MIRÍADA. Año 3, No. 5 (2010)

© Universidad del Salvador. Facultad de Ciencias Sociales.

Instituto de Investigaciones en Ciencia Sociales (IDICSO), ISSN: 1851-9431

 

Historia de la clase media argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión, 1919-2003 / Ezequiel Adamovsky. Buenos Aires: Planeta, 538 p. ISBN 950492106X

 

     Curiosamente, en un país en el que casi todos se reconocen como integrantes de las clases medias,  no existía en la bibliografía sociológica e historiográfica un abordaje sistemático y específico acerca de esta temática. Ello contrastaba con el abundante material disponible acerca del desarrollo de la clase obrera y el movimiento sindical.

Ezequiel Adamosvsky, Licenciado en Historia egresado de la Universidad de Buenos Aires y doctorado en la misma disciplina en la UCL/Universidad de Londres, dedicó diez años a una exhaustiva investigación sobre el tema. Llena, pues, un vacío en el conocimiento de una cuestión tan arraigada entre  los argentinos, como relevante para las Ciencias Sociales en general.

 ¿Cuándo comenzó a hablarse de una ‘clase media’ en Argentina; quiénes y con que objetivo fueron los primeros en hacerlo? ¿Cuándo encarnó en una identidad social extendida y qué sectores fueron los que la adoptaron? ¿Por qué en Argentina, a diferencia de otros casos, la identidad de clase media se confundió con la de la nación misma? ¿Cómo afectó esta identidad sobre la política nacional? ¿Por qué existe hoy tanta gente que se siente ‘de clase media’ aunque ni su ocupación ni su nivel de ingresos los respalde ‘objetivamente’? (p. 14)

    Esta son las preguntas que se formula el autor de esta obra –y que procura responder con sólida apoyatura documental–, apelando generosamente a la literatura y a los medios gráficos, pero también al cine y la televisión.

      A lo largo del siglo XIX, sostiene, la sociedad argentina se mantuvo dividida en dos estratos definidos por la plebe y la gente decente, sin otros matices. No se trataba de grupos totalmente cerrados ni internamente homogéneos, pero no había entre ellos nada que pudiera ser denominado clase media.

      Tampoco la literatura específicamente social de comienzos de la primera mitad del siglo XX (Bunge, Ingenieros, Martínez Estrada) registra su existencia. No se encuentran menciones en las letras de tango ni en las Aguafuertes de Arlt, tan vinculadas a la vida cotidiana de las primeras décadas del siglo.

     No hay alusiones a la clase media en los documentos liminares de la reforma universitaria de 1918 ni, en esos años, en los del  Partido Radical, al que generalmente se atribuyó la expresión política de los sectores medios.

      Esa ausencia sorprende si se piensa que la consolidación del modelo agroexportador en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX, conjuntamente con el fenómeno migratorio,  provocaron en la sociedad argentina una notable y temprana diversificación desde el punto de vista ocupacional, creando las condiciones objetivas de existencia de los estratos medios.

      Pero también es verdad que, al interior de ellos, persistió una heterogeneidad que raramente podría generar una identidad de clase; dicha heterogeneidad se debía al grado de desigualdad en cuanto a los ingresos y a las condiciones de vida, tanto entre diferentes subgrupos como en términos regionales. Lo antedicho  permite al autor poner en cuestión la versión de la modernización instalada por Gino Germani, la que postulaba una  transición hacia mayores niveles de bienestar e igualdad de la mano del incremento de los sectores medios. Afirma Adamovsky:

No hay motivo ‘científico’ por el que necesariamente deba considerarse a dependientes de comercio, empleados del Estado, telefonistas, bancarios, enfermeros, etc. como ‘clase media’ en lugar de situarlos como parte de la ‘clase trabajadora’, con la que comparten la dependencia de un salario y muchas otras condiciones de vida (...) Por otra parte, tampoco encontraremos indicios de que un profesional o un alto funcionario se sintiera parte de una misma ‘clase media’ junto con, digamos, un carnicero, un almacenero o un empleado municipal. (p. 51).

     Así, no habría una clase basada en compartir un mismo lugar en la estructura social, distributiva o en las relaciones de producción, sino una identidad creada, generada en algún momento posterior. ¿Cuándo?

     Para el autor, la agitación social intensa que tuvo lugar en el país hacia finales de la segunda década del siglo XX, bajo el influjo de la Revolución Rusa y de la Semana Trágica, con una creciente solidaridad entre diferentes grupos laborales, generó una vasta operación de los sectores dominantes destinada a crear en la sociedad una identidad diferente, que separara a la población bloqueando la posibilidad de construir solidaridades políticas amplias.

     Esta  es la primera de las  tesis que sostiene Adamovsky:

Si las jerarquías iban a sobrevivir, era preciso que los reclamos, métodos e ideas de los obreros no se expandieran a otras clases. En otras palabras, había que construir los ‘diques’ de una nueva jerarquía social que marcara distancias más claras entre las clases más bajas y los sectores que hoy llamamos ‘medios’, entre los más revoltosos y el resto de la población. (pag. 58).

     De allí en más, se extiende en una cuidadosa indagación en busca de las huellas de esta operación de clasificación y de los medios empleados: el fomento del individualismo, el uso de la publicidad y la moda en la creación de un estilo de vida diferenciado y propio de la clase media. La escuela, por cierto, no habría sido ajena a este cometido.

     En buena medida, esta operación supuso la diferenciación entre la población blanca de origen migratorio, y la población criolla. Así, también hubo un componente cultural y étnico en este régimen de clasificación.

     Sin embargo, las diferencias internas entre el vasto conglomerado de los estratos medios no facilitarían la creación de una identidad común, aún cuando –a partir de la Reforma Universitaria– la mayor permeabilidad de las instituciones de educación superior aumentaría las nóminas profesionales creando, ya en el primer  tercio del siglo XX, condiciones para la proletarización de las profesiones tradicionales.

     Pero, ¿cuándo empieza a condensarse esta identidad social? En la literatura y el teatro de la primera mitad del siglo XX, va hallando Adamosvsky testimonios del lento y trabajoso modo en que va abriéndose paso:

...si bien antes de la década de 1940 la expresión ‘clase media’ era probablemente conocida para la mayoría de la gente, no se le daba demasiado uso y es evidente que, si es que existía como una identidad social, se trataba de una identidad muy débilmente instalada (p. 237).

     Fue el peronismo –y esta es la otra gran tesis de esta obra– el hecho decisivo en la conformación de la identidad de clase media:

 El peronismo fue el resultado de la conjunción impensada y no siempre cómoda entre un dirigente que no esperaba contar con esa masa plebeya como su (casi) único apoyo y una masa trabajadora que tampoco había previsto ser liderada por alguien como Perón (...) Entender su ambivalencia es fundamental para comprender cómo y por qué muchos argentinos comenzaron, a partir de entonces, a concebirse a sí mismos y a su país como ‘de clase media’ (p. 242).

     No pasó mucho tiempo antes que los sectores patronales, resentidos por la legislación laboral que promovía Perón y especialmente por los nuevos derechos y el clima laboral de indisciplina manifestaran su oposición. Aún en contra de sus intereses materiales –favorecidos por el incremento del consumo interno– tanto cámaras de industriales como de comerciantes cerraban filas en contra del nuevo movimiento político.

No tardarían en sumárseles sectores tan disímiles como abogados y docentes, recelosos de la violación del estado de derecho y de la política educativa del peronismo. Frente al concierto opositor de las fuerzas vivas numerosos sindicatos manifestaban su apoyo a Perón. “Perón había generado el antiperonismo pero fueron los patrones los que parieron al peronismo” (p. 261).

      En setiembre de 1945, todos esos sectores –entidades patronales, profesionales, estudiantes, partidos opositores, pequeños propietarios y comerciantes– coincidirían en la Marcha de la Constitución y la Libertad, celebrada por la gran prensa como “verdadero acto cívico”.

     Sin embargo Perón, para sorpresa y horror de estos sectores, fue presidente en 1946. No es, estrictamente, que el peronismo produjera ese clivaje social.  

El peronismo hizo visibles esas divisiones y sin duda las politizó de una manera peculiar, pero de ninguna manera las creó. Esa politización de las diferencias sociales fue lo que contribuyó decisivamente, por reacción, a que naciera una poderosa identidad de “clase media” (p. 265).

     Pero muchos de los que fueron opositores no se veían perjudicados económicamente, sino por el contrario. ¿Qué fue entonces lo que los convirtió en opositores enconados?

     La respuesta que halla Adamovsky finca en la alteración de las jerarquías sociales. Todo lo que había sido ocultado por la cultura dominante se hacía presente. Ese componente plebeyo, de maneras desafiantes, culturalmente diverso en sus hábitos, gustos y actitudes, que ahora buscaba su lugar en la sociedad urbana sin pedir permiso fue lo que, por reacción, cohesionó a toda la otra parte de la sociedad.

     El sector social, que conformó de ese modo su identidad, tendría su revancha en 1955 con la Revolución Libertadora. Más tarde se identificaría fugazmente con el frondizismo, generaría en su propio seno a la juventud contestataria que a comienzos de los setenta nutriría las filas de la izquierda peronista y acabaría saludando con alivio a la dictadura militar en 1976. Retornada la democracia, se ilusionaría y alcanzaría su apogeo y su revancha histórica con el alfonsinismo, pero esa victoria se trocaría en amarga derrota en 1989. Entonces, acabaría agradeciendo la estabilidad económica provista por el menemismo. En ese lapso, sin embargo, gran parte de sus integrantes sufrirían las consecuencias de una sociedad cada vez más desigual y fragmentada, mientras que sus capas superiores elevarían su nivel de vida.

     El colapso de 2001 hallaría a buena parte de los sectores medios cacerola en mano, en fugaz coincidencia con los sectores populares, reclamando ¡que se vayan todos!

La coincidencia no duraría. El resto es historia reciente…

 

Horacio Chitarroni

 

Licenciado en Sociología. Profesor de la Facultad de Ciencias Sociales de la USAL y de la UBA. Investigador del IDICSO/USAL. Consultor del Sistema de Información  Monitoreo y Evaluación de Programas Sociales (SIEMPRO).