Posicionamiento de los gobiernos centroamericanos frente a la rivalidad estratégica sino-estadounidense

Esteban Poole Fuller*

                                                                                                                         Peng Jianrong*

**Pontificia Universidad Católica del Perú, Departamento Académico de Derecho; Centro de

Estudios Orientales; Grupo de Investigación José León Herrera / Estudios Asiáticos en el Perú. Correo electrónico: epoole999@gmail.com

*Universidad de Shaoxing, Facultad de Lenguas Extranjeras. Correo electrónico: jianrong.peng@qq.com

Artículo recibido: 18/10/2024            Artículo aprobado: 20/05/2025

MIRÍADA. Año 17, N.º 21 (2025), pp. XX-XX.

©  Universidad del Salvador. Vicerrectorado de Investigación y Desarrollo. Instituto de Investigación en Ciencias Sociales (IDICSO). ISSN: 1851 9431

 

Resumen

Desde 2017 la rivalidad estratégica entre Estados Unidos y China ha impactado en diversos aspectos del orden internacional, incluido el posicionamiento internacional de América Central, región tradicionalmente vinculada a la esfera de influencia estadounidense. Hasta fechas recientes, el conjunto de países centroamericanos mantenía relaciones diplomáticas con Taiwán, pero, en los últimos años, varios Estados de la región han optado por establecer vínculos con la República Popular China. Sin embargo, estas decisiones no han seguido un patrón ideológico claro: tanto gobiernos de izquierda como de derecha han estrechado lazos con Beijing o mantenido relaciones cercanas con Washington, según coyunturas políticas nacionales más que afinidades ideológicas.

Este escenario desafía la visión heredada de la Guerra Fría, que asocia automáticamente a la izquierda con China y a la derecha con Estados Unidos. Frente a las limitaciones de dicho paradigma, este artículo propone la distinción entre posturas globalistas y autonomistas como marco de análisis para los alineamientos internacionales de los gobiernos centroamericanos. En el marco de la rivalidad sino-estadounidense, los gobiernos de orientación globalista tienden a alinearse con Estados Unidos, en tanto potencia hegemónica, mientras que los segundos buscan mayor autonomía mediante vínculos con potencias emergentes como China.

Empleando un enfoque cualitativo basado en el análisis de fuentes textuales, se examinan los posicionamientos de los gobiernos centroamericanos frente a la rivalidad sino-estadounidense desde 2017. Se propone que la distinción entre globalismo y autonomismo posee valor explicativo al dar cuenta de los alineamientos internacionales de los países centroamericanos frente a las dos principales potencias globales contemporáneas.

Palabras clave: China, América Central, Estados Unidos, rivalidad estratégica, política exterior

Positioning of Central American governments vis-à-vis China-US strategic rivalry

Abstract

Since 2017, the strategic rivalry between the United States and China has had an impact various aspects of the international order, including the international positioning of Central America, a region traditionally linked to the US sphere of influence. Until recently, all Central American countries maintained diplomatic relations with Taiwan, but in recent years, several states in the region have chosen to establish ties with the People's Republic of China. However, these decisions have not followed a clear ideological pattern: both left-wing and right-wing governments have strengthened ties with Beijing or maintained close relations with Washington, depending on national political circumstances rather than ideological affinities.

This scenario challenges the legacy of the Cold War, which automatically associates the left with China and the right with the United States. Given the limitations of this paradigm, this article proposes a distinction between globalist and autonomist positions as a framework for analyzing the international alignments of Central American governments. In the context of China--US rivalry, globalist-oriented governments tend to align themselves with the United States as the hegemonic power, while autonomist governments seek greater autonomy through ties with emerging powers such as China.

Using a qualitative approach based on the analysis of textual sources, this article examines the positions of Central American governments on the Sino-US rivalry since 2017. It is proposed that the distinction between globalism and autonomism has explanatory value in accounting for the international alignments of Central American countries vis-à-vis the two main contemporary global powers.

Keywords: China, Central America, United States, strategic rivalry, foreign policy

Introducción

Los posicionamientos de los gobiernos y actores políticos de América Latina hacia China han cobrado creciente relevancia en el contexto internacional contemporáneo. Estos han estado signados por la expansión de los vínculos económicos de la región con el país asiático y las dinámicas globales vinculadas a la rivalidad estratégica sino-estadounidense (Rivero Soto & Raggio, 2022). 

Durante las últimas dos décadas los vínculos económicos sino-latinoamericanos han tenido una fuerte expansión, posicionándose China como el segundo socio comercial de la región después de Estados Unidos[1] (Guo, 2023). Al mismo tiempo, desde 2017 se observa una creciente rivalidad entre China y Estados Unidos (Bernal Meza, 2021), la misma que incide en América Latina, en tanto los países de la región se ven sujetos a crecientes presiones por parte de Washington para limitar sus vínculos con Beijing (Ellis, 2022). Frente a esta dinámica podemos apreciar que los actores políticos regionales tienden a asumir posturas alineadas con Estados Unidos o a buscar un acercamiento hacia China, a fin de limitar la influencia norteamericana en sus países.

En este contexto, el alineamiento de los gobiernos latinoamericanos frente a la rivalidad sino-estadounidense tendería a reflejar la contraposición entre sectores políticos de izquierda y derecha, con los primeros mostrando mayor afinidad hacia Beijing y los segundos alineándose con Washington (Ellner, 2023). No obstante, se observan matices relevantes respecto a dicha perspectiva. De un lado, diversos gobiernos progresistas latinoamericanos evidenciaron un estrecho alineamiento con Estados Unidos bajo el gobierno del demócrata Joe Biden (2021-2025) (Poole Fuller, 2023), al tiempo que ciertos gobiernos de derecha buscaron un mayor acercamiento hacia China y tomaron distancia de Washington durante la más reciente administración demócrata. Estaríamos asistiendo, por tanto, a la emergencia de derechas afines a China e izquierdas afines a Estados Unidos (Poole Fuller, 2023). A su vez, se observan aproximaciones divergentes hacia Beijing y Washington al interior de las propias derechas regionales. Al respecto, mientras ciertos gobiernos conservadores han tomado distancia de China y se han alineado estrechamente con Estados Unidos, otros han cultivado los vínculos con el primer país.

El análisis de estas dinámicas resulta de particular interés en América Central. Ello en tanto dicha región ha estado por tradición estrechamente alineada a Washington y, hasta años recientes, concentraba a los países latinoamericanos que no habían reconocido a la República Popular China (Regueiro Bello et al., 2024). Resulta llamativo al respecto que el acercamiento de los países centroamericanos hacia China a partir de 2017 ha coincidido con la intensificación de la rivalidad sino-estadounidense. Más aún, la región centroamericana exhibe una amplia diversidad en cuanto a las posturas de sus gobiernos respecto a la rivalidad sino-norteamericana, albergando tanto a gobiernos de izquierda como de derecha que han asumido posturas más cercanas hacia Beijing o Washington. Por tanto, el análisis del posicionamiento de los gobiernos centroamericanos frente a la rivalidad sino-estadounidense puede contribuir a la comprensión del desenvolvimiento de dicho escenario internacional en el conjunto de América Latina.

El presente artículo analiza, a través de una aproximación metodológica cualitativa centrada en la revisión de fuentes textuales, los posicionamientos de los gobiernos centroamericanos[2] frente a la rivalidad sino-estadounidense desde su intensificación en 2017. Se propone que dichos posicionamientos responderían a paradigmas divergentes en materia de inserción internacional, que cabría calificar como autonomistas y globalistas. Dichos paradigmas trascenderían a la adscripción ideológica de los gobiernos. En el marco de dicho análisis, se propone que la adscripción a posturas globalistas y autonomistas de las políticas exteriores de los gobiernos centroamericanos durante el período analizado es una distinción con valor explicativo al momento de dar cuenta de sus alineamientos internacionales frente a las dos principales potencias en el escenario global contemporáneo. El presente análisis busca contribuir a una explicación de los alineamientos de los gobiernos centroamericanos y, en términos más generales, de América Latina, bajo un marco de análisis que trasciende la distinción entre izquierdas y derechas.

El artículo tendrá la siguiente estructura. En primer lugar, se introduce el marco conceptual. A continuación, se desarrolla el estudio de caso, analizando el posicionamiento del conjunto de países centroamericanos frente a la rivalidad estratégica sino-estadounidense en el periodo comprendido entre 2017 y 2025. Finalmente, en las Conclusiones se introducen los hallazgos del análisis.

Marco conceptual

El presente estudio emplea como categorías de análisis la noción de rivalidad estratégica; las categorías ideológicas de izquierda, derecha y populismo; y la distinción entre autonomismo y globalismo en tanto paradigmas de inserción internacional

Desde 2017 se observa una intensa rivalidad entre China y Estados Unidos[3], derivada del empoderamiento internacional del primer país y de la reacción adversa que este ha suscitado en el segundo (Allison, 2017; Foot & King, 2019; Layne, 2018). Dicho escenario ha generado comparaciones con la Guerra Fría que confrontó a Estados Unidos y la Unión Soviética durante la segunda mitad del siglo xx (Fortín et al., 2021; Zhang & Xu, 2021; Zhao, 2019).

No obstante, de acuerdo con autores como Zhang y Xu (2021) y Christensen (2021), la comparación de la rivalidad estratégica sino-norteamericana con la Guerra Fría resultaría inexacta. Ello en tanto que la rivalidad sino-estadounidense no exhibe el grado de antagonismo ideológico que caracterizó a la contienda entre Washington y Moscú; no se han producido conflictos armados entre terceros países asociados a las potencias en disputa (guerras proxy); y los niveles de interdependencia entre Estados Unidos y China son sustancialmente mayores que los que existieron entre el primer país y la Unión Soviética. En ese sentido, la rivalidad sino-norteamericana no generaría alineamientos internacionales con un grado de rigidez análogo al escenario de bipolaridad propio de la Guerra Fría[4] (Zhao, 2019).

Sobre la base de dicha constatación, la noción de rivalidad estratégica ha sido frecuentemente empleada como la caracterización que reflejaría más fielmente la dinámica reciente de las relaciones sino-estadounidenses (Zhao, 2019; Foot & King, 2019). La rivalidad estratégica, de acuerdo con Wu (2023), puede ser entendida como un estado de las relaciones bilaterales intermedio entre la cooperación y el conflicto armado. El propósito fundamental de los Estados implicados en dichas dinámicas es maximizar las ventajas sobre el país rival, en contraste con el afán de maximizar los beneficios mutuos o de destruir o debilitar al adversario que caracterizan a las relaciones de cooperación y enemistad respectivamente. Partiendo de este marco, cabe observar que la rivalidad sino-estadounidense tiene carácter multidimensional (Anguiano Roch, 2021; Rudolf, 2020; Wu, 2023), implicando diversos ámbitos tales como el comercial, tecnológico, militar y político-ideológico. Dada la centralidad de ambos países, la rivalidad sino-estadounidense incide profundamente en la dinámica contemporánea de las relaciones internacionales (Perthes, 2020).

En cuanto a la distinción entre izquierda y derecha, se emplea como punto de partida, la distinción propuesta por Bobbio (1995), que identifica a la primera con fuerzas políticas que aspiran a la reducción o supresión de las desigualdades sociales, en tanto que las derechas tenderían a naturalizarlas o justificarlas. La oposición entre izquierda y derecha se originó en el contexto de la Revolución Francesa, contraponiendo a republicanos y monárquicos, respectivamente (Gauchet, 1997), deviniendo durante el siglo xx en un criterio que distinguía a socialistas y comunistas de un lado, y a los defensores de las estructuras socioeconómicas vigentes del otro.

La polarización izquierda-derecha cobró centralidad en el contexto de la Guerra Fría que opuso a Estados Unidos y la Unión Soviética durante la segunda mitad del siglo xx (1947-1989), identificándose, grosso modo, a los países que se alineaban con Washington y Moscú, con posiciones derecha e izquierda, respectivamente. Si bien la distinción entre izquierda y derecha conserva relevancia en el ámbito de la política interna (White, 2010), ha perdido centralidad en el campo de las relaciones internacionales, en tanto que, pese a las diferencias entre sus sistemas políticos y sociales, la rivalidad entre las dos principales potencias en el sistema internacional contemporáneo (Estados Unidos y China) no es de naturaleza fundamentalmente ideológica[5] (Zhang y Xu, 2021). Sin perjuicio de ello, cabe observar que ciertos actores políticos conservadores justifican un alineamiento favorable hacia Estados Unidos y hostil a China sobre la base de la identificación del régimen político de este último país con el marxismo.

Por su parte, el populismo puede ser definido, siguiendo a Mudde y Rovira Kaltwasser (2017), como una ideología de núcleo superficial que concibe a la sociedad como dividida entre un “pueblo puro” y una “elite corrupta” y que sostiene que la política debe ser una expresión de la voluntad general del pueblo” (2017, p. 149-150)[6]. Cabe distinguir entre un populismo inclusivo, asociado a posiciones de izquierda, que busca ampliar la participación social y política de grupos marginados (Miranda Baires, 2019; Mouffe, 2018), y un populismo excluyente, asociado a sectores de derecha, que apunta restringir la inclusión de colectivos que consideran ajenos al sujeto nacional-popular[7] (Mudde & Rovira Kaltwasser, 2013). Más allá de dicha distinción, si bien autores como Laclau (2005) y Mouffe (2018) han destacado el potencial democratizador del populismo, se observa que los gobiernos adscritos a dicha orientación han tendido a erosionar los pesos y contrapesos institucionales (Ruth-Lovell & Grahn, 2023). En ese sentido, existiría una asociación frecuente, si bien no necesaria, entre orientaciones políticas populistas y gobiernos autoritarios, particularmente en países, como los latinoamericanos, que no han tendido a desarrollar una robusta institucionalidad democrático-liberal (de la Torre, 2013; Weyland, 2018).

En el plano de la política exterior el populismo, tanto en su vertiente de derecha como de izquierda, ha tendido a asociarse con posturas nacionalistas (Heiskanen, 2020). En el caso de América Latina, ello ha supuesto que los gobiernos populistas sean caracterizados como nacional-populares (De Ipola & Portantierro, 1981). Dicha orientación se ha traducido en que frecuentemente los gobiernos populistas, particularmente aquellos de izquierda, tomen distancia de Estados Unidos en tanto potencia hegemónica (Brun et al., 2022).

Finalmente, resulta pertinente distinguir entre globalismo y autonomismo en tanto paradigmas de inserción internacional de los países periféricos[8], considerándose a América Latina como parte de la periferia del sistema internacional[9]. Al respecto, Simonoff (2024) señala que dichos paradigmas han sido los principales modelos orientadores de las políticas exteriores de los países latinoamericanos desde el fin de la II Guerra Mundial.

Según Simonoff, globalistas y autonomistas se distinguen por la elección de sus alineamientos internacionales prioritarios: en tanto los primeros han optado por plegarse hacia Estados Unidos en cuanto es percibido como potencia hegemónica (Escudé, 1992), los segundos han buscado incrementar sus márgenes de maniobra en el sistema internacional con base en el acercamiento hacia países periféricos (Puig, 1980).

En el marco de la rivalidad sino-estadounidense en el contexto latinoamericano, los globalistas privilegian crecientemente el alineamiento con Washington, en tanto que los autonomistas tienden a promover el acercamiento a Beijing con base en las oportunidades de desarrollo económico percibidas en los vínculos económicos con China (Villagran & Damin, 2021) y el afán de limitar la influencia norteamericana en la región.

Bajo el marco de análisis expuesto, la distinción entre paradigmas de inserción internacional globalistas y autonomistas resulta especialmente relevante para dar cuenta de las divergencias en el posicionamiento de los gobiernos latinoamericanos frente a la rivalidad estratégica sino-estadounidense. A su vez, la ubicación de dichos gobiernos en el continuum izquierda-derecha y, sobre todo, la mayor o menor cercanía de estos a posturas populistas contribuiría a explicar su opción por alineamientos autonomistas o globalistas. 

Partiendo del marco conceptual expuesto, y sobre la base de una estrategia metodológica basada en la revisión de fuentes bibliográficas (textos académicos y periodísticos) relativas a esta temática, el presente artículo analiza el posicionamiento en materia de política exterior en relación con China y Estados Unidos por parte de los gobiernos centroamericanos entre 2017 y 2025. A partir de dicho análisis, se propone explicar las divergencias en relación con la política exterior de los gobiernos de la región según su alineamiento con posturas de política exterior globalistas o autonomistas.

            El articulo tendrá la siguiente estructura. En primer lugar, se introducirá la rivalidad estratégica entre Estados Unidos y China y su incidencia sobre los actores políticos latinoamericanos. A continuación, se analizarán las orientaciones en materia de relaciones con ambas potencias por parte de los gobiernos centroamericanos durante el periodo objeto de análisis. Finalmente, se plantearán las conclusiones de este estudio.

Rivalidad estratégica sino-estadounidense y posicionamiento de los actores políticos latinoamericanos

La orientación de la política exterior de los países latinoamericanos hacia China cobra relevancia en el contexto internacional actual signado por la rivalidad estratégica entre este país y Estados Unidos, que emergió con fuerza desde 2016 tras la primera elección de Donald Trump como presidente estadounidense (Kahhat, 2022) y que ha persistido hasta la fecha (Alcalde, 2022).

Este incremento de las tensiones entre Washington y Beijing deriva de las inquietudes que ha suscitado el empoderamiento internacional de China entre los sectores dirigentes norteamericanos (Alcalde, 2022; Foot & King, 2019), a consecuencia de las cuales, durante los últimos años, se ha impuesto una visión alarmista respecto a la amenaza que dicho país supondría para los intereses de los Estados Unidos al erosionar la hegemonía global norteamericana[10] (Allison, 2017; Economy, 2021; Serhan, 2021). Este escenario estaría generando una reversión parcial de los procesos de globalización producidos desde el fin de la Guerra Fría debido a la adopción de medidas orientadas a disminuir las interdependencias entre China y Estados Unidos y sus aliados, y a la progresiva constitución de bloques de países que privilegian los vínculos con Beijing o Washington.

La rivalidad sino-estadounidense incide sobre América Latina (Bernal Meza, 2021), en tanto Estados Unidos considera a dicha región como su esfera de influencia geopolítica desde inicios del siglo xx (Nasser, 2023). Si bien a inicios del presente siglo los crecientes vínculos económicos sino-latinoamericanos no suscitaron mayores recelos en Washington (Ellner, 2023; Mardell, 2022), desde la llegada al poder de Trump se ha producido un cambio de actitud. Al respecto, se aprecia una creciente inquietud entre los sectores dirigentes norteamericanos respecto a la profundización de las relaciones sino-latinoamericanas (Ellis, 2022). Ello ha redundado en un discurso hostil por parte de las autoridades y medios de comunicación norteamericanos hacia la presencia china en América Latina y en presiones por parte de Washington hacia los países de la región para que restrinjan sus vínculos económicos con su rival asiático. Este escenario invitaría a prever, en lo que se refiere a las relaciones de Washington y Beijing con América Latina, una situación en la cual, de forma análoga a la Guerra Fría, el gobierno estadounidense respaldaría a gobiernos y fuerzas políticas latinoamericanas de derecha, mientras que China, en tanto Partido-Estado comunista, se alinearía con opciones izquierdistas. No obstante, a diferencia de la era de la rivalidad soviético-estadounidense durante la segunda mitad del siglo xx, en el actual contexto de rivalidad estratégica sino-estadounidense no resulta posible plantear alineamientos automáticos en materia de política exterior (Ríos, 2019; Poole Fuller, 2023).

La mayor complejidad de los alineamientos internacionales en el escenario actual estaría vinculada, de un lado, al carácter esencialmente pragmático que ha asumido la política exterior china desde la década de 1970[11] (Fanjul, 2020). Dicha orientación ha llevado a un acercamiento por parte de Beijing hacia gobiernos de diverso signo político, a fin de impulsar su inserción internacional en la medida que ello ha resultado funcional a su modelo de desarrollo económico (Chávez Mazuelos, 2022). Adicionalmente, la expansión del intercambio comercial con China ha beneficiado particularmente a sectores de las élites regionales vinculados a la exportación de materias primas, los cuales ocupan una posición prominente en las coaliciones derechistas de diversos países de la región.

De otro lado, en el caso de Estados Unidos, durante las tres décadas transcurridas desde el final de la Guerra Fría, se ha producido un notable incremento de la polarización política (Klein, 2020), que ha incidido en la proyección internacional del país (Myrick, 2021). Si bien ha emergido un consenso bipartidista con respecto a la asunción de una postura confrontacional hacia China (Chen Weiss, 2022; Serhan, 2021), este no se estaría traduciendo en un respaldo consistente hacia gobiernos y actores políticos del mismo signo ideológico[12]. En consecuencia, se observa que los gobiernos del Partido Demócrata tendrían una orientación más favorable a sus homólogos izquierdistas latinoamericanos, mientras que las administraciones del Partido Republicano seguirían privilegiando las relaciones con gobiernos de derecha (Poole Fuller, 2023).

El contexto descrito supone una erosión del clivaje político que prevaleció durante la segunda mitad del siglo xx en América Latina y contrapuso a derechas pronorteamericanas e izquierdas identificadas como antiimperialistas por su oposición a Estados Unidos (Poole Fuller, 2023). En este escenario se constata actualmente tanto la presencia de gobiernos de izquierda alineados con Washington como de gobiernos de derecha que han tomado distancia y han tenido un mayor acercamiento hacia China. Se aprecia, a su vez, la existencia de gobiernos de izquierda y de derecha alineados con Washington, y de gobiernos de ambas tendencias políticas que se han distanciado de la potencia norteamericana[13].

Una variable explicativa para dar cuenta de dichas dinámicas, aparentemente contradictorias, es la distinción entre los paradigmas globalistas y autonomistas en las estrategias de inserción internacional de los países latinoamericanos (Simonoff, 2024). Si bien, extrapolando paradigmas políticos de la Guerra Fría, tiende a asociarse la asunción de posturas globalistas y autonomistas en América Latina con sectores políticos de derecha e izquierda, respectivamente, en años recientes se observa que tanto gobiernos de derecha como de izquierda han asumido políticas exteriores de signo globalista o autonomista (Poole Fuller, 2024). En vista de ello, la distinción entre autonomistas y globalistas podría dar cuenta de forma más significativa que la identificación con posturas políticas de izquierda o derecha de la orientación asumida por los gobiernos latinoamericanos con respecto a su vinculación con la potencia hegemónica (Estados Unidos) y la potencia emergente (China). Cabe añadir, a su vez, que se observaría una mayor propensión hacia posturas autonomistas por parte de los gobiernos populistas[14]. Ello estaría vinculado a la orientación nacionalista frecuentemente asociada con el populismo que, en el contexto latinoamericano, tiende a ir de la mano de cierto grado de antagonismo frente a Estados Unidos.

Con base en el contexto descrito, en la siguiente sección se analizará el posicionamiento reciente de los países centroamericanos frente a Estados Unidos y China.

Posicionamiento de los gobiernos centroamericanos frente a la rivalidad estratégica sino-estadounidense (2017-2024)

            Los países de América Central han estado, tradicionalmente, estrechamente alineados a Estados Unidos, siendo la región latinoamericana en la cual la injerencia norteamericana ha tendido a resultar más intensa (Rojas & Solís, 1993). Dicha situación se ve reforzada por la dependencia económica de los países centroamericanos frente a Estados Unidos, país que es el primer socio comercial de la región (siendo el destino del 33 % de exportaciones centroamericanas en 2023) (Secretaría de Integración Económica Centroamericana [SIECA], 2024); y por una dinámica de intensa emigración hacia territorio estadounidense desde la década de 1980[15], a consecuencia de la cual más de 7 millones de personas nacidas en América Central (cerca de 15 % de la población regional) residen en la potencia norteamericana (Ward & Batalova, 2023), al tiempo que sus remesas procedentes de la misma representan cerca del 25 % del PBI regional (Orozco, 2021).

Las reducidas dimensiones demográficas y económicas de los países centroamericanos han contribuido a reforzar la asimetría de las relaciones de la región con Estados Unidos. A su vez, los mecanismos de integración regional establecidos en América Central a partir de mediados del siglo xx con la creación de la Organización de Estados Centroamericanos[16] (ODECA) en 1951 y, particularmente, desde 1991, con el establecimiento del Sistema de Integración Centroamericana-SICA[17] han tenido un impacto limitado[18] (Sanahuja Pardes, 1998; Vargas Céspedes & Viales Hurtado, 2024). Si bien el SICA puede ser calificado como el mecanismo regional más ambicioso a nivel latinoamericano en términos de arquitectura institucional y derecho comunitario (Vargas Céspedes & Ramírez Núñez, 2023) y ha propiciado los intercambios comerciales intrarregionales[19], ha tenido resultados muy modestos en términos de integración política, restringiéndose fundamentalmente a promover la liberalización comercial (Sanahuja Paredes, 1998; Vargas Céspedes & Viales Hurtado, 2024). Ello ha redundado en que los países centroamericanos carezcan por lo general de estrategias de política exterior coordinadas (Vargas Céspedes & Viales Hurtado, 2024.). Por tanto, y pese a la existencia de ciertos patrones comunes de inserción internacional, entre los que destaca la relación asimétrica con Estados Unidos, la actuación internacional de los países centroamericanos no se ha dado de forma articulada, y cada país ha tendido a llevar adelante una política exterior diferenciada. En ese sentido, los Estados nación de la región son la unidad de análisis pertinente al momento de analizar el posicionamiento de los gobiernos centroamericanos frente a la rivalidad estratégica sino-estadounidense.

El estrecho alineamiento de la región con Estados Unidos influyó en su vinculación con China, y condujo a que, en contraste con el resto de América Latina, los países centroamericanos no entablasen relaciones diplomáticas con esta incluso tras el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Washington y Beijing en 1979 (Aguilera Peralta, 2006). En ese sentido, hasta 2007, cuando Costa Rica reconoció a la República Popular China, ningún país centroamericano mantuvo relaciones diplomáticas con Beijing[20], y la presencia diplomática de la potencia asiática en la región no se amplió durante la siguiente década. No obstante, el posicionamiento de los países centroamericanos frente a China experimentó un vuelco a partir de 2017, cuando Panamá estableció relaciones diplomáticas con Beijing (Solís, 2021). Posteriormente, El Salvador (2018), Nicaragua (2021) y Honduras (2023) reconocieron a la República Popular China. A consecuencia de dicho realineamiento, Guatemala es el único país centroamericano de habla hispana que a la fecha mantiene relaciones con Taipei. A partir de dicha fecha se ha producido un significativo afianzamiento de la presencia china en Centroamérica (Ellis, 2024; Urcuyo, 2021).

Este acercamiento de los países centroamericanos hacia China estaría vinculado en un grado significativo a la evolución reciente de la política exterior de Beijing en torno a la cuestión taiwanesa. En ese sentido, el acercamiento diplomático sino-centroamericano fue estimulado por la intensificación, a partir de 2016, de las tensiones entre la República Popular China y Taiwán a consecuencia de la llegada al poder en el gobierno de la isla del Partido Democrático Progresista, el cual exhibe una posición más antagónica que el resto de fuerzas políticas taiwanesas frente a la agenda de reunificación promovida por Beijing (Lemus Delgado & Cerda Dueñas, 2021). Frente a este escenario, el gobierno chino intensificó sus acciones para que la comunidad internacional reconociese a la República Popular China. El hecho de que en 2016 América Central concentraba a 4 de los 23 países[21] que mantenían vínculos diplomáticos con Taipei volvió a la región un ámbito prioritario para la política exterior china, que buscó que dichos países modificasen su posicionamiento en torno al estatus de Taiwán.

            Este acercamiento entre los países centroamericanos y China se ha producido en un contexto de expansión de los vínculos económicos sino-latinoamericanos desde inicios del siglo xxi (Guo, 2023). Esta expansión ha estimulado el acercamiento hacia Beijing por parte de los países de la región debido a las oportunidades de comercio e inversión vinculadas percibidas en torno a la relación bilateral (Rivero Soto & Raggio, 2022; Wise, 2020) sin perjuicio de que la expansión de los lazos económicos con China ha sido bastante más modesta en América Central en comparación con Sudamérica[22].

            El afán del gobierno chino de limitar el respaldo diplomático a Taipei en América Central y los incentivos económicos percibidos por los gobiernos centroamericanos en torno a la vinculación a Beijing son factores que contribuyen a explicar que se haya producido un acercamiento sino-centroamericano en un contexto de marcado deterioro de las relaciones sino-estadounidenses. Por tanto, el realineamiento diplomático a favor de Beijing por parte de los gobiernos centroamericanos se ha producido en un contexto en el cual la vinculación con China conlleva creciente fricciones con Washington[23], cuyas autoridades han presionado a los Estados de la región a restringir sus vínculos con la potencia asiática (Solís, 2021). En ese sentido, la dinámica reciente de las relaciones sino-centroamericanas resulta de particular interés dadas las fricciones que ello ha generado con Estados Unidos, país que considera a América Central como su esfera de influencia.

            La aproximación hacia China y, de forma concomitante, el posicionamiento frente a la rivalidad estratégica sino-estadounidense por parte de los países centroamericanos durante el periodo transcurrido desde 2017, ha presentado variaciones significativas. Se observa, en ese sentido, un rango de posicionamientos que va desde una persistente reticencia a establecer vínculos diplomáticos con Beijing (Guatemala) hasta un acercamiento significativo y creciente (El Salvador, Honduras y Nicaragua). La dinámica de la relación bilateral ha evolucionado al interior de los propios países, más allá del viraje diplomático inicial que supuso el establecimiento de relaciones diplomáticas con Beijing. Dicha evolución se observa con particular claridad en los casos de Costa Rica y Panamá, en donde, tras un período inicial de florecimiento de las relaciones bilaterales, se ha observado su enfriamiento a partir de 2017 y 2019, respectivamente.

            A su vez, no se observa una vinculación estrecha entre la ubicación ideológica de los gobiernos centroamericanos en el espectro ideológico izquierda-derecha y su posicionamiento en torno a la relación bilateral con China y, en términos más generales, la rivalidad sino-estadounidense. En ese sentido, puede apreciarse que tanto gobiernos de izquierda como de derecha han optado por aproximarse a Beijing o, por el contrario, han tomado distancia de China y mantenido estrechos lazos con Washington. Se observa, más bien, que los gobiernos que han tendido a privilegiar los vínculos con China en el contexto de la actual rivalidad estratégica, más allá de su orientación progresista o conservadora, han tendido a exhibir una política exterior de signo autonomista. La orientación autonomista en términos de política exterior ha sido generalmente asumida por gobiernos que pueden ser caracterizados como populistas, tanto de tendencia izquierdista como derechista. Los gobiernos que han privilegiado el alineamiento con Washington, por su parte, han evidenciado políticas exteriores de signo globalista.

            Sobre la base de lo señalado, se observa que durante el período objeto de análisis, las relaciones de los países centroamericanos con China se engloban, a grandes rasgos, en alguna de las siguientes tres dinámicas:

       Acercamiento inicial y enfriamiento subsecuente de las relaciones bilaterales (Costa Rica y Panamá).

       Acercamiento significativo y creciente (El Salvador, Honduras y Nicaragua).

       No reconocimiento de la República Popular China (Guatemala).

Con respecto a dicha caracterización, a continuación, se reseñará la trayectoria de las relaciones con China y del posicionamiento frente a la rivalidad sino-estadounidense por parte de los países objeto de análisis.

Costa Rica fue el primer país centroamericano en establecer relaciones diplomáticas con la República Popular China en 2007, bajo el gobierno de Oscar Arias (2006-2010), de orientación centroderechista. Las relaciones bilaterales se profundizaron bajo los dos siguientes gobiernos, de la también centroderechista Laura Chinchilla (2010-2014), bajo el cual China y Costa Rica suscribieron un tratado de libre comercio en 2011, y del centroizquierdista Luis Guillermo Solís (2014-2018), bajo el cual la relación fue elevada al rango de asociación estratégica en 2015. Durante el mismo período, Costa Rica mantuvo relaciones cercanas con Estados Unidos. Las relaciones sino-costarricenses empezaron a enfriarse hacia el final del gobierno de Solís, a raíz del viraje más confrontacional asumido por Estados Unidos frente a China desde 2017[24]. Dicho enfriamiento en la relación bilateral se sostuvo bajo el gobierno del sucesor de Solís, el también centroizquierdista Carlos Alvarado Quesada[25] (2018-2022) y se profundizó bajo el actual gobierno del centroderechista Rodrigo Chaves Robles (2022-). En ese sentido, después de un período de acercamiento hacia China motivado por las oportunidades de comercio e inversión percibidas en torno a la relación bilateral y estimulado por un clima de distención en las relaciones entre Beijing y Washington, desde 2017 Costa Rica se ha distanciado progresivamente de China al tiempo que se ha alineado con Estados Unidos. Dicha trayectoria se ha observado tanto bajo gobiernos de signo progresista como conservador, si bien bajo la presidencia del centroderechista Chaves Robles el distanciamiento de Beijing ha cobrado mayor empuje[26]. Cabe resaltar que durante el período objeto de análisis Costa Rica no ha tenido gobiernos que puedan ser caracterizados en el campo populista y el país ha mantenido una política exterior consistentemente globalista y alineada con Washington.

            Panamá ha seguido una trayectoria similar a Costa Rica en su vinculación con China, si bien las presiones norteamericanas han gravitado de forma particularmente explícita sobre la política exterior panameña (Rosendal, 2025). Panamá sería el país centroamericano con mayor interés estratégico para Beijing debido al alto valor logístico de su canal interoceánico y al hecho de albergar una significativa comunidad de origen chino (Ellis, 2024). Las relaciones sino-panameñas florecieron bajo el gobierno conservador de Juan Carlos Varela (2014-2019), el cual estableció relaciones diplomáticas con Beijing en 2017. Ese mismo año Panamá fue el primer país latinoamericano en adherirse a la Iniciativa de la Franja y la Ruta promovida por China, y en 2018 ambos países iniciaron negociaciones para un tratado de libre comercio. No obstante, el acercamiento sino-panameño perdió impulso bajo el gobierno del sucesor de Varela, el centroizquierdista Laurentino Cortizo (2019-2024), quien privilegió los vínculos con Washington y suspendió las negociaciones para un tratado de libre comercio, así como varios proyectos de infraestructura[27]. Panamá ha seguido tomando distancia de China y alineándose estrechamente con Estados Unidos bajo el gobierno de orientación derechista de Raúl Mulino, iniciado en 2024 (Gedan, 2024). Dicha tendencia se profundizó tras el retorno de Donald Trump a la presidencia estadounidense en 2025. Trump denunció la presencia china en el país centroamericano y amenazó con emplear la fuerza para que Estados Unidos obtuviese el control del Canal de Panamá[28] (Winter, 2025). Dichas presiones de Washington perseguirían profundizar el distanciamiento entre Panamá y Beijing, y habrían influido de forma determinante en la decisión adoptada por el gobierno panameño a inicios de 2025 de retirarse de la Iniciativa de la Franja y la Ruta[29] (Rosendal, 2025). De este modo, las relaciones sino-panameñas han pasado rápidamente de un período inicial de acercamiento a un significativo enfriamiento, al tiempo que Panamá ha reafirmado su alineamiento con Estados Unidos en el marco de la rivalidad sino-estadounidense. La dinámica descrita ha estado influenciada tanto por factores internos como externos. En el plano de la política interna, cabe observar que, pese a las diferencias ideológicas entre los gobiernos panameños durante la última década, los mismos han exhibido una orientación consistentemente globalista en materia de política exterior y cultivado los vínculos con Estados Unidos. Dicha orientación en materia de política exterior ha ido de la mano de una limitada identificación con opciones populistas por parte de los gobiernos del país. Por su parte, en el plano de los condicionantes externos, el hecho de que Panamá tenga un valor estratégico particularmente elevado para Estados Unidos entre los países centroamericanos debido a su canal interoceánico (Ellis, 2024) habría influido en el rumbo de las relaciones bilaterales, en la medida que existirían mayores presiones norteamericanas para que el país se alinee con Washington en el marco de su rivalidad en curso con Beijing (Ellis, 2024.).

            El Salvador, en contraste con Costa Rica y Panamá, ha seguido una trayectoria de continua profundización de sus vínculos con China desde el establecimiento de relaciones diplomáticas en 2018. Estas fueron establecidas hacia el final del gobierno del izquierdista de Salvador Sánchez Cerén (2014-2019). Las relaciones sino-salvadoreñas se han consolidado significativamente bajo el gobierno populista de derecha de Nayib Bukele (2019-) (Poole Fuller & Peng, 2024). La profundización de los vínculos sino-salvadoreños bajo el gobierno de Bukele resultó inicialmente imprevista, dado que se había opuesto al establecimiento de vínculos diplomáticos con Beijing durante su candidatura presidencial (Lemus Delgado & Cerdas Dueñas, 2021) y mantuvo una vinculación estrecha con Estados Unidos al inicio de su mandato (Lemus Delgado & Cerdas Dueñas, 2021; Miranda Baires, 2021). No obstante, la postura de Bukele hacia China varió al inicio de su gobierno en 2019, cuando realizó una visita de Estado a China y adhirió a El Salvador a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (Poole Fuller & Peng, 2024) pese a la existencia de presiones norteamericanas en contra de dicho acercamiento.

A su vez, las relaciones entre Estados Unidos y El Salvador se deterioraron marcadamente entre 2021 y 2025 bajo el gobierno de Biden, que cuestionó la erosión democrática en El Salvador. En ese contexto, se produjo una consolidación de las relaciones sino-salvadoreñas, reflejada en el inicio en 2022 de negociaciones para la celebración de un tratado de libre comercio entre ambos países y acciones de cooperación de alto valor simbólico por parte de China, como la construcción del nuevo estadio y biblioteca nacionales de El Salvador (Poole Fuller & Peng, 2024). Se observa, en ese sentido, que El Salvador bajo el gobierno de Bukele habría tendido a alinearse con China en el marco de la rivalidad estratégica sino-estadounidense. Dicho alineamiento reflejaría la orientación autonomista de la política exterior salvadoreña bajo el mandato de Bukele (Poole Fuller, 2024), que buscó limitar la influencia norteamericana en el país en un contexto de fricciones con Washington. No obstante, cabe especular que el acercamiento de Bukele hacia Beijing sería contingente a los ciclos políticos en Washington, dada su cercanía hacia la derecha estadounidense (Poole Fuller, 2024). Al respecto, tras el retorno a la presidencia estadounidense por parte de Trump, ha vuelto a apreciarse un acercamiento entre El Salvador y Estados Unidos, reflejado en un acuerdo anunciado en febrero de 2025 para que el primer país reciba a personas de cualquier nacionalidad deportadas desde territorio estadounidense[30], y en una oferta del gobierno salvadoreño de custodiar en sus cárceles a ciudadanos norteamericanos sentenciados por crímenes violentos (Pozzebon et al., 2025).

A su vez, el gobierno de Bukele podría resultar más permeable a presiones de Washington para limitar los vínculos con Beijing, particularmente en lo referente a inversiones portuarias chinas en el Golfo de Fonseca, bahía de la costa pacífica centroamericana compartida por tres países de la región (El Salvador, Honduras y Nicaragua) que reviste valor geoestratégico para Estados Unidos (Ellis, 2024; Magaña, 2025). No obstante, en tanto las cuestiones migratorias tienen primacía en la relación bilateral entre Washington y San Salvador, Estados Unidos toleraría el acercamiento sino-salvadoreño en tanto el país centroamericano contribuya a la contención de flujos migratorios hacia territorio estadounidense (Lemus Delgado & Cerdas Dueñas, 2019).

Cabe prever, en ese sentido, que, al igual que bajo el primer mandato de Trump, Bukele intentará mantener relaciones fluidas con Washington dada su afinidad política con el mandatario norteamericano, al tiempo que seguirá cultivando los vínculos con Beijing en la medida que ello no provoque fricciones excesivas con Estados Unidos. En cualquier caso, más allá de aspectos específicos de la dinámica de las relaciones bilaterales entre ambos países, puede anticiparse que la amplia acogida de las posiciones de derecha populista de Bukele entre los sectores conservadores latinoamericanos —debida al aparente éxito de sus políticas de seguridad ciudadana (Sermeño Quezada, 2022; Stefanoni, 2023)— podría contribuir a legitimar el acercamiento hacia China entre los gobiernos derechistas de la región en contextos de fricciones con Estados Unidos, bajo un eventual retorno de los demócratas al gobierno norteamericano en 2029.

            Nicaragua ha seguido bajo el gobierno populista de izquierda de Daniel Ortega (2007-) una trayectoria semejante a la salvadoreña de acercamiento a China en el marco de una relación particularmente tensa con Estados Unidos, que ha impuesto sanciones al país centroamericano desde 2018. No obstante, a diferencia de Bukele, Ortega no tuvo un acercamiento hacia Beijing desde el inicio de su mandato, y su gobierno no reconoció a la República Popular China hasta fines de 2021, si bien tuvo ciertos gestos favorables a la potencia asiática, tales como expresar interés en establecer relaciones comerciales formales y respaldar posiciones chinas en votaciones en la Asamblea General de las Naciones Unidas[31]. Dicha actitud contrastó con los antecedentes sentados durante el primer mandato de Ortega (1979-1990), durante el cual se produjo un primer acercamiento sino-nicaragüense, en el marco del cual Beijing y Managua establecieron relaciones diplomáticas en 1985, si bien fueron interrumpidas en 1990, al perder por primera vez el poder los sandinistas.

La reticencia de Ortega a restablecer vínculos diplomáticos con Beijing durante la primera década y media de su segundo mandato se habría debido a los significativos volúmenes de cooperación taiwanesa que recibía Nicaragua, a la relativa distensión en las relaciones entre las autoridades de Beijing y Taipei durante los primeros años de su gobierno[32], y al afán de no escalar las tensiones con Estados Unidos, en tanto la potencia norteamericana es el primer socio comercial de Nicaragua  (Rocha, 2022). Al respecto, la reciente reorientación a favor de China puede entenderse como una respuesta diplomática del gobierno nicaragüense al creciente aislamiento internacional del país, sobre todo a partir de la cuarta reelección de Ortega en 2021. A dicho acercamiento habrían contribuido, asimismo, la difícil situación económica nicaragüense en años recientes, agravada por los altos niveles de endeudamiento externo del país y el colapso económico de Venezuela, país que había desplegado una amplia cooperación económica con Nicaragua durante los primeros años del gobierno de Ortega, dada su afinidad ideológica con el líder venezolano Hugo Chávez (1999-2013) y su sucesor Nicolás Maduro (2013-) (Rocha, 2022). En esta coyuntura, el gobierno de Ortega buscaría respaldo internacional y una profundización de las relaciones económicas con China con la finalidad de limitar las presiones de Estados Unidos, en el marco de una estrategia de política exterior de corte autonomista. El acercamiento de Nicaragua hacia China se ha visto reflejado en hechos como la adhesión de Managua a la Iniciativa de la Franja y la Ruta en 2022, la elevación de la relación estratégica al nivel de asociación estratégica en 2023, y la celebración de un tratado de libre comercio bilateral en 2024. En vista de lo expuesto, en tanto Daniel Ortega y su conyugue Rosario Murillo (quien ejerce la copresidencia del país desde 2025) y sus partidarios sandinistas sigan al frente de Nicaragua, cabe prever que se sostendrá la dinámica de acercamiento del país centroamericano hacia Beijing y fricciones con Washington.

Honduras devino, en 2023, en el país centroamericano que ha establecido relaciones diplomáticas con la República Popular China en fechas más recientes. Anteriormente, los gobiernos conservadores que gobernaron Honduras entre 2009 y 2022 habían mantenido relaciones con Taiwán y se habían alineado estrechamente con Washington, si bien a partir del gobierno de Porfirio Lobo (2010-2014) hubo cierta apertura hacia las inversiones chinas (Ellis, 2024). El acercamiento hacia China bajo el gobierno de izquierda populista de Xiomara Castro (2022-) se ha producido, de forma análoga al caso salvadoreño y nicaragüense, en el marco de un deterioro de las relaciones bilaterales con Estados Unidos. No obstante, a diferencia de Bukele y Ortega, Castro ha asumido una postura menos confrontacional hacia Washington, posiblemente motivada por el hecho de que su gobierno tiene mayores contrapesos políticos y ha debido establecer alianzas con sectores políticos centristas. Más aún, al momento de ser elegida presidenta, Castro contó con cierto respaldo norteamericano debido al marcado deterioro de las relaciones de Washington desde el retorno a la Casa Blanca de los demócratas en 2021 con su predecesor, el derechista Juan Orlando Hernández (2014-2022) (Lundström, 2024). El deterioro de las relaciones de Estados Unidos con el gobierno de Hernández, cercano a Trump y opuesto al reconocimiento de la República Popular China, llegó al punto de que, tras finalizar su gobierno el exmandatario hondureño fue extraditado a Estados Unidos y sentenciado a 45 años de prisión por tráfico de drogas.

El respaldo de Washington a Castro, que habría estado motivado por el afán de aumentar la legitimidad de Estados Unidos en el país centroamericano, fuertemente afectada por el apoyo norteamericano al golpe de estado de 2009 contra el expresidente hondureño y esposo de la mandataria, Manuel Zelaya (2006-2009), se apoyó en parte en la expectativa de que Castro no establecería relaciones diplomáticas con la República Popular China. No obstante, una vez en el gobierno, Castro tomó distancia de Washington y estableció relaciones con Beijing en 2023. Ese mismo año se iniciaron negociaciones para un tratado de libre comercio sino-hondureño y Honduras se adhirió a la Iniciativa de la Franja y la Ruta. En contraste, en 2024 el gobierno de Honduras anunció que no renovaría el tratado de extradición vigente con Estados Unidos (si bien finalmente dio marcha atrás y lo renovó) y, a inicios de 2025, amenazó con poner fin a la presencia de tropas estadounidenses en la base aérea de Soto Cano en respuesta a los planes del segundo gobierno de Trump de llevar a cabo deportaciones masivas de inmigrantes indocumentados hondureños (Correal, 2025). 

El posicionamiento de Honduras frente a Beijing y Washington en el contexto de la rivalidad sino-estadounidense reflejaría claramente la orientación autonomista de la política exterior del gobierno de Castro. Adicionalmente, cabría sostener que el recelo de Castro contra Washington debido a su respaldo al golpe de estado contra su esposo en 2009 y la posición relativamente débil de su gobierno frente a una oposición vigorosa llevaría a la búsqueda de apoyos exteriores con el fin de apuntalar su posición política. Puede preverse que bajo el segundo mandato de Trump la dinámica de fricciones con Estados Unidos y acercamiento a China por parte del gobierno hondureño se intensificará, si bien la elección de un gobierno de orientación más conservadora en Honduras en las elecciones de fines 2025 podría conducir a un realineamiento más favorable a Washington.

            Finalmente, Guatemala es el único país centroamericano de habla hispana que no ha establecido relaciones diplomáticas con China[33]. Pese a sus diversas orientaciones políticas, durante el período objeto de análisis los gobiernos del populista de derecha Jimmy Morales (2014-2019), el conservador Alejandro Giammattei (2019-2024) y el centroizquierdista Bernardo Arévalo (2024-2029) han conservado un alineamiento consistente con Washington y mantenido relaciones con Taipei. Los vínculos entre ambos países se han sostenido sin perjuicio de que, entre 2021 y 2024, hubiera un deterioro en las relaciones entre Estados Unidos y Guatemala debido a la cercanía política del expresidente Giammattei hacia Donald Trump, que suscitó hostilidad por parte de su sucesor demócrata Joe Biden. Del mismo modo, el alineamiento entre ambos países se ha sostenido pese a las marcadas diferencias ideológicas entre el actual gobernante guatemalteco Bernardo Arévalo y Trump tras el regreso de este último a la Casa Blanca en 2025.

El marcado anticomunismo de los sectores políticos conservadores guatemaltecos (Ellis, 2023, 2024), la ausencia de vínculos económicos significativos con China y la acentuada dependencia de Guatemala frente a Estados Unidos explicarían la persistencia de un alineamiento con Washington por parte del país centroamericano, incluso en coyunturas de fricción en la relación bilateral. Al respecto, resulta llamativo que, pese a su orientación progresista, el actual gobernante guatemalteco Bernardo Arévalo, en contraste con sus homólogos izquierdistas de Honduras y Nicaragua, haya mantenido un estrecho alineamiento con Washington, el cual se ha sostenido incluso tras el retorno al poder de Trump en 2025, pese a las marcadas diferencias ideológicas del mandatario norteamericano con su homólogo guatemalteco. En ese sentido, la continuidad de los estrechos lazos entre Estados Unidos y Guatemala quedó reflejada en el acuerdo alcanzado en febrero de 2025 para que Guatemala reciba a inmigrantes deportados desde Estados Unidos al margen de su nacionalidad (Infobae, 2025)[34]. A su vez,  Guatemala ha seguido sin reconocer a la República Popular China, si bien ha expresado ciertos gestos de acercamiento hacia Beijing y expresado la intención de establecer relaciones comerciales formales[35] (Alexander, 2024; Lazarus & Berg, 2024). Sin perjuicio de ello, la política exterior de Guatemala bajo el gobierno de Arévalo evidencia una orientación marcadamente globalista y cabe prever un alineamiento de Guatemala con Estados Unidos en un eventual escenario de escalada de las tensiones sino-estadounidenses.

El posicionamiento de los países centroamericanos frente a la rivalidad sino-estadounidense se resume en el Cuadro 1.

Cuadro 1

Sinopsis de los posicionamientos de los gobiernos centroamericanos frente a la rivalidad estratégica sino-estadounidense

País

Gobierno

Orientación política

Posicionamiento frente a la rivalidad sino-estadounidense

Costa Rica

Luis Guillermo Solís (2014-2018)

Centroizquierda

Relación estrecha con Estados Unidos; cultivo de vínculos con China hasta 2017, y distanciamiento posterior.

Carlos Alvarado Quesada (2018-2022)

Centroizquierda

Relación estrecha con Estados Unidos; adopción de postura más distante frente a China.

Rodrigo Chaves (2022-)

Centroderecha

Relación estrecha con Estados Unidos; acentuación de distanciamiento frente a China.

El Salvador

Salvador Sánchez Cerén (2014-2019)

Izquierda

Relación relativamente tirante con Estados Unidos (particularmente a partir de la presidencia estadounidense de Trump en 2017); estableció relaciones diplomáticas con China (2018).

Nayib Bukele (2019-)

Derecha populista

Relación estrecha con Estados Unidos bajo presidencia de Trump (2017-2021; 2025-), deterioro en la relación bilateral bajo gobierno de Biden (2021-2025); cultivo de vínculos con China.

Guatemala

Jimmy Morales (2016-2020)

Derecha populista

Relación estrecha con Estados Unidos; no reconoció a la República Popular China.

Alejandro Giammattei (2010-2024)

Derecha

Relación estrecha con Estados Unidos bajo presidencia de Trump (2017-2021), deterioro de la relación bilateral bajo gobierno de Biden (2021-2025); no reconoció a la República Popular China.

Bernardo Arévalo (2024-)

Centroizquierda

Relación estrecha con Estados Unidos; no reconoció a la República Popular China.

Honduras

Juan Orlando Hernández (2014-2022)

Derecha

Relación estrecha con Estados Unidos bajo presidencia de Trump (2017-2021), deterioro de la relación bilateral bajo gobierno de Biden (2021-2025); no reconoció a la República Popular China.

Xiomara Castro (2022-)

Izquierda populista

Relación tensa con Estados Unidos; estableció relaciones diplomáticas con China (2023) y desde entonces ha cultivado relación bilateral.

Nicaragua

Daniel Ortega (2007-)

Izquierda populista

Relación tensa con Estados Unidos; inicialmente no reconoció a la República Popular China, pero en 2022 estableció relaciones diplomáticas con esta y desde entonces ha cultivado relación bilateral.

Panamá

Juan Carlos Varela (2014-2019)

Derecha

Relación estrecha con Estados Unidos; reconocimiento de la República Popular China (2017) y cultivo de vínculos con China.

Laurentino Cortizo (2019-2024)

Centroizquierda

Relación estrecha con Estados Unidos; adopción de postura más distante frente a China.

Jose Raúl Mulino (2024-)

Derecha

Relación estrecha con Estados Unidos; mantiene postura relativamente distante frente a China.

Nota. Elaboración propia

Cabe observar, en síntesis, que la vinculación de los países centroamericanos con China en el contexto de la rivalidad estratégica sino-estadounidense no ha sido monolítica y ha variado en el tiempo. A su vez, se aprecia que ha habido tanto gobiernos de derecha que han favorecido los vínculos con China como de izquierda que se han alineado más estrechamente a Washington. Se aprecia, en ese sentido, que el factor determinante en los alineamientos internacionales de los gobiernos de la región ha sido la asunción de políticas exteriores de corte globalista o autonomista. Gobiernos con orientaciones globalistas han tendido a alinearse con Washington, mientras que aquellos de orientación globalista han promovido los vínculos con Beijing. Los gobiernos con políticas exteriores de corte globalista a su vez han tendido a presentar un perfil populista en temas de política interna. Esto último puede atribuirse a la vinculación entre nacionalismo y populismo, y al hecho de que Estados Unidos tiende a ser percibido con recelo por parte de los sectores nacionalistas latinoamericanos.

Conclusiones

El análisis de la trayectoria de las relaciones de los países centroamericanos con China y su posicionamiento frente a la rivalidad sino-estadounidense a partir de 2017 evidencia que la ubicación en la izquierda o derecha del espectro ideológico por parte de los gobiernos de la región no resulta una variable fundamental al momento de dar cuenta de la orientación de sus respectivas políticas exteriores. En contraste, la asunción de orientaciones globalistas o autonomistas en cuanto a estrategias de inserción internacional tiende a explicar con mayor claridad los posicionamientos de los gobiernos centroamericanos frente a China y Estados Unidos.

En ese sentido, se observa que los gobiernos que han asumido una postura autonomista han tendido, a su vez, a cultivar en mayor medida los vínculos con Beijing, en tanto que los gobiernos que han asumido posturas globalistas han tendido a tomar distancia de China y cultivar los vínculos con Washington en el marco de la creciente rivalidad estratégica sino-estadounidense. La asunción de estrategias de política exterior de signo autonomista, a su vez, tiende a ir de la mano de orientaciones populistas en materia de política interna, asociadas a su vez con posturas nacionalistas que tienden a percibir con recelo a Estados Unidos.

Si bien la trayectoria de las relaciones sino-centroamericanas y la incidencia sobre ellas de la rivalidad sino-estadounidense resulta todavía incierta, cabría prever que gobiernos con políticas exteriores de signo autonomista, que generalmente van de la mano con una orientación populista en el plano interno, tenderán a cultivar los vínculos con China; mientras que los gobiernos con un perfil globalista se alinearán más estrechamente con Estados Unidos. Cabe prever, por tanto, la presencia tanto de gobiernos conservadores con una política exterior autonomista cercanos a Beijing, como progresistas de orientación globalista alineados con Washington. En ese sentido, si bien en ciertos aspectos el escenario internacional actual signado por la rivalidad sino-estadounidense parecería evocar dinámicas propias de la Guerra Fría, el clivaje político que opuso en Latinoamérica a derechas pronorteramericanas e izquierdas prosoviéticas no puede ser mecánicamente extrapolado al contexto actual.

Una adecuada lectura del posicionamiento de los actores políticos y gobiernos frente a la dinámica internacional actual signada por el empoderamiento de China y el retorno de la rivalidad geopolítica entre potencias resulta pertinente para el análisis de su desenvolvimiento y la formulación de estrategias de política exterior. En ese sentido, si bien existen factores específicos al contexto centroamericano, la distinción entre autonomismo y globalismo como estrategias de inserción internacional propuesta en el presente estudio puede contribuir a enriquecer el análisis del posicionamiento internacional de los países latinoamericanos en un contexto internacional cambiante.


 

 

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[1] Entre 2000 y 2024 el comercio sino-latinoamericano pasó de USD 8.5 mil millones (Hernández, 2023) a más de USD 500 mil millones en 2024 (Cámara de Comercio Peruano-China , 2025).

[2] Concretamente, los gobiernos de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá. No se incluye a Belice, debido a su contexto histórico y cultural marcadamente diferenciado respecto del resto de países de la región, ya dicho país fue colonizado por los británicos.

[3] El origen de dicha rivalidad tiende a atribuirse a la elección en 2016 de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, bajo cuyo primer gobierno (2017-2021), Estados Unidos asumió una postura explícitamente confrontacional hacia China (Kahatt, 2022). No obstante, ciertos autores sostienen que el deterioro en las relaciones sino-estadounidenses se remonta al gobierno de Barack Obama (2009-2017), durante el cual Washington adoptó iniciativas que pueden ser calificadas como de contención hacia Beijing, entre las cuales destacó la estrategia de Giro al Asia (Pivot to Asia), con la cual Washington buscó reforzar su presencia militar y diplomática en el Este de Asia (Foot & King, 2019; Mastanduno, 2020).

[4] Pese a lo señalado, no cabría descartar el riesgo de que la rivalidad sino-norteamericana continúe escalando, en tanto, como ha señalado Allison (2017), existiría un patrón histórico de intenso antagonismo entre los países hegemónicos y las potencias emergentes, sin perjuicio de que, en el caso de China y Estados Unidos, la presencia de arsenales nucleares tendría un fuerte efecto disuasorio sobre la posibilidad de que dicha dinámica degenere en un conflicto armado (Zhang & Xu, 2021).

[5] Pese a que el gobierno estadounidense ha caracterizado la rivalidad sino-norteamericana como una contienda entre democracia liberal y autocracia.

[6] Los orígenes del término se remontan a fines del siglo XIX, cuando la caracterización de populista se empezó a emplear en referencia a movimientos políticos que, más allá de sus divergencias programáticos, contraponían al pueblo como sujeto político frente a las élites (Allcock, 1971). Cabe resaltar que no existe consenso en cuanto a la validez de la noción de populismo como categoría de análisis político (Canovan, 1981).

[7] Siendo el caso más destacado el de los inmigrantes.

[8] Se distingue aquí la noción de globalismo como paradigma de inserción internacional del empleo en años recientes del término como expresión peyorativa hacia posiciones políticas progresistas por parte de sectores de derecha radical.

[9] La caracterización de los países como centrales o periféricos deriva de la teoría del sistema-mundo de Wallerstein (1974). De acuerdo con ella, los países centrales concentran los capitales, tecnologías avanzadas y poderío militar; en tanto que los países periféricos exhiben economías subdesarrolladas y Estados débiles, y están sujetos a relaciones de dependencia con el centro del sistema mundo. Los países latinoamericanos son considerados parte de la periferia del sistema internacional, si bien los de mayores dimensiones (Brasil, México y Argentina) tienden a ser calificados como semiperiféricos.

[10] El recelo frente a China se refleja en el hecho de que el país asiático haya sido calificado como rival estratégico en la Estrategia de Seguridad Nacional norteamericana de 2017 (The White House, 2017) y, posteriormente, como el mayor desafío geopolítico para Estados Unidos en la Estrategia de Seguridad Nacional correspondiente a 2022 (The White House, 2022).

[11] En contraste con la orientación proselitista que tuvo la política exterior de Beijing durante las dos primeras décadas de la República Popular China, período durante el cual se priorizó la vinculación con gobiernos y actores políticos de izquierda (Lovell, 2019; Yang, 2005).

[12] Un caso llamativo al respecto es de la orientación reciente de la política exterior norteamericana hacia Brasil. Cabe observar al respecto que el expresidente Jair Bolsonaro (2019-2023) tuvo un claro respaldo por parte de Donald Trump durante su primer gobierno (2017-2021), en tanto que las relaciones de Brasilia con Washington se deterioraron bajo el gobierno del demócrata Joe Biden (2021-2025). Tras el retorno al poder de Lula Da Silva (2023-), se observó un renovado acercamiento entre Brasil y Estados Unidos, que se habría debido a la afinidad política de Lula con la administración demócrata. A su vez, tras el retorno al poder de Trump en 2025, se han observado renovadas tensiones entre Brasilia y Washington, estimuladas por las desavenencias ideológicas entre los actuales mandatarios brasileño y estadounidense.

[13] Cabe resaltar el contraste entre los gobiernos centroamericanos de izquierda afines a Washington (Laurentino Cortizo en Panamá y Bernardo Arévalo en Guatemala) y aquellos que han tomado distancia frente a Estados Unidos (Daniel Ortega en Nicaragua y Xiomara Castro en Honduras).

[14] No obstante, gobernantes latinoamericanos caracterizados como populistas de derecha, como Alberto Fujimori (1990-2000) en Perú, y Carlos Saul Menem (1989-1999) y Javier Milei (2022-) en Argentina, desplegaron políticas exteriores de signo globalista.

[15] Los volúmenes de emigración hacia Estados Unidos han sido particularmente altos en los casos de El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua.

[16] Organización conformada por Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica.

[17] Organización regional conformada inicialmente por Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá. Posteriormente se sumaron al SICA Belice (2000) y República Dominicana (2013).

[18] Ello pese a que la región tuvo un antecedente de integración política tras su independencia de España, en tanto que entre 1823 y 1839 cinco de los países centroamericanos (Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica) constituyeron una república federal. Pese a dicho precedente, con la excepción de un fallido intento de reunificar América Central por la fuerza impulsado por Guatemala en 1885, la constitución de una unión política centroamericana ha carecido de ímpetu en la agenda política regional.    

[19] Siendo América Central el área latinoamericana con mayor proporción de comercio intrarregional, en tanto cerca de 30 % de las exportaciones de los países del SICA se destinan a otros Estados miembros (SIECA, 2024).

[20] A excepción de Nicaragua, que entre 1985 y 1990 mantuvo relaciones diplomáticas con la República Popular China, pero las rompió entre esta última fecha y 2021.

[21] A la fecha, el número de países que mantienen relaciones diplomáticas con Taiwán se ha reducido a 13.

[22] Si bien China se ha posicionado como el segundo país de origen de las importaciones hacia los países del SICA (14 % del total en 2023), ocupa una posición relativamente marginal como destino de las exportaciones centroamericanas (apenas 4.25 %) (SICAE, 2024) y no ha llegado a posicionarse como país de origen de inversiones significativas (Dussel Peters, 2025), en tanto Estados Unidos continúa ocupando una posición preponderante como país de origen de la inversión extranjera directa en la región.

[23] Washington llamó a consultas a sus embajadores en Panamá y El Salvador cuando ambos países establecieron relaciones diplomáticas con Beijing en 2017 y 2018, respectivamente (Solís, 2021). En años recientes, el gobierno estadounidense ha cuestionado reiteradamente la presencia china en América Central (Ellis, 2024). En contraste, el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Costa Rica y China en 2007 no suscitó cuestionamientos por parte de Washington (Solís, 2021), en tanto en aquel momento las relaciones sino-estadounidenses atravesaban un período de significativa distensión.

[24] El propio Solís ha adoptado un discurso crítico respecto a las relaciones con China tras abandonar la presidencia costarricense (Solís, 2021).

[25] Si bien en 2018 Costa Rica se adhirió a la Iniciativa de la Franja y la Ruta, estrategia global de desarrollo promovida por China, bajo el gobierno de Alvarado Quesada Costa Rica optó por no emplear vacunas chinas en el contexto de la pandemia de covid-19 (2020-2022).

[26] El enfriamiento de las relaciones bilaterales bajo la presidencia de Robles se vio reflejado en la decisión adoptada por el gobierno de Costa Rica en 2023 de excluir a proveedores chinos de la red 5G del país centroamericano.

[27] Asimismo, al igual que Costa Rica, el gobierno panameño rechazó la importación de vacunas chinas para el covid-19.

[28] Canal que estuvo bajo control de Estados Unidos hasta 1999, cuando fue cedido a Panamá en virtud de un tratado firmado entre el gobierno panameño y estadounidense en 1977.

[29] Resulta igualmente probable que las presiones diplomáticas norteamericanas bajo el gobierno de Trump hayan influido en la decisión del gobierno panameño de iniciar, en enero de 2025, una auditoría a la empresa hongkonesa CK Hutchison Port Holdings, concesionaria de los puertos de Balboa y Cristobal (situados respectivamente en los extremos Pacifico y Atlántico del Canal de Panama) (Rosendal, 2025). Dicha auditoría, a su vez, habría conducido a CK Hutchison a anunciar la venta de sus activos en ambos puertos panameños al conglomerado de inversiones norteamericano Blackrock, en marzo de 2025 (Eavis & Farrel, 2025), si bien, al momento de finalizarse este artículo (abril de 2025), dicha transacción se encuentra suspendida debido a la oposición de las autoridades chinas (Gibbs, 2025).

[30] Anteriormente, en 2019, se había arribado a un acuerdo migratorio de tercer país seguro entre El Salvador y Estados Unidos, en virtud del cual los solicitantes de asilo en este último país serían enviados a El Salvador mientras se evaluaba su solicitud (Lemus Delgado & Cerdas Dueñas, 2019). No obstante, dicho acuerdo fue suspendido en 2021 al inicio del gobierno de Biden (Miranda Baires, 2021).

[31] Entre dichas intervenciones, resalta el respaldo de Nicaragua en 2020 a una declaración conjunta por parte de un grupo de Estados miembros del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, a la Ley de Seguridad Nacional de Hong Kong, promulgada ese mismo año por China.

[32] Concretamente, durante el periodo en que Ma Ying-jeou lideró el gobierno taiwanés (2008-2016), hubo un acercamiento significativo con la República Popular China. Dicha dinámica se interrumpió abruptamente en 2016 tras la llegada al poder en Taipei del Partido Democrático Progresista, que adoptó una postura decididamente más confrontacional hacia Beijing. 

[33] Cabe señalar que Belice tampoco ha establecido relaciones diplomáticas con China, pero no se ha incluido a dicho país en el análisis debido a que no pertenece a la órbita cultural hispanoamericana.

[34] Si bien, en contraste con el acuerdo alcanzado entre Estados Unidos y El Salvador, que contempla la permanencia indefinida de los deportados en territorio salvadoreño, Guatemala solamente acogería a los inmigrantes de forma temporal, trasladándolos posteriormente a sus países de origen. Anteriormente, entre 2019 y 2021 rigió un acuerdo de tercer país seguro entre Estados Unidos y Guatemala, en virtud del cual los extranjeros solicitantes de asilo en territorio estadounidense eran enviados al país centroamericano.

[35] Cabría especular que el relativo acercamiento del gobierno de Arévalo hacia Beijing se debería, de un lado, a consideraciones económicas y, de otro, a la postura generalmente más favorable hacia China que tiende a observarse en sectores progresistas latinoamericanos.