Moisés Ortega*
Dicen que en los hijos
queda algo de los padres,
Dicen que en los hijos queda algo de los padres, la
secuencia.
Cada vez que nombro el amor que te tengo,
es como si tuviera un hijo,
un oso de felpa, un muñequito de manta,
un huevo para empollar
juntos.
Uno debe tener hijos para que no llegue la locura,
para olvidar que de todas maneras la vida fue,
un ir comiendo solo todos los días;
para que la madre no se quede tan triste.
Se aprende después, a dormir sin la albahaca
del aliento que uno ama,
a permanecer en casa, consolando a las
macetas.
Llega una hora del mundo en la que uno se deshace
del recuerdo
del milagro que es volar sobre otro cuerpo.
13
Padre, Dios es a veces una quimera más negra que las
arpías.
Oí que tus huesos se quebraron uno a uno
uno a uno, digo
que tu piel de pesadilla, se derritió como
plástico a la lumbre,
te abrazó con todo su amor.
Diles que fue mi mano
Diles que fue mi mano la que dibujó tu nombre en la arena
azul del alma,
mis ojos como lagos de otras tierras imaginan que en sus
aguas corren peces.
Es el deseo un terreno grisáceo con naturaleza de invento.
¿Qué tono de qué voz de qué diosa muerta ha
de ser necesario
para contar los peces que
sí corrieron de este lado del sueño?
Hay un arrecife muerto de petróleo.
Una oración desde la infancia de Dios para un paraíso sin pecado
original.
* Poeta
nacido en Aguascalientes. Su obra ha sido incluida en varias antologías
prestigiosas y actualmente, es beneficiario del Programa de Estímulo a
Correo electrónico: nandodela_o@hotmail.com.
Gramma, XXVI, 54 (2015), pp.
©
Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía y
Letras. Área de Letras del Instituto de
Investigaciones de Filosofía y Letras. ISSN 1850-0153.