Maquiavelo en la Argentina. Usos y lecturas, 1830-1940 / Leandro Losada (2019). Katz, 196 páginas.

¿Qué dilemas políticos, doctrinarios y epistemológicos se pensaron a partir de Maquiavelo en nuestro escenario local, en el período en el que se asiste al surgimiento, consolidación y crisis del proyecto liberal de nación? ¿Qué nos dicen tanto las preguntas como las respuestas ensayadas de las voces que afrontaron este ejercicio y de las corrientes políticas en que se inscribieron? Estos interrogantes vertebran el rico y minucioso análisis que nos ofrece Leandro Losada en su nuevo libro. Losada es doctor en Historia, investigador independiente de CONICET y actual director del Instituto de Investigaciones Políticas (IIP), unidad ejecutora de dependencia compartida CONICET-UNSAM. Su interés por la recepción de Maquiavelo se enmarca dentro de un proyecto de investigación más amplio en el que viene trabajando hace varios años: la historia de la elite patricia argentina y, en particular, la reconstrucción del diálogo entre las tradiciones liberales y antiliberales desde el ascenso del radicalismo al poder hasta la llegada del peronismo. Las lecturas sobre Maquiavelo que aquí se recuperan constituyen, pues, tanto un objeto de análisis (un corpus en sí mismo relevante que nutre la historia del pensamiento político argentino) como un instrumento que permite identificar las tensiones, ambigüedades y convergencias entre los discursos liberales, republicanos, nacionalistas, católicos y socialistas.

No hay dudas de que Maquiavelo es, como pocos, un autor controvertido, un “enigma” pasible de ser invocado para distintos objetivos y leído —con mayor o menor sistematicidad— desde principios también disímiles. Por caso, en este libro podemos constatar que, a lo largo de nuestra historia, fue reivindicado y repudiado tanto por los liberales como por los críticos del liberalismo. Losada explora esta “sinuosa relación” entre Maquiavelo y el pensamiento político argentino a través de tres estaciones.

La primera (1830-1910) recorre el pasaje operado entre el repudio generalizado hacia la obra del florentino (entre los hombres de la generación del 37) y el reconocimiento de su vigencia (en tiempos del Centenario). Advierte, así, que durante el siglo xix se tuvo un conocimiento fragmentario de su obra, la que se asoció principalmente con la arbitrariedad, la violencia y la tiranía. Maquiavelo fue considerado un enemigo de la libertad, un escritor obsoleto y condenable. Recién en figuras como Belisario Montero, Ernesto Quesada, Julio Costa, Martín García Merou o Miguel Ángel Rizzi la invocación y las alusiones a Maquiavelo dan cuenta de un paulatino desplazamiento. El autor de El Príncipe (texto al que la mayoría alude) comienza a ser presentado como un pensador contemporáneo, como un teórico del poder y de la razón de Estado, cuyas lecciones habían arrojado luz sobre circunstancias universales que no podían desconocerse.

La segunda estación se detiene en las décadas de 1920 a 1940, en las que Maquiavelo fue objeto de una atención sin precedentes. Con ocasión de los cuatrocientos años de su fallecimiento y al calor de los cambios ocurridos en el ámbito académico (vinculados a la especialización, expansión y renovación de los estudios universitarios de Derecho), se multiplicaron los ensayos, libros y artículos sobre su figura y su obra, y fueron recurrentes las referencias a su “retorno”, “actualidad” e “inmortalidad”. Este renovado interés y el grado de erudición que alcanzaron las discusiones en torno a Maquiavelo no se tradujeron, por cierto, en lecturas canónicas ni en acuerdos sustantivos. Losada examina con gran pericia cómo los distintos actores recurrieron a él para analizar la naturaleza de la política, la forma de abordar su estudio, la manera de concebir el tiempo histórico y las raíces doctrinarias del liberalismo, el republicanismo, la democracia o el totalitarismo. En el segundo capítulo del libro, la atención se concentra en las lecturas que se ofrecieron desde las filas antiliberales, en las que se incluyen voces provenientes de la izquierda, del nacionalismo y del neotomismo. Si bien al interior de estas perspectivas se exhibieron opiniones contrastantes sobre sus ideas (opiniones que van desde la “adhesión entusiasta” de Leopoldo Lugones, la “ambivalencia” de Ernesto Palacio y de Julio Irazusta, hasta la “condena y el rechazo” de Julio Meinville o Tomás Casares), aflora en ellas un juicio compartido: Maquiavelo constituye una referencia ineludible, en tanto que sus juicios interpelan particularmente en una época de crisis e inestabilidad, como lo fue la de la primera posguerra. Para unos, Maquiavelo fue un precursor del fascismo y de las formas autoritarias que comenzaban a asomarse en Occidente. Así lo entendieron, por ejemplo, Carlos Sánchez Viamonte, Leopoldo Lugones o Marcelo Sánchez Sorondo. Para otros, en cambio, fue un inspirador del republicanismo. En el caso puntual de Irazusta, de un republicanismo que lejos de percibirse antiliberal y antidemocrático, podía exhibir “contornos o proyecciones liberales”. Para Casares, finalmente, “la ruptura ontológica y epistemológica que aquél había promovido […] lo volvía un adversario de la genuina afirmación de la autoridad” (Losada, 2019, p. 111). En su obra podían descubrirse, de hecho, los principios sustantivos del liberalismo y sus inconsistencias. En definitiva, para todos ellos, resultó un autor atractivo al que recurrir para sustentar el repudio al liberalismo y a la democracia.

La última estación también considera el período 1920-1940, pero lo hace a partir de dos nuevos ejes analíticos. En primer lugar, se reponen aquí las controversias que se suscitaron en torno a la concepción de la política atribuida a Maquiavelo. Su asociación con el realismo fue una coincidencia detrás de la cual persistieron varios contrapuntos. Así lo explica Losada, quien guía al lector por las diversas modulaciones que las dimensiones ontológicas y epistemológicas de sus contribuciones permiten, con igual soltura y paciencia. ¿Debía considerarse a Maquiavelo un teórico del Estado o un teórico del gobierno? ¿Fue, acaso, un exponente de la ciencia o del arte de la política? ¿En qué radicaba la veritá effetuale sobre la que debía versar la política? Como botón de muestra, este estudio pone de manifiesto que autores como Leopoldo Lugones, Marcelo Sánchez Sorondo, Ernesto Palacio, José Luis Romero, Juan Agustín García o Mariano de Vedia y Mitre ponderaron el realismo de Maquiavelo sin coincidir necesariamente en aquello que constituía su núcleo o lo definía en cuanto tal. En segundo lugar, se vuelve la mirada sobre aquellos que, inscriptos en la tradición liberal (como José Bianco, Romero o De Vedia y Mitre), vieron en el autor de Los discursos sobre la primera década de Tito Livio a un pensador republicano, preocupado no solo por el poder, sino también por la libertad. Un lugar especial es concedido al primer profesor titular de Derecho Político de la Universidad de Buenos Aires, De Vedia y Mitre, cuya reivindicación de Maquiavelo se apoya —de acuerdo a los estudios de Losada— sobre cuatro ejes: Maquiavelo como padre de la ciencia política moderna, como autor de una obra coherente e inmortal, como campeón de la libertad y, simultáneamente, como un emblema del republicanismo.

En las conclusiones, se retoman tanto los temas discutidos entre las cerca de treinta voces recogidas como los principales puntos de disenso y de afinidad entre ellas. Losada cierra su reflexión señalando que uno de los rasgos recurrentes y transversales a diferencias políticas e ideológicas en las lecturas locales sobre Maquiavelo fue la incomodidad ante la política: “La incomodidad ante Maquiavelo fue una incomodidad para encarar la tarea de pensar la política como esfera absoluta e irreductible” (2019, p. 193).

María Pollitzer