Que la justicia no fuera
nunca escarnecida
Entrevista a María del
Carmen y María del Rosario Paz
Luzuriaga, nietas del Dr.
Jesús H. Paz
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“...siempre encontraba tiempo para demostrar su presencia en la familia.” María del Rosario Paz Luzuriaga |
L.R.: Estamos en la tradicional
confitería
M.C.: Sí, claro. Nosotras vivimos con mis
abuelos aquí enfrente.
M.R.: En la casa de la calle Quintana 555,
estaba el Estudio en la planta baja y arriba la casa de la familia.
M.C.: En el primer piso estábamos nosotros,
mis padres y mis hermanas, y en el tercer piso estaban mis abuelos y dos tías
que en ese momento eran solteras.
M.R.:
L.R.: Las nietas del hijo mayor iban
naciendo y se iban sumando a la vida de los abuelos…
M.R.: Abuelo Paz tuvo cinco hijos, un varón,
luego tres mujeres y por último el menor, otro varón. Una anécdota, que para
comenzar define a nuestro abuelo tal y cual era, es la actitud que tuvo con sus
dos hijos varones. Siempre buscando la unión de la familia, él quería que sus
hijos estuvieran siempre unidos y por eso en el caso de los varones dijo:
“Unidos hasta en el nombre”. Su hijo mayor, nuestro padre, se llamó igual que
él “Jesús Hipólito Paz” y su hijo menor “Hipólito Jesús Paz”.
M.C.: Estuvimos siempre todos juntos. Abuelo
nos protegía y siempre promovía la unión de la familia. Nosotras fuimos siete hermanas. Me acuerdo
que una de mis hermanas, España, era zurda. Y en el colegio trataban de
corregirla para que usara la mano derecha. Mi abuelo cuando se enteró, se enojó
porque dijo que era una barbaridad. Hoy eso está superado totalmente, pero en
esa época… Entonces mandó a decir a las hermanas del Colegio Mallinckrodt que
no forzaran algo que era inherente a ella, que en todo caso le enseñaran a usar
ambas manos. Era constante el interés que él tenía por la gran familia que supo
hacer y de la que cuidaba todos los detalles. A pesar de su constante
dedicación y estudio de su profesión, siempre encontraba tiempo para demostrar
su presencia en la familia.
M.R.: Abuelo Paz murió a los 75 años. Era un
hombre brillante profesionalmente, siempre lo supimos, pero para nosotras era
el abuelo que nos mimaba, que nos consentía y nos protegía permanentemente. Yo
recuerdo que cuando uno entraba a la casa, encontraba un hall de entrada ancho,
grande, y a mano derecha estaba su Estudio, donde estaba su escritorio. Es el
escritorio que hoy está en
L.R.: A nosotros lo que nos ha llamado
la atención son las marcas con las que recibimos absolutamente todos los
libros. Todos tienen un sello que indica el propietario, pero además
M.R.: Sí, sí era su iniciativa pero había
secretarias que hacían ese trabajo porque había infinidad de libros. Recuerdo
que en el sótano donde estaban las calderas también había libros y expedientes.
Lo que pasa es que esa biblioteca fundada por mi abuelo luego la continuó mi
padre. Yo me refiero a mi padre porque como mi tío se dedicó más a la
diplomacia, el que continuó con el Estudio de Abuelo Paz y con la biblioteca
fue mi padre, Jesús H. Paz hijo. Además ellos fueron profesores en
L.R.: Indudablemente habrá sido muy difícil decidir la donación de la
biblioteca.
M.C.: Cuando mi padre e Hipólito deciden
donar la biblioteca, el primer lugar que se piensa es en
L.R.: El Dr. J. H. Paz muere en el ’55 y
la biblioteca se dona en el año 1976, ¿ustedes recuerdan por qué la familia
elige
M.C.: Ni
L.R.: Leí en el libro de Hipólito “Tuco”
Paz que la abuela también era muy celosa de la biblioteca…
M.C.: Claro, nuestra abuela, Ana Rosa
Gutiérrez Sáenz Valiente, era hija de José María Gutiérrez, fundador del diario
“
L.R.: Los discursos del Dr. Paz a los
egresados de Derecho traslucen una formación humanística muy profunda.
M.C.: Abuelo ante todo era un ser humano
excepcional. Una cabeza brillante que se conjugaba con un gran acercamiento a
la gente, y un gran sentido del humor. Era tucumano y tenía esa chispa de la
provincia. Era muy querido por sus alumnos. Hay miles de anécdotas de él como
profesor.
M.R.: Yo vivo en Tanti, en la provincia de
Córdoba. Allí hay un cine fundado creo que alrededor de 1940 por el Dr. Botto,
que era abogado y había sido alumno de mi abuelo; contaba que una vez fue a
rendir un examen y comenzó: “… el artículo tanto del código tal el inciso 52…”;
entonces mi abuelo le dijo: “Yo le he venido a tomar examen sobre Derecho, no
sobre la guía telefónica…” También en relación a los libros, me acuerdo que una vez alguien le pidió
prestado un libro, y él lo llevó a esa biblioteca enorme, organizada, y le
dijo: “Mire mi amigo, los libros no se prestan porque todo lo que usted ve acá
son libros prestados, los libros se roban o se regalan (era muy irónico), así
que yo le voy a regalar el libro que usted me está pidiendo.”
M.C.: A veces ocurría que en las librerías de
la calle Corrientes se han encontrado alguno de esos libros con los sellos del Estudio y por algún préstamo voluntario o
involuntario han ido a parar allí. Una biblioteca que él hizo con muchísimo
esfuerzo…
M.R.: Esfuerzo porque él vino desde muy joven
a Buenos Aires para estudiar, vino creo que a los 16 años desde Tucumán cuando
terminó su secundario. Yo tengo el libro que mi padre me regaló, Introducción
al Derecho, que era de mi abuelo, el que él utilizaba como material de
estudio durante su carrera. Hojeándolo y repasando los momentos que Abuelo
habrá dedicado al estudio, disfrutando cada una de esas páginas, me encontré
con una marca indeleble: en una de las páginas encontré la marca del dedo de
Abuelo. Seguramente y aprovechando el tiempo mientras comía y leía, dejó
marcado para siempre su huella, su propia huella digital en un libro que data
aproximadamente del 1898. Vino a Buenos Aires para comenzar la carrera de
Derecho, vivía en pensiones, trabajaba. Incluso en una biografía dice que
trabajaba en el Correo Diplomático, y no es así, trabajaba en el Correo común.
Su permanente postura de superación ante la vida le permitió no solo ser un
eximio profesional, reconocido y admirado por su entorno, sino un gran hombre
lleno de valores y sentimientos nobles que nos supo transmitir.
M.C.: Llegó a tener un Estudio Jurídico
importantísimo; ahora, él mantuvo una división absoluta entre su trabajo y su
familia. Esa división mi padre también la aplicó. Supieron separar
absolutamente el trabajo de la familia; cerraban el estudio y no se hablaba más
de trabajo ni de clientes. Por eso estaba tan atento. Nosotras crecimos en un
ambiente de respeto, de profundísima admiración hacia él, hacia mi padre y
hacia el Estudio en sí.
L.R.: Cuánto orgullo de familia…
M.C.: El orgullo de pertenecer a esta familia
nos lo han transmitido nuestro abuelo y nuestro padre y así lo hemos recibido
nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos quienes conocen a Abuelo a través
del tiempo. Acá yo traigo una fotocopia de este escrito de mi padre que son los
recuerdos; esto fue escrito en 1980, tiene esta parte que es tan linda “… la
cátedra que dictó durante más de 40 años … tuvo amigos de toda suerte y de
condición social … se impuso mi padre por obra exclusiva de su talento, de su
integridad, de su laboriosidad y de su afán de ser lo que fue, lo que su
vocación le dictaba … ejerció con la meta primordial de que, fueron sus
palabras, la justicia resplandeciera y que no fuera nunca escarnecida…”
Quiero decir que estas no son palabras de un hijo que exclusivamente está lleno
de amor y admiración, mi abuelo fue así realmente, una persona brillante
intelectualmente, que triunfó en todos los órdenes, profundamente querido por
todos. Dice aquí mi padre: “…las últimas palabras que me dirigió en vísperas
de su muerte… ese día como todas las mañanas entré a su dormitorio para darle
un beso, y vi en su cara algo que me reveló que estaba mal, me detuvo un
instante esa preocupación que él no dejó de observar, y me dirigió estas
textuales palabras: ‘No te preocupes Fierito yo he sido muy feliz, tu madre una
santa, y los hijos no me han dado más que satisfacciones’…” Ese cariño, ese
amor generoso es lo que nosotros vivimos.
M.R.: Mientras Abuelo trabajaba en su Estudio
y mi padre a su lado lo relevaba de a poco, él siempre encontraba momentos para
sus nietas. Le decía a nuestra niñera, una española que se llamaba Jovita, que
nos preparara y nos vistiera, y acto seguido
haciendo un alto en su agenda, nos llevaba a la confitería París. Ahí
nos esperaban las delicias más exquisitas
y Abuelo nos decía “Chiquitas, elijan lo que quieran”. Ustedes son muy
jóvenes, pero
M.C.: Él quería estar con nosotros. Inclusive
en su habitación había hecho hacer un banco a los pies de su cama: el banco era
especialmente para sus nietas, para que viéramos juntos la televisión. Lo que
estoy contando debe haber sido en el ’52 más o menos, cuando recién llegaban
los aparatos de televisión. Una época donde estaba nada más que el canal 7…
Estaba Pinky, me acuerdo, y Romero Brest, el crítico de arte. Cuando terminaba
la sesión de televisión salíamos y Abuelo cerraba su habitación con llave. Como
demostración de confianza total y absoluta y como una muestra de cariño, le
entregaba la llave a nuestra hermana menor, María José, que era su preferida.
También nos hacía leer el diario
L.R.: ¿Por qué le decían “Fiero”?
M.R.: Una razón es porque cuando era chico
tuvo viruela y le quedaron las marcas en la cara y otra es porque tenía un
carácter muy fuerte. Era muy correcto y honesto pero lo que destacaba a Abuelo,
que también heredó nuestro padre, es la pasión que ponía en todo lo que hacía.
Las discusiones acaloradas y llenas de vigor y argumentos aplastantes eran una
constante en las defensas que Abuelo ejercía sobre sus clientes. Tenía un gran
temperamento, es verdad, pero lo utilizaba sobre todo para hacer justicia,
tanto en lo profesional como en lo personal. Él vino de Tucumán y se impuso con
su talento, con su dedicación y trabajo.
L.R.: La vida familiar claramente
diferenciada de la vida laboral; sin embargo, recordarán seguramente
comentarios relativos a su profesión dos generaciones de abogados…
M.R.: Sí, yo recuerdo que él siempre decía
que había que evitar enviar a la gente a la cárcel porque la cárcel era la
escuela del delito, por eso él siempre defendió a mucha gente sin que medie el
dinero. Mi hija Soledad es abogada, ella
me habla del Código Civil, Penal… Yo le digo, es que el Código Civil,
Comercial, Penal, depende de la habilidad
del profesional, de buscar dentro de ese Código, de ese artículo, la defensa.
Abuelo Paz era brillante como lo manejaba, por eso pudo fundar un Estudio,
tener éxito y prestigio a lo largo de tanto tiempo. Mi tío era peronista y tuvo
su cargo como primer Ministro de Relaciones Exteriores, y luego como embajador
en EE.UU. Mi abuelo y mi padre no eran peronistas, pero en el Estudio figuraban
las tres chapas; Jesús H. Paz, Jesús H. Paz (h.) e Hipólito Jesús Paz. Cuando a
mi tío lo nombraron Ministro, Abuelo Paz mandó a sacar la chapa porque no
quería que pensaran que él iba a beneficiarse con el acceso de su hijo al
Gobierno. Luego en el ’55, cuando el gobierno de Perón cae, “Tuco” Paz, quien
logró demostrar su conducta también absolutamente ejemplar, estuvo exiliado
tres años. En ese momento a mi padre le dijeron: “cerrá el Estudio porque no
vas a trabajar más”. Pero era tal la trayectoria de honradez y confianza que
tenía, que fue cuando más trabajó, porque la gente apoyó lo que en ese Estudio
se había construido y que nuestro padre pudo mantener con el mismo nivel de
seriedad.
L.R.: En esta familia tan unida y tan
fuerte en varios sentidos ¿cuál fue el lugar de la abuela?
M.R.: A mi abuelo le decían el “Fiero”, por
su carácter fuerte; y aunque pareciera que Mama no hablaba, o no decía nada, la
que manejaba todo era ella. Abuelo tenía en Mama una gran compañera, y juntos
siempre lucharon por la familia. Pensar que nosotros vivíamos con nuestra madre
y padre y también con unas tías solteras, todos en la misma casa. Y aunque
fuera una familia muy grande, Mama siempre respetó el lugar de cada uno. Como
abuela siempre nos protegía y nos mimaba.
M.C.: Muy apasionada, y muy inteligente
porque no se enfrentaba. Muy orgullosa de sus orígenes.
M.R.: Tenemos el mejor de los recuerdos de
Abuelo Paz. Me gustaría insistir que él actuaba igual con el Presidente de
M.C.: Un hombre lleno de vida, de
generosidad, de alegría. Mi recuerdo es de un gran sentimiento de protección
hacia todos, uno entraba a la casa y sentía un abrazo. Un abrazo que hoy
todavía nos contiene y que en las generaciones actuales Soledad Aliaga Paz y
Martín Melano Paz, bisnietos de Abuelo, son quienes continúan con la tradición
y vocación del ejercicio del derecho.
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“Nosotras crecimos en un ambiente
de respeto, de profundísima admiración hacia él, hacia mi padre y hacia el estudio en
sí.” María del Carmen Paz Luzuriaga |
Fecha de la entrevista:
06/05/2014