La dimensión cultural en diversas perspectivas de la acción colectiva
Arturo Fernández*
Esteban Iglesias**
* Abogado
(UBA) Magíster y Doctor en Ciencias Políticas y Sociales por
** Licenciado en Ciencias
Políticas. Doctor en Ciencia Política por
Artículo recibido:
20-12-11 Artículo aceptado: 17-04-12
Resumen
En este trabajo nos proponemos examinar el modo en que se
concibe la relación entre los términos “política” y “cultura” en dos
perspectivas de la acción colectiva, la movilización de recursos y la de los
movimientos sociales. Si bien estos enfoques surgieron en un contexto político
similar presentan diferencias sustantivas en su forma de entender este vínculo.
Del análisis se observa que el enfoque de los movimientos sociales presenta
mayor potencialidad explicativa gracias a colocar en interacción las
dimensiones analizadas evitando reducir o supeditar una de las dimensiones a la
otra. Para las democracias contemporáneas utilizar un enfoque que enfatice el
complejo campo de interacciones entre política y cultura presenta el beneficio
explicativo de poder captar el modo en que prácticas políticas pasadas se
fusionan con las presentes.
Palabras Clave: Política; Cultura; Interacciones; Movimientos sociales
Abstract
In this work we propose to
examine the way the relation between the terms "politics" and
"culture" is conceived as two perspectives of the collective action,
the mobilization of resources and that of the social movements. Though these
approaches arose in a political similar context they present substantive
differences in his way of understanding this link. From the analysis we
observed that the approach of the social movements presents major explanatory
potential when placing the interaction of the analyzed dimensions and avoiding
to reduce or to subordinate one of the dimensions to other one. For the
contemporary democracies the use of an approach that emphasizes the complex
field of interactions between politics and culture presents the explanatory
benefit of being able to catch the way in which past practical policies fuse
with the present ones.
Keywords: Politics; Culture; Interactions; Social
Movements
Introducción
En este artículo se analizará el modo
en que la dimensión cultural es concebida en diversos enfoques de la acción
colectiva, enfatizando la manera en que
se interpretan los procesos de identificación política que atraviesan
los actores colectivos en el marco de la protesta social; nos parece un tema
significativo e insuficientemente abordado.
Los autores del artículo hemos encontrado en nuestras investigaciones
individuales y en común algunas regularidades que afectan las concepciones
teóricas sobre acción colectiva prevalecientes en Ciencia Política; nos
sentimos en la obligación de reflexionar sobre ellas críticamente y luego poner
a consideración un enfoque derivado de
En primer lugar, hemos observado que
el vínculo entre cultura e identidad reviste particular importancia en nuestra
época, ya que, en las democracias políticas actuales, los grupos contenciosos
que se constituyen en torno a elementos identitarios exigen el reconocimiento
del Estado con el objeto de preservar sus especificidades a través de la
afirmación de un conjunto de valores
propios a cada uno de ellos, los cuales constituyen "su cultura". En
este sentido, "la política identitaria involucra al Estado en guerras
culturales; por consiguiente, el propio concepto de cultura ha cambiado"
(Benhabib, 2006) respecto a una época histórica no muy lejana; quizás los años
sesenta fueron el inicio de esta transformación que tuvo efectos globales,
dando lugar a la aparición de diversa luchas sociales de grupos marginados que
pugnaban por recuperar su identidad; por ejemplo pueblos oprimidos por otro más
numeroso y/o dominantes, minorías diversas que sufren marginación por razones
étnicas, religiosas o sexuales, etc.
Las ciencias sociales ofrecen, en la
actualidad, dos enfoques principales aunque no exhaustivos de la acción
colectiva: el de la movilización de recursos y el de los movimientos sociales.
A pesar de haber surgido en un contexto socio-político común, las sociedades
industriales, dichos enfoques presentan diferencias sustantivas respecto del
modo en que conciben los procesos de identificación política que experimentan
los grupos contenciosos. Es cierto que el primero está relacionado con la forma
de ser de la sociedad norteamericana y el segundo con la del continente
europeo; no es el lugar para extenderse sobre las diferencias entre una y otra
realidad socio-histórica pero ellas existen en materia de estructura social.
Por otra parte, hemos comprobado que las diferencias se hacen presentes con
mayor fuerza cuando se pretende operacionalizar la identificación empírica de
los grupos que se desea analizar.
También
habría que analizar la existencia de afinidades entre los términos
"democracia política" y "protesta social" y las
singularidades que presenta su vínculo a lo largo de la historia política.
Considerando los aspectos teóricos, se puede plantear que, gracias a la
universalización del sufragio masculino y posteriormente el femenino, dicha
democracia política no puede concebirse ni practicarse dejando de lado la
protesta social; a su vez, para que la protesta social posea un carácter
regular se requiere el funcionamiento de las prácticas de la democracia
política y de ciertos niveles de Estado de Derecho.
Considerando la dimensión histórica, la relevancia de la acción
colectiva en la última década del siglo XX radicó en que la misma constituyó un
modo y un mecanismo por el cual determinados grupos sociales elaboraron su
pertenencia comunitaria. Esto acaeció en un contexto histórico en el que, desde
el ámbito estatal, se aplicaron, casi a nivel mundial, políticas inspiradas en
el consenso de Washington, las que terminaron ocasionando diferentes procesos
de desintegración social.
En el plano
de las organizaciones de masas - en particular en los partidos políticos - fue
posible visualizar entonces el modo en que estas organizaciones comenzaron a
asumir modalidades que Mair y Katz (1997)
tipificaron como las de "partido cartel", un tipo de
organización parcialmente desvinculada de la sociedad civil; ella privilegia su relación con el Estado
para obtener su financiamiento y se relaciona con otros partidos con
representación parlamentaria con el propósito de ganar votos en las elecciones y
así evitar que surjan nuevos partidos políticos.
Ello
originó las transformaciones en el plano de la representación política que
continúan hasta el presente, las mismas inclinan el fiel de la balanza hacia
formas de personalización de la política, cuyo principal escenario pasan a ser
los medios audiovisuales de comunicación; por lo tanto, solo los partidos y
políticos capaces de adaptarse a la lógica de dichos medios son capaces de
llegar a electorados que tienden a reducirse. Ciertamente, en la representación
política intervienen dos fuerzas contrapuestas; por un lado, la institución por
medio del liderazgo de aquello que se ha de representar; y, por otra parte, la
transmisión de intereses, demandas y expectativas por parte de la sociedad
(Pousadela, 2006). A fines del siglo XX, ha primado la fuerza relativa de la
institución por medio del liderazgo, en el que la imagen de los candidatos ha
reemplazado al programa del partido de masas en tanto modo de identificación
política. Al haberse generalizado las elecciones más o menos y pluralistas (hoy
se vota en cerca de ciento sesenta Estados), este diagnóstico político de fin
del siglo XX posee cierta certeza, extensiva a la mayoría de las sociedades
industriales y de las en vías de desarrollo; en consecuencia una estudio sobre la acción colectiva debe
remitirse a los modos que las sociedades han elegido para elaborar una nueva cultura que permita la proyección
política de los actores sociales, a menudo alejados de las formas de
representación política tradicionales.
La dimensión política en la perspectiva de la acción colectiva
El interrogante central que orienta
el análisis del vínculo entre los términos política e identidad en la
perspectiva de la acción colectiva es el siguiente: ¿de qué modo prácticas
políticas ya existentes en la sociedad se fusionan con formas de lucha
presentes y qué tipo de identidades se constituyen a partir de esta fusión?
Este vínculo ha sido ampliamente
explorado por los enfoques sobre la acción colectiva antes mencionados. Cabe
destacar que la respuesta al interrogante formulado no se ha modificado de
forma sustantiva desde los planteos originarios de cada una de ellos. Por una
parte, el de la movilización de recursos ha analizado dicho vínculo poniendo el
énfasis en el término política, haciendo que los procesos de identificación de
los grupos contenciosos sean concebidos como mero resultado de aquella
dimensión. Efectivamente, en este enfoque la construcción identitaria es el
resultado y un producto de las acciones políticas de protesta. Por otra parte,
el de los movimientos sociales ha planteado que el carácter del vínculo entre
los términos política e identidad es de interacción y de mutua incidencia. En
este sentido, los procesos de construcción identitaria no preceden a la
política, así como tampoco pueden comprenderse como mero resultado de la acción
política de protesta.
El enfoque de la movilización de
recursos se ha esforzado por describir y analizar el momento político de la
acción colectiva, el que aparece sintetizado en el momento mismo de la acción
de protesta. Para él la dimensión política resulta ser un determinante
explicativo del surgimiento, la duración y la modalidad que asume la acción
colectiva. De los clásicos y pioneros trabajos realizados por Mancur Olson
(1992)[1] a las
investigaciones de Sidney Tarrow y Charles Tilly mucho se ha avanzado, sobre
todo, en la definición del actor colectivo en cuanto tal y en la
caracterización política del mismo[2].
En el enfoque de la movilización de
recursos al menos dos términos resultan relevantes para la conceptualización de
la dimensión política de la acción colectiva. Por un lado, el denominado
"estructura de las oportunidades políticas" y, por otro lado, el
denominado "repertorios de contención".
Para Tarrow la estructura de
oportunidades políticas sintetiza "… el flujo y reflujo de la lucha
política" (Tarrow, 2004, p. 33). De acuerdo con este autor, las
dimensiones que caracterizan a este concepto son:
... (1) la apertura del acceso a la
participación de nuevos actores; (2) las pruebas de nuevas alianzas políticas
en el seno del gobierno; (3) la aparición de aliados influyentes; (4) la
aparición de divisiones entre los dirigentes; y (5) una disminución en la
capacidad o la voluntad del Estado de reprimir la disidencia. (Tarrow, 2004, p.
116)
Con respecto
al concepto "repertorios de contención", tal vez haya sido Tilly
quien mejor lo ha formulado y caracterizado. Este concepto atiende algunas de
las críticas que se le formulaba a este enfoque: la escasa importancia otorgada
a la dimensión histórica de la acción colectiva. De modo que el término
“repertorios de contención” se encuentra destinado a explicar cómo varía el
modo que asume la acción colectiva en el largo plazo y a detectar grandes
transformaciones políticas a partir de la incorporación de nuevas formas de
protesta al repertorio de la acción colectiva. Con este concepto se entiende
que las sociedades no poseen una infinita gama de formas y medios a partir de
los cuales se puede accionar contenciosamente. Así, el concepto de “repertorio”
alude a que todo actor
… emplea una gama mucho menor de performances colectivas que las que
podría utilizar en un principio, y que todos los actores de su clase hayan
manejado alguna vez y en algún lugar. Sin embargo, las performances que constituyen
un repertorio dado permanecen flexibles y sujetas a negociación e innovación.
Desde luego, las performances precisamente repetitivas tienden a perder
efectividad porque hacen la acción predecible y reducen, entonces, su impacto
estratégico. El término teatral `repertorio´ captura la combinación de la
elaboración de libretos históricos y la improvisación que caracteriza
generalmente a la acción colectiva. Las performances de la acción colectiva
europea se han ido modificando y aumentando como resultado de tres tipos de
influencias: 1. cambios producidos por aprendizaje, innovación y negociación en
el curso de la propia acción colectiva; 2. alteraciones al medio institucional;
3. las interacciones entre las dos primeras (Tilly, 2000, p. 14)
El concepto "repertorios
de contención" atiende algunas de las críticas que se le ha formulado a
este enfoque; sobre todo es parte de la teoría comparatista de
Por su parte la perspectiva de los
movimientos sociales, a diferencia del enfoque anterior, considera que la
dimensión política de la acción colectiva debe ser comprendida a partir del
modo en que esta dimensión se apoya en los aspectos culturales del orden
político.
Ello se plantea a partir del análisis
acerca de la crisis del Estado de Bienestar, la cual es visualizada con mayor
fuerza en Europa Occidental, donde se habían construido los más amplios sistemas de seguridad social. Por
ello, para el filósofo social Jurgen Habermas:
No se trata primariamente de
compensaciones que pueda ofrecer el Estado Social, sino de la defensa y
restauración de las formas de vida amenazadas
o de la implantación de nuevas formas de vida. En una palabra los nuevos
conflictos se desencadenan no en torno a problemas
de distribución, sino en torno a cuestiones relativas a la gramática de las formas de vida (Habermas,
1989, p. 556)
De acuerdo con este análisis habría
que contemplar la existencia de nuevos conflictos políticos, los que se
vinculan con los derechos humanos, la calidad de vida, la igualdad de derechos
y la autorrealización individual.
El diagnóstico sobre la crisis del
Estado de Bienestar en Europa y la emergencia de nuevos actores que protestan
por reivindicaciones particulares
diversas - ecologismo, pacifismo, feminismo o movimiento gay - impactó en las conceptualizaciones
teóricas afines a la perspectiva de los movimientos sociales. La teorización
del politólogo alemán Klaus Offe (1992) sobre los "nuevos movimientos
sociales" en tanto indicadores de la existencia de un nuevo paradigma de
acción política; el concepto de "democracia deliberativa" que sugiere
la filósofa política Seyla Benhabib (2006), y la re-elaboración de la noción de
"hegemonía" realizada por los filósofos políticos Ernesto Laclau y Chantal
Mouffe (2006), dan cuenta del modo en que lo político se apoya en los aspectos
culturales del orden social.
Cabe destacar la propuesta teórica
realizada por Laclau y Mouffe (2006). Estos autores entienden que desde la
revolución francesa lo político debe comprenderse de un modo particular. En
este sentido, retoman la teorización de Claude Lefort (1990), quien planteó que
la instauración de la democracia implicó una mutación en el plano de lo
simbólico del orden político. Efectivamente, para Laclau y Mouffe lo que se
produce con la revolución democrática designa "… el fin del
tipo de sociedad jerárquica y desigualitaria, regida por una lógica
teológico-política en la que el orden social encontraba su fundamento en la
voluntad divina.” (Laclau & Mouffe, 2006, p.197) En este contexto
histórico, es decir, con la democracia moderna, las antiguas desigualdades,
naturalizadas comienzan a ser percibidas como ilegítimas. Esto abre un nuevo
abanico de posibilidades para la acción colectiva que pueda emprender la
ciudadanía[3].
Estos autores consideran que lo político se vincula con el modo en que se
instituye lo social y que esta institución es por definición conflictiva. Esta
definición de lo político asume otra modalidad, ya que en el orden político se
ha diseminado una nueva manera de instituir lo social, cuyo mecanismo principal
es de la "lógica de la equivalencia". Con este concepto, los autores
colocan en igualdad de condiciones a los sujetos como a las demandas que estos
sujetos peticionan. El momento político por excelencia, para Lalclau y Mouffe,
es el que se da con la "articulación contingente". Esta operación se
pone en acción cuando una particularidad logra la universalidad de determinado
número de diferencias. En este breve y esquemático relato sobre la propuesta
teórica de Laclau y Mouffe se puede observar
que, en la constitución de las identidades de los sujetos sociales, lo
político se apoya en los aspectos culturales del orden político, en el cual lo
simbólico asume un papel decisivo. Estas visiones teóricas se proyectan con
fuerza sobre una teoría política que está a obligada a dar cuenta de la
creciente complejidad de las sociedades, de los Estados y del fenómeno del
poder.
La importancia de la
dimensión identitaria en la acción colectiva
El enfoque
de la movilización de recursos ha incorporado tardíamente la dimensión cultural
en el análisis de la acción colectiva. El proceso de constitución identitaria
de los actores colectivos aparece dependiente del análisis de la dimensión
política de la acción colectiva, lo cual denota la escasa especificidad que
este enfoque le otorga a esta dimensión. Ciertamente, en este enfoque, la
dimensión identitaria constituye un sub-campo del aspecto político de la acción
contenciosa.
En el mismo,
la dimensión identitaria se encuentra tematizada con los términos
"procesos enmarcadores" y "marcos interpretativos". Ellos
tenían la misión de atenuar la reducción de lo político a lo estratégico que
muchas veces primaba en este enfoque. En este sentido, se plantea que las
acciones de los que protestan se encuentran "…modeladas y
reflejan las formas de comprensión de los actores implicados. Entre la
oportunidad y la acción median las personas y su forma de entender la situación
en que se encuentran” (McAdam, 1999, p. 477).
Más allá de
la importancia que se le asigna a este término, cierto es que este enfoque no
ha llegado a darle entidad propia a la dimensión identitaria. Esto se observa
claramente en los comentarios realizados por los autores que se inscriben en
esta perspectiva. Gamson y Meyer (1999) consideran que los aspectos culturales
aparecen definidos de forma vaga, bajo los términos "clima cultural"
o "disposición de ánimo social". Estas ambigüedades finalizan con la
formulación de McAdam, quien elabora el término "marco interpretativo
estratégico", al que alude de la forma siguiente:
(…) el grado de amenaza latente que se percibe a través de las tácticas
y acciones de un movimiento, determina, decisivamente, las respuestas de otros
grupos. También existen, desde luego, otras influencias. Quizá la más relevante
de todas ellas sean los objetivos fijados por el movimiento. Considerados en
conjunto, las tácticas y objetivos fijados por un movimiento determinan, en
gran medida, las reacciones de los grupos externos que participan en el
conflicto. (McAdam, 1999, p. 479)
Con esta formulación terminológica se
puede observar que no solo se pone fin a los enredos que encerraba la dimensión
identitaria sino que se la subordina, tal como un mero reflejo del análisis de
la dimensión política de la acción colectiva; pese a los esfuerzos teóricos
realizados por autores como Tarrow, no se abandona el sesgo disciplinar que
proclama la supremacía de lo político.
A diferencia del enfoque de la
movilización de recursos, la perspectiva de los movimientos sociales ha
construido su enfoque prácticamente centrado en los aspectos culturales de la
acción colectiva; ello constituye el núcleo duro de su teoría y, al mismo
tiempo, su principal consistencia.
Dos son los autores de referencia
obligada en esta perspectiva, por un lado, Alain Touraine y, por el otro,
Alberto Melucci. Ambos, desde enfoques teóricos diferentes, abonan la idea en
torno a que las identidades sociales se constituyen en espacios políticos
conflictuales y que el factor cultura, esencial a la construcción de dichas
identidades, genera realidades políticas. Ambos han teorizado a partir de sus
trabajos empíricos. Para el sociólogo francés el conflicto tiende a la
negociación mientras que, para Melucci, existe la posibilidad de una ruptura
del orden social; esta consideración se halla expresada en sus respectivas
definiciones de movimiento social.
Por su lado, Touraine (1995) señala que un movimiento social se define
en torno a tres principios: el de identidad, el de oposición y el de totalidad.
Como señala este autor, estos tres principios deben ser entendidos en plena
interacción. En este sentido, el primero se vincularía con la definición que
hace el actor de sí mismo. Sin embargo, la definición del actor por sí mismo
tiene que hacerse en relación con un adversario. Finalmente, el principio de
totalidad alude a la elaboración de un proyecto por parte del actor, el que
involucraría un proceso en donde el actor pone en cuestión la historicidad[4] de la
sociedad. Este último punto, para Touraine, es el reviste mayor complejidad ya
que no todo actor social logra articular el tercer principio por el que se
define un movimiento social. Una de las razones poderosas que él señala consiste
en la intervención de la clase dirigente en la construcción de la historicidad
y, asimismo, el pedido de institucionalización que demanda el movimiento social
una vez que ha perdurado en el tiempo. Para Touraine ambas razones colaboran
con el riesgo de perder el radicalismo inicial de cualquiera de dichos
movimientos.
Por su parte, Melucci, define al
movimiento social en orden a tres dimensiones:
…: a) basada en la
solidaridad, b) que desarrolla un conflicto y c) que rompe los límites del
sistema en que ocurre la acción. Antes que todo, la acción colectiva debe
contener solidaridad, es decir, la capacidad de los actores de reconocerse a sí
mismos y de ser reconocidos como miembros del mismo sistema de relaciones
sociales. La segunda característica es la presencia del conflicto, es decir,
una situación en la cual dos adversarios se encuentran en oposición sobre un
objeto en común, en un campo disputado por ambos. Esta definición clásica de
conflicto es analíticamente distinta de la idea de la contradicción utilizada,
por ejemplo, en la tradición marxista. El conflicto, en realidad, presupone
adversarios que luchan por algo que reconocen, que está de por medio entre ellos, y que es por lo que precisamente
se convierten en adversarios. La tercera dimensión es la ruptura de los límites
de compatibilidad de un sistema al que los actores involucrados se refieren.
Romper los límites significa que la acción sobrepasa el rango de variación que
un sistema puede tolerar, sin cambiar su estructura (entendida como la suma de
elementos y relaciones que la conforman) (Melucci, 1999, pp. 46-47).
Las definiciones de movimiento social
que brindan Touraine y Melucci, así como la manera en que estos autores analizan
empíricamente determinados casos, dan cuenta del modo en que los términos identidad
y política se encuentran en plena interacción y del modo en que ambos términos
se requieren para asumir su sentido. No siendo la única forma de conceptualizar
la realidad de dichos movimientos, estas perspectivas diferenciadas ofrecen una
explicación satisfactoria del hecho social analizado.
Conclusiones
Este trabajo se propuso analizar el
modo en que fue concebida la dimensión cultural en la perspectiva de la acción
colectiva, delimitando este aspecto a la constitución identitaria de los grupos
contenciosos.
Se señaló que existen afinidades
teóricas así como singularidades históricas en cuanto al modo en que se
vinculan democracia y acción de protesta. En este sentido, hay que remarcar que
se concibe a la acción colectiva como un modo específico al que la sociedad ha
apelado con el objeto de elaborar diversas formas de pertenencia comunitaria.
Esto, ubicado históricamente en la última década siglo XX, tuvo particular
importancia ya que las políticas públicas originadas desde el Estado tuvieron
como consecuencia dejar desguarnecida a la sociedad. Sin embargo, ante los
procesos de desintegración social se activaron un conjunto diverso de culturas
políticas que culminaron en instancias de recomposición social, siendo la
protesta social una nítida expresión de este proceso.
En este marco de preocupaciones fue
que se exploró el cambiante vínculo que establecieron los términos política e identidad
en la perspectiva de la acción colectiva. Se comparó el enfoque de la
movilización de recursos desarrollado en
También se hizo referencia a la
virtualidad democratizadora de los movimientos sociales en una etapa de
transformaciones de la representación política, derivada de la aplicación de
las reformas neo-liberales después de 1980 y de los cambios tecnológicos que
afectan la comunicación social. Es indudable la importancia que han adquirido
dichos movimientos en la gestación de diversas formas de resistencia contra el
debilitamiento de la acción colectiva que intenta la acción del capital a nivel
global. Sin embargo, concluimos que solo movimientos sociales capaces de
proyectarse en organizaciones que cumplan las funciones de los partidos
políticos, podrán lograr satisfacer las demandas sectoriales que representan.
Esto es aplicable a los "viejos" movimientos sociales (por ejemplo
los sindicatos obreros) como a los "nuevos" (por ejemplo el de
homosexuales y lesbianas).
Finamente el concepto de Touraine y
Melucci, compartido por otros autores, ayuda a comprender la importancia del
factor cultural en la constitución de movimientos sociales, lo cual explica la
existencia de movimientos del más diverso tipo, pues los hay conservadores como
las sectas religiosas espiritualistas; y transformadores como el ecologismo. Asimismo
permite homologar los nacidos en el siglo XIX, tales como el sindicalismo
obrero o el sufragismo feminista, con los surgidos hacia 1970 como los de
minorías sexuales diversas; se evita así una errónea diferenciación entre
sindicalismo y movimiento social. En las diferentes etapas del capitalismo aparece
una pluralidad de movilizaciones que responden a necesidades sociales muy
variadas pero cuyos mecanismos de funcionamiento son semejantes.
Nuestra intención implícita es
recurrir a la teoría social para avanzar en la tarea de buscas las formas de
controlar y acortar la distancia que separan el poder de las demandas sociales.
Ellas son más profundas en países como los latinoamericanos, por lo cual es más
urgente dicha labor para investigadores de nuestra región.
Referencias
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y diversidad en la era global. Buenos Aires: Katz.
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socialista. México
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Tilly, C. (2000). Acción
colectiva. Apuntes de Investigación del CECYP, 6, 9-32.
Touraine, A. (1995).
La producción de la sociedad. México
DF: Universidad Nacional de México.
Notas
[1] A la obra que estamos haciendo referencia, "La lógica de la acción colectiva", aparece por primera vez en 1965.
[2] Es notable la crítica que hace Tarrow de la perspectiva de Olson, planteando que "lo colectivo" nunca termina de tener entidad en su obra. En este sentido, Tarrow le señala a Olson que el modo en que concibe la acción colectiva: "No es la vanguardia de Lenin, pero se le parece bastante.". (Tarrow, 1997, p. 40)
[3] Para Laclau y Moufffe la " …
Declaración de los Derechos del Hombre, proporcionaría las condiciones
discursivas que permiten plantear a las diferentes formas de desigualdad como
ilegítimas y antinaturales, y de hacerlas, por tanto, equivalerse como formas
de opresión. Esto es lo que va a constituir la fuerza subversiva del discurso
democrático, que permitirá desplazar la igualdad y la libertad hacia dominios
cada vez más amplios, y que servirá, por tanto, de fermento a las diversas formas
de lucha contra la subordinación.” (Laclau & Mouffe, 2006, p. 198)
[4] Para Touraine “… en el nivel del
campo de la historicidad, el cambio
está regido por los cambios sobrevenido en las relaciones de clase y por la
capacidad de innovación de una sociedad. El cambio realiza una mutación de un
tipo de sociedad a otro.” (Touraine, 1995, p. 305)