Las letras del Pucará
O un recorrido por tres escritos sobre el Pucará de Tilcara
Capas. Se podría decir que el de la arqueología es un trabajo de
capas. Capas de tierra, capas de suelo, capas de objetos o huellas
encontrados. Y capas de análisis, de descripción, de investigación.
Lo que se rescata en una de las capas cobra sentido en otras
y como resultado aparece, entonces, un discurso, un texto, un
artículo, un libro: palabras y frases que ponen por escrito todas
las relaciones entre las capas, que dejan constancia no solo de los
hallazgos sino también de lo que no pudo encontrarse, de los objetos
perdidos para siempre. Y, también, de los procesos de búsqueda.
El texto final de un estudio arqueológico es, quizás como
todo texto, un objeto también formado por capas. En todo caso,
la relación entre esos textos y las investigaciones y expediciones
de los que surgen nos dejan pensando en aquello que planteaba
Michel Foucault como motivación para El orden del discurso:
[la] inquietud con respecto a lo que es el discurso en su
realidad material de cosa pronunciada o escrita; inquietud
con respecto a esa existencia transitoria destinada
sin duda a desaparecer, pero según una duración que no
nos pertenece, inquietud al sentir bajo esta actividad (…)
poderes y peligros difíciles de imaginar; inquietud al sospechar
la existencia de luchas, victorias, heridas, dominaciones,
servidumbres, a través de tantas palabras en las
que el uso, desde hace tanto tiempo, ha reducido las asperezas.(Foucault, 1996, p. 13)
Con el tono diáfano y a la vez analítico de siempre, Foucault
esboza en estas líneas algo que vale para muchos ámbitos del conocimiento.
Aquí, en las páginas que siguen, nos interesa ver de
qué modo aplican, al menos, para estos tres: la arqueología, la escritura
y la lectura. Como un monumento, o como una pieza de
arte precolombino, un texto, nos dice Foucault, también esconde
una historia, una que ha sido reducida por el tiempo, al igual
que la de cada uno de los objetos que la arqueología analiza. Los
objetos y los textos corren, esa misma suerte, dice Foucault: la
erosión. Queda, entonces, en los dos, la misma inquietud, el mismo
latido por detrás.
Del mismo modo que los arqueólogos reconstruyen una historia
a partir de objetos, hasta donde es posible y sabiendo siempre
que la reconstrucción total constituye un imposible y una utopía, quien lee textos de arqueología como los que leeremos a
continuación puede intentar también, y con las mismas salvedades,
reconstruir esa historia: los libros nos proveen una puerta de
acceso. Un texto, un discurso, un libro: más capas que se suman a
la historia de esos objetos. O, para el caso específico que nos ocupa,
tres libros que suman sus capas de palabras a la historia del
Pucará de Tilcara. Ahora, en el presente, estos tres escritos son
también parte de la historia del sitio arqueológico que retratan:
constituyen parte de su pasado, lo mismo que las habitaciones,
las viviendas, las cerámicas, la necrópolis, la reconstrucción. Son
tres libros3 que integran el Fondo Instituto de Arqueología Prof.
Juan Manuel Suetta de la Biblioteca y Archivo Históricos de la
USAL y que marcan tres momentos especiales en la historia de
las exploraciones arqueológicas del Pucará de Tilcara. El primero,
Resultados de las exploraciones arqueológicas en el Pukará de
Tilcara, de Juan B. Ambrosetti, de 1912. El segundo, Las ruinas
del Pucará, de Salvador Debenedetti, de 1929, aunque el ejemplar
de nuestra biblioteca es de 1936. El tercero, de Eduardo Casanova,
Fundador y primer Director del Instituto de Arqueología de
la USAL, es de 1950 y se titula Restauración del Pucará. Recorriendo
los tres se recorren dos caminos: el del Pucará mismo y
el de su análisis y exploración. Demos el primer paso.
Antes de explorar
Algunos preparativos para el recorrido a través de estos tres
libros. ¿Qué es, dónde se encuentra, el Pucará de Tilcara? Los
mismos textos se ocupan de ir definiendo y haciéndonos conocer
este sitio arqueológico. Lo primero que tenemos que saber lo
encontramos en palabras de Eduardo Casanova: “Pukará es una
palabra kichua que en nuestro noroeste se ha generalizado bajo
la forma de pucará y que significa fortaleza, o sea, todo lugar
poblado que presenta defensas militares” (p. 8). Según señala,
en la Quebrada de Humahuaca existen muchos pucarás, aunque
el de Tilcara es el más importante. Se trata, entonces, de un poblado
prehispánico ubicado en la zona central de la Quebrada
de Humahuaca y en la margen izquierda del Río Grande. Fue,
desde fines del siglo XI d.C. y hasta el momento de la conquista
española, un lugar de refugio y vivienda para sus pobladores; allí conformaron una ciudad, con más de doscientas habitaciones
rectangulares y corrales para llamas, con una necrópolis,
sepulcros y sepulturas, plazas y espacios para ceremonias. Pero,
¿quiénes? “Los pobladores del Pucará de Tilcara fueron una de
las tribus de los Humahuacas, indígenas que en el momento de
la conquista española ocupaban la quebrada y tierras aledañas”
(p. 25).
Hasta aquí los datos objetivos, necesarios antes del recorrido
por los tres libros que nos ocupan. Sumemos, antes de seguir,
un pasaje más, algo distinto, algo del orden de lo sensorial:
“La primera sensación que se tiene al recorrer el Pucará (…) es
la de que se halla uno perdido en un laberinto” (p. 13). Ahora sí.
El segundo paso.
Primera capa: once conclusiones
Resultados de las exploraciones arqueológicas en el Pukará de
Tilcara, de Juan B. Ambrosetti (1865-1917), primer Director del
Museo Etnográfico y figura emblemática de la arqueología nacional,
es uno de los ejemplares más antiguos de la biblioteca que
perteneció al Instituto de Arqueología de la USAL: publicado en
1912. Se trata de un extracto de las Actas del XVII Congreso
Internacional de Americanistas, y detalla los resultados de una
exploración realizada por un equipo de la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Buenos Aires. El extracto se publicó
en la Ciudad de Buenos Aires, en la imprenta de Coni Hermanos.
A simple vista, esta primera capa de texto sobre el Pucará es
finita y discreta. La separata incluye solo once conclusiones, dispuestas
en solo un par de páginas. Sin embargo, es mucho lo que
podemos saber del Pucará en estas dos páginas: “La vida de esta
ciudad se ha conservado hasta la época de la conquista, probablemente
sólo hasta sus primeros años”. Esta cultura ornamentaba
sus piezas de alfarería de manera parecida a como lo hacían
otras culturas de la zona, como La Poma y la Cachi: “la estilización
de los motivos había llegado a un alto grado de evolución”,
señala Ambrosetti. En la expedición, también se hallaron objetos
de madera y de bronce. Estos últimos “parecen haber sido fundidos
en la misma población a juzgar por un molde que hemos hallado”.
Por último, la separata destaca que “El Pukará de Tilcara
parece representar el límite norte en la quebrada de Humahuaca
de los tipos de cultura del sur”. (p. 3-4).
A través de estas dos páginas, poco sabemos de la exploración,
del viaje, del equipo. Sin embargo, detrás de estas once
conclusiones hay un mundo profundo. Y es en este punto que
la aparente discreción de esta separata deja de ser tal. Es a partir
de lo que detallan Salvador Debenedetti y Eduardo Casanova en
sus libros que podemos indagar más en la historia de cómo Ambrosetti
pudo, en 1912, llegar a esas once conclusiones. Cuenta
Casanova que la primera referencia al Pucará en una publicación
de tipo científico aparece en la obra de Eric Boman, un investigador
sueco que había visitado la región en 1903. Pero fue en
ese mismo año que el doctor Ambrosetti descubre cabalmente,
y valora, el sitio arqueológico del Pucará. En 1908 se realiza la I
Expedición a la zona, que continuará, con base en Tilcara, todos
los años hasta 1912. “La ciudad fortificada había sido excavada
profusamente en los barrios situados al S. y al O. y se había dado
comienzo a las investigaciones en la gran serie de edificios emplazados
en la parte N. del cerro” (p. 134). Así empezaban los
primeros trabajos en el Pucará, y Debenedetti, que trabajó mano
a mano con Ambrosetti, le dedica su libro: “a la memoria del
Doctor Don Juan B. Ambrosetti, maestro y amigo”. Debenedetti
ofrece también una imagen completa y sensible de cómo se veía
y se sentía el sitio en esos primeros años, todavía sin restaurar y
rodeado de naturaleza:
Las construcciones ubicadas en el amplio faldeo N.E. y
E. permanecían intactas, apenas visibles entre la tupida
vegetación de pencales y pequeños y espinosos arbustos.
Restos de muros de contención, dislocados, al borde de
confusas terrazas, alternaban con murallas derrumbadas
o pedazos de borrosos cimientos, aflorantes entre la
infranqueable maleza. Era imposible penetrar en aquel
caos de desmoronamientos sucesivos, de edificios caídos,
de muros que alguna vez marcaron la orientación de sendas
y caminos o delataron la existencia de algún rancho
indígena o parapetaron a los guerreros de la fortaleza en
horas lejanas de peligrosa defensa. (p. 134)
Los primeros movimientos de la restauración avanzan en esas
primeras expediciones a cargo de Ambrosetti. Su discípulo, nuevamente,
es quien retrata de qué modo los trabajos arqueológicos
van dejando cada vez más y más claro el espacio del Pucará
de Tilcara: “Muchos días se emplearon en remover escombros,
en exhumar el material arqueológico allí sepultado y en poner a la brillante luz del sol las numerosas murallas que se iban descubriendo
paulatinamente durante las excavaciones” (p. 136).
De los mismos trabajos y en esos mismos días surge la idea
que irá a trazar el camino que iremos recorriendo en los otros
dos libros, una idea sin precedentes en la historia de nuestro país:
la idea de la restauración del Pucará. Sería, como cuenta Debenedetti,
la primera vez que se restauraran ruinas en la Argentina:
Cuando el trabajo ya avanzado permitió ver con claridad
las líneas generales de las construcciones allí existentes y
fué posible apreciar nítidamente el poderoso e inteligente
esfuerzo de los constructores del Pucará, surgió en nosotros,
de improviso, la idea de restaurar las ruinas de la
antigua población, al menos, en aquella zona. Quedó convenida,
entonces, con el doctor AMBROSETTI, su inmediata
realización. Era la primera vez en nuestro país que
iba a procederse a la restauración parcial de una ruina.
(p. 136)
Segunda capa: recorrido científico-sensorial
En un volumen publicado por la imprenta de la Facultad de
Filosofía y Letras de la UBA, con treinta y seis láminas, ilustraciones,
planos y mapas, Las ruinas del Pucará, de Debenedetti
(1884-1930), quien también fuera Director del Museo Etnográfico,
organiza toda la información que, hasta ese momento, se
tenía sobre el Pucará: detalla con mapas su ubicación geográfica,
a dos kilómetros de Tilcara, y explica el clima y relieve de la
zona. El libro está dividido en cinco grandes partes. La primera,
“El Pucará”, además de aportar los datos ya mencionados, realiza
una narración de un recorrido por el Pucará: a partir de las
líneas de Debenedetti se accede no solo a una impresión visual
de la ruina, sino también, y muy especialmente, a una ligada a lo
sensorial:
El viajero que va en demanda de la frontera argentino
boliviana, al volver sus miradas al Pucará lo verá como
una enorme ballena varada en la playa (…), acribillada
por millares de rígidos arpones, cubriendo totalmente su
abandonado cuerpo. Si, al contrario, desciende el viajero
el camino de la Quebrada, el Pucará aparece como una
colina… (p. 8)
Fue Hayden White quien teorizó por primera vez sobre el uso
que la historia y la historiografía hacen de las formas y los recursos de la literatura:
Un discurso específicamente ´histórico´ debe contener elementos
narrativos simplemente con la finalidad de indicar
su objeto de estudio como perteneciente al pasado más
que a algún presente putativo y para designar las características
del objeto que lo hace aprehensible como elemento
de un proceso discernible. (White, 2010, p. 59)
Lo que señala White sobre el discurso de la historia y su objeto
puede hacerse extensivo aquí al de la arqueología y sus objetos,
y puede verse especialmente en el tono de los textos de Debenedetti:
el autor pone al lector en la piel del viajero, le acerca sus
impresiones y sus sentidos, de modo que avanzar en la lectura es
avanzar, también, en las emociones que al mismo antropólogo le
causaba estar ante la presencia del Pucará.
La intensa emoción de encontrarse en medio de una ciudad
muerta, cuyos vestigios de pasada vida denuncian
largas, laboriosas, sucesivas y seculares existencias, se va
acentuando en el espíritu del viajero; y cuanto más interroga
a las ruinas, cuanto más quiere penetrar en sus secretos,
más se va internando en el mundo impensado de lo
misterioso. (p. 19)
La segunda parte, dedicada a los “Caminos y senderos”, incluye
planos y plantas de las distintas edificaciones. Y, además,
registra los procedimientos de excavación que el mismo Debenedetti
siguió realizando después de la muerte de su maestro.
Así, Las ruinas del Pucará nos habla también, y con mucho detalle,
de los procedimientos de la arqueología y de sus modos: un
registro de los trabajos realizados.
Algunas de estas grandes piedras, la que en el plano lleva
el Nº 7, fué clavada de punta, a manera de menhir; la zona
inmediata a este hito fué excavada intensa y prolijamente
hasta dar con el ripio natural del cerro. Fué una excavación
estéril y llena de dificultades por la gran cantidad de
escombros y pedregones que fué preciso remover. (p. 23)
A las capas de registro del trabajo, Debenedetti suma capas
de análisis del pasado. Es así, por ejemplo, como nos enteramos
de qué forma los Humahuacas construían sus caminos anchos:
levantaban al mismo tiempo dos muros de piedras grandes y,
mientras lo iban haciendo, iban llenando el espacio entre ambas
con un material más fino. (p. 24)
La tercera parte del libro, “Yacimientos”, es la más extensa.
Detalla doscientos doce yacimientos de distintos tipos, con planos
y láminas. Debenedetti registra, numera y describe desde un
yacimiento de cántaros ubicados intencionalmente, el número
210, hasta una vivienda de 3 metros por casi 4, el número 35, o
un gran recinto de planta irregular, el yacimiento número 39. La
descripción de la Necrópolis, una zona específica de sepulcros,
ocupa la cuarta parte del libro: “La estructura de estos sepulcros
es la misma que la de los descubiertos en el interior de las viviendas
y en los recintos amurallados: son cámaras aproximadamente
cilíndricas (…) La profundidad de las cámaras funerarias no
excede de 1,50 m.” (p. 127). Luego de la descripción, el antropólogo
concluye que “las distintas necrópolis del Pucará son el
producto de una misma cultura durante un período de tiempo
relativamente largo” (p. 132).
El libro de Debenedetti termina con una historia de la restauración
del Pucará, desde 1908, y plantea con ímpetu la necesidad
de seguir adelante:
Estas restauraciones iniciales quedaron interrumpidas
desde entonces pero la esperanza de reanudarlas no nos
abandonó jamás. El retazo del Pucará rehecho tras dura
labor acentuó nuestra convicción de emprender alguna
vez la total restauración. (p. 140)
El proyecto, no obstante, tuvo que esperar. Con su libro publicado
en 1929, Debenedetti –nos cuenta Casanova– planeaba
seguir los trabajos y lograr la restauración completa del sitio. Sin
embargo, el 30 de septiembre del año siguiente, en un barco en
altamar muere Debenedetti. La restauración, una vez más, queda
pausada.
Tercera capa: condensación
Hay capas que, de algún modo, acumulan material de todas
las demás. Es el caso del libro de Eduardo Casanova Restauración
del Pucará: en sus páginas quedan condensadas las de los
otros dos. Es que Casanova, en su libro de 1950, no solo incluye
todos los detalles del Pucará, sino que también relata la historia
de su descubrimiento, de las exploraciones y de su restauración.
Además, en su libro leemos de qué forma el sitio del Pucará de
Tilcara llegó a sus días presentes, con un Museo Arqueológico
y Antropológico que lleva el nombre de Casanova. Nos enteramos
también del nuevo proyecto para la restauración total. Editado
por el Instituto de Antropología de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, el libro de Casanova puede pensarse también como un dossier: en sus 54 páginas incluye, por ejemplo,
materiales de documentación y archivo como el Documento de
Donación de las tierras del Pucará a la Facultad de Filosofía y
Letras, donación que se comenzó a gestionar a partir 1948 para,
justamente, poder realizar el proyecto de restauración y además,
emplazar el Museo. Como lo dice su autor al abrir su pequeño
libro en el apartado “Finalidad de este folleto”, el objetivo de sus
páginas fue dar cuenta del proceso de restauración, para volver
a poner en claro “las características de la ruina prehispánica, su
estado actual y los resultados obtenidos en los trabajos arqueológicos”,
así como también se propuso exponer “los fundamentos y
planes generales que se seguirán para llevar a cabo la reconstrucción,
primera de su tipo que se efectuará en nuestro país” (p. 3).
Casanova también concibe el libro como un homenaje al Doctor
Salvador Debenedetti: “hoy que sus propósitos están en vías de
realizarse hemos querido revivir, una vez más, el recuerdo de
nuestro maestro dando a este folleto el mismo título que él diera
al suyo”. (p. 3)
La segunda sección del folleto se encarga de revisar los aspectos
geográficos y físicos de la Quebrada de Humahuaca; repasa
también su clima y su vegetación, que va desde el clima subtropical
hasta el de la Puna donde es “casi absoluta la carencia de vida
vegetal” (p. 5). Narra también el pasado de la región: incluye una
historia breve de la época de la conquista, que Casanova explica
como una guerra material a la que se sumó una guerra espiritual;
pasa luego por la época colonial, la de la independencia y llega
hasta la actualidad. Sintetiza: la Quebrada es un “rico repositorio
para el arqueólogo y el historiador, vasto escenario para las
actividades económicas que se acrecientan día a día y magnífico
lugar de descanso para quienes quieren acercarse a la naturaleza”
(p.7).
En la tercera parte, el autor recorre las particularidades del
Pucará, incluye fotos aéreas y, con las mismas maneras sensoriales
de Debenedetti, expone las sensaciones que surgen en quienes
se adentren en el Pucará:
Poco a poco se va entrando en confianza y se aprende a
distinguir los borrados caminos, las antiguas viviendas,
las obras defensivas, los morros que sirvieron de atalayas
y los corrales de llamas. El espíritu se siente penetrado por
el pasado y la emoción evocativa va ganando al visitante que es transportado al momento en que bullía la vida en el
Pucará y resonaban en el amplio escenario de la quebrada
los mil ecos del trajín diario de sus pobladores. (p.13)
Además de acudir, casi a modo de cita, a los giros de lenguaje
figurado, hasta poético de su maestro, Casanova construye aquí
los detalles y los modos de una mirada específica: la mirada del
arqueólogo, que puede distinguir caminos, murallas y corrales
en lo que, al principio, no parecía otra cosa que un laberinto.
Más adelante, Casanova se dedica también a exponer la cultura
de los Humahuacas, sus cultivos de las tierras, sus casas a
una sola agua, sus vestidos, similares a los del resto de los indígenas
del noroeste argentino. Describe también sus trabajos en
cerámica y sus expresiones artísticas: pintura, grabado, modelado
y tallado.
El último apartado del folleto sintetiza la historia de la restauración
del sitio: pone orden en los nombres y en las fechas,
de modo que, aquí, desde hoy, podemos entender a través de sus
páginas todo el proceso, desde los trabajos de Ambrosetti a partir
de 1908 hasta el momento en que Casanova escribe sus líneas.
En 1948, tras los intentos anteriores de restauración, frustrados,
en parte, por la muerte de Debenedetti, comienza a organizarse
un nuevo proyecto. Primero, nos cuenta Casanova, fue necesario
conseguir que los terrenos le fueran adjudicados a la Facultad: la
toma de posesión se da, finalmente, el 16 de diciembre de 1949.
De ese punto en adelante, se pone en marcha el plan de restauración
que, dice Casanova, “responderá a la más estricta realidad”
(p. 43) y contemplará la creación del actual Museo de Arqueología:
“La instalación de un Museo de Arqueología Regional es
el lógico complemento de la restauración del Pucará” (p. 44). Y
es aquí que el libro de Casanova empalma con el presente: junto
al Pucará de Tilcara, que sigue siendo objeto de trabajos continuos
de restauración, se encuentra hoy el Museo Arqueológico y
Antropológico Dr. Eduardo Casanova y también el Centro Universitario
Tilcara.
Capas de letras
El recorrido se termina. Y, a la vez, continúa: la reconstrucción,
como la lectura, como la escritura, parece ser entonces una
actividad permanente, que sigue siempre sumando sus capas.
Cada una de las capas que conforman esta historia en letras del
Pucará de Tilcara aporta algo distinto: la síntesis condensada de las conclusiones de Ambrosetti se amplifica en la escritura metafórica y analítica de Debenedetti, que pone al lector de su lado,
caminando junto a él por la Quebrada de Humahuaca. Esas once
primeras conclusiones llegan también hasta 1950 y, en el folleto
de Casanova, construyen una mirada que fusiona la síntesis de
Ambrosetti con el tono de Debenedetti. Recorriendo estos tres
textos que abordan un mismo objeto, se hace claro aquello que
señala Roland Barthes: todo texto tiene algo de sujeto; incluso
los escritos científicos, todos tienen algo que es suyo solamente:
“El texto tiene necesidad de su sombra: esta sombra es un poco
de ideología, un poco de representación, un poco de sujeto: espectros,
trazos, rastros, nubes necesarias”. (Barthes, 2003, p. 52).
3 Los libros de referencia están incluidos en el Catálogo periódico impreso, registros 7, 43 y 29 respectivamente. (N. de la Ed.)