Caleidoscopios
del poder. Variedad del carisma en las iglesias indígenas del Chaco argentino
César Ceriani Cernadas*
Resumen
Este trabajo propone una discusión sobre las
heterogeneidades del carisma en las iglesias evangélicas indígenas del Chaco
argentino. Luego de repasar tres dimensiones teóricas sobre el estudio
sociológico del carisma, el artículo propone un análisis de dos formas en que
este se expresa en la experiencia del evangelismo indígena chaqueño,
modalidades que involucran distintos espacios y agentes sociales con sus
propias valoraciones, percepciones, competencias y expectativas. Por un lado,
el carisma institucional de las misiones e iglesias, entendidas aquí como
centros simbólicos que condensan y transmiten por contacto valores socialmente
estimados por la gente. Por otro, el liderazgo carismático de los pastores y
especialistas ceremoniales, donde sentidos y pragmáticas del poder se ponen en
juego y disputa. Estos agentes dan cuenta de formas disímiles de entender y
actuar en los espacios religiosos institucionales, donde articulaciones
políticas, especificidades culturales, proyectos ideológicos y estrategias
económicas se solapan de maneras contradictorias.
Palabras clave:
Carisma; Liderazgo; Protestantismo; Chaco Argentino; Pueblos Indígenas
Abstract
This paper proposes a discussion of
the varieties of charisma among indigenous evangelical churches in the
Argentine Chaco. After reviewing three theoretical dimensions of the
sociological study of charisma, the article analyzes two ways in which this is
expressed in the indigenous religious experience, involving different
modalities and social spaces with their own evaluations, perceptions,
competencies and expectations. On one hand, the institutional charisma of
missions and churches, understood as symbolic power centers that condense
social and transcendental values estimated by people. On the other, the
charismatic leadership of pastors and ceremonial specialists, where power and
pragmatic senses come into play and quarrel. These agents realize dissimilar
ways of understanding and acting in institutional religious spaces where
political articulations, ideological projects and economic strategies overlap
in contradictory ways.
Keywords: Charisma; Leadership; Protestantism; Argentinian
Presentación
A la luz de la evidencia antropológica, es
factible afirmar que la experiencia de las misiones protestantes entre los
pueblos indígenas del Chaco argentino[1]
y la posterior conformación de iglesias autónomas, particularmente en grupos qom (o toba), wichí, pilagá y mocoví, ha contribuido a la emergencia
del proceso de apropiación y cambio sociorreligioso más representativo en el
mapa nacional. En efecto, si hay un contexto claro en donde el protestantismo
evangélico no constituye en Argentina una minoría religiosa, sino su opuesto,
es en el mundo social de los mencionados grupos aborígenes chaqueños (Cordeu,
1984; Wright, 2002; Ceriani Cernadas & Citro, 2005). En este sentido, la
pertenencia como Evangelio adquiere
desde la posición de los sujetos indígenas una ‘vocación de mayoría’, en la
medida en que dicha identidad, más allá del grado de inclusión y participación
institucional, presenta una sedimentación cultural y una extensión política
ciertamente dominante en dicho espacio regional. En este trabajo nos detenemos
particularmente en la experiencia social de grupos qom (o toba) y wichí del
Chaco central, pertenecientes respectivamente a las cadenas
étnicas-linguísticas Guaycurú y Mataco-mataguayo[2].
El paisaje que nos devela adentrarnos en
cualquier comunidad indígena del territorio, sea en contextos rurales o en
barrios urbanos o periurbanos, es la presencia de iglesias de variadas
denominaciones que jalonan la vida social, comunitaria –y en muchos casos-
política de las mismas. Si un neófito antropólogo inicia una investigación de
campo y apenas arribado al asentamiento espera establecer contacto con alguno
de los representantes comunitarios, con seguridad se le indicará al cacique, al
presidente de la comisión, tal vez a un maestro bilingüe o a un agente
sanitario. Al poco tiempo, probablemente esa misma noche, se enterará que
alguno de ellos son pastores o líderes de alabanza en los largos cultos que
marcan el ritmo de la vida sociorreligiosa de los poblados. Así comenzará a
entender que alguien que detente alguna posición de liderazgo o prestigio
social estará, de alguna manera u otra, vinculado a alguna iglesia evangélica y
que ese vínculo será considerado, tanto en el discurso del protagonista como en
la percepción de los otros, un hecho tan natural como necesario. Unido a esto,
si el recién llegado estudioso centra la atención en los participantes de los
servicios religiosos (denominados cultos
por sus protagonistas) notará que junto a los pastores, ancianos, diáconos u
otros dirigentes institucionalizados se encuentran otras personas cuya
actividad es en muchos aspectos esencial y que, básicamente, esta se centra en
los aspectos performáticos, estéticos y rituales.
Este artículo se adentra en las tramas
simbólicas, sociológicas e históricas que dan forma al carisma que presentan
los espacios y líderes del evangelismo indígena chaqueño. En efecto, nos
interesa indagar el carisma como una variable fructífera para abordar las
formas de pertenencia religiosa y la legitimación de los líderes más allá de
los cargos institucionalizados que los mismos detenten al interior de las
congregaciones. Luego de repasar algunos ejes teóricos sobre el estudio
sociológico del carisma, el artículo propone un análisis de dos formas en que este
se expresa en la experiencia del evangelismo indígena chaqueño, modalidades que
involucran distintos espacios y agentes sociales con sus propias valoraciones,
percepciones, competencias y expectativas. Por un lado, el carisma
institucional de las misiones e iglesias, entendidas aquí como centros
simbólicos que condensan y transmiten por contacto valores socialmente
estimados por la gente. Por otro, el liderazgo carismático de los pastores y
especialistas rituales, donde concepciones y pragmáticas del poder se ponen en
juego y disputa. Estos últimos agentes metaforizan configuraciones históricas
del liderazgo que dan cuenta de formas disímiles de entender y actuar en los
espacios religiosos institucionales, donde articulaciones políticas,
especificidades culturales, proyectos ideológicos y estrategias se solapan de
maneras contradictorias
Repensando el carisma:
relaciones, grupos, espacios
Los estudios sociológicos y antropológicos
sobre el carisma han aportado
facetas importantes para comprender valores y conductas socioculturales
atravesadas por los vínculos diferenciales del poder. Desde la fundacional
noción weberiana sobre la forma de dominación carismática, los estudiosos
permitieron avanzar en la elucidación de este fenómeno social que pone en conjunción
tres cuestiones capitales: la legitimación del liderazgo, la comunidad de
seguidores y las instituciones sociales. Orientados hacia nuestros propósitos
en este trabajo, la idea en este apartado es articular tres enfoques teóricos
sobre el carisma que nos ayudaran a explorar las formas en que se expresan en
la experiencia histórica y contemporánea del evangelismo indígena chaqueño.
El primer enfoque
enfatiza la dimensión relacional, interaccional, del liderazgo carismático. Su
formulación más explícita la encontramos en las “consideraciones teóricas y
metodológicas” que Peter Worsley (1980) introduce en la segunda edición de su
conocido estudio sobre los movimientos milenaristas entre los pueblos indígenas
del Pacífico Occidental durante el siglo XX (llamados en la literatura
antropológica “cultos cargo”). Allí revisa críticamente el concepto de carisma
y de liderazgo carismático para poner de relieve su carácter de producción
social, más allá de cualquier atributo “magnético” de una personalidad individual.
Aunque comúnmente se recorte la noción de Weber (1984) sobre el carisma a “la
cualidad, que pasa por extraordinaria, de una personalidad” (p. 193), es
necesario llegar a la roca de toda la explicación. En efecto, como señala el maestro alemán al final del
mismo párrafo, “lo que importa es como se valora “por los dominados”
carismáticos, por los adeptos” (p. 193). Es a partir de allí que Worsley
observa la clave del reconocimiento del líder en el
efecto catalizador que su
mensaje realiza en los deseos y expectativas del grupo social al que se dirige.
“Su función catalizadora –afirma Worsley (1980)- consiste en convertir la
solidaridad latente en acción política y ritual activa” (p. 23). Como luego
observaremos, estas dos últimas cuestiones (la acción política y ritual
activa), serán importantes para nuestro análisis sobre las variedades del
liderazgo carismático entre los indígenas evangélicos del Chaco Argentino.
La segunda
contribución teórica que integraremos se sostiene en el estudio de Norbert Elias
(1997) sobre la figuración social que denominó “establecidos” y “marginados”,
donde nos presenta la noción de carisma de grupo. Aquí hay otro giro
teórico, que permite ubicar la influencia de
Aquí podemos
articular la tercera noción de carisma amparada en las conceptualizaciones
realizadas por Edward Shils (1965) sobre los centros simbólicos del poder y el carisma institucional. Dos puntos son importantes para destacar, en
la medida en que nos permitirán iluminar las experiencias sociales que
abordaremos. El primero es la conexión que se presenta entre los valores
simbólicos de los individuos y su relación con los espacios activos del orden
social, entendidos estos como sinécdoques del propio líder carismático. En
palabras de Clifford Geertz (1994) en un trabajo donde revisita los conceptos
de Shils, que serán luego vertebradores en su cautivante etnografía histórica
sobre el Estado balinés pre-colonial del siglo XIX (Geertz, 2000):
Esos
centros, que “no tiene nada que ver con la geometría y poco con la geografía”,
son, esencialmente, lugares en que se concentran los actos importantes;
constituyen aquel o aquellos puntos de
una sociedad en los que sus principales ideas se vinculan a sus principales
instituciones para crear una arena política en la que han de producirse los
acontecimientos que afectan más esencialmente las vidas de sus miembros. Es la participación –incluso la
participación antagónica- en esas arenas y en los acontecimientos trascendentes
que en ellas suceden lo que confiere carisma (p. 148) (cursiva agregada).
De esta manera,
estos ‘centros’ no solo simbolizan y legitiman el poder instituido y encarnado
en sus líderes (profetas, reyes, sacerdotes, misioneros, pastores, etc.), sino
que sintetizan espacios carismáticos
a partir de la participación colectiva, tanto en celebraciones públicas
(ceremonias, manifestaciones, mítines, etc.), como en instituciones claves del
orden simbólico y político de una sociedad en un contexto histórico concreto.
Es precisamente sobre esta última cuestión que Shils (1965) trabaja su concepto
de carisma institucional, el cual “no
se deduce de la creatividad de un individuo carismático” sino que “es inherente
a la organización masiva de la autoridad” (p. 206). Aquí el carisma se dispersa
en una jerarquía de roles sociales al interior de una sociedad o un grupo
corporativo religioso o secular, donde sus agentes principales son “recipientes
de deferencia” (Shils, 1965, p. 209) y donde aquellos involucrados en un orden
institucional son asimismo productores y reproductores del carisma grupal.
Estas nociones repasadas nos permitirán
conceptualizar con mayor arraigo nuestra indagación sobre las formas sociales y
simbólicas en que se expresa el carisma en el contexto del campo evangélico
indígena chaqueño. Sin ánimos de agotar una posible clasificación, o menos aún
de reificar las categorías teóricas, analizaremos dos arenas sociales
interdependientes donde estas revisadas nociones ocupan un lugar medular en sus
fundamentos y dinámica social: la dimensión espacial e institucional del
carisma de las misiones e iglesias (como centros simbólicos) y el carisma del
liderazgo religioso. Sobre este último discriminaremos dos figuras carismáticas
que involucran experiencias diferenciales de habitar el espacio religioso en
sus formas institucionales, políticas y cosmológicas: los pastores o
evangelistas y los especialistas ceremoniales (cantantes, dancistas,
administradores de alabanza).
Espacios y
centros carismáticos en el evangelismo indígena chaqueño
En el Chaco Argentino, la
actividad de los misioneros protestantes fue correlativa a una compleja
experiencia de restructuración social y cultural de los grupos indígenas.
Instalada en fuertes coyunturas sociopolíticas y económicas, donde la conquista
militar entre 1880 y 1911, las políticas de colonización y las diatribas por
los límites fronterizos nacionales fueron capitales, el proceso implicó una
acomodación diferencial donde los aborígenes fueron forzados, ideológica y
materialmente, a ocupar las posiciones más bajas en los márgenes de los
márgenes del estado (Girbal-Blacha, 2011). El contexto socio-económico de la
región, marcado por un capitalismo periférico orientado especialmente a la
producción azucarera, maderera y agrícola, implicó asimismo un escenario de fuertes
mutaciones y movilidades de trabajadores migrantes, empresarios, misioneros y
agentes estatales. Unido a esto, las misiones franciscanas de
Concebidas como
prácticas históricas, las experiencias de misionalización en el Chaco argentino
constituyen una configuración social en donde se articulan imaginarios y
acciones culturales, procesos sociales y trayectorias individuales generados
por los misioneros y los actores indígenas en el marco de condiciones específicas.
Este proceso fue iniciado por los anglicanos en 1911 y continuado por distintos
emprendimientos misioneros, donde se destacan pentecostales escandinavos y
norteamericanos (1920 y 1940 respectivamente), evangélicos ingleses, como los
“hermanos libres” (1912) y
A partir de 1914 empezaron a circular
noticias en el territorio indígena del Chaco Central, donde el trabajo durante
ocho meses en los ingenios azucareros de Salta y Jujuy fue un espacio de
profusa comunicación intercultural, sobre unos “gringos buenos que ayudan a los
aborígenes”. Fueron estos rumores utópicos los encargados de sedimentar una
apreciación cada vez más generalizada entre los pueblos chaqueños respecto a
las misiones como espacios de refugio y protección. En efecto, las crónicas
orales aborígenes como también las fuentes escritas por los misioneros de
distintas corrientes (en cartas, diarios y publicaciones misioneras), coinciden
en señalar un fenómeno social distintivo que da cuenta de la percepción y
praxis indígena sobre estos nuevos agentes y espacios encarnados
metonímicamente en las figuras del misionero y la misión. Refiero a las
regulares prácticas de búsqueda de misioneros por parte de comitivas indígenas.
“Fijate que no teníamos teléfono ni nada, pero igual sabíamos, y un grupo se
organizó para ir a buscarlo”, me refería Miguel, un reputado evangelista qom del este formoseño mientras
repasábamos la historia del misionero John Church de
Messangers are coming and going… They want a ‘father’
that looks after them, as they always call the mission. ‘When
can you send us someone’, escribía un misionero anglicano en 1929 (en Torres
Fernandez 2006, p. 68).
Las misiones protestantes instaladas en
diversos puntos del territorio se transformaron así en nuevos lugares de
residencia para numerosas familias indígenas, lugares que los protegían de las
regulares escaramuzas interétnicas y de las múltiples violencias instaladas por
los “blancos”. Dentro de estas últimas, la atención médica brindada por los
misioneros (tarea encaminada en general por sus esposas o por
misioneras-enfermeras independientes) ante el avance epidémico de la viruela,
la tuberculosis, la fiebre amarilla, entre otras enfermedades, se articuló en
una teología higienista que conectaba la reforma moral y el disciplinamiento
corporal, una marca distintiva de las culturas misioneras protestantes de la
época (Comaroff & Comaroff, 1991). Pero junto a esta labor en pos de la
inmunidad sanitaria de los indígenas, en un contexto fronterizo de
estigmatización social y ausencia del estado, las misiones también abogaron por
la ‘inmunidad diplomática’ de los mismos. Ciertamente, una práctica común
–aunque no exclusiva- a estos espacios carismáticos fue la realización de los
llamados “salvoconductos”, documentos que los misioneros confeccionaban para
que los indígenas chaqueños pudieran circular libremente –valga el cinismo de la
historia- por su propio territorio, o bien provincias vecinas, bajo el amparo
de ese poderoso “papel” que debía ser entregado a militares o colonos para
legitimar su condición de “indio bueno”, “cristiano”, “pacificado” (Wright,
2003; Gordillo, 2006). Todavía en los años sesenta, los misioneros continuaron
realizando estos ‘pasaportes’ (como también fueron conocidos) devenidos en
cartas de recomendación para el libre tránsito y la posible obtención de
trabajo.
El
portador de este salvoconducto” –escribía el misionero sueco Oloff Johnson
hacia fines de 1960- “pertenece a
La protección, la curación, la enseñanza de
la escritura y la agricultura, el acceso a las vestimentas y hábitos
occidentales y sobre todo –siempre de acuerdo al punto de vista indígena- el
conocimiento del Evangelio, son los
hechos centrales que asentaron la construcción valorativa de las misiones como
centros simbólicos condensadores y dispensadores de carisma, en tanto crédito
moral individual y colectivo. Junto a esto, la intensidad de este carisma se
articula con la mitopoiesis histórica indígena donde se enfatiza el corte,
producido a partir de la llegada de los misioneros, entre “el tiempo de los
antiguos” y “la gente de ahora”. Es a partir de esta percepción de
discontinuidad radical en el devenir cultural donde los pueblos chaqueños
construyen un nuevo relato fundador, marcado por el fin de las guerras
interétnicas y el conocimiento de “las cosas de la sociedad”, gracias al Evangelio traído por los misioneros
(Ceriani Cernadas, 2009; Gordillo, 2010)[4].
Este nueva mitología puede ser pensada asimismo –siguiendo las indagaciones de
Falco (2010)- como una “experiencia carismática grupal” (p. 2), que condensa
valoraciones positivas que unen al grupo en una memoria y trayectoria
compartida, cuyos agentes y acontecimientos encarnan una cualidad especial. “La
casa de mi Dios, todo está bien. La casa de mis Dios, hay lugar hay libertad”,
recordaba en el 2003 un anciano qom
del oriente formoseño, sobre el primer coro que les había enseñado el misionero
“Chur”; expresando una de las facetas
carismáticas que esos espacios tuvieron para la experiencia indígena chaqueña.
Durante fines de la década de 1940,
comenzaron a surgir en el centro del por entonces Territorio Nacional del Chaco
pequeñas congregaciones qom
influenciadas por el mensaje del misionero estadounidense John Lagar durante
1940 y 1945 en Resistencia y Zapallar (actualmente General San Martín). Junto a
esto, el jefe regional Pedro Martínez de Pampa del Indio, viajó a Buenos Aires
en marzo de 1947 para concretar una audiencia con el Presidente Perón (la cual
se efectivizó) y comunicar su reclamo por la concesión de tierras y la
necesidad de atender sus marginadas condiciones sociales. Ya habiendo sido
contactado por misioneros suecos que visitaron la obra de Lagar en Resistencia,
tenían un contacto para establecer vínculos institucionales con las Asambleas
de Dios en Buenos Aires, todavía muy ligadas a esta corriente escandinava. Pero
en vez de relacionarse con dicha congregación, Martínez y sus allegados
visitaron una escisión de la misma ubicada en
En esta historia se cifra algunas de las
particularidades que asumirán las iglesias indígenas chaqueñas y los carismas
que compendian tanto ellas como sus dirigentes. Más allá de la pauta cultural
de los jefes tobas de viajar al centro simbólico del poder nacional y
entrevistarse con su máximo representante, práctica antecedida por diversos
caciques desde –por los menos- los años 20 y continuada en la actualidad, lo
interesante a nuestros fines es la configuración del carisma institucional
propio de las iglesias. Si a los ojos de los protagonistas aborígenes, el
carisma sintagmático de las misiones y los misioneros se sustentaba en su
capacidad protectora, sanadora y mediadora[5],
las iglesias coagulan para sus actores otros dos sentidos positivos
interconectados: conformar un ámbito de sociabilidad netamente indígena y
constituir una institución que personifica y demuestra las capacidades
“civilizadas” de sus integrantes a partir de su carisma institucional.
Respecto al primer punto, se ubica la
importancia de los cultos evangélicos en la vida social de las comunidades
indígenas, tanto en las zonas rurales como en los barrios periféricos de las
ciudades de Formosa, Chaco y Salta. Siendo una temática que será retomada al
final del artículo, por el momento ahora nos interesa subrayar que los
servicios regulares se realizan
los días domingos y miércoles, aunque cada iglesia suele disponer de un
calendario propio, cuya actividad fluctúa de acuerdo a la red de relaciones con
otras congregaciones, engarzadas también en la circulación étnica transnacional
entre Bolivia y Paraguay. Esta red y circuito religioso, que confiere un prestigio
recíproco tanto a los predicadores y/o grupos musicales que se movilizan como a
las iglesias y dirigentes que los hospedan, se inserta en un conjunto de
actividades religiosas que permean regularmente la vida social de la gente. Es
posible diferenciar tres tipos de actividades. En primer lugar, las valoradas
ceremonias conmemorativas relativas a los aniversarios de fundación de cada
iglesia, en el sentido concreto de cada congregación local y no de la
denominación[6].
Notamos aquí también otro símbolo del carisma institucional de las mismas,
donde se actualiza la genealogía del evangelista fundador y se enfatiza la
discontinuidad positiva que “la llegada del Evangelio” tuvo para la gente. En
segundo lugar, celebraciones de ritos de transición, como las consagraciones de
bebés, los bautismos, los cumpleaños (fiestas de 15 femeninas de manera
especial) y los casamientos. También se integran a esta modalidad, las
ceremonias de aniversarios de casados y las fiestas del calendario religioso,
como pascua, navidad y año nuevo. Por último, señalamos las actividades
especiales del calendario eclesiástico de cada denominación, vinculadas a su
propia organización y dinámica interna, como por ejemplo la reunión de comisión
de mujeres, de jóvenes, de pastores, etc... Es de remarcar que estas tres
modalidades discriminadas convergen en un hecho capital: todas conforman focos
intensos de interacción e intimidad social, con sus clivajes de amistad y
competencia, solidaridad y conflicto, donde se aglomeran heteróclitamente, al
modo de los ‘hechos sociales totales’ que nos enseñó Marcel Mauss, fenómenos
espirituales, sentimentales, morales, familiares, políticos, jurídicos y
económicos.
El segundo
tema nos ubica en la valoración cultural que las sociedades indígenas chaqueñas
otorgan a la palabra escrita y a los soportes mismos en que se presenta
(Wright, 2003; Dasso & Franceschi, 2010). Los mencionados “pasaportes”, las
credenciales de iglesias, los documentos de identidad, los certificados y
libros eclesiásticos (desde
El carisma como praxis política y mediación cosmológica
Uno de los temas capitales del cambio sociorreligioso de
los pueblos indígenas chaqueños involucra la redefinición de los esquemas de
liderazgo, hecho que comparativamente abre el espectro a otras experiencias
indígenas de “conversión” al cristianismo (Guerrero, 2005; Keane, 2007). Tengamos
presente que las jefaturas de los grupos lingüísticos guaycurú (qom, pilagá,
mocoví), si bien fueron acomodándose
progresivamente después de las políticas de conquista y colonización desde
fines del siglo XIX, se sustentaban en la imbricación entre los órdenes que,
desde nuestras categorías, solemos definir como “religiosos” y “políticos”. Y
ambos se sostenían en el carisma de los jefes, que como tal debían demostrarlo,
corroborarlo, aunque la herencia de la jefatura proviniera por ascendencia de
parentesco. ¿En qué consistía el mismo? En los valores que la gente depositaba
activamente en él en tanto “signos” y “pruebas” que legitimaban su posición en
tanto manifestaciones objetivas del carisma: el coraje guerrero, la capacidad
oratoria, la ocupación por el bienestar del grupo, la capacidad de arbitrio en
las rencillas internas y el poder shamánico (Wright, 1990; Braunstein, 2008).
Los wichí, pertenecientes al tronco
mataco-mataguayo, distinguen entre el liderazgo político (a cargo del niyat) y el shamánico, pero los
atributos carismáticos de ambos residían también en aquellas señaladas
propiedades donde el sostenimiento y protección del grupo eran la clave
(Palmer, 2005).
Es congruente entonces que
con los cambios suscitados a partir de la conquista militar y la progresiva
intromisión de colonos y representantes estatales, los liderazgos indígenas
hayan tenido que adaptarse activamente a las nuevas exigencias y valoraciones.
Así, en los grupos chaqueños fueron especialmente las funciones guerreras de
los liderazgos las que debieron girar hacia una dimensión transaccional
(Susnik, 1969), hacia una nueva forma de mediación sociocultural con los
criollos, militares, misioneros y políticos. Sin intenciones de cosificar un
cuadro de evidente complejidad, podemos no obstante esbozar una breve tipología
histórica sobre cuatro tipos de liderazgo transaccional entre los indígenas
chaqueños durante el siglo XX. El primero refiere a los jefes devenidos en
“mayordomos”, nombre otorgado a los reclutadores de mano de obra, y como tal
procuradores de trabajo para la gente, para el trabajo estacional de la zafra
en los ingenios azucareros del pedemonte andino en las provincias de Salta y
Jujuy, y en menor medida el sureste de Chaco, desde 1880 hasta 1960. En el
contexto de esta compleja articulación social surgirá otro tipo de liderazgo cuyo
reconocimiento social orbitará en una nueva y fundamental competencia necesaria
para los próximos líderes: el conocimiento del castellano. Es el caso de los líderes lenguaraces (intérpretes,
traductores), negociadores con los criollos en los empleos de la zafra, las
fincas agrícolas, la cosecha de algodón y el desmonte, e interlocutores válidos
antes el estado nacional por reclamos territoriales y laborales (Brausntein,
2008). La posición mediadora de los mismos, presionados por exigencias internas
y externas, los llevó a ocupar un lugar ambiguo y ‘peligroso’, que implicó
relaciones de proximidad con los poderes hegemónicos (empresarios, militares,
políticos) como también de oposición y enfrentamiento. Algunos de ellos
cumplieron funciones de vigilancia interna en reducciones estatales, enclaves
industriales y misiones protestantes. Refiero particularmente los casos de
Colonia Napalpí (fundada en 1911, actualmente Colonia Aborigen Chaco), el
Ingenio-Pueblo Las Palmas (fundado por los hermanos británicos Richard y
Charles Hardy en 1884), ambos localizados en el suroeste del por entones
Territorio Nacional del Chaco, y Misión
Si bien los relatos
escritos por los misioneros revelan la desconfianza inicial que le tributaron
los indígenas, ya describimos el contexto histórico social que tendió un
horizonte de posibilidad hacia la interacción con estos nuevos personajes. Los
mismos curaban, cantaban y hablaban sobre el amor y las normas que dispensaba
un “gran padre” que, afín a las escalas verticales de las abiertas cosmologías
guaycurúes y mataco, habitaba en el cielo mayor y había dejado un gran libro a
sus “hijos”. Los jefes indígenas (también llamados ‘padres’ o ‘cabezas’ sus
lenguas vernáculas) vieron en los misioneros a unos nuevos aliados, en cuyos
emplazamientos podían estar seguros y a partir de los cuales esperaban –y
demandaban- una posibilidad de acomodación a ese enrarecido nuevo orden de
cosas, de allí que los pedidos de alfabetización, de salud y de trabajo hayan
sido constantes en estos encuentros. Fue así como varios de ellos, que ya se
ubicaban en esta tercera modalidad del liderazgo transaccional, fueran los
primeros “conversos” e interlocutores entre ambos grupos en contacto, como el
caso –entre varios otros- del cacique Ibarra en la pionera Misión Chaqueña y de
Sanabria en la misión Emmanuel del oriente formoseño.
Pero
asimismo, la interacción con los misioneros abrió el juego a nuevas
posibilidades de asumir funciones del liderazgo carismático a partir de la
acción de los evangelistas indígenas
y de los especialistas del culto (especialmente
cantantes y danzarines). Estos se insertaron en nuevas categorías sociales
creadas por los misioneros protestantes, a partir de la cual difundieron su
propia versión del cristianismo tamizando las enseñanzas de los pastores de
acuerdo al propio bagaje cosmológico. En este contexto, las nociones culturales
sobre el origen y fuente del poder y las relaciones de compasión con los
“señores” o “dueños” de las especies fueron capitales (Tola, 2009). Unido a
esto, ellos se ubicaron en una posición intersticial respecto a sus propias
comunidades, marcados por fuertes críticas a valores morales y formas de vida
indígena, pero también sospechas y desilusiones respecto al accionar de los
misioneros protestantes. De este modo, desde 1940 los nuevos líderes indígenas
ligados a las iglesias evangélicas condensaron mayoritariamente las funciones
sociales de la jefatura política-religiosa (Miller, 2008). Ellos se
constituyeron como los interlocutores válidos al interior de las comunidades y
entre ellas y la sociedad englobante. El conocimiento del castellano, el
carisma institucional de las iglesias, su prestigio social al interior de las
comunidades (aunque también disputado y en competencia con otros líderes) y el
deseo de lograr suplir exitosamente las necesidades y expectativas de su gente
dan cuenta de sus principales atributos. A ellos se articularon con el tiempo
intelectuales y dirigentes que abrieron el espacio a una filosofía política
indígena, como el caso del renombrado Orlando Sanchez –qom de la provincia de Chaco, traductor bíblico, historiador,
pensador, segundo presidente de
Volvamos ahora a la
experiencia de vida de don Lisandro Vega, Eisejuaz,
originario del Pilcomayo superior en el Chaco salteño y criado en la misión
indígena de Embarcación. Esta fue
organizada en 1936 por el noruego Berger Johnsen y en 1962 relocalizada en la
periferia del poblado bajo el nombre de Misión
Según subrayamos en
el apartado anterior, parte del carisma de las iglesias indígenas, transmitido
por las enseñanzas de los misioneros y apropiado creativamente por los
aborígenes, radicó en el prestigio de su ethos
burocrático (aunque no necesariamente practicados de acuerdo a nuestros
cánones), con sus libros, sus tiempos prefijados, sus cargos y credenciales,
sus comisiones directivas y sus elecciones representativas (en algunos casos,
como el de la hegemónica IEU, estas suelen desencadenar auténticos dramas
sociales con fuertes antagonismos, acusaciones, fisiones e impugnaciones de
listas y/o comicios). Pero este ethos
no alcanza por sí mismo, pues debe ponerse en correlación positiva con las
prácticas ceremoniales locales y concretas de cada congregación, auténticas
usinas del poder trascendental desde la concepción indígena (y pentecostal),
que encuentran su legitimidad y expresión cultural a través de los cantos, las
alabanzas y las danzas. Retomando lo señalado en el apartado anterior, dentro
de las experiencias sociorreligiosas indígenas surgidas del contacto con las
diversas agencias misioneras, la apropiación del pentecostalismo generada por
los grupos qom en el centro y este
del territorio chaqueño durante los años 40 tuvo una influencia notable en la
articulación cosmológica y ritual del mensaje cristiano (articulación abierta,
indeterminada, a-sistemática). Hacia los años 80 estas expresiones se vieron
acompañadas por una progresiva revitalización cultural y lingüística
adquiriendo una dimensión regional e influenciando a otros grupos aborígenes
chaqueños vinculados a las trayectorias misioneras de los anglicanos y los
pentecostales escandinavos. Estos últimos, emocionalistas
en sus expresiones cúlticas, pero
ascéticos e iconoclastas ante los cantos con instrumentos y estilos mundanos
(tema que produjo conflictos fuertes en el seno de sus congregaciones).
En efecto, como han
marcado varios estudios antropológicos, uno de los rasgos característicos del
pentecostalismo que presenta una afinidad electiva con la cosmovisión guaycurú
y mataco se asienta en la comunicación directa con lo numinoso en pos de la
obtención contractual de un poder (napishic
o haloik en lengua toba, qapfwayaj en wichí). De esta manera, los
llamados “dones carismáticos del Espíritu Santo” son ampliamente deseados para
la cura de enfermedades y la fortaleza física para danzar o hacer música en el
culto, y se interpenetran al poder
oracular de los sueños y a las visiones y encuentros con poderosos seres
celestiales. En este contexto, prácticas comunes en los ritos
de curación shamánica, como el canto repetitivo e incesante, los soplidos y
succiones, junto a símbolos dominantes como el fuego y el corazón (locus
del poder sagrado), encontraron un espacio de resemantización en la cosmovisión pentecostal, donde aquellos
símbolos también ocupan un lugar central (Wright, 2003). Asimismo, la “guerra
espiritual” entre potencias no-humanas o extra-humanas, sea para curar, dañar o
matar, fue incorporada en las concepciones indígenas con nuevos rasgos de orden
moral en donde los antiguos espíritus protectores de los shamanes fueron o bien
derrotados o bien subordinados al poder del Espíritu Santo.
Como expresamos párrafo arriba, desde los años ‘80 en adelante se dio un proceso de
conversión interna de numerosos grupos wichí
y qom del oeste, evangelizados y
tutelados por los anglicanos y escandinavos entre 1914 y 1985, hacia una
progresiva (neo) pentecostalización
indigenista de las formas ceremoniales y experienciales bajo la influencia de las
iglesias autónomas tobas, vinculadas a
Es en este tejido cultural
en donde los especialistas rituales, cantantes, “jefes” o “administradores” de
alabanzas, dancistas, encarnan un
carisma particular siendo su función central demostrar su competencia en
aquellas prácticas que canalizan el acceso a la experiencia emotiva y extática
del culto pentecostal. El carisma de estos especialistas redunda así en sus
dotes corporales y performáticos, en el cantar bien, en administrar la
ceremonia con “palabra linda”, en danzar con entusiasmo y dirigir a los grupos,
pues de ellos dependen en buena medida tanto a la concurrencia a los cultos
como la presencia del Espíritu en los mismos. De allí que estos cantantes,
grupos musicales y dancistas establezcan una ‘reciprocidad carismática’ con los
pastores de las iglesias en la medida en que ambos usufructúan dichos capitales
simbólicos para consolidar, reproducir o expandir su prestigio y reconocimiento
social. Pero esta relación es especialmente positiva en el circuito de
presentaciones que realizan estos cantantes y grupos, donde los pastores y dirigentes
deben poner en escena su hospitalidad (en la recepción, la comida y el
hospedaje) y los invitados demostrar el entusiasmo que generan en la audiencia,
donde la duración de los cultos se posiciona como vara de medida. En las
iglesias indígenas chaqueñas un culto exitoso, sobre todo en una situación
especial de aniversario de iglesia o fiesta religiosa, es aquel que más dura, a
veces pasando las cuatro horas, pues devela la fuerza, el entusiasmo, en
definitiva, el poder manifiesto del Espíritu. Tengamos en cuenta, como analizó
Citro (2009) detalladamente, que nos referimos a producciones culturales
iniciadas en los años 70 –los conjuntos musicales tobas concretamente- y 90
–los grupos de danzas de alabanza- que presentan fuerte dinamismo y heterogeneidad
en un circuito religioso y comercial cada vez más ampliado donde son
fundamentales los rasgos espectacularizados de las performances y la creativa
adaptación de nuevos ritmos musicales con letras también novedosas.
Habiendo delimitado los
rasgos clave de este tipo de liderazgo carismático vinculados a la acción
performática en tanto mediación cosmológica con los poderes espirituales
culturalmente valorados, podemos profundizar sus características a través de un
ejemplo particular que también nos ilumina –como en el señalado caso de Esisejuaz y a su vez ligado al mismo
contexto sociorreligioso- las variedades del carisma y las continuidades y
rupturas que el mismo transita entre diversos agentes, o entre los mismos
agentes a lo largo de su recorrido biográfico. Aquí
ubicamos el caso de Armando[8], qom’lec promediando sus cuarta década y perteneciente a las
familias más antiguas provenientes de Monte Carmelo (Noreste de Salta) en
instaladas en la antigua misión organizada por Johnsen. Armando fue educado formalmente
hasta mitad de la escuela secundaria, donde adquirió sus amplias competencias
en la escritura y el idioma castellano. Al igual Santos Aparicio, el primer y
afamado evangelista indígena de esta corriente, pero sesenta años después,
Armando trabajó en el ferrocarril durante varios años, hecho que recuerda con
sumo aprecio pues le permitió “conocer muchas personas, distintos lugares y muchas cosas que no sabía”. Con la
instalación de las nuevas leyes indígenas durante los años ’90, se dedicó a “la
política” –según sus propios términos- encaminando la comisión toba de Misión
Hombre afable,
locuaz e inteligente, con marcadas cualidades para el canto, la predicación y
la organización de los cultos, Armando representa al líder carismático que
encuentra una legitimidad al interior de la comunidad y entre muchos otros
asentamientos indígenas de Salta, Formosa y sur de Bolivia que visita con
frecuencia con un grupo musical o con jóvenes de la misión. En sus funciones
religiosas cumple el rol del evangelista contemporáneo, siendo un reputado
cantante y maestro de ceremonias. Pero sin embargo la relación con el actual
pastor principal de la misión es tensa, hecho que engloba a otros líderes
religiosos de
La iglesia viene de una época misional,
fijate que fueron 80 años en que los misioneros hacían y deshacían lo que
querían. Al principio era necesario, después ya no. En los años 60 comenzó a
extenderse la obra entre las poblaciones criollas y también se institucionalizó
más con la creación en 1968 de
Pero a
diferencia de otros líderes actuales donde la enemistad con el pastor principal
es más marcada, en el caso de la relación con Armando esta necesita una
instancia de “tregua simbólica”, pues como el propio pastor advierte “todos en
Consideraciones finales
Con
probabilidad no exista un liderazgo social que resulte exitoso en algún
aspecto, sobre todo en la arena política y/o religiosa, y no dé cuenta de una
relación carismática. Las formas organizativas tenderán a rutinizar esta relación a partir de mecanismos discursivos y rituales
orientados a la reproducción del carisma, como también a su coagulación
simbólica en espacios institucionales que condensan memorias, experiencias,
sentimientos e identidades, inscriptas asimismo en los diversos roles de los
agentes y el poder que ellos ejercen. En un movimiento religioso como el
pentecostalismo donde la producción social del entusiasmo es seminal, las
prácticas de corroboración del carisma de los líderes pasados o vigentes, de la
iglesia, de la historia o tradición étnica o misionera y de los ritos
particulares se incorporan a esa producción.
En las iglesias indígenas del Chaco argentino, el
liderazgo religioso adquirió una de las modalidades de acción del denominado
liderazgo transaccional. En esta variedad, donde lo político y lo religioso
continúan interpenetrados, las funciones del pastor o evangelista se
diversifican en la negociación de recursos materiales, la mediación social con
agencias y representantes de la sociedad dominante y las traducciones
cosmológicas del cristianismo en base a la visión shamánica del poder y la
compasión. Las diferencias en las
variedades del carisma repasadas, asentadas en los espacios significativos y en
los liderazgos discriminados, abrevan en esta dimensión de vasta importancia:
la mediación social y cultural. En efecto, las misiones e iglesias
protestantes, los evangelistas y pastores indígenas y los especialistas de las perfomances rituales han encarnado
históricamente estilos de mediación entre la cultura protestante euroamericana
y las poblaciones indígenas chaqueñas, entre los seres sobrenaturales y los
seres humanos, entre los pueblos indígenas y la sociedad envolvente y entre las
diferentes parcialidades indígenas del territorio chaqueño. Estas formas de
mediación, asimismo, no han sido homogéneas ni lineales, sino parciales y
fragmentadas, donde se enfatizaron algunos rasgos más que otros, como la
escritura, la educación, el canto, la danza o el éxtasis ritual.
En tanto demostración objetiva de las cualidades del
líder, el hecho que mancomuna a los liderazgos religiosos indígenas chaqueños
que hemos revisado es que, en palabras de Braunstein (2008, p. 31), “la
representatividad deriva directamente del éxito de la acción”. Con sus propias
particularidades, las misiones e iglesias indígenas chaqueñas constituyen locus carismáticos de la historia y
actualidad de la experiencia cultural de estos pueblos. Como centros
simbólicos, sintetizan valores, emociones, sentidos e historias que son vividos
y recordados de manera especial. Unido a esto, las iglesias confieren prestigio
no solo a sus dirigentes sino a todos aquellos que se identifican como Evangelio, más allá de su participación
activa en los cultos. En la percepción de los actores allí no solo se han
condensado los valores y acontecimientos que produjeron un cambio positivo
único en su historia sino que también implican instituciones que permiten
obtener beneficios concretos, como bienes, vestimentas, servicios y –siendo el
objeto más preciado por los sujetos- cargos regulares rentados. Es entonces la
adhesión y participación compartida en una iglesia, aquello que extiende el
carisma de las mismas a sus participantes.
Referencias
Bergallo, E. (2004). Danza en el viento. Ntonaxac. Resistencia: Subsecretaría de Cultura
de
Brausntein,
J. (2008). “Muchos caciques y pocos indios”. Conceptos y categorías del
liderazgo indígena chaqueño. En J. Braunstein & N. Meichtry (Eds.), Liderazgo:
representatividad y control social en el Gran Chaco (pp. 5-32). Resistencia: Editorial Universitaria de
Ceriani
Cernadas, C. (2003). Convirtiendo lamanitas. Indagaciones en el mormonismo
Toba. Alteridades, 13(25), 121-137.
Ceriani
Cernadas, C. (2008). Nuestros hermanos
Lamanitas. Indios y Fronteras en la imaginación Mormona. Buenos Aires:
Biblos.
Ceriani
Cernadas, C. (2009). Las Enseñanzas de Don Juan Chur entre los Tobas de
Formosa (Argentina), 1937-1950. Papeles de Trabajo [Buenos Aires], Nº 5, Revista electrónica del Instituto de Altos
Estudios Sociales de
Ceriani
Cernadas, C. (2011a).