Música para Aeropuertos
Jorge
Aulicino[1]
Nota del Editor
El
siguiente poema fue cedido por el autor a nuestra revista. Fue publicado
anteriormente en el libro Hombres en un restaurante por el sello
editorial Libros de Tierra Firme (Buenos Aires, 1994).
La ciudad es todos los ojos encendidos en la niebla
y el frío.
Detrás de cada ojo hay vidas que no son conscientes
de sí mismas
o no tanto como el hombre que mira los ojos
amarillos de la calle.
Este hombre tiene frío y siente el aire húmedo
subiendo por sus piernas.
Es el único que escucha los últimos ruidos de los
autos
y le parecen raros un camión estacionado
y el tambor de desperdicios en la vereda del bar.
En la noche de un día que no tenía previsto,
es quizás el único verdadero testigo de la civilización.
El que podría decir son grandes estos ruidos;
estos ojos, extraños; el frío es real y no es
humano;
esta civilización, que en una foto satelital es solo
grumos,
unos trazos, una de esas figuras de los
microscopios,
ha vivido, se ha alzado en edificios de ventanas
luminosas
y por las noches abandona las calles a inimaginables
visitantes:
quizás es su deleite.
Porque esta civilización debe conocer su sentido,
como el universo, aunque en realidad impresiona
su inconsciencia del frío, del abismo.
A solas este hombre en su cuarto mirará el diario
del día
anterior como un documento raro.
Saldrá todavía muchas veces para convencerse.
Probablemente no se convenza.
Su voluntad de hierro lo hará insistir.
Porque hay, dirá, debe haber un sentido
en todas esas ventanas que se encienden de noche y
en el vacío de las calles y en la trepidación de los sótanos.
[1] Poeta,
periodista, crítico y traductor argentino. Es subdirector y columnista de la Revista
Ñ.
Correo electrónico:
jorgeaulicino@gmail.com
Gramma, XXII, 48 (2011), pp. 269-270.
© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Literarias y Lingüísticas de la Escuela de Letras. ISSN 1850-0161.