Los seis interrogantes de la interpretación

Sergio Marcelo Rodríguez Rivollier[1]*

Universidad Autónoma de Madrid

España

Resumen

Mucho se ha escrito sobre la interpretación desde hace muchos años. Sin embargo, poco se conoce sobre los fundamentos teóricos de la interpretación y lo que dice la literatura especializada sobre esta disciplina incluso dentro del sector de la traducción y la interpretación. El objetivo del presente artículo es presentar algunos de los postulados fundamentales de la interpretación con el fin de aclarar las dudas existentes y profundizar, en cierta forma, parte de los conceptos clave de esta disciplina en constante evolución.

Palabras clave: Interpretación, Teoría del sentido, Modelo de los esfuerzos, discurso, traducción.

Abstract

For many years, much has been written about interpreting. However, little is known about the theoretical foundations of this discipline even within the translation and interpreting industry. The aim of this article is to explain some of the main ideas concerning interpreting in order to shed light on existing doubts and somehow deepen the key concepts of this discipline in constant evolution.

Keywords: interpreting, Theory of Sense, Efforts Model, speech, translation.

Fecha de recepción: 23-06-20. Fecha de aceptación: 19-03-21.

La interpretación es una profesión que, tal y como la conocemos hoy en día, es bastante reciente ya que su difusión comienza a generalizarse hacia la mitad del siglo XX, si bien su práctica cotidiana se viene realizando desde tiempos inmemoriales. No obstante, la profesión en sí, y cómo esta se actualiza en una conferencia o evento internacional, o reunión multilingüe, no es conocida por el gran público pese a que desde hace ya varios siglos muchos han sido los teóricos y expertos que la han abordado en sus escritos[2]. Mi objetivo en este artículo es presentar a algunos de esos grandes autores aunando parte de sus conocimientos y contribuciones en un documento que sirva de guía tanto para profesionales de la interpretación como para intérpretes en formación y formadores de intérpretes. El alcance no es exhaustivo, ya que me he limitado a algunos aspectos de la interpretación que considero más relevantes. Todo lo escrito es fruto de mi reflexión como intérprete en ejercicio desde hace más de veinte años y de mi experiencia como formador de intérpretes, tarea que desempeño hace mucho tiempo. Nada es más reconfortante que compartir el fruto de la reflexión con quien desee escucharla.

En uno de sus múltiples cuentos para niños, concretamente, “The Elephant’s Child”, que forma parte de Just So Stories (1902), Rudyard Kipling presenta, al finalizar el relato, un breve poema cuya primera estrofa reza:

Tengo seis honestos servidores:
(Que me enseñaron cuanto sé)
Se llaman qué y dónde y cuándo 
 Y cómo y por qué y quién.[3]

Se afirma que estas seis interrogaciones son las que los periodistas, científicos y todos aquellos que deseen dedicarse a la investigación han de responder, o quizás intentar responder, con el fin de asegurarse de que la idea presentada o el concepto que se expone o la afirmación que se realiza es aprehendida en su totalidad. Por otra parte, la tradición tomista enseña que para llegar a la esencia de las cosas la clave es cuestionárselas tal y como el mismo Santo Tomás de Aquino expone en la Suma Teológica.

En la investigación sobre interpretación, las seis preguntas son igualmente válidas por lo que intentaré responder a ellas recurriendo a parte de la literatura especializada. De estas seis preguntas, dos merecen mayor consideración, no por ser más importantes sino porque apuntan a la naturaleza misma de la interpretación: qué y cómo. Los grandes intérpretes e investigadores de la interpretación que presentaré para responder a estas dos preguntas de gran envergadura son Danica Seleskovitch y Daniel Gile.

Seguiré, pues, el orden propuesto por Kipling en su poema a sabiendas de que romperé este orden al referirme al qué y al cómo por separado y después de haber abordado las otras preguntas. Empecemos entonces por el dónde.

¿Dónde se realiza la interpretación?

La respuesta a esta pregunta puede parecer obvia a simple vista: en una cabina. La verdad es que, en parte, la contestación es acertada, pero no del todo. La interpretación simultánea se realiza en una cabina de interpretación donde se instala la consola que manejan los intérpretes para escuchar el discurso en la lengua de partida y emitir el discurso en la lengua de llegada. Nótense dos cosas a partir de lo que acabo de escribir. En primer lugar, me refiero a todo el sistema técnico requerido para la interpretación y, en segundo lugar, hago alusión al discurso de partida y al discurso de llegada. De esto hablaré con más profundidad más adelante, pero es necesario aclarar que el intérprete no traduce literalmente las palabras que escucha sino que elabora un discurso en la lengua de aquellos que no entienden el idioma en el que se hace el discurso original.

El elemento técnico no es baladí y los intérpretes estamos obligados a tener un conocimiento, si bien superficial, de cómo funcionan los aparatos utilizados y cómo se deben disponer en la sala en la que se hará la interpretación. Esto es así porque, si bien contamos con excelentes técnicos de sonido que nos asisten en todo momento durante la conferencia o evento, una parte del trabajo más técnico corresponde también a los intérpretes, como, por ejemplo, el propio manejo de los aparatos que varían de una sala a otra. Igualmente, somos nosotros los que tenemos que saber cómo funciona el sistema de relé, somos nosotros los que tenemos que cambiar los canales cuando el relé se vuelve necesario y somos nosotros los responsables de asegurarnos de que todo lo que esté a nuestro alcance desde el punto de vista técnico se realice sin que se interrumpa el flujo de la comunicación entre personas que no hablan el mismo idioma, objetivo final de nuestro trabajo. Hasta tal punto es fundamental la cuestión técnica que la propia Asociación Internacional de Intérpretes de Conferencias, AIIC, (2011) afirma en su sitio web que: «La calidad y fiabilidad del equipo, determina la calidad y fiabilidad de la interpretación y, por ello, el éxito de la reunión». En las escuelas de interpretación se presta escasa atención a este elemento tan vital, y los intérpretes tenemos que aprender a trabajar con estas cuestiones técnicas a medida que nos vamos introduciendo en el mercado de la interpretación. En el siglo XXI, la técnica ha avanzado tanto que a veces nos puede costar estar a la altura de las transformaciones que se producen y que afectan también la interpretación, sobre todo en cuanto a los dispositivos y herramientas que se pueden utilizar en la cabina cuando interpretamos en simultánea. De todas formas, el concepto básico del equipo de interpretación como tal ha variado poco, por no decir nada, desde que Filene y Finley patentaran el primer equipo en 1927, cuya explotación realizó posteriormente la empresa IBM. Aurora Ruiz Mezcua de la Universidad de Málaga hace un completo estudio sobre el equipo de interpretación simultánea y afirma que desde el inicio se trata de un «sistema que, formado por cables, micrófonos y auriculares, [permite] hablar y escuchar al mismo tiempo» (2010, p. 54). En la actualidad, el sistema utilizado es el mismo, aunque se ha inventado también un aparato portátil que permite hacer una interpretación simultánea sin cabina de forma que los intérpretes hablan a un micrófono móvil cuyo sonido llega a los receptores de los usuarios igual que los de interpretación simultánea con cabina. La diferencia es que, en este caso, los intérpretes no están aislados con lo que la acústica no es tan buena como la de la cabina y la concentración también puede verse afectada.

Por otra parte, las últimas tendencias se van encaminando hacia la interpretación remota, llamada también a distancia o teleinterpretación, es decir, aquel tipo de interpretación en la que el evento se realiza en un lugar distinto de donde se encuentran los intérpretes cuya cabina se conecta remotamente usando alguna de las plataformas existentes de interpretación a distancia. Recientemente, por ejemplo, me tocó interpretar desde Madrid una reunión que se desarrollaba en Bratislava en la que hubo incluso una conexión con un tercer país europeo.

Cuando nos referimos a la interpretación consecutiva, el dónde no está tan relacionado con aspectos técnicos, ya que el intérprete no realiza su trabajo desde una cabina sino desde el mismo sitio, generalmente, en el que se encuentra el ponente. Aunque la afirmación precedente parezca obvia, muchos organizadores de congresos y de reuniones internacionales no son conscientes de cuál es exactamente la labor ejercida por los intérpretes y los colocan a una distancia desde la que es imposible escuchar y, por lo tanto, imposible interpretar. Para esta actividad tan compleja es fundamental que el intérprete escuche bien, por eso el dónde no es irrelevante, ya que la señal acústica tiene que llegarle correctamente para poder empezar a procesar la información.

En la interpretación de enlace o bilateral, la otra modalidad de interpretación, el intérprete suele colocarse entre las dos personas para las que interpreta o entre las dos pequeñas delegaciones que asisten a la reunión, ya que la bilateral se utiliza con grupos reducidos. En este caso, podría decirse que el intérprete es un integrante más de la reunión y así lo dice la experiencia en muchas reuniones de este tipo.  

El dónde hace relación también al entorno en que se realiza la interpretación. Una interpretación, cualquiera sea su modalidad (simultánea, consecutiva o de enlace) se lleva a cabo en conferencias, eventos, congresos, reuniones, encuentros, jornadas formativas, presentación de productos o servicios, conferencias de prensa, entrevistas, en hospitales o servicios públicos como, por ejemplo, comisarías, ONG, etc. Sea cual sea el entorno y la modalidad de interpretación elegida, el dónde, como hemos visto, es variable, aunque hay algo que no varía: la calidad de la interpretación que han de asegurar los intérpretes profesionales contratados.

Siguiente interrogante: ¿Cuándo se ha de interpretar?

Tampoco es esta pregunta baladí. Las dos modalidades de interpretación más utilizadas, consecutiva y simultánea, hacen alusión al tiempo. En pocas palabras, la interpretación simultánea se realiza a la vez que habla el ponente y la consecutiva con posterioridad. Dicho así parecería sencillo, pero en realidad no lo es tanto. Es literalmente imposible hablar a la vez que otra persona, y más si se tiene en cuenta que la interpretación no es una transposición de palabras (y si lo fuera, tampoco sería posible realizar este proceso de forma exactamente concomitante ya que el intérprete desconoce lo que el orador va a enunciar, con lo cual la espera se hace inevitable). La interpretación es la reelaboración de un discurso, y por ello, el intérprete ha de analizar el contenido del discurso de partida, para lo cual el décalage, como se dice en la profesión siguiendo la expresión francesa, se hace absolutamente necesario, es decir, una cierta distancia temporal entre lo que se escucha y lo que se dice.

He indicado que la interpretación consecutiva es aquella en la que el intérprete emite el discurso reelaborado después de haber escuchado el discurso original. Pero la escucha no lo es todo. En interpretación consecutiva, y también en simultánea, el intérprete tiene que analizar, reelaborar y pronunciar un discurso en lengua de llegada, ayudándose, aunque no de manera obligatoria, de las notas que va tomando a medida que escucha lo que el ponente va diciendo. El décalage en consecutiva es aún mayor que en simultánea, y, a diferencia de esta última, el momento en el que se comienza a interpretar no depende tanto del intérprete sino del ponente y de cuando este decida interrumpir su discurso para que el interprete haga su labor. No es fácil interpretar con posterioridad, pero tiene mayor ‘libertad’ y creatividad que la inmediatez de la simultánea. Esto se debe a que el décalage es mayor en consecutiva, y las notas jamás podrán recoger la literalidad de lo dicho; por lo tanto, la necesidad de acudir a conceptos y reelaborar lo enunciado por el orador sin que falte ninguna información importante va a ser fundamental.

La siguiente pregunta es: ¿Por qué interpretar?

La respuesta es más que evidente; sin interpretación, gran parte del público que asiste a las conferencias, reuniones o eventos se quedaría sin entender el discurso o la presentación de los expertos. Pero llevemos la pregunta un poco más allá y preguntemos por qué surgió la interpretación. Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que desde que existe el ser humano y la diversidad de lenguas, ha habido intérpretes para asegurar la comunicación entre diferentes grupos lingüísticos. Como afirma Alonso (2008, p. 427): «La interpretación, como actividad cotidiana y como práctica habitual, ha estado presente a lo largo de la historia allí donde ha habido cruce de lenguas, culturas y tradiciones». Sin embargo, como indican Bowen et. al (1995, p. 246), «La palabra hablada es evanescente», e insisten en que hay pocos registros del trabajo de los intérpretes a lo largo de la historia; su mención en pruebas historiográficas se hace más evidente a partir del renacimiento, de ahí que sea tan difícil establecer una cronología acertada sobre todo de los tiempos antiguos. No obstante, se sabe que la interpretación consecutiva y la interpretación de enlace han sido utilizadas con fines políticos y diplomáticos desde sus orígenes. Galán (2011) asegura que hay incluso pruebas de jeroglíficos que indican que desde aproximadamente 2250 a.C. los egipcios recurrían a intérpretes para los intercambios comerciales. Sin embargo, la interpretación simultánea tal y como la conocemos en la actualidad hace su «puesta de largo» durante los juicios de Núremberg una vez acabada la Segunda Guerra Mundial. A partir de ahí, se fueron creando las organizaciones internacionales entre las cuales se encuentra la quizá más importante en este sentido, la Organización de las Naciones Unidas. Junto a la creación de organizaciones internacionales, se funda la Asociación Internacional de Intérpretes de Conferencias, AIIC en la década de 1950 para mantener la calidad de la interpretación y defender los derechos de los intérpretes.

Por qué interpretar responde, entonces, a una necesidad, primero, de orden político o comercial para el establecimiento de pactos, acuerdos, resolución de controversias o conflictos, pero también para el desarrollo cultural de los pueblos, por lo general, para aquellos que invadían o conquistaban a otros pueblos e imponían una cultura y una lengua distintas en los conquistados, para lo cual necesitaban, sobre todo en los primeros tiempos, intérpretes y personas conocedoras de las dos culturas en choque. En este sentido, tenemos ejemplos históricos reconocidos como el caso de Marina Malinche, mujer e intérprete de Hernán Cortés durante la conquista de México. Es igualmente conocido el papel de los intérpretes para la expansión de la religión durante la colonización de América a partir de la llegada de los españoles –Bowen et al. nombran, por ejemplo, a Jerónimo de Aguilar y a la propia Marina Malinche–, durante la islamización de África para la difusión de las enseñanzas del Corán y durante la expedición napoleónica a Egipto y Palestina (los autores hablan de Jean-Michel Venture de Paradis y de Jaubert).

Finalmente, se interpreta porque conseguir el éxito de la conferencia, negociación, evento o situación comunicativa en la que se hablen dos o más idiomas es, precisamente, la clave de dicha conferencia, negociación o situación comunicativa. Esta es la tesis defendida por Jonathan Downie (2016) para quien los intérpretes han de dejar de ser meros conductos neutrales y convertirse en colaboradores comprometidos, partners es la palabra que utiliza en inglés y que, en mi opinión, va más allá de la colaboración e incluye la implicación directa en el éxito que se busca. ¿Por qué convocar a intérpretes profesionales, entonces? Es también Downie quien da la respuesta al hablar de valor añadido cuando afirma que «la gente no consigue ver el valor que añade la interpretación profesional. Ese “algo” que buscan los clientes es la capacidad de hacer que un evento o informe o consulta sean mejores o más efectivos de lo hubieran sido de otra forma» (2016, p. 4).

Se interpreta entonces porque los intérpretes aportan algo extra. Aportan sus conocimientos lingüísticos, sus conocimientos extralingüísticos o específicos del tema de la reunión, su conocimiento de ambas culturas y de sus usos y costumbres, y su ética profesional para que todo funcione como un perfecto engranaje.

El siguiente interrogante planteado por Kipling es ¿quién interpreta?

La respuesta, una vez más, puede parecer más que evidente: quién interpreta es un intérprete. Pero ¿qué hace que un intérprete sea un intérprete? La opinión bastante generalizada, incluso entre quienes se dedican a las lenguas, es que hablar un idioma basta para ser intérprete. Esto es, en parte, cierto. Sin embargo, ¿qué diferencia existe entre el niño chino nacido, por ejemplo, en España, educado en España y en español, que «traduce» a sus padres y abuelos que no hablan español cuando van al médico o a realizar un trámite administrativo y un intérprete profesional formado en una universidad? La diferencia es sustantiva. Sin menospreciar la capacidad de los familiares, amigos y conocidos que asisten lingüísticamente a sus allegados en cuestiones prácticas, las competencias requeridas para un intérprete profesional superan con creces el solo conocimiento lingüístico. Escuchar, analizar, traducir y volver a recrear el discurso escuchado es una forma esquemática de explicar las competencias necesarias de un intérprete. Esto es lo que se aprende en las universidades que otorgan el grado de traducción e interpretación; se aprende, en definitiva, a compaginar y gestionar una serie de procesos mentales y habilidades cognitivas que se producen simultánea o consecutivamente (la elección de estos adverbios es ex profeso para reflejar las modalidades de la interpretación), cosa que un intérprete no profesional, en pocas ocasiones, suele hacer. Además, al intérprete profesional se le supone un vasto conocimiento tanto del tema abordado en la situación comunicativa en la que actúe como de la cultura de los idiomas implicados: tarea titánica que un neófito no consigue hacer sin formación.

Veamos, como ilustración, lo que informa la página web de la Unión Europea en relación con las competencias exigidas cuando contrata intérpretes:

Los intérpretes de la UE trabajan en un entorno multicultural estimulante y deben ser capaces de comunicar su discurso de forma eficaz, comprender temas variados y complejos, reaccionar y adaptarse rápidamente a circunstancias cambiantes, trabajar bajo presión, de forma independiente y dentro de un equipo. (https://epso.europa.eu/career-profiles/languages_es)

Setton y Dawrant (2016) resumen las habilidades y aptitudes que requieren normalmente los programas de formación de intérpretes reconocidos para sus candidatos de la siguiente forma: competencias y dominio del idioma; habilidades verbales comunicativas; conocimientos generales para poder entender y analizar temas de actualidad; y cualidades personales, es decir, aquellos rasgos de la personalidad que deberán ser aceptados y trabajados para reconfigurar los esquemas mentales necesarios y trabajar individual y grupalmente siguiendo técnicas rigurosas y una ética profesional intachable.

Ser y llamarse intérprete, por lo tanto, son cuestiones que dependen de múltiples factores, y el solo hecho de hablar una segunda lengua no convierte a la persona en un profesional de la interpretación.

Quedan dos preguntas de las formuladas por Kipling en el poema que da inicio al presente artículo: qué y cómo. Estas dos cuestiones, a mi juicio, son las que mayor complicación tienen para su correcta respuesta. El qué se refiere a la naturaleza de las cosas. Independientemente del calado filosófico que puede tener interrogarse sobre la esencia misma de un objeto de estudio, el qué se refiere a la definición de algo. Intentaré, en primer lugar, responder a esta pregunta a partir de la literatura específica para luego abordar el cómo.

¿Qué es la interpretación?

Definir una disciplina tan antigua y nueva a la vez no es tarea fácil. El hecho, por un lado, de que haya quienes afirman que la interpretación es la segunda profesión más antigua del mundo, y por el otro, de que su configuración como disciplina científica esté aún en proceso de elaboración, hace que sea complicado dar una definición acabada de lo que es la interpretación. No obstante, intentaré recurrir a algunos de los más destacados expertos y teóricos de la disciplina.

En Handbook of Translation Studies, Franz Pöchhacker (2010) escribe un interesante capítulo que lleva por título Interpreting y aborda nuestra pregunta. En primer lugar, ubica la interpretación en el mundo de la Traducción, con mayúsculas, es decir, traducción como hiperónimo. La interpretación es, pues, traducción, pero traducción oral. De hecho, Pöchhacker (2010) afirma que en muchos idiomas no hay distinción entre traducción e interpretación. Pero la oralidad no es suficiente para conseguir una definición completa. Pöchhacker (2010) cita la definición que presentó Otto Kade en 1968, es decir, una interpretación única y definitiva en otro idioma de un discurso en el idioma de llegada pronunciado una única vez y afirma que, a diferencia de la traducción, la interpretación tiene las siguientes características fundamentales: el mensaje original no se puede repetir; se produce con una limitación temporal; tiene escasas posibilidades para la corrección o revisión; se produce en tiempo real; es inmediata y ni el intérprete ni el público pueden ver lo que ocurrirá luego o remitirse a lo que ya se dijo; es efímera y se basa en la memoria; se produce en vivo y en directo; la información que llega del exterior es multisemiótica y contiene también mensajes no verbales; y finalmente, el intérprete ha de gestionar la prosodia y la producción verbal.

Pöchhacker (2010, p. 156) agrega: «Considerando que las definiciones son el primer paso, se han adoptado distintos enfoques para entender y teorizar sobre la interpretación». Efectivamente, los enfoques tendientes a explicar qué es la interpretación son múltiples, y el autor asegura:

«Puesto que distintos académicos definirán y caracterizarán su objeto de estudio con acuerdo a sus objetivos, experiencias e intereses particulares, la cuestión básica sobre la naturaleza de la Traducción ha provocado respuestas extremadamente discrepantes» (2004, p. 11).

Este académico propone una definición que integra cuatro enfoques de diferentes expertos (Rabin, Brislin, Salevski y Toury) que podrían resumirse de la siguiente forma: la interpretación es una actividad que consiste fundamentalmente en enunciaciones que suponemos tienen un significado y/o efecto similar al de una enunciación existente en otra lengua y cultura. En esta definición, nos da algunas claves para comprender los elementos que componen una interpretación. En primer lugar, enunciaciones (utterances es la palabra inglesa utilizada por el autor), dicho de otro modo, un discurso que quiere decir lo mismo que lo que se ha dicho previamente en un idioma y que causa el mismo efecto en el público de la cultura receptora que el efecto causado por el discurso pronunciado con anterioridad en las personas que lo escuchan en el idioma original.

Setton y Dawrant proponen una definición que añade elementos interesantes, sobre todo la cuestión de la mediación: «Los intérpretes median en la comunicación entre personas que hablan distintos idiomas» (2016, p. 4). Afirmar que la interpretación es mediación puede dar lugar a confusión. En primer lugar, porque la mediación es una disciplina diferente de la interpretación, pero que se encuentra en pleno desarrollo al igual que la interpretación. Es una disciplina cuyo objeto es la resolución alternativa de conflictos, y que reúne en sí aspectos psicológicos y legales; por lo tanto, para que haya mediación tiene que haber conflicto. Que dos personas no hablen el mismo idioma no es un conflicto; por ello llamar mediación a la interpretación es, cuando menos, arriesgado. Lo cierto es que algunos expertos llaman a los intérpretes mediadores en el sentido de que ayudan a romper las barreras lingüísticas entre dos o más grupos o personas y tienden puentes que permiten la comunicación. Por otra parte, en el ámbito de la mediación existe la figura del mediador intercultural cuyas funciones se mezclan en repetidas ocasiones con la de los llamados mediadores interlingüísticos y los intérpretes. Existe, por tanto, un solapamiento de competencias y tareas y una confusión terminológica que no dejan de ser el reflejo de la polisemia de los términos empleados y del amplio abanico de posibilidades que permite la comunicación entre personas.

Según Moya (2004), los teóricos «tienen tendencia a actuar cual lecho de Procusto» (p. 17), es decir, a forzar o, mejor dicho, adaptar sus teorías a su propia práctica o experiencia, y sin embargo, «parece imposible que una teoría sola sea capaz de explicar un tipo de evento tan complicado como la traducción» (p. 15). No obstante, de entre todas las teorías hay una que explica con bastante claridad la naturaleza intrínseca de la interpretación: la Théorie du sens, Teoría del sentido, creada por Danica Seleskovitch. En uno de sus primeros trabajos afirma que «Interpretar es en primer lugar comprender» (Seleskovitch 1968, p. 41). No se trata de una definición muy elaborada, pero la autora apunta a la primera de las actividades cognitivas requeridas para interpretar. No se puede interpretar lo que no se entiende, y entender implica, a su vez, aprehender intelectualmente al menos dos elementos: las palabras en el idioma original y el concepto, la idea, el mensaje y el sentido del discurso original. Pero para entender el discurso original y poder reelaborarlo todo en forma de discurso traducido, la interpretación exige también, dice Seleskovitch, una concentración fuera de lo común. Así «interpretar es comprender la integralidad del discurso mediante un acto en parte espontáneo, en parte deliberado» (Seleskovitch, 1968, p. 93). Señala que es en parte espontáneo porque se trata del pensamiento, que es inherente a la persona humana, y en parte deliberado porque el intérprete elige voluntariamente la información que será tratada y reelaborada para reconstruir el discurso a partir de los estímulos sensoriales captados a lo largo del discurso y de su desarrollo mental. Este vaivén entre lo espontáneo y lo deliberado da lugar a un análisis profundo realizado por el intérprete sin prestar atención a la forma lingüística del discurso, centrándose explícitamente en el contenido de lo que escucha. Resulta interesante leer las palabras de la autora tal y como las presenta Hurtado Albir cuando explica en qué consiste la interpretación en cuanto proceso que se podría descomponer en tres fases:

1º audición de un significante lingüístico portador de sentido; aprehensión (ámbito de la lengua) y comprensión (ámbito del pensamiento y de la comunicación) du mensaje mediante análisis y exégesis;

2º olvido inmediato y voluntario del significante para no retener más que la imagen mental del significado (conceptos, ideas, etc.)

3º producción de un nuevo significante en la otra lengua que debe responder a un doble imperativo: expresar todo el mensaje original y adaptarse al destinatario (Seleskovitch 1968, p. 35 citado en Hurtado Albir 2018, p. 316-317)

La primera fase de comprensión del sentido de lo expresado se corresponde con esta capacidad de análisis profundo que han de tener los intérpretes a partir de los signos lingüísticos escuchados que se completa con todos los conocimientos extralingüísticos del intérprete, manteniendo una estricta objetividad, ya que, de lo contrario, la comprensión del sentido estaría teñida de la subjetividad del intérprete y se corre el riesgo de equivocarse en relación con las intenciones del orador. En esta fase, la sinécdoque desempeña un papel fundamental, es decir, la figura retórica de pensamiento que consiste en designar una cosa con el nombre de otra, por ejemplo, la parte por el todo, el todo por la parte, el género por la especie o la especie por el género. La operación cognitiva de la memoria tiende a funcionar de manera más eficaz si recurre a categorizaciones más generales en lugar de aferrarse a lo más concreto. En interpretación esto se aplica constantemente ya que, en lugar de someterse al imperio de la palabra específica, el intérprete se mueve en el campo del concepto «más abstracto». De esta manera, se evita caer en la transcodificación, esto es, el paso de un significante en un idioma a otro significante en otro idioma, de un signo lingüístico en un idioma a otro en otro idioma sin que se realice el necesario análisis en profundidad del sentido que portan las palabras. Interpretar, en este sentido, no es una actividad únicamente de transposición de palabras sino de reelaboración de conceptos, mensajes o sentidos.

La segunda fase es lo que Seleskovitch denomina desverbalización. En esta fase, se produce un olvido consciente de la forma lingüística del mensaje porque si el contenido lingüístico de un enunciado percibido auditiva y visualmente se debiese recordar textualmente, la carga a la que estaría sometida la memoria sería muy difícil de soportar, ya que esta, como dije anteriormente, es más «libre» cuando trabaja con lo general y no tanto con lo particular. Lo que sí recuerda el intérprete es el sentido que es «el resultado del análisis ultra rápido necesario para la aprehensión íntegra del mensaje» (Seleskovitch, 1968, p. 76).

Widlund-Fantini (2007) ilustra perfectamente la desverbalización propuesta por Seleskovitch y la teoría interpretativa ya que ésta es la clave del malabarismo que han de hacer los intérpretes entre lo explícito y lo implícito para poder reproducir un discurso en la lengua de llegada libre de las ataduras que en ocasiones imponen las lenguas:

Una traducción literal, sin desverbalización, no podrá ser ni idiomática ni tampoco comprensible, ya que solamente devolvería una parte del discurso, la explícita. Pero lo que es más importante para la traducción, es que nadie cuando habla explicita totalmente lo que quiere decir. Y como las lenguas son diferentes, el intérprete y el traductor tienen que jugar con el conjunto de lo explícito/implícito para vehicular lo que quiere decir el original (p. 190).

La tercera fase corresponde a la reformulación, un concepto empleado también por la mediación a la que antes hice alusión. Seleskovitch y Lederer (1989) sostienen que el proceso interpretativo se podría esquematizar así: discurso – sentido – discurso. Pero este proceso no es tan fácil de aplicar ya que, en especial, los intérpretes en formación están acostumbrados a las correspondencias entre las lenguas y no a la búsqueda de equivalencias. De ahí que se afirme una y otra vez que ser bilingüe no es sinónimo de ser capaz de interpretar. La búsqueda de equivalencias para la reformulación es un proceso mental arduo que requiere una preparación específica como la que proporcionan las escuelas de interpretación.

La tentación de las correspondencias (a una palabra en un idioma corresponde una palabra en otro idioma), según Seleskovitch y Lederer (1989), lleva al calco de la lengua de partida por lo que el público que escucha la interpretación se puede perder en el marasmo de palabras sin sentido que emite el intérprete. Las equivalencias impiden caer en esa tentación. Moya (2004), siguiendo al canadiense Jean Delisle, otro de los mayores exponentes de la teoría del sentido, considera que en esta parte del proceso el intérprete recurre a los instrumentos discursivos del idioma de llegada deduciendo, infiriendo y asociando ideas para lo que utiliza su intuición, imaginación y creatividad. Es por ello que se podría afirmar que el intérprete no «traduce» sino que «co-crea», es decir, no transpone palabras o expresiones de un idioma a otro, sino que es un verdadero componedor, permítaseme el término, de un discurso. Tamaña responsabilidad exige principios éticos muy estrictos porque la tentación de la que hablaba antes puede ser engañosa y traicionera. Sin embargo, ahí están las asociaciones y organizaciones de intérpretes y traductores que velan porque éstos tengan los más altos valores morales y no se caiga en el egocentrismo de creerse importante y destacarse incluso más que el orador a cuyo servicio se encuentran los intérpretes.

Pasemos a la última interrogación del poema de Kipling: ¿cómo se interpreta?

Es Daniel Gile y su Modelo de los esfuerzos quien, en mi opinión, explica con gran claridad cómo se realiza la interpretación. Gile (2009) no creó únicamente el Modelo de los esfuerzos, sino que elaboró igualmente lo que llamó Modelo secuencial de la traducción y también el Modelo gravitacional de disponibilidad de la lengua. Brevemente comentaré estos dos últimos para centrarme luego más en el Modelo de los esfuerzos. El Modelo secuencial está formado por dos fases, comprensión y reformulación. Cada texto, o cada discurso en el caso de la interpretación, se divide en «unidades de traducción» que pueden ser una palabra o una oración entera. Cada unidad ha de pasar por ambas fases, según una estructura con siete elementos, y es necesario realizar una comprobación de la misma, así como tomar de decisiones en relación con cada una de ellas. En primer lugar, el traductor o intérprete formula una hipótesis mental del significado de la unidad de traducción con la que está trabajando, basándose en sus conocimientos lingüísticos y extralingüísticos; luego verifica si la hipótesis es plausible tantas veces como sea necesario, incluso teniendo que recurrir a ampliar sus conocimientos con lectura o mediante expertos; una vez satisfecha la plausibilidad, se pasa a la fase de reformulación en la lengua de llegada; se verifica si la posible reformulación es aceptable y fiel al original. Una vez hecha esta verificación que, en el caso de la traducción y no de la interpretación, puede realizarse varias veces, se comienza el proceso una vez más con la unidad de traducción siguiente. La diferencia de este modelo en la traducción y en la interpretación es que, en esta última, todas las operaciones han de hacerse en minutos o segundos y la adquisición del conocimiento, si no se tiene, ha de hacerse con anterioridad al proceso en sí.

El Modelo gravitacional fue desarrollado por Gile (2009) para explicar mejor el concepto de disponibilidad de la lengua, y está estrechamente relacionado con el Modelo de los esfuerzos que explicaré más adelante en detalle. Cada hablante tiene su propio sistema de componentes idiomáticos formado por unidades léxicas (palabras y expresiones), reglas composicionales de lenguaje generalizado no especializado y reglas composicionales especiales para el lenguaje más técnico. El intérprete utiliza los componentes idiomáticos para cada idioma que están disponibles en distintos niveles que van desde lo que se puede obtener casi instantáneamente y sin esfuerzos de la memoria a largo plazo hasta lo que el hablante quiere recordar pero no está «disponible» en un momento determinado. El autor lo define de la siguiente manera:

El Modelo gravitacional representa el estado del dominio hablado, signado o escrito de la lengua de una persona en un momento determinado y en circunstancias determinadas al describir la disponibilidad relativa de sus componentes lingüísticos. (Gile, 2009, p. 227).

La disponibilidad lingüística depende, como en el caso de la desverbalización y reverbalización de la Teoría del sentido, del contexto, y cuando cambia el contexto probablemente cambie también la disponibilidad. No es lo mismo lo que tenemos disponible, lingüísticamente hablando, cuando estamos en una conferencia médica para la cual los expertos y, en la mayor medida posible, los intérpretes se han preparado durante años, que la disponibilidad lingüística que tenemos cuando conversamos de política en un entorno más informal.

Este modelo fue elaborado por Gile para explicar a los intérpretes en formación y a los intérpretes profesionales cómo se realiza el proceso de la interpretación y para ello presenta una serie de reglas o principios que justifican que, si se estimulan, en mayor o menor medida, los componentes lingüísticos, la disponibilidad lingüística también aumenta o disminuye.

Centrémonos ahora en el Modelo de los esfuerzos. Este modelo fue creado por Daniel Gile a partir de sus observaciones y experiencia propia como intérprete y docente. El autor constata que tanto los intérpretes en formación como los experimentados cometen errores o torpezas que no se deben, necesariamente, al escaso conocimiento de la lengua de partida, o a que el discurso sea particularmente difícil, o a que la calidad del sonido sea mala, o, como constata en un experimento realizado por él mismo en la década de 1980 (cfr. Gile, 1999; Gile, 2009). Tampoco se deben a la «sorpresa» de oír algo por primera vez ya que algunos intérpretes del experimento interpretaron segmentos del mismo discurso dos veces y los errores de la primera vez no se repetían la segunda vez, y se cometían nuevos errores que antes no habían aparecido. Intrigado por este fenómeno y preocupado por que los intérpretes pudiesen superar obstáculos e interpretar con mayor nivel de calidad, decide buscar la forma de explicar cómo interpretar evitando errores, torpezas y omisiones. Su idea es que para entender cómo se interpreta es necesario saber que interpretar es una tarea ardua que requiere un esfuerzo. En realidad, Gile habla de la interpretación como de una operación formada por componentes que es a lo que denomina «esfuerzos» «para enfatizar que son dificultosos por naturaleza ya que incluyen una acción deliberada que requiere decisiones y recursos» (2009, p. 160)

Los esfuerzos son, en principio, tres: esfuerzo de escucha y análisis, esfuerzo de producción del habla y esfuerzo de memoria a corto plazo.

  1. Esfuerzo de escucha y análisis.

Este esfuerzo está formado por todas aquellas operaciones que van destinadas a la comprensión del discurso de partida: desde el sonido que llega a través del oído y la identificación de las palabras que lo componen hasta la decisión en cuanto a su significado. El intérprete tiene que reconocer las palabras y su contenido semántico, comparando el sonido entrante con lo que tiene almacenado en su memoria a largo plazo. Igualmente, existe una cierta representación semántica cuyo contenido es verificado y analizado con fines de plausibilidad, ya que el reconocimiento de palabras desde un punto de vista acústico no es lo único de la interpretación como también afirma Seleskovitch (1968) y hemos visto anteriormente.

  1. Esfuerzo de producción del habla

Se denomina así a las operaciones que ha de realizar el intérprete para emitir el mensaje escuchado y analizado. Este esfuerzo se extiende «desde la representación mental del mensaje que se va a emitir, hasta la planificación del habla y la actualización del discurso planificado, lo que incluye una monitorización propia y una autocorrección cuando fuese necesario» (Gile, 2009, p. 163). Esta habilidad es una de las más difíciles de adquirir por los intérpretes en formación, ya que hablar mientras se está escuchando y procesando información requiere una concentración extrema y un dominio de los dos idiomas de trabajo fuera de los estándares que se considerarían básicos para cualquier hablante no intérprete.

  1. Esfuerzo de memoria a corto plazo

El autor confirma que, en el transcurso de poco segundos, los segmentos fonéticos se tienen que conservar en la memoria para su análisis e identificación como palabras o fonemas. Pero también indica que elegir los términos y estructuras adecuados y aplicar el plan discursivo al que se refiere en el esfuerzo de producción implican un cierto tiempo en el que la información ha de almacenarse en la memoria.  

 Gile agrega un cuarto esfuerzo, el esfuerzo de coordinación; es decir, todo aquello a lo que hay que recurrir para gestionar los tres esfuerzos iniciales que compiten en la mente del intérprete y para lo cual este debe estar en disposición de tomar las riendas del control y evitar, así, que el proceso mental «descarrile».

Los esfuerzos no son sucesivos como si se tratase de una fórmula matemática: un esfuerzo, más el otro, más el otro. Son, más bien, operaciones que se dan a veces de manera paralela, otras, de manera sucesiva, y que se centran, estratégicamente, en los distintos segmentos o unidades de traducción a fin de elaborar un discurso en lengua de llegada con sentido y exactitud. Es necesario indicar que aplicar dos esfuerzos en lugar de uno se relaciona con una carga cognitiva mayor, y por tanto, mayor presión cognitiva para el intérprete.

Un elemento fundamental del Modelo de los esfuerzos es el concepto de capacidad. Por un lado, la capacidad como tal para procesar la información, y por el otro, la disponibilidad de dicha capacidad: «Las exigencias de la capacidad de procesamiento total no deben superar la capacidad total de procesamiento disponible para el intérprete» (Gile, 2009, p. 170). Dicho de otro modo, si las competencias del intérprete en un momento determinado no se ponen en juego para escuchar, analizar y entender el discurso de partida, elaborar mentalmente un discurso en lengua de llegada y hablar y supervisar el discurso propio, la interpretación será errónea o torpe porque, como dice el adagio popular, «de donde no hay no se saca».

He intentado presentar hasta aquí algunos de los grandes cuestionamientos que se hace mucha gente cuando se habla de interpretación. Por ello, a modo de conclusión, puedo afirmar que el poema de Kipling es un muy buen punto de partida para explicar en qué consiste esta profesión tan interesante como difícil.

Qué, dónde, cuándo, cómo, por qué y quién son preguntas válidas, pero falta una pregunta que, en mi opinión, es de vital importancia: ¿para qué? No siempre el fin justifica los medios: no deberíamos tener una concepción utilitarista de la vida porque el utilitarismo podría llevar a la «cosificación» de todo, lo que no es de recibo. Es cierto que la interpretación sirve a un fin, y un fin que es eminentemente humanitario: la comunicación entre personas. Digo humanitaria y no desinteresada, ya que hablamos de una profesión, y como tal ha de ser remunerada. He mencionado el carácter humanitario, pero he de referirme también a la naturaleza humanista de la interpretación. ¿Existe algo más humano que la comunicación entre personas? Humanismo significa poner al ser humano como centro de toda actividad; si una de las actividades más humanas es la comunicación, cuando esta no se puede producir debido a las barreras lingüísticas, esas dos personas o grupos que intentan hacer lo más humano que se puede hacer no pueden llamarse, aún a riesgo de parecer radical, completamente personas. La interpretación es una actividad eminentemente comunicativa en la que el diálogo entre emisor y receptor se convierte, como afirma Seleskovitch (1968), en un triálogo puesto que aparece un tercero que se convierte en receptor y a la vez emisor de un discurso, el intérprete. Esta metáfora de la interpretación como triálogo hace que esta profesión sea tan apasionante a la vez que exigente. Los intérpretes somos puentes de comunicación, y como tal hemos de comportarnos: debemos dejar pasar sin poner barreras ni permitir atravesar las aguas turbulentas, a veces, de la interacción entre personas. Y para esto ser bilingües no basta, se hace necesario otra actitud: la compasión.    

Referencias

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http://telelib.com/authors/K/KiplingRudyard/prose/JustSoStories/chap5_elephantchild.html. Fecha de acceso: 21 de agosto de 2019.

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[1]* Magister en Interpretación de Conferencias por Cluny I.S.E.I.T. - Université Catholique. Licenciado en Traducción e Interpretación por la Universidad Europea de Madrid. Traductor-Intérprete Jurado por el Ministerio de Asuntos Exteriores de España. Doctorando en interpretación simultánea francés-español por la Universidad Complutense de Madrid. Profesor Asociado de interpretación y traducción en la Universidad Autónoma de Madrid. Correo electrónico: sergiom.rodriguez@uam.es

Ideas, VII, 7 (2021), pp. 1-13

© Universidad del Salvador. Escuela de Lenguas Modernas. Instituto de Investigación en Lenguas Modernas. ISSN 2469-0899

[2]. Si tenemos en cuenta que traducción e interpretación son dos ramas de una misma disciplina, la Traducción con mayúsculas, podríamos citar en esta enumeración histórica a Cicerón, San Jerónimo, Wilhem von Humboldt, Walter Benjamin, Ortega y Gasset, Valéry Larbaud, Darbelnet, Vinay, Mounin, Catford, Nida, Jacobson, Eco, Steiner, Holmes, Vermeer, Oléron, Napon, Barik, Chernov, García Landa, etc. Para conocer a estos y otros autores más en profundidad recomiendo leer:  The Interpreting Studies Reader. (2002) Pöchhacker, Franz y Shlessinger, Miriam (eds.). Londres y Nueva York: Routledge, y Raková, Z. (2014). Les théories de la traduction (Masarykova univerzita). Brno.

[3]. La traducción es propia, así como lo son todas las traducciones del artículo de los textos originales de autores que escribieron sus obras en inglés o francés.