Xavier
Oquendo Troncoso*
Cristóbal:
repite conmigo la
oración castellana
y que en las grandes olas la
oración se repita.
Que puedas llegar hasta el fondo de este mundo sin fondo,
que no tiene vértice y que parece un
huevo sin retorno.
Espero tus especias: las esencias prometidas
y esa transparente complicidad
que conspira entre nosotros.
Las joyas se van contigo hasta donde el mar las haga flotar.
Son finas piedras. Cuida de su recuerdo,
como he cuidado yo de tu locura.
Ve hasta las Indias y conquista esas matas de
aromas.
Tráelas hasta donde su majestad
pueda olfatearlas.
Y después, vuelve a repetir la oración castellana.
Yo te estaré esperando toda esta vida de especias,
toda esta muerte de
esencias.
Dícese de las extremidades inferiores
¡Ay las piernas!
Cómo, en qué momento las piernas son así,
como un halago
porque están allí
abriéndose camino.
Porque entre ellas siempre está la vida.
¡Ay las piernas malditas! Las perras piernas.
Las que nunca, que yo sepa, fueron extremidades
sino que, fueron, solo, unas miradas
que miran al deseo que las miran.
Que están allí provocando fraguas.
Que producen alguna mermelada azul en el ombligo.
Y vulcano que aparece
siempre donde a uno no
le llaman.
Por unas piernas yo diera alguna cosa.
Algo que me dejase o manco o medio tuerto.
Por ellas estaría como dolor: pudriéndome.
¡Ay! la pierna que me sale de lágrima.
¡Ay! el dolor de verlas tan bellas y no poder usarlas
como si fueran de uno.
Que las piernas se vayan. Aunque en lugar de ellas
se quede algún pájaro travieso.
Que por esas piernas
apuesto las mías a las
suyas
y aunque luego no pueda
caminarlas,
me conformo con mirarlas en estado
tetrapléjico
y saber que son lejanas
como montes azules. Que son
inaccesibles.
Que son incaminables.
Que no son el camino.
Piernas que se fueron antes de hora
cuando yo solo quería
buscar la yugular a mi
deseo.
De cómo el poeta trata de huir del dolor
Que no se vaya el sol porque es domingo.
Que no se duerma el peso del dolor en uno solo.
Que se comparta.
Que se vaya en los otros.
Que haya buena distribución del dolor.
Que se haga el comunismo del dolor.
Que vivan todos para tener su dosis,
su pequeño maltrato,
el pago a plazos del dolor sin
intereses.
Que todos nos gritemos
en la opera funambulesca del dolor.
Que no tengamos compasión con nadie.
Que todos debemos doler y compartir.
Que no se venga el dolor de uno en uno.
Que todos veamos llorar a Polifemo.
que todos lloremos igual por
Galatea.
Que no nos merezcamos alegría
mientras vemos el
ladrillo caído de bruces,
encima de la
felicidad.
Al fin y al cabo, el mundo
Es un dolor inmenso que siempre inicia.
Y ni se diga, la poesía.
* Poeta y periodista,
nacido en Ambato. Autor de numerosos volúmenes de poesía y narrativa, es
también director y editor del sello ELANGEL
Correo
electrónico: xoquendo@hotmail.com.
Gramma, XXVI, 54 (2015), pp.
© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía y Letras. Área de Letras
del Instituto de Investigaciones de
Filosofía y Letras. ISSN 1850-0153.