Danny Yessid León*

 

Momento del decir

 

La gota del silencio se desliza de un labio al otro, su destino es el suelo.

Tengo algo que decir, pero lo callo. Adentro la ola rompe contra una pared cuarteada, la pared puede ser algo en mi vientre, la ola se parece  a la última de un mar extinto.

Si pudiera rodear la palabra y encontrarle su centro, la usaría, pero la palabra es esquiva, se mueve de aquí para allá, lleva tiempo huyendo, vagando por la indecisión, ya no sé si tenga la misma forma de cuando la pronuncié por primera vez.

Tomé prestada la guillotina de un grito: pensé con ella cercenar el cuello de las letras, pensé separarlas de su cuerpo, dejarlas a la deriva,  sepultar su rostro. Pero las líneas en el papel se diluyen en la boca del que las dice, se ausentan de su forma y se convierten en aire dulce, en sonido teñido.

Tengo algo que decir sin regar la tinta en el  viento.

Permitir que la boca se abra y deje caer  la pesadez de una palabra me es imposible: los dientes, la lengua, la campana son como piedras huecas, hay en ellas un eco que repite la voz de nadie.

La gota del silencio ya cayó al suelo, ahora muevo los labios, desperezo sus pliegues, ahora puedo decir, hablar. Pero no digo nada: ya ha pasado el momento en el que debía pronunciarme.         

 

Letanía

 

Tengo la imagen de una  casa derrumbándose, de las paredes cayendo a la nada, como mis dedos, como estas manos a las  que diariamente el aire les resta una parte. Cuando salgo en las tardes, me ataca la nostalgia y me  parece que fue ayer que el piano se desafinó. Camino hacia el parque de acacias, paso por la iglesia y algo en mí se muere cuando el cementerio se levanta. Y veo que todo está hecho de polvo, de recuerdos destinados a la lejanía y  yo soy eso: el comienzo del olvido. Sobre mí pesan las nubes de un cielo calcinado por la historia, sobre mí caen retazos de palabras dichas, de bocas escuchadas con anterioridad. Si el silencio existiera ahora, no sería más que una excusa para hacerme hablar, para que cuente la vida de los que se miran al espejo sin saber de sí mismos. Pienso que todo está dispuesto para mi caída, pero me detienen los sueños en el último peldaño, las promesas que brotan de la inocencia, los días que he dejado pasar por no tener un almanaque en mi habitación. Tener que rondar la soledad, tener que dibujar  la naranja  antes de morderla,  tener que vestirme para mi  funeral, para ese remedo del adiós, me está causando una herida, una llaga que me condena al exilio en mi propio cuerpo.



* Poeta nacido en Bucaramanga. Se desempeña como Consejero Municipal de Cultura y director del Encuentro Internacional de Poesía de su ciudad

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Correo electrónico: greingos@gmail.com

Gramma, XXVI, 54 (2015), pp. 

© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía y Letras. Área de Letras del Instituto de Investigaciones de Filosofía y Letras. ISSN 1850-0153.