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Las revoluciones árabes / Santiago Alba Rico; Pedro Brieger; Luis Britto García; Elizabeth Carvalho; Bernard Cassen; Pierre Conesa; Khatchik DerGhougassian; Dima Khatib; John G. Mason; Sami Naïr; Ignacio Ramonet; Gustavo Sierra y Zeev Sternhell. Buenos Aires: Le Monde Diplomatique, 2011. 200 p. ISBN 978-987-614-339-4


El libro “Las revoluciones árabes” fue resultado del coloquio internacional “Las revoluciones árabes y la nueva geopolítica mundial”, que se dictó los días 8 y 9 de septiembre del año 2011 en el Círculo Italiano, Capital Federal, República Argentina. No se trata de la transcripción de las presentaciones realizadas por los autores árabes, europeos, estadounidenses y latinoamericanos que participaron en la misma, sino más bien, consistió en la revisión, análisis y profundización de sus principales ideas y argumentos. Tanto el libro como el evento fueron editado y dirigidos por Le Monde Diplomatique, edición Cono Sur. Las ponencias fueron presentadas y argumentadas por los diversos autores, entre los cuales, se destacan Pedro Brieger, Ignacio Ramonet, Gustavo Sierra y Khatchik Der Goughassian.

El libro realiza una importante contribución al fenómeno de las revoluciones árabes, describiendo el pasado y presente de cada país alcanzado por esos procesos, así como también abarca un análisis de los factores socioeconómicos y políticos. Constituye un aporte imprescindible para comprender los fenómenos sociales que tienen lugar actualmente en Medio Oriente y el Magreb, desarrollados aun cuando es incierto el desenlace de los hechos.

Se observa que los autores han desarrollado una postura en común en favor del cambio social en dichas sociedades y una mirada crítica sobre la política exterior estadounidense en ellas. Es construida con sólidos argumentos, sustentada en reconocidas trayectorias y experiencias en los países en cuestión.

La hipótesis de los autores consiste en que las revoluciones árabes fueron impulsadas por un deseo de cambio social: democratización de los sectores populares y reformas que aseguren una participación ciudadana activa y que genera como reacción una violenta represión por parte de los regímenes locales que representan la aversión al cambio de buena parte de las sociedades que gobiernan. Estas revoluciones acabaron con la percepción de que las sociedades en cuestión eran inmóviles y fueron producto de otras crisis, tales como los casos de Egipto, Libia y Siria, que incubaron el momento oportuno para el estallido. En aquellas sociedades, los gobiernos asumieron mediante una revolución pero evitaron el cambio social y las alternativas políticas debido a que deseaban permanecer en el poder.

Los autores describen la situación socioeconómica mundial que contextualiza a este evento: los efectos de la globalización (ejemplificados en la supresión de las fronteras espacio-tiempo y la inmediatez en la comunicación y expansión de los mensajes); el debilitamiento económico y político de Estados Unidos a nivel mundial debido a la crisis económica generada en su interior y la cual aún no ha sido superada, la pérdida de prestigio internacional de éste en su lucha contra el terrorismo y las protestas populares en los países centrales, expresadas en el movimiento de los indignados que aspiran a una mayor intervención estatal en la economía; la incapacidad de resolver controversias por parte de la ONU; la regionalización de diversas regiones del planeta, como América Latina; el surgimiento de los BRICS como países emergentes, nuevos actores, especialmente China e India, las cuales contienen unas grandes poblaciones y tienen peso económico propio y alto.

En este contexto surgen las revoluciones árabes, sociedades olvidadas durante décadas que vuelven a tener protagonismo. Los países involucrados son mayoritariamente musulmanes, en donde, las minorías religiosas, como los cristianos, se ven atrapadas en medio del conflicto entre las diferentes vertientes sunitas y chiitas.

Los autores delinean dos agrupamientos principales que con frecuencia se entremezclan: la Liga Árabe, originalmente impulsada por el Egipto de Nasser, que procura concretar la idea de nación árabe, basada en el panarabismo, pero que choca con los distintos intereses de los países más poderosos que la conforman como Egipto y Siria, y por otro lado, la umma, la comunidad de creyentes musulmanes impulsada por Arabia Saudita. La primera apuesta a un fortalecimiento del panarabismo y la segunda lo hace por el Islam. Dichos agrupamientos expresan los dos modelos políticos árabes principales: la modernización autoritaria, caracterizada por un sistema unipartidista que cohesiona a la nación, sucesión hereditaria, alto grado del personalismo del líder que suele ser un actor fundamental de la independencia o de alguna revolución exitosa, cierto grado de laicismo y apunta a librarse de la injerencia extranjera al nacionalizar diversas industrias. Por otro lado, el islamismo, basado en la instrucción religiosa, la mejora en el sistema sanitario y las condiciones de vida de los pobres, y en la aplicación estricta de la ley islámica.

Los autores procuran realizar una distinción clara entre revuelta y revolución, dado que los medios masivos de comunicación tienden a distorsionar y simplificar una realidad sumamente compleja: la primera involucra movimientos sociales, situaciones de conflicto, movilizaciones ciudadanas y manifestaciones pacíficas o violentas frente a situaciones de injusticia. Pueden desembocar en cambios sociales o pueden quedar limitadas a conflictos específicos de un sector de la población. Pero la segunda es un cambio radical en el sistema político y social que divide a la sociedad y marca un antes y un después, es la creación de un sistema nuevo a partir de la destrucción de uno anterior. Además, se caracteriza por la transferencia de poder desde el antiguo régimen hacia uno nuevo y distinto. En síntesis, lo que comenzó como una revuelta en Túnez, y más tarde en Egipto, se convirtió en una revolución. En estos dos países, la revolución fue exitosa, mientras que en Siria y Libia, degeneró en una guerra civil.

Aquellas caracterizadas como revoluciones son políticas como ciudadanas, pero con objetivos poco claros. Al vencer tras una guerra civil o derrocar al régimen, no saben cómo reemplazar sus estructuras políticas y sociales consideradas injustas. No hay líder con la capacidad de unir a las distintas facciones en pugna. Son revoluciones ciudadanas porque los que optaron por el cambio son los mismos ciudadanos que desean vivir dignamente y con las mismas oportunidades. Existen ciertos sectores que apuntan al liberalismo en cuestiones tales como el ejercicio de los mismos derechos y deberes para todo ciudadano, alternancia en el poder, respeto por los derechos humanos y pluralismo político, aunque también existen otros que desean un rol más activo y protagónico del islam en la sociedad, tales como los Hermanos Musulmanes y otras organizaciones tradicionales.

Más allá de las particularidades de cada país, existieron causas y actores comunes que terminaron por ser la correa de transmisión principal para la potencialización de un proceso que terminó por tener un carácter regional: una población juvenil desocupada y con libertades limitadas, una economía oligárquica basada en su explotación por un puñado de familias o clanes particulares, en connivencia con las empresas multinacionales radicadas en cada país, un aparato policial asociado al ejército e con cualquier intento de protesta, un alto grado de corrupción multisectorial, una dictadura o régimen autoritario que perseguía a los disidentes mientras se aferraba al poder.

Todas estas características se repiten en los distintos países y fueron cuestionadas por movimientos populares juveniles espontáneos, apoyados por movimientos de izquierda e islamistas. El sujeto de las revoluciones es el excluido, tanto de las decisiones políticas como económicas.

Cada autor caracteriza a los regímenes de los diferentes países, comenzando por losdictatoriales: monarquía absoluta (Arabia Saudita), dictadura militar-policial (Egipto y Túnez), dictadura partidaria (Siria), dictadura clánica (Yemen y Libia); y siguiendo por los regímenes formalmente pluralistas: monarquía parlamentaria (Marruecos) y república militarizada (Argelia). En todos los casos se trata de sistemas políticos cerrados lo que limita seriamente una alternativa democrática en el gobierno y la posibilidad de concreción de las reivindicaciones ciudadanas. Lo que implica que, a pesar de la caída de algunos regímenes, todavía se debe lidiar y “limpiar” el aparato estatal y el sistema político de los actores preexistentes a las revoluciones, los cuales aún se aferran al poder, aunque hayan caído sus líderes. Esto se observa en el poderoso papel que ejerce el ejército en varios de estos países.

Probablemente, la novedad que resaltan los autores es que las revoluciones árabes reflejaron el rol de las nuevas tecnologías en la región, que se presumía poco integrada en el proceso de globalización.

Estas condiciones no son del mundo árabe, sino propias del sistema económico mundial desde la década de 1980 con la implementación y consolidación del paradigma neoliberal. Las revoluciones árabes son consecuencia de las falencias y un indicador claro de la crisis de éste. El fin último y primordial de estos movimientos ciudadanos es alcanzar poder decisorio en el proceso político, que afecta su bienestar económico y su posición social.

Los autores coinciden en señalar que el estallido se produjo porque no había una alternativa al régimen para responder a la demanda de una apertura reivindicada por la sociedad, en el contexto de la crisis económica desatada a partir del año 2008. La revolución fue espontánea y pacífica, con una demanda básica y homogénea: democracia, pluralismo y dignidad, núcleo básico de las movilizaciones iniciales en Túnez, Egipto y Libia. En estos tres países, la retórica de la revolución democrática apostó a la recuperación de la identidad nacional perdida o manchada por parte de las capas populares y medias frente a la dirigencia corrupta y considerada traidora.

En definitiva, la hipótesis central del libro es que las revoluciones árabes no expresan una mera crisis política, sino una serie de crisis interrelacionadas entre sí: socioeconómica, política, ambiental, alimenticia, etc., de aquí que las revoluciones aspiran a barrer con todos los aspectos considerados injustos de las dictaduras y mejorar las condiciones de vida de las poblaciones oprimidas a través de cambios sociales impulsados por ellas mismas.


Tomás Muñóz