Nota editorial: Economía solidaria, social y popular en América Latina
Nicolás Gómez Núñez*
*Doctor en ciencias sociales por FLACSO, docente e investigador de la facultad de ciencias sociales de la Universidad Central, Santiago de Chile.
La construcción de las economías nos invita a reflexionar sobre los procesos que las personas experimentan cuando son propietarias y trabajadoras de sus organizaciones o cuando las comunidades toman decisiones e implementan modos de producción y distribución para satisfacer sus necesidades. Estos y otros asuntos son abordados en este dossier de acuerdo con las exigencias de la sociología económica.
Esta especialidad dentro de la disciplina ha incorporado la fuerza de las evidencias, gracias a lo cual ha maniobrado evitando los sesgos que otras indagaciones ya anticiparon. En el terreno práctico de la política económica, sin embargo, la narración de la disciplina económica ortodoxa fabrica una retórica cuya capacidad performativa se vuelve fuerza de producción (Latour y Lépinay, 2009). Así como sostiene Trinchero (2007), lo lleva a cabo instalando sentido común y figurando un “modelo exclusivo de cultura global” (p. 87).
En el ejercicio de esos deslindes, se incluye la diversidad de referentes empíricos, repertorios conceptuales y andamiajes epistémicometodológicos. De esta manera, impide que la sociología quede atada al estudio de un mercado que tiene la capacidad de transformar los valores en precios y que ensaye la reproducción de ese conocimiento con los nuevos integrantes a través de un lenguaje único.
Entonces, las indagaciones sobre las posibilidades de otras economías —solidarias, sociales o populares— expresan los intereses intelectuales para documentar y comprender cómo las mujeres y los hombres se las arreglan para hacer frente a la incapacidad del mercado para incluirlos en plazas laborales que les permitan idear proyectos de vida y que les entreguen recursos monetarios para satisfacer las necesidades de sus familias. Y, en términos generales, se busca comprender cómo las otras economías pueden brindarles una idea de desarrollo que impida la depredación de la naturaleza y que, por el contrario, fomente el cultivo de valores sublimes, como la belleza, la justicia y la dignidad.
Es en este despliegue de argumentos y de ejercicios prácticos donde es necesaria la participación de la o el lector sobre el conjunto de trabajos que se reúnen en torno a la economía social, la economía solidaria y la economía popular. La primera categoría ha sido el centro de un área de estudio que tomó fuerza desde mediados del siglo pasado en Europa y Canadá. A través de ella, se reconoce que hay una manera sesgada de estudiar la economía porque se prescinde del marco institucional que las ha creado y, desde ahí, se ha ido reproduciendo una hipótesis a modo de verdad revelada, a saber: la autonomía del mercado. Como solución a este sesgo, propone que la economía es una categoría que intenta congregar varios sistemas de intercambio, desde los que fijan precios, los que se sostienen en prácticas de redistribución, hasta los que funcionan sobre la reciprocidad. Desde esta perspectiva institucionalista, se aprecia que las economías de mercado de los países avanzados no se basan exclusivamente en el modelo de negocio “con fines de lucro”, sino en una diversidad de modalidades de propiedad y de organizaciones, las cuales no corresponden a “formes d’économie clandestine ou criminelle” (Caillé, 2003). Según Huybrechts (2016), la economía social ha tenido dos momentos. El primero se inicia desde la mitad del siglo xix, formado por la libre asociación y las cooperativas. El segundo momento arranca a mediados de la década del ochenta del siglo pasado y se articula entre las empresas sin fines de lucro, cooperativas, empresas sociales de integración laboral, servicios de proximidad, productores de alimentos orgánicos y organizaciones que participan en cadenas cortas de suministro, finanzas sociales, comercio justo y energías renovables.
Por su parte, la economía solidaria emerge en Latinoamérica a fines del siglo pasado en un escenario donde se encuentran en desarrollo diversas dictaduras de corte “personal”, como la del general Stroessner (1954-1989) en Paraguay; las “burocráticas y desarrollistas” en la Argentina (1966-1970) y Brasil (1964-1985); las “nacionalistas y reformistas”, como la del general Torres en Bolivia (1970-1971) y la de Velazco Alvarado en Perú (1968-1975); y las “terroristas y neoliberales” en la Argentina (19761983), Bolivia (1971-1978), Chile (1973-1988) y Uruguay (1973-1988) (Paredes, 2004). Además, se experimentan transformaciones en el mercado de trabajo (Weller, 2000), se aprecian las secuelas de la pobreza y el hambre, y la mayor parte de las comunidades que habitan fuera de las capitales regionales sufre el deterioro de su medioambiente como resultado de la extracción de la biodiversidad y de la privatización de los bienes comunes.
Entonces, se busca subrayar el trabajo y la solidaridad que caracteriza a las organizaciones que construyen los marginados, excluidos y subordinados. En ese propósito, hay cuatro ámbitos que son de interés, a saber: la gestión social de la producción, la racionalidad socioambiental, el trabajo cooperativo y las prácticas de reciprocidad.
A continuación, podemos sostener, siguiendo a Caillé (2003), que son porosas las demarcaciones teóricas entre la economía social y la economía solidaria, más aún cuando se incorporan otras concepciones, como las de economía popular y buen vivir, también polisémicas y en construcción (Quijano, 2012; Acosta, 2015). Sin embargo, todas ellas se empalman porque, por un lado, conciben su fenómeno de estudio como un proceso plural de coexistencias de economías y, por otro lado, estudian casos históricos buscando las diversas expresiones de la cooperación, la autonomía y la gestión democrática.
Desde este resumen general, subrayamos seis consensos que habitualmente son lugares comunes en las conversaciones de los integrantes de una floreciente comunidad científica que se aboca a tratar las economías:
1. Hemos aprendido que las organizaciones de la economía popular urbana desdibujan la separación entre un sector informal y otro sector formal de la economía latinoamericana (Lomnitz, 2003; Weller, 2000). También sabemos que, en esas organizaciones económicas, se hace uso intensivo del factor trabajo (Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn, 1993; Löwenthal y Nyssens, 1997; Ferreira Nunes, 2001; Gaiger, 2006), y que logran producir recursos no convencionales que permiten la autodependencia de la participación comunitaria. Entre esos recursos, se encuentran la comensalidad, reciprocidad, solidaridad, acumulación de valores (Razeto Migliaro, 1984): “conciencia social, cultura organizativa y capacidad de gestión, creatividad popular” (Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn, 1993, pp. 107-108).
Las organizaciones que son de nuestro interés tienen la capacidad para crear interacciones que contribuyen a que sus integrantes sean conscientes de su existencia a partir de la diversidad de los problemas y de las soluciones que implementan las otras personas. Por tanto, les es inherente una socialización en la gestión de sus plazas laborales, cuyo resultado es una identidad laboral (Hardy, 1985; Nyssens, 1998). Además, ese obrar colectivo presenta contradicciones porque reúne memorias que no pueden ser fusionadas. La autonomía individual y la del colectivo se entrelazan en las experiencias de la autogestión, por lo cual, esa comunidad de trabajo autogestionado tiene hitos de arraigo en el tiempo social o en su historicidad, que son las fuentes de reconocimiento de su integración comunitaria (Borges, Scholz y Rosa, 2014; Ferreira Nunes, 2001).
En la búsqueda de una comprensión de las cualidades de estas organizaciones que promueven la diversidad económica, se trabaja en las autodependecias de la participación comunitaria. En ese ejercicio, está el trabajo colectivo de Cid, Saravia, Letelier, Sandoval, Vanhulst y Carroza, quienes, bajo el título de “Discursos de diversidad económica en el centro-sur de Chile: Definiciones en disputa en torno a la economía social, solidaria y autogestionaria”, abordan la recursividad de las experiencias de autogestión y de cómo cada cual la inscribe en territorialidades que geopolíticamente se ubican en una mirada centro-sur en Chile. Asimismo, destacan la interpretación sobre las subjetividades cuando hay una evidente homogeneidad de sentido sobre qué es lo que debe ser asumido, como la economía desde el discurso neoclásico en tensión con la diversidad económica.
2. La transformación de la subjetividad en esas condiciones históricas se vive como una inflexión radical en las personas que han sido socializadas en la relación de venta y compra, por ejemplo, en la venta de su fuerza de trabajo a cambio de salario. De esta manera, la inflexión modifica la cultura apatronada y conduce hacia la desproletarización. Una situación similar sucede con las personas que se han socializado en el comercio porque ingresan en la contradicción entre comprar a bajo precio para vender a uno alto, o participar en cadenas cortas para iniciarse en el trato justo.
Al revisar los diversos casos informados por mis colegas, no tengo dudas de que la inflexión más relevante para estudiar es la que experimenta el hombre socializado desde temprana edad para vender su fuerza de trabajo, para definirse en la plaza laboral asalariada, hasta constituir un sindicato que lo inviste de proletario perteneciente a la clase obrera. Lamentablemente, el modelo de sustitución de importaciones que cobija ese proceso recibió los efectos de las dependencias de los capitales internacionales y de las alianzas de los sectores privilegiados con los grupos capitalistas transaccionales. De ahí que, en los últimos treinta años, las industrias mixtas y estatales en México, Brasil y la Argentina se encuentren en procesos de privatización o hayan recibido mercancías producidas a base de dumping e imposición de precios, que solamente pueden lograrse cuando la situación de esclavitud cualifica la fuerza de trabajo o el ser humano no puede ejercer la defensa de sus derechos humanos.
En ese contexto, el cierre de las fábricas nacionales y populares es la norma, y los fenómenos que luego acontecen permiten la emergencia de las indagaciones como la de Rieiro, que, bajo el título de “Recuperación colectiva del trabajo y nuevas formas de sociabilidad. El caso de las empresas recuperadas por sus trabajadores en el Cono Sur”, describe las fraternidades obreras en tránsito gracias a que ahora ellos son responsables de la producción. Esto incluye las tensiones en los discursos y en las prácticas sobre lo que se es cuando el patrón ya ha abandonado la explotación, pero aún queda la cultura apatronada que parece inherente a la vida cotidiana de la organización del trabajo, especialmente en el desarrollo de las asambleas.
3. Hemos aprendido que esa capacidad para producir interacciones que transforman la subjetividad sucede toda vez que hay una comunidad interpretativa (Gómez Núñez, 2016a), que se construye cuando las personas se involucran en diálogos donde se interrogan los contenidos significativos ya constituidos sobre sus vidas productivas y comerciales. Estas experiencias son entre congéneres que están en una comunidad espacio-temporal (Schütz, 1993), y ese colectivo productivo despliega su subjetividad a través de la producción, acumulación y apropiación (Bialakowsky et al., 2010, pp. 259263). Dentro de este “encuadre técnicometodológico”, los trabajadores y propietarios de los medios de producción o distribución tienen probabilidades para observarse a sí mismos y aprehenden de los otros en “un intercambio permanente que sigue una trayectoria en espiral” (Pichón-Rivière, 1975, p. 211).
Esta transformación de la subjetividad no sucede solamente con los integrantes de las organizaciones que están en la economía popular, solidaria o social, también se produce en los militantes de los partidos políticos, en los trabajadores de la burocracia del sector público o en los funcionarios de la organización económica con fines de lucro. Es muy posible que acontezca debido a que los medios masivos de comunicación envuelven estas experiencias y las reincorporan a la agenda pública como expresiones excepcionales. Revisitando a Pérez Sáinz (2002), podemos argumentar que esa comunicación difunde la identidad no utilitaria y no hedonista en el mundo globalizado. Además, cuando retorna, refuerza la cohesión comunitaria de la fraternidad comercial y así agrega recursos socioculturales que son la base del capital social comunitario.
4. Las organizaciones económicas con o sin fines de lucro, solidarias o no solidarias, tienen una disposición a conformar redes sociotécnicas que resuelven los problemas de la producción o del intercambio. Sin embargo, las organizaciones de las cuales trata este dossier habitualmente resuelven sus problemas en las ágoras en las que participan, las cuales están basadas en emprendimientos asociativos de trabajo autogestionado cuyos circuitos cortos de comercialización fomentan un capitalismo transparente, previsible y con ganancias justas o mesuradas (Braudel, [1977] 1986). Aún más, atraen a los que reciclan los desechos de la ciudad, incorporan nuevos productos de uso cotidiano o fabrican preparaciones culinarias. En estas ágoras, se alimenta el trabajador, participa el inmigrante despojado de su red de inclusión, y son lugar de esparcimiento para la gente común (Polanyi, 2009).
En estas ágoras, hemos reconocido la presencia de tecnologías sociales que son inherentes a la economía popular urbana o rural. Para graficar su existencia, recordamos una práctica de ahorro colectivo que es habitual entre las mujeres: siguiendo una ronda de turnos según días, semanas o meses, se deposita una cuota en dinero, la cual ha sido fijada por las integrantes, y ese fondo se entrega según el turno. En Chile, se llama “polla”; y, en México, “tanda” (Lomnitz, 2003, p. 94). Vélez-Ibáñez ha encontrado otras denominaciones: “cundina”, “quiniela”, “mutualista” y “vaca”. En Perú, la conoció como “pandero” o “junta”; en Guatemala. como “chuchuval”; y, en los Estados Unidos, como “tanda” o “cundina” (Vélez-Ibáñez, 1993, pp. 32-44). En términos particulares, estamos usando la categoría de tecnología social para reconocer las herramientas que son fabricadas por las interacciones enriquecidas, los valores de cada cultura, el diagnóstico, la elección, la implementación planificada y su evaluación según tiempos predefinidos (Forni, 1992; Gómez Núñez, 2014, 2016b).
En este contexto, se inscriben dos contribuciones de este dossier. Una de ellas es la de Aguilar-Hernández, titulada “Producción y circulación de la riqueza dentro de la economía solidaria. Análisis de las experiencias de GuajuvirasCanoas, Brasil”. El investigador describe las esferas de un conglomerado de emprendimientos de economía solidaria localizados en Rio Grande del Sur e indaga sobre las consecuencias de la diversidad económica en el barrio. Y la segunda es el trabajo de Berlien “Emergencia de la economía solidaria: el tejido de las arpilleras chilenas en tiempo de dictadura. A partir de la serie de arpilleras que llegó a Países Bajos entre 1979 y 1982”. La autora repasa el tiempo histórico fijado en un artefacto de arte y denuncia y lo revisa desde las redes que constituyeron la cooperación internacional. A partir de esto, subraya la representación simbólica de la economía popular y la participación de las mujeres en la trama de decisiones y en el control de la producción tanto de arpilleras como de los sentidos del discurso político.
5. Las experiencias de economía social, economía solidaria y economía popular son modelos de políticas públicas que pueden llegar a una escala diferente y ser adaptadas a las cualidades de la diversidad económica de cada territorio. En palabras más precisas, cada organización es un dispositivo de autogestión de recursos que no dependen ni del individuo con capacidades inauditas ni del acto espontáneo y voluntarioso. La consecuencia que aquí queremos destacar es que su desempeño aumenta la eficiencia del sistema ecológico porque se producen bienes comunes que son el resultado de la reciprocidad territorial funcional y también de mantener la reproducción ampliada de la vida (Coraggio, Arancibia y Deux, 2010) gracias a la creación de puestos de trabajo, la justa distribución de la riqueza, la valorización del ser humano, la diversidad de identidades, el enriquecimiento de la solidaridad y la mejora de la calidad de vida de las personas (Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn, 1993; Gaiger, 2004).
Entonces, dados estos indicadores del desempeño del sistema ecológico, hablamos de un “ser-en-común económico” (Gibson y Graham, 2011, p. 216). Es indiscutible que la continua acción por la defensa de los derechos humanos, que se experimenta con fuerza desde los derechos civiles y políticos, ha modificado el sentido común. Por tanto, se hizo factible observar que algunas condiciones del sistema ecológico jugaban a favor de la reproducción de la división social del trabajo, que ubica en una posición subordinada a las mujeres, y que varias de las actividades que ellas desarrollan a modo de herencia idiosincrásica no eran consideradas en el análisis sobre la economía. Ese sesgo, por lo demás, fijaba un poder de dominación del patriarcado en varias ramas de la producción de la vida y de las mercancías. Es en esta camino de reflexión donde se encuentra la contribución de Vuarant que busca, bajo el título de “Aportes teóricos para repensar economías de reproducción social en la actualidad en el marco de las Economías Solidarias”, comparar los valores que orientan la acción individual en las prácticas de cuidados para ver si desde ahí es coherente una sistematización de experiencias que permita incluir estas manifestaciones regulares del ser común económico en las ciencias sociales.
6. Gracias al involucramiento que han tenido los investigadores con las personas que gestionan su plaza laboral y que pueden o no manifestar ser parte de una economía basada en la solidaridad u orientada por la cooperación, se han promovido avances en la metodología que usa la sociología económica. En términos generales, ha traído logros en las formas mediante las cuales se construyen los conocimientos científicos sobre las economías. Aquí es indudable el impacto que provocan las categorías y variables del don, las relaciones entre trabajo y solidaridad y los recursos económicos no tradicionales. Sin estas referencias es difícil comprender la inclusión de Mauss y Polanyi en los diseños de investigación o las referencias al tiempo social que Bourdieu estima en Razones Prácticas (1998), a propósito de los sesgos que aparecen en el Ensayo sobre el Don de Mauss (1924). Incluso, desde aquí es posible ver que hay un repertorio conceptual que delimita el fenómeno de estudio, donde se agregan los aportes de Godelier (1996), Sahlins (1983), Appadurai (1991) y Clastres (2013).
También es indiscutible que los aspectos señalados contienen varios tópicos que ameritan extensos capítulos, pero, de todos esos derroteros, los que han venido a ensanchar la observación en el campo son las distintas posibilidades que se encuentran en la perspectiva descolonial. Es decir, a partir de los alzamientos indígenas en Latinoamérica, gracias a la incorporación de los afrodescendientes y de la marcha feminista en boga, se ha fortalecido la indagación sobre el poder y la política, por ejemplo, para comprender, explicar e incidir en la construcción de la propiedad privada en el neoliberalismo o para construir un obrar colectivo que produzca bienes comunes.
En este nivel de argumentos, se encuentran dos contribuciones de este dossier. Una de ellas es la de Martinez-Ávila, “El pensamiento abismal en la disciplina económica. Prolegómenos teórico-conceptuales en la construcción de economías plurales”, que ensaya una revisión de la disciplina económica desde una mirada sustantivista de las economías y evalúa el rendimiento interpretativo de las nociones de la perspectiva formalista sobre el intercambio mercantil capitalista. La segunda contribución es la de Mendoza, que, con el título de “La economía social y solidaria: un desafío epistémicopráctico”, busca alternativas a la acepción del desarrollo que proviene de la disciplina económica. Por este motivo, ingresa a la descripción de la socialización que reciben los adeptos a la disciplina cuando transitan por el cálculo económico que dibuja la realidad según los criterios de optimización, equilibrio y escasez. En ese sentido, plantea como solución unir la experiencia en el trabajo de campo con la elaboración de teoría económica.
En términos generales, la perspectiva descolonial entrega dos claves para leer las economías. La primera es su definición de colonialidad como dispositivo de eliminación de las otras economías distintas a la capitalista y su ímpetu por imponer una concepción de sociedad como unidad y totalidad. De ahí que resulte un polo marginal (Quijano, 1998) y se erija una sola manera de producir conocimiento: la científica (Sousa Santos, 2009). La segunda clave es la concepción que tienen los indígenas sobre los espacios y tiempos de la colonialidad en tanto “mundo al revés”. Así se concibe el mundo como un mosaico de tiempos y de espacios que no dependen de sus relaciones (Rivera, 2010), sino de su coexistencia. Aquí, en un estado social abigarrado (Rivera, 2010; Gago, Cielo y Gachet, 2018), concluye la discusión sobre el rendimiento interpretativo de la clasificación compuesta por un sector formal cuyos defensores lo presumen moderno, altamente tecnológico y respetuoso de las leyes de los trabajadores, y un sector informal mitificado como precario, arcaico y explotador del trabajo.
En consecuencia, el desafío es disponer la experiencia científica para que use herramientas que promuevan la coproducción de conocimientos, la negentropía y la formación de sujetos colectivos que producen análisis, definen los procedimientos basados en la reflexividad colectiva, facilitan la hechura de los registros y diferencian la transmisión de los resultados a públicos no especializados. Esto es de suma importancia toda vez que gran parte de las economías que se encuentran bajo las denominaciones que nos interesan son ágrafas, o sea, los procesos de producción, distribución y consumo están registrados en soportes diferentes a los que estamos adiestrados en las metodologías de investigación en ciencias sociales, o resultan inapropiados para las herramientas que usa el Estado. Por ejemplo, Van Kassel y Condori (1992) informan que la tecnología andina se encuentra en las historias transmitidas en el ayllu y durante el trabajo.
Una comunidad en expansión
El dossier que hemos elaborado utilizó una metodología de taller que supuso una invitación abierta y pública para presentar resúmenes que mostraban buena parte de los argumentos que más abajo se presentan o describían las investigaciones que, para la fecha de publicación de este proyecto editorial, ya estarían terminadas. A continuación, se hicieron dos rondas de comentarios y críticas a cada una de las y los investigadores sobre los alcances de sus reflexiones en torno a los datos y a las teorías.
Mientras estábamos en el inicio de estos quehaceres, aconteció la muerte de Paul Singer en San Pablo, Brasil, a inicios de 2018. Un austriaco que huyó del fascismo nazi, Singer estudió economía y sociología y fue parte de quienes tradujeron sus críticas a una concepción de la producción de la vida más allá de las convenciones neoclásicas de la economía. Conmemorar al estudioso en esta oportunidad significa reconocer los logros que obtuvieron las políticas públicas en Brasil. El que escribe esta presentación conoció el funcionamiento de la Secretaría Nacional de Economía Solidaria (SENAES) gracias a una invitación para asistir a la Universidad Federal de Río de Janeiro, para opinar sobre casos históricos que pasaban uno tras otro mientras se sucedían las delegaciones latinoamericanas. En esa experiencia, aprehendí la interdisciplinariedad y el trabajo entre pobladores y universitarios en la evaluación del banco comunitario de la Ciudad de Dios.
La SENAES también hizo un aporte sustantivo en la difusión de las investigaciones de los programas de doctorado de las universidades estaduales. Lo mismo podría decirse de una oficina de solidaridad tecnológica en el Ministerio de Ciencia y Tecnología dedicada a relevar los circuitos de ciencia y tecnología desplegados por las organizaciones autogestionadas, entre ellos el Movimiento Nacional de Catadores, el Movimiento Sin Tierra y el Movimiento Social Quilombolas.
Aquí la expresión digna de ser reproducida en otros países es la consolidación de una comunidad que produce conocimiento y que usa esos saberes, basada en la concurrencia de las organizaciones de la economía solidaria, la economía social y la economía popular, los investigadores universitarios y de organizaciones no gubernamentales, las ONG de asistencia técnica y el sector público. Asimismo, se destaca la planificación participativa cuyos casos históricos son las Conferencias Nacionales de Economía Solidaria (CONAES).
Gracias a las políticas públicas realizadas en Brasil, las economías no neoliberales lograron probar su eficiencia, fomentar la reunión y el intercambio entre colegas en Ecuador, Bolivia, Uruguay, Chile y la Argentina. Para esto, comparten una visión epistemológica, varios métodos y un conjunto de teorías en constante complejización. A modo de ejemplo, existe un ámbito donde se da tratamiento a las expresiones de la tecnología social, o sea: hay criterios para identificar sus problemas, gozan de un marco conceptual específico, ligado a las teorías generales sobre las economías, y el actuar de esta comunidad promueve políticas públicas que abordan la relación entre la ciencia, la tecnología y la sociedad.
En el tiempo de construcción de este dossier, usamos varias revistas y plataformas digitales que divulgan los resultados de las experiencias científicas. Valga una mención de agradecimiento a Otra Economía. Revista Latinoamericana de Economía Social y Solidaria; Cayapa. Revista Venezolana de Economía Social del Centro de Investigación para el Desarrollo Integral Sustentable (CIDIS) y a Polis. Revista Latinoamericana. Al mismo tiempo, queremos hacer una mención especial al dossier hecho por Verónica Gago, Cristina Cielo y Francisco Gachede, en el número 62, de 2018, en la Revista Íconos, titulado: “Economía popular: entre la informalidad y la reproducción ampliada”, cuyos artículos van recorriendo diversas porosidades de la heterogeneidad estructural del capitalismo y buscan incluir un análisis de la noción de economía abigarrada para avanzar en documentar las experiencias de la economía popular. Este dossier es un aporte porque, parafraseando las reflexiones de Tello (2018), genera grietas en la subjetividad de las personas cuando se describe la vida cotidiana en los mercados populares. Es una forma de información entre el pueblo “de lo que sucede y de lo que hacen los gobernantes” y abre paso a la organización de las mujeres en la construcción de las economías.
Cerramos esta presentación abriendo la invitación a la o el lector para que considere que debe poner en relación los contenidos de cada contribución aquí presentada según el escenario donde se despliega la diversa comunidad científica que trata los asuntos de nuestro interés. Por ejemplo, sería interesante ver cómo las reflexiones que aquí se exponen se relacionan con lo que cada cual experimenta en su formación académica y científica, con los sucesos que están en la política económica de su lugar de vida o que los vincule con antecedentes bibliográficos que se dejan estimados en este trayecto. O sea, cuando usted tenga en sus manos este escrito, posiblemente salga a la luz en la Revista Otra Economía: Revista Latinoamericana de Economía Social y Solidaria el dossier en el cual trabajan Isabelle Hillenkamp y Laeticia Jalil con el siguiente título: “Las otras economías en perspectiva de género”.
La solicitud de este necesario esfuerzo insiste en que cada cual debe profundizar en el análisis del modelo capitalistapatriarcalracial de economía imperante, debido a que de esta forma se pueden reconocer otras experiencias y formas de producción de la vida que han estado ocultas. Por nuestra parte, estamos seguros de que este dossier se agrega a y coopera con una comunidad científica en expansión.
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