Huellas en Papel IX / No.14 (2021)


Ocho años de correrías El peregrino en indias, de Ciro Bayo

Hay ideas que valen antes incluso de realizarse, proyectos que importan en sus formas iniciales, en su primera diagramación, se completen luego o no. Importan porque, de tan inmensos, desbordan hacia lo inesperado. Son, muchas veces, sueños de aventura; otras veces, son sueños de la mente con el espacio y con el tiempo y con el deseo: sueños de conocimiento. Desafíos que alguien postula para sí mismo, para sí misma. Voy a llegar caminando de Münich a París para salvar a una amiga muy querida: eso se dijo a sí mismo Werner Herzog, y marchó a caminar sobre el hielo en sus botas recién compradas: “Todo esto es muy nuevo”, escribe, “un nuevo pedazo de vida” (Herzog, 2012, p. 11). Voy a retirarme al bosque, y desde ahí intentar entender algo más del mundo: eso se propuso Henry David Thoreau. “La mayor parte de los hombres (…) están tan absortos por los desvelos artificiales y los trabajos superfluamente bastos de vida, que no pueden recoger sus frutos más delicados” (Thoreau, 2013, p. 10). Pero al final, claro, nunca es el objetivo lo que importa, sino más bien qué otros ángulos se abren en el paso de la aventura, el proyecto y el movimiento: la escritura. Porque muchas veces, proyectos así deben terminar escritos.

Ciro Bayo nació y murió en Madrid, entre el 16 de abril de 1859 y el 4 de julio de 1939. Hacia el final de su vida, según lo describe Alicia Redondo en su “Introducción” a las Obras Completas, era “un solitario que se llevaba bien con su soledad de Madrid” (2005, p. XIII). Pero Bayo vivió, y se movió, mucho más allá de España y de la soledad. Fue en 1889 que llegó a Argentina, donde, antes que cualquier otra cosa, se convirtió en maestro rural, en una escuela de Bragado. Concibió, luego, su gran empresa utópica, su gran configuración de aventura finisecular, su plan desbordante: llegar a caballo desde el Río de la Plata hasta la Exposición Mundial de Chicago, en 1893. Era, según sus palabras, “un magno proyecto que maduraba (…) una expedición ecuestre a Chicago” (Bayo, 1911, p. 6).

En el caso de Bayo, su proyecto sin orillas funciona como punto de partida para un viaje que resulta, al final, ser otro: ya no lineal y hacia el norte, como pretendía, sino circular y hacia adentro. Un viaje que, también, y años más tarde, ya en España, termina convirtiéndose en impulso para la escritura. El peregrino en indias. En el corazón de la América del Sur, libro de Bayo publicado en 1911 por la Librería de los Sucesores de Hernando, en Madrid, forma parte del fondo bibliográfico del Plata, de la Biblioteca Histórica de la USAL.

En este libro, y a lo largo de cuatro partes, Bayo dejó registro de su viaje, y sus días, por la altiplanicie Boliviana, por su Oriente, por el Noreste de Bolivia y, finalmente, de su llegada a Mojos y Chiquitos: Bayo dedica una parte de su libro a cada región, describe aspectos geográficos, hídricos; describe, también, a su población, su economía, sus distancias, sus animales y sus plantas. Entonces, el trayecto que se había iniciado con su magno proyecto ecuestre se va demorando, deteniendo. Y, al final, el plan se trunca:

Íbame bien en la hermosa Tucumán; pero como no me dejaba el hormiguillo de Chicago, volví a montar a caballo y tomé el camino de Bolivia –vía Jujuy– sin hacer caso del ferrocarril, que entonces sólo llegaba hasta esta última ciudad. Pasé la puna, seguí a Potosí y arribé a Chuquisaca o Sucre, siempre acompañado del imprescindible bombito: Viajero a caballo a la Exposición de Chicago. Y a Chicago hubiera ido, ¡ya lo creo!, si no es porque en Sucre me hicieron tan buena acogida que no tuve más remedio que quedarme. (Bayo, 1911, p. 7)

De Sucre, Bayo seguirá hasta los gomales de Beni, en la amazonia boliviana. El destino se abre, y “Los hombres se improvisan en América”, escribe:

De inspector de enseñanza me transformé en empleado gomero de la barranca San Pablo, del [río] Madre de Dios. Durante tres años hice vida nómada por el territorio del Acre; remonté y bajé varias veces los caudalosos Beni y Madre de Dios, en una de cuyas subidas vi los Andes peruanos, y aun me corrí hasta Manaos por el Madera y a Trinidad de Mojos por el Mamoré. (Bayo, 1911, p. 8)

Son años los que trascurren antes de que vuelva a bajar hacia Buenos Aires: de Santa Cruz de la Sierra a Puerto Suárez, de Puerto Suárez a Corumbá, y de Corumbá a Buenos Aires, tal como relata en las líneas finales de El peregrino en indias: “Bájanse los ríos Paraguay, Paraná y el Plata, y se hacen infinidad de escalas, siendo la principal la de Asunción del Paraguay. Con la llegada a Buenos Aires finalizan este viaje y este libro” (p. 440).

El viaje de Bayo, entonces, comienza y termina en Buenos Aires: un recorrido circular, que, sin embargo, en su escritura asume más una estructura arbórea: el proyecto original se disipa, se abre, se interrumpe, y da lugar a otro tipo de trayecto: uno signado por las marcas y el orden que el viajero le impone al viaje. Porque, y ya nos vamos adentrando en el espíritu de El peregrino en indias, en sus impulsos, más que viajero, Bayo se convierte en guía. Su propio guía, primero. Pero también, y principalmente, pretende ser guía para futuros viajeros: quiere prevenirlos, aconsejarlos, orientarlos, allanar el terreno, tal como lo exige el código del relato de viajes.

Quizás sea por ese afán orientador, por ese afán de lazarillo ya preparado por Concolorcorvo, que el sentido de la aventura se redefine a lo largo del texto de Bayo, se aplana. Gana la orientación, gana la brújula, gana la descripción, y el mundo entero, aunque curioso y lleno de extrañezas, parece, a los ojos de Bayo, un lugar seguro, controlable, industrializable. Su objetivo primordial, entonces, será el de informar, el de abrir camino. Es el mismo Bayo el que lo declara, en los párrafos de su “Plan de obra”:

…siempre será de actualidad para quienquiera se aventure por aquí, saber las costumbres del país y la manera de viajar por las postas bolivianas, así como por los ríos y selvas del Oriente. Esto, unido a las pocas noticias que se tienen de ese hermoso país (...) me hace creer sin jactancia que seré leído con interés, así por los aficionados a los viajes, como por los colonos, comerciantes e industriales que quieran extender su actividad o sus negocios a aquella Tierra de Promisión (...) A este fin tiende este libro, en el que he procurado amalgamar amenos episodio de viaje con informaciones comerciales y financieras. (p. 12)

La aventura es aquí, hay que adelantarlo también, europeizante, fervorosamente española, y la mirada del madrileño no puede sino imprimirse, con distintos grados de valoración, sobre todo lo que ve: las costumbres de los pueblos, el sistema de postas boliviano, las irregularidades de los servicios religiosos. Escribe, por ejemplo:

Diríase que la ola de la civilización europea, en llegando a la puna, le dio un rodeo y pasó de largo, dejando en seco sus altas planicies. No de otra manera se concibe la rusticidad de sus habitantes, el apego a las tradiciones de sus mayores y el asco que tienen a lo que viene de afuera. (p. 25)

Pero al mismo tiempo, al texto no le faltan momentos de humor, ni momentos en los que el asombro del narrador parece asomar, quiere asomar. El registro cómico funciona en El peregrino en indias como fluido para la escritura: es el cauce que suaviza las apreciaciones comerciales, el agua que matiza la descripción física de la geografía y que vivifica el relato de los “amenos episodios de viaje” (p. 12). Así, por ejemplo, el narrador ingresa con apreciaciones humorísticas como esta: “La creencia de que las bebidas alcohólicas son convenientes en países cálidos es tan disparatada como decir que un veneno líquido es una bebida saludable” (p. 12).

Los momentos de asombro, por su parte, llegan acompañados por un cambio en el tono de la escritura: son zonas en las que, de repente, la narración y la construcción de escenas le ganan, al menos momentáneamente, a la descripción y el relato. Ocurrirá así, por ejemplo, cuando Bayo se tope con un mono que ha sido puesto bajo custodia, y pasa sus días junto a otro preso, humano. O también cuando se enfrente al río Itenes, que lo hará convertirse a la escritura teatral y escénica. O cuando se encuentre con el río Mamoré, que le hará recordar las Coplas por la muerte de su padre, de Jorge Manrique. Pero vamos de a poco, que debemos recorrer “ocho años de incesantes correrías (...) cinco en la altiplanicie andina, la de las montañas de plata, y tres en la Mesopotamia boliviana, la de los ríos de oro” (p. 8).

Inicio del viaje: las dos vidas

¿Cómo se conjugan, en Ciro Bayo, viaje y vida? En “El peregrino entretenido y el relato de viaje a principios del Siglo XX”, Luis Alburquerque García afirma, por ejemplo, que “viaje y biografía se identifican tanto que su obra se puede considerar como un trasunto de su vida, cuya mayor parte invirtió en los viajes y en sus correspondientes relatos” (Alburquerque García, 2008, p. 145). Pero podemos ir todavía un poco más allá, porque hay una matemática que, en Bayo, define esta división: una estructura aparentemente bipartita. Es que Ciro Bayo tuvo, al menos, dos vidas. Una de viajes, primero; otra de libros y publicaciones, después.

De joven, Bayo “se fugó de casa” (Alburquerque García, 2008, p. 146) y se alistó en el ejército carlista. Más tarde, en 1876, realizó su primer viaje transatlántico, hasta La Habana, adonde llegó junto a una compañía de cómicos que no prosperó en su empresa. En 1878, de vuelta en España, estudió Leyes tanto en Madrid como en Barcelona y viajó por Europa. Hasta que, una vez más, en 1889 volvió a cruzar el Atlántico hasta Buenos Aires. Y, desde allí, comenzará el periplo que recuerda en El peregrino en indias: sus ocho años de correrías sudamericanas.

Pero antes de arrancar el trayecto hasta Córdoba, primero, y a Tucumán, después, Bayo ejerce tres años como maestro rural en una escuela de la localidad de Bragado, o, como lo describe él, “en un rancho de Tapalqué, a seis leguas de este pueblo; lo que equivale a decir que contribuía al progreso de la Argentina desasnando hijos de gauchos” (Bayo, 1911, p. 5). Una vez en Tucumán, en la segunda posta de su odisea ecuestre a Chicago, vuelve a enseñar: “…entré de profesor en un colegio que dirigía aquel Bernardo Rodríguez Serra que luego han conocido muchos en Madrid como editor” (p. 6). Y, llegado a Sucre, otra vez:

Tuve la fortuna de hacerme amigo de D. Carlos Arce, hijo del ex presidente Arce, y bajo sus auspicios fundé un colegio infantil de varones, en el que aprendieron las primeras letras los hijos de las principales familias de Chuquisaca. (p. 7)

Siempre hay impulsos que detienen los viajes, que cortan el avance, que lo abren hasta dar la impresión de que el lugar de llegada deja de existir. En el caso de Bayo, la pausa es para enseñar y fundar colegios. Tan es así que llega a Beni con un encargo puntual: “el de establecer escuelas gubernativas en Villabella y Riberalta, los dos centros gomeros más importantes del Noroeste” (p. 7). Es, como dice Alburquerque García (2008, p. 148), “una vida apasionada por el magisterio”.

Sin embargo, en esta primera mitad de su vida, la que Bayo dedica a viajar, no son solo las actividades educativas las que van sumando ramificaciones al viaje. Mientras viaja, Bayo también colabora con distintos periódicos de la prensa local. Tal como lo apunta Alburquerque García, tiene Bayo “una relación constante con el mundo de la prensa” (Alburquerque García, 2008, p. 147), y escribe para El Diario, La Tribuna y El Orden. Pero eso no es todo: así como funda colegios, funda también, en Sucre, una revista cómico literaria, El Fígaro, que se publica solo durante medio año.

La segunda mitad de su vida comienza luego de su regreso: es recién cuando vuelve a España que empieza Bayo a publicar. “Era un hombre necesitado que mantenía una actitud de no necesitar nada” (2005, p. XIII), señala Redondo sobre estos años españoles de Bayo. Pero algo resulta claro: Bayo necesita escribir y publicar. Sus libros son muchos, y muy diversos. Están aquellos más extraños, que giran en torno a temas médicos y de higiene, como Higiene sexual del soltero (1910) e Higiene sexual del casado (1913). Escribe, también, una serie de manuales y diccionarios dedicados al léxico y el habla americanos: un Vocabulario criollo-español sudamericano (1910) y un Manual del lenguaje criollo de Centro y Sudamérica (1931). También se dedica a la ficción, y logra una novela: Orfeo en el infierno, de 1922. Compila romances en Romancerillo del Plata. Contribución al estudio del Romancero Rioplatense, de 1913, y combina historia y poesía en Historia argentina en verso, de 1910. Llega incluso, en 1920, a preparar una edición española del Martín Fierro, que, con prólogo y notas suyas, publicará la editorial Perlado, Páez y Compañía, en su colección de “Los mejores autores antiguos y modernos, nacionales y extranjeros”. Finalmente, la serie más abundante es la de los relatos de viaje. A El peregrino en indias se suman El peregrino entretenido (1910), Chuquisaca, o La Plata perulera (1912), Las grandes cacerías americanas (1927) y Por la América desconocida (1927), entre otros. “Es muy notable la capacidad de Bayo para orientar su escritura en diferentes registros”, señala Alburquerque García (2008, p. 147), y tiene razón.

Ocurre, en el Prólogo de La Colombiada, texto de 1912 en donde el relato de viaje se mixtura con el verso, una declaración singular: si Bayo solo comienza a publicar una vez de regreso en España, la escritura, sin embargo, tiene lugar antes. Así, en el prólogo de La Colombiada, dice:

En mis correrías por América vine a parar a una barraca gomera del río Madre de Dios, en la que permanecí cerca de tres años. Aislado de la civilización, metido entre indios y peones mestizos, eran mis únicas delicias la caza y la literatura. A falta de libros donde estudiar, divertía las noches en emborronar cuartillas, poniendo en limpio mis apuntes de la Argentina y Bolivia, o haciendo versos como ejercicio de composición para escribir mejor en prosa. Así, en el silencio de la selva virgen, sólo turbado por la rumorosa corriente del caudaloso tributario amazónico, (...) escribí La Colombiada y El Vellocino de Oro. (Bayo, 1912, p. XX)

Las mitades de vida, entonces, por momento se tocan, se contaminan: el germen de la escritura ocurre también durante el viaje. Alburquerque García señala que Bayo es de “los escritores que primero viven y después escriben” (2008, p. 148), y hasta cierto punto esto es así. No obstante, tanto sus colaboraciones con la prensa local como su propia declaración en el Prólogo de La Colombiada matizan esta sensación de corte radical entre las actividades y abre a un espacio de yuxtaposición. Si bien los viajes traccionan como recuerdo para llegar a la escritura, hay algo de ellos que llega sin demoras a la letra: apuntes, notas, ejercicios, como si Bayo, mientras se mueve por América, mientras ejerce sus correrías, estuviera preparándose para, luego, poder publicar.

La escritura, entonces, funciona aquí un poco como quería Ronald Barthes: como un fantasma que, sin límites precisos entre deseo y realización, comienza a ocurrir y comienza a terminarse: “Durante mucho tiempo he creído que había un Querer-Escribir en sí”, dice Barthes. “Estoy menos seguro ahora. (...) Habría fantasmas de la escritura: tomemos la expresión en su fuerza deseante” (Barthes, 2005, p. 45). Viaje y escritura se entrecruzan, pues: los apuntes preparan la escritura durante el viaje, ejercitan el deseo de escribir. Y, más tarde, el viaje retorna como motivo, como recuerdo, a adensar ese fantasma.

La estructura del viaje

En su Breve manual del perfecto aventurero, Pierre Mac Orlan revisa, con el humor lógico de la Escuela de Patafísica, la naturaleza de la aventura: “Es preciso establecer como un axioma que la aventura no existe: la aventura está en el espíritu de quien la persigue y, al tocarla, se desvanece para reaparecer más allá, transformada, en los límites de la imaginación” (2017, p. 9).

En las correrías incesantes de Bayo, durante los años que parecen sumarse y sumarse a su viaje, ocurre algo del orden de la inexistencia: la aventura inicial, su odisea ecuestre a la Exposición de Chicago, desaparece. Solo regresa, en El peregrino en indias, como marcación imaginaria. En reemplazo de la aventura originaria, esa que solo existe “en el espíritu de quien la persigue”, aparece un viaje doblemente circular: el viaje de Bayo asume la estructura de un círculo dentro de un círculo. Hay un viaje mayor, que parte de España y vuelve a España. Este incluye, por supuesto, otro viaje, también circular: el que sale de Buenos Aires, llega a Bolivia y vuelve a Buenos Aires. La estructura, entonces, es la siguiente: España – Buenos Aires – Bolivia amazónica – Buenos Aires – España.

Dibujar y trazar esta estructura echa luz sobre algo importante: los viajes de Bayo, al ser circulares, tienen un centro. El núcleo de El peregrino en indias no lo conforman ni el viaje transatlántico, ni la llegada al Río de la Plata, ni la experiencia docente y en la prensa, ni Córdoba, ni Tucumán, ni la frontera argentina. El núcleo del relato de Bayo es, con claridad, su experiencia en la amazonia boliviana, en sus ríos, en sus pueblos, en sus postas: “Si bien Jujuy es tierra argentina, empiezo mi relación desde este punto para decir algo de la puna, que es el lugar de enlace con Bolivia”, aclara en su “Plan de obra”, por ejemplo. Y agrega también:

Sorprende realmente que un país como Bolivia, de los más ricos de Sudamérica por su naturaleza, país que tiene sus montañas con bases de plata, sus ríos con lechos cuajados de oro y una extensión de terreno en el centro y oriente que asombra por su fertilidad, sea tan poco conocido y que sus gobernantes hagan tan poco para darlo a conocer. (Bayo, 1911, p. 12)

Bolivia es el centro del viaje de Bayo porque, justamente, configura un interrogante, una zona de asombro, hasta un signo de pregunta. Y es ese estupor el que la relación de viaje quiere venir a llenar: con consejos, con información precisa: “Los gobernantes de aquella nación (...) deben aprovechar ese momento oportuno para divulgar el conocimiento del país y favorecer cuantos medios de propaganda coadyuven al fomento de la riqueza y de la población. A este fin tiende este libro…” (Bayo, 1911, p. 13).

¿Cómo hará Bayo su ejercicio publicitario, entonces? ¿Con qué recursos narrativos y visuales llenará el vacío de información y preparará el camino a futuros comerciantes y viajeros? A eso, de a poco, vamos llegando: a las series que conforman este peculiar relato de viaje.

El orden gráfico, el orden escrito

Un primer elemento llama la atención en El peregrino en indias: al texto, a la relación verbal del viaje, se le suman registros gráficos. Tablas de itinerarios precisos, mapas, cuadros de distancia y listas de palabras; se trata de elementos que añaden visibilidad y cuantificación al relato: “Interpretar una huella o pisada significa hacerla coincidir en nuestra mente con la de alguna criatura cuyas formas y hábitos conocemos. Cuanto mayor sea el repertorio de nuestro conocimiento y experiencia, más posibilidades tendremos de encontrar el ajuste perfecto” (Gombrich, 2014, p. 13).

Así dice E. H. Gombrich en La evidencia de las imágenes, y es esta la sensación que, como lectores y lectoras, tenemos al recorrer el libro de Bayo: el texto quiere acercarnos un repertorio para ajustarnos al espacio real que el viajero recorre, y quiere que, con él, vayamos haciendo coincidir más y más el plano de la representación y el plano espacial. Es en este afán, justamente, que Bayo acude a aquellos elementos gráficos: como recursos de orden, de ajuste, de visibilización, de cercanía con el lector.

Luego del “Plan de obra”, y antes del arranque de la Primera Parte, nos encontramos ya con el primero de los dos mapas que incluye El peregrino en indias: “Mapa de una parte de la República Boliviana”. Se trata, como se aclara, de una imagen “grabada especialmente para esta obra por F. Noriega”. Se refiere a Federico Noriega, español que, entre sus trabajos de grabador, tuvo a cargo el plano parcelario de Madrid, de 1877, y los planos de población de la misma ciudad, de 1905.

Dispuesto a doble página y centrado, el mapa que abre El peregrino en indias tiene un efecto ambiguo. ¿Qué operación es la que realiza y adelanta este mapa sobre el terreno que luego el texto recorrerá?

Mapa de una parte de la República boliviana, grabada especialmente para esta obra por F. Noriega.

En su libro Terrae incognitae, Carla Lois investiga de qué modo los espacios en blanco, o las geometrías cortadas, se utilizaron a lo largo de la historia de los mapas para de alguna manera dar cuenta de los espacios desconocidos. Señala Lois, por ejemplo:

Las sensaciones del blanco y de lo desconocido han sido variables. Las manchas blancas que aparecen (...) para dibujar la Quinta Pars hablan de un abismo ante la aventura de lo ignorado. En cambio, las manchas blancas de los mapas de la Argentina del siglo XIX refieren al vacío de información topográfica actualizada (...) Todas estas sensaciones pueden ser tan tranquilizadoras como perturbadoras… (Lois, 2018, p. 239)

Lo que vemos en el mapa que grabó Noriega para el libro de Bayo indica, en cambio, una sensación distinta: hay un horror vacui, un miedo al blanco que, gráficamente, se hace patente en la superposición obstinada de señaladores para los aspectos físicos de la geografía con los nomencladores políticos. Así, los nombres de las distintas zonas, los de los ríos, los de los lagos, los de los pueblos, aparecen irremediablemente mezclados, hasta tapados, por el dibujo de ondas para señalar la espesura, el carácter difícil, impenetrable, del terreno.
Antes de comenzar el relato, el mapa viene a enfatizar lo que luego Bayo se encargará de poner en palabras: la dificultad del acceso, las ramificaciones. En resumidas cuentas: el desorden y la inaccesibilidad del país. El sistema de ferrocarriles, describe Bayo en principio, resulta insuficiente para adentrarse en terreno: “Por su enorme extensión, y recorriendo casi puede decirse en sus dos terceras partes zonas estériles (...) y con sus tarifas elevadas, el ferrocarril ha prestado escasos servicios a las industrias” (Bayo, 1911, p. 38).
A la vez, Bayo también identifica en Bolivia algo que podría describirse como una oscilación de foco espacial:

Tiene Bolivia el raro privilegio de ser el nudo de tres sistemas o regiones: del Pacífico, del Plata y del Amazonas, y por esta circunstancia geográfica, la historia de este país ha sido y tendrá que ser una continua rotación persiguiendo estos tres rumbos. (p. 60)

Se trata de un “privilegio” que, al mismo tiempo, conforma un destino, un “tendrá que ser” que, en el tono de Bayo, señala un desordenamiento de vistas: este privilegio de la triple mirada resulta en incertidumbre, en la pérdida de un horizonte certero.
Por último, las dificultades del recorrido aparecen también en el relato detallado de aquello que el viajero tiene que soportar en sus traslados. Por ejemplo, sobre el paso del monte Blanco, dice Bayo:

A este puerto de Cuatro ojos hay que ir desde Santa Cruz en cabalgadura. Lo peor no son los barriales y la distancia del camino, sino que como la partida del vapor no tiene día fijo, uno se expone a hacer larga cuarentena en el puerto esperando la creciente del río, o que el vapor complete la carga, o que haga acopio de leña. (p. 60)

En estas condiciones de desorden logístico, el tiempo y el espacio parecen estirarse:

Setenta leguas son una semana de viaje cuando se hacen por poblado y por camino real, a caballo o en diligencia; pero resultan las siete semanas de Daniel cuando han de acometerse a través de una comarca casi despoblada de “cristianos”, aunque poblada de indios bárbaros, de tigres, víboras, sabandijas, de pantanos y de todos los inconvenientes imaginables. (p. 126)

La dificultad del terreno a atravesar es, entonces, doble: se relaciona, por un lado, con ese horizonte pendular, tripartito, que deriva en errores y abandonos logísticos de las acciones humanas. Y, por el otro, la complejidad también tiene su contraparte en la realidad física del país. ¿Qué hacer, pues, frente a este caos tan particular, a la vez humano y natural? Para combatirlo, vendrán a sumarse en el texto consejos verbales, pero también tablas de direcciones y distancias, y listas de palabras, que, como complemento, asumen la función de imponer un orden, una dirección, allí donde todo parece estar mezclado.

Así, ejemplarmente, para dar cuenta del trayecto entre Sucre y Santa Cruz de la Sierra, Bayo abre el capítulo IX de la Primera Parte con un “cuadro de distancias en leguas entre las capitales de la República” (p. 96).

También inserta un listado de distancias y postas entre Potosí y Uyuni, con el detalle completo del itinerario:

De Potosí a Condoriri, posta……………………. 7 leguas
De Condoriri a Piloyo, posta……… ……………12 -
De Piloyo a Asiento, establecimiento………….. 12 -
De Asiento a Huanchaca, mineral………………. 8 -
De Huanchaca a Uyuni, estación de ferrocarril…. 5 – (p. 265)


Lo mismo vuelve a ocurrir para la zona del Bajo Beni:

He aquí el cuadro de distancias que, según el Padre Armentia, hay yendo de subida por el río Beni hasta Riberalta:
De Villa Bella a la cachuela Esperanza…. 6 leguas
De la cachuela a Orton ………………….. 26 –
Del Orton al Madre de Dios………………. 6 –
Total……………….. 38 –
Las mismas en las que el lector se ha de servir acompañarme, si a tanto llega su curiosidad y mi buena suerte. (p. 265)


Y, con mucho más detalle y extensión, el recurso vuelve a repetirse en la Parte Cuarta, que incluye un “Itinerario general por tierra de Trinidad de Mojos a Santa Cruz de la Sierra”: son dos páginas que funcionan a modo de guía detenida y meticulosa del recorrido. Por ejemplo: “De Trinidad a San Lorenzo de Mocoví, 6 leguas. Estancia con plantaciones de tabaco, caña, plátanos, etc. Zona abundante en totay y otros árboles de buena madera. Campos de guayabales, tamarindos, cactus y mapajos o algodoneros” (p. 405).

También sobre el lenguaje Bayo quiere sobreimprimir un orden. Por eso, y a tono con los manuales y diccionarios que también publicará, en El peregrino en indias inserta listas de palabras, pequeños diccionarios como ayuda al aventurero del futuro. Así, cuando describe a los Araonas y los Caripunas, “aborígenes del Madre de Dios, del Orton y sus afluentes”, que “viven en poblaciones o malocas en lo más intrincado de la selva, allí donde levantan sus proceros troncos, palmeras, almendras, ceibos y caobos”, Bayo se detiene a enumerar una serie de vocablos:

Y puesto que estoy en eso, acabaré dando una lista de palabras araonas que tomé al oído del mencionado yanacona, y que no dejará de prestar alguna utilidad por uno u otro concepto; advirtiendo que las jotas se pronuncian a lo castellano, y las tz a lo alemán. (p. 318)


Sumando también consejos de fonética, la lista se sucede a lo largo de tres páginas e incluye, en los dos idiomas, palabras como Dios, hombre, mujer, pecho, rodilla, día, puerta, río, lluvia, viejo, joven, muerto, loco, veneno, volar, huir, maíz, plátano, gallina, loro: partes del cuerpo, atributos humanos y de la naturaleza, animales y plantas. Pero también suma, al final, tres frases:

¿Cómo estás? - ¿Quipasu-seña-bame?
Dame agua – Quima equi
Sí – Jejé
No - Imano (p. 320)


Así, estos recursos gráficos y lexicales, mapas, cuadros y pequeños diccionarios de viajero vienen a dibujar una cuadrícula ordenada sobre la apertura ramificante del viaje. Funcionan, también, como guía certera para otros peregrinos: les dicen qué esperar, con qué pueden encontrarse y con qué no, y los quieren ayudar a comunicarse. Se suman a los consejos escritos que Bayo deja asentados y que son constantes a lo largo del texto. Por ejemplo:

Otras de las precauciones indispensables en viajes como este es la de conservar incólumes las cerillas o pajuelas en un canuto de lata entre algodones, porque es indispensable encender fuego (...) si por fas o por nefas se averían las cerillas, hay que recurrir al calor solar, empleando una lente o cristal de reloj. (...) Ya que he dado cuenta de estas que parecen minucias, pero que son datos importantísimos para cuantos hayan de viajar en estas condiciones por las soledades del trópico, proseguiré con el interrumpido viaje por el Monte Grande. (p. 35)


Pero además, los itinerarios, mapas, cuadros y listas son, al mismo tiempo, un lazo entre aquel que escribe y su público, entre el que guía y aquellos que lo van a seguir. Y este lazo, a lo largo del libro, queda fortalecido con otro recurso léxico: la primera persona del plural, que aúna al lector con la instancia de la narración: “En menos de 80 leguas vamos a encontrar un territorio completamente distinto al que acabamos de ver” (p. 97), dice Bayo luego del cuadro de distancias entre capitales. Y, más tarde: “Bajando por el otro lado se tropieza con el Real, otro afluente del Río Grande, que hay que cruzar como se pueda, y ya estamos” (p. 103).

En El peregrino en indias los elementos gráficos quedan anudados con recursos narrativos para un fin concreto: el de advertir sobre los posibles peligros, el de ordenar, desde el logos, aquello que en la realidad se aprecia como incomprensible. Pero Bayo no es solo un catalogador de espacios, postas y palabras. Las series de recursos en su relato van más allá.

Episodios narrativos y teatrales

No solo de ordenar vive el peregrino. De vez en cuando, y cuando se cruza con algo que Bayo estima especialmente importante, o gracioso, el tono de la escritura abandona la descripción y se aproxima lentamente a lo narrativo, y hasta a lo teatral. Así, El peregrino en indias también trama escenas en las que, como adelantamos, circula el río que vivifica la escritura de Bayo: su humor.

Tal vez el episodio más saliente en este sentido sea el de un mono que Bayo encuentra en prisión, encarcelado por sus malos actos. En su paso por Riberalta, ciudad “ventajosamente situada en alta barranca de la derecha orilla del Beni” (p. 278), Bayo cuenta:

Los soldados del coronel tenían dos presos bajo su custodia: un francés que mató a un barraquero que le había violado su mujer, francesa también, y un mono, encadenado en uno de los bancos del patio, por ciertos desaguisados. Este mono pertenecía al piquete y se llamaba el cabo Matías. En los viajes por las selvas vagaba suelto por las ramas, siguiendo a los soldados; tenía su hamaca y su prest correspondiente. Estando en poblado se le ocurrió asaltar la casa de un almacenista: se comió un canario, desordenó las habitaciones, volcó frascos de tinta, rompió platos, lamió mantequilleras y destapó botellas de vino para saciar la sed después de su laborioso trabajo. El comerciante presentó la cuenta de los destrozos, que subía a más de 200 bolivianos. En consecuencia, el mono fue preso como cualquier otro delincuente, enfureciéndose hasta el punto de atentar contra su propia vida, golpeando una bala Mauser sobre una piedra y alarmando con la detonación a todo el cuartel. Inmutable la Justicia, seguía teniéndole preso mientras se depuraba el sumario y se parlamentaba con el perjudicado. (p. 286)


En La risa. Ensayo sobre el significado de la comicidad, Henri Bergson destaca que “No hay comicidad fuera de lo propiamente humano. Un paisaje podrá ser hermoso, armonioso, sublime, insignificante o feo, pero nunca será risible. Nos reiremos de un animal, pero porque habremos descubierto en él una actitud de hombre o una expresión humana” (Bergson, 2011, p. 10). Es justamente este rasgo de la comicidad el que aprovecha Bayo para generar, en su escritura, un efecto cómico: el mono desordena, destapa botellas, trabaja laboriosamente y, luego, también humanamente, termina preso e intenta el suicidio.

En su narración del episodio del mono, Bayo utiliza, también como generador del efecto cómico, un lenguaje voluntariamente alto, hasta burocrático, lo que potencia el resultado humorístico al generar contrastes. Lo mismo ocurre, por ejemplo, en otro de los pasajes que acuden al humor. Dice Bayo: “A título de curiosidad voy a permitirme presentar el presupuesto de gastos de un soltero, pero de un soltero de aquellos que se disputan las mamás para yerno” (Bayo, 1911, p. 280). Y, entonces, hace ingresar otra de sus tablas ordenadoras. Así nos enteramos de que el costo de la pensión es de 60 bolivianos, que el de dos lavados de ropa es de 10, de que el jabón y el planchado se cobran aparte. Cierra, después, el apartado: “Es decir, que sin extralimitarse, sin sacrificar a Venus y a Baco, sin contar el billar que desentumezca los músculos ni la cerveza que refresque la sangre, se van ya 100 bolivianos” (p. 281). El contraste entre el “presupuesto de gastos de un soltero” y las referencias a las deidades romanas fortalece la comicidad.

Bayo, además, no teme ser él mismo objeto del efecto cómico. Del mismo modo, tampoco duda en decantar hacia el humor en temas más ásperos, como la religión. Siguiendo el curso del río de Tupiza, se cruza con la historia de un personaje singular:

Contáronme que en una de éstas [iglesias] hubo un sacristán que, fuera de las velas y agua bendita que vendía y de los derechos funerarios, había tenido la habilidad de momificar un cadáver que él canonizó con crédito de milagroso. En los días de concurrencia de indios, ponía la asquerosa momia en medio del templo, para que los solicitantes de milagros depositaran una moneda en la boca, que el tuno del sacristán recogía, aunque los milagros no se hicieran. (p. 63)


También, al contar la historia y presente devastado de las Misiones jesuíticas de Guarayos, Bayo vuelve a ahondar en el humor, esta vez de tono ácido, inquisitivo, como herramienta: “Un cristiano, sacerdote a mayor abundamiento, fue el inventor de Utopía, y la palabra ha quedado como sinónimo de disparate o imposible moral; lo que prueba que se puede ser católico sin necesidad de ser panegirista de errores económicos” (p. 160). En esta oportunidad, el humor queda vinculado a la crítica, mediante una suerte de aforismo lúcido. Se trata de un humor cáustico, inteligente, que, como señala Bergson de la risa, “debe permanecer en contacto con otras inteligencias (...) Nuestra risa es siempre la risa de un grupo” (Bergson, 2011, p. 11). En El Peregrino en indias, el grupo constituye un nosotros ajeno al terreno que el viajero recorre: el nosotros es el extranjero, el potencial industrial o comerciante que, desde el inicio, Bayo construye como su lector. Es con ese grupo, compartiendo sus códigos, que Bayo intercambia humoradas. El objeto del humor oscila: a veces, como en el episodio del “presupuesto de gastos de un soltero”, es Bayo quien se usa a sí mismo como centro para generar comicidad. Pero en la mayoría de los casos, el humor se motiva en esa otredad que el peregrino se va cruzando: un sacerdote momificador, soldados que no distinguen entre mono y humano a la hora de impartir la ley.

Al humor como recurso para generar escenas y distinguirlas del mero relato del viaje, se suma también la escritura teatral. En su recorrido por el río Itenes, uno de los segmentos del viaje que más impresión deja, como veremos, en Bayo, el tono descriptivo y humorístico suma la construcción de una escena teatral:

Yo mismo fui cómplice de una escena pirática, que he de relatar por lo cómica; tanto, que pide a gritos música de Lecoq o de Offembach, y que es rigurosamente histórica.
La acción pasa en el fuerte, al atardecer.
PERSONAJES. – El mulato sargento del puesto, los dos suizos y yo, y los guarayos.
ESCENA I. – El sargento hace los honores de la visita al almirante suizo y su séquito. Les enseña el calabozo del cura, las baterías, la plaza de armas y la capilla. El almirante Buckle ve todo esto con indiferencia. Llega el turno a los almacenes. Entre escombros yacen montones de bombas, granadas y balas rasas; cubos de bayoneta, lanzas, cepos, cadenas y todo el material de una herrería. El suizo abre unos ojos como el piño ante este tesoro de bronce y hierro, y hace signos significativos a los suyos.
ESCENA II. – En el comedor del pabellón del sargento.
El suizo se muestra muy afable con el mulato; hace traer de a bordo una lata de alcohol y le convida con repetidas libaciones de amílico mezclado con agua y zumo de limón. El brasileño bebe con avidez y dice a cada trago: “¡Muito obrigado, obrigadísimo!” (Bayo, 1911, p. 240)


La pequeña obra teatral se extiende durante tres páginas y, a lo largo de seis escenas, muestra en acción las borracheras y fiestas de esa noche, hasta que amanece, y el suizo toma un cañoncito del fuerte y lo sube al barco con el que vienen remontando el río. Cierra Bayo: “Repito que este sainete es histórico, tanto, que al llegar a Villa-Bella el suizo disparó su cañoncito, y todo el vecindario se enteró de la procedencia del arma, que se dijo haber comprado en Beira” (p. 242). Esta pieza que Bayo mismo denomina sainete es ejemplo de las influencias que Alburquerque García identifica en Bayo: “su obra viajera se nutre sobre todo del género costumbrista” (Alburquerque García, 2008, p. 148).

El humor, entonces, y también la detección de situaciones cómicas a lo largo del viaje es, en El peregrino en indias, el ingrediente que hace saltar el curso descriptivo habitual de la escritura y nos lleva hacia momentos en los que la palabra se aleja de sus propósitos informativos, ordenadores y preparatorios y, en cambio, apuesta por la escenificación, narrativa o teatral. Pero en la escala de asombro, todavía tenemos un peldaño más que recorrer en El peregrino en indias.

Naturaleza y emoción

Primer peldaño: Bayo describe, enumera y grafica aquellos datos que, en su viaje, entiende como información que puede resultar importante para futuros viajeros. Segundo peldaño: Bayo escenifica aquello que encuentra cómico, construye escenas y personajes a partir de situaciones que lo hacen sonreír. Pero hay un tercer peldaño en la escritura de Bayo, el último: cuando el efecto de aquello que ve supera en impacto a la comicidad, la escritura del viajero se vuelve detenida, pausada, y se deja llenar por el asombro, que la lleva a recursos nuevos, muchas veces conceptuales.

La reacción emotiva ante la selva en el Oriente Boliviano que recorre en la Parte Segunda, por ejemplo, desata recursos de descripción pictórica que derivan en una articulación conceptual, filosófica, estrictamente estética. Entra, Bayo, en un momento kantiano. Dice:

La diferencia más acertada entre un bosque arcádico y la selva virgen es la misma que va de lo bello a lo sublime. Empero no se puede negar que en ciertos momentos el paisaje tropical, aun dentro del estrecho marco de un vivac ribereño, es pintoresco por demás. Tal acontece cuando se acampa al pie de las erguidas palmas o al abrigo de árboles tan corpulentos como el almendro, el copaibo, el cedro, el palomaira, el tajibo, el guayacán y tantos otros, mientras los resplandores de las fogatas alegran las tinieblas del campamento y perfilan los fantásticos detalles de la bóveda de follaje. Y mucho más impresiona la imaginación cuando, apagados los fuegos y descansando el viajero de las fatigas del día, se concilia el sueño al vaivén de la hamaca y al arrullo de misteriosos rumores que viven en la floresta… (Bayo, 1911, p. 198)

La imaginación, impactada, se esfuerza, se impresiona, y Bayo utiliza, además de una toponimia siempre precisa para catalogar flora y fauna, conceptos como el de lo bello, y lo sublime, que vienen directamente de la Crítica del Juicio, de Kant. Para dar cuenta de aquello que le pasa al viajero en este terreno desconocido, entonces, hay que acudir a categorías filosóficas, estéticas: la mera descripción no es nunca suficiente.
Algo similar ocurre en el relato del recorrido por el río Itenes, y Bayo lo adelanta desde el primer párrafo que le dedica:

Fuera por disposición de ánimo, fuera resultado del efecto escénico, lo cierto es que ni el Mamoré ni el Beni, que vi más adelante, ni el Pilcomayo ni el Río de la Plata, que más que río parece un mar dulce, causáronme la impresión que Itenes en el punto y hora que a él llegué. (p. 230)

La imaginación del viajero, entonces, se pone a prueba, se estira:

Era un río tal como lo soñaba mi imaginación al emprender mis correrías por el Nuevo Mundo; un río impetuoso, azul y transparente, bajo una cúpula de amatista, proyectando al sol las reverberaciones espléndidas y en un marco de espesos palmares, detrás de los que en lontananza se destacan al Norte las graciosas curvas de la Sierra Diamantina. Y como notas decorativas, caimanes y bufeos en el agua, y loros, garzotas y tucanes en los aires. (p. 230)


Además de las imágenes de abundancia para la descripción de la naturaleza, lo que nos importa señalar aquí es el modo en que la escritura se ve, de pronto, alterada por lo que podemos llamar emoción hidrográfica. A Bayo lo emocionan los ríos1. Lo dejará bien en claro cuando le toque bajar por el Mamoré, en uno de los momentos en que el texto más despega de la descripción rasa:

La navegación de un río hacia su desembocadura causa cierta impresión penosa; día a día, de legua en legua se le ve morir, hasta que se aniquila y se confunde en otro recipiente mayor, llámese confluente, lago o mar. De antemano se sabe el desenlace. La impetuosa corriente, semejante a un caballo desbocado, acelera su marcha para precipitarse ciegamente en un abismo, y ella evoca también aquellas coplas tan sabidas de Manrique: Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en el mar. (p. 328)


El humor no es suficiente para representar el efecto que el agua torrentosa tiene sobre el viajero. Entonces, la escritura acude primero a la humanización del agua, a la metáfora, a la comparación, a la cercanía, a la presentación pictórica del río; incluso, como ocurría en su momento kantiano, a la conceptualización del vínculo entre naturaleza y emoción. Luego, necesita también un apoyo externo, la cita de los versos de Manrique, para presentar esa sensación de tristeza ante el lento final de un río.

¿Fin del viaje?: epístolas

El libro se termina con el viaje: “Con la llegada a Buenos Aires finalizan este viaje y este libro” (Bayo, 1911, p. 440). En las líneas finales de El peregrino en indias queda en claro uno de los recursos centrales del libro: el texto se ha tejido en paralelo al trayecto, respetando su cronología y su orden. Es cierto, como hemos visto, que la escritura asciende y desciende por los tres peldaños que la acercan o la despegan de la simple descripción. Sin embargo, la diagramación del libro, su estructura, se apega al calendario: el orden temporal se impone sobre el impacto, sobre la emoción, y también sobre la construcción narrativa de los eventos.

De Buenos Aires, como ya hemos visto, Ciro Bayo vuelve a España y comienza a publicar. Frecuenta, también, amistades librescas: es amigo de los hermanos Baroja y de Miguel de Unamuno, con quien mantiene larga correspondencia. Las cartas que Bayo le envía a Unamuno entre 1902 y 1912 han sido estudiadas y compiladas por José Ignacio Tellechea Idígoras, en Cartas de Ciro Bayo a Unamuno. “El tema americano va a ser el centro de este epistolario” (1995, p. 367), señala Tellechea Idígoras, que a la vez analiza las cartas y encuentra algunas “perlas autobiográficas” (p. 367). Así, tal como apunta el compilador, nos enteramos por las epístolas por ejemplo de que había sido el editor de Bayo, Bernardo Rodríguez Serra, a quien se menciona en El peregrino en indias, el que lo había animado, o casi empujado, a escribir los libros de temática médica:

¿Quién me había de decir que yo escribiría libros de medicina y de higiene? A Serra se le ocurrió una biblioteca de «Manuales de Higiene» y quieras que no hízome escribir la Higiene del soltero y la del verano, en las que actué de médico a palos y no del todo mal, cuando ya está para agotarse la edición de la primera. (p. 377)

Pero, más allá de estos descubrimientos biográficos, interesa especialmente revisar, al final del viaje, aquello que Bayo escribe a Unamuno sobre su experiencia americana. Interesa, justamente, porque hay una clara continuidad de intereses y de núcleos temáticos entre El peregrino en indias y estas cartas, anteriores a la publicación del libro. Léxico, consejos y humor aparecen, en las epístolas, como zonas fuertes de la escritura de Bayo.

El 27 de mayo de 1903 y desde Madrid, Bayo le detalla a Unamuno el trabajo que ha puesto en su Vocabulario, cuyo original también le envía. Dice Bayo: “Cada vocablo consignado en mi léxico me cuesta la labor y la fatiga que a un entomólogo la caza de un preciado coleóptero o de una rara mariposa” (p. 381). Es en los intercambios sobre este trabajo que Bayo ejercita especialmente bien su humor, nuevamente aplicado a ese otro que, ahora, ha quedado del otro lado del Atlántico.

Dice Vd. que no hablan los americanos tan mal como se cree. ¡Ah, si Vd. los oyera hablar en el terreno! Crea Vd. que tendría Vd. necesidad de un Vocabulario más extenso que el mío. ¡Cualquiera entiende, por ejemplo, esto que ahora se me ocurre: “Ayer conchavé a un mucamo, pero el mismo día le olgué la galleta, porque no quiso llevarme la petaca al tambo!”. ¿Qué palabra más castellana que amigo? Pues amigo, en boca de los gauchos sirve para manifestar cariño, desdén, ironía, odio y desprecio: “¿Cómo le va, amigo?”. “¿Qué dice, amigo?”. “¡Lárguese no más, amigo!”. “Está bueno, pues, amigo”, etc. Otro ejemplo: “Tenía poca plata y me tiré toda una jarra en la pulpería del babicha”. “Hubo baile y se pusieron en chiche todas las chinas”. “La gran flauta, ¡qué bochinche!”. (p. 385)


También aparece, en las cartas, el deseo de lazarillo y de guía, el afán por aconsejar antes del viaje. En junio de 1903, escribe: “¿Será cierto que se nos va Vd. a la Argentina?”, le pregunta a Unamuno. Y sigue hacia el consejo: “Yo, que me precio de conocer muy bien esas repúblicas australes (...) me permito aconsejar a Vd. no se deje tentar por la sirena oficial de no importa qué Gobierno sea”. (p. 382)

Se trata, entonces, de una preconfiguración: las cartas, anteriores al libro, constituyen una posta intermedia. Asientan los intereses, los modulan, los recorren, los investigan en el espacio íntimo de la amistad antes de que Bayo los traslade, después, al espacio público del libro editado. En el intercambio epistolar con Unamuno, encontramos ya en ciernes las aristas que hemos recorrido en El peregrino en indias: el interés por la lengua del otro, el afán de aconsejar al futuro viajero, incluso, y especialmente, el humor. Años después, cuando finalmente, en 1911, Bayo publique El peregrino en indias, los focos temáticos y los recursos se mantendrán. Es que un viaje, si se ha convertido en experiencia, continúa mucho después del punto de retorno. En el caso de Ciro Bayo, la escritura es la continuidad del viaje por otros medios, y aquello que ha impactado no deja de seguir impactando.

Referencias

Alburquerque García, L. (2008). El peregrino entretenido y el relato de viaje a principios del Siglo XX. En, J. P. Rivero & F.U. Meinecke (Eds.), El viaje en la literatura hispánica. De Juan Valera a Sergio Pitol (pp. 145-160). Madrid, España: Verbum.

Barthes, R. (2005). La preparación de la novela. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI.

Bayo, C. (1911). El peregrino en indias. En el corazón de América del Sur. Madrid, España: Librería de los Sucesores de Hernando.

Bayo, C. (1912). La Colombiada. Recuperado de https://archive.org/details/lacolombiada00bayo/page/n7/mode/2up

Bergson, H. (2011). La risa. Ensayo sobre el significado de la comicidad. Buenos Aires, Argentina: Godot.

Gombrich, E. H. (2014). La evidencia de las imágenes. Buenos Aires, Argentina: Sans Solei Ediciones.

Herzog, W. (2012). Del caminar sobre el hielo. Buenos Aires, Argentina: Entropía.

Lois, C. (2018) Terra incognitae. Modos de pensar y mapear geografías desconocidas. Buenos Aires, Argentina: Eudeba.

Mac Orlan, P. (2017). Breve manual del perfecto aventurero. México D.F, México: Jus.

Redondo, A. (2005). Introducción. En Obras completas I (pp. IX-XXXI). Madrid, España: Ediciones de la Fundación José Antonio de Castro.

Tellechea Idígoras, J. (1995). Cartas de Ciro Bayo a Unamuno. Sobre criollismos y otras facetas americanas. Cuadernos Salmantinos de Filosofía, (22), 365-400. Recuperado de https://summa.upsa.es/pdf.vm?id=0000001028&page=1&search=&lang=es

Thoreau, D. (2013). Walden. O la vida en el bosque. Buenos Aires, Argentina: Losada.

1 De hecho, el segundo mapa de El peregrino en indias es uno de las zonas hidrográficas, que abre la Parte Cuarta.