Gramma, XXI, 47 (2010)

© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía Y Letras. Escuela de Letras

 

 

Fragmentos de

El Libro de las Siniguales y del Único Sinigual[1]

 

María Rosa Lojo[2]

 

Las Siniguales. Su Definición Improbable

 

Son seres del viento que se posan en la tierra, y que sobre ella necesitan bastón. Seres femeninos sin cara precisa y con largas cabelleras desproporcionadas de sirenas aéreas, que seguramente usan para volar, pero que aquí, en el suelo, deben pesarles como una desmesura.

No se sabe de dónde vienen, y tampoco si son brujas o hadas, aunque parecen más brujas que hadas por su edad (los bastones, las mechas blancas que salen bajo los gorros), y más hadas que brujas por las cabelleras de tul y llamas multicolores y por su compromiso con la luz del día y con las criaturas más doradas y verdes de la tierra.

Liban en las flores como colibríes, y apoyan sobre las hojas o los pétalos de carne sus patas levísimas de insectos.

No se sabe dónde tienen los ojos. Quizá todo su cuerpo casi impalpable es un solo ojo, o muchos ojos, quizá tocan con ese cuerpo, con esos ojos, la superficie de todo lo viviente, y aun de lo muerto, para resucitarlo.

Corren riesgos.

Avanzan por cornisas peligrosas, en puntas de pie sobre desfiladeros de espinas. Llegan hasta el final de feroces espolones de hierro, suben a rampas de metal duro y helado, y cuando están a punto de caer, vuelan expandiendo sus cabelleras de ala de mariposa.

Se protegen con escudos, oblongos o redondos, pulidos como monedas de plata nueva que se reflejan en los espejos de invierno por donde nadan, erguidas y guerreras, a paso lento, sin necesidad de patinar.

Lo que tocan, lo encienden.

Lo que dejan, se enfría, pero queda una estela de calor perdurable en el lugar que pisaron con su pie sigiloso.

Una de ellas tiene un bastón curvo, que se tuerce como el cuello de una serpiente mientras escucha una música encantada.

Parece una góndola o una barca vikinga, se desplaza en el aire como si trazara un surco, y mientras navega canta como las maderas cuando crujen, hamacadas por el mar.

Una niña vio esa barca varada en las rocas de Finisterre, donde termina un mundo y empieza otro, donde los muertos viven porque permanecen, flotantes, en las nubes de espuma que dejan las rompientes.

Otros seres semejantes llegaron a buscar la barca varada.

La niña no pudo darles nombre. No eran meigas, hechiceras y curadoras, no le parecieron bruxas, amigas del demonio, y tampoco fadas, de belleza irreal y diamantina.

Entonces las llamó «Las Siniguales».

Intentó persuadirlas con promesas y halagos, y meterlas en uno de sus bolsillos, pero las Siniguales desaparecieron y volaron de su mano, con barca y todo, dejándole en la palma un calor tibio, como de estufa, y un olor a canela.

Nadie volvió a verlas en Finisterre.

La niña, en cuanto pudo irse, se echó a rodar tras ellas por la tierra redonda. A pie y en aviones, en autos y en otras barcas, en patines y en motocicletas, hasta que se hizo vieja, y aun así continúa buscándolas dondequiera que estén.

 

La Singularidad del Sinigual

 

En la especie de las Siniguales vive el ser más solitario de todos los seres, porque es único en su género masculino, y no tiene con quien compartir las aventuras y desventuras de esa condición estrafalaria y desvalida.

No puede aparearse con las hembras de su especie, que no se reproducen mediante el sexo sino mediante la ingeniería textil, y que obtienen de sus prolongadas levitaciones un placer inimaginable e infinitamente superior al que el limitado Sinigual podría proporcionarles en una cópula precaria y transitoria.

Incapaz de levitar él mismo, el Sinigual despliega, en cambio, vuelos de gran altura, lanzado a la persecución de las libélulas, también llamadas Anisópteras. Es bello de ver, entonces, extendido en el aire todo su cuerpo de tul rojo como una sola ala. Sus pocos pelos de lana negra vuelan también, a riesgo de deshilacharse o desprenderse en una calvicie prematura, pero al Sinigual no le importa. Si no se esfuerza lo necesario, no podrá atrapar ninguna libélula. Tendrá que conformarse con las señoritas o caballitos del diablo, de vuelo más corto y más lento, que no dan luz de noche, y poseen solo convencionales ojos separados, en vez de los ojos multifacéticos de las libélulas que rodean su cabeza como una corona y les permiten ver el mundo hacia adelante y hacia atrás y hacia los costados, como el ojo omnisciente de un satélite.

La competencia con los machos es difícil. Son de recia estructura y mantienen siempre abiertas sus alas naturales que vuelan a velocidades portentosas. Logran siempre alcanzar a las hembras, las fascinan con sus acrobacias aéreas de cuño circense o militar, hasta que, atontadas por tanto exhibicionismo prepotente, la mayoría se entrega con mansedumbre al rito de la fecundación, mientras ellos les sujetan la cabeza con dos pinzas para asegurar su quietud y desempeñar su tarea con mayor eficacia.

No todas, sin embargo, se dejan deslumbrar por ese estilo jactancioso de pandilleros o de compadritos. Tímidas o refinadas, otras libélulas renuentes al abrazo de pinzas se esconden entre las ramas de los árboles altos para pasar inadvertidas.

Esa es la gran oportunidad del Sinigual, que avanza en el laberinto verde con crujido sedoso, y las envuelve con todo su cuerpo en una nube de tul enrojecido. Ellas se dejan caer, entonces, como si las emborrachase un vapor perfumado, mientras el Sinigual les susurra al oído la música de la barca con cuello de dragón que todas las de su especie, y él también —aunque único— saben cantar.



[1] Publicado en lengua gallega: O libro das Seniguais e do único Senigual (Vigo: Galaxia, 2010). La traducción para esta edición es de la autora.

[2] Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires e Investigadora del CONICET. Narradora, poeta y ensayista. Obtuvo numerosos premios, entre ellos, el Konex a las figuras de las Letras argentinas. Correo electrónico: mrlojo@gmail.com

Gramma, XXI, 47 (2010), pp. 193-195.

© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Literarias y Lingüísticas de la Escuela de Letras. ISSN 1850-0161.