Las condiciones de producción
intelectual de los académicos en Argentina, Brasil y México/ Judith Naidorf; Ricardo
Pérez Mora (coordinadores). Buenos Aires: Miño y Dávila, 224 páginas. ISBN:
978-607-450-412-5
Este libro constituye la síntesis de un verdadero
programa de investigación que pone en análisis la producción académica
originada en países tan parecidos como
diferentes: Argentina, Brasil y México. Donde no solo da cuenta de un
itinerario intelectual sino que interpela a la vez al proceso en el que se
desarrollan el rol y la producción de los académicos.
Autores de los tres países aportan
-en un prólogo y once capítulos-enfoques
normativos-descriptivos, que revelan al lector los procesos que regulan y determinan la producción
intelectual, poniendo como eje de análisis la relación entre Estado y
Universidad. Y ello, a partir de reconocer que en los noventa se planteó una
redefinición en la relación Estado-sociedad civil, en que la universidad y por
ende los espacios académicos no permanecieron indemnes a las transformaciones
paradigmáticas que acusó la década; en especial
de aquellas que alteraron valores, patrones y cánones del desarrollo de
la profesión académica.
Analíticamente
es posible hallar dos planos complementarios. Por un lado el plano conceptual, y por el otro, el plano explicativo/contextual.
El primero engloba los capítulos uno, dos, ocho y nueve, que generan distintas
significaciones que sirven al análisis del desarrollo y alcance de las políticas
de Educación Superior. Mientras que el segundo engloba al resto de los
apartados en que se analizan estudios de caso, para comprender tanto la función
social como el protagonismo de las distintas partes que conforman las “condiciones
de producción intelectual de los académicos” (CPIs).
En el primer capítulo Los autores Pérez Mora, Prieto Quezada
y Castellanos Gutiérrez se aproximan a las CPIs
-en tanto objeto de estudio- y reconocen que se encuentran sujetas a
distintas tensiones, a saber: necesidades regionales, dinámica organizacional,
agencias financiadoras, organismos de control público, competencia, entreotras.
Tensiones, que no deben ser analizadas/entendidas en el vacío sino por el
contrario, desde el lazo argumental “estructuradas a partir de” y “estructurantes
de” las distintas CPIs; lo que impacta al interior de la legitimidad e innovación del investigador con
el lógico efecto en su autonomía y legitimidad.
Naidorf, en el
segundo capítulo, desarrolla el concepto de las Actuales Condiciones de Producción
Intelectual (ACPI)que sirve al propósito del análisis de los principales aspectos
de la política del Conicet[1]
a partir del 2007 y el programa RAÍCES[2].La
autora señala así indicadores tales como: híper-productividad, competencia
entre pares, la tensión entre la individualización y la promoción del trabajo
grupal, la burocratización de las actividades de investigación-proyectos
específicos-la mayoría de las veces guiados por la necesidad de la obtención de
subsidios, la tensión entre la híper-especialización y los abordajes inter,
multi y transdisciplinarios. Así plantea que la permanente búsqueda de financiamiento para
la investigación como la suma de tensiones originadas a investigar determinados
temas que se corresponden con esta necesidad, terminan afectando de manera
sustantiva a las distintas ACPIs y por lo tanto la función social del
intelectual.
En el octavo capítulo Perrota
interroga sobre la internacionalización de la investigación; y considera que
esta forma en sí misma no implica un abandono de las políticas científicas de
los Estados sino todo lo contrario; debido principalmente a que la
internacionalización es un eje transversal en las políticas científicas, que
tributa al financiamiento local e internacional, destacando que este último
propone una agenda investigativa en función de sus intereses.
Vasen, en el noveno capítulo,
interroga en torno a la “democratización de la ciencia”. Apela para ello a dos
procesos que atraviesan las distintas ACPIs en Latinoamérica: la “política para
la ciencia” y la “ciencia para la política”. De esta forma la democratización
de la ciencia no implica un conocimiento vernáculo, ya que la respuesta local
debe ser un complemento de la agenda internacional.
Retomando el concepto de ACPI, en el tercer capítulo,
Gómez, analiza el desempeño de distintos aspectos de la política de Ciencia y
Tecnología en Argentina (2001-2011); dos son las principales cuestiones a
indagar: ¿Por qué se han elegido determinadas áreas prioritarias?; ¿a qué
sectores han apuntalado las políticas de Ciencia y Tecnología gubernamental?
Partiendo de la premisa del Estadocomo “arena de disputa”; las políticas
aparecen ligadas a intereses macroeconómicos de altas ganancias, más que a
otras demandas sociales prioritarias, por ejemplo salud o vivienda; lo que implica
que el modelo de producción intelectual
sigue dependiendo de las matrices económicas dominantes por lo que el aumento
en recursos por parte del CONICET no se traduce empíricamente en la disminución
de la brecha entre pobres y ricos, al igual que reproducen ciertas injusticias
laborales.
El cuarto capítulo analiza el sistema de Educación
Superior brasilero, los autores Monfredini, Souza
SantaCruz y de Sousa
Neto, lo caracterizan como una
relación entre el Estado y los sectores privados, en que el primero adecua los
recursos humanos en atención a la demanda
privada. Se analizan condiciones laborales que se presentan como precarias y el
sistema de evaluación, concluyendo que al igual que sus pares latinoamericanos el
sistema adopta una forma de valoración basada en el control, que destaca el
resultado como eje normativo.
Los capítulos cinco, seis, siete,
diez y once analizan el caso mexicano. En
el quinto apartado
Ortiz Lefort analiza el caso de las universidades públicas. Entendiendo que el
conocimiento universitario no puede ser entendido en su totalidad, sino se lo concibe
como una “totalidad” en el que confluyen elementos heterogéneos -diversas
disciplinas y culturas, individuos, instituciones, contextos regionales, financiación,
y políticas educativas- con múltiples articulaciones: de lo que resulta que el
sistema mexicano sea un híbrido entre
trabajo individual y grupal como así también entre disciplinar e
interdisciplinar. Sin embargo la autora reconoce que los investigadores
mexicanos deben aún superar los dilemas axiológicos que permita que el ethos
académico prevalezca sobre el mercado.
García Ponce de León, Zorrilla Abascal y Barrera
López
analizan, en el sexto capítulo, la organización de las prácticas de los profesores
en la Universidad Pública; haciendo hincapié en los límites difusos de
las políticas universitarias,
que obstaculizan la libertad académica que favorece una producción signada por
una matriz desigual.
En el séptimo capítulo Lladó Lárraga, Guzmán Acuña
y Sánchez
Rodríguez se sirven de
algunas de las condiciones de producción mencionadas por Naidorf; a fin de
demostrar que la investigación es
evaluada en torno a factores de rendimiento y posible financiación más que a
fortalecer el pensamiento crítico; por lo que los bajos niveles de innovación atentan
a la producción de contenido que podría resultar esencialmente más relevante al
conjunto social.
En el décimo capítulo Ulloa Cazarez
incursiona en las consecuencias de la “educación a distancia” y analiza la
transición digital en la Educación Superior.
Un escenario que impacta en los docentes, ya que muchas veces el avance
de las tecnologías de la información es ajeno a los sistemas de evaluación
gubernamentales o pueden entrar en conflicto con el statu quo
jurídico/institucional.
En el último capítulo Guzmán Acuña,
Martínez Bocanegra
y Mascorro Barrón infieren que no todas las
universidades, sirviéndose del conocimiento producido por la investigación, cumplen de igual forma la función
de contribuir a la atención
de los problemas sociales,
económicos,
políticos y culturales; lo que podría asociarse a las
características de los sujetos que conforman cada institución, que son producto de las distintas ACPi, y se dividen
en grupos claramente definidos: docentes, por un lado, e investigadores netos,
por el otro.
El libro, en su conjunto, genera más que un
acercamiento, una construcción de un andamiaje analítico para temáticas de Educación
Superior, permitiendo comparaciones en países importantes de la región a la vez
que considera especialmente el contexto socio-histórico y económico de cada
país. A la vez, permite entender cuáles son los incentivos institucionales y
políticos de los que se nutre el sistema, y qué efectos tiene esta dinámica
sobre la calidad educativa de las universidades públicas. También deviene menester
destacar el rol que debe cumplir el investigador cuyo desempeño es atravesado
por un Sistema del que también forma parte.
Los autores de este volumen han configurado líneas y
debates en torno a las estructuras que organizan y condicionan la producción
intelectual y la importancia de lo cuantitativo y lo cualitativo como parámetro
de calidad.
La mayoría de sus capítulos exhiben conclusiones
abiertas que invitan a una reflexión y por qué no a la suma de nuevos aportes,
por lo que resulta una obra recomendable para estudiantes, docentes, e
investigadores en la medida en que versa sobre temas que atañen a las formas de
producción y evaluación del conocimiento
y sus consecuencias