La arqueología: cómo hacer que los objetos hablen
La Dra. Norma Ratto es antropóloga egresada de la Universidad
de Buenos Aires, y Magister en Estudios Ambientales (Universidad
de Ciencias Empresariales y Sociales). Desde 1992 se desempeña
como investigadora-docente de la Facultad de Filosofía y Letras
(UBA), su lugar de trabajo desde el año 2002 es el Museo Etnográfico
Juan B. Ambrosetti. Es consultora ambiental (factor Arqueológico
y Social) y dirige el Proyecto Arqueológico Chaschuil-
Abaucán en el sudoeste de la provincia de Catamarca (Argentina)
desde 1994.1
L.R.: ¿Cuál es el deseo de un arqueólogo? ¿Qué hace un arqueólogo?
La idea común es “alguien que va a excavar cosas
antiguas”.
N.R.: Lo que pasa es que la idea de arqueología cambió muchísimo
a lo largo del tiempo. Hoy la arqueología está en el presente
cotidiano de la gente.
L.R.: Cuando decís hoy ¿a partir de cuándo es ese hoy?
N.R.: Esas visiones de considerar al arqueólogo como un romántico,
que va atrás del objeto, yendo a esos lugares lejanos y demás,
es una idea muy fomentada por la imagen de Indiana Jones.
No tiene que ver con la realidad actual, si bien fueron las ideas
de los pioneros del siglo XIX, aunque hoy en día el objetivo de
algunos pocos colegas sigue siendo subir a un cerro, encontrar
o no el santuario de altura y sacarse fotos. Pero ya hace bastante
tiempo circulan visiones más sociales, políticas e históricas
donde la arqueología es parte de un proceso social con un fuerte
anclaje en la historia. En la actualidad es posible interactuar con
diferentes tipos de comunidades que reproducen prácticas que
tienen raíces en los ancestros (las ideas que tiene la gente sobre la
enfermedad, por ejemplo). Allí vienen las articulaciones con los
antropólogos sociales. No necesariamente ese grupo tiene una lógica occidental, etnocentrista, es decir, una lógica que escinde, que divide; nosotros separamos: cultura por un lado y naturaleza
por el otro. Muchas de estas sociedades, con fuertes raíces
históricas, no son etnocéntricas sino alocéntricas2, ellos están
directamente inmersos dentro del propio entorno, son parte de
ese entorno, no dividen y por eso no son mundos objetivados. Es
decir, lo que para vos es una montaña, para ese grupo social es
una huaca3, un lugar sagrado o un lugar donde vive un espíritu,
o es un lugar donde tiene mucha agencia, mucha acción social.
Sencillamente está vivo y puede ser concebido como “humano”.
Entonces esa visión romántica ya ha quedado atrás y ya no es
viable. Hoy en día se considera que hay otros saberes. O sea, el
único saber no es el de la ciencia, es muy importante el saber de
la población local. Hay un ida y vuelta, no hay un solo relato sino
varios relatos. Lo ideal es construir un relato donde se articule
–en lo posible– el de la ciencia y el de la comunidad porque los
dos tienen peso. De esta forma el arqueólogo siempre trabaja de
antropólogo social, pero generalmente un antropólogo social no
le da valor al objeto. Sin embargo a través del objeto es posible
reconstruir esa historia. Nosotros de una u otra manera trabajamos
con materia, con objetos que tuvieron alta significación
dentro de distintos contextos socio-históricos y estuvieron inmersos
dentro de una red de relaciones sociales.
L.R.: Con lo cual la metodología también cambió mucho…
N.R.: Las técnicas y los procedimientos de análisis también han
cambiado porque se afinaron las técnicas de excavación y se incorporaron
métodos y técnicas de otras ciencias al estudio de
los materiales arqueológicos. En este momento, con el equipo
de investigación, estamos escribiendo un libro de divulgación
científica, su título es La historia a través de las cosas, son unos
13 capítulos donde tratamos este tema justamente, es decir, desarrollamos
cómo se construye ese pasado, los diferentes saberes
que aportan al trabajo arqueológico, cómo accedemos al desafío
de delinear los diferentes modos de vida del pasado, entre otros.
Porque si vos me preguntás “¿y qué saberes aportan al trabajo
arqueológico?” Y bueno…tenés una gran cantidad de ciencias:
la geología, la física, la química, entre otras, es decir, el universo
de las ciencias físico-químicas y naturales, cuyas técnicas utilizamos
tanto para encontrar sitios enterrados, sin visibilidad en
superficie, como para analizar los materiales; pero también la
arqueología es una ciencia histórica porque está anclada en el
pasado, es social porque estudiamos cómo trabajaron y se organizaron
esas sociedades, y también utilizamos los aportes de las
fuentes históricas para conocer cuál era la situación al momento
de la conquista española y en tiempos del contacto (poblaciones
locales y la española). Son muchas las preguntas que hacemos y
para darles respuestas buscamos que converjan diversos saberes,
diversas líneas de investigación, todas se articulan como si fueran
una trama y una urdimbre para aproximarnos a la lectura
del pasado.
L.R.: En la documentación académica y administrativa que
conservamos del Instituto de Arqueología aparece el registro
de las expediciones. Nos parece que es material controvertido
porque algunas personas tienen la idea que el arqueólogo es
“el que me va a sacar las cosas”.
N.R.: Este un punto es muy interesante. Y es uno de los temas
por el que la gente local está “enojada” o resentida con los arqueólogos.
En aquella época, fines del siglo XIX y la primera mitad
del siglo XX, las prácticas eran “extractivas”: los arqueólogos
se llevaban los materiales que recuperaban en las excavaciones a
sus dependencias científicas-académicas donde trabajaban. Es lo
que ocurre en la USAL, que recibió en donación objetos que provienen
de Medanitos, pueblo del Municipio de Fiambalá en la provincia de Catamarca, y de otros lugares del NOA4. Esto ocurrió
en muchos lugares: en el Museo Etnográfico, en el Museo
de La Plata, y otros. Por ejemplo, hay materiales arqueológicos
del NOA en el Museo Etnológico de Berlín. Estas acciones fueron
propias de momentos socio-históricos determinados y están
alejados de la práctica arqueológica de hoy, pero de una u otra
forma quedó incorporada en la memoria de los pobladores de
las tierras donde se trabajó en esas épocas. Un ejemplo: en 1893
llega a la Argentina Max Uhle5 con el objetivo de conformar una
colección arqueológica del NOA y Bolivia para el actual Museo
Etnológico de Berlín. Él dice, en sus libretas de campo, que la
gente le ofrecía las piezas, se las vendían o regalaban. Queda claro
en estas expresiones que no había conciencia del valor de la
propia historia de esas personas, es decir, de los lazos que los
conectaban con esos materiales. Así, esas prácticas extractivas
son en parte responsables de que hoy, en muchas regiones del
país tengamos que “pagar facturas” que están relacionadas con
las acciones de los arqueólogos y pioneros que nos precedieron,
porque en gran parte las comunidades han visibilizado sus raíces
autóctonas o de las poblaciones prehispánicas. Esto fue un fenómeno
social mayormente de la última década. De todos modos,
es un tema controvertido, ya que muchas veces para resguardar
las cosas, para defenderlas, no se dan a conocer, o no dejan que
investiguemos, y entonces si no se hace un análisis de los objetos
¿qué historia te cuentan? Es un objeto que tampoco te da
información sobre los ancestros de esa gente. Allí hay que estar
construyendo los puentes, hacerle comprender a los pobladores
locales que podemos aportar en distintos proyectos que tenga
la comunidad, por ejemplo, creación de museos comunitarios,
formación de guías turísticos, turismo eco-cultural, entre otros.
Además, nosotros necesitamos los fragmentos de lo que fue una
olla o cualquier otro objeto del pasado, ya que sobre esos materiales
realizamos los estudios y análisis. A las piezas enteras solo las medimos y fotografiamos para tenerlas como marcos de referencia en nuestros estudios, porque sobre ellas no podemos realizar estudios específicos.
“Son muchas las preguntas que
hacemos y para darles respuestas
buscamos que converjan diversos saberes,
diversas líneas de investigación,
todas se articulan como si fueran una
trama y una urdimbre para aproximarnos
a la lectura del pasado.”
Dra. Norma Ratto
|
L.R.: ¿Por qué?
N.R.: La mayoría de los museos cuentan con abundante colecciones
de piezas enteras, a las que estudiamos para construir
nuestros marcos de referencia, para armar patrones morfológicos,
de los campos decorativos, entre otros. Pero sobre esas
piezas no se pueden realizar análisis muy específicos porque no
se pueden romper, porque son “piezas de museo”. Generalmente
tenemos que cumplir muchos trámites administrativos para
obtener permiso para extraer un poquito de material y hacer los
análisis; por ejemplo, para realizar estudios de procedencia mediante
la técnica de análisis por activación neutrónica o para conocer
la producción de las pinturas con las que fueron pintadas
unas ollas. Muchos museos tienen protocolos que determinan
los procedimientos a seguir para el estudio de una colección, es
decir, qué se puede hacer y qué no se puede hacer. Normalmente,
a los arqueólogos nos sirven los pedazos de ollas, ya que sobre
esos fragmentos podemos realizar estudios específicos, es decir,
realizar cortes delgados para conocer la composición mineral,
las texturas; o análisis químicos para tener idea de qué comida
se preparó en esa olla o los pigmentos que usaron para preparar
las pinturas o de dónde procedían las materias primas con
las que fue manufacturado ese objeto. De este modo, podemos
conocer cómo se manufacturaron, cuáles fueron las prácticas para preparación de alimentos, cómo elaboraron la pintura, y la procedencia, entre otros. Otro aspecto importante es la relación
que los arqueólogos construimos con las poblaciones locales,
quienes a veces tienen colecciones particulares, y tenemos
la ventaja de apelar a su memoria oral para conocer los lugares
de donde extrajeron los materiales y muchas veces podemos rearmar
contextos, es decir, determinar cómo estaban asociadas
las piezas que tiene separadas en distintos estantes. Por ejemplo,
a fines del año 2014 relevamos la colección privada del poblador
local Osvaldo Pereira del pueblo de Saujil, en el Departamento
Tinogasta de Catamarca, y pudimos reconstruir varios contextos
funerarios sobre la base de la memoria oral del poblador, quien
nos permitió tomar pequeñas muestras que luego se dataron en
laboratorios especializados, y así, gracias a esa interacción logramos
re-crear algunos contextos funerarios, ubicarlos en el espacio
y obtener una cronología (fechado radiométrico). Lo que
debemos comprender es que, así como para nosotros es común
salir un fin de semana a tomar un café, para otra gente “lo normal”
es salir a caminar por el campo los sábados o los domingos
y encontrar una pieza en la superficie porque llovió, el agua desplazó
los sedimentos que la cubría y la dejó “a la vista”, entonces
excava y encuentra, por ejemplo, un entierro. Algunos pobladores
ven a esas piezas como “parte de su historia”, saben que
son muy importantes y las guardan, no todos venden o regalan.
Debemos fortalecer los lazos con los pobladores que respetan la
historia de sus tierras, y hacerles comprender que ante un hallazgo
nos avisen para someterlo a excavaciones sistemáticas, porque
de esa forma podremos contestar aún más preguntas sobre
esos pueblos que habitaron sus tierras en el pasado.
L.R.: Pero entonces, ¿cómo hacer para lograr la conservación
de los objetos?
N.R.: Bueno, la relación entre arqueólogos y conservadores a veces
es “conflictiva”, ya que a menudo están muy apegados al objeto,
pero este es un producto social y tiene valor en tanto se pueda
decir algo acerca de él. El objeto por sí mismo no me dice nada si
no se puede estudiar, no es una obra de arte para contemplar; el
objeto es algo que estuvo inmerso dentro de un contexto de uso,
hay que generarle preguntas, para poder analizarlo y llegar a respuestas.
El problema de muchas colecciones públicas o en manos de coleccionistas privados es que pueden estar bien conservadas,
pero mayormente no tienen estudios sobre análisis específicos,
que excedan los morfológicos o estilísticos. Por ejemplo,
relevar 100 o 200 piezas de un estilo determinado posiblemente
nos permita encontrar determinadas regularidades, llegar a un
patrón de diseño morfológico y decorativo. Pero también son
necesarios otros estudios: si las piezas están decoradas o tienen
rastros de uso (hollín, sustancias adheridas) es necesario tomar
muestras para hacer análisis químicos y así conocer los distintos
tipos de pigmentos usados o las comidas que prepararon, como
también datarlas, es decir, “ubicarlas en el tiempo”. Por ejemplo
las pipas, ¿qué fumaban?, ¿eran alucinógenos?, ¿no eran alucinógenos?
Bueno, hay que sacar una muestra del hornillo y hacer
los análisis químicos; porque de lo contrario nos quedamos con
un “quizás fueron usadas para”… quizás… y se terminan convirtiendo
solo en un objeto sin inserción dentro de las relaciones
sociales del pasado. Lo mismo con las vasijas. Porque muchas
veces nosotros las llamamos “urna”. Si nosotros decimos
urna
es un constructo, es un concepto que te remite a un muerto, a
una urna funeraria. Pero no necesariamente fue desde el origen
una urna funeraria. Nosotros la encontramos, por ejemplo, en
un entierro con un niñito adentro. Pero es probable que ese fuera
el último uso de la vasija y tenemos que conocer cuáles fueron
los anteriores. O sea, esa vasija tuvo una historia de vida, pero
nosotros la encontramos en la “última etapa”; por lo que debemos
conocer su historia de usos previos. Posiblemente funcionó
en el contexto doméstico para guardar granos, para almacenar
agua, y finalmente terminó como contenedor funerario. Eso es
lo que tenemos que reconstruir, no quedarnos con lo último que
encontramos en el momento de la excavación, sino construir la
historia de vida de ese objeto, ya que pudo ser manufacturado
exclusivamente para ese momento (contexto funerario), pero
quizás no. ¿Y cómo llegamos a conocer los usos previos? La respuesta
está en los distintos análisis que podamos realizarle a esas
piezas. Si uno se da cuenta que la olla tiene sustancias adheridas,
se analizan, y puede concluir que tuvo un uso doméstico,
entonces se puede decir que de un contexto doméstico pasó a
un contexto funerario. Los arqueólogos no utilizamos la palabra
“ajuar” normalmente. Consideramos que el ajuar es algo que
se manufacturó específicamente para acompañar al muerto, se
manufacturó con un fin determinado. No todos los objetos que acompañan un entierro son ajuar, pero sí todo es acompañamiento,
porque está asociado con el individuo inhumado. Llamamos
ajuar cuando hay certeza que el objeto no tuvo otro uso
previo y fue manufacturado específicamente para acompañar al
muerto. Las palabras tienen carga, contenido.
L.R.: ¿Qué espera un arqueólogo de un museo?
N.R.: ¡Ah, qué pregunta! Un museo vivo. Creo que tendríamos
que tener más comunicación con los conservadores, aunque no
quiere decir que no la tengamos. Pero objeto que hay, debería ser
objeto con análisis. A todos los objetos que están en los museos
tendríamos que hacerlos hablar, y uno los hace hablar a través
de su estudio, de los resultados de los análisis que realicemos.
Esto no quiere decir que uno tenga que romper la pieza. Esa no
es la idea. Por ejemplo, en el Museo Smithsonian en Washington
hay un arqueólogo muy famoso, Ronald Bishop, que trabajó muchísimo
con la procedencia de las materias primas (arcillas) con
las cuales se manufacturaron las piezas cerámicas, las vasijas. Él
trabajaba en el área maya con el tema del comercio, intercambio,
lugar de manufactura de las piezas, etc. Bishop trabajó con colecciones
muy grandes y lo que hacía era sacar pequeñas muestras,
menos de 2 miligramos, perforando la base de cada vasija
con un pequeño taladro. Ese material era el que se analizaba con
técnicas nucleares. El resultado es que Bishop tiene una base de
datos de miles de piezas analizadas por activación neutrónica
6.
Nosotros hacemos eso con los fragmentos, pero no podemos
hacerlo con las piezas enteras, porque nos llevaría muchísimo
tiempo obtener los permisos de los museos, pero fundamentalmente
no hay una tradición para aplicar esos procedimientos en
las colecciones de los museos, como sí lo hay en el Smithsonian.
Es una lástima porque tenemos un montón de colecciones sin analizar. Estamos hablando de técnicas que solo demandan raspar un poquito para obtener una muestra, y con una muestra
se pueden responder muchas preguntas. Me acuerdo que en el
Smithsonian tenían varios laboratorios muy grandes y en cada
uno se analizaba un tipo de material: uno era el laboratorio del
papel, el otro el laboratorio de madera, el otro de alfarería… Y
bueno, no podemos decir que estamos en el Smithsonian, pero
acá también podría realizarse con los controles y protocolos del
caso; de todos modos, aclaro que en la época de Bush (hijo), una
época neoliberal, complicada, tuvieron que salir a la comunidad
mundial para juntar firmas porque querían cerrarlo y poner gerentes
que administraran el Museo. En esa época si los números
no daban, los museos se cerraban.
L.R.: Bueno, la cultura y los CEO no tienen una buena convivencia.
N.R.: Claro, para ellos la cultura es vista como un gasto.
L.R.: Parece muy arduo hacer convivir los intereses de arqueólogos,
conservadores, museólogos e historiadores.
N.R.: No hay una tradición de trabajo interdisciplinario. La
formación de los conservadores también influye. Pero tendría
que haber mayor y mejor comunicación. Yo pondría a hablar a
todos los objetos, entonces te contarían la historia a través de
los estudios que se puedan realizar. Lo mismo con las muestras
bioarqueológicas. Si excavamos un entierro, siempre se realiza
con sumo respeto, con asistencia de la población local de la zona.
Esa inhumación que intervinimos nos dará información de los
ancestros de esas comunidades, acerca de las enfermedades, de
las patologías o de la dieta de esas poblaciones del pasado. No
tiene sentido excavar por excavar. Se puede estudiar la dieta, saber
qué comían, si había problemas de stress alimentario, causa
de muerte, entre otras cosas. Hay muchas técnicas que en este
momento están al servicio de problemas arqueológicos. Trabajamos
con geólogos, químicos orgánicos, químicos inorgánicos,
físicos, biólogos, paleontólogos. Desde cada especialidad las técnicas
han avanzado mucho y aportan para tener un abordaje interdisciplinario,
pero las preguntas son arqueológicas.
L.R.: La interdisciplinariedad es un vector de cambio muy
importante en relación a la época de Suetta, Casanova, Lanzone…
N.R.: En las décadas de 1960 y 1970 las técnicas estaban menos
desarrolladas, había un trabajo más descriptivo. Hoy, en función
de las preguntas que le hacemos a los objetos, todas las disciplinas
pueden interactuar con un problema arqueológico: astrónomo
(astroarqueología), geólogo (geoarqueología), arqueometría
7…
odontólogos, médicos forenses… con todas las especialidades
hay relación. Hay nuevas líneas como la arqueología pública
8,
que hace hincapié en crear puentes entre el público, las comunidades
y los arqueólogos. A lo largo de la historia la arqueología
se ha utilizado también como una herramienta política, para legitimar
acciones.
L.R.: ¿Cuál es la metodología de un arqueólogo en la actualidad?
N.R.: Mirá, realizamos un póster que está expuesto en nuestro
laboratorio para la Jornada Nacional de Investigación Cerámica
(JONICER) en el año 2015. El tema es
Una aproximación
metodológica al estudio de la alfarería en la región de Fiambalá (Catamarca). Fijate que las distintas etapas del proceso de investigación, las presentamos a través de un espiral para dar la
idea que “el proceso no está cerrado, sino que continúa…”. Primero
comienza con la excavación: allí se recupera, por ejemplo
en este caso, un
puco9 que está dado vuelta y está entero, aunque
en nuestra región es “raro” recuperar piezas enteras porque mayormente
encontramos fragmentos (tiestos). A continuación lo
que hacemos es estudiar la relación entre todos los fragmentos
recuperados y la cantidad de piezas que representan, es decir,
el número de piezas que tenemos con relación a los fragmentos
hallados, para lo cual seguimos un procedimiento metodológico.
Luego estudiamos las formas, los patrones morfológicos, esto
es, las maneras en que se hacen las piezas, cómo se levantaron,
etc., para lo cual tenemos que medirlas y generar relaciones entre
altura y ancho, entre cuerpo y cuello; o sea, generamos índices.
En esta etapa las colecciones de museo ayudan muchísimo
porque nos están dando el patrón, nos permiten acceder a las
proporciones de las piezas completas. Luego realizamos análisis
con la lupa triocular para estudiar las características de los
“bollos” preparados con los cuales se levantó la pieza, para luego
seleccionar los fragmentos sobre los que se realizarán cortes ceramológicos
que se estudiarán con un microscopio petrográfico
para conocer la composición mineral que contienen esos fragmentos
estudiados, ya que en cada zona las rocas van a generar
por meteorización determinados minerales o también dentro
de los “bollos” preparados pueden contener, intencionalmente,
minerales o fragmentos de rocas muy pequeños. También debemos
muestrear las materias primas utilizadas para realizar esas
piezas, o sea, muestreamos potenciales fuentes de extracción
de las arcillas, por ejemplo en barrancas de ríos presentes en la
región que estudiamos. Luego se realizan análisis geoquímicos,
generalmente análisis por activación neutrónica, y se trabaja en
forma interdisciplinaria con químicos nucleares. Después se estudian
los pigmentos, cómo prepararon esa pintura, hay todo un
saber, una técnica que puede llevar a conocer qué explotaban,
de dónde obtenían las materias primas, por ejemplo la hematita,
o qué manejo tecnológico hacían para obtener tal o cual color
para pintar las vasijas. Este tema se trabaja con químicos inorgánicos. Luego volvemos al tema del relevamiento de las colecciones
en museos o en tenencia de particulares a las cuales, cabe
aclarar, registramos y ponemos en regla ante las autoridades
provinciales y nacionales, para cumplir con las leyes en vigencia.
En este trabajo de relevamiento analizamos la decoración
en sí, los lenguajes visuales. Cómo manejan el campo plástico, si
la decoración es horizontal, vertical, qué unidades morfológicas
utilizaban para armar los diseños que expresaban solo puntos,
solo trazos, o combinación de ambos. Es lo que llamamos “las
cajas de herramientas” que manejaban para expresar tal o cual
lenguaje visual. También se analizan las evidencias de producción
alfarera, lo que aquí tenemos por ejemplo son los hornos
donde se manufacturaron esas piezas. Y finalmente el procedimiento
es la experimentación, donde se genera un diseño experimental
reproduciendo determinadas condiciones, probando
con distintos tipos de combustibles que podían haber utilizado,
combinándolos y midiendo las temperaturas de cocción para lograr
determinados productos finales. En ocasiones, a través de
una tecnología específica, se consigue ese gris plomo, brilloso,
que presentan algunas piezas arqueológicas, y así podemos acceder
a los conocimientos técnicos que manejaban y que fueron
transmitidos oralmente de artesanos a artesanos dentro de una
misma sociedad. En el JONICER se reúnen investigadores o profesionales
unidos por los estudios de “cerámica”, o sea, abarca
un amplio espectro que cubre a las aplicaciones industriales, a
los arqueólogos, a los artesanos. Es una “gran botica” donde se
presentan distintos problemas, de hoy y de ayer.
L.R.: Hay un tema que en general interesa mucho al público
no especializado “pero con inquietudes”: es el de si hay o no
consenso en fecha de aparición del hombre en América.
N.R.: Mirá, pensemos en San Raimundo Nonato en el Parque
de Capivara
10 donde han trabajado los franceses. Ellos sostienen
que la presencia del
homo sapiens en América se puede remontar
a 100.000 a.C., y que el ingreso se produjo por el Atlántico. Sin
embargo, de las diferentes teorías que apoyan distintas entradas (por Bering, por el Pacífico, por el Atlántico), la más aceptada es por el norte, es decir, por el Estrecho de Bering hace unos 15000
años atrás. Hay que tener claro que los primeros habitantes no
tenían conciencia que estaban llegando a un “nuevo continente”.
Ellos iban siguiendo la fauna, los cazadores seguían a los animales.
Además, el ingreso por Bering dependía de cuándo se
convertía o no en un corredor de hielo, y eso estuvo relacionado
con las condiciones del clima (cuando el agua se congelaba
se convertía en un corredor que podía cruzarse, pero cuando la
temperatura subía entonces el hielo se derretía y un mar separaba
lo que hoy es Asia de Norteamérica). A lo largo del tiempo
hubo diferentes momentos donde el corredor estuvo “abierto”,
transitable por estar congelado y otras “cerrado” porque no había
hielo. Los especialistas que estudian el poblamiento americano
analizan esas alternancias que se dieron en distintos momentos.
O sea, hubo corredores 15000 y 30000 años atrás. Los últimos en
entrar fueron los esquimales, unos 8000 o 9000 años atrás. Hoy
el corredor está cerrado. Hay que pensar que cada hallazgo arqueológico
relacionado con dataciones genera muchas discusiones
de especialistas para dirimir si ese objeto es una herramienta,
es decir si es un material modificado por el hombre, o si es un
simple litio, una roca. El asunto del poblamiento americano es
muy complejo, ya que es estudiado por arqueólogos especializados
en esa temática, lo que no es mi caso.
L.R.: Norma ¿podría contextualizar el uso del carbono 14 en
la arqueología?
N.R.: El descubrimiento del carbono 14 en la década de 1950 fue
realizado por Libby
11 y el método de datación radiocarbónica fue
fundamental para el desarrollo de la arqueología. El primero que
la usó acá e hizo las primeras excavaciones estratigráficas fue Alberto Rex González
12, el padre de la arqueología, que fue médico
en su formación de grado y luego hizo un posgrado en EE.UU.
Conformó un grupo de discípulos y algunos fueron mis profesores:
José Pérez Gollán, Myriam Tarragó, Víctor Nuñez Regueiro.
Muchos equipos quedaron disueltos durante la dictadura, los
golpes de estado, y recién pudieron rearmarse, principalmente
en el Noroeste, con el advenimiento de la democracia en 1983,
con Alfonsín. Ya sabemos que es más fácil destruir que construir,
para desarmar se tarda un día, pero rearmar los equipos
de investigación llevó mucho tiempo. Lo que ocurrió es que la
técnica fue evolucionando porque cuando Libby la generó asumió
que hay determinadas características en la atmósfera que se
mantenían constantes a lo largo del tiempo. Luego se determinó
que esto no es así, que una cosa es la edad radiocarbónica y otra
cosa es una edad calendárica. Hoy a la edad radiocarbónica se
la calibra con una curva aportada por la dendrocronología
13 (el
estudio del anillo de los árboles) para lograr una edad calendárica,
la que se expresa en años antes o después de Cristo. Pero
esa curva en el hemisferio Norte está realizada sobre el estudio
de árboles muy longevos, que no tenemos en el hemisferio Sur,
por lo que nosotros en Sudamérica usamos una curva estimada
o proyectada sobre la armada en el Norte. Este método sirve para
datar muestras orgánicas con una profundidad temporal entre
50.000 y 60.000 años, lo que para las problemáticas del continente
americano son más que suficientes. En la Argentina tenemos
el laboratorio de radiocarbono LATYR
14 que depende de la Universidad de La Plata y del CONICET. Los arqueólogos llevamos
allí pequeñas cantidades de muestras orgánicas (fragmentos de
carbones, de huesos, de textiles, de vegetales), se les hace un pretratamiento,
se miden en equipos especializados y nos entregan
un reporte donde figura tanto la edad radiocarbónica como la
calendárica. Recordemos que toda medición tiene error, por lo
que ambas edades se expresan dentro de un rango. En el caso de
la edad radiocarbónica se expresa, por ejemplo, como 1350 ± 50
años AP, pero el “presente” es por convención el año 1950. Para
muestras aún más pequeñas, miligramos, también contamos
con otra técnica, AMS –siglas en inglés– donde se utiliza un espectrómetro
de masa con aceleración de partículas para realizar
dataciones. Es una técnica que tiene mayor precisión y requiere
muestras muy, muy pequeñas, pero los análisis son más costosos
y no se realizan en el país. Poder asignarle tiempo a los materiales
arqueológicos es fundamental, porque la arqueología trabaja
con las tres dimensiones: contenido, espacio y tiempo. Hay que
cubrir los tres ejes.
L.R.: ¿Cuáles son las regiones más importantes desde el punto
de vista arqueológico en Argentina?
N.R.: Toda la Argentina. Pero hay algunas que tienen mayor tradición
de investigación que otras, y la conservación de los materiales
es diferente en distintas regiones. Por ejemplo, la zona del
Gran Chaco y del NEA que por sus condiciones climáticas hacen
lo orgánico no se preserve, entonces hay muchos objetos manufacturados
por las sociedades del pasado que no “sobrevivieron”
al paso del tiempo. En Patagonia hubo un extenso desarrollo de
sociedades cazadoras-recolectoras, hay mucha roca y la roca es
la que aguanta el paso del tiempo, y con ellas manufacturaron
gran parte de sus instrumentos, es decir, las herramientas. En el
NOA hay cerámica, lítico, metales y se conservan en climas muy
áridos donde las cosas están como momificadas naturalmente,
esta es la ventaja que tienen. Por ejemplo, los chilenos en Atacama
pueden encontrar un entierro, imaginen que un hombre iba
caminando de la costa del Pacífico a la Puna y se murió, pasan
miles de años y lo encuentran junto con una bolsa con partes de
pescado adentro y otras partes adentro del estómago; el hombre
venía del Pacífico, se murió, y todo quedó preservado por la alta
sequedad del ambiente, a pesar del paso del tiempo. Los materia les se conservan en la aridez absoluta, adentro de un pantano o
en el hielo. Recordemos al famoso hombre de la Edad de Bronce
que había aparecido en los Alpes en la frontera entre tres países
europeos, creo que Italia, Austria y Suiza. Primero pensaron que
era un andinista, entonces no era de nadie, ni suizo, ni austríaco,
ni italiano. Pero cuando se dieron cuenta que era un cazador o
“brujo” de la Edad de Bronce, ahí ya era de todos, aunque resultó
que estaba dentro del territorio de Italia. Ese hombre se conservó
en el hielo como si su muerte hubiera sido ayer. Cuando se bajan
los cuerpos depositados en los santuarios de altura, en la cima de
montañas o volcanes con nieves eternas, que están a más de 6000
metros de altura, es como sacarlos de un
freezer y bajarlos a otras
condiciones climáticas con mayor humedad ambiente. Una vez
que los bajás hay que tener la infraestructura para conservarlos.
Por ejemplo el Museo de Arqueología de Alta Montaña de Salta
(Argentina) donde se exponen los Niños de Llullaillaco está muy
bien equipado y tiene todas las condiciones para garantizar la
preservación de los cuerpos. En ese caso se trabajó mucho con
los físicos y los químicos para montar todos los equipos, ya que
los cuerpos están como dentro de “una cápsula” que recrea la
temperatura y humedad del lugar de donde fueron extraídos,
porque se sabe que con el primer honguito que aparezca se disparan
los procesos de degradación biológica.
L.R.: ¿Por qué cree usted que Juan Manuel Suetta, Eduardo
Casanova, Lidia Lanzone estuvieron interesados por el NOA?
N.R.: A veces las tradiciones se van desarrollando en base a
los maestros previos. Debenedetti
15 realizó investigaciones en
el Pucará de Tilcara a comienzos del siglo XX, y luego fueron
continuadas por su discípulo, Eduardo Casanova, en la década
de 1940. En esos años salían grandes expediciones científicas a
distintas áreas del noroeste argentino. Debenedetti no solo realizó
investigaciones en Jujuy, sino también en Catamarca, particularmente
en la zona de La Ciénaga y sus cementerios, donde Casanova realizó su tesis doctoral sobre Huilliches
16 , que es una de las fases de la llamada “cultura Ciénaga”. Es interesante que las
distintas fases tengan los nombres de los ríos del área, es decir, de
la toponimia local. Otro de los problemas que a veces tenemos
los arqueólogos es que un mismo sitio puede tener más de un
nombre, por ejemplo al sitio Doncellas en Jujuy, también se lo
conoce como Rachaite o Agua Caliente de Rachaite. En este sitio,
trabajaron Casanova, en la década del 1940, principalmente con
las tumbas, y luego Alfaro de Lanzone (Chela) y Suetta, década
de 1970, en el área habitacional.
Fecha de la entrevista: 17/05/2016
1La producción del proyecto está disponible en http://proyectopacha.com.ar.
(N. de la Ed.)
2El alocentrismo es una característica de algunas sociedades que se centra en
las necesidades, los objetivos y los distintos puntos de vista de un grupo de
pertenencia. Por otro lado, las culturas individualistas definen su conducta social
principalmente en cuanto a objetivos, actitudes y valores personales que se
parecen muy poco, o casi nada, a las características del grupo de pertenencia
(Marin & Trinadis, 1985). (N. de la Ed.)
3El término huaca, waca o guaca, del quechua wak'a designa a todas las sacralidades
fundamentales incaicas, santuarios, ídolos, templos, tumbas, momias,
lugares sagrados, animales, aquellos astros de los que los ayllus, o clanes creían
descender, los propios antepasados, incluyendo a las deidades principales, el
sol y la luna, los cuales eran venerados a través de diferentes ceremonias. En:
Nueva crónica y buen gobierno, Felipe Guaman Poma de Ayala. Caracas: Fundación
Biblioteca Ayacucho, 1980, 2 v. Ubicación: BC 860(85) GUAn 1980. (N.
de la Ed.)
4 Las piezas arqueológicas que la USAL conserva se encuentran en proceso de
registro en la Dirección Provincial de Patrimonio Cultural para dar cumplimiento
a la Ley Nacional 25.743. (N. de la Ed.)
5Max Uhle (1856-1944). Arqueólogo alemán que estudió las culturas precolombinas
del Perú en especial la cultura de Tiahuanaco y la Incaica. (N. de la
Ed.)
6El Análisis por Activación Neutrónica (AAN) es una técnica no destructiva de
análisis de muestras de orígenes diversos (geológicos, biológicos, aleaciones,
aguas, pericias forenses, entre otros). Es un método altamente sensible para la
detección de traza en distintos materiales, y se basa en el análisis de la radiación
gamma que las muestras emiten después de ser ionizadas con neutrones. La
energía de cada rayo gamma es característica de un elemento químico particular
y su número es proporcional a la cantidad de ese elemento que se encuentra
en la muestra. (N. de la Ed.)
7 Los estudios arqueométricos constituyen un ámbito de investigación transdisciplinario
en el cual convergen arqueólogos, geólogos, conservadores, físicos,
químicos, biólogos e ingenieros, entre otros, con el fin de obtener, a través del
uso de técnicas instrumentales, la máxima información tecnológica, cultural
e histórica acerca de los distintos materiales que componen el patrimonio arqueológico
universal. (Westfall, 2010, p. 755). (N. de la Ed.)
8 Según Almansa Sánchez (2011), el término se acuña en 1972, tras la publicación
del libro Public Archeology de McGimsey. En él, se presentan las acciones
de publicidad tomadas en los parques nacionales de Estados Unidos y se pone
de manifiesto la integración de las comunidades locales con el patrimonio. Así
comienza una corriente que se mantiene aún hoy en el continente americano.
Esta se basa en las relaciones con las comunidades indígenas allí donde las
haya, sin dejar de lado a la comunidad local no indígena. El objetivo básico
es integrar a estas comunidades con su patrimonio, a la vez que se refuerza su
identidad a través de la Historia, ya sea reafirmando a los grupos indígenas, o
recuperando la memoria de otros grupos anteriormente oprimidos. (N de la
Ed.).
9Voz quechua que significa vasija de barro cocido ancha y semiesférica para
líquidos o sólidos, que puede exponerse al fuego. (N. de la Ed.)
10 El Parque Nacional Sierra de Capivara es una concentración de sitios arqueológicos,
con pinturas rupestres y antiquísima presencia humana. Se encuentra
al sudeste del Estado de Piauí (Brasil). (N. de la Ed.)
11Willard Frank Libby (1908-1980). Químico estadounidense especializado en
el estudio de la radiactividad en los tejidos vivos. En 1949 introdujo el cómputo
cronológico basado en la radiactividad del carbono14 contenido en los restos
orgánicos, para determinar su edad. El método es conocido como datación
basada en el carbono 14. (N. de la Ed.)
12 Alberto Rex González (1918-2012). Pionero en la aplicación del método de
datación por carbono14 en América del Sur. Lo utilizó en la cueva Inti Huasi
(San Luis) para demostrar que los restos encontrados allí tenían una antigüedad
de 8000 años. (N. de la Ed.)
13 Técnica desarrollada inicialmente durante el siglo XX por A. E. Douglass. La
dendrocronología (del griego δένδρον dendron, árbol, χρόνος jronos, tiempo
y λόγος logos, estudio), es la ciencia que se ocupa de la datación de los anillos
de crecimiento de las plantas arbóreas y arbustivas leñosas. Se analizan patrones
espaciales y temporales de procesos biológicos, físicos o culturales. (N. de
la Ed.)
14 Uno de los 140 laboratorios radiocarbónicos del mundo: LATYR Laboratorio
de Tritio y Radiocarbono que depende del Centro de Investigaciones Geológicas,
CIG. Facultad de Ciencias Naturales y Museo, U.N.L.P. Consejo Nacional
de Investigaciones Científicas y Técnicas, CONICET. (N. de la Ed.)
15 Salvador Debenedetti (1884-1930). En 1909 se doctoró en la Facultad de Filosofía
y Letras (UBA) con la tesis La cerámica funeraria de los yacimientos
prehistóricos de La Isla (Quebrada de Humahuaca, provincia de Jujuy – Argentina).
(N. de la Ed.)
16 Hallazgos arqueológicos en el cementerio indígena de Huiliche, Departamento
de Belén, Provincia de Catamarca, Eduardo Casanova. Buenos Aires: Imprenta
de la universidad. UBA. Facultad de Filosofía y Letras, 1930, 147 p. Ubicación:
Biblioteca Histórica Suetta 25. (N. de la Ed.)