La entrevista: huellas orales en papel

Ricardo Finochietto: también un hombre que dejaba el bisturí

No hubo preguntas. Como si pudiéramos transmitir un instante o una cápsula de memoria, transcribimos la semblanza de Ricardo Finochietto que realiza la Dra. Ana María Moyano Escalera de Izurieta y Sea1 , amiga de la familia. Como si esos momentos perduraran y volvieran a realizarse ante nuestros ojos, nos encontramos con lo que conoció aquella niña cuando el gran Maestro dejaba el bisturí.

Dra. Ana María Moyano Escalera de Izurieta y Sea

“…los Finochietto fueron gente muy querida por mí. Tengo el mejor de los recuerdos, lo que pueda hacer por Ricardo…,
no tenga dudas que lo haré”.
Dra. Ana María Moyano Escalera de Izurieta y Sea

A.M.M.: Nosotros nos juntábamos los domingos, que era el día libre de Ricardo, e íbamos al “Rinconcito”, la quinta que él tenía en Hurlingham sobre una calle de tierra donde había una pileta fantástica. Una vez, volviendo del “Rinconcito”, Ricardo
paró el auto para desviarnos e ir a visitar a su madre, Ana. Cuando yo era chica nos veíamos mucho, porque mis tíos eran amigos de la familia, nos visitábamos.
A su hermano Miguel Ángel no lo conocí, murió muy joven de tuberculosis. Lo que es la mirada infantil… cuando era chica a Enrique le tenía pavor, porque me parecía tan serio, pero lo habré visto dos veces en mi vida nada más. Mi contacto asiduo fue con Ricardo. Dicen que Enrique
tenía una gran vida nocturna, pero yo no sé si es verdad ¿cómo se podía compaginar
eso, con un hombre que a las 7 de la mañana estaba operando? No sé. El sanatorio donde ellos trabajaban era el Podestá, en la calle Uruguay 714. En ese sanatorio había monjas que se llevaban bárbaro con Ricardo. Parece que era muy mal hablado cuando operaba. Una vez alguien le preguntó a las monjas si ellas no se sentían molestas con este hecho y dijeron que no, porque Ricardo era tan bueno que no importaba. Lo que yo recuerdo es que esto ocurría solo cuando operaba porque decía que así descargaba tensiones. A su vez para Ricardo las monjas eran ideales porque aseguraba que en un sanatorio donde había monjas nadie robaba. Justo traje para probarlo estos versos que le hicieron, donde se hace referencia a lo mal hablado que era en las operaciones. Estas coplas (Ver Ilustración 13) se las escribieron para una visita a Cosquín en el año 1944. Mi tío Jorge era muy amigo, y tanto les habló de Cosquín a Ricardo y a su mujer, Delia Artola de Finochietto, que finalmente fueron. Los versos los hizo Chela Escalera, Marta García Escalera… todo ese grupo, familiares míos. Ricardo tenía una diversión fundamental que era jugar a las bochas, tenía una cancha de bochas. El que iba al “Rinconcito” tenía que jugar, y más vale que ganara Ricardo. Le encantaba jugar a las bochas, se distendía. Mi tío murió en el año 1944. Ese año lo pasamos fantástico con mi tío y su hija en la quinta. Siempre había asado… Me acuerdo de la anécdota del dulce de membrillo. Porque a Ricardo le encantaba el dulce de membrillo, se lo mandaba la suegra de otro tío mío desde Córdoba. Los dulces tenían formas, de gallinas, patos, perros. Yo me acuerdo que un día le comimos el dulce. Entonces Ricardo dijo: -Momentito, este dulce es mío. Como sé lo que están pensando… Entonces lo lamió entero, lo puso en la heladera y dijo: -Está lamido por mí, a ver quién se anima a comérselo ahora.

Era tan buen hombre, fácil de abordar, en cambio Enrique tan callado, tan circunspecto. Ricardo era muy generoso de su tiempo con los chicos. Mi madre murió cuando yo nací, entonces todos, y por supuesto Ricardo, trataban de ser amables conmigo. Se hizo muy peronista pero por Evita, no por Perón. La gente luego le hizo un vacío grande, vacío que a Ricardo le dolió un horror. Fue Director del Policlínico Eva Perón. Evita ayudaba a los pobres, y para Ricardo esto era fundamental. Por ejemplo, si usted tenía plata, sonaba. Yo una vez lo oí a Ricardo haciendo los honorarios de la madre de mi tía. Oí que le decía a su secretaria: “Cobrale bien a esta mujer”. Fue en el Sanatorio Podestá, yo recuerdo estar en la pieza de esta señora y mi tía le decía: “No mamá, no te va a cobrar mucho, si vos sos amiga”.

Y en cambio por el otro lado… es como si lo estuviera oyendo ahora: “Cobrale bien a esa mujer”. Pero a los que no tenían plata los operaba gratis. Yo conocí a un señor, Rafael. También se adosó a este grupo: iba todos los domingos, medio poeta, profesor de literatura. Ricardo le salvó la vida, lo operó del estómago. Después fue de una fidelidad ultra con Ricardo, jugaba a las bochas. Para mí Ricardo es una figura emblemática. Una vez estábamos en el consultorio de Ricardo y Enrique que quedaba en la calle Paraguay al 900… Ricardo estaba horrorizado del bombardeo del ’55. Decía: “Sangre por todas partes, Johnny fue y me contó, toda gente pobre, trabajadores”. Yo creo que si eso hubiera estado lleno de ricos, no le hubiera parecido tan mal. Ricardo era de una buena fe increíble. Estaba en el Hospital Rawson o en el Podestá; no existía otro lugar. O se refugiaba en el segundo piso de donde vivía, en Charcas 939. Tenía planta baja, primero y segundo piso. En el primer piso estaba el comedor. En el segundo tenía una pieza reservada, donde estudiaba. Yo me acuerdo porque me mandaban a mí a tocarle la puerta los domingos, y yo era chica y pensaba “me va a retar”. Pero no, salía; yo lo adoraba, lo quería muchísimo. Cuando murió mi tío, Ricardo nos seguía llevando a la quinta. Enrique no tuvo hijos, Miguel Ángel tampoco, Adela sí, tuvo una única hija, Adriana. A Juan José, Johnny, lo adoptaron Ricardo y Delita cuando ya era grande. Parece que Ricardo cometió un grave error, lo vistió de médico con delantal, gorro y todo y lo llevaba al Hospital. Pero a los médicos del Servicio no les caía muy bien, el chico con 10 años entraba a la sala de operaciones… Delita trataba de arreglarlo, pero Ricardo lo malcrió mucho. Después Johnny se casó y tuvo por lo menos tres hijos: Ricardo, Enrique y Miguel Ángel. Lamentablemente tuvo una historia desgraciadísima: lo vimos por los diarios, se separó de la mujer, se relacionó con gente de teatro. Una vez me llamó, necesitaba ayuda por una cuestión penal. Un tema muy delicado en el que no pude hacer nada. Yo tenía unos dos o tres años más que Johnny, siempre jugábamos, esa quinta era tan grande y linda. Tenía cerca un manicomio, mi tío y Ricardo convidaban cigarrillos a los enfermos, fumaban detrás del alambrado. Otro médico que también iba era Marcelo Fitte, quien contribuyó a la fundación de ALPI2 , un gran señor. Pero al “Rinconcito” no iba mucha gente, y no eran reuniones médicas, Ricardo iba a descansar. En la misma esquina de su casa en Buenos Aires había un bar que todavía existe, “El Chispazo”, un bar de los de antes. Allí de noche jugaban al truco, al chinchón, mi tío, Ricardo… le ponían un biombo en el bar para que tuviera privacidad y le encantaba estar allí; Ricardo era tan distinto a Enrique…Delita y Ricardo eran muy buenas personas. Cuando yo hice la primera comunión, él estaba fascinado, llovía tanto ese día. Ricardo mandó su auto para que me buscara y me llevara al Sagrado Corazón. Tengo el misal en francés encuadernado en gamuza, regalo de Delita y Ricardo. De chica las muñecas me encantaban, ellos me regalaron una muñeca negra vestida de primera comunión. Hermosa la muñeca, yo estaba feliz, fascinada. Muy buena gente. Si tuviera que definir a Ricardo… generoso, generoso de su tiempo, de su persona. Si un paciente era pobre no importa, era capaz de cualquier cosa. Ahora si era rico…. Por eso para él Evita fue…

El encuentro se va terminando, nos llevamos estos generosos recuerdos para enriquecer Huellas en papel. Antes de despedirnos la Dra. Moyano Escalera insiste:

Cualquier otra cosa que necesite… los Finochietto fueron gente muy querida por mí. Tengo el mejor de los recuerdos, lo que pueda hacer por Ricardo y esté en mis manos, no tenga dudas que lo haré.

Fecha de la entrevista: 02/06/2015

 

1Ex Camarista de la Cámara Nacional de Apelaciones Especial en lo Civil y comercial. (N. de la Ed.)

2 ALPI: Asociación de Lucha contra la Parálisis Infantil. (N. de la Ed.)