La entrevista: huellas orales en papel


Crear la ilusión del lector

César Olmos1 es un prestigioso grabador español con vocación artística que ha unido su exitoso desarrollo de artista plástico a la creación de la Editorial Testimonio, especializada en la recuperación de códices y manuscritos a través de la publicación de ediciones facsimilares. Sus reproducciones han sido elaboradas con la mayor fidelidad posible a través de la combinación de tres elementos que fueron claves desde el primero de sus proyectos: la investigación, la técnica gráfica y la sensibilidad artística. Sus estampaciones facsimilares, concebidas como una prolongación del arte del grabado, crean en el lector la sensación de estar interactuando con las versiones originales.

L.R.: ¿Cómo se realiza la selección del original del que se hará una copia facsimilar?

C.O.:
Lo primero es tener un proyecto. Por ejemplo, el primer proyecto más importante que tuve fue “El descubrimiento de América”, aunque como Director de publicaciones del Instituto de Cultura Hispánica, luego Instituto de Cooperación Iberoamericana (ICI), ya había editado el Códice de Tudela. Para el V Centenario de España, conociendo lo de la Raccolta2 del Vaticano, pensé que podríamos hacer todo lo que fuera la imagen en el descubrimiento de América, desde Marco Polo hasta la vuelta al mundo, pero no se interpretó la idea. El proyecto abarcó bibliotecas de España, Portugal, Colombia, también participó el Vaticano con documentos. El segundo proyecto fue el de los centenarios de Felipe II y de Carlos V. Luego tuve con el Vaticano ediciones de Biblias. Más adelante, cuando tuvimos más miras, pensamos que un Corán teníamos que realizar, una Biblia judía también, que el Quijote tenía que estar. Siempre la idea era premeditada y siempre pensando en la cultura universal. Los ejemplares que se eligen casi siempre son únicos, como por ejemplo la Biblia judía que tenemos en el Escorial. Son casi siempre documentos únicos, como el Tratado de Tordecillas. Si hay más de un ejemplar como es el caso del Marco Polo, se elige el que está mejor conservado, dentro de los que tengamos más próximos en nuestras bibliotecas. También he realizado trabajos para México cuyos originales estaban aquí en España.

L.R.: ¿Quiénes son los usuarios de los facsimilares? ¿Bibliotecas, coleccionistas, bibliófilos?

C.O.:
Hay de todo. Casi todas las bibliotecas importantes tienen nuestras colecciones. Hay que ver que un libro como la Raccolta tenía en el siglo pasado un valor de 300 millones de pesetas. Entonces entre los 1000 ejemplares que se copiaron seguramente unos 50 podrán ser particulares. Pero el resto los compran las instituciones. Le cuento una anécdota. Teníamos el Libro de Horas3 de Isabel La Católica, y lo compró un jubilado. Llega un momento que me dice que no puede pagar, así que me trae el libro para devolverlo. Nosotros le dijimos “no, no, usted se queda con el libro”. Y punto y se acabó. Al cabo de un año vino el señor con su dinero en una caja de zapatos diciendo: “me he sacado la lotería, vengo a pagarles el libro”. Se da cuenta, hay gente que ve un libro y se encariña. Acá en España también se usa mucho para regalos oficiales o regalos importantes. Son libros muy caros por la inversión que hay que hacer, y luego son capitales que se recogen a muy largo plazo.

L.R.: Las claves de su propuesta se basan en la investigación, la técnica y el arte. ¿Qué proporción de cada una de estas variables usted diría que se pone en juego al momento de realizar un facsimilar?

C.O.: Lo primero de todo es tener una sensibilidad. Mire, yo tengo 62 premios nacionales e internacionales. Una vez quisieron comprar los japoneses mi editorial, pero el tema no es tener los recursos sino interpretar cómo utilizarlos, es decir, saber cómo se debe hacer algo. Yo soy un artista, mis premios son en el arte gráfico. Mi padre era técnico de artes gráficas y ya empleaba técnicas muy complicadas porque superponía unas sobre otras, serigrafía, calcografía, estampación de oro; hay que tener muchas técnicas a la mano para ejecutar un facsimilar. Si usted ve nuestros trabajos y pone un cuentahílos de 13 aumentos, puede ver como si fuera una fotografía. En cambio si toma otros usted ve puntitos, si usted aumenta la letra se pierde, ya no la ve. Pero en nuestro caso siempre podrá leer la letra. Por ejemplo en el Diario de Colón los paleógrafos interpretaban una palabra como otra es porque lo hacían por fotografía, se repintaban unas letras de una página a otra e interpretaban mal una palabra. Cuando hicimos la edición facsímil se hizo un estudio hasta llegar a la palabra real. Uno debe hacer el facsímil con el objetivo de que el lector se ilusione con tener entre sus manos el texto original. Que se crea que lee el original. Yo tengo una fotografía con Ratzinger, con el Papa, y le mostraba un ejemplar nuestro al pueblo de Roma como si fuera una Biblia, como si fuera el propio original. Una vez nos han parado por fronteras y hemos tenido que justificar que eran reproducciones. Recuerdo el caso en uno de los viajes a Colombia: tener que explicar que son dos libros y que dos libros no pueden ser exactamente iguales, que son reproducciones. Eso me ha agradado siempre mucho. Llegamos casi a la falsificación. Nuestros facsimilares han sido regalados por nuestro Rey, no el de ahora, el anterior; la gente se ha creído que le regalaban el propio original. Todo este tema modula una recreación en torno a la lectura, los originales y las copias.

L.R.: ¿Cómo fue el pasaje de su interés por lo artístico a la producción de ediciones facsimilares?

C.O.:
Mi padre, que era técnico en artes gráficas y era un hombre muy habilidoso, no era dibujante, pero era habilidoso, y hace unos 70 años hizo una copia de un retrato realizado por Daniel Vázquez Díaz de Unamuno. Hicieron una edición de 100 ejemplares y se hizo a 24 colores, era una litografía. Yo le ayudaba, mi padre me llevaba a los talleres y por hacer una gracia me decía: “haz un dibujo y vas a ver cómo se reproduce”. Yo veía ese mundo, yo dibujaba en piedra con mi padre. Después hice bellas artes. Mi madre desde pequeño me decía: “Cesita, hijo, hazme un dibujito para…”. Siempre estaba con el rollo de pedirme dibujitos, dibujitos, dibujitos. Luego en la escuela, en la clase de calcografía, tuve el premio de la bienal de Luviana como alumno. El profesor, el catedrático, me ha dicho: “hazte cargo de la clase”. Esto lo cuento porque todos esos hechos han sido predestinaciones. Pues con el premio, los dichos del profesor y tal… seguían los premios, bueno… es que ya estás predestinado. Pero con el arte para subsistir… el arte es una profesión de pobres, hay que trabajar. Entonces mis conocimientos los apliqué en un plano profesional y con lo que aprendía técnicamente me hicieron director de publicaciones del ICI… fue un progreso natural creo yo.

L.R.: ¿Qué es un facsimilar?

C.O.:
Es una obra que te motiva a creer que es el original.

L.R.: ¿Cuándo se puede comenzar a hablar de facsimilares en la historia del libro?

C.O.:
Ya con Durero… cuando se inventa el grabado y se descubre la litografía, ahí se empiezan a hacer las pruebas de copias. Son facsímiles unas de otras, son copias. En el momento que existe la impresión uno ya quiere tener más copias de los originales. Los primeros facsimilares están en Austria. He visto algunas cosas en Roma invitado por el Vaticano, vi unas reproducciones que eran muy buenas, pero esos procedimientos ya no se pueden hacer porque los productos hace muchísimos años que ya no se hacen; por ello se fue a la litografía. Mi padre hizo una versión de los dibujos de García Lorca, y yo en el Instituto hice de Torres García un librito que se creían que era el original.

L.R.: ¿Cómo es el procedimiento de adquisición de sus facsimilares? Por ejemplo, si yo quisiera la edición facsimilar de La Araucana de Ercilla ¿lo debo encargar o ya lo tienen hecho?

C.O.:
De las ediciones originales seleccionadas se hacen 1000 ejemplares y se van vendiendo en el tiempo. Cuando se acaban no se vuelven a realizar. Solo se realizan nuevas ediciones facsimilares para México. Nosotros tenemos libros de ellos que son muy emblemáticos y no podemos, por una tradición nuestra, negarles la edición completa. En algunos casos ya vamos por la cuarta edición, pero esto lo compra el Estado de México. También me he brindado para que se hagan exposiciones itinerantes: las hemos hecho en México, en Colombia. Me gustaría mucho hacer alguna también por Argentina.

Fecha de la entrevista: 01/09/2016

1César Olmos Pieri nació en Valladolid en 1936 y reside y trabaja en Madrid. Estudió Bellas Artes estimulado por la figura de su padre, técnico de artes gráficas, cuando en su taller, ya a los ocho años dibujaba en una piedra litográfica y sacaban copias. Hoy sus hijos continúan relacionados con el proceso de impresión de ediciones facsímiles que logran premios en todo el mundo. Como Director de publicaciones del ICI editó, para el V Centenario del Descubrimiento de América, el Códice de Tudela. Algunas de las colecciones de Testimonio, la editorial que fundó a fines de los ’80 son: Tabula Americae, que difunde textos relativos al Descubrimiento y a las culturas precolombinas; Thesaurus Americae, libros emblemáticos de las naciones americanas; o Scriptorium, códices y obras clave de la cultura europea. También ha editado Las Cantigas de Alfonso X el Sabio, y obras trabajadas conjuntamente con Luis Rosales y Miguel Delibes, entre otros. Ganó diversos primeros premios en bienales internacionales (Cracovia, São Paulo y París). (N. de la Ed.)

2La Raccolta (“colección” en italiano) es un libro que contiene oraciones y ejercicios piadosos a los cuales los papas han asignado indulgencias. Ha sido publicada por primera vez en Roma en 1807 por Telesforo Galli. (N. de la Ed.)

3El llamado Libro de horas de Isabel la Católica se conserva en la Real Biblioteca de Madrid. Es una obra maestra de la miniatura flamenca con 3487 ilustraciones entre imágenes, orlas e iniciales de diferentes tamaños. Perteneció a su suegra, Juana Enríquez. Después de ser utilizado por la reina Isabel, lo heredó su hija Juana. (N. de la Ed.)