El pensamiento abismal en la ciencia económica.

Prolegómenos teóricoconceptuales en la construcción de economías plurales[1]

Eduardo Martínez-Ávila*

* Doctorando por el Programa de Posgrado en Economía, Instituto de Investigaciones Económicas, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Maestro por el Programa de Posgrado en Estudios Latinoamericanos, Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.

Correo electrónico: eduardomtzavila@economia.unam.mx

Artículo recibido: 30/06/2018                              Artículo aprobado: 26/12/2018

MIRÍADA. Año 11, N.º 15 (2019), pp. X-X

© Universidad del Salvador. Facultad de Ciencias Sociales. Instituto de Investigación en Ciencias Sociales. (IDICSO). ISSN: 1851-9431

Resumen

En un contexto de transición, el presente artículo propone discutir un conjunto de prolegómenos teórico-metodológicos al estudio paradigmático de economías plurales. Partiendo del pensamiento abismal teorizado por el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos (2009, 2010, 2014), se destaca que el proyecto civilizatorio de la modernidad recrea un sistema de distinciones en dos universos, donde lo que es declarado “del otro lado de la línea” es excluido y representado como inexistente. Para el caso de la ciencia económica, prevalece esta distinción si se analizan las diferentes formas de integración de lo económico enunciadas desde el campo de la antropología económica por Karl Polanyi (2014, 2017). En este sentido, la historia del pensamiento económico ha legitimado un conjunto de discusiones entre perspectivas teóricas diferenciadas que, no obstante, dan por sentado la validez del paradigma del intercambio mercantil, invisibilizando la racionalidad de las otras formas de integración enunciadas por Polanyi: la redistribución y la reciprocidad como mecanismos institucionalizados sustantivos.

Palabras clave: Pensamiento abismal; Economías plurales; Formas de integración económica; Sur Global; Ciencia económica.

Abstract

In a transition context, this article proposes to discuss a theoreticalmethodological prolegomena to the paradigmatic study of pluralist economics. Starting from the abyssal thinking theorized by the Portuguese sociologist Boaventura de Sousa Santos (2009, 2010, 2014), it is emphasized that the modern western civilization recreates a system of distinctions in two universes, where what is declared on the other side of the line is excluded and represented as nonexistent. In the case of economics science, this distinction prevails if we analyze the different forms of economic organization enunciated from the field of economic anthropology by Karl Polanyi (2014, 2017). In this sense, the history of economic thought has legitimized a set of discussions between differentiated theoretical perspectives that, nevertheless, take for granted the validity of the mercantile exchange paradigm, rendering invisible the rationality of the other forms of organization enunciated by Polanyi: the redistribution and reciprocity as institutionalized mechanisms.

Keywords: Abyssal thinking; Pluralist economics; Forms of economic organization; Global South; Economics science.

Introducción

Del conjunto disciplinario de las ciencias sociales, la economía —en su vertiente neoclásica— ha sido el campo de estudio que mayoritariamente ha regulado a las sociedades, limitando sus posibilidades emancipatorias (Sousa Santos, 2009). Los fundamentos positivistas/pospositivistas de la ciencia económica han legitimado la reproducción de una epistemología de la ceguera (Sousa Santos, 2000, 2009) que valida representaciones simplificadas de la realidad a través de axiomas de carácter hipotéticodeductivo que imposibilitan el desarrollo de estudios que apuestan por la transformación social. Así, el raciocinio, como uno de los rasgos sustanciales del proyecto civilizatorio de la modernidad[2] (Echeverría, 1995), representa un mecanismo primordial en la consolidación de las estructuras de poder. Proyecta una construcción mental que reduce las facultades humanas a una visión instrumental, técnica y utilitarista del mundo, siendo lo fáctico lo único real-posible.

Sin duda, lo anterior se ha perpetuado con las dinámicas universitarias alrededor del mundo, que atraviesan procesos educativos afines a la globalización y al libre mercado, cuyo impacto repercute en la desvinculación de la sociedad como el conjunto de sujetos constructores de su cotidianeidad. Más aún, posteriormente a la etapa pos Segunda Guerra Mundial, las “nuevas ciencias” —en términos del sociólogo mexicano Pablo González Casanova (2004)— surgieron de un vínculo estrecho entre la academia y el complejo militar-industrial auspiciado por las decisiones estratégicas del Pentágono, en un contexto de disputa político-ideológica con relación al referente socialista soviético.

En efecto, centros de investigación ligados al bloque capitalista han avalado estudios patrocinados por los proyectos político-militares de turno, que arrojan una versión limitada de los supuestos paradigmáticos de la ciencia económica. La limitación consiste en reducir su multiplicidad temática al análisis del agente empresarial oligopólico —en una “supuesta estructura de libre mercado”— que aboga por promover e innovar en formas organizacionales y tecnológicas que coadyuvan y fortalecen la lógica costebeneficio y la maximización de utilidades. Esto ha velado, no obstante, tópicos fundamentales, como la configuración de las estructuras de mercado y las dinámicas de poder.

En estas circunstancias, la búsqueda de escenarios emancipatorios requiere de una reestructuración del pensamiento crítico a partir de la recuperación de la memoria colectiva de los proyectos y experiencias sociales que posibiliten resignificar el papel de las ciencias con el ideal de promover un poder alternativo (González Casanova, 2004). Para ello es necesario proyectar estrategias metodológicas que pugnen por reacomodar nuestro ángulo de abordaje de la realidad ampliando el horizonte de inteligibilidades; en particular, de aquellos vínculos económicos que trasciendan la lógica individualista, antropocéntrica, androcéntrica, competitiva, capitalista, desintegrada de la vida (Mamani, 2010) característicos de la economía en su vertiente formal (Polanyi, 2014).

De este modo, resulta fundamental visibilizar la multiplicidad de las formas de integración de lo económico (Polanyi, 2014, 2017) que posibilitan escenarios cuyo principal distintivo es la primacía del valor de uso sobre la subsunción real del valor en la vida social. Es decir, relaciones y prácticas económicas sustantivas denominadas de manera genérica economías plurales[3]. Consecuentemente, un primer paso dentro de las transiciones paradigmáticas requiere de la consolidación de epistemologías y metodologías que contrarresten el desperdicio de las experiencias cotidianas a partir de un modelo que pugne por un pensamiento alternativo “de alternativas” (Sousa Santos, 2009, 2011).

Sobre las consideraciones precedentes, el presente artículo propone discutir una serie de prolegómenos como apertura teórico-metodológica al estudio paradigmático de economías plurales. Partiendo del pensamiento abismal teorizado por el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos (2009, 2010, 2014), se destaca que el proyecto civilizatorio de la modernidad recrea un sistema de distinciones en dos universos, donde lo que es declarado “del otro lado de la línea” es excluido y representado como inexistente. Para el caso de la ciencia económica, prevalece esta distinción si se analizan las diferentes formas de integración de lo económico enunciadas desde el campo de la antropología económica por Karl Polanyi (2014, 2017). En este sentido, la historia del pensamiento económico ha legitimado un conjunto de discusiones entre perspectivas teóricas diferenciadas que, no obstante, dan por sentado la validez del paradigma del intercambio mercantil, invisibilizando la racionalidad de las otras formas de integración enunciadas por Polanyi: la redistribución y la reciprocidad como mecanismos institucionalizados sustantivos.

Para cumplir con lo planteado, el primer apartado discute la instauración del paradigma del intercambio mercantil capitalista como forma de integración única dentro del campo de estudio de la economía, negando la articulación de la reciprocidad y la redistribución en la vida social. El segundo acápite trata la conformación de una realidad civilizatoria fragmentada que, a través de la categoría línea abismal, devela un sistema de distinciones modernas que parten la realidad social en dos universos. La tercera sección retoma los principales exponentes de la historia del pensamiento económico, considerando que los debates cardinales de la ciencia económica remiten a la lógica de actuación del intercambio mercantil capitalista como el logos por excelencia del análisis. No obstante, a manera de cierre, se señala que el sustento y fundamento de la lógica de actuación de la economía de mercado se articula por prácticas económicas diversas que dan contenido a una dimensión no visible: la economía en su versión sustantiva, englobada por el estudio de las economías plurales.

La discusión paradigmática en el campo económico

Experimentamos un periodo de transición paradigmática y societaria. La validación epistemológica de los saberes desde un ámbito convencional presenta una tensión metodológica evidente: la construcción de formulaciones de índole positivista y pospositivista —sustentadas en los pilares de orden (como concepción determinista y mecanicista del mundo), separatibilidad (como principio de disyunción entre el observador y lo observado) y razón absoluta (como método inductivo, deductivo e identitario del conocimiento) (Morin, 2010)— presentan una resonancia difusa con la realidad debido a que la multiplicidad de los determinantes socio-históricos supera las lecturas estáticas y fragmentadas de lo concreto. Lo anterior, producto del desfase entre los corpus teóricos y la realidad (Zemelman, 2011), ha proyectado estudios descriptivoinstrumentales que omiten las reflexiones sobre las transformaciones de la praxis[4].

Bajo esta línea, las modificaciones estructurales en el ámbito económico, político y cultural de la década de 1970 finiquitaron la época más lúcida del capitalismo como sistema productivo, los Trente Glorieuses, cuando el producto per cápita mundial crecía por encima del aumento poblacional. A través de un “capitalismo benefactor”, sustentado institucionalmente por la arquitectura financiera internacional de Bretton Woods, se impulsaron un conjunto de medidas de carácter contracíclico que sustentaban la estabilización del ingreso, empleo y flujo de ganancias a partir de garantías gubernamentales. Ejemplos de esto fueron los programas de bienestar social en el nivel educativo y en el de salud; la participación activa del banco central como prestamista de última instancia —cuya injerencia impactaba en bajas tasas de interés—; la regulación y supervisión de las instituciones financieras, así como el establecimiento de una política fiscal progresiva; el fomento de una ley salarial mínima acompañado deprotección laboral; y la instauración de una política monetaria expansiva en el ámbito crediticio que incluía el control de las tasas de cambio (Wray, 2009). Sin embargo, la apertura comercial y la desregulación del sector financiero acorde a los postulados del Consenso de Washington (Williamson, 1990) modificaron radicalmente el escenario económico: los grandes bancos, empresas financieras y corporaciones industriales transnacionales constituyeron la era de los megabancos (Cömert, D’Avino, Dymski, Kaltenbrunner, Petratou, y Shabani., 2016; Dymski, 2014), los cuales traspasaron el interés de las inversiones de largo plazo a la obtención de ganancias en plazos reducidos de tiempo. Todo esto sucedió en un contexto de ruptura de los acuerdos monetarios de Bretton Woods que culminaron con el tipo de cambio fijo anclado al patrón dólaroro (Ugarteche, 2018).

En términos epistemológicos, las academias anglosajona, francesa y latinoamericana, por citar casos significativos, cuestionaron la validez de los grandes relatos del conocimiento social. El discurso de la ciencia, el marxismo, el cristianismo, el mercado, etc. respondían a un devenir teleológico de la historia cuyo punto de culminación se centraba en la emancipación del ser humano. Sin duda, esto deparó una etapa de redefiniciones en las ciencias sociales que estimularon formulaciones innovadoras —pero, a la vez, sumamente cuestionadas— en el análisis de la realidad, a saber: los estudios sobre la posmodernidad; la relevancia del estructuralismo lacaniano; el análisis del discurso foucaultiano como generador de “regímenes de verdad”; la deconstrucción derridiana; la modernidad líquida de Bauman; el discurso celebratorio sobre el “fin de la historia y la muerte del sujeto”; las teorías poscoloniales de E. Said, G. Spivak y H. Bhabha; la historiografía social del Grupo de los Estudios Subalternos de la India; la teología y filosofía latinoamericana de la liberación; las teorías feministas liberales y disidentes; la discusión de la modernidad/colonialidad latinoamericana, entre otros, como marcos interpretativos emergentes[5]. Estos procesos exhibieron conjuntamente la reformulación de una etapa histórica que manifestaba la reproducción de una crisis de paradigmas[6] (LópezNájera, 2018).

En este sentido, las discusiones epistemológicas de las ciencias sociales y de las ciencias naturales impactaron en la formulación de perspectivas inter- y multidisciplinarias que dieron sustento a los estudios de la complejidad, la teoría del caos, la teoría de los sistemas, el impacto de los lenguajes a través de la lingüística, la cibernética, la genética, etc. Pese a ello, el análisis económico de la época validó los estudios liberales del homo economicus, las expectativas racionales y los mercados eficientes, en sintonía con la preponderancia académica de los Chicago boys. Sin embargo, esto de ninguna manera establece la inexistencia de análisis inter- y multidisciplinarios que dialoguen con la ciencia económica.

Como muestra, desde el campo de la antropología económica, se destacan las aportaciones a mitades de siglo xx del teórico húngaro Karl Polanyi (2014), quien define el estudio de lo económico como el conjunto de motivaciones, conductas y visiones del mundo que caracterizan la relación del ser humano con su entorno natural. A partir de ello, sobresalen formas de integración económicosociales institucionalizadas que derivan, a lo largo del tiempo, en tendencias de unidad y estabilidad. Esto significa que la economía como disciplina científica remite al logos de lo económico que entreteje lógicas de actuación diferenciadas.

No obstante la diversidad de prácticas, la economía ortodoxa ha legitimado el estudio del intercambio mercantil capitalista como el paradigma analítico por excelencia. Así, el intercambio prevalece como la lógica económica central, cuya principal manifestación es el mercado como espacio fetichizado de socialización. Para ilustrar, el intercambio presenta dos formas de reproducción analizadas por Marx ([1867] 2005) en el tomo I de El Capital. Por un lado, la primera figura relacionada con el ciclo del capital “Dinero - Mercancía - Dinero incrementado” (D-M-D’) representa la palanca de acumulación del modo de producción. Por otro lado, se encuentra el ciclo mercantil simple, que se caracteriza por una lógica de intercambio diversa, que devela la relación “MercancíaDineroMercancía” (M-D-M). El objetivo de este ciclo es el intercambio de valores de uso a través de la operatividad del mercado. Ante la situación planteada, Polanyi (2014) distingue entre una economía de mercado, asociada con el ciclo del capital, y una economía con mercado, relacionada con la organización social, donde se intercambian satisfactores a través de la compraventa de mercancías.

No obstante, en paralelo al paradigma del intercambio, emergen dos formas de integración económicas distantes una de otra, que componen de igual manera mecanismos institucionalizados, coherentes y con estabilidad social en el devenir espacio-temporal. Estos son: la reciprocidad, como el movimiento simbólicomaterial entre agrupaciones simétricas, relacionadas con las unidades domésticas y vínculos de parentesco; y la redistribución, como la apropiación y repartición centralizada de los recursos (Polanyi, 2014, 2017)[7]. Esto exhibe, en efecto, que la economía como práctica social presenta actividades que rebasan las relaciones de intercambio mercantil.

En suma, lo económico está conformado por una vertiente formal que valida una serie de análisis axiológicos en donde el agente económico individualizado es guiado bajo el carácter lógico-disciplinario de la relación medios–fines. En términos de la economía ortodoxa, esto significa la elección racional de medios escasos ante necesidades individuales infinitas. Indiscutiblemente, esto último ha consolidado un sistema de mercado que restringe y limita las potencialidades de las prácticas económicas plurales. No obstante, prevalece en paralelo un posicionamiento sustantivo, definido como la interacción entre el entorno social y el medio natural como forma de proporcionar medios para satisfacer las necesidades materiales (Polanyi, 2014).

Pese a ello, las pautas estructurales sobre todo de los territorios del Sur Global[8] —específicamente, la región latinoamericana— han propiciado una crisis de los paradigmas societarios y epistemológico en las últimas décadas del siglo xx y primeros decenios del siglo xxi, caracterizados por el recrudecimiento de la lógica del intercambio mercantil visible con la ofensiva neoliberal en lo económico y de la globalización en el nivel político y socio-cultural. Así, se refuerzan la pérdida de las reflexiones latinoamericanas y la instauración de agendas de discusión enarboladas por los centros universitarios de países centrales. Por ende, la Teoría Social Latinoamericana se desarticuló de manera decisiva, para incorporarse a las lógicas, dinámicas y necesidades del Norte Global. Lo anterior ha contribuido a la formación de un pensamiento único que se caracteriza por posiciones conservadoras que tienden hacia un reeurocentrismo de los fundamentos epistemológicos que ha impactado en la subsecuente pérdida de autonomía de los estudios latinoamericanos (López-Nájera, 2018).

En esta medida, resulta pertinente formular una crítica a la economía indolente[9] (Martínez-Ávila, 2016) como marco interpretativo de la realidad, que apele a nuevas formulaciones que den cuenta de la diversidad epistemológica, económica y social del mundo. Para ello, se requiere, en palabras de López-Nájera (2010), de un proceso descolonizador epistemológico que se construye a partir de un movimiento de reconocimiento–resignificación. El escrutinio histórico de diversas formas de conocer el mundo, más allá del canon científico–positivista, se completará en un segundo momento por la reformulación de los campos de la epistemología tradicional para incluir las epistemologías subalternizadas.

Por lo anterior, es relevante defender que el mundo es epistemológicamente diverso dentro y fuera de la ciencia económica, conforme a la pluralidad de conocimientos populares y saberes cotidianos que han sido declarados como “no existentes” por las reglas metodológicas del canon hegemónico (Sousa Santos y Meneses, 2014). Así, para captar la diversidad epistémica y práctica del mundo, no se puede recurrir a la misma razón limitada que instaura un patrón de poder del conocimiento que tiende hacia la regulación de las sociedades y frena sus posibilidades de variación. Se requiere partir de otro tipo de racionalidades, acompañadas en términos dialógicos de lo emocional (FalsBorda, 2015; López Itzín, 2013), que fomenten la capacidad de ampliar el canon de intelección, reinventando los postulados teóricos en términos críticos, alternativos y complejos.

Dicho en otros términos, para percibir la multiplicidad de significados de la realidad, se precisa un contundente cuestionamiento al discurso cerrado que caracteriza a las teorías generales, pugnando por un reacomodo del paradigma imperante. En este contexto, proyectar horizontes civilizatorios alternativos al paradigma moderno que pone en jaque la reproducción ampliada de la vida (Coraggio, 2004) es una tarea colectiva urgente. Para ello, es fundamental discutir la visión fragmentada de la disciplina económica que avala una postura abismal, declarando la existencia de una zona no visible que articula una heterogeneidad productiva en los territorios del Sur Global.

La realidad fragmentada: el pensamiento abismal en la modernidad capitalista

El sistema mundial de poder promulgado por el pensamiento occidental/occidentalizado[10] presenta como característica constitutiva un pensamiento abismal; es decir, un andamiaje que impacta en las estructuras del imaginario colectivo cotidiano que, en términos analíticos, avala una tendencia que fragmenta en dos la realidad. Esto es, el despliegue de un sistema de distinciones donde lo que es declarado “del otro lado de la línea” es excluido y representado como no relevante (Sousa Santos, 2009, 2010, 2014). Esto significa que la potencialidad de la categoría línea abismal —como prolegómeno en la validación de otro tipo de saberes y prácticas— radica en su potencialidad de visibilizar las exclusiones y omisiones sistemáticas del patrón civilizatorio de la modernidad.

Sin duda, el paradigma de la modernidad ha legitimado una lógica de actuación que recrea únicamente la parte visible de la línea abismal, negando el lado silenciado, que representa el sustento y la existencia de la primera. Así justificado, el pensamiento moderno se recrea de la presencia de las dos dimensiones, legitimando en términos mediáticos “este lado de la línea” que representa el espacio por excelencia de las sociedades centrales modernas que presenta correspondencia con el sistema mundial en términos eurocéntricos (Sousa Santos, 2009, 2010, 2014).

Dicha matriz societaria se ha caracterizado por presentar una relación contradictoria que ha guiado a este tipo de civilización. Por un lado, resalta la apertura: la posibilidad de la emancipación social avalada por los principios ilustrados que equiparan la “dignidad” del ser humano —en particular, del hombre en términos androcéntricos— como un derecho supremo, inalienable e imprescriptible. Por otro lado, pese a ello, dicha argumentación queda atrapada en el plano de la superficialidad al promover en simultáneo su cierre. La subsunción de las promesas modernas como potencialidad de una nueva era es limitada por las estructuras sistémicas que conforman un entretejido heterogéneo de relaciones de explotación, dominio y conflicto (Quijano, 2000a, 2000b).  

Bajo este orden de ideas, la parte visible ha estado ligada históricamente a la pugna de dos tendencias disímiles. Por un lado, el orden y el control que dan vida al paradigma de la regulación, constituido por el principio del Estado, el mercado y la clasificación social; por otro lado, la posibilidad de un mundo liberado de sus condiciones patriarcales[11], coloniales[12] y capitalistas[13], que proyectan escenarios de emancipación social (Sousa Santos, 2009, 2010, 2014). No obstante, los principios de la regulación se han impuesto históricamente sobre los principios de la emancipación que apuntaban hacia la igualdad e integración de las sociedades (Sousa Santos, 2009, 2010, 2014).

Pese a todo, este tipo de discusiones prevalecen del lado visible del escenario moderno. Esto quiere decir que, en paralelo, se reproduce una dinámica no visible, una postura abismal que devela la existencia del otro lado de la línea inherente a las zonas colonizadas. Esto significa que la relación fundante en el Sur Global se ha sustentado por la dialéctica apropiaciónviolencia (Sousa Santos, 2009, 2010, 2014): la barbarie como modus operandi en sociedades catalogadas abiertamente como “inferiores”.

De estos procesos entrelazados, se destaca únicamente la parte visible, soterrando la multiplicidad de “mundos”. Esto significa que un sinfín de experiencias son desechadas y calificadas como “intrascendentes”. De esta manera, estos ejercicios invisibles, así como sus sujetos constructores, forman parte de territorios que, en el devenir temporal, han manifestado pautas coloniales. Resulta evidente que las zonas coloniales son la antítesis de la modernidad occidental que significa la consolidación del “estado de naturaleza” en comparación con la “sociedad civil”, donde el primero representa el pasado irreversible, primitivo y atrasado de las sociedades “desarrolladas”, intrínsecamente anglo- y eurocéntricas.

Para el caso de la economía, sin duda, la zona metropolitana presenta la consolidación productiva y social del sistema moderno-capitalista como expresión homogénea y totalizante, perceptible con sus diferentes figuras históricas: las ramas industriales de consumo y de bienes de capital en el siglo xix y la primera mitad del siglo xx, así como la efervescencia del sector servicios, en particular el sistema financiero, bursátil y bancario en los últimos decenios. En contraparte, las zonas coloniales verifican su “atraso” en función de actividades agrarias desplegadas bajo estructuras semifeudales o de cacicazgo, con mínimos encadenamientos productivos, empleo de tecnologías obsoletas y una decadente división del trabajo que tiende hacia la baja productividad. O peor aún, opera bajo lógicas de reproducción basadas en sistemas de parentesco, donde reina lo que la antropología estructural denomina el círculo de la reciprocidad, avalado por la relación dar-recibir-devolver. Se afirma que estas estructuras representan ejercicios de índole precapitalista que, inherentemente, transitarán hacia la hegemonía del modo de producción capitalista a partir de una visión teleológica del porvenir metropolitano.

No obstante, es fundamental ponderar la reproducción de prácticas económicas cuya principal característica se centra en la primacía del valor de uso sobre la subsunción real del valor. Estos ejercicios, experiencias y saberes presentan una racionalidad intrínseca que suele ser encubierto en nombre del modo de producción hegemónico como totalidad analítica. Así, tales prácticas recrean lógicas de actuación que presentan como fuerza motora la posibilidad de trascendencia del paradigma capitalista. Dicho de otra forma, se han desarrollado vínculos económicos con ciertos rasgos de autonomía que antecedieron al paradigma civilizatorio de la modernidad capitalista. Más aún, estos recorrieron un trayecto subterráneo a la hegemonía según las diferentes formas históricas de organización del trabajo (Quijano, 2000a, 2000b).

Por lo anteriormente expuesto, Sousa Santos (2009, 2014) sentencia la reproducción de una cartografía moderna dual que legitima pautas legales, epistemológicas —y, se agregaría, capitalistas—. Del otro lado de la línea, prevalecen prácticas que exceden la legalidad, el conocimiento “verdadero” del método científico y la productividad en términos de la ganancia. De fondo, instauran una injusticia social global que está unida a una injusticia cognitiva global, debido a que la modernidad se instituye violando los principios sobre los que está asentado el paradigma de la regulación/emancipación.

Del conjunto de las ciencias sociales, como se ha mencionado anteriormente, la ciencia económica ha reivindicado el privilegio de regular científicamente a la sociedad (Sousa Santos, 2009). Esto ha arrojado la reproducción de líneas abismales que reconoce un lado visible y una dimensión oscurecida de la realidad económica. De esta forma, las aportaciones y disputas teóricas en el campo referido, pese a su complejidad y vastedad, han conformado, en rasgos generales, dos grandes debates que han dado forma a la parte visible del pensamiento abismal, partiendo de la consolidación de la economía como ciencia a finales del siglo xviii.

Las líneas abismales en la historia del pensamiento económico

El primer debate desarrollado a lo largo del siglo xix aglutinó a los autores clásicos de la economía que pugnaban por una perspectiva sistémico-global, haciendo especial énfasis en la relevancia del valor dentro de la esfera de la producción. Pese a ello, esto fue refutado por la perspectiva subjetiva neoclásica a partir de la segunda mitad del siglo xix al centrar sus estudios en las preferencias del individuo como principio metodológico —conforme sus niveles de consumo, utilidad y asignación de precios—.

En un inicio, el crecimiento económico representó la preocupación central de la naciente ciencia económica, sistematizada con la publicación en 1776 de An inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, del filósofo escocés Adam Smith. En las primeras décadas del siglo xix, existía consenso sobre el papel de la acumulación del capital como motor del sistema de producción; la reinversión de la ganancia estimulaba un círculo virtuoso al generar nuevos ciclos industriales. Esto es, una alta inversión impactaba en mejores niveles de trabajo y salario. Lo anterior generaba una ampliación del mercado a través del estímulo de la demanda, que reforzaba una división del trabajo. Finalmente, el ciclo se arraigaba con el aumento de la producción nacional.

En este contexto, confluyeron autores como Adam Smith, Thomas Malthus y David Ricardo —así como la deriva crítica de Karl Marx—, quienes discutieron los postulados del valor dentro de la esfera de la producción. En esta medida, la falta de crecimiento de una economía fue interpretada de diversas formas. Para Smith, el problema principal radicaba en la relevancia de los rendimientos decrecientes de la tierra y el aumento sistemático de los precios de los alimentos. A su vez, Ricardo destacaba la inflexibilidad hacia la baja del salario de subsistencia, el aumento de los salarios en la renta nacional y la caída de los beneficios; mientras que Malthus centraba la problemática en el crecimiento geométrico de la población, contrastado con el crecimiento aritmético de los alimentos. Pese a las divergencias, sobresale un aspecto común: en el largo plazo, la economía caería en un estado estacionario, que podría ser compensado a partir de la innovación tecnológica en la agricultura y manufactura según Smith, la importación de productos conforme al criterio de las ventajas comparativas ricardianas, así como el menor crecimiento de la población malthusiano. Estos factores posibilitarían la reapertura del ciclo productivo y comercial ascendente (Gutiérrez y González, 2010).

Sin embargo, dichos postulados fueron debatidos de manera radical por un grupo de economistas que dejaron a un lado el estudio del crecimiento económico y la creación del valor. Autores como Alfred Marshall, Vilfredo Pareto, Léon Walras y William S. Jevons —así como Karl Menger, de la Escuela Austriaca— centraron sus análisis en las decisiones del individuo como principio metodológico. De hecho, esta corriente se destacó por el estudio de análisis cuantitativos con la idea de equiparar la disciplina económica con la rigurosidad de las “ciencias exactas”. En particular, uno de los análisis más acabados fue el del economista francés León Walras, quien analizó la interacción de la oferta y la demanda de múltiples bienes. Este estudio conformó un sistema completo de precios conforme a un equilibrio general y simultáneo en todos los mercados que interactúan en la economía. Asimismo, Alfred Marshall integró la noción de utilidades marginales decrecientes como dispositivo que estudia el incremento o decrecimiento de la utilidad de un sujeto racional con respecto a una unidad adicional de determinado bien. Esto impactaba sobre la demanda y el costo de producción, lo cual repercutía en la oferta, que deparaba en equilibrios parciales (Tello e Ibarra, 2013).

Sin embargo, los eventos acaecidos en las primeras décadas del siglo xx estimularon nuevas interpretaciones en el devenir económico. El colapso del sistema financiero estadounidense de octubre de 1929, con su impacto ulterior en la Gran Depresión internacional de la década de los años treinta, colocó en la palestra del profesionista en Economía la necesidad de profundizar en estudios que exaltaran la variación temporal del producto-ingreso en el nivel macroeconómico.

En términos del economista austro-estadounidense Joseph Schumpeter (1944), las fluctuaciones económicas representan fenómenos periódicos de adaptación a nuevas condiciones. Revelan una longitud temporal del ciclo que intercala etapas de auge y depresión, conforme una serie de cambios a causa de la aparición de productos, mercados y empresas. De esta manera, la fase depresiva, relacionada con el ciclo bajo en la ola de negocios, culmina cuando una economía absorbe plenamente el proceso de innovaciones[14].

Este contexto que cimbró la estructura económica global dio sustento al segundo gran debate del pensamiento económico. Durante la Gran Depresión de los años treinta, se destacaron las aportaciones del economista británico John Maynard Keynes, quien establecía que el sistema económico respalda un modelo compuesto por tres variables independientes: 1) la propensión marginal al consumo (a mayor consumo, mayor efecto sobre la inversión, ingreso y empleo); 2) la eficacia marginal del capital (como parámetro de medición de la rentabilidad de las inversiones); y 3) la tasa de interés (entendida como el premio por renunciar a la liquidez presente). Estas variables son responsables del nivel de ingreso y el volumen de empleo. No obstante, la inversión representaba el factor sustancial que marca el ritmo del ciclo económico cuya contraparte está en función de la demanda efectiva, sea bienes de consumo, bienes intermedios o bienes de inversión (Novelo, 2011). De no cumplirse esta última tendencia, devienen ambientes de depresión generalizada. La prolongación de este escenario depara una ruta peor: la deflación, el momento cuando los costos superan los beneficios, con lo que desaparecen los incentivos para reinvertir (Novelo, 2011; Guillén, 2014).  

Sin duda, el paradigma keynesiano tuvo una gran resonancia global posterior a la consolidación de la arquitectura financiera internacional trazada en New Hampshire, en julio de 1944, pese a que la Unión Internacional de Compensaciones propuesta por Keynes fue descartada no por su inviabilidad, sino como expresión de los cambios de época que instituyeron el proyecto hegemónico estadounidense. Esto dio legitimidad a la naciente pax americana y aval como el principal país acreedor, que financió la confrontación bélica mundial con moneda local, desplazando a la libra esterlina, la divisa que había respaldado las transacciones comerciales y financieras a lo largo del siglo xix y las primeras décadas del siglo xx (Ugarteche, 2018).

Sin embargo, la década de 1960 modificó la tendencia ascendente del ciclo económico. Desde una interpretación monetaria, la impresión masiva de dólares incrementó las tensiones en la balanza comercial estadounidense, en un contexto en el que la emisión de divisas no se limitaba a satisfacer las necesidades del mercado interno, sino que respaldaba las transacciones de la economía mundial. La paridad cambiaria dólar–oro —anclada en 35,70 dólares por onza de oro— fomentó presiones devaluatorias de la moneda, las cuales encontraron como escaparate la creación del mercado de eurodólares en la década de 1950.

La falta de control de dichos recursos, disponibles para el crédito, resultó atractiva por los altos rendimientos que generaban. Empresas estadounidenses, incluso, recurrían a los euromercados para mantener la liquidez y fomentar préstamos de corto plazo. Esto deparó un proceso mediante el cual los mercados, instituciones y élites financieras obtuvieron una mayor influencia sobre la política económica, lo que repercutió de manera negativa en la economía real. Las finanzas, por ende, comenzaron a jugar un rol que amalgamaba a inversionistas institucionales, accionistas mayoritarios y gerentes corporativos como estrategia sistémica dominante capaz de autogenerar su expansión con una alta dosis de inestabilidad (Guttmann, 2016).  

En esta dirección, la expansión de los mercados financieros internacionales, acompañada de la interpenetración de las economías a través de los flujos de crédito e inversión extranjera directa, han generado cambios estructurales en la economía global en las últimas cuatro décadas. A partir de los años sesenta, el sector productivo de los países de industrialización madura experimentó tasas de ganancia por debajo del nivel de las décadas previas. El descenso de la tasa media de ganancia de países como los Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña y Francia exhibieron un entorno de crisis de rentabilidad y acumulación (Dúmenil y Lévy, 2002)[15]. El desempleo y la contracción salarial desdibujaron el patrón fordista que impulsó el consumo de las clases medias mediante el estímulo de la demanda agregada. Sin duda, la proliferación de las actividades financieras había espoleado un rápido crecimiento de los beneficios financieros, lo cual agudizó una asimetría con relación a la economía productiva[16].

El paradigma keynesiano tuvo como corolario el proceso de estancamiento productivo con inflación (estanflación) en los países de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), en un contexto de ruptura de la convertibilidad del dólar con respecto al oro en 1971. En términos teóricos, el enfoque analítico transitó del estudio de las sociedades al papel del individuo como constructor de su porvenir. Es decir, bajo este nuevo parteaguas analítico, los individuos buscan satisfacer —de manera personalizada— sus preferencias, validando su relación coste–beneficio y la utilidad marginal, siempre y cuando se definan de manera efectiva los derechos de propiedad. En este sentido, no es casual que la defensa teórica del neoliberalismo coincida con el andamiaje neoclásico, que centra su análisis en la utilización óptima de los recursos disponibles, que, por definición, son escasos ante las necesidades ilimitadas de los agentes económicos.

La tradición monetarista, con su antecedente en la Sociedad Mont Pelerin de finales de los años cuarenta (Romero, 2011), se consolidó con los trabajos de Friedrich von Hayek y Milton Friedman —galardonados con el premio Nobel de Economía en la década de 1970—, los cuales legitimaron la libertad de elección del individuo (principio de filosofía política) a través de sus decisiones de consumo en el mercado desregulado (principio económico). Lo anterior fomentó un pensamiento hegemónico que parte de supuestos como la racionalidad del homo economicus, los mercados eficientes y las expectativas racionales de que, en un sistema con precios y cantidades, los mercados tenderán intrínsecamente al equilibrio (Tello e Ibarra, 2013).

Así, en términos macroeconómicos, el sistema de mercado tiende hacia pautas de eficiencia que equilibran la oferta y la demanda. Esto impacta en niveles de pleno empleo, inversión y crecimiento conforme al nivel de ahorro como variable ex-ante. Por lo tanto, el equilibrio representa una precondición y no una meta por cumplir, lo que anula la posibilidad de una capacidad instalada ociosa. Esto genera el supuesto de que los recursos privados se encuentran plenamente ocupados. Por este motivo, la intervención del Estado estropea este equilibrio, lo que deriva en un efecto desplazamiento que la literatura económica reconoce como crowding out. De aquí, la necesidad de establecer un proceso de apertura en las relaciones comerciales y de desregulación de las entidades financieras, para dar paso a la libertad empresarial en búsqueda de la ganancia.

En suma, las discusiones que avalan la reproducción del sistema capitalista, ya sea de carácter intervencionista o de crecimiento hacia afuera, legitiman un posicionamiento que no contraviene la racionalidad sistémica de la ganancia en escala ampliada, y, por ende, el modo de producción en sí mismo. Sin embargo, han prevalecido voces emitidas desde el Sur Global que, desde diferentes anclajes teóricopolíticos, han cuestionado la reproducción de la economía del intercambio capitalista. Basta señalar la crítica al desarrollismo económico difundido por destacados autores de la perspectiva del posdesarrollo, como el antropólogo colombiano Arturo Escobar, el teórico mexicano Gustavo Esteva y el intelectual uruguayo Eduardo Gudynas. De igual forma, se destacan el cuestionamiento a la industrialización y al crecimiento per cápita como medidas de bienestar humano, defendido por el premio Nobel de Economía Amartya Sen —enfoque del desarrollo humano—; la perspectiva de las necesidades básicas como principio universal humano de Alfred Max-Neef; así como la crítica ecológica radical de André Gorz e Iván Illich.

Evidentemente, no habrá que omitir las aportaciones de la teoría marxista de la dependencia ni tampoco las discusiones de la economía popular, social y solidaria de autores pioneros, como Paul Singer, José Luis Coraggio y Luis Razeto. También ocupan un lugar central las cosmovisiones de las culturas indígenas latinoamericanas que demandan la construcción de un buen vivir, así como la discusión de la comunalidad propuesta por autores que reivindican el papel del territorio, la cultura y el feminismo, como Silvia Federici, Raquel Gutiérrez y Jaime Martínez Luna (solo por citar algunos ejemplos de la variada y extensa construcción teóricopráctica que cuestiona la reproducción del capitalismo como constructo civilizatorio).

Por tanto, el sistema capitalista representa un modo de producción hegemónico que articula relaciones productivas de índole diferenciada, subsumidas bajo la lógica del capital. Así, “el lado no visible de la línea” está conformado por una heterogeneidad estructural que engloba las diferentes formas de trabajo conocidas en la historia contemporánea: la esclavitud, el salario, la servidumbre, la pequeña producción mercantil y la reciprocidad, todas ellas articuladas bajo la figura del capital a través de relaciones de explotación/dominación/conflicto. Estas se combinan, además, con otras dimensiones en disputa que reconocen su especificidad no solamente económica, sino societaria, por ejemplo, las disputas de la subjetividad, la autoridad, el sexo, la naturaleza, sus derivas y productos (Quijano, 2000a, 2000b).

Por lo tanto, la posibilidad de articular una economía bajo los principios totalitarios del capital, visible en su mayoría en las zonas metropolitanas, requiere, en términos dialécticos, de escenarios donde se conjuntan diversos modos de producción bajo el precepto hegemónico. En específico, las zonas coloniales garantizan la articulación de una economía cualitativamente particular, cuya actuación depende de la reproducción de las economías “desarrolladas”. Pese a ello, la reciprocidad y solidaridad han reproducido lógicas de actuación que posibilitan articular y potenciar modos de producción distintos de la hegemonía capitalista. Para ello, habrá que retomar la aseveración metodológica de la teoría de la complejidad, enunciada por Edgar Morin (2010), quien plantea que las partes analíticas presentan cualidades propias que no son captadas por el estudio en su conjunto[17].

Efectivamente, la fuerza de los imaginarios civilizatorios ajenos a la dominación del capital se puede expandir con el estudio histórico, epistemológico y metodológico de economías que no son contabilizadas en los agregados macroeconómicos. Entre estas, sobresalen la construcción y reproducción de otras economías, que Antonio David Cattani (2004, 2009) define como aquellos procesos, instituciones, valores y manifestaciones contrahegemónicas frente al sistema e ideología dominante. Mediante diversos ejercicios, como la economía solidaria, la economía popular, las empresas autogestivas, el cooperativismo, los mercados de multitrueque, las monedas sociales y comunitarias, las inversiones éticas, las redes de consumo solidario, etc., las otras economías aspiran a conformar mundos que (re)conecten la producción con los satisfactores de vida en un entorno solidario de convivencialidad.

El objetivo es instaurar una economía plural que representa la base material que crea las condiciones estrictamente económicas de regulación y planificación que garantizan el uso productivo del excedente económico estatal. De esta manera, se procura transformar la matriz productiva para generar no solo empleos e ingresos dignos, sino la articulación de formas de organización y racionalidades que manifiesten nuevas capacidades en la producción, gestión y distribución de la riqueza en sustento de otro sistema económico (Mendoza, 2018).

Sin embargo, tal como se ha especificado, las economías plurales no se anclan a un ámbito institucional. En ellas coexisten y se entretejen diversas lógicas productivas, tales como prácticas familiares, comunitarias, asociativas, privadas y públicas. En este propósito, la pluralidad económica constituye la posibilidad de reconocer la articulación complementaria de formas de vida económicas según los principios de complementariedad, reciprocidad, solidaridad, redistribución, igualdad, sustentabilidad, equilibrio y justicia que proyectan la consolidación de una buena vida (Mendoza, 2018).

Por esta razón, el estudio de las economías plurales presenta una multiplicidad de interrelaciones que van desde los vínculos con el mercado hasta las relaciones horizontales con otros emprendimientos sociales, cuya fortaleza analítica plantea una disputa al paradigma del intercambio mercantil. Este tipo de experiencias representan el punto de arranque de una transición social que destaca el valor de uso como sinónimo de un proyecto que defienda la reproducción ampliada de la vida.

Sin duda alguna, para amplificar la discusión, se debe construir un marco metodológico que enfatice en la apertura de economías emancipatorias en detrimento de las economías históricamente desarrolladas bajo el resguardo de la regulación y de la relación apropiaciónviolencia. Esto requiere de una estrategia que legitime conocimientos económicos, cuyo horizonte apunte hacia una praxis de la solidaridad (Sousa Santos, 2009). De ahí, la pertinencia de plantear una discusión teóricometodológica que dé sustento a formas históricas de integración de lo económico.

Reflexiones finales

La realidad social, asevera Sergio Bagú (1981), es producto de un intercambio recíproco e incesante entre seres humanos, una intergénesis que despliega las posibilidades y condiciones materiales e histórico–sociales de la vida en comunidad. Por tanto, definir las potencialidades de construir conocimientos que capten las transformaciones y variaciones de la praxis requiere de un constante trabajo analítico que formule y resignifique marcos interpretativos que asuman a la realidad en términos complejos, críticos y alternativos. Se precisa reacomodar nuestro ángulo de abordaje de la realidad con la idea de ampliar el horizonte de inteligibilidades que exhiban la diversidad epistemológica y práctica del mundo.

Consecuentemente, una tarea primordial consiste en discutir las relaciones de poder emanadas del Norte Global. En términos epistemológicos, la formación del conocimiento monopolizado por la razón positivista/pospositivista ha deparado en una postura indolente que reproduce como “no existente” aquellos saberes, prácticas y ejercicios que no concilian con las reglas metodológicas del saber hegemónico. Esto ha arrojado dos consecuencias en particular. Por una parte, el presente se limita a una figura efímera que oculta la riqueza epistemológica y práctica del mundo; por otra, el futuro asume un comportamiento vacío e infinito que niega la conformación de alternativas sistémicas (Sousa Santos, 2009, 2011).

Bajo este contexto, el desafío académico está centrado en la promulgación de marcos de referencia emergentes, que den cabida a la multiplicidad de prácticas, saberes y conocimientos en los que no prevalece un estado de conocimiento o de ignorancia total, sino saberes y ejercicios parciales que responden a necesidades localizadas según contextos geohistóricos.

En términos de la disciplina económica, el estudio exclusivo de la lógica de intercambio mercantil ha arrojado por la borda un sinfín de prácticas y conocimientos legitimados dentro y fuera de la ciencia. Como ya se ha establecido, el lado oscurecido de la línea abismal destaca por la conformación de una heterogeneidad estructural que engloba las diferentes formas de trabajo conocidas en la historia contemporánea: la esclavitud, el salario, la servidumbre, la pequeña producción mercantil y la reciprocidad, todas ellas articuladas bajo la figura del capital (Quijano, 2000a, 2000b). Sin embargo, la reciprocidad y la solidaridad representan expresiones con racionalidad propia que potencialmente articulan modos de producción y civilización ajenos a la modernidad imperante (Quijano, 2014).

De esta manera, el estudio de las economías plurales presenta una riqueza analítica dada la multiplicidad de interrelaciones que van desde el vínculo con el mercado hasta las relaciones horizontales de emprendimientos sociales. Metodológicamente, se destaca la apertura de economías emancipatorias —en detrimento de las economías históricamente desarrolladas bajo el resguardo de la regulación y de la relación apropiación-violencia— como estrategia que apunte hacia prácticas y conocimientos económicos cuyo horizonte aspire hacia una praxis de la solidaridad (Sousa Santos, 2009).

La conformación de espacios de reconocimiento, inclusión y justicia social a partir de las prácticas económicas cotidianas, requiere de la generación de un modelo diferente de racionalidad-emocionalidad que plantee la necesidad de pensamiento alternativo de alternativas (Sousa Santos, 2009, 2011, 2012). Así, una propuesta establece la reproducción de una Economía de las Ausencias, que plantea la expansión del tiempo contemporáneo con la idea de verificar aquellos proyectos que recrean en diferentes latitudes prácticas horizontales de solidaridad, cooperación y satisfacción de necesidades no reconocidas en términos mediáticos. En paralelo, se destaca la importancia de enunciar una Economía de las Emergencias, que proyecta un futuro rico en sus múltiples determinaciones con la idea de aventurarse a aquello que hoy en día no existe, pero que contiene los elementos reales para germinar (Martínez-Ávila, 2016).

En definitiva, no basta con proponer una configuración diversa en el ámbito exclusivamente epistemológico sino subrayar un conjunto de reivindicaciones políticas, culturales y sociales que fomenten diálogos con los movimientos sociales. Aquí radica la pertinencia de plantear un proceso descolonizador epistemológico (López-Nájera, 2010) que evite la trampa eurocéntrica de la desagregación entre la esfera de lo real y la dimensión cognitivo-emocional.

En suma, la construcción de lo emergente devela una serie de posturas que niegan lo dado con la idea de aventurarse a aquello que hoy en día no existe, pero que contiene los elementos reales para coexistir. Este conjunto de utopías apuesta por posicionamientos inéditos, factibles de concreción, siempre y cuando se coloque al sujeto colectivo ante sus circunstancias históricas y sociales (Zemelman, 2002).


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Notas


[1] El autor quisiera agradecer el apoyo al Programa de Apoyo a Proyectos de Innovación y Mejoramiento de la Enseñanza (PAPIME) de la DGAPAUNAM titulado “Herramientas teórico-prácticas para la enseñanza-aprendizaje de enfoques heterodoxos de economía monetaria y desarrollo: finanzas solidarias y monedas sociales” (PE303318).

[2] El paradigma civilizatorio de la modernidad representa un proceso histórico de larga trayectoria desplegado en la sociedad europea occidental a partir del siglo xvi. Constituye un imaginario que planteaba la elección para la civilización en su conjunto de un devenir espacio-temporal que posibilitaría al ser humano transitar hacia un entorno de emancipación social caracterizado por condiciones materiales libres e igualitarias que sustituirían la escasez absoluta por la abundancia relativa. En esta medida, el proyecto de la modernidad proyectaba la posibilidad de transformar el mundo, desplegando el “espíritu de la utopía”. No obstante el potencial cultural y civilizatorio del conjunto de modernidades efectivas que se han desplegado a lo largo de la historia, la figura de la modernidad en su fase del capitalismo industrial maquinizado ha sido la hegemónica (Echeverría, 1995).

[3] Esto significa la reproducción espacio-temporal de prácticas económicas con ciertos rasgos de autonomía que antecedieron o recorrieron una trayectoria subterránea al paradigma del intercambio moderno-capitalista, cuya racionalidad intrínseca ha sido enmascarada en nombre del modo de producción hegemónico como totalidad analítica.

[4] El sociólogo y epistemólogo chileno Hugo Zemelman (2002, 2011) señala que la dinámica de la realidad transita a un ritmo más acelerado que las teorizaciones elaboradas por la academia. El reto para los estudiosos de las ciencias sociales consiste en reducir la brecha que permita realizar investigaciones con impacto y trascendencia en el ámbito social.

[5] No hay que dejar de señalar que, desde un posicionamiento mediático, se experimentó un relativo menoscabo y descrédito del marxismo como paradigma de trasformación social en este contexto histórico, producto del colapso del “socialismo realmente existente” y la caída del muro de Berlín (López-Nájera, 2010, 2018).

[6] Por paradigma se retoma la aproximación clásica de Thomas Kuhn (2006). La palabra remite al conjunto de validaciones científicas reconocidas por un grupo de expertos, que proporcionan modelos y soluciones a una serie de interrogantes en curso. En esta medida, los paradigmas presentan una historicidad: nacimiento, consolidación y culminación según los acuerdos y necesidades de la comunidad científica. Esto quiere decir que, una vez que el diseño de las investigaciones deja de funcionar del modo esperado, una serie de anomalías distorsionan el patrón de normalidad del campo científico. Aquí deviene una dimensión destructivaconstructiva. La profunda inseguridad profesional exige una reformulación de los problemas y las técnicas de la ciencia “normalizada”, que conlleva un desplazamiento paradigmático a gran escala que, de suyo, genera la conjunción de nuevos compromisos sobre los que se desarrolla una nueva base de práctica científica. Con todo, el descrédito de un paradigma trae consigo una serie de reformulaciones que derivan en el prototipo que ha de sucederle.

[7] Cabe señalar que estas tres lógicas de actuación han interactuado de manera compleja y contradictoria en diferentes momentos, sobreponiéndose una con respecto a otra según el contexto de estudio.

[8] Por Sur Global se retoman las experiencias, saberes y conocimientos que apuestan a la emancipación social llevada a cabo por aquellos sujetos que metódicamente han sufrido el dominio, discriminación y explotación del capitalismo, colonialismo y patriarcado como estructuras históricas de poder, más allá de su dimensión geográfica.

[9] La indolencia de la ciencia, en particular de la economía, plantea tres superposiciones que han retroalimentado la estructura de poder del paradigma científico como canon exclusivo de saber (Sousa Santos, 2009, 2011):

  1. La formulación de conocimientos y experiencias sociales alrededor del mundo es tan variada y diversa que rebasa los principios de la tradición económica moderna occidental.
  2. Esta riqueza está siendo desperdiciada, lo que genera escenarios que proclaman la inexistencia de alternativas dentro y fuera de las estructuras sistémicas.
  3. Para combatir la omisión de las experiencias sociales, se requiere la formulación de nuevos marcos interpretativos que den cabida a la diversidad interna del campo económico, así como a las construcciones fuera de ella.

[10] Por Occidente o sociedades occidentalizadas se engloba a aquellos sujetos que recrean estructuras mentales que, sin importar su posición espacial, tienden a legitimar pautas hegemónicas de clase, etnia, raza, así como en ámbitos sexuales, territoriales, epistemológicos, culturales, ideológicos, ontológicos, etc., conforme el sistema mundial de poder moderno. En este sentido, es posible encontrar zonas marginadas dentro del supuesto mundo desarrollado y zonas de suma riqueza y dominio que forman parte de las naciones periféricas. Sin embargo, este último caso, lejos de ser la regla, representa la excepción.

[11] El patriarcado representa un sistema histórico-estructural en el que las opresiones, la violencia y las discriminaciones se dirigen principalmente hacia las mujeres, las personas intersexuales, otros seres vivos (incluida la naturaleza) y hombres que se encuentran en condiciones de desigualdad en términos étnicos, raciales, de clase, edad, deseos erótico-afectivos y/o capacidades físicas (Tovar y Tena, 2015). Esto significa que el patriarcado representa un espacio histórico de poder masculino que entrelaza los siguientes procesos: el antagonismo genérico, la reproducción de pautas del género femenino que limitan su hacer a ciertos espacios y condiciones de vida, y el fenómeno cultural del machismo (Lagarde, 2011).

[12] La instauración de un patrón colonial de poder, fundamentado en la idea de “raza”, ha avalado históricamente una clasificación social a partir de identidades particulares en términos sociales y geoculturales. De ello, el “descubrimiento” de América por la Corona ibérica de finales del siglo xv resultó un acontecimiento constitutivo de este patrón de dominación. Dicho proceso, lejos de culminar con las proclamas independentistas de principios del siglo xix en América Latina, se reafirmó bajo lo que el sociólogo peruano Aníbal Quijano (2000a, 2000b) denominó colonialidad del poder, esto es, el dominio económico, cultural, social, filosófico, ontológico, epistemológico, etc., norteamericano y europeooccidental del mundo.

[13] La reproducción del capital como modo de producción hegemónico centra su lógica en la concreción de la ganancia en escala ampliada, es decir, la valorización del valor. La explotación del trabajo y de la naturaleza representa el factor constitutivo de este sistema productivo que parte de la coexistencia de dos clases sociales antagónicas: la clase poseedora de los medios de producción y la clase despojada, reproductora de su fuerza de trabajo (Marx, 2005, 2008).

[14] El impulso fundamental que mantiene con dinamismo a una economía es la fuerza con la que irrumpen nuevos bienes de consumo que suministran una rearticulación de los métodos de producción, organización y transporte, acompañado por la apertura de mercados emergentes, que fomentan una redefinición cualitativa de la economía monopolista a través de la innovación. Bajo este entendido, las revoluciones de las estructuras económicas destruyen de manera ininterrumpida lo precedente a través de un proceso definido como destrucción creadora o destrucción creativa (Schumpeter, 1983).  

[15] Desde un enfoque marxista, Gérard Dúmenil y Dominique Lévy (2002) establecen que las relaciones económicas han sufrido reestructuraciones de fondo, en particular en el patrón de acumulación, a lo largo de diferentes facetas en los últimos dos siglos de predominancia capitalista. El primer periodo se corresponde con el desplome de la tasa de ganancia británica en el último cuarto del siglo xix, relacionado con la crisis financiera de la época del liberalismo clásico (1873-1896). El colapso de la bolsa de valores de Nueva York en octubre de 1929, cuyo impacto principalmente en los Estados Unidos y Europa provocó quiebras bancarias, contracción del crédito, disminución del consumo, deflación, caída del comercio, etc. —con su afectación a las economías emergentes—, representó el segundo proceso de descenso de la tasa de ganancia.

La tercera ola estuvo caracterizada por un elevado crecimiento económico impulsado por altas tasas de ganancia en un contexto de posguerra. Sin embargo, el descenso de la tasa media de ganancia en países como los Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña y Francia a partir de los años finales de la década de 1960 representó la consumación del tercer ciclo. Así se produjo una crisis de rentabilidad y de acumulación (Dúmenil y Lévy, 2002). En este contexto, la productividad, pese a exhibir un crecimiento superior al nivel salarial (con su impacto paralelo positivo en la tasa media de ganancia), no pudo recuperar los niveles previos a la crisis de finales de 1960 (Guillén, 2015).

[16] Los años setenta fueron testigos de transformaciones en los métodos de producción conforme al papel emergente del nuevo paradigma tecno-económico centrado en la era del microchip, promotor de las tecnologías de la información y las telecomunicaciones, las cuales han reconfigurado el proceso de producción a una escala global (Pérez, 2004). Así, el régimen fordista, basado en la producción industrial mecanizada en serie, fue sustituido por el modelo toyotista japonés, que combina el uso de tecnologías integradoras con una gestión del trabajo innovadora pero flexible, que genera diversidad productiva. Naturalmente, lo anterior modificó de manera sustancial las relaciones políticoinstitucionales, por ejemplo, el papel del Estado y el del mercado en la economía, el vínculo capital-trabajo, las condiciones laborales internacionales, etc. En este contexto, la oligarquía financiera dominó no solo el rumbo de la actividad bancaria y financiera, sino la dirección de la economía a través del control de la esfera productiva (Guillén, 2015).

[17] Desde un pensamiento de la complejidad, Edgar Morin (2010) señala que la realidad se retroalimenta de un entramado complejo autorganizado que se vincula a través del principio dialógico, relativo a la necesidad de unión entre entes antagónicos; un principio de recursión, según el cual los productos y efectos son a la vez productores y causadores de lo que se genera; y un principio hologramático, en función del cual las partes conforman el todo; no obstante, las partes presentan una racionalidad propia que no puede ser captada por la mirada compuesta.