Gramma, XXI, 47 (2010)
© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía Y
Letras. Escuela de Letras
Segundo Encuentro: La
Novela Policial Actual en Argentina
Presentación
Juan José Delaney[1]
Tras mucho tiempo en que por causa de mercenarios de la escritura el
género policial fue juzgado manifestación artística de segundo nivel, esta
expresión literaria recupera ahora su prestigio original. Forjada por nombres
enormes de las letras —Edgar Allan Poe, William Wilkie Collins y aun el mismo
Charles Dickens—, las ficciones criminales y de misterio, en efecto, no cesan
de sumar lectores, al tiempo que atraen el interés de críticos y estudiosos. En
no pocas universidades, las escuelas de letras incorporan esta narrativa a sus
programas.
La Argentina, que desde
los inicios encontró lectores conspicuos y, desde la segunda mitad del siglo xix, cultores —las dos novelas pioneras
de Luis V. Varela, La huella del crimen y Clemencia, en 1877—, asistió a un regular desarrollo del policial aunque bajo la
desdeñosa mirada de la Academia, actitud que fue debilitándose por el trabajo
de críticos que volvieron a poner sobre la mesa la indiscutible verdad de que,
a fin de cuentas, no hay géneros mayores o menores sino, simplemente, buena o
mala literatura. Como con el tango, la masiva adhesión popular debe de haber
tenido que ver con la relegación.
Entre los académicos
primeros que entre nosotros se interesaron por el tema están Fermín Fevre, con
una breve pero efectiva introducción a cierta antología ya clásica, y los
profesores Jorge Lafforgue y Jorge B. Rivera mediante frecuentes
descubrimientos y aproximaciones.
No siempre resultan
claros los límites de esta narrativa: Ernesto Sábato, autor del gótico Informe
sobre ciegos y que, paradójicamente
fue un gran detractor del género, jamás hubiera definido su novela El túnel como policial.
Sin embargo, y pese a lo que en su contra se dice en el texto mismo, para
muchos lo es, como también Crimen y castigo, de Dostoievsky, para dar otro ejemplo.
Nuestra
narrativa criminal se desarrolla en un medio donde la Justicia y la Seguridad
están cuestionadas o cuya existencia es endeble; la paradoja es aparente: quizá
la ficción busque sustituir a la realidad. Y para los que concebimos la
literatura también como una interpretación de la existencia, recorrer el camino
que forjaron nuestros escritores de misterio resulta ciertamente revelador de
nuestra compleja identidad. Por de pronto, ha llamado la atención una
producción literaria importante en el terreno del policial en un país
sudamericano cuando, en general, esa literatura aparece asociada al mundo
anglosajón y, de un modo lateral, al francés.
En
otro sentido, nuestro aporte arranca con un escritor que, tras la poética del
clásico Horacio, se embarca en una obra que busca entretener al tiempo que
instruir. Lectorem delectando pariterque monendo fue lo que otros autores de la Generación
del ‘80 buscaron con su escritura en aquellos tiempos en que la Argentina
pareció encaminarse hacia un destino grande. Y no por nada el gran impulso lo
dio la colección El Séptimo Círculo, que Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy
Casares crearon, para Emecé, significativamente, en 1945. Fue precisamente
entre 1942 y 1955 que el policial clásico vivió, entre nosotros, su época de
oro. En las dos puntas están «La muerte y la brújula», de Borges, y Seis problemas para don Isidro Parodi, de Borges
y Bioy, por un lado, y Rosaura a las diez, de Marco Denevi, y Los tallos amargos, de Adolfo Jasca, por el otro.
Borges,
en efecto, será el mentor y promotor de la escuela inglesa (o clásica), y
Rodolfo J. Walsh, quien marcará la transición hacia la novela negra (más
próxima a la llamada vida real y muy lejos del juego), a partir de la
investigación titulada Operación masacre. Borges y Walsh están, en fin, en el anverso y el reverso de la moneda
de nuestra narrativa criminal.
En
los peligrosos años setenta, esta literatura encuentra más de un motivo para
pervivir: la novela de José Pablo Feinmann titulada Últimos días de la víctima constituye un curioso momento en el que la
metáfora dijo de un modo muy eficaz lo que no estaba permitido decir. No fue
ciertamente el único aporte, aunque acaso de los más contundentes.
Atado
a nuestra realidad, el policial se muestra incesante: alternando el relato de
enigma con la novela negra sigue, en efecto, vigente, acaso para recordar que
en cada uno de nosotros siempre están Caín y Abel o porque, a veces, la
sociedad busca en el arte un refugio y un sentido que lo cotidiano le escatima.
Por eso algunos de nuestros escritores están contando, además, otra historia,
la del país, a través de una forma muy particular de ficción: esa que André
Gide denominó «la tragedia griega de nuestro tiempo».
Nos acompañan tres de los más importantes narradores actuales: Álvaro Abós, Pablo de Santis y Claudia Piñeiro, quienes cuentan con el favor del público y el elogio de la crítica. Están aquí, esta noche, para reflexionar sobre el misterio de la literatura de misterio.
[1] Profesor
de Enseñanza Secundaria, Normal y Especial en Letras por la Universidad del
Salvador (USAL). Actualmente, se desempeña como Profesor en el área de
Literatura Argentina de la USAL. Correo electrónico: juan.delaney@gmail.com
Gramma,
XXI, 47 (2010), pp. 196-198.
©
Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de
Investigaciones Literarias y Lingüísticas de la Escuela de Letras. ISSN
1850-0161.