de la represión
A las arpilleristas de los primeros talleres se sumaron las mujeres y familiares de detenidos y desaparecidos que, además de encontrar en los talleres una terapia y un medio de subsistencia, hallaron una vía de expresión y denuncia de la represión que estaban viviendo. La colección de arpilleras muestra ambos motivos con las variantes y características que se describen a continuación.
Imagen 14: Detenciones, a veces en relación con manifestaciones (arpilleras a, b, c y d)
Fuente: archivo fotográfico A. Michaud Chacón
Las detenciones en domicilios por agentes de civil o uniformados fue un tipo de represión habitual, como muestra la arpillera (a). Para las/os familiares, este era el inicio de una búsqueda por el paradero del familiar detenido. Las detenciones fueron a menudo violentas (cfr. Informes OEA) y, en algunos casos, iniciadas con una invitación a una conversación afuera del hogar (testimonio familiar de detenido, 2018), de la que el “invitado” no volvía. La arpillera (b) representa la búsqueda de las/os familiares que en algunos casos llegaban a manifestar alegría al saber que el familiar se encontraba registrado en algún recinto de detención. Era el final para un cautiverio y para la incertidumbre. De la misma manera, también hubo detenciones de mujeres (La Correccional, centro de detención femenino).
El 1 de Mayo, Día del Trabajador, se transformó en una jornada de protestas contra la dictadura. La arpillera (d) representa la represión y el espacio de amparo que ofrece la Iglesia, a donde las manifestantes huyen. La imagen (c) incluye además la presencia de agentes del Estado frente a las puertas de la Vicaría.
Imagen 15: Campo de concentración, tortura y declaraciones forzadas (arpilleras a, b, c y d)
Fuente: archivo fotográfico A. Michaud Chacón
La imagen de la arpillera (a) ha sido reconocida como el campo de concentración Ritoque, en los grupos de discusión. La arpillera (d) muestra lo que sucede dentro de los recintos de detención. La tortura y las declaraciones autoinculpatorias están representadas de forma general, sin los detalles descritos en declaraciones posteriores en informes sobre los abusos de los derechos humanos durante la dictadura militar..
Muchos detenidos pasaron a formar una nueva categoría: “desaparecidos”, como si se tratara de una acción voluntaria (cf. De Cock y Michaud Maturana, 2014). La arpillera (b) representa la colaboración de los juzgados con los militares. El resultado era el rechazo de los recursos de amparo presentados por familiares u organizaciones como la Vicaría de la Solidaridad. La arpillera (c) representa el caso Lonquén. Es la historia de una búsqueda de familiares de detenidos que duró cinco años: en 1978 se descubrieron los cuerpos de quince detenidos que habían sido “desaparecidos” en 1973. El hallazgo de los cuerpos se le comunicó a la Vicaría, que creó una comisión especial para verificar las declaraciones hechas por un civil. La arpillera de Lonquén es un testimonio del apoyo de la Iglesia a los familiares de los asesinados que salen de allí hacia la mina.
Imagen 16: Desaparecidos: búsqueda en comisarías, juzgados e instituciones del Estado (arpilleras a, b y c)
Fuente: archivo fotográfico A. Michaud Chacón
Esta serie de arpilleras representa la búsqueda de las/os familiares de desaparecidos que habían sido detenidos por agentes del Estado. La arpillera (a) expresa la búsqueda de las/os familiares en recintos de detención sin obtener resultados. La organización a la que se llegaba para ser ayudado era la Iglesia, desde donde también se realizaron, en el país y en el exilio, huelgas de hambre para denunciar la situación en que se vivía. La arpillera (b) muestra que ni las autoridades ni los juzgados ofrecían el amparo que corresponde en un Estado de Derecho. La desolación de las víctimas era absoluta al constatar el desamparo en que se encontraban sin ningún apoyo de las instituciones (arpillera c).
Autorrepresentación y redes
Imagen 17: Talleres de arpilleras (arpilleras a, b y c)
Fuente: archivo fotográfico A. Michaud Chacón
Los talleres se presentan como un espacio de mujeres, como la alternativa a una situación en que la fuente de trabajo tradicional cierra las puertas a los hombres (arpillera b). La Iglesia Católica está presente (arpillera a) como apoyo en los años en que, desde la perspectiva de la Teología de la Liberación, la Iglesia se manifiesta esencialmente junto al prójimo. La relación entre Iglesia y talleres se expresa en la coordinación de la creación de las bolsas de cesantes, a cargo de funcionarios de la Vicaría de la Solidaridad. Además, los talleres se convierten también en centros en los que se comparte, se intercambia y se logra “expresar los problemas en común”. Desde esta manera, los talleres se transforman en grupos de base en los que el intercambio tiene un carácter educativo que sigue la perspectiva de Paulo Freire y sirve para aprender reflexionando sobre la realidad que se vive. Desde este aprender conjunto, se invocan los derechos humanos, como el derecho al trabajo, al salario justo y a la organización de los trabajadores, que se expresa en el artículo 23 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Imagen 18: Presentación de los talleres y la vinculación con el exilio (arpilleras a y b)
Fuente: archivo fotográfico A. Michaud Chacón
La economía solidaria que representan los talleres de arpilleras y las redes de distribución nace de una realidad compartida por las arpilleristas y por quienes forman la red de economía solidaria en Chile y en el exilio (arpillera a). Los motivos de las arpilleras no solo hacen referencia a lo que ocurre localmente, sino que también apelan a quienes han tenido que partir al exilio. De la misma manera, reconocen y agradecen el trabajo de la red en el exilio (arpillera b). Las imágenes representan la manera en que Chile, como territorio, se encuentra también en el exilio, y cómo este exilio colabora con la causa, es parte de la red y se le agradece y retribuye.
Discusión
Síntesis: el mensaje de las arpilleras y la emergencia de la economía solidaria
La economía solidaria como “sector económico”, en el sentido que se desarrolla fuera del mercado y del Estado, aparece en Chile a principios de los ochenta, y esto es posible leerlo en la serie de arpilleras producidas en la segunda mitad de la década de 1970, es decir, pensarlo como una estrategia emergente para sobrevivir críticamente a la dictadura. En este contexto, aparece como un sistema económico de resistencia política a favor de la vida y contra la miseria, y como un sistema orgánico que se va complejizando y autorganizando en el transcurso de los años. Este proceso particular es una continuación de las manifestaciones de economías de la solidaridad, economías populares, el sindicalismo y la organización social fortalecida en tiempos de la Unidad Popular.
Por lo que se observa en las arpilleras, los principales actores institucionales fueron el Comité Pro-Paz, luego la Vicaría de la Solidaridad, y la vinculación que generó esta con el Chile en el exilio para armar redes de solidaridad y poder atraer recursos que sostuvieran a las diferentes organizaciones de la economía popular, así como a las familias de las víctimas de la represión. El rol de las organizaciones de chilenos/as en el exilio fue clave en la existencia de la red de economía solidaria.
En Chile, la red de economía solidaria se fue articulando a partir de las organizaciones de economía popular, que eran organizaciones autorganizadas principalmente por mujeres y para garantizar la sobrevivencia y mantener la organización popular en los tiempos de la represión más dura. Estas organizaciones tenían objetivos político-económicos y se caracterizaban porque sus orgánicas eran comunitarias y horizontales. En algún momento alcanzaron un nivel de tecnología social que permitió no solo la subsistencia básica sino también la generación de servicios y la autorregulación social.
Estas organizaciones de economía popular recogieron la tradición que se había fortalecido en el gobierno de Salvador Allende, esta vez como un espacio de articulación donde la gente estaba consciente de los derechos perdidos en dictadura y se organiza para la sobrevivencia y para sostener la solidaridad.
La economía solidaria, como sector que no solo había sido excluido sino también que emerge como una propuesta económica y de organización social alternativa, no buscó la integración sino más bien fue crítica de las políticas del Estado y de las lógicas del mercado, y generó propuestas para la articulación horizontal y solidaria.
Con el tiempo fuimos madurando y creciendo y llegamos a ser un mejor grupo. Así que llegamos a ser las primeras en decir: ¡Nooooo, un policlínico no, nunca! […] La gente nos exige a nosotras, como Monitores de salud y no a quien debe hacerlo, que es el Policlínico o el Hospital, o sea el Estado. Ellos no quieren ir porque son mal atendidos. […] Para nosotras la educación preventiva en salud es lo primordial. Además de nuestra luchas políticas y sociales (relato de pobladora de comité de salud, Quintanilla, s/f, p. 57).
La construcción de este sujeto colectivo se propuso la defensa de la vida y también la economía desde la demanda de los principios de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Se evidenciaba el reconocimiento y exigencia de los derechos al trabajo, a la vida digna, a la educación, a la salud, al respeto de los/as niños/as, a vivir en la tierra propia, a regresar. Este será el eje axiológico que representan las mujeres en las arpilleras y desde donde se puede entender la emergencia de este sistema económico alternativo.
Por último,este sujeto colectivo da cuenta de cómo el accionar económico es reconocido desde la vinculación con lo político, a la autoorganización y la conciencia política de sus participantes. Esto como un eje central, que no podía ser olvidado incluso a costa de sacrificar pagos monetarios, ya que se consideraba un criterio de “calidad”, incluso en los períodos de la represión más dura. Hoy, diremos que, además de calidad, era de una profunda dignidad.
Finalmente, luego del análisis preliminar expuesto, es posible concluir que la economía solidaria como sistema o sector alternativo en Chile fue producto de una historia en la que la solidaridad tenía un componente político central de adhesión a la causa de los derechos humanos. Además, la red que la constituyó se verificó a partir de organizaciones locales y emergentes tanto en el Chile de la dictadura como en el del exilio. Se trató de una red horizontal en la que el actor vinculante clave fue la Iglesia Católica desde la Vicaría de la Solidaridad.
Es muy interesante comprobar, además, que esta articulación fue hecha principalmente por mujeres que recién salían de los espacios familiares para hacerse cargo del trabajo fuera de casa y transformarse así en el pilar económico de la familia. La solución que encontraron y propusieron fue una estrategia colectiva y de resistencia que abarcó, a través de organizaciones sociales locales, los diferentes ámbitos de la vida: salud, educación, trabajo, cuidado, alimentación, derecho a la organización, derecho a la vida, derecho al retorno.
Podemos así hipotetizar que la vuelta de la democracia y el seguimiento de las políticas económicas del Banco Mundial que promovieron el desarrollo de la microempresa y el trabajo individual destruyeron este sistema solidario de la economía. Esto generó un efecto anestesiante en la conciencia política. Sin embargo, sí será posible identificar bajo estos elementos clave —solidaridad, reciprocidad, igualdad de género y cooperación horizontal— manifestaciones de economía solidaria emergentes en diferentes contextos, pero como experiencias emergentes y no necesariamente articuladas como un sector alternativo para la economía.
Junto con la conclusión del análisis colectivo de los contenidos temáticos de las arpilleras, así como de los mecanismos de vínculos de la red que articularon, podemos también afirmar que las arpilleras en sí mismas presentan un registro alternativo para contar la historia desde los recursos disponibles que tuvieron las mujeres. En este sentido, en este trabajo también asoma una propuesta epistemológica para reconstruir las memorias colectivas, asociadas con la economía solidaria. No incluirlas o no reconocerlas sería un error metodológico y teórico, un gesto que invisibilizaría el aporte reflexivo y representativo de las mujeres populares, actoras que se jugaron la vida para lograr una existencia digna, democrática, y recuperar los destinos de sus familiares desaparecidos, deuda aún pendiente en Chile.
Desde esta perspectiva, la economía solidaria, como cuerpo teórico, debe reconocer e incorporar dentro de sus corpus, por lo menos, las series de arpilleras para comprender desde el soporte de representación que eligieron las mujeres la propuesta socioeconómica y política que esta requiere. Es una tarea pendiente ampliar esta colección limitada, lo que sugiere también pensar en un estudio más amplio, con una fuente donde se extienda la colección de arpilleras incluyendo otros períodos, así como también otras lógicas de organización que se generaron en otros lugares donde llegaron.
De la misma manera, será necesario ampliar los grupos de discusión, posibilitando no solo representar la intención de las arpilleristas, sino profundizar en los significantes que gatillan. Se podrá así reconstruir colectivamente este sector económico y solidario, y resignificar en estos tiempos globalizados el concepto de la solidaridad para que pueda también hoy emerger como una alternativa.
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Notas
[1] En este trabajo, se contó con el apoyo y trabajo de campo del Dr. Daniel Michaud Maturana, desde Holanda, quien además de facilitar su colección de diapositivas, recogió y sistematizó información del Chile Comité de Holanda. Además, realizó las entrevistas a Juan y Patricia Soto, quienes testimoniaron los mecanismos de organización para la solidaridad. Se les agradece su valiosa colaboración, así como también a quienes dieron testimonio y facilitaron material en Chile: Winnie Lira y familia, mujeres de la Organización de Detenidos Desaparecidos y participantes de organizaciones de economía popular.
[2] Nombre que se les dio a partir de una exposición en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de la colección que entregara Isabel Margarita Morel en el año 2009.
[3] “La formación de Organizaciones de la Economía Popular respondió al intento de generar iniciativas y experiencias adaptadas a las condiciones económico-políticas nuevas que se implantaron en el país para la sobrevivencia” (Razeto 1990, pp. 84-85).
[4] Potje es la palabra neerlandesa que significa ‘jarro’.
[5] Se habla de institucionalidad, ya que considera una organización de personas, códigos de intercambios, un sistema de normas y vínculos, valores y objetivos en común. Todos estos, a pesar de ser informales en un inicio, se generan a partir de los acuerdos y el uso.
[6] Se crearon programas de apoyo, como la Junta de Abastecimiento y Precios (JAP), que operaban en las poblaciones con comisiones donde participaban las/os pobladoras/es.
[7] Se presentarán primero las imágenes de las arpilleras y luego los análisis colectivos realizados.
[8] En esta y otras arpilleras se observa que la lectura del periódico se asocia con personas con dinero: al que se le pide limosna, al que se le lava el auto.