AEQUITAS Virtual. Vol. 5, No. 16 (2011)
Ó Universidad
del Salvador. Facultad de Ciencias Jurídicas, ISSN en línea: 2313-9306
LAS
IDEAS POLÍTICAS EN EL RÍO DE
ANTES
Y DURANTE LAS CORTES DE CÁDIZ[1]
Autor: Carlos I.
Salvadores de Arzuaga
Abogado (USAL). Master
en Ciencia de
I
Es probable que no
constituya una novedad o un descubrimiento la presencia de las ideas europeas
en el Río de
Un medio para advertir cuáles
fueron esas ideas políticas es recurrir a la difusión de las obras o libros que llegaron al nuevo
mundo o, en su caso, los lugares donde se instruyeron y educaron quienes
participaron, luego, en la educación y en la actividad política en el Río de
II
La producción filosófica
política en el siglo XVIII es importantísima. En el período, de aproximadamente
14 años, se editan las obras más relevantes: Espíritu de las Leyes de Montesquieu (1748); el primer libro de la Historia Natural de Buffon (1749); el Discurso sobre las ciencias y las artes de Rousseau (1750); el
primer volumen de la Enciclopedia y del
Siglo de Luis XIV de Voltaire (1751); el Tratado de la Sensaciones de Condillac (1754); el Ensayo
sobre las costumbres y el espíritu de las naciones de Voltaire (1756); la Nueva Eloisa (1761), Emilio (1762) y el Contrato Social (1762) de Rousseau.
Estamos en un período que
bien puede llamarse la revolución de las ideas donde, entre otros
planteamientos, se presenta la discusión o el debate del principio de
autoridad. Junto a ello, una situación económica de cambio con nuevos actores y
transformaciones en especial en Inglaterra.
En Francia como en
Inglaterra se presentan los fisiócratas como postura superadora de la situación
económica existente. Francois Quesnay, que puede señalarse como el fundador de
esta Escuela o teoría económica, publica
en
Sin perjuicio que representan
sustancialmente una doctrina económica, también repercutía sobre los poderes
monárquicos pues lo fisiócratas “aseguran que la ley es una verdad natural,
independiente del monarca, tan independiente que se le impone. ¿No es este
acaso –aunque en teoría- una importante limitación a la autoridad real? Es que,
conviene no olvidarlo, los fisiócratas condenaron de una manera absoluta y
terminante todas las reglamentaciones, todas las intervenciones del Estado en
materia económica. Para ello todo <<ataque llevado por la ley a la propiedad
significa nada menos que derribar a la propia sociedad>>”[2]. Además, en España, las ideas económicas se
presentan como símbolo e instrumento de progreso, vienen a ser, en consecuencia,
la apertura o puerta de entrada de las ideas políticas[3].
El abate Fernando Galiano
en 1750 publica Della Moneta donde
desarrolla una teoría del valor basado en la utilidad y la escasez y critica a
la teoría fisiocrática, es su continuador el abate Antonio Genovesi autor de Lezioni di economía civile (1765). Se completa
una triada con Cayetano Filangieri[4],
autor de Scienza della legislazione
(1780-1785)[5] quien entroncado en la tradición ilustrada
proponía una reforma radical a la legislación.
Ludovico Antonio Muratori,
humanista, para quien “la base del derecho y de la ética está en la caridad, el
amor al prójimo que viene de Dios, funda la solidaridad humana que se concreta
en la vida social y política, mediante lo que puede llamarse la caridad civil,
que responde a motivaciones puramente humanas. Su libro ‘Della pubblica
felicitá, aggeto dei buoni principi’ -1749-,
no es un tratado de filosofía sino, en realidad, un manual de buen gobierno
temporal, una guía para los príncipes y las autoridades para que se mantengan
los principios de la fe y de las virtudes, y tengan plena realización en la
ciudad del hombres”[6].
En 1776, Adam Smith
publica: Ensayo sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, primer estudio sistemático de la economía,
dedicado, sustancialmente, al proceso de creación y acumulación de la riqueza,
sosteniendo que proviene del trabajo. Obra cuyo primer traductor al castellano
es José Alonso Ortiz en 1794 quien también se ocupa de “expurgar los elementos
peligrosos” de ella.
Estas
obras y sus ideas son recepcionadas en
España de diferente forma, desde quienes las aceptan casi mecánicamente
hasta los que lo hacen con las limitaciones de la razón, de sus creencias. Es a
partir de esas “interpretaciones” o”controles” con que también se difundirán en
América.
Las
discusiones teológicas y filosóficas no fueron pocas, hasta fue una excelente
propaganda para la obra inglesa o francesa que se analizaba y debatía. En
consecuencia no podemos dejar de citar al P. Ignacio Monterio que, en su Curso de filosofía ecléctica, argumenta
y defiende la libertad de filosofar, poniendo como ejemplo a Inglaterra, elogia
a Locke, Rousseau, entre otros. El abate
Juan Andrés y Morell, también jesuita, de quien dice el P. Batllori (SJ) autor
de La cultura hispano italiana de los jesuitas expulsos, que es “El
más acabado modelo de la erudición enciclopédica setecentista”. Juan Andrés admira a D’Alembert y Condillac, y
dice de Montesquieu “De otro gusto, de otra originalidad, de más sublime y
noble filosofía fue la grande obra, que hacia aquellos tiempos publicó en
Francia el celebradísimo Montesquieu sobre el Espíritu de las Leyes". Cabe
señalar que conforme Varela Suanzes: “El publicista francés era conocido y
apreciado no sólo por los autores liberales e ilustrados, como Ibáñez de
Rousseau
es, probablemente, el autor más difundido. Dice Menendez y Pelayo que, en 1801,
circulaba una traducción del Contrato Social en Asturias, editada en
1799 en Londres “que sirvió para perder a Jovellanos, de quien el anónimo
traductor hacía grandes elogios en una nota”[8].
La
figura del Fray Benito Feijoo y Montenegro (lector de Montesquieu y Rousseau),
muy apreciado en América por considerarlo un defensor de los criollos, es quien
lucha con tesón para imponer un espíritu
crítico contra la superstición, divulgar las novedades científicas y refutar al
ginebrino en Las cartas eruditas y curiosas. (1742-1760).
También en Feijoo se inicia un
proceso peculiar: la recepción en España de nuevas ideas, pero no adoptadas
como trajes extraños, sino la adecuación de las mismas al estilo de España,
Feijoo no reniega de lo español sino de las taras de España. Nadie tan español,
hasta los tuétanos, como él. Por eso habló a sus compatriotas con una franqueza
y una rudeza netamente hispánica… Feijoo no es sino el comienzo de una
revolución cultural e ideológica [9].
Este
ligero vuelo sobre las ideas es necesario, pues a América, en especial al Río
de
III
Hay
algunas cuestiones preliminares que corresponden ser consideradas.
¿Podían
introducirse aquellas obras en el Río de
Desde
1531
El
procedimiento se constituía con listas y el nombre de las obras que presentaba
el librero o el propietario al oficial real quien las remitía al Santo Oficio.
Los títulos eran comparados con la de los libros prohibidos, además se
revisaban las cajas que los contenían. Si no había libros prohibidos se les
daba el “pase”. Al llegar el navío a América el procedimiento se repetía. Como
puede imaginarse este procedimiento rutinario se convierte en ineficaz.
Sin
perjuicio de aquello, algunos investigadores se refieren al cambio de lo
embarcado en el Río Guadalquivir o en alta mar o el agregado de otra página a
la lista. Estimo que el contrabando de las obras tuvo diferentes formas e
ingeniosas manifestaciones. Muestra de ello es el cambio de portada del libro,
la alteración del nombre del autor hasta el simple escondite en el fondo de
baúles, pasando por las gestiones que hacían los representantes que tenían en
Cádiz, puerto cultural de América[10],
los compradores rioplatenses para que las obras fueran adquiridas a buen precio
y llegasen a Buenos Aires o Montevideo sin sobresaltos.
El
malagueño Don Francisco de Ortega y Monroy, comandante del Resguardo de
Montevideo por la década de los ochenta era un hombre culto… y poseedor de una
notable biblioteca que en 1790 tenía alrededor de 700 volúmenes. Cabían en ella
obras clásicas y modernas, de ilustrados españoles y franceses, entre los que no faltaban, al
lado de las piadosas, las prohibidas como
Don
Francisco[12]
le solicita a Don Luis Feyt [13]
unas obras, respondiéndole que las permitidas las enviara en la próxima
embarcación pero, las prohibidas, conviene adquirirlas en Cádiz “porque
cualquier particular que los pide a Francia la paga tan caro como comprarlos
aquí, porque estos libros lograron cierta equidad que no disfruta otro
particular”.
El
problema es el precio no la dificultad para enviarlos. En el caso que nos
ilustra Daisy Rípodas, las obras se enviaban a un importante comerciante de
Buenos Aires, Don Domingo Belgrano Pérez[14],
vinculado al Administrador de
José
Ingenieros señala que “Las rigurosas restricciones a la introducción de libros
prohibidos eran violadas; la herejía se filtraba por los innumerables
resquicios del desvencijado armazón colonial. Notorio y grande sería el abuso,
pues en agosto de 1785 fue necesario dictar una Real Orden << mandando
recoger y quemar ciertos libros que circulaban en exceso: el Belisario
de Marmontel, las obras de Montesquieu, Luiguet, Raynal, Maquiavelo, M. Legros
y
La
existencia de estas obras se encontraron, por ejemplo, en la biblioteca de
Francisco de Pombo Ortega[16]
–
Resulta
evidente que las aduanas eran muy permeables al ingreso de la bibliografía que
prevalecía o más difundida en Europa.
Por
supuesto que la introducción de libros y la existencia de bibliotecas no garantizan por
sí mismo su lectura como, tampoco, la ausencia de algunas obras su
desconocimiento; esto lo observa con inteligencia Daisy Repodas, porque “eclesiásticos
y juristas” debían tener bibliotecas acorde a su dignidad y no ser tildados de
ignorantes; por otra parte, “la ausencia de ciertas obras no implica no
haberlas leído, dadas las posibilidades ofrecidas por las bibliotecas públicas
o de particulares” . Sin embargo, cuando un libro ha sido expresamente
adquirido por alguien (y, sobre todo, cuando se trataba de libros prohibidos
que debían sortear una serie de obstáculos y riesgos) o se lo había pedido
prestado a un particular o a una biblioteca, existía una "voluntad de
lectura"[20].
Desde otro aspecto no es un dato menor que en el siglo XVII el 90% de la población
sabía firmar y la mayoría de las mujeres sabía leer, extremos que no alcanzaban
algunas ciudades de europeas[21]
; lo que nos coloca en el siglo siguiente con una sociedad cuyo nivel o estatus
cultural no difiere sustancialmente con la española.
IV
Situarnos
en Buenos Aires y ver las obras y los estudios a que acceden los hombres
públicos demuestran que la cercanía con Europa, preferentemente España era mucho menor que la geográfica. Esto queda
demostrado con algunas figuras del Virreinato.
Juan
Baltasar Maziel (1727 – 1788) estudió en el Colegio de Córdoba y filosofía en
Santiago de Chile, tuvo la biblioteca más grande del Virreinato y el Virrey Vertiz
lo nombró rector del Real Colegio Convictorio Carolino (1782), allí fue maestro
de Cornelio Saavedra, Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga, entre otros; fue el
“maestro de la generación de Mayo”. Se
desempeñó como comisario del Santo Oficio por lo que tuvo acceso a los libros
prohibidos. Ingenieros dice que, en su biblioteca, estaban incluso los enciclopedistas
“que constituían su lectura favorita, no obstante hallarse incluidas en el Index.
En los anaqueles no eran sospechosas pues todas estaban rotuladas como libros de la teología ortodoxa. La
influencia de este hombre cultísimo fue grande; su casa era un centro de
reunión de la exigua minoría que se interesaba por los problemas sociales y
filosóficos, tan febrilmente removidos por los adeptos de Quesnay, de Voltaire
y de Rousseau. Sin apartarse de su religión y manteniendo una vida ejemplar, no
desdeñó asomarse a las <<peligrosas novedades>> del pensamiento
moderno”[22].
Gregorio
Funes (1749 – 1829), el Deán Funes, sacerdote, cuya familia tenía estrechos
vínculos con
Juan
José Castelli (1764 – 1812), abogado, integrante de
Manuel
Belgrano (1770 – 1820), miembro de la Primera Junta de Gobierno, realizó sus
estudios universitarios en Salamanca y Valladolid. En esos tiempos el rector de
la Universidad de Salamanca (
El
Papa Pio VI, mientras Belgrano estaba en España, le da una licencia para “leer
y conservar durante su vida todos y cualesquiera libros de autores condenados
aunque sean heréticos, y en cualquier forma que estuviesen publicados…”[25].
Belgrano
es, probablemente, el mejor representante del liberalismo español. No hay duda
–dice Enrique de Gandía que “bebió en España su cultura y las ideas que
posteriormente desenvolvió en Argentina. No se sabe que haya tenido una amistad
directa con los economistas liberales Campomanes, Jovellanos y otros; pero lo
indudable es que leyó sus obras, así como las de los fisiócratas de aquel
entonces, y que cuando llegó a Buenos Aires, de regreso de Europa, en mayo de
1794, traía un bagaje espiritual de economía con ideas liberales superior al de
cualquier otro habitante de estas regiones”[26].
En
igual sentido pero con otras precisiones, Popescu señala que además de las
ideas de los economistas españoles tenía en su espíritu “el conocimiento fresco
de las ideas dominantes en la época de los ‘economistas’ de la escuela de François
Quesnay y de los escritos de Genovesi y Galliani, a quienes leyó en original
(pues hablaba corrientemente el francés y el italiano), como asimismo de
Otros
autores, como es el caso de Pugliese, ponen el acento en el aporte que recibe
de Gaetano Filangieri y de otros italianos que, por su eclecticismo, predican
sobre Belgrano; es el caso de Antonio Genovesi[28]
y de Antonio Muratori
que fundamentan sus doctrinas “políticas y económicas sobre bases
ético-religiosas” [29]. Popescu entiende que la idea de
interdependencia económica de Genovesi y Smith morigera el entusiasmo, desde un
primer momento, del idealismo fisiocrático de Belgrano, lo que se incrementará
con el paso del tiempo [30].
Belgrano,
secretario del Consulado, animado en cambiar el estado del Virreinato frente a
los defensores del statu quo (los comerciantes partidarios del monopolio), expresa
en las memorias que presenta al cuerpo (1795), y allí se observa que sus
recomendaciones son similares a las aconsejadas por Campomanes para España en “Discursos
sobre la educación popular y el fomento de los artesanos” y en el “Discurso sobre el fomento de la
industria popular”, y a Jovellanos
en su Informe de
Mariano
Moreno (1778-1811), secretario de
El
30 de septiembre de 1809 en la célebre Representación de los Hacendados (“Representación
que el apoderado de los hacendados de las campañas del Río de
Primero:
que se extienda el libre comercio por el plazo de dos años.
Segundo:
que las mercaderías inglesas se expendan por medio de españoles.
Tercero:
que cualquiera persona por el solo hecho de ser natural del Reino esté
facultado para estas consignaciones (cita).
Cuarto:
que la introducción de la mercadería pague los mismos derechos que aquellos
permisos especiales.
Quinto:
que cada importador esté obligado a exportar la mitad de lo ingresado en frutos
del país.
Sexto:
Asignar derechos de exportación a los frutos del País.
Séptimo:
que las mercaderías textiles de algodón que puedan entorpecer o debilitar
lo producido en las Provincias interiores paguen un veinte por ciento más que
lo establecido para equilibrar la competencia[38].
Moreno,
católico, sin duda atraído o fascinado por Rousseau traduce[39]
en 1810 el “Contrato Social” pero omite el capítulo de la religión, aclarando
en el Prólogo que “este hombre inmortal que formó la admiración de un siglo y
será el asombro de todas las .edades… tuvo la desgracia de delirar en materias
religiosas”.
Hay
muchos otros políticos que también abrevan en las nuevas ideas, tales como
Hipólito Vieytes (1762 – 1815), Bernardino Rivadavia (1780 – 1845); Bernardo de Monteagudo (1789 – 1825), entre otros.
V
Esta
reseña sobre las lecturas y la formación de estos hombres públicos nos permite
aproximarnos a determinar que las ideas se situaban en el campo de la
ilustración pero pasadas por el tamiz español, con especial limitación en la
formación cultural que habían dejado los jesuitas.
Esta
impronta peninsular[40]
que viene a identificar o, por lo menos, lleva a hacer coincidir la formación
ideológica de españoles y americanos, un poco es tributaria de la política
liberal de los Borbones, temerosa de los acontecimientos franceses que
produjeron anarquía, terror y anticlericalismo y empujan a que los hombres de
Mayo adopten un liberalismo adaptado a su religiosidad y al orden, de allí que
también se ha dicho que estamos ante “una doctrina liberal de caracteres sui generis”[41]
profundamente arraigada que condiciona toda la organización institucional
posterior a los hechos de mayo.
Romero
sintetiza lo ideológico con lo social en este período con los siguientes
términos:
“Un sentimiento de clara filiación iluminista orientaba el pensamiento
político del grupo ilustrado de Buenos Aires: el horror a la anarquía, a la
democracia turbulenta y sin freno. El orden
parecía el mejor atributo de una sociedad racionalmente fundada, y esta
convicción aparecía abandonada en la práctica por la experiencia política de
Francia, donde la exuberancia del sentimiento popular había conducido a la
dictadura absolutista. Sólo la ley y la recta ordenación institucional parecían
solución apropiada para impedir que la convulsión social y política operada en
el Río de
Todo
esto también es lógico porque las ideas no importan, por sí mismas, un cambio
repentino, son analizadas y discutidas, hasta confrontadas con lo conocido, con
la formación cultural y la realidad social, a partir de allí advertimos otra
limitación o morigeración de las ideas.
Desde
los primeros tiempos de la conquista hasta mediados del siglo XVIII la
educación fue impartida por los jesuitas en el Río de la Plata, Tucumán y
Paraguay, muestra de ello es que casi todas las ciudades tenían escuelas de la
Compañía. A principios del siglo XVII los padres fundan las Universidades de Córdoba
[43]
y de Chuquisaca [44],
ambas son aristotélicas, esto es, primaba en ellas la inteligencia sobre la
voluntad, el afán de plasmar hombres prevalecía sobre el afán de hacer
profesionales, por esta causa aquellos centros de cultura tuvieron unidad,
tuvieron universalidad y tuvieron proporción.
Y
en ellas estudiaron algunos de los pensadores de la revolución: Valentín Gómez,
Gregorio Funes, Baltazas Maziel, Pedro Ignacio Castro Barros, Fernando de
Navarrete, Gabriel Bernal, Ignacio Villafañe, José Thames, Elías Bedoya, Miguel
Calixto del Corro, Ambrosio Funes, Francisco Orellana, Ignacio Suarez Cabrera
entre muchos otros[45].
Furlong
en su obra Nacimiento y Desarrollo de
Francisco
Suárez SJ, en la opinión de Furlong es el inspirador primordial en
Mas
allá del aserto o no de Furlong o de Gandía, es indiscutible que existió una
enseñanza jesuita, que la doctrina de Francisco Suarez (SJ) se difundió en la universidades
y colegios[50],
que en ella se formaron los maestros de la generación de principios del siglo XIX
lo que no pudo pasar inadvertido en la formación cultural de los americanos, de
allí que las ideas europeas también pasaran por este cedazo:
Las ideas ilustradas en el Río de
Es
así, en definitiva, el liberalismo rioplatense que prevalece a principios del
siglo XIX es el resultado de la conjunción o enlace de la ilustración española
con los sedimentos o asiento filosófico dejados por los jesuitas [52].
[1] Exposición en El V Seminario Internacional “El pensamiento político y las ideas
en Hispanoamérica antes y durante las Cortes de
[2] Academia Nacional de la Historia: Historia de la Nación Argentina, 3ª edición, Ed. El Ateneo, Bs. As., 1961, Vol. V, Ricardo Caillet Bois: “Las corrientes ideológicas europeas del siglo XVIII y el Virreinato del Rio de la Plata”, pág. 14.
[3] Ricardo Zorraquín Becú señala que:
El pensamiento impulsor de esos cambios se
manifiesta –se refiere a la actitud reformista del despotismo ilustrado-, al
principio, en la ciencia económica. Una serie de escritores busca con afán las
razones y los medios de las reformas que anhelan. Dionisio de Alcebo y Herrera
publica, entre otros libros , un Memorial
informativo … sobre diferentes puntos tocantes al estado de la real azienda, y
del comercio (Lima 1720); Jerónimo de Ustáriz su Teórica y práctica de comercio y de marina (1724); Bernardo de Ulloa
se pone en evidencia con su obra Restablecimiento
de las fábricas, tráfico y comercio marítimo en España (1740); Juan
Gutiérrez de Rubalcava escribe el Tratado
histórico, político y legal del comercio
de las Indias Occidentales (1750); Bernardo Ward da a luz en 1779 su Proyecto Económico … (“Historia del Derecho Argentino”, Facultad de
Derecho y Ciencias Sociales, Instituto de Historia del Derecho Ricardo Levene,
-Colección de Estudios para
[4]
Gaetano Filangieri fue admirador de
América dedicando partes de su obra a tratar sobre ella (Ciudadanos libres de
[5] Ver el excelente estudio que hace sobre esta obra en Hispanoamérica: Federica Morelli: “Filangieri y la ‘Otra América’: historia de una recepción”, Revista Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, Universidad Pontificia Bolivariana de Colombia. Vol. 37, Núm. 107, julio-diciembre, 2007, págs. 485-508 o http://redalyc.uaemex.mx/redalyc/pdf/1514/151413533007.pdf.
[6] Tulio
Ortiz, Coordinador, “Bicentenario de
[7]
Joaquín Varela Suanzes-Carpegna: La
Constitución de Cádiz y el liberalismo español del siglo XIX, Editorial
digital Alicante, Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2005,
http://www.cervantesvirtual.com/obra/la-constitucin-de-cdiz-y-el-liberalismo-espaol-del-siglo-xix-0/.
Otra edición: Revista de las Cortes Generales, Nº 10 (1987), págs.
[8] Marcelino Menéndez y Pelayo: Historia de los heterodoxos españoles, Madrid, 1930, Tºº VI, pag. 32.
[9] Carlos Alberto Floria y Cesar A. García
Belsunce: Historia de los Argentinos, Ed. Larousse, Bs. As., 1992, Tomo
I, págs. 160 y ss.-
[10] Un
poco, gracias al monopolio con América y, por otro, al interés que despertó el
movimiento revolucionario francés, Cádiz se convierte en el siglo XVIII en un
próspero centro de comercio de libros, en estos tiempos hay “veinte librerías
para algo más de
[11]
Daisy Repodas Ardanaz: “Introducción fraudulenta de libros prohibidos en el Río
de
[12] El
Capitán de Infantería Don Francisco Ortega y Monroy era francmasón español. El
Virrey Loreto lo denunció por irregularidades junto a su segundo Don Manuel
Cipriano de Melo y al Administrador de
[13] Luis Feyt fue un comerciante parisino que llegó a Cádiz con el objeto de establecer una casa de comercio junto con Jacques Amie representantes de la casa Girardon y Compañía creada en el año 1749 en Francia.
[14] O Domingo
Francisco Belgrano Peri nacido en Oreglia, Liguria, Italia. Sus antepasados se
habían destacado desempeñando funciones públicas al servicio de
Tenía importantes relaciones
con funcionarios de
Figuró entre los
comerciantes que se empeñaron en conseguir el establecimiento del Consulado en
Buenos Aires. Falleció el 24 de septiembre de 1795 en la ciudad de Buenos
Aires. En su testamento pidió ser sepultado en
[15] José
Ingenieros: La evolución de las ideas argentinas, Libro I,
[16]
Ocupó diversos cargos en la burocracia virreinal (Subdelegado de
[17]
Manuel Azamor y Ramirez fue obispo de Buenos Aires desde
[18] Academia Nacional de la Historia: Historia de la Nación Argentina, 3ª edición, Ed. El Ateneo, Bs. As., 1961, Vol. V, Ricardo Caillet Bois: “Las corrientes ideológicas europeas del siglo XVIII y el Virreinato del Rio de la Plata, págs. 17 y s., y José M. Mariluz Urquijo: “La crisis del régimen”, en Roberto Levillier (dir.): “Historia Argentina”, Ed. Plaza y Janés, Buenos aires, 1968, T. II, Cap. 20, pag. 1335, citado por Alberto Bianchi: “Un recorrido crítico por el periodo formativo del derecho constitucional argentino (1810-1827)”, Asociación Argentina de Derecho Constitucional: “Debates de Actualidad”, Buenos Aires, Año XIX – Nº 193 Abril/Agosto de 2004.
[19] Roberto Levillier (dir.): Historia Argentina, Ed. Plaza y Janés, Buenos aires, 1968, T. II, Cap. 20, José M. Mariluz Urquijo: “La crisis del régimen” pag. 1335, citado por Alberto Bianchi: “Un recorrido crítico por el periodo formativo del derecho constitucional argentino (1810-1827)”, Asociación Argentina de Derecho Constitucional: “Debates de Actualidad”, Buenos Aires, Año XIX – Nº 193 Abril/Agosto de 2004.
[20] Las
citas de Daisy Ripodas Ardanaz
corresponden al estudio de María Verónica Fernández Armesto: “Lectores y Lecturas Económicas en Buenos
Aires a fines de la Época Colonial”, en “INFORMACIÓN,
CULTURA Y SOCIEDAD” No. 13 (2005) – Revista del Instituto de Investigaciones
Bibliotecológicas- , Facultad de
Filosofía y Letras de
[21] ver Carlos Alberto Floria y Cesar A. García Belsunce: “Historia de los Argentinos”, Ed. Larousse, Bs. As., 1992, Tomo I, pág. 140.
[22] José
Ingenieros: “La evolución de las ideas
argentinas”, Libro I,
[23] Nancy
Calvo, Roberto Di Stefano y Klaus Gallo (Coordinadores): “Los Curas de
[24] El 25 de mayo de 1811 se habría manifestado en estos términos en el Alto Perú, en la puerta del solar del Tiwanaku, a metros del lago Titicaca en la actual Bolivia.
[25] Ver Academia Nacional de la Historia: Historia de la Nación Argentina, 3ª edición, Ed. El Ateneo, Bs. As., 1961, Vol. V, Ricardo Caillet Bois: “Las corrientes ideológicas europeas del siglo XVIII y el Virreinato del Rio de la Plata”, pág. 18.
[26]
Enrique de Gandía: “Historia de las Ideas Políticas en
[27] Oreste Popescu: “Ensayos de Doctrinas Económicas Argentinas”, Ed. Depalma, segunda edición, Bs. As. 1965, pág. 22
[28]
Traduce del francés la obra de Genovesi: “Las lecciones de comercio o bien de economía civil” y además entre otras
“El Compendio de
[29]
María Rosa Pugliese: “La influencia de
[30] Oreste Popescu: “Ensayos de Doctrinas Económicas Argentinas”, Ed. Depalma, segunda edición, Bs. As. 1965, pág. 26.
[31] Roberto Levillier (Director): Historia Argentina, Ed. Plaza y Janes, Buenos Aires, 1968, Roberto Marfany: “El Virreinato del Río de la Plata y la Gobernación Intendencia de Buenos Aires”, Tomo II, pág. 919 y ss.
[32] Sin
duda en
[33]
Hombre que se presenta como un exquisito en las letras y en el conocimiento de
los autores modernos pero de principios algo ambiguos o con ambigüedades según las circunstancias,
en este sentido ver Adela M. Salas: “La perspectiva del Deán Terrazas sobre el
proceso revolucionario americano”, SIGNOS Universitarios.
[34]
Manuel Moreno: “Vida y Memorias de doctor Don Mariano Moreno”, s/Ed., s/f.
texto que reproduce textualmente la edición de Londres de 1812, pág. 58.
[35] Tulio Ortiz, Coordinador, “Bicentenario de la Revolución de Mayo”, Bs. As., Ed. Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, 2010, María Rosa Pugliese: “La influencia de la Revolución de Mayo”, pág. 261.g
[36] A
sólo título ilustrativo cabe tener presente que en 1688
[37] Téngase presente que Gaspar de Jovellanos tiene una visión cristiana del iluminismo.
[38]
Patricio José Clusellas dice que en la
Gazeta de Buenos Aires del 21 de
junio de 1810 Moreno publica su artículo sobre la libertad de escribir “inspirado en los escritos de Cayetano
Filangieri” (“Buenos Aires y Cádiz: ¿Revoluciones paralelas o diferentes?”, Historia, Año XXV,
Nº 100, Diciembre de 2005 – Febrero 2006, Bs. As., pág. 118.
[39]
Guillermo Furlong S.J. sostiene que esta obra llega en 1810, de la edición
londinense de 1799. El ejemplar que se indica del Obispo Azamor no sería del
“Contrato Social”, sino de otra obra del ginebrino. Por otro “la versión
editada por Moreno no era de él, sino de procedencia extranjera. Tampoco era de
Jovellanos, como afirma el historiador López”. (“Presencia y sugestión del
filósofo Francisco Suárez su influencia
en
[40]
María Rosa Pugliese: “La influencia de
[41] José Luis Romero, Las ideas políticas en Argentina, Ed. Fondo de Cultura Económica, Méjico, tercera edición 1969, pág. 69
[42] José Luis Romero Las ideas políticas en Argentina, Ed. Fondo de Cultura Económica, Méjico, tercera edición 1969, pág. 77.
[43] Le
da existencia legal Felipe III.
[44] Universidad de San Francisco Javier, nombre oficial, de mayor prestigio que la de Córdoba, los estudios comprendían los teológicos, jurídicos y literarios. José María Sáenz Valiente destaca que “Las ideas de los filósofos y economistas del siglo XVIII, la emancipación de los Estados Unidos, las noticias de la Revolución Francesa, todas las novedades de la política y la filosofía hallaban eco fuera de los claustros universitarios, eran comentados por maestros y alumnos y envolvían la enseñanza oficial imprimiéndoles rumbos inesperados” (José María Sáenz Valiente: “Curso de Historia Colonial Americana”, Ed. Ángel Estrada, tercera edición, s/f., pág. 417).
[45] Guillermo Furlong SJ: Los jesuitas y la cultura rioplatense, Ed. Universidad del Salvador, Buenos Aires, 1984, pág. 185.
[46] Citado por Federico Ibarguren: Nuestra Tradición Histórica, Ed. Dictio, Buenos Aires, s/f, pág. 268.
[47] Nota: Carlos Alberto Floria y Cesar A. García Belsunce: Historia de los Argentinos, Ed. Larousse, Bs. As., 1992, Tomo I, pág. 207.
[48]
Guillermo Furlong (SJ) Presencia y
sugestión del filósofo Francisco Suárez su influencia en
[49] Enrique
de Gandía: Historia de las Ideas
Políticas en
[50] En el colegio de Córdoba, dicen Floria y García Belsunce, en 1614 se enseña filosofía siguiendo a Suarez a través de los textos de Antonio Rubio (Carlos Alberto Floria y Cesar A. García Belsunce: Historia de los Argentinos, Ed. Larousse, Bs. As., 1992, Tomo I, pág. 140).
[51] Academia Nacional de la Historia: “Nueva Historia Argentina”, Buenos Aires, 1999: José María Mariluz Urquijo: Ideas y Creencias, Tomo 3, pág. 226.
[52] La cuestión es también sintetizada de la
siguiente manera:
Es exacto
que las doctrinas que se utilizaron para separar la estructura de poder
rioplatense de la Metrópoli estaban más cerca de Suarez y de Grocio que de
Rousseau, pero debido a los cambios operados en el pensamiento del siglo XVIII,
en los que Rousseau tuvo parte intelectual decisiva, fue que Suarez y Grocio se
actualizaron … No hay duda que los liberalismos traspirenaicos e inglés
arrasaron con su presencia demoledora ciertas tradiciones ideológicas y las
defensas que los burócratas quisieron oponerles, pero se suele soslayar el
hecho de que hubo un liberalísimo español, de características propias, no
precisamente ateo ni antimonárquico, que actuaba y servía de tamiz, pero
también de portada, a las doctrinas que a la postre servirían a la revolución
independentista del Plata.
Carlos Alberto Floria y Cesar A. García
Belsunce: Historia de los Argentinos, Ed. Larousse, Bs. As., 1992, Tomo
I, pág. 296 y 297.