Gramma, XXI, 47 (2010)

© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía Y Letras. Escuela de Letras

 

 

La Búsqueda de lo Celeste en la Poesía de Alejandra Pizarnik: Astros y Aire

 

María Isabel Calle Romero[1]

 

Nota del Editor

Este trabajo aborda uno de los aspectos analizados en su tesis doctoral La poesía de Alejandra Pizarnik: fijación del corpus poético e interpretación y análisis simbólico de su obra, presentada y defendida recientemente en la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona, España.

 

Resumen: Alejandra Pizarnik nació y murió en Buenos Aires, Argentina (1936-1972). Trabajó en su poesía las tradiciones románticas, simbolistas y surrealistas. Su poesía se encargó de poner en escena lo desgarrador del silencio creativo. Su inadaptación a la sociedad hace que se refugie en el lenguaje, enloquezca en él y muera en él. El poema y la palabra serán la única realidad. El objeto de estudio del presente trabajo se centra en la producción literaria de Alejandra Pizarnik, de la que se analizará, a partir de los textos poéticos, la evolución de su lenguaje y los símbolos que se han convertido en auténticos actantes en un universo creado a manera de microcosmos. Astros y seres voladores conforman parte de este mundo poético dividido en dos. La bóveda celeste y sus componentes pasan a ser la parte antitética de un mundo vivido, un cielo añorado y ansiado en el que la poesía puede llegar a alcanzar la felicidad. Allí se encuentra el rey sol, la luna doliente, las estrellas inalcanzables, el ángel harapiento y los pájaros desplumados. Todos ellos conforman una de las partes de la duplicidad constante de la poética pizarnikiana.

Palabras clave: Pizarnik, Poesía Argentina, símbolo, personaje, celeste, astros, aire, ángel, pájaro.

 

Abstract: Alejandra Pizarnik was born and died in Buenos Aires, Argentina (1936-1972). She worked with romantic, symbolist and surreal traditions in her poetry. Her words put under the spot light the disturbance caused by creative silence. Her inability to adapt to society pushed her to hide in language, go crazy in it and die in it. Poetry and words became her only reality. The aim of this article is focused on Alejandra Pizarnik’s literary production, particularly her poetry, in which we shall analyze the evolution of her language and the symbols that became true actors in a universe created by her, like a microcosm. Stars and flying beings give form to this poetic world divided in two. The sky and its components become the antithesis of the inhabited world, a desired heaven in which poetry may find happiness. There we shall find the sun king, the aching moon, the unreachable stars, the scruffy angel and the naked birds. All of them play an important part in the constant duplicity of Pizarnik’s poetry.

Keywords: Pizarnik, Argentine Poetry, symbol, character, celestial, stars, air, angel, bird.

 

El mundo poético de Alejandra Pizarnik se organiza sobre la base de una duplicidad inherente en todos los ámbitos del microcosmos. El silencio y la palabra, el día y la noche, la otra orilla, el espejo, las voces, las máscaras y el propio yo poético («alejandra alejandra / debajo estoy yo / alejandra»[2]) se diluyen en una confrontación continua que lleva a la destrucción incontrolable de todo aquello que se ansía. Una de estas batallas es la que se libra entre el cielo y la tierra. El cielo, bóveda celeste que alberga todos aquellos astros y seres anhelados, se convierte en un campo de ilusión y afán, pero también de destrucción y desesperanza, puesto que nunca podrá llegar a él. En este cielo, viven diversos personajes propios de este universo. De ellos trata el siguiente artículo: del rey sol, gobernador de un cielo lejano; la dolorosa luna, reflejo de la luz solar que nunca llegará a ser propia; las estrellas como destino; y el ángel y el pájaro, seres voladores que habitan en este cielo y con los cuales el yo poético llega a identificarse.

A partir de todos ellos, se conformará una parte de la poesía pizarnikiana, aquella en la que la caída del cielo a la tierra provoca una desmembración y segmentación del alma, pasando a ser la base sin la cual el resto de la obra poética quedaría inexplicada.

El siguiente análisis de personajes pizarnikianos ha sido efectuado con las primeras ediciones de los ocho libros de poemas publicados por Alejandra Pizarnik en vida: La tierra más ajena, Las última inocencia, Las aventuras perdidas, Árbol de Diana, Los trabajos y las noches, Extracción de la piedra de locura, Nombres y figuras y El infierno musical. Además de estas obras, también se han analizado aquellos poemas inéditos publicados en la última edición de Lumen (Poesía completa) en el año 2000 a cargo de Ana Becciu, así como algunos poemas que aparecieron en revistas[3].

Tras una lectura exhaustiva de toda la obra publicada, se han analizado los diferentes personajes siguiendo una evolución lineal, siguiendo un criterio temporal de las publicaciones y exceptuando los poemas inéditos de la edición de Lumen, puesto que no se nos indica la fecha de redacción en la mayoría de ellos.

La Búsqueda de lo Celeste en la Poesía de

Alejandra Pizarnik: Astros y Aire

La obra poética de Alejandra Pizarnik se estructura a partir de una duplicidad inherente en todos los ámbitos del microcosmos. La musicalidad y el silencio, la luz y la oscuridad nocturna, cielo y tierra, orillas antitéticas de un mismo río, la realidad y la ficción del espejo, la multiplicidad de voces y de máscaras e, incluso, el propio yo poético se funden en una contraposición continua que lleva al cataclismo incontrolable de todo aquello a lo que aspira el yo poético.

La duplicidad característica de la obra pizarnikiana se vuelve palpable de nuevo en la dilogía tierra / cielo. Las alejandras que, desde sus primeras obras, se remiran en el espejo poético pasean por la tierra admirando el cielo ansiado. Toda la obra poética de Alejandra Pizarnik es una constante caída desde la celeste infancia, hacia la madurez terrenal. Tras esta caída, se produce una desmembración poética reflejada en el doblez de máscaras y rostros del yo poético:

Alguien

   cae

                      en

                             su

                                   primera caída (Pizarnik, 2001, p. 446).

La falta de nominalidad hace que lo realmente trascendental de este conciso poema sea la caída[4], el acto en sí, capaz de desmembrar y cercenar el alma poética en versos monosílabos, al mismo tiempo que, mediante una distribución espacial meditada, recrea la sensación visual de un descenso hacia la parte más tangible del mundo adulto y equilibrado. Este desplome, al igual que la caída del alma platónica, es la que provocará el fraccionamiento de la poeta en varias voces y lo que provocará la inmersión en el silencio lingüístico.

Todo ello se produce desde lo más alto del universo pizarnikiano, el ámbito de lo celeste. Allí encontraremos diversos símbolos muy relacionados con la infancia y su pérdida irremisible. Tal vez, no deberíamos hablar de símbolos[5] en su parte más categórica, sino de personajes, puesto que adquieren diversos matices en la medida en que evoluciona el mundo poético del yo. Estos personajes actúan en un teatro celeste donde viven y se emocionan convirtiéndose en una alegoría insistente de lo inalcanzable.

Según Chevalier (2007), el cielo es:

Símbolo cuasi universal por el cual se expresa la creencia en un Ser divino celeste, creador del universo y garante de la fecundidad de la tierra. […] Tales Seres (celestiales) están dotados de una presciencia y sabiduría infinitas; las leyes morales y a menudo los rituales del clan han sido instaurados por ellos durante su breve estancia sobre la tierra (p. 281).

La bóveda azul por antonomasia, por lo tanto, será espacio para el amor inalterable, un lugar de reflexión confrontado a la noche y al hogar de la infancia disipada. Ya en su primer poema de La tierra más ajena, aparece el cielo como esencia de lo sublime, de aquella parte perdida, sobrehumana, que no se puede obtener en esta vida: «no querer vivir mil oxígenos / nimias cruzadas al cielo» (Pizarnik, 1955, p. 9). El cielo se apiada de ella, incluso escolta en algunas ocasiones al sentimiento sombrío de orfandad celestial y se funde con la tierra sombría: «el cielo gime montones desteñidos / sombras mojadas recogen sus trozos» (Pizarnik, 1955, p. 13).

En el poema «Cielo», aparece de nuevo unido esta vez al amor inmutable, al amor imperecedero que profesa la poeta cuyo reflejo son las nubes. Los dos, a un mismo tiempo, crean ya una duplicidad de sentimientos que se convertirá en precursora del posterior resquebrajamiento del alma, apoyado por una simbología tipográfica y morfológica que acentúa esta sensación de duplicidad:

cielo trozo de cosmos cielo murciélago infinito

inmutable como los ojos de mi amor

pensemos en los dos

los dos tú + cielo = mis galopantes sensaciones    

biformes bicoloreadas bitremendas bilejanas

lejanas lejanas (Pizarnik, 1955, p. 37).

La cándida niñez deambula por esos cielos platónicos e inalcanzables, ella se encuentra entre el cielo y la tierra, lugar efímero en el que todo muere bajo la noche. Ahora ya no sabe cuál es su destino, está atrapada entre los dos mundos: «He aquí lo difícil: / caminar por las calles / y señalar el cielo o la tierra» (Pizarnik, 1958, p. 12).

En este mismo espacio uno de los actores más recurrentes a lo largo de toda la obra de Alejandra Pizarnik será el sol. Cirlot afirma que «el sol es el astro de la fijeza inmutable» tal y como sucede en la poesía pizarnikiana. «Por eso revela —continúa diciendo— la realidad de las cosas, no sus aspectos cambiantes como la Luna. […] En sentido afirmativo, este arcano simboliza gloria, espiritualidad, iluminación» (Cirlot, 2005, p. 423).

Pero la actuación del sol no será siempre idéntica. En sus primeras obras será un sol amarillo relacionado siempre con una luz[6] que no ilumina, sino que conduce a las tinieblas, será un sol causante irremediable del paso del tiempo. Es por ello que será un sol amarillo con sombra y marcará la existencia hasta lo más profundo —«al sol amarillo que traspasa las pieles marcando oscuras huellas» (Pizarnik, 1955, p. 15). acercándose cada vez más a la irremediable noche:

Un sol amarillo dejaba caer indiferente

pedazos luminosos de algo coloreado

mas las sombras persistían

aún en los retazos del astro (Pizarnik, 1955, p. 21).

Más tarde la infancia se pierde bajo un sol que ya se ha convertido en rojo (Pizarnik, 1955, p. 24) y la aurora, al igual que la noche, las sombras y la oscuridad, será anhelada debido al destino fatal y final de la poeta, tratará de «hallar algo que haga / flotar mi destripada / aurora» (Pizarnik, 1955, p. 27). El alba se convierte en un lugar alejado en donde se ha quedado parte del yo y al que es imposible volver después de haber visto las sombras nocturnas. Es por ello que allí dejará su cuerpo e intentará volver sin conseguirlo, se desdoblará en varios cuerpos para poder dejar morir a algunos de ellos en la luz solar:

He dado el salto de mí al alba.

He dejado mi cuerpo junto a la luz

y he cantado la tristeza de lo que nace (Pizarnik, 1962, p. 11).

El alba la ha abandonado:

un golpe del alba en las flores

me abandona ebria de nada y de luz lila

ebria de inmovilidad y de certeza (Pizarnik, 1962, p. 37).

También el astro rey la abandonará, ya está fuera de él —«Yo no sé del sol» (Pizarnik, 1958, p. 7). A medida que avanza su obra, el sol pasa a ser un personaje mortífero y la noche será el único refugio en esta vida —«Tal vez la noche sea la vida y el sol la muerte» (Pizarnik, 1958, p. 18)— tras haber desaparecido su infancia y también el amor. El rey sol se ha convertido en «negras mañanas de sol» (Pizarnik, 1958, p. 27) que «cae como un muerto abandonado» (Pizarnik, 1958, p. 31). Al final del camino, los soles acabarán siendo negros[7] —«Y hay, cuando viene el día, una partición del sol en pequeños soles negros» (Pizarnik, 1965, p. 35) —, y la noche y el sol se fundirán en uno solo —«Desnudo soñando una noche solar» (Pizarnik, 1965, p. 36). El alba ha desaparecido por completo. El sol se ha transformado en un nuevo astro, ya no es aquel sol amarillo de la infancia sino el sol rojo[8] del silencio bajo el que ya no viven las muñecas doradas de su infancia,[9] sino las palabras —«Al negro sol del silencio las palabras se doraban» (Pizarnik, 1968, p. 43)—, convirtiéndose estas palabras ahora en los soles anteriormente buscados y añorados: «Palabra o presencia seguida por animales perfumados; triste como sí misma, hermosa como el suicidio; y que me sobrevuela como una dinastía de soles» (Pizarnik, 1971, p. 31).

Otro de los grandes personajes astrales será la dolorosa luna. Ya en los primeros poemas, la luna no es uno de los elementos a los que Pizarnik recurre como salvación, sino como elemento también odiado, al igual que el sol, por la luz que ella misma comporta. Debido a que este astro es acarreador de luz solar, aparecerá en sus poemas como portador de sufrimiento y de desolación, es el que alumbra todo aquello que lleva a la poeta a la realidad cotidiana como advertimos en el poema «Nemo» «cantaré a la luna odiada que da luz a mi espesa cabeza cortada a la navaja» (Pizarnik, 1955, p. 15). La luna es la que acaba con la noche y el negror que esta comporta y, por lo tanto, debe desaparecer su blancura para conseguir que la sombra llegue: «si no se perturba la luna / la luz redondea blancuras» (Pizarnik, 1955, p. 26). En ese afán pizarnikiano de constante contraste antitético, la luna puede presentarse también como componente deseado de ese cosmos en el que los demás viven, junto al sol, felices. Un mundo deseado en el que, si no faltasen palabras o la poesía como condiciones sine qua non, podría haber sido un mundo feliz:

¡Qué sé yo! ¡Faltan palabras,

falta candor, falta poesía

cuando la sangre llora y llora!

¡Pudiera ser tan feliz esta noche!

Si sólo me fuera dado palpar

las sombras, oír pasos,

decir «buenas noches» a cualquiera

que pasease a su perro,

miraría la luna, dijera su

extraña lactescencia, tropezaría

con piedras al azar, como se hace (Pizarnik, 1956, p. 15).

La poeta vive en la noche y en la muerte y la luna se sitúa fuera de este mundo, en el mundo del sol y la aurora al que solo puede llegar a través de la poesía. Le pide al poema que la traslade a este mundo contrapuesto al suyo, y por ello clama: «Pero yo le ruego al poema, / yo le pido la luna al poema» (Pizarnik, 2001, p. 309). Pero la luna no puede conducirla a ese deleite. Es una luna que siempre camina acompañada por la soledad y por la ausencia provocada por el miedo y el silencio: «Arpa de silencio / en donde anida el miedo. / Gemido lunar de las cosas / significando ausencia» (Pizarnik, 1965, p. 55). La muerte es la consecuencia de este desamparo y entra en escena en la siguiente estrofa: «Espacio de color cerrado. / Alguien golpea y arma / un ataúd para la hora, / otro ataúd para la luz». El silencio es ahora lo único que queda, el aislamiento y el exilio, compañeros inseparables son los que conformarán el silencio deseado. Ni tan solo las palabras pueden ayudarla a salir de su cárcel: «Aún si digo sol y luna y estrella me refiero a cosas que me suceden. ¿Y qué deseaba yo? / Deseaba un silencio perfecto» (Pizarnik, 1968, p. 42). Los tres elementos que ahora mismo provocan la desdicha y la infelicidad son los que ocasionan claridad dentro de la noche mortal y anhelada. Quiere llegar al silencio, pero todavía la luz de los astros alumbra este empeño y no puede ser conducida a él. Así pues, la luz lunar será ahora, en lugar de la portadora de dicha, la que la conduzca a la locura convirtiéndola en la «reina loca» de Carroll. La luna ya no es consuelo, es locura, y para ello alude a la necesidad lunar de uno de los personajes de Camus[10] como referencia en este poema: «Me digo: / Si me pide la luna es porque la / necesita. / Pero si (supongamos) le llevo la luna, / me dirá algo nada lindo de escuchar»[11]. El consuelo de la luz se ha perdido y solo puede traer consecuencias funestas para la noche pizarnikiana. Su destino, tal vez, sean las estrellas.

La estrella, astro que retiene su cualidad luminaria, su incandescencia celeste representará el papel más espiritual del escenario cósmico. En La tierra más ajena la estrella hace su primera aparición. Aquí se nos muestra como destino, como luz de vida, como amiga de la noche que siempre la protege, como aquella que se persigue, sin cesar, pero que es estrangulada por el tiempo y, por supuesto, por el sol, ya que la luz de este hace que la de la propia estrella desaparezca, actuando como sombra que la oculta: «y el tiempo estranguló mi estrella / […] la sombra del sol tritura la / esfinge de mi estrella / […] brilla esencia de mi estrella!» (Pizarnik, 1955, p. 11). Con este último verso, la poeta increpa a su estrella para que exista, y existirá dentro de ella, de su poesía, es lo único que permanecerá imperecedero y aquello que el sol no puede borrar ni ensombrecer. Es, por lo tanto, un personaje positivo, aquello que se quiere conseguir, pero que nunca llegará —tal como se observa en «a la estrella que se oculta cuando se la llama» (Pizarnik, 1955, p. 17)— pero que es amiga y compañera de la noche, una noche en la que la poeta en ocasiones encuentra la paz y el sosiego, tras la batalla constante de los mundos. Siempre va unida a la nocturnidad, pero, al contrario de la luna, que no puede ser jamás compañera de la poeta debido a su clara influencia del sol, las estrellas actúan como signo nocturno que observa la noche y sus poemas: «La noche se astilló en estrellas / mirándome alucinada» (Pizarnik, 1956, p. 13), «Poco sé de la noche / pero la noche parece saber de mí, / y más aún, me asiste como si me quisiera, / me cubre la conciencia con sus estrellas» (Pizarnik, 1958, p. 18), estrellas mensajeras de la noche e invasoras de los poemas melancólicos que se identifican con todas sus características, «de estrella a estrella, / de sombra en sombra» (Pizarnik, 1962, p. 17). No solo acompaña a lo oscuro, sino también al amado, relacionándose de nuevo con esos factores que pueden provocar la placidez: «Aun cuando el amado / brille en mi sangre / como una estrella colérica» (Pizarnik, 1958, p. 32). Al final de su recorrido poético, la estrella pasa a formar parte del universo onírico de sus últimos poemas y, por lo tanto, se alía con el silencio y los jardines desolados:

y finalmente

un himno sin desdicha

un sueño como una estrella

ebria del silencio

de los jardines abandonados

mi memoria se abre y se cierra

como una puerta al viento (Pizarnik, 2001, p. 317).

En alguno de sus poemas más largos y prosaicos, las estrellas se limitan a formar parte de esos escenarios encantados y sombríos que envuelven los deseos de viaje y destrucción que se hacen patentes en algunos de sus textos: «Hombre destructor de tabúes y cielos estrellados» (Pizarnik, 1955, p. 29), «Y una estrella dará color al ancla de plata que llevaba en su pecho. Tirar el ancla. Sí. Muy junto a ese barco gigante de rayas rojas y blancas y verdes… irse, y no volver» (Pizarnik, 1955, p. 30).

Junto a las figuras del cielo y del sol aparece un personaje funesto que es el causante de la caída del alma del cielo hacia la nocturnidad terrenal: el ángel[12]. En los inicios de su obra poética, este ángel será el culpable de la noche, él la ha llevado a la noche desde el sol, desde el cielo, es el culpable de su caída y del quebranto de su inocencia:

noche que te vas

dame la mano

obra de ángel bullente

los días se suicidan (Pizarnik, 1956, p. 8).

De esta forma, este ente sería el único capaz de hacer retornar de nuevo a la poeta al cielo, a Dios (aunque ya no sea mensajero de este[13]) o también al otro mundo en el que el yo espera encontrar la dicha en la poesía: «Sólo un ángel me enlazará al sol. / Dónde el ángel, / dónde su palabra» (Pizarnik, 1958, p. 8) En varias ocasiones, ella se equipara con el ser alado. En primer lugar, como forma que es incapaz de recordar lo perdido:

De muerte se ha tejido cada instante.

Yo devoro la furia como un ángel idiota

invadido de malezas

que le impiden recordar el color del cielo (Pizarnik, 1958, p. 9).

Cuando la muerte se hace presente y se fusiona con el yo poético, el ángel es incapaz de volar y solo tropieza con malezas que le impiden llegar al cielo clamoroso en el que le espera el paraíso perdido. Es un ángel «idiota» porque no es capaz de cumplir su fusión salvadora. En segundo lugar, el ángel también puede presentarse como sujeto sin edad y sin nombre, identificando esta forma angelical con el propio yo, un sujeto poético que no vaga por este mundo rutinario sin nombre y sin una muerte que la pueda salvar, un sujeto que cree ser ángel, pero que, en realidad, no lo es y es por ello que sus «huesos lloran vagando» (Pizarnik, 1958, p. 13). Es, el ángel, el amigo de la muerte, todo será muerte si no se sabe volver al cielo de la infancia. La noche y el silencio asolarán la vida: «un agujero en la noche / súbitamente invadido por un ángel» (Pizarnik, 1962, p. 35).

Todo es ángel. Todo es un intento de salir de la orilla de la muerte y de la noche para intentar volver a la etapa anterior a su caída —«Desde esta orilla de nostalgia / todo es ángel» (Pizarnik, 1958, p. 32)— pero el ángel no es capaz cumplir su misión y se convierte en un ángel harapiento cansado de tanto intentar volar en vano hacia las alturas inalcanzables, constantemente. Un ángel que ha perdido sus ropajes y que ya no tiene ganas de luchar contra el viento destructor, un ángel vencido identificado con la constante lucha de la poeta por salir de la noche mortal:

Comunicaciones

El viento me había comido

parte de la cara y las manos.

Me llamaban ángel harapiento.

Yo esperaba (Pizarnik, 1965, p. 54).[14]

El ángel ha muerto «te abandonaron en posición de ángel petrificado» (Pizarnik, 1973, p. 160[15]) y se va deshaciendo de su realidad para pasar a formar parte de lo onírico y lo espectral, su forma se presenta desdibujada y vacía, transparente e irreal —«Y he bebido licores furiosos / para transmutar los rostros / en un ángel, en vasos vacíos» (Pizarnik, 1965, p. 45). Solo el efecto del alcohol es capaz de transfigurar la realidad, pero tras su efecto los vasos están vacíos y todo vuelve a su cauce mortal. Los ángeles se aparecen en ensoñaciones irrealizables, inalcanzables y siempre unidos a la dicha que el yo poético desea, pero que se evapora al igual que la imagen espectral del ángel.

Este intentar elevarse hacia un cielo paradisíaco hace que el pájaro[16], y todo lo que este conlleva, pase a ser el personaje que intentará ascender para conseguir la salvación. Ya sea a través del mismo pájaro[17], o a través de su jaula, sus alas, sus plumas u otros seres voladores, el espíritu pizarnikiano intenta, sin conseguirlo en ningún momento, ascender hacia la bóveda celeste y salvarse de la serpiente[18] terrenal que ancla su alma a la realidad insoportable. Ya en su primera obra, aparecen algunas incursiones del mundo de las aves en algunos poemas: «mis alas? / dos pétalos podridos» (Pizarnik, 1955, p. 28), «pienso en tu rostro y en ti y en tus manos y / en el ruido de tu pluma y en ti / pero tu rostro no aparece en ninguna nube!» (Pizarnik, 1955, p. 36). Se puede intuir ya, a pesar de ser uno de sus primeros poemas, el afán de salvación de la poeta aunque ya, desde un principio, se ve frustrado, no puede volar hacia el cielo libertador, la caída es inminente, no es un pájaro ni un ángel, su única posibilidad de ascenso está «podrida», sin esperanza. En el segundo poema, «Cielo», que está dentro del apartado «Un signo en tu sombra», la pluma, la salvación aparece ligada al amor, él es el único que posee la pluma, la capacidad de liberar el alma terrenal e intentar alcanzar el azul celeste, pero esta esperanza se ve truncada en el verso «pero tu rostro no aparece en ninguna nube!».

En su siguiente obra, La última inocencia, al pájaro se le atribuye su simbología final: el único que puede alcanzar la cima de la salvación volando y venciendo la destrucción de la pesadez terrenal. En el poema «Origen» (Pizarnik, 1956, p. 10), este pájaro es capaz de «quemar» incluso a su mayor enemigo, el viento: «Los pájaros queman el viento / en los cabellos de la mujer solitaria». Pero es en su tercera obra, Las aventuras perdidas, donde el pájaro alcanza su máximo esplendor. Ya el primer poema tiene un título representativo: «La jaula». Jaula en la que se encuentra el alma poética encerrada sin poder escapar de ella, acompañada de la sombra y de la muerte. «Afuera hay sol» (Pizarnik, 1958, p. 7), afirma en el primer verso. Ella está rodeada de un infierno dorado que no le permite ascender hacia la felicidad. No puede volar[19] ya que la destrucción y la muerte son sus únicas compañeras. Esta jaula no es solo encierro, sino que también es protección ya que la salvaguarda del día luminoso.

Pero el pájaro vuela a través de todos los poemas de esta obra. En «Tiempo», la felicidad que conllevaría sentirse pájaro, es decir, desprenderse de todo lo tangible y mundano, viene asociada con la inocencia infantil, universo ingenuo en el que el alma vive desconocedora de la pesadumbre terrenal: «Mi infancia y su perfume / a pájaro acariciado» (Pizarnik, 1958, p. 10). Como ya hemos explicado, el pájaro, libertad infinita, no solo va ligado al concepto de inocencia, sino también al del amor, el amor como sentimiento sublime que ayudaría a elevar al alma perdida en los suburbios de la tierra. Así nos lo confirma el poema «Luz caída de la noche»:

pero quiero ser del pájaro enamorado

que arrastra a las muchachas

ebrias de misterio

quiero al pájaro sabio en amor

el único libre (Pizarnik, 1958, p. 22).

«Pero un pájaro muerto / vuela hacia la desesperanza» (Pizarnik, 1958, p. 23), no conseguirá nunca alcanzar su destino ya que la muerte y el vacío lo inundan todo: «Un pájaro muerto llamado azul». En el poema «La carencia», la mudez y el vacío se apoderan de sus versos, ya no entiende al pájaro, sus esperanzas se destruyen por momentos y su soledad es la única que la acompaña, tal vez sea la salida a su intensa búsqueda de liberación. Se despoja de cualquier resquicio, de cualquier pluma de ilusión y consuelo que pueda haber quedado a lo largo de este intento de ascensión a la inocencia perdida, se siente abandonada y la ausencia de un ser que pueda proporcionarle un sentido vital hace que el delirio y la locura se aposente de nuevo en sus venas.

La carencia

Yo no sé de pájaros,

no conozco la historia del fuego.

Pero creo que mi soledad debería tener alas.

¿A qué, a qué

este deshacerme, este desangrarme,

este desplumarme, este desequilibrarme

si mi realidad retrocede

como empujada por una ametralladora

y de pronto se lanza a correr,

aunque igual la alcanzan,

hasta que cae a mis pies como un ave muerta? (Pizarnik, 1958, p. 24).

No solo se representa este intento de ascensión volando a través de un ave, sino que también, mediante las metonímicas plumas,[20] su poesía intenta acercarse al vuelo con su consecuente caída inevitable: «¿Y quién no posee un fuego, una muerte, / un miedo, algo horrible, / aunque fuere con plumas, / aunque fuere con sonrisas?» (Pizarnik, 1958, p. 13).

En uno de los últimos poemas de esta obra, llega el momento en que la jaula se convierte en pájaro y el caos y el desorden vuelven loca el alma poética. El alba desaparece, y la muerte y la sombra lo impregnan todo con su oscuridad. El pájaro es, a su vez, la jaula y la jaula, el pájaro, no se puede hallar ya consuelo en ninguna de las esperanzas que quedaban: «Señor / La jaula se ha vuelto pájaro / y se ha volado / y mi corazón está loco» (Pizarnik, 1958, p. 25).

En su segunda etapa poética la presencia del pájaro se acentúa. El pájaro ya no vive, las palabras han pasado a ocupar el espacio de la supervivencia y son ellas, las únicas que pueden resucitar el canto de las aves. Es el trino del pájaro a través de las palabras lo único que queda de él, la poesía es la única solución: «Estos huesos brillando en la noche, / estas palabras como piedras preciosas / en la garganta viva de un pájaro petrificado» (Pizarnik, 1962, p. 19). Tan solo la garganta como productor de sonidos vocales y por lo tanto de palabras, es el único que se ha salvado de la muerte petrificada. Los pájaros son ya elementos irreales, no vuelan a pesar de los intentos del yo de confeccionarles unas alas[21] que puedan alejarla de este mundo: «has emplumado tus pájaros» (Pizarnik, 1962, p. 26).

El pájaro ya está fuera de su alcance y lo único que puede hacer ella es mirarlos a través de una barrera infranqueable: «los pájaros dibujan en mis ojos / pequeñas jaulas» (Pizarnik, 1965, p. 31) Los pájaros le recuerdan, de esta forma, que ella no puede salir ya de su jaula y se lo dicen tatuando una jaula prisionera en sus ojos, en su alma. Están siempre contenidos por algún elemento que los separa de donde el yo lírico está: «Grises pájaros en el amanecer son a la ventana cerrada lo que a mis males mi poema» (Pizarnik, 1968, p. 19). Mediante esta regla la exclusión que conlleva la ventana cerrada para los pájaros, ya grises que quieren entrar es la misma que la barrera de sus poemas, significa, para sus males, algo infranqueable y en lo que cobijarse para no dejarles pasar. Aquí los pájaros, ya son grises puesto que el sujeto lírico ha encontrado una morada mejor que el cielo para poder crearse: el lenguaje. Pero esta pequeña tregua está destinada a desaparecer, el pájaro está condenado a morir al igual que el yo poético, la destrucción es inevitable:

Y pienso en el viento que viene a mí, permanece en mí. Toda la noche he caminado bajo la lluvia desconocida. A mí me han dado un silencio pleno de formas y visiones (dices). Y corres desolada como el único pájaro en el viento (Pizarnik, 1971, p. 47).

La doble cara de la evolución poética pizarnikiana se ve ejemplificada a través de sus diferentes símbolos y personajes. Por un lado, los elementos que configuran su sistema poético prevalecen a lo largo de toda su creación estableciendo una trama que fortalece la idea de considerar sus textos como uno solo; por otro, algunos de estos componentes que dotan de unidad al sistema complejo de poemas, se desarrollan, al mismo tiempo, que el silencio y la oscuridad, se adueñan del yo lírico, así como otros permanecen impasibles ante tal evolución o desaparecen a medida que el oscurantismo, la muerte y el mutismo disuelven la posible salvación en el lenguaje y por el lenguaje.

La muerte y el silencio están ligados al lenguaje de forma indisoluble. Son los ejes fundamentales que articulan la poesía más recordada de Alejandra Pizarnik. A partir de aquí, se entretejen diferentes elementos mezclando la desolación, la destrucción, el vacío y la ausencia con el recuerdo (u olvido) del jardín paradisíaco y los días de sol. Varios son los campos semánticos que se reúnen en los versos pizarnikianos: el silencio y la muerte; el universo celeste y sus dos variantes opuestas, la luz y la noche entre las cuales se conjugan los seres voladores; la naturaleza como espacio poético de ensoñación y testigo de la destrucción de la infancia recordada; el sistema cromático mediante el cual «colorea» el silencio de sus versos; los espacios artificiales que dan cabida al miedo sin dejarlo salir; los fallidos viajes a través del mar o los cantos desde la otra orilla; la infancia olvidada y el paraíso perdido; el misticismo y el ansia de Dios en contraposición al universo pagano de monstruos y seres mitológicos; el cuerpo como unidad desmembrada tras la caída desde el cielo; y la multiplicidad de voces, rostros y máscaras que configuran los dos mundos reunidos en un mismo espejo. A lo largo de estas páginas se han analizado algunas de las partes que conforman el universo celeste pizarnikiano, aquél en el que los astros y los seres que en él habitan conforman una parte inalcanzable para el yo poético que se debate entre lo terrenal y lo celestial, en un sinvivir que convierte a esos personajes en el contrapunto de lo que inicialmente fueron, en desesperanza, desolación, soledad y destrucción.

 

                                                 Referencias Bibliográficas

Bajarlía, J. J. (1998) Alejandra Pizarnik. Anatomía de un recuerdo. Buenos Aires: Almagesto.

Calle, M. I. (2008).  «Aproximación a la obra poética de Alejandra Pizarnik: la fase de constitutio stemmatis», Mar del Plata: Actas del iii Congreso Internacional CELEHIS de Literatura (Española, Latinoamericana y Argentina).

Carroll, L. (2006). Alicia en el país de las maravillas. Madrid: Alianza.

Chevalier, J. (2007). Diccionario de los símbolos. Barcelona: Herder.

Cirlot, J. E. (2002). Diccionario de símbolos (6ª ed.). Madrid: Siruela.

Friedrich, H. (1974). Estructura de la lírica moderna. Barcelona: Seix Barral.

González Carbalho, J. (1937). El ángel harapiento. Buenos Aires: edición de autor.

Piña, C. (1981). La palabra como destino. Buenos Aires: Botella al mar.

Pizarnik, A. (1955). La tierra más ajena. Buenos Aires: Botella al Mar.

Pizarnik, A. (1956). La última inocencia. Buenos Aires: Poesía Buenos Aires.

Pizarnik, A. (1958). Las aventuras perdidas. Buenos Aires: Altamar.

Pizarnik, A. (1962). Árbol de Diana. Buenos Aires: Sur.

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Pizarnik, A. (1968). Extracción de la piedra de la locura. Buenos Aires: Sudamericana.

Pizarnik, A. (1969). Nombres y figuras. Barcelona: La Esquina.

Pizarnik, A. (1971). El infierno musical. Buenos Aires: Siglo Veintiuno.

Pizarnik, A. (1973). El deseo de la palabra. Barcelona: Ocnos.

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Pizarnik, A. (2001). Poesía completa. Barcelona: Lumen.

Pizarnik, A. (2003). Diarios. Lumen: Barcelona.

Rodríguez Francia, A. M. (2003). La disolución en la obra de Alejandra Pizarnik. Buenos Aires: Corregidor.



[1] Cristina Piña (1981) afirma que toda la poesía de Pizarnik es una búsqueda de una salida ontológica tras la clausura de toda posibilidad vital. Acerca de la caída pizarnikiana asevera:

Este itinerario de sigiloso hundimiento en un clima de muerte se cumple a partir de una comprobación fundamental que actúa como núcleo generador de su poesía: el ser humano es un ser caído, separado del absoluto y la unidad; su destino es la temporalidad y la contingencia, vale decir, la muerte en su doble vertiente de multiplicidad y aniquilación (p. 14)

[2]Famoso poema con el que concluye su segunda obra La última inocencia (Pizarnik, 1956, p. 22).

[3]Para más información sobre la fijación textual de las obras de Alejandra Pizarnik, puede leerse: Aproximación a la obra poética de Alejandra Pizarnik: la fase de constitutio stemmatis (Calle, 2008).

[4]Cristina Piña (1981) afirma que toda la poesía de Pizarnik es una búsqueda de una salida ontológica tras la clausura de toda posibilidad vital. Acerca de la caída pizarnikiana asevera:

Este itinerario de sigiloso hundimiento en un clima de muerte se cumple a partir de una comprobación fundamental que actúa como núcleo generador de su poesía: el ser humano es un ser caído, separado del absoluto y la unidad; su destino es la temporalidad y la contingencia, vale decir, la muerte en su doble vertiente de multiplicidad y aniquilación (p. 14).

[5]La palabra símbolo adquiere un significado diferente dependiendo de la disciplina que lo trate, ya sea la Lingüística, la Mitología, la Filosofía o la Psicología, entre otras, y se va haciendo más compleja de acuerdo con el sentido que le dan una u otra tendencia y de las épocas y contextos en los que se localiza su uso. Desde la definición del símbolo en los griegos, hasta las concepciones antropológicas —de Lévi-Strauss, Geertz, Turner o Leach— o lingüísticas —de Saussure, Peirce, Lotman o Barthes—, el símbolo revela, evoca, reemplaza, tipifica o transporta, y, además, presenta una dualidad inherente (siguiendo a Carlos Bousoño), es capaz de producir la realidad y, al mismo tiempo, es producido por ella. Aquí, donde entronca con la poesía pizarnikiana, el símbolo permite producir una realidad diferente de la vivida que constituiría la salvación a través de él mismo y, en consecuencia, a través del lenguaje y de la poesía. Y viceversa, el símbolo en Pizarnik vive y pervive gracias a sus textos y es a través de los poemas que el propio símbolo se revela y adquiere su valor intrínseco. Pero en algunas ocasiones, el símbolo adquiere vida propia (el rey sol, la luna doliente, el ángel harapiento o el pájaro libertador) y evoluciona a medida que avanza la poética de Alejandra Pizarnik. Podríamos hablar pues, de personajes puesto que aportan coherencia a todo un universo pizarnikiano y proporcionan toda una serie de rasgos diferenciales y distintivos en los que se apoya el lector para organizar la visión del mundo del que es portador el conjunto poético. Estos actantes se conciben como unidades semánticas, capaces de progresar o transmutarse en su trayecto poético, y como unidades sintácticas que ayudan a la progresión del mundo poético presentado.

[6]«Al producirse el exilio, la luz sufre una mutilación en su naturaleza absoluta y, a partir de ésta, se convierte en su contrario: la luz mala, la luz pervertida, que, más que iluminar, conduce hacia la tiniebla» (Pizarnik, 1973, p. 27).

[7]Juan-Jacobo Bajarlía (1998) recuerda sus inquisiciones junto a Pizarnik sobre Gerard de Nerval y sus poemas. Analizando uno de ellos, Bajarlía nos explica: «También significa que Gerard de Nerval había perdido el optimismo, y la esperanza. Que ahora le era adverso el amor y la fe le era extraña. Había perdido todo lo que amaba. Su Estrella se había convertido en el Sol negro de la Melancolía, ese Sol inmortal grabado del Durero que tanto valía para combatir nostalgia como para hundirse en la desesperanza. […] Nuestra exégesis estaba en función directa con la vida trágica del poeta. No había para nosotros otra interpretación. Lo inconveniente de todo esto es que nuestra lectura impactaba a Alejandra» (pp. 126-127).

[8]La evolución del personaje del sol va totalmente ligada a la evolución cromática de los adjetivos que lo acompañan, desde el sol amarillo de los primeros textos a los soles negros de los finales.

[9]«Caen niñas de papel de variados colores. ¿Hablan los colores? ¿Hablan las imágenes de papel? Solamente hablan las doradas y de ésas no hay ninguna por aquí» (Pizarnik, 1971, p. 23).

[10] Recuérdese que en el Calígula camusiano, el emperador pide, insistentemente, aquello que no puede poseer: la luna.

[11] Texto manuscrito (Universidad de Princeton). Sobre del primer verso, a modo de título se puede leer «Junio».

[12] «Símbolo de lo invisible, de las fuerzas que ascienden y descienden entre el origen y la manifestación» (Cirlot, 2005, p. 82).

[13]Al igual que en Rimbaud, «Esta altura, que es a la vez el abismo de la derrota “manantial de fuego, donde mares y fábulas se encuentran”, está poblada por ángeles. Pero los ángeles son puntos de luz y de intensidad, signos, que a un mismo tiempo relampaguean y se apagan, de aquella altitud, de aquella lejanía, de una inconcebible superabundancia; y, a pesar de todo, son ángeles sin Dios y sin mensaje» (Friedrich, 1974, p. 95).

[14] Vid. J. González Carbalho (1937). Fue un notable poeta argentino (1899-1954) en cuyos poemas se hacía patente la condición de inmigrante gallego. Tal vez, este sentimiento y el hecho de utilizar uno de sus símbolos poéticos taxativos (ángel) fueron lo que llevó a Alejandra Pizarnik a incluir esta obra en uno de sus poemas.

[15]También publicado en Sur, nº 284, septiembre y octubre de 1963, 70.

[16]Para Chevalier, «El vuelo predispone a los pájaros, para ser símbolos de las relaciones entre el cielo y la tierra. En griego el propio nombre es sinónimo de presagio y de mensaje del cielo. […] En la misma perspectiva, el ave es la figura del alma escapándose del cuerpo, o solamente de las funciones intelectuales» (Chevalier, 2007, p. 154).

[17]Cf. Rodríguez Francia, 2003, p. 165.

[18]«Una vez el canto de un solo pájaro te había aproximado al calor más agudo. Mares y diademas, mares y serpientes» (Pizarnik, 1968, p. 52).

[19]«Al igual que en el caso del viento, la caída determina que esa forma absoluta del pájaro muera, […] A partir de esta experiencia de entrada en la temporalidad y la espacialidad desacralizadas, la imagen del pájaro quedará, ya como testimonio de la criatura cercenada en sus atributos totales» (Piña, 1981, p. 23).

[20] También en sus diarios las plumas aparecen acompañándola en su sinvivir diario: «Ahora vivir. Plumas. Miedo sin desenlace. Vivir así. Sin nadie. No, gracias» (Pizarnik, 2003, p. 222).

[21]Recuérdese el mito de Dédalo e Ícaro en el que se confeccionan unas alas para poder huir del laberinto de Creta y que, al igual que la poeta, no son capaces de salir del laberinto que los encarcela, sino que incluso Ícaro, al igual que en Pizarnik, es destruido por el sol.