Víctor Ruiz Velazco*

 

Sentencia

 

 Que aquello que tenga nombre se muestre

y que sea lo que su nombre dice que es

y no su contrario.

 

Que sea siempre un olor un canto 

y más que eso sea una voz

que nos guíe hasta el cuerpo.

 

Que aquello que tenga nombre se muestre

antes de ser conjurado.

 

Incluso antes de ser pensado o soñado

por un dios pálido

o la imagen de un dios

proyectada en un hombre

igual de pálido y carente de oficio.

 

Que aquello que tenga nombre se muestre,

precisamente ahora, por ejemplo;

 

Y que sea parecido a algo tan bello

como una flor cayendo desde lo alto

como un cuchillo de hueso.

 

Y que no nos corte el aliento.

 

Réquiem para un cuerpo sin órganos

 

Este canto hablará de las luces

que remontan la ciudad en busca del mar.

Fuera de este escenario el tiempo es solo

una posibilidad como descubrir tu mirada

en uno de los balcones de un edificio de 15 pisos,

después de haber puesto la pista perfecta

en «un día perfecto»,

que ya hubiéramos querido nuestro, como decía B.,

intentando hacernos olvidar aquel miedo escénico

que nos envolvía al abrirse el telón

y nuestro vestuario improvisado

era el mismo de la noche anterior

desde la primera vez que decidimos

representarnos en  La Asunción del Amor.

 

Yo me aferraba a ti entonces,

como un náufrago se aferra a la idea del mar.

 

Pero el miedo de no encontrarme un nombre,

una pequeña máscara del héroe que vuelve al hogar,

fue limitando mi papel al rol secundario

de simple orador en un congreso de estatuas milenarias,

erosionadas por la sal de mis palabras

y mis órganos puestos a secar al sol. Después

fui solo un sonido estelar que te obligaba a volver,

para asegurarte que no estaba allí,

disparando a tu altar de cristal como tantas veces

soñamos. Pero estaba, con una nueva carne,

la misma piel —eso sí—,

un único órgano como un espejo

en el que pudiste verte presa en mí por vez primera

y el mundo dejó de girar hasta hacerse una enorme

y filuda bola de papel

que devoramos con amor y paciencia

como una hostia hostil y secreta.

Y cuando bajamos la avenida drogados y locos,

Nadie vino en sentido contrario,

Nadie pensó en detenernos y hablarnos

del retorno y la nostalgia,

que entonces nos remitía a la eternidad,

como un ciclo de cambios y encuentros fortuitos

con los que habríamos de reconstruir

cada momento desde aquí… Y nada importaba.

 

 

Yo me aferraba a ti entonces,

como un náufrago se aferra a la idea del mar.

 

¿De qué otra manera podría librarme de ti

sino siendo una barca?

Sin embargo yo solo tenía el vacío

y el sentido de toda barca es asolar el mar.

 

Por eso es que vuelvo

y volveré siempre a hablar de ti

como una ola que se persigue a sí misma,

cambiando a cada momento,

siendo, a la vez, el mismo gran movimiento

que produce su continuo fluir,

su esencia imborrable de ciclos continuos,

sin fiebre ni orillas…



* Poeta nacido en Lima. Dirige el sello editorial Lustra Editores desde 2004. En poesía, obtuvo el Premio José Watanabe Varas (2011).

Correo electrónico: toque_de_queda@hotmail.com.

Gramma, XXVI, 54 (2015), pp. 

© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía y Letras. Área de Letras del Instituto de Investigaciones de Filosofía y Letras. ISSN 1850-0153.