Las
Ideas Políticas en el Rio de la Plata antes y durante las Cortes de Cádiz[1]
Carlos I. Salvadores de Arzuaga.
Abogado (USAL). Máster en Ciencia de la Legislación
de la Universidad de Pisa –Italia. Profesor titular de Historia y Derecho
Constitucional de la USAL. Vicedecano de la Facultad de Ciencias Jurídicas de
la USAL.
I
Es probable que no constituya una novedad o un
descubrimiento la presencia de las ideas europeas en el Río de
la Plata en el siglo XVIII, como tampoco
la influencia en el proceso emancipador, pero se puede hacer un aporte al
aproximarnos a la pureza y extensión con que sirvieron a ese proceso, de que
manera las mentalidades americanas las adaptaron o adoptaron, que actitud
tuvieron frente a la ruptura de un orden conocido.
Un medio para
advertir cuales fueron esas ideas políticas es recurrir a la difusión de las obras o libros que llegaron al nuevo
mundo o en su caso los lugares donde se instruyeron y educaron quienes
participaron luego en la educación y en la actividad política en el Río de la
Plata.
II
La producción filosófica política en el siglo XVIII
es importantísima. En el periodo de aproximadamente 14 años se editan las obras
mas relevantes: Espíritu de las Leyes de
Motesquieu (1748); el primer libro de la
Historia Natural de Buffon (1749); el
Discurso sobre las ciencias y las artes
de Rousseau (1750); el primer volumen de la Enciclopedia
y del Siglo de Luis XIV de Voltaire (1751); el Tratado de la Sensaciones de Condillac (1754); el Ensayo
sobre las costumbres y el espíritu de las naciones de Voltaire (1756); la Nueva Eloisa (1761), Emilio (1761) y el Contrato Social (1762) de Rousseau.
Estamos en un
periodo que bien puede llamarse la revolución de las ideas, donde entre otros
planteamientos se presenta la discusión o el debate del principio de autoridad.
Junto a ello una situación económica de cambio con nuevos actores y
transformaciones en especial en Inglaterra.
En Francia
como en Inglaterra se presentan los fisiócratas como postura superadora de la
situación económica existente. Francois Quesnay, que puede señalarse como el
fundador de esta Escuela o teoría económica, publica en la Enciclopedia de Diderot y D’Alembert en 1756 y 1757 los artículos
"Fermiers" (granjeros) y sobre "Grains"
(granos), mas adelante el Tratado de
derecho natural (1765).
Sin perjuicio
que representan sustancialmente una doctrina económica, también repercutía
sobre los poderes monárquicos pues lo fisiócratas “aseguran que la ley es una
verdad natural, independiente del monarca, tan independiente que se le impone.
¿No es esta acaso –aunque en teoría- una importante limitación a la autoridad
real? Es que, conviene no olvidarlo, los fisiócratas condenaron de una manera
absoluta y terminante todas las reglamentaciones, todas las intervenciones del
Estado en materia económica. Para ello todo <<ataque llevado por la ley a
la propiedad significa nada menos que derribar a la propia sociedad>>”[2]. Además en España las ideas económicas se
presentan como símbolo e instrumento de progreso, vienen a ser en consecuencia
la apertura o puerta de entrada de las ideas políticas[3].
El abate
Fernando Galiano en 1750 publica “Della
Moneta” donde desarrolla una teoría
del valor basado en la utilidad y la escasez y critica a la teoría
fisiocrática, es su continuador el abate Antonio Genovesi autor de Lezioni di economía civile (1765). Se
completa una triada con Cayetano Filangieri[4],
autor de Scienza della legislazione
(1780-1785)[5] quien entroncado en la tradición ilustrada
proponía una reforma radical a la legislación.
Ludovico
Antonio Muratori, humanista, para quien “la base del derecho y de la ética está
en la caridad, el amor al prójimo que viene de Dios, funda la solidaridad
humana que se concreta en la vida social y política, mediante lo que puede
llamarse la caridad civil, que responde a motivaciones puramente humanas. Su
libro ‘Della pubblica felicitá, aggeto
dei buoni principi’ -1749-, no es un tratado de filosofía sino en realidad
un manual de buen gobierno temporal, una guía para los príncipes y las
autoridades, para que se mantengan los principios de la fe y de las virtudes, y
tengan plena realización en la ciudad del hombres”[6].
En 1776, Adam
Smith publica: Ensayo sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones primer estudio sistemático de la economía,
dedicado sustancialmente al proceso de creación y acumulación de la riqueza,
sosteniendo que proviene del trabajo. Obra cuyo primer traductor al castellano
es José Alonso Ortiz en 1794 quien también se ocupa de “expurgar los elementos
peligrosos” de ella.
Estas obras y sus ideas son recepcionadas en España de diferente forma, desde quienes las
aceptan casi mecánicamente hasta los que lo hacen con las limitaciones de la
razón, de sus creencias. Es a partir de esas “interpretaciones” o”controles”
con que también se difundirán en América.
Las discusiones teológicas y filosóficas no fueron pocas, hasta fue una
excelente propaganda para la obra inglesa o francesa que se analizaba y
debatía. En consecuencia no podemos dejar de citar al P. Ignacio Monterio que
en su Curso de filosofía ecléctica, argumenta
y defiende la libertad de filosofar, poniendo como ejemplo a Inglaterra, elogia
a Locke, Rousseau, etc. El abate Juan Andrés
y Morell, también jesuita, de quien dice el P.Batllori (SJ) autor de “La
cultura hispano indiana de los jesuitas expulsos”, que es “El más acabado
modelo de la erudición enciclopédica setecentista”. Juan Andrés admira a
D’Alembert y Condillac, y dice de Montesquieu “De otro gusto, de otra
originalidad, de más sublime y noble filosofía fue la grande obra, que hacia
aquellos tiempos publicó en Francia el celebradísimo Montesquieu sobre el Espíritu
de las Leyes". Cabe señalar que conforme Varela Suanzes: “El
publicista francés era conocido y apreciado no sólo por los autores liberales e
ilustrados, como Ibáñez de la Rentería, Enrique Ramón, Leon Arroyal, Alonso
Ortiz, Alcalá Galiano, Cadalso, Foronda
y Jovellanos, sino también por los pensadores opuestos a la ilustración
y al liberalismo, como Antonio Xavier Pérez y López, Forner y Peñalosa”[7].
Rousseau es probablemente el autor mas difundido, dice Menendez y
Pelayo que en 1801 circulaba una traducción del Contrato Social en
Asturias, editada en 1799 en Londres “que sirvió para perder a Jovellanos, de
quien el anónimo traductor hacía grandes elogios en una nota”[8]. La Enciclopedia –probablemente la obra
cumbre del iluminismo- también tiene gran difusión, por lo que fue
traducida e imitada.
La figura del Fray Benito Feijoo y Montenegro, lector de Montesquieu y
Rousseau, muy apreciado en América por considerarlo un defensor de los criollos,
es quien lucha con tesón para imponer un
espíritu crítico contra la superstición y divulgar las novedades científicas y
refutar al ginebrino en Las cartas eruditas y curiosas. “También en
Feijoo se inicia un proceso peculiar: la recepción en España de nuevas ideas,
pero no adoptadas como trajes extraños, sino la adecuación de las mismas al
estilo de España, Feijoo no reniega de lo español sino de las taras de España.
Nadie tan español, hasta los tuétanos, como él. Por eso habló a sus
compatriotas con una franqueza y una rudeza netamente hispánica… Feijoo no es
sino el comienzo de una revolución cultural e ideológica”[9].
Este ligero vuelo sobre las ideas es necesario, pues a América, en
especial al Río de la Plata el contacto con ellas no sólo será a través de los
libros sino de los estudios que sobre ellos se realizaban en España donde importantes
personalidades políticas se formaban en sus estudios superiores asistiendo a
las en universidades.
III
Hay algunas cuestiones
preliminares que corresponden ser consideradas.
¿Podían introducirse aquellas obras en el Río de la Plata?
Desde 1531 la Reina había ordenado por Real cédula expedida en Villa Ocaña
que no se introdujeran en las Indias “libros ningunos de historia y cosas
profanas, salvo tocante a la religión cristiana”. En 1556 y 1560 dos Reales Cédulas prohíben la
impresión de libros sin licencia del Consejo Real de Indias. En definitiva la
legislación prohibía los libros que fueran contrarios a la regalías reales, que
estuvieran en el índice de la Inquisición y fueran pura imaginación literaria.
A pesar de estas disposiciones, es evidente que los libros prohibidos
ingresaron al Río de la Plata y en cantidades importantes.
El procedimiento se constituía con listas con el nombre de las obras que
presentaba el librero o el propietario al oficial real quien las remitía al
Santo Oficio. Los títulos eran comparados con la de los libros prohibidos, además
se revisaban las cajas que los contenían. Si no había libros prohibidos se les
daba el “pase”. Al llegar el navío a América el procedimiento se repetía. Como
puede imaginarse este procedimiento rutinario se convierte en ineficaz.
Sin perjuicio de aquello, algunos investigadores se refieren al cambio
de lo embarcado en el Río Guadalquivir o en alta mar o el agregado de otra
página a la lista. Estimo que el contrabando de las obras tuvo diferentes formas
e ingeniosas manifestaciones. Muestra de ello es el cambio de portada del
libro, la alteración del nombre del autor hasta el simple escondite en el fondo
de baúles, pasando por las gestiones que hacían los representantes que tenían
en Cádiz, puerto cultural de América[10], los
compradores rioplatenses para que las obras fueran adquiridas a buen precio y lleguen
a Buenos Aires o Montevideo sin sobresaltos.
“El malagueño Don Francisco de Ortega y Monroy, comandante del
Resguardo de Montevideo por la década de los ochenta era un hombre culto… y
poseedor de una notable biblioteca que en 1790 tenía alrededor de 700
volúmenes. Cabían en ella obras clásicas y modernas, de ilustrados
españoles y franceses, entre los que no
faltaban, al lado de las piadosas, las prohibidas como la Enciclopedia o las
consabidas de Voltaire y Montesquieu. Para informarse de las novedades
bibliográficas se valía, entre otros medios, de catálogos de librerías
gaditanas como la famosa de caris, justamente a un confidente suyo de Cádiz
acude para hacerse de diversos libros, varios de ellos prohibidos”[11]. Don
Francisco[12]
le solicita a Don Luis Feyt [13] unas
obras, respondiéndole que las permitidas las enviara en la próxima embarcación,
pero las prohibidas conviene adquirirlas en Cádiz “porque cualquier particular
que los pide a Francia la paga tan caro como comprarlos aquí, porque estos
libros lograron cierta equidad que no disfruta otro particular”. El problema es
el precio no la dificultad para enviarlos. En el caso que nos ilustra Daisy
Rípodas, las obras se enviaban a un importante comerciante de Buenos Aires, Don
Domingo Belgrano Pérez[14],
vinculado al Administrador de la Aduana de Buenos Aires Don Francisco Gimenez
de Mesa.
José Ingenieros señala que “Las rigurosas restricciones a la
introducción de libros prohibidos eran violadas; la herejía se filtraba por los
innumerables resquicios del desvencijado armazón colonial. Notorio y grande
sería el abuso, pues en agosto de 1785 fue necesario dictar una Real Orden
<< mandando recoger y quemar ciertos libros que circulaban en exceso: el Belisario
de Marmontel, las obras de Montesquieu, Luiguet, Raynal, Maquiavelo, M. Legros
y la Enciclopedia, que están prohibidos por el santo oficio de la
inquisición y por el estado; que se tomen todas las medidas para impedir la
introducción en el reino de semejantes libros y todos los demás que están
prohibidos, y que con la prudencia y discreción conveniente se corrija a quien
esté sindicado del uso de dichos libros>>. Se obedeció totalmente, y sólo
en mínima parte se cumplió, como de costumbre”[15].
La existencia de estas obras se encontraron por ejemplo en la
biblioteca de Francisco de Pombo Ortega[16] –La
Enciclopedia, Montesquieu, Buffon, Voltaire, (1790)-, en la librería del P. Moscoso –Filangieri,
(1788)-, en los anaqueles del Obispo Azamor y Ramirez[17] –Voltaire,
Filangieri, Montesquieu -[18],
pero no sólo eran de lectura de una clase o posición social privilegiada, ello
lo demuestra el panadero Juan Antonio Grimau que tenía a Voltaire[19].
Resulta evidente que las aduanas eran muy permeables al ingreso de la
bibliografía que prevalecía o más difundida en Europa.
Por supuesto que la introducción de libros, la existencia bibliotecas
no garantizan por sí mismo su lectura como tampoco la ausencia de algunas obras
su desconocimiento, esto lo observa con inteligencia Daisy Repodas, porque “eclesiásticos
y juristas” debían tener bibliotecas acorde a su dignidad, y no ser tildados de
ignorantes, por otra parte, “la ausencia de ciertas obras no implica no
haberlas leído, dadas las posibilidades ofrecidas por las bibliotecas públicas
o de particulares”. Sin embargo, cuando un libro ha sido expresamente adquirido
por alguien (y sobre todo cuando se trataba de libros prohibidos, que debían
sortear una serie de obstáculos y riesgos) o se lo había pedido prestado a un
particular o a una biblioteca, existía una "voluntad de lectura"[20].
Desde otro aspecto no es un dato menor que en el siglo XVII el 90% de la
población sabía firmar y la mayoría de las mujeres sabía leer, extremos que no
alcanzaban algunas ciudades de europeas[21] lo que
nos coloca en el siglo siguiente con una sociedad cuyo nivel o estatus cultural
no difiere sustancialmente con la española.
IV
Situarnos en Buenos
Aires y ver las obras y los estudios a que acceden los hombres públicos
demuestran que la cercanía con Europa, preferentemente España era mucho menor que la geográfica. Esto queda
demostrado con algunas figuras del Virreinato.
Juan Baltasar Maziel (1727 – 1788) estudió en el Colegio de Córdoba y
filosofía en Santiago de Chile, tuvo la biblioteca mas grande del Virreinato y el
Virrey Vertiz lo nombró rector del Real Colegio Convictorio Carolino (1782),
allí fue maestro de Cornelio Saavedra, Manuel Belgrano, Miguel de Azcuenaga,
entre otros, fue el “maestro de la generación de Mayo”. Se desempeñó como comisario del Santo Oficio
por lo que tuvo acceso a los libros prohibidos. Ingenieros dice que en su
biblioteca estaban incluso los enciclopedistas “que constituían su lectura
favorita, no obstante hallarse incluidas en el Index. En los anaqueles
no eran sospechosas pues todas estaban rotuladas como libros de la teología ortodoxa. La
influencia de este hombre cultísimo fue grande; su casa era un centro de
reunión de la exigua minoría que se interesaba por los problemas sociales y
filosóficos, tan febrilmente removidos por los adeptos de Quesnay, de Voltaire
y de Rousseau. Sin apartarse de su religión y manteniendo una vida
ejemplarísima, no desdeñó asomarse a las <<peligrosas novedades>>
del pensamiento moderno”[22].
Gregorio Funes (1749 – 1829), el Deán Funes, sacerdote, cuya familia
tenía estrechos vínculos con la Compañía de Jesús y con quienes tuvo sus
estudios iniciales, fue Rector de la Universidad de Córdoba, partidario del
movimiento de mayo de 1810 y miembro de la Junta Grande, más aún su “director
político”, es otro representante del pensamiento político de la época. En 1799 se traslada a España a estudiar
derecho civil y canónico en la Universidad de Alcalá de Henares y luego
practica la profesión en Madrid. En Alcalá aprendió a ser un erudito a la
española esto es con abundantes conocimientos por lo que no le resultaban
extrañas las ideas de la ilustración. Hacía años “que se había consagrado a
<<la lectura de aquellas materias que eran mas análogas al nuevo orden de
cosas que había comenzado>> y gracias a que <<desde bien lejos
había venido nutriendo su espíritu con la lectura de Platón, Aristóteles,
Pufendorff, Condillac, Mably, Rousseau, Raynal y otros>> no se contó
entre la turba de los que hablaban del
cambio revolucionario que se avecinaba <<de modo vago y
confuso>>, sino entre los pocos elegidos que <<por una lectura
larga y reflexiva se hallaban prevenidos para ejecutarlos>>”[23].
Juan José Castelli (1764 – 1812) este abogado, integrante de la Primera
Junta de Gobierno y notable político que alguien lo bautizó como el “orador de
Mayo”, inicio sus estudios primero en el Colegio de San Carlos, continuando en
el Colegio de Montserrat de la Ciudad Córdoba, fue compañero de Saturnino Rodríguez Peña, Juan José Paso,
Manuel Alberti,
Pedro y
Mariano Medrano. Abandona los estudios eclesiásticos para estudiar derecho en la
Universidad de Chuquisaca donde toma contacto con las nuevas ideas,
principalmente Rousseau. Coincide con su primo y amigo Manuel Belgrano en la
necesidad de adoptar la libertad de comercio lo que escribe en El Telégrafo
Mercantil y en el Seminario de de Agricultura, Industria y Comercio Para este apasionado abogado porteño la
noción de derecho natural hace que todos los hombres sean iguales ante la ley,
sin distinción de raza u origen. Y que el derecho es la expresión de la
dignidad de los hombres que le ha sido dotado por la naturaleza[24].
Manuel Belgrano (1770 – 1820), miembro de la Primera Junta de Gobierno,
realizó sus estudios universitarios en Salamanca y Valladolid. En esos tiempos
el rector de la Universidad de Salamanca (1786 a 1788) era el brillante orador
liberal de las Cortes de Cádiz Don Diego Muñoz Torrero, entre sus condiscípulos
estaban el “poeta de la ilustración” Manuel José Quintana y Toribio Núñez autor
de los planes progresista de estudio de la Universidad de 1814, traductor y
comentador de Jeremias Bentham.
El Papa Pio VI, mientras Belgrano estaba en España, le da una licencia
para <<leer y conservar durante su vida todos y cualesquiera libros de
autores condenados aunque sean heréticos, y en cualquier forma que estuviesen publicados…>>>[25].
Belgrano es probablemente el mejor representante del liberalismo
español. No hay duda –dice Enrique de Gandía- que “bebió en España su cultura y
las ideas que posteriormente desenvolvió en Argentina. No se sabe que haya
tenido una amistad directa con los economistas liberales Campomanes, Jovellanos
y otros; pero lo indudable es que leyó sus obras, así como las de los
fisiócratas de aquel entonces, y que cuando llegó a Buenos Aires, de regreso de
Europa, en mayo de 1794, traía un bagaje espiritual de economía con ideas
liberales superior al de cualquier otro habitante de estas regiones”[26]. En
igual sentido pero con otras precisiones Popescu señala que además de las ideas
de los economistas españoles tenía en su espíritu “el conocimiento fresco de
las ideas dominantes en la época de los ‘economistas’ de la escuela de François
Quesnay y de los escritos de Genovesi y Galliani, a quienes leyó en original
(pues hablaba corrientemente el francés y el italiano), como asimismo de la Riqueza
de las naciones de Adam Smith, que conocía a través del Compendio de
divulgación de las ideas smithianas hecho por Condorcet y vertido al castellano
por Carlos Martínez de Irujo en Madrid en 1792…”[27].
Otros autores, como es el caso de Pugliese, ponen el acento en el
aporte que recibe de Gaetano Filangieri, y de otros italianos que por su
eclecticismo predican sobre Belgrano, es el caso de Antonio Genovesi[28]
y de Antonio Muratori que fundamentan sus doctrinas “políticas y
económicas sobre bases ético-religiosas”[29]. Popescu entiende que la idea de
interdependencia económica de Genovesi y Smith morigera el entusiasmo, desde un
primer momento, del idealismo fisiocrático de Belgrano, lo que se incrementará
con el paso del tiempo[30].
Belgrano, secretario del Consulado, animado en cambiar el estado del
Virreinato, frente a los defensores el statu quo, los comerciantes partidarios
del monopolio, se expresa en las
memorias que presenta al cuerpo (1795), y allí se observa que sus
recomendaciones son similares a las aconsejadas por Campomanes para España en “Discursos
sobre la educación popular y el fomento de los artesanos” y en el “Discurso sobre el fomento de la
industria popular”, y a Jovellanos
en su Informe de la Sociedad
Económica de Madrid al Real y Supremo Consejo de Castilla[31].
Mariano Moreno (1778-1811), secretario de la Primera Junta de Gobierno
-1810-, estudió en la Universidad de Chuquisaca donde se graduó de abogado[32]con
una tesis sobre la sublevación de Tupac Amaru, es un asiduo concurrente a la
biblioteca del canónigo Matías de Terrazas Quiroga[33]
–secretario del Arzobispo Fray José Antonio de San Alberto- que tenía las obras
de Montesquieu, Raynal y otros. El canónigo “había cultivado las letras desde
su juventud y los talentos que advertía en Mariano lo empeñaron en adelantar
sus favores hasta honrarlo con una amistad íntima”[34]. También
gozan de la preferencia del prócer Vico y Filangieri[35].
El 30 de septiembre de 1809 en la célebre Representación de los
Hacendados (“Representación que el apoderado de los hacendados de las
campañas del Río de la Plata dirigió al Excmo. Virrey Don Baltasar Hidalgo de
Cisneros en el Expediente promovido sobre proporcionar ingresos al Erario por
medio de un franco Comercio con la Nación Inglesa. La escribió Don Mariano
Moreno”) se manifiesta a favor del libre comercio, en contra de quienes
defendían la institución del monopolio[36]. En esta presentación ante el Virrey
Baltasar Hidalgo de Cisneros –firmada por el procurador José de la Rosa-,
Moreno cita expresamente a Filangieri tres veces, a Jovellanos dos[37] y a
Adam Smith una. Luego de un análisis minucioso no sólo de la situación
económica de la “provincia” sino incluso de la “metrópoli”, utilizando ejemplos
de la irracionalidad del sistema vigente,
se expide sobre lo que aconseja la ciencia económica al respecto y
presenta siete peticiones concretas:
Primero: que se extienda el libre comercio por el plazo de dos años; Segundo:
que las mercaderías inglesas se expendan por medio de españoles; Tercero:
que cualquiera persona por el solo hecho de ser natural del Reino esté
facultado para estas consignaciones; Cuarto: que la introducción de la
mercadería pague los mismos derechos que aquellos permisos especiales; Quinto:
que cada importador esté obligado a exportar la mitad de lo ingresado en frutos
del país; Sexto: Asignar derechos de exportación a los frutos del País y Séptimo:
que las mercaderías textiles de algodón que puedan entorpecer o debilitar
lo producido en las Provincias interiores paguen un veinte por ciento más que
lo establecido para equilibrar la competencia[38].
Moreno, católico, sin duda atraído o fascinado por Rousseau traduce[39] en
1810 el “Contrato Social” pero omite el capítulo de la religión, aclarando en
el Prólogo que “este hombre inmortal que formó la admiración de un siglo y será
el asombro de todas las .edades… tuvo la desgracia de delirar en materias
religiosas”.
Hay muchos otros políticos que también abrevan en las nuevas ideas tales como
Hipólito Vieytes (1762 – 1815), Bernardino Rivadavia (1780 – 1845); Bernardo de Monteagudo (1789 – 1825), etc...
V
Esta reseña sobre las
lecturas y la formación de estos hombres públicos nos permite aproximarnos a
determinar que las ideas se situaban en el campo de la ilustración pero pasadas
por el tamiz español con especial limitación en la formación cultural que
habían dejado los jesuitas.
Esta impronta peninsular[40] que
viene a identificar o por lo menos lleva a hacer coincidir la formación
ideológica de españoles y americanos, un poco es tributaria de la política
liberal de los Borbones, temerosa de los acontecimientos franceses que
produjeron anarquía, terror y anticlericalismo y empujan a que los hombres de
Mayo adopten un liberalismo adaptado a su religiosidad y al orden, de allí que
también se ha dicho que estamos ante “una doctrina liberal de caracteres sui generis”[41]
profundamente arraigada que condiciona toda la organización institucional
posterior a los hechos de mayo.
Romero sintetiza lo ideológico con lo social en este periodo con los
siguientes términos: “Un sentimiento de clara
filiación iluminista orientaba el pensamiento político del grupo
ilustrado de Buenos Aires: el horror a la anarquía, a la democracia turbulenta
y sin freno. El orden parecía el mejor
atributo de una sociedad racionalmente fundada, y esta convicción aparecía
abandonada en la práctica por la experiencia política de Francia, donde la
exuberancia del sentimiento popular había conducido a la dictadura absolutista.
Sólo la ley y la recta ordenación institucional parecían solución apropiada
para impedir que la convulsión social y política operada en el Río de la Plata
degenerara en un caos, y los mas avisados pensadores políticos se esforzaban
por señalar a la reflexión los dos peligros que entrañaba la falta de
principios de gobierno: la anarquía y el despotismo”[42].
Todo esto también es lógico porque las ideas no importan por sí un
cambio repentino, son analizadas y discutidas, hasta confrontadas con lo
conocido, con la formación cultural y la realidad social, a partir de allí
advertimos otra limitación o morigeración de las ideas.
Desde los primeros tiempos de la conquista hasta mediados del siglo
XVIII la educación fue impartida por los jesuitas en el Río de la Plata,
Tucumán y Paraguay. Casi todas las ciudades tenían escuelas de la Compañía
mientras que colegios Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Corrientes, Tucumán y
Asunción. A principios del siglo XVII los padres fundan las Universidades de Córdoba[43] y de
Chuquisaca[44],
ambas son aristotélicas “esto es, primaba en ellas la inteligencia sobre la
voluntad, el afán de plasmar hombres prevalecía sobre el afán de hacer
profesionales, por esta causa aquellos centros de cultura tuvieron unidad,
tuvieron universalidad y tuvieron proporción” Y en ellas estudiaron algunos de
los pensadores de la revolución: Valentín Gómez, Gregorio Funes, Baltazas
Maziel, Pedro Ignacio Castro Barros, Fernando de Navarrete, Gabriel Bernal,
Ignacio Villafañe, José Thames, Elías Bedoya, Miguel Calixto del Corro,
Ambrosio Funes, Francisco Orellana, Ignacio Suarez Cabrera entre muchos otros[45].
Furlong en su obra “Nacimiento y Desarrollo de la Filosofía en el Río
de la Plata” señala que “… Saavedra había cursado filosofía bajo el magisterio
del doctor Carlos José Montero (1773-1795); Vieytes, bajo la dirección de Jaunzares
y Posse; Castelli, bajo la égida del doctor Pantaleón Rivarola (1779-1781); y
Moreno, el mas joven de los cuatro, había tenido por profesor al doctor Mariano
Medrano (1793-1795). Todos estos catedráticos… fueron fundamentalmente
escolásticos y dentro del marco de la filosofía peripatética se desarrolló la
enseñanza de los mismos …”[46]. En
igual sentido Floria y García Belsunce, que además señalan al padre Torquemada
“quien enseñaba la doctrina del poder según Suarez y posteriormente a
Rospigliosi, quien fue maestro del deán Funes” o el caso de “Montero, primer
catedrático de filosofía del Colegio de San Carlos, discípulo del jesuita
Querini, fue maestro de Luis José Chorroarín y de Cornelio Saavedra, dentro de
la línea escolástica. A su vez Chorroarín fue, una vez profesor, maestro de
Manuel Belgrano, a quien trasmitió su posición escolástica y anticartesiana”[47].
Francisco Suárez SJ, en la opinión de Furlong es el
inspirador primordial en la Universidad de Córdoba; la filosofía suareciana
también prevalecía en Chuquisaca y en los colegios jesuitas. Luego de la
expulsión hasta “fines del siglo XVIII y principios del XIX, hallamos ardientes
no pocas brasas del fuego suareciano” dice y afirma que la filosofía que
prevalece en la Revolución de Mayo es la de Suárez, en particular las
argumentaciones de Castelli en el Cabildo del 22 de mayo están sustentadas en
el Jesuita y no en Rousseau[48] .
Esta tesis es refutada por de Gandía y con argumentaciones serias y bien
fundadas[49].
Mas allá del aserto o no de Furlong o de Gandía, es indiscutible que
existió una enseñanza jesuita, que la doctrina de Francisco Suarez (SJ) se
difundió en la universidades y colegios[50], que
en ella se formaron los maestros de la generación de principios del siglo XIX
lo que no pudo pasar inadvertido en la formación cultural de los americanos, de
allí que las ideas europeas también pasaron por este cedazo.
“Las ideas ilustradas en el Río de la Plata –dice Mariluz Urquijo- no
tienen el sabor anticristiano que tienen las páginas de algunos filósofos
franceses, sino que mas bien pueden inscribirse en el marco de la ilustración
cristiana que comparte los deseos de reformas políticas, económicas, sociales,
abrigados por el Iluminismo pero sin que ello afecte las creencias religiosas
de la mayoría”[51].
Es así, en definitiva, el liberalismo rioplatense que prevalece a
principios del siglo XIX es el resultado de la conjunción o enlace de la
ilustración española con los sedimentos o asiento filosófico dejados por los jesuitas[52].
[1] Exposición en El V Seminario Internacional “El pensamiento
político y las ideas en Hispanoamérica antes y durante las Cortes de 1812”,
Cádiz, 23 a 26 de noviembre de 2010, Centro Cultural Municipal Reina Sofía,
organizado por el Ayuntamiento de Cádiz y la Unión Latina.
[2] Ricardo Caillet Bois: “Las corrientes
ideológicas europeas del siglo XVIII y el Virreinato del Rio de la Plata”,
Academia Nacional de la Historia: “Historia de la Nación Argentina”, 3ª
edición, Ed. El Ateneo, Bs. As., 1961, Vol. V, pág. 14.
[3] Ricardo Zorraquín Becú señala que “El pensamiento impulsor de
esos cambios se manifiesta –se refiere a la actitud reformista del despotismo
ilustrado-, al principio, en la ciencia económica. Una serie de escritores
busca con afán las razones y los medios de las reformas que anhelan. Dionisio
de Alcebo y Herrera publica, entre otros libros , un Memorial informativo … sobre diferentes puntos tocantes al estado de la
real azienda, y del comercio (Lima 1720); Jerónimo de Ustáriz su Teórica y práctica de comercio y de marina
(1724); Bernardo de Ulloa se pone en evidencia con su obra Restablecimiento de las fábricas, tráfico y comercio marítimo en España
(1740); Juan Gutiérrez de Rubalcava escribe el Tratado histórico, político y legal
del comercio de las Indias Occidentales (1750); Bernardo Ward da a luz en
1779 su Proyecto Económico … “
(“Historia del Derecho Argentino”, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales,
Instituto de Historia del Derecho Ricardo Levene, -Colección de Estudios para
la Historia del Derecho Argentino VIII-
Ed. Perrot, Bs. As., Tomo I, primera edición, segunda reimpresión, 1978,
págs. 248 y 249).
[4] Gaetano Filangieri fue admirador de América dedicando partes de
su obra a tratar sobre ella (Ciudadanos
libres de la América independiente, vuestra virtud e ilustración debe convencer
de que al conquistar el derecho a gobernarse por vosotros mismos habéis
contraído con el universo la sagrada obligación de ser mas cuerdos, moderados y
felices para los demás pueblos), además lo unía afecto y amistad con
Franklin (El 11 de enero de 1783 le
escribe desde Paris a Filangieri manifestándole su singular admiración y luego
desde Filadelfia para informarse del estado de su salud y de sus trabajos…).
[5] Ver el excelente estudio que se hace
sobre esta obra en Hispanoamérica en: Federica Morelli: “Filangieri y la ‘Otra
América’: historia de una recepción”, Revista Facultad de Derecho y Ciencias
Políticas, Universidad Pontificia Bolivariana
de Colombia. Vol. 37, Núm. 107, julio-diciembre, 2007, págs. 485-508
o http://redalyc.uaemex.mx/redalyc/pdf/1514/151413533007.pdf.
[6] María Rosa Pugliese: “La influencia de
la Revolución de Mayo”, Tulio Ortiz, Coordinador, “Bicentenario de la
Revolución de Mayo”, Bs. As., Ed. Facultad de Derecho de la Universidad de
Buenos Aires, 2010, pág. 256.
[7] Joaquín Varela Suanzes-Carpegna: “La
Constitución de Cádiz y el liberalismo español del siglo XIX”, Editorial digital
Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2005. Otra edición: Revista
de las Cortes Generales, Nº 10 (1987), págs. 27 a 109.
[8] Marcelino Menéndez y Pelayo: “Historia
de los heterodoxos españoles”, Madrid, 1930, Tºº VI, pag. 32.
[9] Carlos
Alberto Floria y Cesar A. García Belsunce: “Historia de los Argentinos”, Ed.
Larousse, Bs. As., 1992, Tomo I, págs. 160 y ss.-
[10] Un poco gracias al monopolio con América
y por el otro el interés que despertó el movimiento revolucionario francés,
Cádiz se convierte en el siglo XVIII en un próspero centro de comercio de
libros, en estos tiempos hay “veinte librerías para algo más de 70.000”
(Ver Manuel Bustos Rodríguez: “Cádiz en
el sistema atlántico: la ciudad, sus comerciantes y la actividad
mercantil”, Ed. Universidad de Cádiz y
Silex, Madrid, 2005, pág. 335). Por un
lado el negocio apunta a la importación de obras con destino a América y por
otro a la venta exclusiva en la ciudad. También se incorporan quienes no sólo
venden sino los que se convierten en editores
de obras locales como las imprentas de Cristóbal de Requena, de Manuel Espinosa
de los Monteros; de Francisco Rioja y Gamboa, de Manuel Ximénez Carreño etc.. Es tal el volumen de obras en el comercio como su
diversa temática incluso las prohibidas, que se ha dicho que el Santo Oficio
llegó a requisar en la tienda de los “caris”
aproximadamente 2600 libros. Manuel Bustos Rodríguez señala que el
Obispo de Jaen llamaba la atención a la autoridades acusando a Cádiz por ser el
puerto por el que “mas libros apestados” ingresaban a España (“Cádiz en el
sistema atlántico: la ciudad, sus comerciantes y la actividad mercantil”, Ed. Universidad de Cádiz y Silex, Madrid,
2005, pág. 339).
[11] Daisy Repodas Ardanaz: “Introducción
fraudulenta de libros prohibidos en el Río de la Plata (1788)”, Revista de Historia del Derecho”, Nº 28, Bs. As.,
2000, pág. 503 a 511.
[12] El Capitán de Infantería Don Francisco
Ortega y Monroy era francmasón español. El Virrey Loreto lo denunció por
irregularidades junto a su segundo Don Manuel Cipriano de Melo y al
Administrador de la Aduana de Buenos Aires Don Francisco Ximénez Mesa. En 1790
las denuncias se confirmaron, Ortega y Monroy integró la empresa saladeril de
Francisco de Medina con 20.000 pesos pertenecientes a la Aduana de Buenos Aires
proporcionados por Francisco Ximénez de Mesa. Fueron arrestados y sus bienes
confiscados. Los libros de Ortega y Monroy estuvieron bajo la custodia del
Depositario General del Cabildo, Martín José Artigas (padre de José
Gervasio Artigas), hasta que fueron
embarcados en 13 cajones rumbo a España, donde el preso sería juzgado (Historia
y Arqueología Marítima. El Montevideo del apostadero. Publicado por la Academia
Uruguaya de Historia Marítima y Fluvial,
1997. Académico Capitán de Navío (R) Juan José Fernández
Parés: http://www.histarmar.com.ar/AcademiaUruguayaMyFl/ApostaderoNavalMontevideo/06-MontyApostadero.htm
).
[13] Luis
Feyt fue un comerciante parisino
que llegó a Cádiz con el objeto de establecer una casa de comercio junto con
Jacques Amie representantes de la casa
Girardon y Compañía creada en el año 1749 en Francia.
[14] O Domingo Francisco Belgrano Peri nacido
en Oreglia, Liguria, Italia. Sus antepasados se habían destacado desempeñando
funciones públicas al servicio de la República de Génova y de los duques de
Saboya. En su juventud se radicó en
Cádiz; en 1750 llegó al Río de la Plata donde se convirtió en un próspero comerciante.
Se casó con Doña María Josefa González Casero, porteña proveniente de una
destacada familia, tuvieron dieciséis hijos entre ellos al prócer Manuel José
Joaquín del Corazón de Jesús. Castellanizó su apellido en Belgrano Pérez.
Comerciaba desde el Virreinato del Río de la Plata con la Metrópoli (España),
Río de Janeiro (Brasil) e Inglaterra.
Tenía importantes relaciones con funcionarios de la
Península. En 1769 obtiene la carta de ciudadanía. Vertíz lo designa capitán en
1772 en atención a su mérito, celo y conducta. Ingresa en la administración de
la Aduana de Buenos Aires seis años después. Fue designado regidor, alférez
real y síndico procurador general del Cabildo de Buenos Aires.
Figuró entre los comerciantes que se empeñaron en conseguir
el establecimiento del Consulado en Buenos Aires. Falleció el 24 de septiembre
de 1795 en la ciudad de Buenos Aires. En su testamento pidió ser sepultado en
la Iglesia de Santo Domingo, siendo amortajado con el hábito de esta orden ya
que era hermano de la misma, en la que había alcanzado el cargo de prior.
[15] José Ingenieros: “La evolución de las ideas argentinas”,
Libro I, La Revolución, Ed. Problemas, Buenos Aires, 1946, págs. 150 a 151.
[16] Ocupó diversos cargos en la burocracia
virreinal (Subdelegado de la Real Hacienda de Montevideo) y fue abogado ante la
Real Audiencia.
[17] Manuel Azamor y Ramirez fue obispo de
Buenos Aires desde 1786 a 1796, donó a
la ciudad una biblioteca que a su fallecimiento ascendía a 1069 obras. Fue el
inicio de la Biblioteca Pública que creara la Primera Junta. Ver Daisy Repodas
Ardanaz: “El obispo Azamor y Ramirez: tradición cristiana y modernidad”, Ed.
Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1982.
[18] Ricardo Caillet Bois: “Las corrientes
ideológicas europeas del siglo XVIII y el Virreinato del Rio de la Plata”,
Academia Nacional de la Historia: “Historia de la Nación Argentina”, 3ª
edición, Ed. El Ateneo, Bs. As., 1961, Vol. V, págs. 17 y s., y José M. Mariluz
Urquijo: “La crisis del régimen”, en Roberto Levillier (dir.): “Historia Argentina”, Ed. Plaza y
Janés, Buenos aires, 1968, T. II, Cap. 20, pag. 1335, citado por Alberto
Bianchi: “Un recorrido crítico por el periodo formativo del derecho
constitucional argentino (1810-1827)”, Asociación Argentina de Derecho
Constitucional: “Debates de Actualidad”, Buenos Aires, Año XIX – Nº 193
Abril/Agosto de 2004.
[19] José M. Mariluz Urquijo: “La crisis del
régimen”, en Roberto Levillier (dir.):
“Historia Argentina”, Ed. Plaza y Janés, Buenos aires, 1968, T. II, Cap. 20,
pag. 1335, citado por Alberto Bianchi: “Un recorrido crítico por el periodo
formativo del derecho constitucional argentino (1810-1827)”, Asociación
Argentina de Derecho Constitucional: “Debates de Actualidad”, Buenos Aires, Año
XIX – Nº 193 Abril/Agosto de 2004.
[20] Las citas de Daisy Ripodas Ardanaz corresponden al estudio de María Verónica
Fernández Armesto: “Lectores y Lecturas
Económicas en Buenos Aires a fines de la
Época Colonial”, en “INFORMACIÓN, CULTURA Y SOCIEDAD” No. 13
(2005) – Revista del Instituto de Investigaciones Bibliotecológicas- , Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires.
[21] ver
Carlos Alberto Floria y Cesar A. García Belsunce: “Historia de los Argentinos”,
Ed. Larousse, Bs. As., 1992, Tomo I, pág. 140.
[22] José Ingenieros: “La evolución de las ideas argentinas”,
Libro I, La Revolución, Ed. Problemas, Buenos Aires, 1946, pág. 130.
[23] Tulio Halperin Donghi: “El letrado
colonial como intelectual revolucionario: El deán Funes a través de de sus
apuntaciones para una biografía”, en Nancy Calvo, Roberto Di Stefano y Klaus
Gallo (Coordinadores): “Los Curas de la Revolución”, Ed. Emecé, Buenos Aires, pág.
37
[24] El 25 de mayo de 1811 se habría
manifestado en estos términos en el Alto Perú, en la puerta del solar del
Tiwanaku, a metros del lago Titicaca en la actual Bolivia.
[25]
Ver Ricardo Caillet Bois: “Las corrientes ideológicas europeas del siglo
XVIII y el Virreinato del Rio de la Plata”, Academia Nacional de la Historia:
“Historia de la Nación Argentina”, 3ª edición, Ed. El Ateneo, Bs. As., 1961,
Vol. V, pág. 18.
[26] Enrique de Gandía: “Historia de las
Ideas Políticas en la Argentina. Las ideas políticas de los hombres de mayo”,
Ed. Depalma, Buenos Aires, 1965, Tomo III, pág. 162.
[27] Oreste Popescu: “Ensayos de Doctrinas
Económicas Argentinas”, Ed. Depalma, segunda edición, Bs. As. 1965, pág. 22
[28] Traduce del francés la obra de Genovesi:
“Las lecciones de comercio o bien de economía civil” y además entre otras
“El Compendio de la Riqueza de las Naciones” de Condorcet y “Los principios de
la ciencia económica política“ cuya primera parte contiene una versión muy
libre de los párrafos III a XXI de la obra
Origen y progreso de una ciencia
nueva (…) del economista fisiócrata Dupont de Nemeours publicado en 1768,
mientras que la segunda parte se incorpora la versión castellana del Breviario de los principios de la ciencia
económica (…) atribuido a Margrave de Baden que se publicó en francés en
1772” (ver Oreste Popescu: “Ensayos de Doctrinas
Económicas Argentinas”, Ed. Depalma, segunda edición, Bs. As. 1965, págs. 22 y 23) ..
[29] María Rosa Pugliese: “La influencia de
la Revolución de Mayo”, Tulio Ortiz, Coordinador, “Bicentenario de la
Revolución de Mayo”, Bs. As., Ed. Facultad de Derecho de la Universidad de
Buenos Aires, 2010, pág. 261 y s.
[30] Oreste Popescu: “Ensayos de Doctrinas
Económicas Argentinas”, Ed. Depalma, segunda edición, Bs. As. 1965, pág. 26.
[31] Roberto Marfany: “El Virreinato del Río
de la Plata y la Gobernación Intendencia de Buenos Aires”, en Roberto Levillier (Director): “Historia
Argentina”, Ed. Plaza y Janes, Buenos Aires, 1968, Tomo II, pág. 919 y ss.
[32] Sin duda en la Universidad de San
Francisco Javier leyó a los españoles Jerónimo de Uztáriz, Bernardo Ward, Pedro
Rodríguez, conde de Campomanes, y Gaspar Melchor de Jovellanos.
[33] Hombre que se presenta como un exquisito
en las letras y en el conocimiento de los autores modernos pero de principios
algo ambiguos o con ambigüedades según
las circunstancias, en este sentido ver Adela M. Salas: “La perspectiva del
Deán Terrazas sobre el proceso revolucionario americano”, SIGNOS
Universitarios. La Revolución de Mayo en perspectiva, Ed. Universidad del Salvador, Anejo 1/2010,
Bs. As., 2010, págs. 131 y ss.
[34] Manuel Moreno: “Vida y Memorias de
doctor Don Mariano Moreno”, s/Ed., s/f. texto que reproduce textualmente la
edición de Londres de 1812, pág. 58.
[35] María Rosa Pugliese: “La influencia de
la Revolución de Mayo”, Tulio Ortiz, Coordinador, “Bicentenario de la
Revolución de Mayo”, Bs. As., Ed. Facultad de Derecho de la Universidad de
Buenos Aires, 2010, pág. 261.g
[36] A sólo título ilustrativo cabe tener presente
que en 1688 la Compañía de Jesús a través de su procurador ante el Consejo de
Indias Padre Diego Altamirano puso de manifiesto en un extenso informe la
inconveniencia del monopolio existente y la revisión de la política comercial
de la Corona, Ver Magnus Mörner: “Actividades políticas y económicas de los
jesuitas en el Río de la Plata”, Ed. Hyspamérica, Bs. As., 1986, pág. 93.
[37] Téngase
presente que Gaspar de Jovellanos tiene una visión cristiana del
iluminismo.
[38] Patricio José Clusellas dice que en la Gazeta de Buenos Aires del 21 de junio de 1810 Moreno publica su
artículo sobre la libertad de escribir
“inspirado en los escritos de Cayetano Filangieri” (“Buenos Aires y
Cádiz: ¿Revoluciones paralelas o
diferentes?”, Historia, Año XXV, Nº 100, Diciembre de 2005 – Febrero 2006, Bs.
As., pág. 118.
[39] Guillermo Furlong S.J. sostiene que esta
obra llega en 1810, de la edición londinense de 1799. El ejemplar que se indica
del Obispo Azamor no sería del “Contrato Social”, sino de otra obra del
ginebrino. Por otro “ la versión editada por Moreno no
era de él, sino de procedencia extranjera. Tampoco era de Jovellanos, como
afirma el historiador López”. (“Presencia y sugestión del filósofo Francisco
Suárez su influencia en la Revolución de
Mayo”, Ed. Kraft, Buenos Aires, s/f, pags. 101 y 102). En igual sentido sobre la edición de Moreno
de la obra traducida: Ricardo Caillet Bois: “Las corrientes ideológicas europeas
del siglo XVIII y el Virreinato del Río de la Plata”, Academia Nacional de la
Historia: “Historia de la Nación Argentina”, 3ª edición, Ed. El Ateneo, Bs.
As., 1961, Vol. V, págs. 20 y s.,; José Luis Romero.
“Las ideas políticas en Argentina”, Ed. Fondo de Cultura Económica, Méjico,
tercera edición 1969, pág. 74; José Ingenieros: “La evolución de las ideas argentinas”, Libro I, La Revolución,
Ed. Problemas, Buenos Aires, 1946, pág. 193 y Emilio Ravignani que en su
“Historia Constitucional Argentina” afirma que “El había conocido este libro en
Charcas, en la biblioteca del canónigo Terrazas. Trajo de allá esta obra, y
apenas estallado el movimiento del 25, resuelve editar el Contrato en castellano con
una introducción de su pluma” (Ed. Talleres de Jacobo Peuser, Buenos Aires,
1920, Tomo I, pág. 161). Luis V. Varela dice que “el Contrato Social lo tradujo el mismo Moreno” (“Historia
Constitucional de la República Argentina”, Ed. Taller de Ediciones Oficiales,
La Plata, 1910, Tomo Primero, pág. 56);
igualmente Alberto Bianchi: “Historia de la Formación Constitucional
Argentina (1819-1860), Ed. LexisNexis, Buenos Aires, 2007, pág. 23.
[40] María Rosa Pugliese: “La influencia de
la Revolución de Mayo”, Tulio Ortiz, Coordinador, “Bicentenario de la
Revolución de Mayo”, Bs. As., Ed. Facultad de Derecho de la Universidad de
Buenos Aires, 2010, pág. 260.
[41] José Luis Romero. “Las ideas políticas
en Argentina”, Ed. Fondo de Cultura Económica, Méjico, tercera edición
1969, pág. 69
[42] José Luis Romero. “Las ideas políticas en
Argentina”, Ed. Fondo de Cultura Económica, Méjico, tercera edición 1969, pág. 77.
[43] Le da existencia legal Felipe III. La
Compañía le dio una impronta preferentemente teológica, recién tiene estudios
jurídicos en 1791.
[44] Universidad de San Francisco Javier,
nombre oficial, de mayor prestigio que la de Córdoba, los estudios comprendían
los teológicos, jurídicos y literarios. José María Sáenz Valiente destaca que
“Las ideas de los filósofos y economistas del siglo XVIII, la emancipación de
los Estados Unidos, las noticias de la Revolución Francesa, todas las novedades
de la política y la filosofía hallaban eco fuera de los claustros
universitarios, eran comentados por maestros y alumnos y envolvían la enseñanza
oficial imprimiéndoles rumbos inesperados” (“Curso de Historia Colonial
Americana”, Ed. Ángel Estrada, tercera edición, s/f., pág. 417).
[45] Guillermo Furlong SJ: “Los jesuitas y la
cultura rioplatense”, Ed. Universidad del Salvador, Buenos Aires, 1984, pág.
185.
[46] Citado por Federico Ibarguren: “Nuestra
Tradición Histórica”, Ed. Dictio, Buenos Aires, s/f, pág. 268.
[47] Nota:
Carlos Alberto Floria y Cesar A. García Belsunce: “Historia de los Argentinos”,
Ed. Larousse, Bs. As., 1992, Tomo I, pág. 207.
[48] Guillermo Furlong (SJ) “Presencia y
sugestión del filósofo Francisco Suárez su influencia en la Revolución de
Mayo”, Ed. Kraft, Buenos Aires, s/f, pág. 75 y ss. Sobre la vigencia de Suarez
luego de la expulsión de la Compañía coinciden con Furlong autores como Floria
y García Belsunce: “Hasta la expulsión de los jesuitas las doctrinas de Suarez
dominaron la enseñanza filosófica, y aun después, pese a las prohibiciones
oficiales, los discípulos de aquellos, llegados a la cátedra, transmitieron
muchos de sus principios filosóficos y políticos” (Carlos Alberto Floria y Cesar A. García Belsunce: “Historia de los
Argentinos”, Ed. Larousse, Bs. As., 1992, Tomo I, pág. 206).
[49] Enrique de Gandía: “Historia de las
Ideas Políticas en la Argentina. Las ideas políticas de los hombres de mayo”,
Ed. Depalma, Buenos Aires, 1965, Tomo III, pág.
45 ss. .Ver también la comunicación reciente del académico Horacio
Sanguinetti en sesión privada de la Academia Nacional de Ciencias Morales y
Políticas, el 10 de noviembre de 2010. Ricardo Zorraquín Becú afirma que para
buscar los fundamentos del proceso revolucionario no se debe hacer desde una
escuela determinada de derecho público, sino desde las influencias
especialmente modernas que gravitaron en el pensamiento rioplatense y que
desplazaron el pensamiento católico tradicional para abrevar en el derecho
natural racional y si los revolucionarios se inspiraron en Suarez no lo
hicieron en su parte fundamental (“Estudios de historia del derecho”, Ed.
Abeledo Perrot, Bs. As., 1992, Tomo III,
págs.. 31 y ss.).
[50] En
el colegio de Córdoba, dicen Floria y García Belsunce, en 1614 se enseña
filosofía siguiendo a Suarez a través de los textos de Antonio Rubio (Carlos Alberto Floria y Cesar A.
García Belsunce: “Historia de los Argentinos”, Ed. Larousse, Bs. As., 1992,
Tomo I, pág. 140).
[51] José María Mariluz Urquijo: “Ideas y
Creencias”, en Academia Nacional de la
Historia: “Nueva Historia Argentina”, Buenos Aires, 1999, Tomo 3, pág. 226.
[52] La
cuestión es también sintetizada de la siguiente manera “Es exacto que las doctrinas
que se utilizaron para separar la estructura de poder rioplatense de la
Metrópoli estaban más cerca de Suarez y de Grocio que de Rousseau, pero debido
a los cambios operados en el pensamiento del siglo XVIII, en los que Rousseau
tuvo parte intelectual decisiva, fue que Suarez y Grocio se actualizaron … No
hay duda que los liberalismos traspirenaicos e inglés arrasaron con su
presencia demoledora ciertas tradiciones ideológicas y las defensas que los
burócratas quisieron oponerles, pero se suele soslayar el hecho de que hubo un
liberalísimo español, de características propias, no precisamente ateo ni
antimonárquico, que actuaba y servía de tamiz, pero también de portada, a las
doctrinas que a la postre servirían a la revolución independentista del Plata”:
Carlos Alberto Floria y Cesar A. García Belsunce: “Historia de los Argentinos”,
Ed. Larousse, Bs. As., 1992, Tomo I, pág. 296 y 297.