Magdalena Cámpora y Javier Roberto González, Borges – Francia

 

                                                                                                                                Pablo García Arias[1]

 

Datos de la Obra

Cámpora, M. y González, J. R. (Eds.) (2011). Borges-Francia. Buenos Aires: Selectus. ISBN: 9789872695231.

 

Una misteriosa indiferencia e incluso antipatía se revela en las muchas enunciaciones de Jorge Luis Borges sobre el mundo francófono. Por lo menos la relación y el grado de importancia que el escritor da a la lengua francesa parece ser muy inferior a la que otorga a las letras inglesas o también, en menor grado, alemanas. Incluso, en una de sus numerosas, demasiadas entrevistas, Borges afirma: «El francés no me gusta, el sonido nasal no me gusta. Schopenhauer decía que el francés es el italiano pronunciado por una persona resfriada» (entrevista con Joaquín Soler Serrano, 1976).

Ciertamente, los sonidos nasales del francés provocaron afirmaciones corto punzantes en Parerga und paralipomena. Para Borges no son más que bromas de Schopenhauer (que comparte), pero si leemos al filósofo de Danzig, el clima de sus bromas es de tan buen humor como lo contrario, de honda seriedad. Ocurre con sus enunciados hilarantes lo que también pasa, a su modo, con el humor de un Thomas Mann, otro que encontró a Schopenhauer educador. Dice Mann: «Mientras más río, menos bromeo» (citado por Tournier, 1988, p. 248). Schopenhauer plantea al respecto de la lengua francesa:

El colmo de esa petulante vanidad nacional francesa, que lleva siglos siendo el hazmerreír de Europa: aquí va el non plus ultra. En 1857 ha aparecido la quinta edición de un manual universitario titulado Notions élémentaires de grammaire comparée, pour servir à l’étude des trois langues classiques. […] La tercera lengua clásica a la que ahí se alude es… el francés. Es decir, la más ruin de las jergas románicas; la peor mutilación de las palabras latinas; esta lengua que debería mirar con respeto a la italiana, su hermana mayor y mucho más noble que ella; esta lengua que tiene la propiedad exclusiva del repugnante sonido nasal en, on, un, así como del acento en la última sílaba, hiposo y repelente más allá de toda ponderación […]; esta lengua en la que no hay metro, sino que es solo la rima, y casi siempre en –e o en –on, lo que constituye la forma de la poesía: ¡esta mísera lengua la vemos puesta como langue classique junto a la griega y la latina! ¡Invito a toda Europa a un abucheo general, a fin de humillar a quienes son los más desvergonzados de todos los petulantes! (Schopenhauer, 2000, p. 638).

Borges también crea bromas y se aleja de Francia. La risa borgiana, a su vez, posee el mismo carácter corrosivo de Schopenhauer, sobre todo cuando hace risible el pensamiento hegemónico y euclidiano de los hábitos y las costumbres, la geometría euclidiana del entendimiento, la raíz cartesiana de nuestras formas de razonar y de obrar.

¿Es un nuevo humor esta indiferencia hacia la geografía que dio alimento generoso e indispensable a la razón de existir de Jorge Luis Borges? Ensayistas internacionales se amalgaman, en un acopio de interjecciones y de anacolutos wilkinsianos, para interrogar esa relación plagada de infidelidades; esa tensión entre Borges-Francia, mezcla de amor y distancia, compromiso y promiscuidad.

 

Sobre los Ensayistas

Estudiosos de la Universidad Stendhal de Grenoble, la Universidad de Reims, la Universidad de Buenos Aires, La Sorbona, París iv, la Universidad de Angers, la Universidad de Murcia, la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, la Universidad Católica de Argentina, la Universidad del Salvador y la Universidad Nacional Autónoma de México, entre otros, se reunieron para realizar aportes desde múltiples perspectivas y arrojar nuevas luces a través de sus investigaciones sobre esta relación tan ambivalente como directa, tan enigmática como diáfana.

La compilación del libro Borges-Francia, bajo la edición de Magdalena Cámpora y Javier Roberto González, y con un aval-salutación introductorio de María Kodama, presenta al lector un pasaje mezclado de ángulos, visiones, agudas anotaciones, que, más que demostrar hipótesis, exponen problemas que incitan a pensar, a dudar, a cuestionar.

El carácter cosmopolita de los ensayistas promueve una línea discursiva siempre enfrentada y positivamente polémica, para que un lector atento no resulte indiferente sino activamente conflictuado, problematizado, incitado a avanzar por su parte en este Jano bifronte, de cisuras de tiempo en construcción permanente.

Sobrevuelos Parciales

El trabajo de coordinación de la obra resalta por su estructura, que no traiciona el sistema de pensamiento borgiano. La forma en que está organizado el libro avanza en círculos no viciosos que revelan, por cada vuelta o avance, una transformación. El primer círculo, titulado «El objeto Borges», considera al escritor como un campo, como una disciplina de estudio que interactúa con otras. El segundo, titulado «Apropiaciones críticas» indaga, a través de los ensayos que lo componen, sobre cómo este ciego lector ha fecundado multitud de inteligencias en el ámbito mundial. El tercer círculo, «La literatura comparada y sus precursores», señala la relación del escritor argentino con autores de diversas tallas e intereses, y encuentra considerables paralelismos entre pensadores desiguales. Un bloque dedicado a «Homenajes», «Diálogos filosóficos», «Traducciones», «Modelos enciclopedistas», presenta una gama de elucidaciones de la que podemos mencionar un interesante par.

Michel Lafon, autor que encabeza la compilación, juega con los rostros: «Borges y Francia, Francia y Borges». Esclarece el modo en el que los últimos decenios del siglo xix y sobre todo los primeros del xx fueron, en Francia y en otros países europeos, los momentos de una reflexión sobre lo novelesco en general: críticos afamados franceses, tales como Jacques Rivière, Albert Thibaudet y Jacques Copeau constataron que la Literatura Francesa, después de tanto realismo y tanto simbolismo, no lograba renovarse; que peligraba de exceso de cartesianismo, de barrotes clasicistas, de una academia cada vez más pesada y asfixiante. Lafon esbozará la presencia de Borges como un modelo para desarmar esas celdas: una herramienta multiusos, un ánfora de Pandora que en lugar de derramar asfixias, podrá aportar, a la prisión del entendimiento, un ventilador de múltiples aspas.

El texto «Lo que entiendo por Borges», de Martín Kohan, presenta una distinta perspectiva. Ya no se trata de Borges como un modelo para desarmar y para oxigenar, sino de su estudio personal, considerándolo propiamente un Hacedor. ¿Hacedor de qué? De escritores: «Lo que tuvieron que escribir Manuel Puig, Juan José Saer, Ricardo Piglia, Rodolfo Fogwill, César Aira, para que se pudiese seguir escribiendo en Argentina después de Borges» (Kohan, 2011, p. 43). Se trata, en este caso, no solo de lo que Borges dio a leer, sino de los escritores que creó.

Al decir de Octavio Paz (1986), en una línea similar de pensamiento, un poeta es hacedor no solamente de poemas, sino más aún de poetas (Poe, entre otros, creó a Baudelaire junto a, por ejemplo, The Raven, y Baudelaire creó a Mallarmé junto a Les Paradis artificiels). Análogamente, podemos decir que un pintor no crea pinturas, sino también, afortunadamente, pintores: Van Gogh creó a Ludwig Kirchner y a Oskar Kokoschka; Cézanne a Matisse y a Picasso, este último a Francis Bacon… Lo mismo equivale para la música y un largo etcétera.

En el ensayo «Un Borges difiere de otro. El objetivo literario entre tradición nacional, autor-monumento y apropiación», Annick Louis demuestra minuciosamente cómo Francia fue el país que consagró a Borges en un comienzo, bajo términos precisos y a partir de una apropiación particular. Planteará como apasionante fenómeno la aparente discordancia entre los preceptos borgianos y la comunidad académica que lo afamó. Pensar esta incongruencia recrea sus páginas, y da al lector enriquecedores frutos.

El comparatista Pierre Brunel aporta con su presencia nuevas imágenes a los pliegues del libro, mediante un ensayo de difícil sintaxis. No es fácil crear el paso «De Baudelaire à Borges», pero Brunel, como un arquitecto del pensamiento, traza el plano que posibilita contemplar las rutas. Estas nos mostrarán cómo la aparente indiferencia de Borges hacia Francia es una actitud secreta llena de enigmas. A través de los nombres del poema «A Francia» (1977): Diderot, Verlaine, Hugo, Montaigne, Juana, La Chanson de Roland, Durendal, Brunel arriba a la relación Borges-Baudelaire, y al modo en el que el poeta francés, de manera que pocos conocemos, signó con determinación la pluma del autor argentino. Borges, un spleen de París.

 

Síntesis

Los autores, con sus múltiples aristas, no solo ofrecen textos, sino visiones, opacidades, vacíos, contrastes. Fue necesario insertar, hacia el medio de su estructura, una curiosidad, una clase de dibujo-letra, para facilitar el paso de círculo a círculo. Un aparte titulado simplemente Rébus, tipo de jeroglífico compuesto de adivinanzas gráficas en el que letras, cifras y dibujos se entremezclan, presenta al lector ejercicios inquietantes, tales como el de Pablo Martín Ruiz, que, invistiéndose del oficio de detective policial, se sumerge en la búsqueda de la solución de una novela: La Disparition, de Georges Perec. Martín Ruiz, a modo de un Eric Lönnrot, encontrará signos cabalísticos y cifrados en su pesquisa alucinada. Queda por descubrir si el hallazgo de Ruiz le implicará el mismo sino que el de Lönnrot.

Borges-Francia multiplica la mirada del lector, para conducirla a un panorama de ejecución asimétrica. ¿Cómo podría no hacerlo, si hablamos de una inteligencia y una geografía caracterizadas por sus incontables e inesperadas ocurrencias? Borges, lector inagotable, da la impresión de no tener muy en cuenta las letras de Francia, pero ciertamente le escribe, con colores tan tenues que escapan a la visión general. Redacta en tinta invisible, corta en extensión pero enorme en intensidad. Uno de los ensayistas, Daniel Balderston, explayará esta idea en «Su letra de insecto: reflexiones sobre los manuscritos de Borges y Menard» que plantea diversos interrogantes: ¿La escritura manual de un texto expresa los estados de ánimo del autor? («Los estados valetudinarios de una semiótica pulsional», escribió alguna vez Pierre Klossowski, (1995, p. 28). ¿Se puede dar en una vocal diminuta una condensación abrumadora del pensamiento? La brevedad del cuento y la brevedad de la letra, los movimientos de velocidad infinita de los insectos, su naturaleza teratológica e inesperada, son también atributos de una escritura-insecto que se apropia del ethos de la entomología «fantástica».

En definitiva, es notable considerar la diversidad de enfoques y temas que componen la edición: su sintaxis heteróclita, el elevado nivel académico y rigurosidad analítica permiten juegos de alusiones en los que cada lector puede crear su propio camino para abordar aquellos pasajes del texto borgiano teñidos (o no) por Francia. De la mano de los ensayistas, autores y geografías se entregan a quien lee: el único requisito será dejarse llevar por el placer de la literatura.

 

Referencias Bibliográficas

Borges, J. L. (2011). El idioma analítico de John Wilkins. Obras Completas 2 (1952-1972). Buenos Aires: Sudamericana.

Klossowski, P. (1995). Nietzsche y el círculo vicioso. Buenos Aires: Altamira.

Kohan, M. (2011). «Lo que entiendo por Borges». En M. Cámpora y J. R. González (Eds.). Borges-Francia. Buenos Aires: Selectus.

Paz, O. (1986). El arco y la lira. México: FCE.

Schopenhauer, A. (2000). Parerga und paralipomena. Selección de obras de Schopenhauer. El arte de Insultar [1851]. Madrid: EDAF.

Tournier, M. (1988). Thomas Mann o la iniciación mórbida. México: FCE.

Magdalena Cámpora y Javier Roberto González, Borges – Francia

 

Pablo García Arias*

 

Datos de la Obra

Cámpora, M. y González, J. R. (Eds.) (2011). Borges-Francia. Buenos Aires: Selectus. ISBN: 9789872695231.

 

Una misteriosa indiferencia e incluso antipatía se revela en las muchas enunciaciones de Jorge Luis Borges sobre el mundo francófono. Por lo menos la relación y el grado de importancia que el escritor da a la lengua francesa parece ser muy inferior a la que otorga a las letras inglesas o también, en menor grado, alemanas. Incluso, en una de sus numerosas, demasiadas entrevistas, Borges afirma: «El francés no me gusta, el sonido nasal no me gusta. Schopenhauer decía que el francés es el italiano pronunciado por una persona resfriada» (entrevista con Joaquín Soler Serrano, 1976).

Ciertamente, los sonidos nasales del francés provocaron afirmaciones corto punzantes en Parerga und paralipomena. Para Borges no son más que bromas de Schopenhauer (que comparte), pero si leemos al filósofo de Danzig, el clima de sus bromas es de tan buen humor como lo contrario, de honda seriedad. Ocurre con sus enunciados hilarantes lo que también pasa, a su modo, con el humor de un Thomas Mann, otro que encontró a Schopenhauer educador. Dice Mann: «Mientras más río, menos bromeo» (citado por Tournier, 1988, p. 248). Schopenhauer plantea al respecto de la lengua francesa:

El colmo de esa petulante vanidad nacional francesa, que lleva siglos siendo el hazmerreír de Europa: aquí va el non plus ultra. En 1857 ha aparecido la quinta edición de un manual universitario titulado Notions élémentaires de grammaire comparée, pour servir à l’étude des trois langues classiques. […] La tercera lengua clásica a la que ahí se alude es… el francés. Es decir, la más ruin de las jergas románicas; la peor mutilación de las palabras latinas; esta lengua que debería mirar con respeto a la italiana, su hermana mayor y mucho más noble que ella; esta lengua que tiene la propiedad exclusiva del repugnante sonido nasal en, on, un, así como del acento en la última sílaba, hiposo y repelente más allá de toda ponderación […]; esta lengua en la que no hay metro, sino que es solo la rima, y casi siempre en –e o en –on, lo que constituye la forma de la poesía: ¡esta mísera lengua la vemos puesta como langue classique junto a la griega y la latina! ¡Invito a toda Europa a un abucheo general, a fin de humillar a quienes son los más desvergonzados de todos los petulantes! (Schopenhauer, 2000, p. 638).

Borges también crea bromas y se aleja de Francia. La risa borgiana, a su vez, posee el mismo carácter corrosivo de Schopenhauer, sobre todo cuando hace risible el pensamiento hegemónico y euclidiano de los hábitos y las costumbres, la geometría euclidiana del entendimiento, la raíz cartesiana de nuestras formas de razonar y de obrar.

¿Es un nuevo humor esta indiferencia hacia la geografía que dio alimento generoso e indispensable a la razón de existir de Jorge Luis Borges? Ensayistas internacionales se amalgaman, en un acopio de interjecciones y de anacolutos wilkinsianos, para interrogar esa relación plagada de infidelidades; esa tensión entre Borges-Francia, mezcla de amor y distancia, compromiso y promiscuidad.

 

Sobre los Ensayistas

Estudiosos de la Universidad Stendhal de Grenoble, la Universidad de Reims, la Universidad de Buenos Aires, La Sorbona, París iv, la Universidad de Angers, la Universidad de Murcia, la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires, la Universidad Católica de Argentina, la Universidad del Salvador y la Universidad Nacional Autónoma de México, entre otros, se reunieron para realizar aportes desde múltiples perspectivas y arrojar nuevas luces a través de sus investigaciones sobre esta relación tan ambivalente como directa, tan enigmática como diáfana.

La compilación del libro Borges-Francia, bajo la edición de Magdalena Cámpora y Javier Roberto González, y con un aval-salutación introductorio de María Kodama, presenta al lector un pasaje mezclado de ángulos, visiones, agudas anotaciones, que, más que demostrar hipótesis, exponen problemas que incitan a pensar, a dudar, a cuestionar.

El carácter cosmopolita de los ensayistas promueve una línea discursiva siempre enfrentada y positivamente polémica, para que un lector atento no resulte indiferente sino activamente conflictuado, problematizado, incitado a avanzar por su parte en este Jano bifronte, de cisuras de tiempo en construcción permanente.

Sobrevuelos Parciales

El trabajo de coordinación de la obra resalta por su estructura, que no traiciona el sistema de pensamiento borgiano. La forma en que está organizado el libro avanza en círculos no viciosos que revelan, por cada vuelta o avance, una transformación. El primer círculo, titulado «El objeto Borges», considera al escritor como un campo, como una disciplina de estudio que interactúa con otras. El segundo, titulado «Apropiaciones críticas» indaga, a través de los ensayos que lo componen, sobre cómo este ciego lector ha fecundado multitud de inteligencias en el ámbito mundial. El tercer círculo, «La literatura comparada y sus precursores», señala la relación del escritor argentino con autores de diversas tallas e intereses, y encuentra considerables paralelismos entre pensadores desiguales. Un bloque dedicado a «Homenajes», «Diálogos filosóficos», «Traducciones», «Modelos enciclopedistas», presenta una gama de elucidaciones de la que podemos mencionar un interesante par.

Michel Lafon, autor que encabeza la compilación, juega con los rostros: «Borges y Francia, Francia y Borges». Esclarece el modo en el que los últimos decenios del siglo xix y sobre todo los primeros del xx fueron, en Francia y en otros países europeos, los momentos de una reflexión sobre lo novelesco en general: críticos afamados franceses, tales como Jacques Rivière, Albert Thibaudet y Jacques Copeau constataron que la Literatura Francesa, después de tanto realismo y tanto simbolismo, no lograba renovarse; que peligraba de exceso de cartesianismo, de barrotes clasicistas, de una academia cada vez más pesada y asfixiante. Lafon esbozará la presencia de Borges como un modelo para desarmar esas celdas: una herramienta multiusos, un ánfora de Pandora que en lugar de derramar asfixias, podrá aportar, a la prisión del entendimiento, un ventilador de múltiples aspas.

El texto «Lo que entiendo por Borges», de Martín Kohan, presenta una distinta perspectiva. Ya no se trata de Borges como un modelo para desarmar y para oxigenar, sino de su estudio personal, considerándolo propiamente un Hacedor. ¿Hacedor de qué? De escritores: «Lo que tuvieron que escribir Manuel Puig, Juan José Saer, Ricardo Piglia, Rodolfo Fogwill, César Aira, para que se pudiese seguir escribiendo en Argentina después de Borges» (Kohan, 2011, p. 43). Se trata, en este caso, no solo de lo que Borges dio a leer, sino de los escritores que creó.

Al decir de Octavio Paz (1986), en una línea similar de pensamiento, un poeta es hacedor no solamente de poemas, sino más aún de poetas (Poe, entre otros, creó a Baudelaire junto a, por ejemplo, The Raven, y Baudelaire creó a Mallarmé junto a Les Paradis artificiels). Análogamente, podemos decir que un pintor no crea pinturas, sino también, afortunadamente, pintores: Van Gogh creó a Ludwig Kirchner y a Oskar Kokoschka; Cézanne a Matisse y a Picasso, este último a Francis Bacon… Lo mismo equivale para la música y un largo etcétera.

En el ensayo «Un Borges difiere de otro. El objetivo literario entre tradición nacional, autor-monumento y apropiación», Annick Louis demuestra minuciosamente cómo Francia fue el país que consagró a Borges en un comienzo, bajo términos precisos y a partir de una apropiación particular. Planteará como apasionante fenómeno la aparente discordancia entre los preceptos borgianos y la comunidad académica que lo afamó. Pensar esta incongruencia recrea sus páginas, y da al lector enriquecedores frutos.

El comparatista Pierre Brunel aporta con su presencia nuevas imágenes a los pliegues del libro, mediante un ensayo de difícil sintaxis. No es fácil crear el paso «De Baudelaire à Borges», pero Brunel, como un arquitecto del pensamiento, traza el plano que posibilita contemplar las rutas. Estas nos mostrarán cómo la aparente indiferencia de Borges hacia Francia es una actitud secreta llena de enigmas. A través de los nombres del poema «A Francia» (1977): Diderot, Verlaine, Hugo, Montaigne, Juana, La Chanson de Roland, Durendal, Brunel arriba a la relación Borges-Baudelaire, y al modo en el que el poeta francés, de manera que pocos conocemos, signó con determinación la pluma del autor argentino. Borges, un spleen de París.

 

Síntesis

Los autores, con sus múltiples aristas, no solo ofrecen textos, sino visiones, opacidades, vacíos, contrastes. Fue necesario insertar, hacia el medio de su estructura, una curiosidad, una clase de dibujo-letra, para facilitar el paso de círculo a círculo. Un aparte titulado simplemente Rébus, tipo de jeroglífico compuesto de adivinanzas gráficas en el que letras, cifras y dibujos se entremezclan, presenta al lector ejercicios inquietantes, tales como el de Pablo Martín Ruiz, que, invistiéndose del oficio de detective policial, se sumerge en la búsqueda de la solución de una novela: La Disparition, de Georges Perec. Martín Ruiz, a modo de un Eric Lönnrot, encontrará signos cabalísticos y cifrados en su pesquisa alucinada. Queda por descubrir si el hallazgo de Ruiz le implicará el mismo sino que el de Lönnrot.

Borges-Francia multiplica la mirada del lector, para conducirla a un panorama de ejecución asimétrica. ¿Cómo podría no hacerlo, si hablamos de una inteligencia y una geografía caracterizadas por sus incontables e inesperadas ocurrencias? Borges, lector inagotable, da la impresión de no tener muy en cuenta las letras de Francia, pero ciertamente le escribe, con colores tan tenues que escapan a la visión general. Redacta en tinta invisible, corta en extensión pero enorme en intensidad. Uno de los ensayistas, Daniel Balderston, explayará esta idea en «Su letra de insecto: reflexiones sobre los manuscritos de Borges y Menard» que plantea diversos interrogantes: ¿La escritura manual de un texto expresa los estados de ánimo del autor? («Los estados valetudinarios de una semiótica pulsional», escribió alguna vez Pierre Klossowski, (1995, p. 28). ¿Se puede dar en una vocal diminuta una condensación abrumadora del pensamiento? La brevedad del cuento y la brevedad de la letra, los movimientos de velocidad infinita de los insectos, su naturaleza teratológica e inesperada, son también atributos de una escritura-insecto que se apropia del ethos de la entomología «fantástica».

En definitiva, es notable considerar la diversidad de enfoques y temas que componen la edición: su sintaxis heteróclita, el elevado nivel académico y rigurosidad analítica permiten juegos de alusiones en los que cada lector puede crear su propio camino para abordar aquellos pasajes del texto borgiano teñidos (o no) por Francia. De la mano de los ensayistas, autores y geografías se entregan a quien lee: el único requisito será dejarse llevar por el placer de la literatura.

 

Referencias Bibliográficas

Borges, J. L. (2011). El idioma analítico de John Wilkins. Obras Completas 2 (1952-1972). Buenos Aires: Sudamericana.

Klossowski, P. (1995). Nietzsche y el círculo vicioso. Buenos Aires: Altamira.

Kohan, M. (2011). «Lo que entiendo por Borges». En M. Cámpora y J. R. González (Eds.). Borges-Francia. Buenos Aires: Selectus.

Paz, O. (1986). El arco y la lira. México: FCE.

Schopenhauer, A. (2000). Parerga und paralipomena. Selección de obras de Schopenhauer. El arte de Insultar [1851]. Madrid: EDAF.

Tournier, M. (1988). Thomas Mann o la iniciación mórbida. México: FCE.

 



[1] Psicólogo. Posee un posgrado en Literatura por la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Es Profesor en dicha universidad. Correo electrónico: pablogarciaarias@gmail.com

Gramma, XXII, 48 (2011), pp. 349-353.

© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Literarias y Lingüísticas de la Escuela de Letras. ISSN 1850-0161.