Leer la historia

Entre libros y artistas

El principio fue entre el barro y el canto

Se dice que la intimidad que nos reunirá a usted y a mí por unos minutos comenzó en un pantano de Sumer, en un juego pausado de arenas y cañas, en la desembocadura de dos ríos. También aseguran que hubo una etapa anterior en la que el libro fue oral, y que en un principio fue el ritmo del poema lo que sostuvo el recuerdo de cosmogonías, mitos, normas religiosas y códigos legales. Fue en un lodazal (dicen) donde usted comenzó a medirse con el tiempo, cuando el anhelo de los gestos y la voz por abrir una cisura en el devenir perdieron la partida: lo que antes era todo cuerpo se transformó en escritura en una tableta de arcilla. Entonces usted, mientras ya gastaba el Mediterráneo con el comercio, marcó en la arena sus compraventas y especulaciones con dibujos cuneiformes, esos que utiliza para anotar las fechas de los nacimientos. La literatura y la amada filosofía, que en su principio fue extraña a la convivencia con este regateo, insistió por el entonces prestigioso camino de la oralidad, por lo que las alargadas plantaciones del Nilo y el pergamino tardaron varios siglos en seducir a los antiguos: usted discutió con Sócrates antes de dejar su poema en un rollo de papiro, aunque sea un rollo lo que hace unos días le entregaron para registrar su paso por la academia.

En relación a Cristo, aunque muchas veces se haya preguntado junto con Borges ¿De qué puede servirme que aquel hombre haya sufrido si yo sufro ahora?, trajo un gran avance para el desarrollo de la forma del libro tal cual lo conoce usted hoy: los apóstoles cristianos abrieron el pasaje del rollo al códice de piel. Ese nuevo dispositivo de lectura (el mismo con el que usted aprendió a leer en la escuela) resultaba mucho más práctico ante las persecuciones religiosas o ante la necesidad por primera vez de practicar una lectura no secuencial.

Lo más probable es que todo esto sea leyenda y mito referidos a la evolución hacia el dominio de la memoria. Esto usted lo sabe: los hechos que registran la historia que se registra en los libros, mienten. Un ejemplo, el origen de la imprenta es turbio. No hay ninguna lectura especializada seria que pueda aseverar que la invención de la imprenta corresponda unívocamente a Johann Gutenberg. Gutenberg no dejó trabajos firmados; además Gutenberg no era el verdadero apellido de Gutenberg. Su verdadero apellido fue Gensfleisch. Disponemos de muy poca información. Solamente algunos análisis históricos atribuyen la Biblia de Maguncia o Biblia de Gutenberg o Biblia de 42 líneas a los tanteos que se ensayaron en el taller de Gutenberg. Ese primer impreso bien podría haber salido del taller del inversor Fust, quien fue socio de Gutenberg antes de la traición.

Ya ve, nos conocimos en Sumer.

¡Ay muchacho!

el libro encantador de las palabras prodigiosas,

el que ocasiona tu desvelo,

antes fue

un menjunje de barros y jazmines,

complaciente a los tallos biselados,

secado al sol.