Alicia Zorrilla

Una Auténtica Pionera

 

                                                                                                                               Nuria Gómez Belart[1]

 

Nota del Autor

La Doctora Alicia María Zorrilla es una mujer única. Si bien la humildad es una de las características que la definen, la excelencia se nota en su mirada. Es Vicepresidente de la Academia Argentina de Letras (AAL) y Miembro Correspondiente Hispanoamericana de la Real Academia Española (RAE).

Es destacable su trabajo como miembro de la Comisión Interacadémica que creó la RAE para la composición de la Nueva Gramática de la Lengua Española, donde fue coordinadora del Área Lingüística Rioplatense y representante institucional de la AAL para la revisión de la Ortografía de la Lengua Española.

Su preocupación constante por el español, la llevó a crear la Fundación Instituto Superior de Estudios Lingüísticos y Literarios Litterae; los numerosos diccionarios, manuales y textos publicados por ella son la clara evidencia de su pasión por una mejor utilización del idioma.

Al término del Primer Congreso Internacional de Correctores de Textos en Lengua Española, realizado en Buenos Aires, en septiembre de este año, la Doctora Zorrilla concedió gentilmente esta entrevista para Gramma.

 

—En nuestros días, no sorprende el cierto grado de preocupación por preservar la lengua española ante la proliferación de errores lingüísticos, sobre todo, en las publicaciones virtuales. Sin embargo, ya hace mucho tiempo que existe la Fundación Litterae, una institución pionera en la difusión del español y la formación de correctores. ¿Cómo surgió la idea de crear la Fundación?

—En 1988, Litterae nació como Instituto de Perfeccionamiento Docente. Nuestra incursión en varias editoriales nos advirtió que los correctores trabajaban desorientados. Desconocían la bibliografía especializada y hacían consultas asiduamente. El Señor nos iluminó para crear la carrera de Corrector con el fin de ayudarlos, de que tuvieran una guía normativa para emprender con seguridad sus tareas. En 1990, el Instituto de Perfeccionamiento Docente se transformó en la Fundación Litterae para ampliar el ciclo académico. Entonces, no solo se acercaron correctores de oficio, sino también aspirantes a obtener el título de correctores y, entre ellos, médicos, periodistas, sociólogos, psicólogos, abogados, químicos, farmacéuticos, etc. En sus distintas profesiones, todos escribían y querían hacerlo bien.

—Siguiendo la naturaleza expeditiva de la Fundación, se organizó el Primer Congreso Internacional de Correctores de Textos en Lengua Española, en el que la Fundación Litterae y la Casa del Corrector recibieron a más de 400 correctores de toda América y de España, junto con la Asociación Mexicana de Profesionales de la Edición, la Unión de Correctores de España y la Asociación de Correctores de Textos del Perú. ¿Cómo vivió la experiencia?

—Sentimos la alegría de la misión cumplida. Hace más de veinte años que los que integramos la Fundación Litterae luchamos por dignificar esta profesión que ha sido injustamente subestimada; más aún, pocos la consideraban «una profesión». Vivimos con gran emoción el fervor del encuentro hispanoamericano y gozamos del abrazo que tanto necesitamos para que el camino sea seguro. Todos sabíamos qué deseábamos y hacia dónde queríamos caminar. El Congreso confirmó la creación de la Asociación de Correctores del Uruguay y la del Ecuador. Permitió que profesionales de otros países, que no habían asistido, nos escribieran y nos dijeran: «Estamos con ustedes; queremos unirnos a ustedes».

—En el Congreso Internacional de Correctores, se observó el problema de la identidad del corrector. ¿Cuál es su visión al respecto?

—La Fundación Litterae se ha preocupado siempre de darle al corrector su lugar en la sociedad y de ofrecerle formación y perfeccionamiento continuos mediante la carrera de Corrector Internacional de Textos en Lengua Española y diversos cursos que perfeccionan su labor. La iniciativa de nuestra Fundación de organizar en Buenos Aires el Primer Congreso Internacional de Correctores de Textos en Lengua Española fue celebrada por las Asociaciones de España, el Perú, Colombia y México, que se unieron a nuestro entusiasmo. Pronto se unirán también las del Ecuador y del Uruguay. Las 418 personas que asistieron reconocieron que este Congreso significaba un hito en la vieja y siempre nueva historia de la corrección: el corrector mostraba al mundo un conjunto de rasgos propios que lo caracterizaban frente a los demás profesionales, y que esos rasgos que definían su retrato y ponían de relieve su trabajo silencioso de todos los días lo convertían también en profesional. Se demostró, además, que no vale serlo de palabra; el trabajo responsable, preciso, idóneo, actualizado debe ser espejo de esa profesionalidad.

—Según lo que acaba de señalar, hay una serie cualidades a las que un corrector debe responder. ¿Qué se necesita para ser un buen corrector?

—Se necesita pasión por la lengua y, además, formación específica en la normativa de la lengua española, en su sistema gramatical y en la corrección de textos en lengua española. Cualquier profesional no puede ser corrector, aunque corrija textos de su especialidad.

—Otro de los problemas que se plantearon en el Congreso fue el modo de denominar al profesional que desarrolla la tarea de corrección: corrector de estilo, corrector de textos, corrector literario, corrector-editor, asesor lingüístico… ¿cuál sería el nombre más indicado?

—El nombre real es «corrector de textos». El estilo no debe corregirse nunca —el corrector no es coautor—, y para ser «asesor lingüístico» hay que recorrer un largo camino.

—Volviendo al perfil de corrector, ¿observó alguna diferencia entre la formación o la metodología de los correctores argentinos y la de los demás países?

—El corrector argentino recibe formación durante tres años, es decir, cursa una carrera. De acuerdo con lo que decían los representantes de otros países, esto no sucede en el mundo.

—En general, la imagen típica del corrector de textos es la de una persona solitaria, aislada, encerrada entre paredes de libros. Sin embargo, hace unos años se creó la Casa del Corrector. ¿Cómo nació?

—El corrector es un profesional que trabaja en soledad, y, en general, es para muchos un trabajador menor, y no es así. Por eso, ha llegado la hora de que se sienta respaldado por una institución como la Fundación Litterae, que defiende sus derechos y lo acompaña en su camino laboral.

La Casa del Corrector, que funciona dentro de la Fundación, nació para dar un servicio, pues sus miembros no solo gozan de beneficios económicos en los aranceles de cursos, jornadas, congresos y en la compra de material en librerías, sino también son asesorados desde el punto de vista laboral, bibliográfico y, sobre todo, reciben respuesta a todas las consultas lingüísticas que hacen personalmente o mediante correo electrónico.

La Casa del Corrector es, pues, una entidad destinada a reunir a los correctores y atendedores diplomados y a los de oficio con un mínimo de cinco años de experiencia comprobable, residentes en la República Argentina y en el exterior. Persigue también otros objetivos: dignificar la profesión; difundir la importancia de la delicada labor del corrector y capacitarlo continuamente.

El trabajo del corrector es solitario, pero no queremos que se sienta solo. Sabe que estamos y que lo acompañaremos siempre, aunque esté lejos de nosotros.

—Dos marcas personales que definen su trayectoria son el amor por la lengua y el interés innato por investigar y dar respuesta a las curiosidades lingüísticas. De esas cualidades surgen un gran número de publicaciones y, entre ellas, este año se publicó el Dudario, libro que se presentó también en las jornadas del Congreso…

—El Dudario nace de las consultas lingüísticas que recibo a diario de alumnos, exalumnos o de profesionales que no conozco, desde amas de casa hasta docentes, biólogos, abogados, periodistas, médicos, etcétera. Me dan su nombre y su profesión; luego exponen la consulta, cuya respuesta esperan, en general, de inmediato. «Me carcome esta duda», «me asaltan dos dudas», «me mata esta duda» son los sintagmas más comunes que reflejan la desesperación del usuario por querer avanzar en su trabajo y no poder hacerlo.

—Son pocos los libros o las investigaciones dedicadas a la tarea de los correctores, si se los compara con estudios de otras disciplinas relacionadas con la lengua. ¿Por qué cree que ocurre esto?

—Esto sucede porque el corrector es un profesional ignorado, pero, gracias a Dios, todo ha empezado a cambiar.

—Entonces, ¿no le llama la atención que haya habido tanto interés por el Congreso?

—No, no me llama la atención. Creo que antes del Congreso, aunque trataba de no decirlo, lo esperaba. Los 418 asistentes demostraron que había una necesidad y un gran deseo de decir «estoy presente; existo».

—Hay quienes creen que, con el uso de los celulares y con la Internet, la lengua española vive una etapa de decadencia; otros consideran que no es así, sino que se ha enriquecido con los aportes de otras lenguas. Desde su punto de vista, ¿cuál es la realidad del idioma?

—La lengua española no está enferma ni se enfermará. Nosotros debemos cuidar nuestros escritos y nuestra expresión oral para que no parezca decadente. Es lamentable, pero los ejemplos sobran. La sociedad de hoy no se escucha, no sabe qué dice ni cómo lo dice. Los medios tecnológicos son cada vez más sofisticados, pero no existe la comunicación. Se dialoga con una máquina mediante prolongados monólogos. Sin comunicación, el hombre no existe. Como bien dice Zygmunt Bauman, vivimos en tiempos «líquidos». Todo se escurre, resbala y se pierde.

—Teniendo en cuenta el panorama del que veníamos hablando, ¿cuál cree que será el futuro de nuestra lengua?

—La lengua española es cada vez más rica y más fuerte porque muchos hablantes se interesan por aprenderla; más aún, por gozarla. En el futuro, estoy segura de que será hablada y escrita por miles de millones de personas.

—Pionera en la formación de correctores, incansable estudiosa del lenguaje, generosa con sus discípulos y dispuesta a compartir su saber, la Doctora Zorrilla se mostró esperanzada ante el futuro de la lengua española. El camino es difícil, pero prometedor. Los correctores surgen ante la necesidad de compartir ideas entre los seres humanos, y la duda lingüística es un acto saludable. Así lo señaló, en su Dudario:

Nuestra lengua vive. La consulta simboliza, entonces, la necesidad de saber para que viva bien en la oralidad y en la escritura. Ninguna pregunta es estéril, pues el que la hace aspira a reorganizar su trabajo, a armonizar sus discordancias. La respuesta no censura el error; encamina, orienta y comunica la regla. A veces, no hay errores, y cada respuesta confirma una certeza. Es un camino de regreso enriquecido, fundado en la medida; es la convicción de que por las palabras existimos y nos damos (Zorrilla, 2011).

 

 



[1] Licenciada en Letras y Correctora Literaria por la Universidad del Salvador (USAL). Tiene a cargo las cátedras de Literatura Argentina y de Lingüística General de la USAL en la sede de Ramos Mejía. Correo electrónico: nuriagb@uolsinectis.com.ar

Gramma, XXII, 48 (2011), pp. 300-304.

© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Literarias y Lingüísticas de la Escuela de Letras. ISSN 1850-0161.