La dimensión cultural en diversas perspectivas de la acción colectiva

Arturo Fernández*

Esteban Iglesias**

* Abogado (UBA) Magíster y Doctor en Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad Católica de Louvain, Bélgica. Investigador Principal Jubilado Contratado del CONICET. Profesor Titular Consulto de la UBA. Investigador Principal y director del PIP-CONICET 1743.  Correo electrónico: afernandez@ceil-conicet.gob.ar 

 ** Licenciado en Ciencias Políticas. Doctor en Ciencia Política por la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario. Investigador Asistente e integra dicho PIP-CONICET. Correo electrónico: estebantatiglesias@yahoo.com.ar

Artículo recibido: 20-12-11  Artículo aceptado: 17-04-12

 

Resumen

En este trabajo nos proponemos examinar el modo en que se concibe la relación entre los términos “política” y “cultura” en dos perspectivas de la acción colectiva, la movilización de recursos y la de los movimientos sociales. Si bien estos enfoques surgieron en un contexto político similar presentan diferencias sustantivas en su forma de entender este vínculo. Del análisis se observa que el enfoque de los movimientos sociales presenta mayor potencialidad explicativa gracias a colocar en interacción las dimensiones analizadas evitando reducir o supeditar una de las dimensiones a la otra. Para las democracias contemporáneas utilizar un enfoque que enfatice el complejo campo de interacciones entre política y cultura presenta el beneficio explicativo de poder captar el modo en que prácticas políticas pasadas se fusionan con las presentes.

 

Palabras Clave: Política; Cultura; Interacciones; Movimientos sociales

 

Abstract

In this work we propose to examine the way the relation between the terms "politics" and "culture" is conceived as two perspectives of the collective action, the mobilization of resources and that of the social movements. Though these approaches arose in a political similar context they present substantive differences in his way of understanding this link. From the analysis we observed that the approach of the social movements presents major explanatory potential when placing the interaction of the analyzed dimensions and avoiding to reduce or to subordinate one of the dimensions to other one. For the contemporary democracies the use of an approach that emphasizes the complex field of interactions between politics and culture presents the explanatory benefit of being able to catch the way in which past practical policies fuse with the present ones.

 

Keywords:  Politics; Culture; Interactions; Social Movements

 

Introducción

En este artículo se analizará el modo en que la dimensión cultural es concebida en diversos enfoques de la acción colectiva, enfatizando la manera en que  se interpretan los procesos de identificación política que atraviesan los actores colectivos en el marco de la protesta social; nos parece un tema significativo e insuficientemente abordado.  Los autores del artículo hemos encontrado en nuestras investigaciones individuales y en común algunas regularidades que afectan las concepciones teóricas sobre acción colectiva prevalecientes en Ciencia Política; nos sentimos en la obligación de reflexionar sobre ellas críticamente y luego poner a consideración un enfoque derivado de la Teoría social que puede contribuir a clarificar el sentido de dicha acción colectiva.

 

En primer lugar, hemos observado que el vínculo entre cultura e identidad reviste particular importancia en nuestra época, ya que, en las democracias políticas actuales, los grupos contenciosos que se constituyen en torno a elementos identitarios exigen el reconocimiento del Estado con el objeto de preservar sus especificidades a través de la afirmación de un  conjunto de valores propios a cada uno de ellos, los cuales constituyen "su cultura". En este sentido, "la política identitaria involucra al Estado en guerras culturales; por consiguiente, el propio concepto de cultura ha cambiado" (Benhabib, 2006) respecto a una época histórica no muy lejana; quizás los años sesenta fueron el inicio de esta transformación que tuvo efectos globales, dando lugar a la aparición de diversa luchas sociales de grupos marginados que pugnaban por recuperar su identidad; por ejemplo pueblos oprimidos por otro más numeroso y/o dominantes, minorías diversas que sufren marginación por razones étnicas, religiosas o sexuales, etc.

 

Las ciencias sociales ofrecen, en la actualidad, dos enfoques principales aunque no exhaustivos de la acción colectiva: el de la movilización de recursos y el de los movimientos sociales. A pesar de haber surgido en un contexto socio-político común, las sociedades industriales, dichos enfoques presentan diferencias sustantivas respecto del modo en que conciben los procesos de identificación política que experimentan los grupos contenciosos. Es cierto que el primero está relacionado con la forma de ser de la sociedad norteamericana y el segundo con la del continente europeo; no es el lugar para extenderse sobre las diferencias entre una y otra realidad socio-histórica pero ellas existen en materia de estructura social. Por otra parte, hemos comprobado que las diferencias se hacen presentes con mayor fuerza cuando se pretende operacionalizar la identificación empírica de los grupos que se desea analizar.   

 

            También habría que analizar la existencia de afinidades entre los términos "democracia política" y "protesta social" y las singularidades que presenta su vínculo a lo largo de la historia política. Considerando los aspectos teóricos, se puede plantear que, gracias a la universalización del sufragio masculino y posteriormente el femenino, dicha democracia política no puede concebirse ni practicarse dejando de lado la protesta social; a su vez, para que la protesta social posea un carácter regular se requiere el funcionamiento de las prácticas de la democracia política y de ciertos niveles de Estado de Derecho.

              Considerando la dimensión histórica, la relevancia de la acción colectiva en la última década del siglo XX radicó en que la misma constituyó un modo y un mecanismo por el cual determinados grupos sociales elaboraron su pertenencia comunitaria. Esto acaeció en un contexto histórico en el que, desde el ámbito estatal, se aplicaron, casi a nivel mundial, políticas inspiradas en el consenso de Washington, las que terminaron ocasionando diferentes procesos de desintegración social.

            En el plano de las organizaciones de masas - en particular en los partidos políticos - fue posible visualizar entonces el modo en que estas organizaciones comenzaron a asumir modalidades que Mair y Katz (1997)  tipificaron como las de "partido cartel", un tipo de organización parcialmente desvinculada de la sociedad civil;  ella privilegia su relación con el Estado para obtener su financiamiento y se relaciona con otros partidos con representación parlamentaria con el propósito de ganar votos en las elecciones y así evitar que surjan nuevos partidos políticos.

              Ello originó las transformaciones en el plano de la representación política que continúan hasta el presente, las mismas inclinan el fiel de la balanza hacia formas de personalización de la política, cuyo principal escenario pasan a ser los medios audiovisuales de comunicación; por lo tanto, solo los partidos y políticos capaces de adaptarse a la lógica de dichos medios son capaces de llegar a electorados que tienden a reducirse. Ciertamente, en la representación política intervienen dos fuerzas contrapuestas; por un lado, la institución por medio del liderazgo de aquello que se ha de representar; y, por otra parte, la transmisión de intereses, demandas y expectativas por parte de la sociedad (Pousadela, 2006). A fines del siglo XX, ha primado la fuerza relativa de la institución por medio del liderazgo, en el que la imagen de los candidatos ha reemplazado al programa del partido de masas en tanto modo de identificación política. Al haberse generalizado las elecciones más o menos y pluralistas (hoy se vota en cerca de ciento sesenta Estados), este diagnóstico político de fin del siglo XX posee cierta certeza, extensiva a la mayoría de las sociedades industriales y de las en vías de desarrollo; en consecuencia  una estudio sobre la acción colectiva debe remitirse a los modos que las sociedades han elegido para elaborar  una nueva cultura que permita la proyección política de los actores sociales, a menudo alejados de las formas de representación política tradicionales.

 

La dimensión política  en la perspectiva de la acción colectiva

 

El interrogante central que orienta el análisis del vínculo entre los términos política e identidad en la perspectiva de la acción colectiva es el siguiente: ¿de qué modo prácticas políticas ya existentes en la sociedad se fusionan con formas de lucha presentes y qué tipo de identidades se constituyen a partir de esta fusión?

 

Este vínculo ha sido ampliamente explorado por los enfoques sobre la acción colectiva antes mencionados. Cabe destacar que la respuesta al interrogante formulado no se ha modificado de forma sustantiva desde los planteos originarios de cada una de ellos. Por una parte, el de la movilización de recursos ha analizado dicho vínculo poniendo el énfasis en el término política, haciendo que los procesos de identificación de los grupos contenciosos sean concebidos como mero resultado de aquella dimensión. Efectivamente, en este enfoque la construcción identitaria es el resultado y un producto de las acciones políticas de protesta. Por otra parte, el de los movimientos sociales ha planteado que el carácter del vínculo entre los términos política e identidad es de interacción y de mutua incidencia. En este sentido, los procesos de construcción identitaria no preceden a la política, así como tampoco pueden comprenderse como mero resultado de la acción política de protesta.     

 

El enfoque de la movilización de recursos se ha esforzado por describir y analizar el momento político de la acción colectiva, el que aparece sintetizado en el momento mismo de la acción de protesta. Para él la dimensión política resulta ser un determinante explicativo del surgimiento, la duración y la modalidad que asume la acción colectiva. De los clásicos y pioneros trabajos realizados por Mancur Olson (1992)[1] a las investigaciones de Sidney Tarrow y Charles Tilly mucho se ha avanzado, sobre todo, en la definición del actor colectivo en cuanto tal y en la caracterización política del mismo[2].

En el enfoque de la movilización de recursos al menos dos términos resultan relevantes para la conceptualización de la dimensión política de la acción colectiva. Por un lado, el denominado "estructura de las oportunidades políticas" y, por otro lado, el denominado "repertorios de contención".

Para Tarrow la estructura de oportunidades políticas sintetiza "… el flujo y reflujo de la lucha política" (Tarrow, 2004, p. 33). De acuerdo con este autor, las dimensiones que caracterizan a este concepto son:

 

 ... (1) la apertura del acceso a la participación de nuevos actores; (2) las pruebas de nuevas alianzas políticas en el seno del gobierno; (3) la aparición de aliados influyentes; (4) la aparición de divisiones entre los dirigentes; y (5) una disminución en la capacidad o la voluntad del Estado de reprimir la disidencia. (Tarrow, 2004, p. 116)

 

Con respecto al concepto "repertorios de contención", tal vez haya sido Tilly quien mejor lo ha formulado y caracterizado. Este concepto atiende algunas de las críticas que se le formulaba a este enfoque: la escasa importancia otorgada a la dimensión histórica de la acción colectiva. De modo que el término “repertorios de contención” se encuentra destinado a explicar cómo varía el modo que asume la acción colectiva en el largo plazo y a detectar grandes transformaciones políticas a partir de la incorporación de nuevas formas de protesta al repertorio de la acción colectiva. Con este concepto se entiende que las sociedades no poseen una infinita gama de formas y medios a partir de los cuales se puede accionar contenciosamente. Así, el concepto de “repertorio” alude a que todo actor

… emplea una gama mucho menor de performances colectivas que las que podría utilizar en un principio, y que todos los actores de su clase hayan manejado alguna vez y en algún lugar. Sin embargo, las performances que constituyen un repertorio dado permanecen flexibles y sujetas a negociación e innovación. Desde luego, las performances precisamente repetitivas tienden a perder efectividad porque hacen la acción predecible y reducen, entonces, su impacto estratégico. El término teatral `repertorio´ captura la combinación de la elaboración de libretos históricos y la improvisación que caracteriza generalmente a la acción colectiva. Las performances de la acción colectiva europea se han ido modificando y aumentando como resultado de tres tipos de influencias: 1. cambios producidos por aprendizaje, innovación y negociación en el curso de la propia acción colectiva; 2. alteraciones al medio institucional; 3. las interacciones entre las dos primeras (Tilly, 2000, p. 14)

 

            El concepto "repertorios de contención" atiende algunas de las críticas que se le ha formulado a este enfoque; sobre todo es parte de la teoría comparatista de la Ciencia Política norteamericana, la cual amplió su capacidad de comprensión de realidades socio-políticas diferente de la existente en Estados Unidos. Sin embargo, él sigue dejando al descubierto el punto ciego que presenta esta perspectiva: la dimensión identitaria. Efectivamente, con los conceptos "estructura de oportunidades políticas" y "repertorios de contención" con frecuencia se corre el riesgo de no darle entidad al aspecto cultural de la acción contenciosa. En este sentido, es preciso plantear que el énfasis puesto en la dimensión política se traduce analíticamente en una reducción de la dimensión identitaria a un simple reflejo de lo político.  

 

Por su parte la perspectiva de los movimientos sociales, a diferencia del enfoque anterior, considera que la dimensión política de la acción colectiva debe ser comprendida a partir del modo en que esta dimensión se apoya en los aspectos culturales del orden político.

 

Ello se plantea a partir del análisis acerca de la crisis del Estado de Bienestar, la cual es visualizada con mayor fuerza en Europa Occidental, donde se habían construido los más  amplios sistemas de seguridad social. Por ello, para el filósofo social Jurgen Habermas:

No se trata primariamente de compensaciones que pueda ofrecer el Estado Social, sino de la defensa y restauración de las formas de vida amenazadas  o de la implantación de nuevas formas de vida. En una palabra los nuevos conflictos se desencadenan no en torno a problemas de distribución, sino en torno a cuestiones relativas a la gramática de las formas de vida (Habermas, 1989, p. 556)

 

De acuerdo con este análisis habría que contemplar la existencia de nuevos conflictos políticos, los que se vinculan con los derechos humanos, la calidad de vida, la igualdad de derechos y la autorrealización individual.

 

El diagnóstico sobre la crisis del Estado de Bienestar en Europa y la emergencia de nuevos actores que protestan por  reivindicaciones particulares diversas - ecologismo, pacifismo, feminismo o movimiento gay - impactó en las conceptualizaciones teóricas afines a la perspectiva de los movimientos sociales. La teorización del politólogo alemán Klaus Offe (1992) sobre los "nuevos movimientos sociales" en tanto indicadores de la existencia de un nuevo paradigma de acción política; el concepto de "democracia deliberativa" que sugiere la filósofa política Seyla Benhabib (2006), y la re-elaboración de la noción de "hegemonía" realizada por los filósofos políticos Ernesto Laclau y Chantal Mouffe (2006), dan cuenta del modo en que lo político se apoya en los aspectos culturales del orden social.

 

Cabe destacar la propuesta teórica realizada por Laclau y Mouffe (2006). Estos autores entienden que desde la revolución francesa lo político debe comprenderse de un modo particular. En este sentido, retoman la teorización de Claude Lefort (1990), quien planteó que la instauración de la democracia implicó una mutación en el plano de lo simbólico del orden político. Efectivamente, para Laclau y Mouffe lo que se produce con la revolución democrática designa "… el fin del tipo de sociedad jerárquica y desigualitaria, regida por una lógica teológico-política en la que el orden social encontraba su fundamento en la voluntad divina.” (Laclau & Mouffe, 2006, p.197) En este contexto histórico, es decir, con la democracia moderna, las antiguas desigualdades, naturalizadas comienzan a ser percibidas como ilegítimas. Esto abre un nuevo abanico de posibilidades para la acción colectiva que pueda emprender la ciudadanía[3]. Estos autores consideran que lo político se vincula con el modo en que se instituye lo social y que esta institución es por definición conflictiva. Esta definición de lo político asume otra modalidad, ya que en el orden político se ha diseminado una nueva manera de instituir lo social, cuyo mecanismo principal es de la "lógica de la equivalencia". Con este concepto, los autores colocan en igualdad de condiciones a los sujetos como a las demandas que estos sujetos peticionan. El momento político por excelencia, para Lalclau y Mouffe, es el que se da con la "articulación contingente". Esta operación se pone en acción cuando una particularidad logra la universalidad de determinado número de diferencias. En este breve y esquemático relato sobre la propuesta teórica de Laclau y Mouffe se puede observar  que, en la constitución de las identidades de los sujetos sociales, lo político se apoya en los aspectos culturales del orden político, en el cual lo simbólico asume un papel decisivo. Estas visiones teóricas se proyectan con fuerza sobre una teoría política que está a obligada a dar cuenta de la creciente complejidad de las sociedades, de los Estados y del fenómeno del poder. 

 

La importancia de la dimensión identitaria en la acción colectiva

            El enfoque de la movilización de recursos ha incorporado tardíamente la dimensión cultural en el análisis de la acción colectiva. El proceso de constitución identitaria de los actores colectivos aparece dependiente del análisis de la dimensión política de la acción colectiva, lo cual denota la escasa especificidad que este enfoque le otorga a esta dimensión. Ciertamente, en este enfoque, la dimensión identitaria constituye un sub-campo del aspecto político de la acción contenciosa.

 

            En el mismo, la dimensión identitaria se encuentra tematizada con los términos "procesos enmarcadores" y "marcos interpretativos". Ellos tenían la misión de atenuar la reducción de lo político a lo estratégico que muchas veces primaba en este enfoque. En este sentido, se plantea que las acciones de los que protestan se encuentran "…modeladas y reflejan las formas de comprensión de los actores implicados. Entre la oportunidad y la acción median las personas y su forma de entender la situación en que se encuentran” (McAdam, 1999, p. 477).

 

            Más allá de la importancia que se le asigna a este término, cierto es que este enfoque no ha llegado a darle entidad propia a la dimensión identitaria. Esto se observa claramente en los comentarios realizados por los autores que se inscriben en esta perspectiva. Gamson y Meyer (1999) consideran que los aspectos culturales aparecen definidos de forma vaga, bajo los términos "clima cultural" o "disposición de ánimo social". Estas ambigüedades finalizan con la formulación de McAdam, quien elabora el término "marco interpretativo estratégico", al que alude de la forma siguiente:

(…) el grado de amenaza latente que se percibe a través de las tácticas y acciones de un movimiento, determina, decisivamente, las respuestas de otros grupos. También existen, desde luego, otras influencias. Quizá la más relevante de todas ellas sean los objetivos fijados por el movimiento. Considerados en conjunto, las tácticas y objetivos fijados por un movimiento determinan, en gran medida, las reacciones de los grupos externos que participan en el conflicto. (McAdam, 1999, p. 479)

 

Con esta formulación terminológica se puede observar que no solo se pone fin a los enredos que encerraba la dimensión identitaria sino que se la subordina, tal como un mero reflejo del análisis de la dimensión política de la acción colectiva; pese a los esfuerzos teóricos realizados por autores como Tarrow, no se abandona el sesgo disciplinar que proclama la supremacía de lo político.

 

A diferencia del enfoque de la movilización de recursos, la perspectiva de los movimientos sociales ha construido su enfoque prácticamente centrado en los aspectos culturales de la acción colectiva; ello constituye el núcleo duro de su teoría y, al mismo tiempo, su principal consistencia.

 

Dos son los autores de referencia obligada en esta perspectiva, por un lado, Alain Touraine y, por el otro, Alberto Melucci. Ambos, desde enfoques teóricos diferentes, abonan la idea en torno a que las identidades sociales se constituyen en espacios políticos conflictuales y que el factor cultura, esencial a la construcción de dichas identidades, genera realidades políticas. Ambos han teorizado a partir de sus trabajos empíricos. Para el sociólogo francés el conflicto tiende a la negociación mientras que, para Melucci, existe la posibilidad de una ruptura del orden social; esta consideración se halla expresada en sus respectivas definiciones de movimiento social.

 

  Por su lado, Touraine (1995) señala que un movimiento social se define en torno a tres principios: el de identidad, el de oposición y el de totalidad. Como señala este autor, estos tres principios deben ser entendidos en plena interacción. En este sentido, el primero se vincularía con la definición que hace el actor de sí mismo. Sin embargo, la definición del actor por sí mismo tiene que hacerse en relación con un adversario. Finalmente, el principio de totalidad alude a la elaboración de un proyecto por parte del actor, el que involucraría un proceso en donde el actor pone en cuestión la historicidad[4] de la sociedad. Este último punto, para Touraine, es el reviste mayor complejidad ya que no todo actor social logra articular el tercer principio por el que se define un movimiento social. Una de las razones poderosas que él señala consiste en la intervención de la clase dirigente en la construcción de la historicidad y, asimismo, el pedido de institucionalización que demanda el movimiento social una vez que ha perdurado en el tiempo. Para Touraine ambas razones colaboran con el riesgo de perder el radicalismo inicial de cualquiera de dichos movimientos.

Por su parte, Melucci, define al movimiento social en orden a tres dimensiones:

…: a) basada en la solidaridad, b) que desarrolla un conflicto y c) que rompe los límites del sistema en que ocurre la acción. Antes que todo, la acción colectiva debe contener solidaridad, es decir, la capacidad de los actores de reconocerse a sí mismos y de ser reconocidos como miembros del mismo sistema de relaciones sociales. La segunda característica es la presencia del conflicto, es decir, una situación en la cual dos adversarios se encuentran en oposición sobre un objeto en común, en un campo disputado por ambos. Esta definición clásica de conflicto es analíticamente distinta de la idea de la contradicción utilizada, por ejemplo, en la tradición marxista. El conflicto, en realidad, presupone adversarios que luchan por algo que reconocen, que está de por medio   entre ellos, y que es por lo que precisamente se convierten en adversarios. La tercera dimensión es la ruptura de los límites de compatibilidad de un sistema al que los actores involucrados se refieren. Romper los límites significa que la acción sobrepasa el rango de variación que un sistema puede tolerar, sin cambiar su estructura (entendida como la suma de elementos y relaciones que la conforman) (Melucci, 1999, pp. 46-47).

 

Las definiciones de movimiento social que brindan Touraine y Melucci, así como la manera en que estos autores analizan empíricamente determinados casos, dan cuenta del modo en que los términos identidad y política se encuentran en plena interacción y del modo en que ambos términos se requieren para asumir su sentido. No siendo la única forma de conceptualizar la realidad de dichos movimientos, estas perspectivas diferenciadas ofrecen una explicación satisfactoria del hecho social analizado.

 

 

Conclusiones

Este trabajo se propuso analizar el modo en que fue concebida la dimensión cultural en la perspectiva de la acción colectiva, delimitando este aspecto a la constitución identitaria de los grupos contenciosos.

 

Se señaló que existen afinidades teóricas así como singularidades históricas en cuanto al modo en que se vinculan democracia y acción de protesta. En este sentido, hay que remarcar que se concibe a la acción colectiva como un modo específico al que la sociedad ha apelado con el objeto de elaborar diversas formas de pertenencia comunitaria. Esto, ubicado históricamente en la última década siglo XX, tuvo particular importancia ya que las políticas públicas originadas desde el Estado tuvieron como consecuencia dejar desguarnecida a la sociedad. Sin embargo, ante los procesos de desintegración social se activaron un conjunto diverso de culturas políticas que culminaron en instancias de recomposición social, siendo la protesta social una nítida expresión de este proceso.

 

En este marco de preocupaciones fue que se exploró el cambiante vínculo que establecieron los términos política e identidad en la perspectiva de la acción colectiva. Se comparó el enfoque de la movilización de recursos desarrollado en la Ciencia Política, en el cual los aspectos culturales constituyen su verdadero "punto ciego", con el de los movimientos sociales; en este lo cultural constituye su núcleo duro. La pregunta acerca de los modos en que las prácticas políticas pasadas se fusionan con las prácticas presentes es respondida satisfactoriamente por dicha perspectiva de los movimientos sociales; además la potencialidad de la misma radica en que logra colocar en interacción los términos identidad y política, permitiendo captar la forma diversa en que se constituyen los sujetos sociales a través de la acción contenciosa.  

También se hizo referencia a la virtualidad democratizadora de los movimientos sociales en una etapa de transformaciones de la representación política, derivada de la aplicación de las reformas neo-liberales después de 1980 y de los cambios tecnológicos que afectan la comunicación social. Es indudable la importancia que han adquirido dichos movimientos en la gestación de diversas formas de resistencia contra el debilitamiento de la acción colectiva que intenta la acción del capital a nivel global. Sin embargo, concluimos que solo movimientos sociales capaces de proyectarse en organizaciones que cumplan las funciones de los partidos políticos, podrán lograr satisfacer las demandas sectoriales que representan. Esto es aplicable a los "viejos" movimientos sociales (por ejemplo los sindicatos obreros) como a los "nuevos" (por ejemplo el de homosexuales y lesbianas).

Finamente el concepto de Touraine y Melucci, compartido por otros autores, ayuda a comprender la importancia del factor cultural en la constitución de movimientos sociales, lo cual explica la existencia de movimientos del más diverso tipo, pues los hay conservadores como las sectas religiosas espiritualistas; y transformadores como el ecologismo. Asimismo permite homologar los nacidos en el siglo XIX, tales como el sindicalismo obrero o el sufragismo feminista, con los surgidos hacia 1970 como los de minorías sexuales diversas; se evita así una errónea diferenciación entre sindicalismo y movimiento social. En las diferentes etapas del capitalismo aparece una pluralidad de movilizaciones que responden a necesidades sociales muy variadas pero cuyos mecanismos de funcionamiento son semejantes.

Nuestra intención implícita es recurrir a la teoría social para avanzar en la tarea de buscas las formas de controlar y acortar la distancia que separan el poder de las demandas sociales. Ellas son más profundas en países como los latinoamericanos, por lo cual es más urgente dicha labor para investigadores de nuestra región.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


Referencias

Benhabib, S. (2006). Las reivindicaciones de la cultura. Igualdad y diversidad en la era global. Buenos Aires: Katz.

Gamson, W. & Meyer, D. (1999). Marcos interpretativos de la oportunidad política. En McAdam, D.; McCarthy, J. & Zald, M. (comp.) Movimientos sociales: perspectivas comparadas. Oportunidades políticas, estructuras de movilización y marcos interpretativos culturales. Madrid: Istmo.

Habermas, J. (1989). Teoría de la acción comunicativa. Buenos Aires: Taurus.

Laclau, E. & Mouffe, C.H. (2006). Hegemonía y estrategia socialista. México DF: Fondo de Cultura Económica.

Lefort, C. (1990). La invención democrática. Buenos Aires: Nueva Visión.

Mair, P. & Katz, R. (1997). Party system change. United Kingdom: Oxford University Press.

McAdam, D. (1999). Marcos interpretativos y tácticas utilizadas por los movimientos: dramaturgia estratégica en el movimiento americano Pro-Derechos civiles. En McAdam, D.; McCarthy, J. & Zald, M. (comp.). Movimientos sociales: perspectivas comparadas. Oportunidades políticas, estructuras de movilización y marcos interpretativos culturales. Madrid: Istmo.

Melucci, A. (1999). Acción colectiva, vida cotidiana y democracia.  México DF: Colegio de México.

Offe, K. (1992). La gestión política. Madrid: Centro de Publicaciones del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social.

Olson, M. (1992).  La lógica de la acción colectiva. México DF: Limusa.

Pousadela, I. (2006). Que se vayan todos. Enigmas de la representación política. Buenos Aires: Capital Intelectual.

Tarrow, S. (1997). Estado y oportunidades: la estructuración política de los movimientos sociales. En McAdam, D.; McCarthy, J. & Zald, M. (comp.), Movimientos sociales: perspectivas comparadas. Oportunidades políticas, estructuras de movilización y marcos interpretativos culturales. Madrid: Istmo.

Tarrow, S. (2004). El poder en movimiento. Los movimientos sociales, la acción colectiva y la política. Madrid: Alianza.

Tilly, C. (2000). Acción colectiva.  Apuntes de Investigación del CECYP, 6, 9-32.

Touraine, A. (1995). La producción de la sociedad. México DF: Universidad Nacional de México.

 

 

 

 

 

 


Notas



[1] A la obra que estamos haciendo referencia, "La lógica de la acción colectiva", aparece por primera vez en 1965.

[2] Es notable la crítica que hace Tarrow de la perspectiva de Olson, planteando que "lo colectivo" nunca termina de tener entidad en su obra. En este sentido, Tarrow le señala a Olson que el modo en que concibe la acción colectiva: "No es la vanguardia de Lenin, pero se le parece bastante.".  (Tarrow, 1997, p. 40)

[3] Para Laclau y Moufffe la " … Declaración de los Derechos del Hombre, proporcionaría las condiciones discursivas que permiten plantear a las diferentes formas de desigualdad como ilegítimas y antinaturales, y de hacerlas, por tanto, equivalerse como formas de opresión. Esto es lo que va a constituir la fuerza subversiva del discurso democrático, que permitirá desplazar la igualdad y la libertad hacia dominios cada vez más amplios, y que servirá, por tanto, de fermento a las diversas formas de lucha contra la subordinación.” (Laclau & Mouffe, 2006, p. 198)

 

[4] Para Touraine “… en el nivel del campo de la historicidad, el cambio está regido por los cambios sobrevenido en las relaciones de clase y por la capacidad de innovación de una sociedad. El cambio realiza una mutación de un tipo de sociedad a otro.” (Touraine, 1995, p. 305)