Globalización y competencia. Apuntes para una macroeconomía estructuralista del desarrollo /  Luis Carlos Bresser-Pereyra. Buenos Aires: Instituto Torcuato Di Tella; Siglo XXI, 2010. 285 p. ISBN 9789871013821

 

El autor es brasileño, economista y profesor de la Fundación Getulio Vargas, así como de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de Francia. Ha sido ministro de Hacienda del Gobierno de José Sarney y también funcionario de la gestión de Fernando Enrique Cardoso, donde tuvo a su cargo la reforma del Estado.

Bresser-Pereyra plantea en este libro la idea del nuevo desarrollismo como un camino adecuado para que las naciones en vías de desarrollo puedan tender a la convergencia con los países desarrollados. Para él, la globalización de las transacciones comerciales no es un obstáculo sino una oportunidad para estas naciones emergentes que ya cuentan con unas burguesías más o menos sólidas y unas industrias con suficiente grado de maduración, de resultas de su paso por la etapa desarrollista clásica.

La deslocalización de las industrias trabajo-intensivas desde las naciones de mayor desarrollo hacia las que tienen costos de mano de obra más bajos les ofrece a estas últimas la oportunidad de ver crecer sus economías y sus exportaciones dado el costo competitivo de sus salarios. Aprovecharlas depende de que los Estados nacionales puedan aplicar políticas apartadas de la ortodoxia y de las recetas del neoliberalismo. Estas políticas —que requieren de un acuerdo con las burguesías y las clases trabajadoras locales— consisten en el mantenimiento de un tipo de cambio competitivo, de equilibrio para la industria, que es distinto del tipo de cambio de equilibrio natural del sector externo.

En oposición a esta idea, Bresser-Pereyra afirma que la globalización financiera es una maldición, porque el exceso de ingreso de divisas provenientes del comercio exterior o de las inversiones especulativas aprecia sus monedas y les hace perder competitividad. Aumentan las importaciones, crece la deuda externa, el ahorro externo sustituye al ahorro interno y el país se ve expuesto a una crisis de balanza de pagos, porque en algún momento cesa el financiamiento (la experiencia argentina sobre el final de la convertibilidad parece ilustrar muy bien las afirmaciones del autor).

Las naciones en vías de desarrollo deben preservarse, pues, de este conjunto de fenómenos, conocidos desde hace décadas con el nombre de enfermedad holandesa. Y deben cuidarse muy bien del populismo cambiario, consistente en mantener una moneda apreciada que abarata las compras externas. Tal fue la situación que atravesó la Argentina en la etapa de convertibilidad, cuando se estimuló la importación y el consumo en desmedro de la inversión, a costa del endeudamiento insostenible en el tiempo. Pues  en algún momento —más temprano que tarde— los acreedores externos pierden la confianza y dejan de financiar al país endeudado, con lo que se precipita la crisis.

Cuando el tipo de cambio se aprecia se produce un aumento salarial artificial que provoca desempleo y reduce el ahorro interno (debido a la alta propensión al consumo de los trabajadores y las clases medias). Al mismo tiempo, la producción necesaria para abastecer esa mayor demanda proviene del exterior en forma de importaciones. El ahorro externo —que suple al interno— se destina al consumo y no, a la inversión: “Con el populismo cambiario es el ‘estado-nación’ o país el que gasta más de lo que recibe, generando déficit de cuenta corriente crónico” (p. 168).

Pero este efecto del populismo cambiario permite lograr consenso en torno a las políticas de apreciación cambiaria, como también sucedió en la Argentina durante la convertibilidad: “[...] incluso los más pobres se benefician con el aumento de los salarios reales por medio de tipos de cambio no competitivos, ya que una porción de los productos que componen su canasta de consumo reduce su valor” (p. 169).

La otra causa principal de la tendencia a la sobrevaluación del tipo de cambio —afirma Bresser-Pereyra— está relacionada con el ingreso de capitales: “Este ingreso es el resultado de la atracción estructural que las altas tasas de beneficio y de interés ejercen sobre el capital internacional. Pero también son consecuencia de una persistente política de crecimiento con ahorro externo recomendada por la ortodoxia convencional” (p. 164). El resultado es similar, independientemente de cuál sea el motivo de la apreciación de la moneda local.

Como camino alternativo para las naciones en vías de desarrollo, Bresser-Pereyra sostiene la importancia de impulsar las exportaciones industriales, estrategia capaz de permitir la convergencia con los países desarrollados. La economía convencional ha analizado el crecimiento haciendo énfasis en el lado de la oferta, pero —como lo demostraron Keynes y Kalecki— la oferta no genera automáticamente su propia demanda. Y la insuficiencia de demanda es generalmente un obstáculo para el crecimiento. El autor piensa que las exportaciones, como componente de la demanda agregada, solucionan ventajosamente este problema. Particularmente, las exportaciones industriales permitirían expandir la demanda agregada sin que se generaran tensiones inflacionarias.

Ello no significaría —como se ha sostenido muchas veces— dejar de lado la expansión del mercado interno, que el nuevo desarrollismo no descuida. Inclusive el autor cree que los Gobiernos deben propiciar la redistribución del ingreso, porque su concentración conspira contra la expansión de la demanda interna, al tiempo que no estimula la inversión.

Este nuevo desarrollismo, a diferencia del tradicional o clásico, no limita su perspectiva a la industrialización que sustituye importaciones, que en cierto momento afronta restricciones en el sector externo, sino que tiene un horizonte de expansión de las exportaciones. Eso le permite a la industria superar los límites de los mercados internos insuficientes. Bresser-Pereyra afirma que el argumento que sostiene que el crecimiento con base en las exportaciones es incompatible con la distribución del ingreso y el consumo masivo no es cierto, ya que las exportaciones aumentan el empleo, los salarios y el consumo interno. Hay otras notas, todavía, que diferencian al neodesarrollismo del clásico: las industrias no requieren otra protección que un tipo de cambio competitivo y los déficit fiscales —aunque posibles en el corto plazo— no deben ser duraderos y persistentes, porque inhiben a los Estados para hacer políticas macroeconómicas y los conducen al endeudamiento.

En suma, los países que adoptan el nuevo desarrollismo crecen sobre la base del ahorro interno, a condición de que mantengan un tipo de cambio competitivo, una tasa de interés moderada y una política fiscal estricta. Deben rechazar la política de crecimiento basada en el ahorro externo, así como evitar el mal holandés manteniendo un tipo de cambio competitivo para la industria

Para evitar el mal holandés Bresser-Pereyra considera adecuado que los Gobiernos apliquen un impuesto a las exportaciones, cuyo producto puede ser devuelto a la sociedad en forma de inversiones públicas, de gasto social o bien bajando otros impuestos. Un derecho de importación es insuficiente, pues protege a la industria pero no neutraliza el mal holandés sino con relación al mercado interno y no propicia ni estimula de por sí las exportaciones industriales.

En síntesis, la tesis principal del autor afirma que:

La principal razón por la que algunos países con ingresos medios o emergentes crecen a gran velocidad y se encaminan a la convergencia mientras que otros quedan relegados es que los primeros neutralizan la tendencia a la sobrevaluación del tipo de cambio, mientras que los últimos no logran hacerlo. (p. 162)

 

La historia económica reciente de la Argentina, en particular durante el último Gobierno militar y en los años noventa, bajo la vigencia del régimen de convertibilidad, así como en la etapa más cercana, que se abre con posterioridad a la crisis de 2001, puede ser leída provechosamente en la clave que propone Bresser-Pereyra, tanto para la apreciación de los logros como para la identificación de los errores y de los eventuales riesgos futuros.

Horacio Chitarroni*

 



* Sociólogo, profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la USAL y de la Maestría en Ciencias Sociales del Trabajo de la UBA, investigador del IDICSO/USAL, consultor de SIEMPRO (Sistema de Información  Monitoreo y Evaluación de Programas Sociales).