Winston Morales Chavarro*

 

Lázaro

a Jader Rivera Monje

 

Ahora que soy tantas cosas al tiempo
ahora que asumo mis vidas pretéritas
y las lanzo a la carne o al barro
para que se vuelvan poemas
o pequeñas hojas que se enfrenten
al aire rizado del Zaire
me llaman Lázaro.

Soy Lázaro
el hijo de Betania
el hermano de Martha y de María
he conocido la muerte
su río de rosas, gladiolos, violetas, mirtos y lirios
que he transitado, navegado y respirado
en los cuatro días que duró
esa odisea por el mundo fascinante de las sombras.

Soy Lázaro
tengo setenta nombres
música, viento, pájaro, buey, lluvia
son algunos de ellos
creo en la resurrección
en la pervivencia
en el soplo cálido que trasciende
más allá de estas tribus.

Me he levantado del barro nueve veces
y ahora
soy el polvo que no vuelve al polvo.

Mis manos y pies
todavía están atados con envolturas de entierro
pero también es cierto
que bajo mi cuerpo crece la hierba
circundan el gusano, el ciempiés, las calambrinas olorosas,
la gaviota que remonta su vuelo
en busca de otras corrientes de aire.

Soy Lázaro

habitante de Betania
amigo de las sinagogas
de Canaám, de Cafarnaum, de Nazaret, de Galilea
y de otras tierras lejanas
cuyos nombres no entenderían.

Tengo el rostro cubierto con un paño
pero cada vez que me levanto a la vida
cada vez que una mariposa
me recuerda que he nacido de nuevo
el paño va cediendo paso
a otras estrellas, a otras luces, a nuevas especies de animales,
a otros caminos.

Soy Lázaro
y en este viaje al final de la vida
me sentaré sobre otra roca
a hilar el cordón sagrado
el pedazo de río
que me devuelva a otra corriente
en donde todas las voces clamen,
todos los músicos canten,
todas las lluvias digan:
“Lázaro, levántate!

 

La muerte

 

A Laurent Vigouroux, muerto en Iquítos Perú, abril 24 de 1999.

 

Como situada en un espacio vago y remoto
la muerte se va aproximando
hasta tomarnos del brazo.

Uno puede pensar que ella es nuestra sombra o nuestro sueño,
quizás una hermana mayor
que hace mucho abandonó la casa
pero que de soslayo
sorprende con su presencia de ola
o su llanto de niña prodiga.

En la ebriedad de la noche
la muerte
con su canto de corneja,
con sus halos de oro arrojados al fuego,
nos despierta del sueño o del letargo
nos lanza hacia la calma definitiva de lo oscuro.

Entonces comprendemos
que siempre ha estado cerca
que su presencia era como el rumor de un río
bordeando la orilla de nuestra desembocadura más próxima.

Pero a la hora del abismo
a la hora del concierto fatídico
—cuando el ave Fanza canta su réquiem en el traspatio
o suenan antiguas campanas—
la muerte nos es tan peculiar
tan conocida
que la sombra impenetrable
súbita se transforma en estallidos de fuego
y la noche hórrida
en un laberinto de perfumes
en donde empiezan a florecer anémonas
en el solar distante de la otra orilla



* Poeta nacido en Neiva. Obtuvo, entre otros, los siguientes premios y reconocimientos: Premio Nacional de poesía Universidad de Antioquia (Medellín, 2001), Premio Nacional de Poesía Universidad Tecnológica de Bolívar (Cartagena, 2005), Premio Internacional de Poesía David Mejía Velilla (Universidad de La Sabana, 2014, Bogotá).

Correo electrónico: winstonmoraleschavarro@gmail.com.

Gramma, XXVI, 54 (2015), pp. 

© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía y Letras. Área de Letras del Instituto de Investigaciones de Filosofía y Letras. ISSN 1850-0153.