La entrevista: huellas orales en papel


Habitar en los libros

Alejandro Parada es Doctor en Bibliotecología y Documentación (UBA). Director de la Biblioteca “Jorge Luis Borges” de la Academia Argentina de Letras. Secretario de redacción de la publicación especializada Información, Cultura y Sociedad. Como especialista en Historia de la Cultura Escrita e Impresa y en Historia del Libro y de las Bibliotecas, es investigador en el Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas (UBA. FFyL) y docente universitario (UBA y en la UNSAM).

L.R.: Tus tareas laborales realizan aspectos diversos de la profesión bibliotecaria, la docencia, la investigación y la gestión de biblioteca. ¿Cómo se relacionan con el libro antiguo?

A.P.:
Bueno, en la Biblioteca de la Academia Argentina de Letras tenemos una colección de libros antiguos, aproximadamente 760 títulos y numerosos volúmenes que representan esos títulos, puestos en valor, almacenados bajo las condiciones de preservación, catalogados siguiendo las normas internacionales, guardados con papel libre de ácido, etc. Es una colección importante. Es decir que llevo un ejercicio profesional sobre él. Pero mi relación con el libro antiguo se realiza también a través de la docencia: doy clases de Historia del Libro y de las Bibliotecas. Finalmente, como investigador me he centrado en la historia de la cultura escrita e impresa, de modo que cada dos por tres me tropiezo con el libro antiguo.

L.R.: Sería muy interesante que nos comentes a qué conclusiones has llegado como bibliotecario sobre nuestro objeto de interés: “el libro antiguo”. Sobre todo porque tu realización laboral aborda las diversas posibilidades de un bibliotecario: la docencia, la investigación y la gestión.

A.P.:
Mirá, lo primero que deberíamos referir es que por lo general decimos muy fácilmente “libro antiguo”, pero en realidad es un concepto cuya complejidad excede a su materialidad, al objeto corpóreo, lo físico. En cierta medida es necesario ver algunas dimensiones, algunas facetas, podríamos decir, conjeturales, porque son netamente provisionales sobre el libro antiguo. Cuando intentamos definir libro antiguo, ya aparecen distintas aristas y contradicciones. La bibliografía internacional sobre este tema es casi incontrolable. Pero quizás podríamos hacer un abordaje desde el punto de vista bibliotecario. Yo propongo partir de la Colon Classification de Ranganathan1.

L.R.: ¿Sería aplicar su sistema de facetas al libro antiguo para aproximarnos a una conceptualización?

A.P.:
Exacto, se podría partir analizando qué dimensiones facetadas tiene el libro antiguo. Resulta particularmente interesante, siguiendo a Ranganathan, pensar en la personalidad del libro antiguo, es decir, qué define a una cosa en cuanto a su esencia. Esto se vincula con la concepción filosófica fenomenológica de Husserl, quien propone buscar a través de la esencia y de la intuición qué es una cosa. Pero quiero aclarar que algunas de las facetas que podemos analizar serán siempre provisionales para el debate, y que van a quedar innúmeros aspectos fuera de este planteo. Una primera faceta es la lingüística o terminológica. ¿Qué significa esto? Hay que detenerse y preguntarse cómo se suele denominar e identificar a través del nombre al libro antiguo. Y aquí, una de las primeras cosas que vemos es la polisemia. A los libros antiguos puede llamárselos: fondos reservados, obras raras y valiosas, tesoro, colección antigua, colección de reserva, colecciones curiosas. ¿Por qué tenemos una estructura polisemántica? No podemos acceder unívocamente con un solo ímpetu significante a lo que es un libro antiguo, hay una dificultad terminológica para que comprendamos unívocamente qué es un libro antiguo. Veamos un ejemplo. Podemos tener un libro que edita la Sociedad de Bibliófilos Argentinos, es un libro raro porque se editan 100 ejemplares, se editan ejemplares por la cantidad de socios que tiene o tenía la Sociedad, además son libros valiosos porque se editan con ciertas características, papel valioso, papel Holanda, etc. Es un libro raro y valioso, pero no es un libro antiguo. Sin embargo, a los libros antiguos se los llama también raros y valiosos. Otro ejemplo, un libro puede ser antiguo, pero no ser raro y valioso; un libro antiguo puede estar en una ciudad, en muchas bibliotecas, y en el mercado costar 300 o 400 pesos. Que un libro sea antiguo no es una condición sine qua non para que sea raro o valioso.

L.R.: Y sin embargo estas diferencias son importantísimas a la hora de gestionar una biblioteca, de tomar decisiones de toda índole, desde cómo capacitar al personal que trata física e intelectualmente con estos libros, hasta la implementación de un reglamento de consulta.

A.P.:
Exactamente, entonces lo que tenemos que preguntarnos es qué queremos decir con libro antiguo. Cuando decimos libro antiguo estamos diciendo muchas cosas. Y es más, vos y yo somos bibliotecarios. Pero la representación que tenemos vos y yo como profesionales del libro antiguo no va a ser la misma.

L.R.: Y si se piensa en la dimensión temporal tampoco por allí se encuentra una respuesta unívoca.

A.P.:
Bueno, en el esquema que estamos siguiendo te referís a la faceta que podríamos denominar temporal y espacial. Nos podríamos preguntar ¿qué son los libros antiguos desde esta dimensión? ¿Por qué? Porque en un determinado momento el libro que tratamos como antiguo ha sido un libro moderno. ¿Cuál es el momento en que un libro moderno se transforma en libro antiguo? Acá entra en juego esta faceta temporal que está signada por el tempus, el libro antiguo está atravesado por esa faceta espacial y temporal que es el tempus. Como sabemos, un libro antiguo tiene que estar muy respetado en cuanto su período de producción. No es lo mismo un libro antiguo incunable, un libro antiguo del siglo XV, del XVI, XVII, del XVIII y de los primeros años del siglo XIX. Es un libro que está prietamente encerrado en una cápsula de tiempo, y usando un término existencialista de Heidegger, se encuentra eyectado. Es un objeto del pretérito que se encuentra eyectado en el presente, con una tipología y una configuración de la imprenta, de la historia del libro del pasado. Ese objeto eyectado en el presente hay que desembalarlo, abrirlo en el presente para interpretarlo. El libro antiguo es un objeto del pasado que se despliega ante nosotros en el presente como artefacto cultural. Esta acción de desplegar debe ser muy conciente para los bibliotecarios, porque nos lleva a otro aspecto ahora, que es la faceta documental. El libro antiguo es un documento de época, es un artefacto documental que va a ser interpretado por nosotros en el presente. Pero tiene aún unas complejidades más sutiles. Porque si a ese objeto del pasado le hacemos una preservación o conservación lo estamos eyectando ahora hacia el futuro. Para que otra persona lo despliegue en su próximo presente que es un futuro para nosotros.

L.R.: Disculpame Alejandro, pero no me queda muy clara la articulación de la faceta espacial del libro antiguo con la faceta documental.

A.P.:
Lo que se debe pensar es que el libro antiguo no se mueve en la misma faceta de tiempo que nos movemos nosotros. Tiene una faceta paralela, como si fuera un mundo paralelo. Es pasado porque fue construido con la impronta y las tecnologías del pasado, con sus imaginarios y representaciones del pasado; es presente, porque nosotros lo desplegamos cada vez que lo abrimos y lo interpretamos; y es futuro si lo intervenimos para preservar. Entonces, en cierto sentido participa de esta gran pregunta de la bibliotecología y la documentación: ¿qué es un documento? Como lo planteaban Buckland o una autora clásica como Noël le Malclès, al tener un libro antiguo nos preguntamos por lo que es un documento ontológicamente. Y el libro antiguo viaja por toda esta categoría temporal que termina manifestándose plenamente en lo documental.

L.R.: ¿Cómo se sitúa la conceptualización de libro antiguo latinoamericano en relación con los desarrollos teóricos europeos?

A.P.:
Esto implica el análisis de otra faceta, la geográfica y toponímica. Y en este sentido hay algo que amerita una gran discusión. Los bibliotecarios, anticuarios y grandes bibliotecas del mundo decimos que los libros antiguos generalmente son los impresos anteriores a 1801 para unos, 1820 para otros, y hasta 1830 para otros. Pero esto se piensa dentro de la macro tipología del libro antiguo. La parte geográfica hay que ajustarla a la toponímica, al lugar de cada uno. Si nosotros pensamos por ejemplo, en el libro antiguo en la Argentina, esta clasificación macro-tipográfica no nos alcanza. Porque una pequeña localidad de la provincia de Buenos Aires como Tornquist o Coronel Pringles, donde supongo que llegó la imprenta a fines del siglo XIX, tuvo sus primeros impresos en ese momento. Para la identidad cultural del libro antiguo en la provincia de Buenos Aires, los primeros impresos de esa imprenta son antiguos. Entonces el concepto macrotipográfico de libro antiguo establece el límite en el año 1801, desde la perspectiva de la globalización internacional. Pero para la identidad del libro antiguo, no te digo en México y en Perú que tienen una larga tradición en cuanto al libro antiguo, pero en muchos países latinoamericanos como Uruguay, Paraguay, Bolivia, Brasil, llega tarde la imprenta en cierta medida. Entonces la noción de libro antiguo debe adaptarse en su temporalidad toponímica a la realidad del desarrollo de la imprenta de ese país, de lo contrario estamos teniendo una visión demasiado europeísta de nuestra realidad de la imprenta en América.

L.R: El tema adquiere otro giro cuando pensamos que un libro antiguo es además una obra de arte.

A.P.:
Eso se relaciona con la faceta económica. ¿Por qué? Porque si el libro antiguo entra dentro del campo de la estética y del coleccionismo, se mueve como una obra de arte. En una clásica definición marxista de cómo se mueven los bienes culturales, el libro antiguo se convierte en mercancía y objeto de mercado. Por lo tanto el librero anticuario y las casas de subasta como Christie’s, Sotheby’s son las que fijan un precio de mercado. Pero indudablemente estos emprendimientos no contemplan al libro como bien cultural, sino como mercancía. Por lo tanto elevan tanto los precios que solo son accesibles para coleccionistas lo que hace que las bibliotecas con poco presupuesto tengan muchos obstáculos para llegar a ellos. Las gestiones bibliotecarias y las Asociaciones de Bibliotecarios deberían trabajar de alguna manera para poder intervenir en el mercado del libro antiguo en el que se podría participar, y no dejar que los anticuarios y grandes casas de subasta vacíen el libro antiguo de todos sus otros campos y solamente lo consideren una mercancía.

L.R.: Entiendo que esos grandes anticuarios y casas de subastas aplican las normas de preservación y conservación estandarizadas para el libro antiguo…

A.P.:
Sí, sí, por supuesto, porque cuando el libro antiguo se convierte en un producto del mercado lo tienen que cuidar. Cuando un libro está bien cuidado, sin máculas de humedad, sin los cantos desgastados, etc., más valor tiene. Pero quiero señalar que esta faceta económica es una faceta que nos olvidamos de reclamar los bibliotecarios. Hay otra faceta que los bibliotecarios también solemos dejar olvidada. Es que el libro antiguo tiene una dimensión política y de poder. Vamos a ejemplificar. Los incrementos de los fondos antiguos de las grandes bibliotecas no han quedado al libre albedrío. Instituciones como la Bibliothèque Nationale de France, la British Library, la Library of Congress siempre han tenido políticas, a veces políticas muy bien diseñadas y otras veces no muy santas, para hacerse de una buena colección de libros antiguos porque esto da a su institución prestigio y valor en el mercado. Porque tienen muy en claro que tener estas obras implica entrar en la esfera del poder y del dominio. Esto es muy interesante para considerar. Desplegar, mostrar en una colección estos tipos de impresos es una forma sutil de ejercer el poder. De nada que tenga que ver con la política y el poder está exenta la biblioteca. Creer que la biblioteca es una entidad pura, totalmente prístina e inocente de las instancias de dominio-poder que sufre y que puede ejercer, es muy inocente.

L.R.: Visitando bibliotecas y archivos de otros países, por ejemplo europeos, he observado que lo registrado en papel, el cuidado de bibliotecas o archivos tiene un destino cívico.

A.P.:
Porque el libro antiguo tiene también una faceta social. Los fondos antiguos representan una instancia discursiva que implica el problema del acceso a todos los ciudadanos. ¿Por qué? Porque son libros de gran valor, que deben consultarse respetando la preservación y conservación estandarizada, con una cierta normativa y cuando llegan al público, en general llegan en forma de exposiciones, en forma de muestras, en formas de algún tipo de representación museográfica o escenográfica. Ahora, resulta que los libros antiguos pueden construir ciudadanía, ¿por qué? Meditemos sobre la primera imprenta que funcionó en la ciudad de Buenos Aires en 1780, la Real Imprenta de los Niños Expósitos. Si hacemos un derrotero de la producción de la mayoría de las imprentas argentinas hasta 1950 o 1970 tendremos el itinerario histórico y tipográfico de nuestra historia. No solo por el contenido sino porque además se puede ver cómo se desenvolvió la industria del libro en la Argentina y la construcción histórica de los discursos históricos y narrativos que tienen esos libros. Por lo tanto tiene que ver muchísimo con la ciudadanía. Hay que plantearse que la gente común pueda acceder a las presentaciones del libro antiguo. El libro antiguo es muy importante para enseñar historia, política cívica, para reconstruir derechos civiles, para pensar la soberanía desde otros ángulos. Y la digitalización acá nos presta ayudas enormes. Si hubiera en Argentina una política de Estado para la digitalización de todos estos fondos y estuvieran en un solo repertorio, un ciudadano simple y a pie podría consultarlos. Entonces, ¿los libros antiguos pueden construir ciudadanía? Sí, si hay una intencionalidad política, no digo ideológica, pero si hay un despliegue político que diga: “que los ciudadanos vean esto”, se puede construir ciudadanía. Lógicamente, preservándolos, conservándolos. Con la digitalización, como dije, tenemos un arma notable.

L.R.: ¿Qué es posible decir sobre la relación específica entre el libro antiguo y los bibliotecarios?

A.P.:
Hay una faceta profesional y técnica, el libro antiguo requiere normas de catalogación especiales, requiere etiquetas de clasificación especiales, y procedimientos de digitalización especiales. Requiere del bibliotecario una preparación y aprendizajes informáticos especiales. Esta faceta es netamente profesional y cae en nuestra formación continua para saber cómo controlar y acceder al libro antiguo. Luego hay una extraordinaria faceta que estudiar en el libro antiguo desde la perspectiva de la historia del libro, de la historia de la edición, de la imprenta, de las bibliotecas y de la historia de la lectura. Un libro antiguo es una cápsula temporal que se despliega a nuestro presente y nosotros podemos interpretarlo. A través del libro antiguo tenemos el desarrollo de los discursos narrativos, podemos ver cómo se construyó el conocimiento en el siglo XV, XVI, XVII y el siglo XVIII, que no es la misma prosa ni la misma escritura que la actual. Tenemos también que, dependiendo del objeto material, se puede discriminar cómo era el taller tipográfico, qué tipos de letras se empleaba, gótica, itálica, románica. Cómo era la disposición de las letras. Con el análisis del papel se puede determinar dónde se fabricó, su origen, se pueden comparar ediciones y ver si los editores en la disposición tipográfica intervinieron la escritura del autor, aquello de lo que habla tanto Donald Mackenzie, cómo los editores también construyen al lector, entonces ya estamos hablando de una sociología de los textos. Además se nos abre algo estupendo para la historia de la lectura, las intervenciones del lector en los textos, lo que nosotros llamamos la escritura del lector: las marginalias. Cuando el lector utiliza las páginas de guarda, subraya, y deja su impronta escrituraria, estamos ante la marginalia. Todos los que poseemos libros antiguos que tienen marginalia tenemos las huellas de las prácticas de la lectura ahí. De modo que desde el punto de vista de la historia de la lectura y de la historia del libro se puede analizar si tiene sellos de propietarios y otras representaciones que se manifiestan desde la materialidad del libro antiguo. Y pasar de la materialidad a la interpretación es aquello que Carlo Ginzburg llama en su famoso artículo Huellas2 el método indiciario. Ir a través de estas pistas, reconstruir el mundo de la edición, el lector y de las bibliotecas. Yo quisiera comentarte dos facetas que son capitales. Una, como patrimonio cultural. El libro antiguo es, antes que un objeto de mercado, el patrimonio cultural de una nación. Por lo que una nación y un Estado deben velar por las leyes de uso, por las leyes de acceso, de preservación y conservación. Deben velar para que se evite aquello que ha sucedido mucho en Argentina, que a través del contrabando se han perdido colecciones de libros antiguos magníficas. Se ha avanzado mucho en América Latina y en Argentina en los últimos años. Hay nuevas legislaciones. Pero no son suficientes. Porque no hay una concientización del libro antiguo como patrimonio cultural. Y acá tenemos que hacer los bibliotecarios nuestra mea culpa, y muchas veces también los mismos investigadores los manipulan y esto se presta a situaciones confusas y engorrosas; pero fundamentalmente no hay una conciencia en las clases dirigentes de que el libro es un bien cultural, que no solo construye ciudadanía sino que además necesita una política de Estado. Como preservamos un cuadro o un monumento, el libro antiguo merece esa misma concientización para que las clases políticas legislen detalladamente al libro antiguo como un patrimonio, como un bien cultural. En esto también los bibliotecarios tenemos un desafío. Ver cómo logramos que las autoridades, sea cual fuere su partido, entiendan que Argentina tuvo muchísimos libros antiguos y que ha sido una sangría constante la pérdida que ha sufrido. Y luego hay una faceta que podríamos decir “folclórica”, pero no por ello menos interesante. Se la podría llamar “el libro antiguo y la dispersión paradojal”. Esto es algo que aparenta ser negativo pero que con el tiempo es algo positivo. Es decir, las grandes colecciones de anticuarios y coleccionistas salen a la venta, mueren sus propietarios, sus legatarios generalmente no continúan con los libros y sus familiares o testaferros o albaceas resuelven su venta. Entonces una colección privada que llevó muchísimo tiempo desarrollarla entra en un proceso de dispersión. Luego, estas personas también fallecen o las dejan, entonces las obras entran nuevamente al mercado, y a medida que pasa el tiempo esta dispersión se vuelve paradojal, ocurre como en las obras de arte que comienzan a ir a los museos. Entonces el último destino de aquel libro antiguo que ha sobrevivido es terminar en la colección de una biblioteca nacional o de una institución académica especializada que los guarda. ¿Dónde está la paradoja? En que el libro antiguo tiene una gran dispersión cuando se produce la venta de una colección, pero tiende a reagruparse en una institución. Y eso es una ventaja a nuestro favor: tenemos que estar atentos a estos momentos de la dispersión paradojal porque es cuando las bibliotecas tienen que contar con fondos para comprar los libros antes que caigan en manos de otro coleccionista, a veces por precios irrisorios. Porque están los esnobs pero también hay otros Estados que ven esto y dicen: “¡epa! si acá no hay interés, entonces capturemos nosotros esos libros”. Y se los llevan. Ha pasado mucho en la Argentina.

L.R.: Son tantos los aspectos que se deben contemplar al tratar con el libro antiguo que de ninguna manera pienso en ninguna conceptualización que clausure el tema. Sin embargo, ¿podremos esbozar algunas conclusiones “provisorias o conjeturales”, como vos llamas a tu análisis sobre el tema?

A.P.:
Yo creo, después de estar cuarenta años con el libro antiguo como bibliotecario, como docente, como investigador, por los ejemplares antiguos que he comprado para las clases porque no puedo llevar libros antiguos de una biblioteca y someterlos a una manipulación, pero a mis ejemplares sí porque están para la docencia, que el libro antiguo sigue siendo un enigma. ¿Por qué? Por todas estas dimensiones que tiene, por todas estas aproximaciones que son conjeturales. ¿Qué hace además a esta faceta del acertijo, de la encrucijada, del enigma? Que tiene un comportamiento ambivalente, ambiguo. Quizás para nosotros, los profesionales de la información, los especialistas del libro antiguo, pretender definirlo a través de una unívoca definición sea disminuir sus potencialidades. Al libro antiguo hay que verlo en su dimensión coral y polifónica y acceder por estos mundos para establecer un diálogo con él, un diálogo que es paradojal.

L.R.: Para Pierre Bourdieu todo intento de nombrar es en realidad un intento de dominación. Me parece preferible dejar al libro antiguo con su fuerza de vida liberando sentidos aunque siga asombrándonos y desafiándonos.

A.P.:
Sí, Liliana, es curioso. Uno tiene en las manos libros del 1500, del 1600, los abro y veo que los nombramos libro antiguo, y me pregunto si realmente este libro que tengo con un papel magnífico, que ha llegado a veces con una buena encuadernación, que me despliega todo su pretérito, me susurra el presente, se eyecta hacia el futuro, me pregunto ¿este libro que yo llamo antiguo no es más moderno que un libro que acaba de publicarse hace solo 10 o 5 años? Entonces cuidado. ¿El libro antiguo no es un libro moderno? Leí un ensayo de Benjamin que se llama Desembalo mi biblioteca3 sobre aspectos de bibliomanía, y dice que con los libros no solo debemos conformarnos con tener una relación profunda de conocimiento sino que para entenderlo en su entidad biológica, en su profundidad, lo que hay que hacer es habitar en ellos, morar en los libros. Como bibliotecarios ¿por qué no establecer una residencia en los libros antiguos?

Fecha de la entrevista: 25/08/2016

1Clasificación colonada: sistema de clasificación en Bibliotecología, creada por el bibliotecario indio Ranganathan. Basada en las leyes de la Biblioteca Ideal, descompone los campos o disciplinas científicas según distintos puntos de vista o facetas. (N. de la Ed.)

2Ginzburg, C. (2003). Huellas. Raíces de un paradigma indiciario. En Tentativas (Cap. 3, p. 93-155). México: Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Recuperado de https://sites.google.com/site/ehblog2010/Ginzburg_-_ Huellas_Raices_de_un_paradigma_indiciario.pdf?attredirects=0&d=1 (N. dela Ed.)

3Benjamin, W. (1986). Desembalo mi biblioteca: discurso sobre la bibliomanía. Punto de vista, 9(26). Recuperado de: http://www.ahira.com.ar/revistas/pdv/21/pdv26.pdf (N. de la Ed.)