Jorge
Galán*
El
disparo venía de atrás. El aire
se estiró hasta romperse.
Fue
uno solo pero todos caímos.
El
suelo nos recibió como las carretas reciben
los sacos de manzanas. Un desfile
de sombrías figuras atravesó las avenidas,
pero nadie gritó. Nadie volvió la vista.
La
inmensa luz caliente se había vuelto una canción
interrumpida por un silbido
blanco.
Junto
a mí, el mapa de un hombre
esparcido sobre las piedras.
Sus
ojos veían lo que yo solo podía presentir.
A
donde quiera que tuviera que ir, había llegado.
Oí
pasos veloces, luego solo un silencio
enorme e inhumano que parecía llenarlo
todo.
Estiré
mi mano para tocar al hombre:
no tenía miedo a la muerte.
No
tenía miedo de sentir que se endurecía
bajo mi mano inmóvil.
Un
instante después me levanté. Deshice mis pasos
hasta la habitación de donde había
venido.
Hacinados,
parecía que mis hermanos
me habían esperado durante años.
Veintitrés
sobre un piso cuadrado como una cama,
parecían los desperdicios de una fiesta.
Me
preguntaron qué había sucedido y por qué
pero no tenía tantas respuestas.
Me
senté y el calor me abrazó,
un calor que provenía de todos ellos,
y lloramos juntos un llanto repentino y
terrible
y dijimos que era mejor volver
y sé que todos queríamos volver
pero nadie se atrevió a levantarse.
Y sin
embargo, el desierto nos llamaba
a través de ecos que se volvían
horizontes.
Estábamos
tan lejos que no había caminos de regreso.
Y
aunque estábamos juntos, estábamos solos.
Y
nada había en lo venidero para nosotros.
Y
cada amanecer era solo el inicio de un miedo más enorme.
Y el
desierto se había vuelto un féretro,
y nosotros, el peso
que lo hundía en la tierra.
El viajero
He viajado
cientos de años
para estar más cerca del inicio que del final.
Este instante
es la historia del mundo.
Mi huella no
es la huella de un hombre sino la del hombre.
Mi muerte, la
de una humanidad.
Lo que
imagine, el destino de una raza de hombres.
Mis sueños, el
mito que se contará
hasta volverse fe. Lo que ame, un paraíso.
Lo que odie,
un infierno. Mi nombre
sólo podrá ser pronunciado por el viento,
ese lenguaje del que nadie podrá tener una
memoria.
Estamos solos:
lo que fui y lo que soy por fin se han reunido.
Mi mente es la
antigua humanidad.
Por ello sólo
mi alma es genuina entre estas cosas yermas.
He viajado
cientos de años pero los astros aún están distantes.
En el centro,
apenas soy un borde.
Mi tiempo es
un tiempo distinto. Mi presente
es el futuro de los que me vieron partir.
En ninguno de
ellos se encenderá mi imagen como un recuerdo.
He viajado
cientos de años para volverme la oración
que un inclinado ser ha de decir
varios siglos más tarde de mi muerte, cuando lo
que le escuche
no sea yo ni el polvo ni las piedras que piso,
sino los astros que me cubren, un instante más cerca.
Una lágrima
inunda la superficie de mi ojo.
No dejaré que
caiga. Acabaría un mundo si cayera.
* Poeta
nacido en San Salvador. Ha
obtenido, entre otros, el Premio
Iberoamericano para obra publicada Jaime Sabines (México,
2011); el Premio Internacional Antonio Machado (España, 2009); el Premio Adonáis (España, 2006); y el Premio Nacional de su país
tanto en poesía como en novela y en cuento infantil.
Correo electrónico: jorgegalan73@hotmail.com.
Gramma, XXVI, 54 (2015), pp.
© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía y Letras. Área de Letras del Instituto de Investigaciones de Filosofía y Letras. ISSN 1850-0153.