Gramma, XXI, 47 (2010)

© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía Y Letras. Escuela de Letras

 

 

Casa de Ausencias

 

Karina Madariaga[1]

 

Nota del Editor

Recibió el Primer Premio del Concurso Provincial de Poesía «Ginés García» para «Jóvenes Poetas», organizado por la Dirección General de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires en 2010.

 

Un solo cable de luz recorre la villa.

Una arteria seca y negra que marca el día y la noche.

Una soga humana para decidir las lunas y los soles.

El cordón umbilical que muestra, sólo un poco,

los cartones encimados 

los perros  y sus heridas

los viejos y sus heridas

los niños y sus heridas

los bebés y sus heridas

(Las heridas de la vida. La vida misma herida)

los trapos gomosos y mojados

el olor de la orina en los rincones

el amoníaco evanescente en los árboles

el susurro de los árboles centenarios

el susurro del amor en los troncos vegetales

el aprender a escribir en la piel del árbol mayor

el corazón grabado en la corteza casi humana del hermano vegetal

las tetas secas de las doñas

los pezones dulces y oscuros de las vírgenes

los mocos verdes que ya maduran de los resfríos infantiles

los ojos secos que ya no brillan de los viejos pobres

las camas calientes abrazados a los perros

los amores perros.

Dar a luz.  El caos. El amor.

La primera ilusión, el bien primero,

el miedo heroico de quererte en vano

La vida empuja, la vida no es precaria, embruja.

Hay más amor en estas zanjas que en todos los pavimentos.

Los ojos brillantes y las dilatadas pupilas del amor sin vergüenza.

Los negros sinvergüenzas. Manos negras en negras trenzas.

Las manos calientes del amor.

Los labios húmedos de las pibas de la villa.

Los brazos de barro de los pibes mozos.

Los cabellos esponjados de humo.

El amor y la quema. El amor quema.

Las venas azules de los brazos abrasados.

Las camas increíbles con increíbles frazadas.

La cama de hojas lanceoladas de menta bajo el amor.

La sábana de los yuyos verdes y fornidos bajo el amor.

Los pétalos entumecidos, perfumados, suaves después del amor.

El eucaliptal dormido y su exhalación nocturna, despojada,

serena y enamorada, soplando desde la barranca… su olor.

                                                                           Un chorro de agua en el rincón cercano

se rompe en el tazón de mi memoria.

Acá no hay fuentes de agua para adornar y menos para beber…

Acá se toma cuando se puede. Acá se toma como se puede.

Nos niegan el agua  —¡el agua!— y nos mantienen con caña.

Y nada más hay una sola canilla, muerta de sed,

una sola canilla que no hace la lluvia ¿ven?

Pero gracias al cielo la lluvia no nos olvida, no quiere,

aunque también es cierto que ayudamos bastante:

cuando los tachos secos como los pechos de las miserables rechinan

y hay algo en los párpados turquesas que tientan el cielo

y hay algo en el canto del gallo desafiante

y hay algo en el canto de los pájaros para que amanezca

¡gracias a nosotros el cielo no nos olvida!

Cae la lluvia silenciosamente

sobre otra lluvia triste de hojas muertas

Y la lluvia fecunda los tachos y el agua repiquetea en las latas

y la tierra y sus polvos se aplacan

y las pupilas se humedecen porque el cielo llora

su elegía insípida, líquida, inodora…

Nace el barro en los pies desnudos, nacen los pies del barro oscuro,

se mete y hace ruidos y aplausos entre los dedos descalzos

y aparece en la piel de los pescados, y enturbia sus ojos sudamericanos.

La villa es un pez extraño, imposible…el villorio agonizante resiste:

las escamas de la villa, las chapas como escamas marchitas;

como los ojos negros de los peces vivos,

son los ojos de brea del último muerto amigo;

los baños en el río y el amor en el arroyo;

la última ahogada en el remanso tortuoso,

en el cauce para siempre perdida;

las semillas del amor en el barro de las manos

enjuagadas con el agua fecunda del gran río;

el padre río y sus peces de plata y oro, enamorados

de aquellos primeros hombres y sus sueños dorados.

La villa sabe en su agonía crepuscular

de los escapes furtivos en la noche.

Entre los árboles de plata es la luna una pandereta,

como una lata de duraznos sangrantes recién abierta.

Brillante sobre los eucaliptos, ángeles custodios, la luna…

Astro angelical de blancura y dureza, cual hálito de bruma

nos visita, no nos deja, no se apaga, a pesar de todo…

Toda la luz de la villa dependiendo de que nadie corte la luz,

la noche a la espera de que alguien desenchufe el cable…

… para que vele tu sueño

y, en tu dormida ignorancia,

no sepas que hay un insomnio

que, entre las sombras, te aguarda…

En una letrina una luz inexplicable persiste.

En una letrina la blanca luz candorosa ilumina.

En una letrina la madre dice que todos esos,

especialmente todos y esos son sus hijos.

El Señor ha hecho en ella grandes cosas.

Los árboles son testigos, pero

la villa duerme, duerme tranquila el pulso de la risa.

El Señor hará por ella grandes cosas.

Pero la villa aún no lo sabe.



[1] * Licenciada en Letras por la Universidad del Salvador. Coordina el Proyecto «Autores Regionales». Expositora en Ferias del Libro en Buenos Aires, San Nicolás de los Arroyos, Villa Ramallo, El Paraíso, Pérez Millán y en el Congreso Internacional de Educación de Tucumán. Correo electrónico: karinamadariaga@arnet.com.ar

Gramma, XXI, 47 (2010), pp. 177-180.

© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Literarias y Lingüísticas de la Escuela de Letras. ISSN 1850-0161.