Gramma, XXI, 47 (2010)

© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía Y Letras. Escuela de Letras

 

 

Pablo De Santis, Los Anticuarios

 

Carlos Alvarado-Larroucau[1]

 

Datos de la Obra

De Santis, Pablo (2010). Los Anticuarios. Buenos Aires: Planeta. ISBN 978-950-49-2390-9

 

Es nuestra manía

Lo antiguo, lo raro,

Sin que reparemos

Si es bueno o es malo

             Los Anticuarios, Tango, 1905,

             Antonio Rodríguez Martínez

 

Sobre Pablo De Santis

Sainte-Beuve (1804-1869), siguiendo un método positivista, argumentaba que la obra de un escritor sería ante todo el reflejo de su vida, por lo que su obra podía ser explicada a través de su biografía. La teoría de Sainte-Beuve encontró oposición en un trabajo ensayístico, póstumo, de Proust (Proust, 1954) que aclaraba que «la literatura responde a aquello que uno escribe solo y para uno mismo» (1954, p. 224); que es la obra de un «yo profundo» que se muestra tan solo en los libros; ese «yo profundo» ciertamente se nutre de aportes externos, pero no hay que olvidar que «un libro es ante todo el producto de un otro yo, ajeno a aquel que usualmente manifestamos» (1954, pp. 221-222). Tal vez la crítica literaria debería buscar un equilibrio entre ambas posiciones, la de Proust y la de Sainte-Beuve.

Algunos elementos biográficos del autor de Los Anticuarios permiten acceder a las claves para comprender ciertos ángulos del texto y, por sobre todo, para identificar el público potencial al que De Santis dedica su novela. Tomar conocimiento de su trayectoria literaria predispone ya de alguna forma al texto. Nacido en 1963, Licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires, ha desarrollado tareas periodísticas y su escritura le ha valido destacados premios: Konex de Platino (2004), Planeta-Casamérica (2007) y el de la Academia Argentina de Letras (2008). Dedicó gran parte de su trabajo a un público adolescente. Este último dato explicaría la aparición de vampiros bajo su pluma. Sobre todo, si se tiene en cuenta el impacto de los chupadores de sangre, hemófagos no chupópteros, que mantienen cautivo un público adolescente y joven desde hace ya más de una década. Dan prueba de ello decenas de novelas, series televisivas, películas, musicales, etc. Si bien es cierto que De Santis hace bastante que escribe para un público más amplio, intentando disociarse de etiquetas reductoras, conserva sus jóvenes lectores a los cuales parece que, principalmente, dirige Los Anticuarios, aunque un público adulto no desestimará la novela, pues encontrará allí los dos aspectos claves del éxito del autor, fantasía e inteligencia, cualidades resaltadas por uno de sus críticos españoles (de Prada, 2001).

 

La Novela

Los Anticuarios vacila entre la novela de misterio (o de enigma) y la novela de suspenso, dos de los variados subtipos del género policial. De Santis tiene experiencia en este campo, y su destreza en el manejo del género quedó demostrada hace algunos años en el policial clásico El Enigma de París.

«En los textos que se pueden leer hoy la narrativa policial es un género transaccional que puede pactar con la novela social, psicológica, fantástica o puramente intelectual» (Muleiro, 2008). En efecto, la transversalidad que caracteriza, en la actualidad, el género está presente en Los Anticuarios: el autor se toma ciertas licencias y escapa del paradigma usual de la novela policial. El texto se enriquece con elementos de la novela de aprendizaje, o novela iniciática; así es que permite seguir el camino evolutivo del héroe que aprenderá por su propia experiencia, el amor, la muerte, la alteridad, etc.

El Buenos Aires de los años cincuenta, el de las fotos en blanco y negro, el de los tranvías, el de los impermeables y sombreros, el de los tacones presurosos y el de las máquinas de escribir, da a la novela el marco brumoso apropiado para acentuar dos características principales del relato: la melancolía y la nostalgia, de las que son víctimas casi todos los personajes; cabe mencionar que ni la morosidad ni el desasosiego son las marcas distintivas del relato, dado que el texto fluye sin mayores obstáculos.

A comienzos de los ochenta se pudo ver en cine la película El Ansia o The Hunger, en la cual más de uno hubiera tendido generosamente el cuello a una enigmática Catherine Deneuve, devenida vampiresa posmoderna, tal como lo hace Susan Sarandon. El título hace referencia a un ansia o a un hambre primordial; los colmillos son sustituidos por una pequeña daga, sugestivamente oculta en un ank (cruz egipcia símbolo de la eternidad). De Santis cambiará el hambre por sed y el ank por un alfiler de oro, cuya cabeza es un ínfimo rubí, como una brillante gota de sangre.

Los anticuarios conforman un grupo de personas que viven intentando saciar esa sed primordial, y lo hacen con sangre o sucedáneos paliativos. Lejos de la luz, se ocultan en un universo de objetos antiguos. Pueden despertar, en los demás, rostros y gestos de personas muertas, y pueden, por momentos, someter a sus víctimas a voluntad.

Signado por la fatalidad, el personaje central, el periodista Santiago Lebrón, recibe una transfusión de sangre contaminada, la que le salvará la vida o la que, más bien, le dará una continuidad en un mundo de seres infectados de inmortalidad. De Santis opone dos fuerzas en su arena literaria, la novedad reside en el hecho de que ambas son fuerzas del mal, vampiros por un lado y asesinos de vampiros por otro. Como en toda novela policial, hay un crimen principal que dará origen a diversas situaciones, pero también tendrán lugar otros crímenes secundarios. La investigación, elemento propio del policial, tiene diversos objetivos y no, el habitual esclarecimiento del enigma.

De Santis logra generar empatía con su personaje; el lector es llevado a un mundo marginal en donde las convicciones vacilan. Es más, De Santis hace de su lector un observador de un universo diferente, en donde ya no importa la eterna contienda entre el bien y el mal. Tal vez la primordial reflexión de De Santis resida en la que hace sobre el espíritu de comunidad, sobre la imposibilidad de vivir al margen, y, de este modo, pueda asegurar que «ustedes somos todos, todos somos lo mismo» (De Santis, 2010, p. 147). Tras sus palabras, parece oírse algún poema del sabio poeta persa Rumi quien rima que somos a la vez, el espejo y el rostro, el remedio y la cura. Tal vez De Santis descubrió, como lo hace su personaje, «en [su] hambre una perfección, un ansia de totalidad» (2010, p. 157). Y el hambre o la sed primordial parece ser también universal, la misma, la de los monstruos que acechan a las bellas, la de las víctimas que ofrecen sus cuellos voluntariamente y la de los campesinos con antorchas que persiguen, garrote en mano, a sus bestias tan temidas.

Todo escritor, al producir su trabajo, realiza una doble tarea, escribiendo a la vez su texto y aquello que subyace en su escritura: una teoría personal de lo que debería ser, una novela, un poema, un ensayo, etc. Ese principio de unidad, anteriormente mencionado, es el principio al que aspira De Santis, y es el que parece regir toda novela policial, según él. Pero advierte que esa unidad se aleja de lo meramente racional, y responde más bien a una aspiración espiritual.

En las novelas policiales todo es conspiración, conjura, secreto. Todas las cosas terminan por encajar, por tener sentido. ¿No ha visto cómo, dispersos por ahí, hay objetos perdidos […]? Pero al final esos objetos que parecían ser parte del azar se convierten en señales del destino. Así siempre que leemos, vemos cómo todo se completa, nos permitimos soñar con la unidad perdida y reencontrada. Las novelas policiales simulan ser racionalistas, pero son lo único que nos queda de la mística (De Santis, 2010, p. 96, 97).

Unidad y predestinación parecen ser los dos principios rectores de la novela. De Santis sugiere estar alerta frente a las señales que nos rodean pues es imposible creer que todo es azar. «Tenemos que encontrar la idea de un orden, de un destino; si no, estamos perdidos. Las novelas policiales nos ponen alerta [sic.] sobre esas señales, nos dicen que abramos los ojos» (2010, p. 96).

Numerosos detalles de la novela adhieren a esta idea de premonición, destinación y fatalidad. Hacia el fin, revela la fatalidad antedicha a la cual se enfrenta el personaje principal: la de saberse solo aún viviendo en comunidad, la de sentirse único e imposibilitado para realizar la distinción entre la ciudad y el mundo, la de constatar que no existe paliativo para la sed primordial, y la de corroborar que, para descubrir las claves del amor, está condenado a abrir las páginas equivocadas de un libro encriptado que se autoincinera si la página abierta es la incorrecta.

 

Vampiros argentinos

Los vampiros nos vienen de la Grecia cristiana cismática y, desde allí, se propagaron por el mundo. Últimamente, han redorado sus blasones, y presentan credenciales en todo el mundo. Argentina no quedó afuera.

El impacto gótico hace moda, y hace rato que los vampiros están entre nosotros. Pero que se le acuse de adherir a una moda crepuscular, apenas le arranca a De Santis una leve sonrisa (Nicolini, 2010).

¿Moda? Los vampiros parecen haber encontrado el gusto por la sangre letrada argentina.

Una muy fugaz ojeada a nuestra literatura, revela títulos como «El Hijo del vampiro» y «Fantomas contra los vampiros multinacionales» de Julio Cortázar (1945, 1975); «Noche de vampiros» de Jorge W. Ábalos (1971); «Fragilidad de los Vampiros», relato de María Rosa Lojo (1998); La Mujer vampiro, de María Teresa Andruetto (2001); Cuentos con espectros, sombras y vampiros, antología de Ricardo Sorsoni et ál., (2001); «¡Momias y vampiros en la escuela!» y El Vampiro de la ópera, cuento y novela, de Emilio Breda (2003); Memorias del Abismo y «Bailando con vampiros», novela y relato de la gótica tucumana Melina Moisé (2007, 2009); La Hermosa vampirizada, cuentos seleccionados por Ana María Shua (2010). La lista es larga y no sería ni oportuno ni acertado intentar generar aquí una exploración exhaustiva de las referencias vampirísticas en la literatura argentina.

Tal vez el antecedente más importante de Los Anticuarios resida en el trabajo de De Santis mismo, quien publicó anteriormente, una guía sobre vampiros (1994).

Sus relatos vienen a unirse a otros tantas historias crepusculares argentinas, tales como aquellas que evocan «la luz mala», «el familiar», «el pombero», «el runa-uturunco», «el lobizón», «la llorona», «la mulánima», etc. Narraciones orales de misterio argentino pronunciadas a la lumbre del brasero, cuentos vívidos de noches de infancia que recalan habitualmente en nuestra literatura.

Ante esos relatos, siempre presentes, surgen interrogantes como los que se plantea De Santis en Los Anticuarios al decir: «Quién no se preguntó alguna vez, en la noche, en alguna casa perdida en el campo, lejos de la universidad y la luz de las bibliotecas, si no habría algo de cierto en los cuentos de viejas, y en los temores de la tradición» (De Santis, 2010, p. 57). La repetición de estos temas en distintas partes del globo acentúan aún más el misterio que parece revalidarse por una presunción de universalidad. «Ustedes lo saben bien: en todas partes se oyen las mismas cosas. Los mitos, por variados que parezcan, pertenecen a un mismo libro, que está enterrado en la memoria de la especie, y del que asoman de vez en cuando páginas perdidas» (2010, p. 56).

 

La Lengua, la Estructura, la Voz Narrativa,

el Tiempo del Relato

El idioma de De Santis es franco, de frases claras, correctas y equilibradas, sin afectadas pretensiones.

Los Anticuarios se divide en nueve partes. Una cifra mística que revela las etapas en el pasaje iniciático del héroe, como los nueve meses previos al parto; los nueve anillos que engendra, cada nueve noches, Draupnir, el anillo de Odín; o la enéada primordial de la cosmogonía egipcia, etc. Sería imposible no encontrar en la cifra una relación con el misticismo de la novela policial al que hace referencia De Santis.

Desde la primera frase del íncipit, el autor asume la primera persona del singular para entablar su relato. Recurso que parece inevitable al considerar que la novela se basa en las vivencias personales del autor, «toda la primera parte del libro, cuando el narrador empieza a trabajar en la redacción, la escribí hace diez años y de algún modo está basada en mi experiencia, cuenta [De Santis]» (Nicolini, 2010).

La voz narradora cobra matices interesantes en la novela pues es posible encontrar en un mismo párrafo un trío de voces asumiendo ese «yo», ahora devenido en difuso plural. El lector puede confrontarse al mismo tiempo a un «yo» narrador omnisciente, desprendido de la escena, quien observa y relata; a un «yo» que evoca los recuerdos; así como también a un «yo» personaje realizando o sufriendo la acción (como ejemplo ver De Santis, 2010, pp. 64-65).

En Los Anticuarios, De Santis privilegia el presente como tiempo de enunciación, el presente parece ser perpetuo y se identifica con la permanencia del ser, aunque lo propio de este tiempo verbal sea lo inasequible. El tiempo presente parece permanente al ocupar un espacio muy amplio englobando el pasado y el futuro. Este valor omnitemporal (o panacrónico) es usual en definiciones, en verdades generales, en aseveraciones taxativas y en escrituras gnómicas. Estos «anticuarios», condenados a la eternidad, perviven en este continuo flujo del presente.

 

Síntesis

Los Anticuarios, un texto coherente que transmite la gran naturalidad que presupone el empleo de la pura técnica. Un estilo simple, directo y real; el personaje involucra al lector con sus confidencias y confesiones, con sus búsquedas y hallazgos, con sus certezas y decepciones, de allí surge la empatía.

La fluidez del discurso puede verse obstaculizada por algunas descripciones, vacías, barrocas, un tanto irrelevantes. Hacia el final, se precipita: las partes se acortan rápidamente, ¿quiso De Santis, transmitir la ansiedad del fin, el ansia, el hambre, la sed?

Un texto original, del cual el lector se siente parte, sin prejuicios, y se libera de ideas preconcebidas. Y cuando este lector se aleja de sus parámetros, base de una ética o moral personal y social, cabe preguntarse qué le está pasando a una sociedad que se identifica con seres abyectos, marginales, sin emitir juicio alguno. Hoy en día, como lo hizo Flaubert, el lector podría identificarse con Madame Bovary. Pero hay que recordar que la heroína de Flaubert fue, en su tiempo, despreciable y aún lo sigue siendo, para muchos.

Por el empleo de la primera persona y por alguna afinidad entre el autor y su héroe, podríamos tentarnos a urdir analogías entre De Santis y su personaje Santiago Lebrón. Es, sin embargo, en el personaje del Numismático en donde debemos rastrearlo. Un personaje oscuro que aparece, de repente, intermitentemente, trayendo de vez en cuando monedas valiosas, antiguas, que se esparcen por el suelo; otras veces trae luz, «como si su secreta misión, desde el principio, hubiera sido iluminarnos» (2010, p. 263).

El verdadero De Santis no está ni en la trama ni en la historia; está en las brillantes reflexiones esparcidas como gotas de lluvia estrelladas sobre un escrito de tinta azul, y crea espacios profundos e inalterables o un nuevo texto, abierto, de luz, en la trama abigarrada de las letras.

Leer Los Anticuarios es realizar nuestra propia investigación, casi policial, salir al encuentro del De Santis poético, casi filósofo, el que se pregunta: «¿Qué puede hacer la voluntad cuando tiene el azar en su contra?» (p. 93); el que comprende que la ausencia perfecciona a los seres (p. 98); el que encuentra en el proceso de la memoria los sedimentos, detalles sin importancia, que son la marca de la realidad (p. 100). El De Santis que considera a la imaginación hipócrita y a los sueños auténticos (p. 138); el que encuentra ociosos a crédulos y dogmáticos e incansables a los incrédulos (p. 151); quien asegura que «la muerte siempre malogra los planes infinitos» (p. 210); el que ironiza sobre la ingenuidad que presupone creer en el aparente carácter perfecto de los planes, menoscabando la incidencia de los detalles innecesarios y de las impurezas del azar (p. 174).

En Los Anticuarios hay que buscar al De Santis que reflexiona más de una vez en la novela sobre la belleza y la memoria, «consciente del abismo entre las cosas y las palabras: […] porque ninguna palabra corresponde a ninguna cosa» (p. 257).

En asuntos de vampiros es difícil emitir juicios. Voltaire (1764), quien dedica una entrada de su diccionario a los vampiros, nos sugiere que «frente a los asuntos dudosos debemos tomar la posición más moderada».

 

Referencias Bibliográficas

De Santis P. (1994). Transilvania express: Guía de vampiros y de monstruos. Buenos Aires: Colihue.

Muleiro, Vicente (22 de junio de 2008). Los Nuevos disparos del policial argentino.  Clarín. s. d.

Nicolini, Fernanda (5 de septiembre de 2010). Soy un escritor vinculado al pasado. Entrevista a Pablo De Santis. Revista de cultura Ñ. Recuperado 5 de sept. 2010 de: http://edant.revistaenie.clarin.com/notas/2010/09/05/_-02207688.htm

Prada, Juan Manuel de (27 de octubre de 2001). Reinventando el folletín (sobre El Calígrafo de Voltaire de P. De Santis). ABC, Suplemento cultural. Libros. s. d.

Proust (1954). Contre Sainte-Beuve. Paris: Gallimard.

Voltaire (1764) «Vampires». Dictionnaire philosophique. s. d.



[1] Docente, poeta, escritor, investigador y crítico literario. Actualmente, se desempeña como investigador para la Sorbona y para la Universidad de París 8. Contacto Web: www.carlos-alvarado.com

Gramma, XXI, 47 (2010), pp. 283-289.

© Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Investigaciones Literarias y Lingüísticas de la Escuela de Letras. ISSN 1850-0161.